Una Deuda Por Pasión 11

Edward  jamás había temido por su vida mientras tenía sexo, pero aquella noche se acercó bastante. Un buen rato después, el corazón le seguía latiendo como si fuera a estallar.

Sentado a los pies de la cama, se le ocurrió que debería acudir al cardiólogo. Pero esa no era la solución. La mujer que evitaba mirarlo a los ojos mientras se ponía de nuevo el vestido verde era el puñal que le atravesaba el pecho.

–¿Estás bien? –le preguntó.

–Por supuesto –contestó ella mientras se terminaba de vestir.

Ella había sido la que había escuchado el sonido del móvil que indicaba la recepción de un mensaje de su hermana, mientras que él había estado fuera de juego tras el orgasmo más fuerte de la historia. Las piernas se negaban a sujetarle y su libido aullaba «más».

Era una dependencia que le aterrorizaba, impulsándolo a huir, a dedicar unas horas a trabajar.

Y al mismo tiempo le inquietaba el hermetismo emocional de Isabella. Ella se había dejado llevar tanto como él, había sido increíble, pero en esos momentos destilaba una sutil tensión.

–No estoy preparado para compartirte –las palabras salieron de los labios de Edward  sin darse cuenta–. Quizás si nos quedamos aquí dentro una semana entera…

–Si estos pechos fueran desmontables –en el rostro de Isabella apareció una dulce sonrisa– se los dejaría al chófer y ya volvería a recoger el resto de mí mañana.

–Ha sido increíble –parte de la presión abandonó el corazón de Edward –. Gracias.

–A mí también me lo ha parecido –contestó ella en un susurro.

Sin embargo, el modo en que agachó tímidamente la cabeza hizo que todo resultara muy furtivo.

–Vamos a casarnos –afirmó él con rotundidad.

Isabella había estado luchando en silencio contra el temor a que el paraíso volviera a transformarse en un infierno, pero la arrogante aseveración de ese hombre le indicó que no iba a dejarla tirada con la misma rapidez con la que la había seducido. Aun así, no oyó ni una sola palabra de amor y eso tensó las cuerdas de su corazón hasta casi hacer que se rompieran.

–No me lo digas –contestó ella–, tengo dos opciones: contestar que sí ahora, o contestar que sí más tarde.

Edward  parpadeó sin revelar lo que estaba sucediendo en el interior de su cabeza.

–¿Quieres decir que no?

–No –Isabella jamás había pensado casarse con un hombre que no la amara, pero si Edward  no se imaginaba haciendo el amor con otra mujer, tampoco se imaginaría casándose con otra. Había bastantes puntos positivos para compensar las limitaciones, decidió.

–Entonces, asunto zanjado –concluyó él.

Isabella se mordió unos labios que no dejaban de temblar.

Llegaron al ático donde les esperaba Bree que casi saltó al verlos entrar.

–¿Y bien? –preguntó la joven.

–¿Y bien, qué? –Isabella siguió con la mirada a Edward  que se dirigía al bar.

–Eres desesperante. Edward  ¿te declaraste o no?

Edward  se detuvo con el vaso a medio camino de los labios y miró a Isabella.

–Hemos decidido casarnos, sí –contestó ella con la menor emoción de que fue capaz.

–¡Te lo dije! Un hombre no se toma tantas molestias si no guarda un anillo en el bolsillo. Veámoslo –Bree palmoteó encantada.

–Yo…

A su derecha, Isabella oyó un vaso golpear con rotundidad la barra, pero se negó a mirar.

–Cariño, tenemos un bebé –le explicó a su hermana–. Casarnos es una formalidad. No necesito un anillo de compromiso para unos pocos días antes de obtener la licencia y firmar los papeles.

–¿No vais a celebrar una boda de verdad? Pero si siempre soñaste con el vestido de novia, una bonita tarta y papá llevándote del brazo por el pasillo de la iglesia.

–Era una cría –Isabella se apresuró a aplacar a su hermana–. Papá y Kebi han dejado bien claro que no quieren viajar y Edward  ha perdido demasiado tiempo con la llegada prematura de Renie. Ha sido un encanto al organizar tu visita –hizo una pausa para que Edward  comprendiera que lo decía en serio–, pero no puede permitirse más interrupciones en su trabajo.

Bree no estaba dispuesta a abandonar, era su naturaleza. A pesar de sus diecinueve años, en muchos aspectos seguía siendo una niña. Pero Isabella había vivido lo suficiente para comprender que había que dejar atrás los sueños de juventud y ser más realista.

Era la última noche de Bree, de modo que Isabella acostó a Renie, se desmaquilló y se reunió con ella en la terraza para tomar un té bajo las estrellas mientras le contaba los detalles, aunque omitió algunas cosas sucedidas con Edward. Bree jamás lo entendería. Ninguna reluciente piedra o bonito vestido significaría para ella tanto como el modo en que la había abrazado.

Ya era muy tarde cuando se desearon buenas noches y se marcharon a la cama.

Isabella encontró la suya ocupada.

Edward  dejó a un lado la Tablet al verla entrar. Las lámparas emitían una luz dorada sobre el torso desnudo, poniendo de relieve los musculosos hombros y abdomen. Isabella no lograba descifrar todo lo que reflejaba la austera expresión, pero no había duda de la intención en la posesiva mirada que se deslizó de pies a cabeza.

–No sabía que me estuvieras esperando –Isabella fingió indiferencia.

–Intentaba solucionar lo de Milán –Edward  frunció el ceño–. Echaré un vistazo a mi agenda para ver cuándo podremos viajar a Australia. ¿Quieres aplazar la boda hasta entonces?

–No –le aseguró ella con firmeza mientras corría al cuarto de baño para cepillarse los dientes con la esperanza de que interpretara el gesto como el fin de la conversación.

Sin embargo, al regresar al dormitorio, él continuó como si tal cosa.

–He llamado a un joyero para que venga a mostrarnos algunos anillos de compromiso.

–No pienso ponerme uno –las palabras surgieron con excesiva rotundidad.

La boda con la que siempre había soñado era una celebración de amor, y su relación con Edward  no era una unión entre almas gemelas. Cierto que lo amaba y que él se había tomado muchas molestias para demostrarle que sentía algo más que lujuria, pero pasar por todo el ceremonial sería mentir. Era absolutamente esencial mantener la mayor honestidad posible.

–¿Y tienes intención de llevar alianza? –preguntó Edward  malhumorado.

A Isabella le sorprendió lo indefensa y a la vez maravillosamente bien que le hacía sentir la idea de llevar alianza. Una alianza simbolizaba el compromiso para toda una vida.

–Por supuesto –contestó emocionada.

–¿Y por qué no llevar anillo de compromiso? –insistió él.

–Una joya con piedras no es lo más práctico con un bebé –Isabella se abrazó a sí misma–. Además, no tengo especial interés en ser una novia, solo en que seamos una familia.

Edward  sujetó la sábana e hizo un gesto para que Isabella se metiera en la cama. Incapaz de relajarse a pesar de la intimidad que habían compartido hacía unas horas, Isabella dudó. Edward  estaba desnudo y, a pesar de lo agotada que estaba, se moría por volver a sentirlo.

–¿En serio? –él sonrió divertido y se giró para apagar la luz.

–No te rías –protestó ella antes de quitarse la bata, amparada por la oscuridad.

–Tengo mejores cosas que hacer que reír, Bella –Edward  la atrajo hacia sí.

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La boda tuvo lugar en Las Vegas, camino de vuelta a Nueva York. Isabella lo organizó todo por internet. A pesar de lo superficial de la ceremonia, estar casada le resultaba sorprendentemente natural y cuando la madre de Edward  le ofreció compartir la habitación con su hijo, no lo dudó.

Enseguida recuperaron las viejas costumbres. A los pocos días de regresar a Londres, Edward  la convenció para que renunciara a su trabajo de transcripción y volviera a hacerse cargo de su agenda. El puesto iba acompañado de un sueldo similar al que había tenido antes de ser despedida, lo cual resultaba más que conveniente ya que el piso se pagaba con lo que obtenía por el alquiler y no tenía otros gastos. Aun así le fastidiaba aceptar su dinero pues lo mejor sería no depender económicamente de él.

–Y búscame una ayudante personal decente ¿lo harás? –añadió mientras terminaban de desayunar una mañana tras su regreso.

–Quizás en la agencia de niñeras tengan una oferta especial dos por uno –murmuró ella.

–¿Te crees muy graciosa? –preguntó él, arrancándole una sonrisa.

–Acabas de pasarme una lista en la que figura reservar hora para jugar un partido de squash y comprar un regalo de cumpleaños para tu madre. Si incluyes cambiar pañales, soy la que buscas.

–¿Era esta la clase de cosas que solías decir para tus adentros cuando tenías miedo de que te despidiera si las decías en voz alta?

–Solo estaba bromeando, Edward.

–¿En serio?

–Sí –Isabella lo conocía lo bastante bien como para saber cuándo hablaba en serio.

–Porque hubo un tiempo en que pensé ofrecerte un puesto ejecutivo. Si quieres desarrollar tu carrera, puedes trabajar para mí. No será nepotismo. También puedes buscar otro trabajo. Tendríamos que ajustar nuestras agendas –añadió tras una pausa–, pero podemos intentarlo.

–Me gusta trabajar contigo –Isabella se sonrojó al figurarse los motivos por los que no había sido ascendida–. Me hace sentirme necesaria. ¿Tan malo es eso?

–Eres necesaria –Edward  asintió en dirección al bebé–. Ambos te necesitamos. He comprendido lo mucho que perdí cuando te marchaste y aprecio todo lo que haces por mí ahora.

–Gracias.

–Además, ya deberías saber que mis fantasías versan más sobre secretarias sexys que sobre niñeras traviesas –Edward  se inclinó para besarla con dulzura.

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Estaba tan enamorada que se le olvidaba que él no sentía lo mismo.

Trabajando para él se había convertido en uno de los muchos satélites de su órbita, pero en esos momentos formaba parte de su mundo de un modo que jamás habría imaginado posible. Edward  no intentó aparcarla en un rincón de su ocupada vida. Le destinó, a ella y a Renie, un lugar prioritario. Cuando el trabajo le obligaba a viajar, se esforzaba por incluirla.

La fiesta de aquella noche no era una entrega de premios o un agasajo a unos nuevos clientes.

Isabella se puso tensa al ser recibidos por Jasper Whitlock, un banquero internacional, y su esposa, Alice, en su lujoso ático de Milán.

–¡Enhorabuena a los dos! Menuda sorpresa –Alice besó a Isabella–. Incluso para Jasper.

–No me entendiste bien, bella –Jasper imitó el saludo de su esposa–. Lo que dije fue que si había algo entre estos dos, no lo sabríamos jamás a no ser que Edward  quisiera que se supiera. Es el hombre más discreto que he conocido jamás.

Isabella se ruborizó y la garganta se le secó ante la evidente curiosidad de la pareja.

–A nosotros también nos sorprendió –intervino Edward  abrazando a su esposa y mirándola a los ojos–, y te recuerdo que me pagas por ser discreto, Jasper.

–Cierto –asintió el italiano–. Y a propósito…

Los dos hombres se dirigieron al despacho de Jasper mientras Alice conducía a Isabella junto al resto de los invitados.

–¿Te hemos hecho sentir incómoda? –la mujer agarró a Isabella del brazo–. Lo siento. No siempre me siento a gusto con las esposas de los socios de mi marido, pero tú siempre has sido muy amable. Me alegra saber que voy a verte más a menudo.

–Te tomo la palabra –Isabella se relajó ante el genuino ofrecimiento de amistad–. Me muero por ir de compras contigo. Siempre vas impecablemente vestida y aquí me tienes en Milán sin hablar una palabra de italiano.

–¡Me encantaría! –Alice abrió los ojos desmesuradamente.

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Los días con Edward  eran ajetreados y las noches increíbles. Poco a poco los puentes tendidos entre ellos se hacían más y más sólidos.

Y una tarde entró en el despacho de Londres, simplemente porque lo echaba de menos.

–Hola –saludó.

–Qué placer tan inesperado –él sonrió.

–He llevado a Renie a hacerse unas fotos esta mañana y te traigo las pruebas. Podría haber esperado, pero dado que estábamos tan cerca –se acercó al escritorio con un pendrive en la mano–. Y quería ver qué cara ponías al verlas en lugar de… ¡eh!

Sin saber cómo, Isabella se encontró sentada en el regazo de su esposo, lo cual no debía sorprenderla pues la miraba como si sintiera ganas de devorarla.

–¿Dónde está Renie? –Edward  le soltó el moño.

–Observando cómo la niñera coquetea con tu nuevo secretario, sin comprender que se está arrimando al árbol equivocado –Isabella sonrió y comenzó a desatar la corbata de Edward.

–¿Renie o la niñera? –Edward  bajó la cremallera de las botas de Isabella y deslizó una mano dentro.

Ella gimió y, acomodada sobre su regazo, sintió crecer la erección contra el muslo.

–¿Has echado el cerrojo a la puerta? –Edward  tenía la mano bajo la falda y se dirigía a la intersección de los muslos.

–¿Una chica tan detallista como yo? ¿Tú qué crees?

–Creo que voy a perderme el resto del día –Edward  inclinó la cabeza para besarla en el momento en que el teléfono sonó–. Solo mi madre y tú tenéis este número –rugió lleno de frustración.

–Quizás sea yo, suponiendo que lo que se me está clavando en la cadera sea el móvil…

–Qué sabelotodo –Edward  rio y pulsó el botón del altavoz–. ¿Madre?

–Sí, soy yo.

–Qué buen momento para llamar, Isabella está aquí.

Intercambiaron saludos de cortesía antes de que su madre abordara el motivo de la llamada: una pulsera perdida.

–Sé que es una tontería preguntarte si te acuerdas de dónde la dejé, pero he revuelto toda la casa y no hay rastro de ella.

Edward  taladró a Isabella con la mirada. Solo duró un instante, pero ella lo percibió como una puñalada entre las costillas. ¿Otra vez?

–Recuerdo habértela visto puesta durante la cena –Edward  recuperó rápidamente la compostura.

–¿Isabella? –preguntó Elizabeth.

La oscuridad en la que había vivido durante meses tras ser acusada de robo se cernía nuevamente sobre ella, como unos negros nubarrones sobre el horizonte.

–Lo mismo digo –contestó ella nerviosa al recordar cómo Elizabeth le había contado emocionada que se la había regalado su hijo al cumplir sesenta años.

Iba a repetirse todo de nuevo, pero en esa ocasión dolería mucho más.

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Edward  era consciente de la tensión que dominaba a su esposa y se apresuró a despedirse de su madre. Isabella había intentado varias veces levantarse, pero él la había sujetado con firmeza.

–Suéltame –le ordenó ella con voz gélida.

–No he sospechado de ti –rugió él. Quizás había dudado un segundo, pero ¿quién no lo hubiera hecho?

–Quítame las manos de encima –insistió Isabella clavando el codo en el pecho de Edward.

Edward  la soltó, furioso por el enfado de su esposa. No la ayudó a levantarse, limitándose a protegerse los genitales mientras ella saltaba al suelo y se calzaba de nuevo. El rostro enrojecido y los cabellos sueltos y revueltos, recuperó el bolso, dispuesta a marcharse sin decir palabra.

–No te irás así sin más –Edward  se levantó de un salto y la alcanzó en la puerta.

–¿Y qué esperas, que me quede aquí para oír cómo me acusas de vender mi cuerpo de nuevo?

Las palabras de Isabella tuvieron el efecto de un fuerte golpe en el estómago. Era muy consciente de lo apasionada que era su esposa, pero la desinhibición que mostraba hacia él era el resultado de semanas trabajando en su relación, dentro y fuera de la cama. Todavía se ruborizaba por las mañanas, señal evidente de que la intimidad física seguía resultándole extraña. Esa mujer no era capaz de utilizar el sexo para cualquier otro fin que no fuera la felicidad y el placer de ambos.

–No –espetó, avergonzado por haberla acusado de algo así tiempo atrás.

Era consciente del daño que había provocado esa acusación en la confianza de Isabella hacia él. Sacarla de nuevo a la luz no haría más que distanciarlos de nuevo.

–Espero poder hablar de ello como adultos. No que te marches con una rabieta.

–¿De modo que soy yo la que no se está comportando como es debido? Tu primer pensamiento fue que había vuelto a robarte. Supe que no confiabas en mí cuando me abriste una cuenta, sin darme acceso a las tuyas, pero esa mirada, acusarme tan descaradamente…

–Maldita sea, ya lo hiciste una vez.

–Una sola vez –gritó ella–. Una sola vez en la que pensé que podía servirme de los recursos de otra persona en lugar de intentar hacerlo todo yo sola. Me equivoqué, pero solo fue una vez. ¿Te he quitado algo desde entonces? Ni siquiera unas monedas para pañales. ¿Te has quedado a gusto? ¿Justifica el modo en que reprimes tus sentimientos y no confías en mí? Sabía que sería un error volverme a liar contigo.

Isabella se dio la vuelta y no pudo ver la expresión de horror en el rostro de Edward. Consciente de que en el fondo era cierto que había esperado alguna señal que confirmara sus sospechas iniciales, ni siquiera encontró palabras para defenderse. Esa mujer empezaba a significar mucho para él, demasiado. Cuanto más te importaba una persona, más arriesgabas y él se sentía cada vez más desprotegido. Y eso era algo que no le gustaba.

Pero oír de labios de su esposa que su relación era un error había sido un golpe brutal. Odiaba saber que si permanecía en el despacho era solo porque él le impedía abrir la puerta.

–Escucha, lo de la cuenta que te abrí…

–No quiero oírlo, de verdad que no. ¿Me dejas llevarme a Renie a casa? Necesita su siesta.

–Iré a casa contigo –Edward  regresó al escritorio para recoger el portátil, momento que Isabella aprovechó para abrir la puerta y salir del despacho.

Una llamada urgente retuvo a Edward  y Isabella regresó finalmente sola a su casa. Cuando al fin consiguió sortear el atasco y regresar él mismo a su casa, Edward  comprobó aliviado que ella seguía allí, pálida y nerviosa. Madre e hija estaban fuera de sí. Edward  empezaba a pensar que Renie tenía una sensibilidad especial, pues era evidente que el estado alterado de su madre la había alterado a ella también.

A pesar de la urgente necesidad que sentía de aclarar las cosas con su esposa, optó por intentar calmar a su hija y le sugirió a Isabella que se diera un baño. Para cuando se sentaron a cenar ya era tarde.

–Bella…

–No quiero hablar de ello.

–Volví a llamar a mi madre –Edward  hizo caso omiso de la evidente hostilidad–. La asistenta está segura de haber visto la pulsera sobre la cómoda después de que nos hubiésemos marchado. Seguramente se habrá caído detrás de un mueble.

–O sea que no es que me creas a mí, crees a la asistenta.

–Apenas te pones las joyas que te regalo –él hizo acopio de toda la paciencia de que fue capaz–, y casi no te gastas el dinero de la cuenta que te he abierto. No tengo motivo para pensar que puedas necesitar o desear esa pulsera.

Isabella revolvió la comida en el plato sin decir palabra.

–Para mí lo sucedido ha quedado atrás. Hoy he metido la pata, nada más.

–De acuerdo.

Isabella contestó en el tono que las mujeres utilizaban para decir «y una mierda», pero Edward  aceptó su palabra, decidido a recuperar el agradable ambiente que habían estado disfrutando. Al acostarse, la buscó como hacía cada noche.

Pero ella no se derritió contra su cuerpo como era su costumbre.

La deseaba desesperadamente y sentía la urgente necesidad de reestablecer la conexión rota entre ellos por medio de la unión física que le generaba una clase de placer y sentido de corrección que ni siquiera era capaz de expresar con palabras. Pero, si bien no lo había rechazado, tampoco se abrió a sus besos y caricias como solía hacer.

Sintiendo cada vez mayor urgencia, suavizó las caricias en un intento de hacerle comprender que nada había cambiado. Conocía todos sus puntos sensibles y los estimuló suavemente.

Isabella gimió y hundió los dedos en los cabellos de Edward  que suspiró aliviado, aunque no dejó de acariciarla, para que supiera lo mucho que valoraba su unión. Era la única manera que conocía de expresar sus sentimientos. Unos sentimientos tan profundos e inquietantes que no se atrevía a verbalizarlos. Estaba seguro de que ella lo sentía y comprendía.

Isabella deslizó una mano por el hombro de Edward  que le besó la parte interna del brazo. Tenía una muñeca dulce y femenina en la que latía frenético el pulso y los dedos temblaban ante el contacto con su boca. Lentamente besó, chupó y mordisqueó cada uno de esos dedos.

Ella arqueó la espalda, la señal que bastaba para que Edward  perdiera el control. Sin embargo, estaba decidido a disfrutar cada centímetro de ella antes de permitir que Isabella disfrutara de él. Tumbándola boca abajo, le sujetó las piernas con las suyas y le acarició todo el cuerpo. Tenía la piel suave y desprendía un aroma a cítricos. Edward  le besó toda la columna hasta llegar al trasero mientras ella jadeaba y gemía su nombre.

Apartándole los cabellos de la nuca, se acomodó sobre ella para que pudiera notar lo excitado que estaba. El corazón le latía con fuerza contra su espalda, como un pistón que intentara atravesarla. Deslizando una mano bajo su cuerpo, tomó un pecho y se agachó más sobre ella.

–No logro saciarme de ti –admitió él en un ardiente susurro–. No hago otra cosa que pensar en esto, en darte placer, en sentir cómo te derrites para mí.

Edward  se incorporó y giró a Isabella para verla de frente.

Ella temblaba de excitación y separó las piernas, aunque él se limitó a besarla desde el pecho hasta el ombligo.

–Edward , me estoy muriendo –gimió mientras tiraba de él.

El control de Edward  pendía de un hilo, pero se tomó su tiempo para acomodarse sobre ella. Introducirse en su interior fue como sumergirse en el paraíso y saboreó cada latido mientras intentaba controlar el estallido. Entrelazó las manos con las suyas y las sujetó permitiéndole sentirlo mientras la poseía por completo.

–Siempre seré considerado contigo –le aseguró él profundamente consciente del efecto que ejercía sobre ella, del temblor de los muslos que le abrazaban la cintura, de la respiración entrecortada–. Esto es demasiado importante para mí.

Edward  cubrió los temblorosos labios con los suyos deseando aplastarla con toda su pasión, pero venerándola y haciendo todo lo posible para transmitirle que era pura dulzura y felicidad para él.

Sin embargo, no era ningún superhombre. La conexión que le resultaba tan vital era también su sustento y debía alimentarla. La embestida lanzó una oleada de intenso placer por su espalda, haciendo casi insoportable la necesidad de hundirse en su interior.

La lucha fue larga, lenta y profunda. Imposible rendirse e imposible prolongarla. Cuando el grito del éxtasis ascendió por la garganta de Isabella, cuando el clímax estuvo a tan solo un latido, Edward  se dejó ir mientras su esposa se abrazaba a él con fuerza.



11 comentarios:

  1. Ya le tenia preparada una patada a Edward y enviarlo a casa de su madre, q bien q se disculpo x q me enojó q pensara otra vez q Bella fue , y q reconciliación 😜😍😘❤ gracias

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  2. Ojalá que Edward no vuelva a meter la pata es tan tonto que da coraje. gracias por el capítulo

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  3. Y una mierda tener esa dura en ka cabeza y corazón en Isabella pensando que Edward siempre tendría la espina de su traision según el carajo con lo bien que hiba todo ahora a recomenzar de nuevo o le daré una pata a Edward en la bolas jajajajajajajajajajaja súper emosionada x el siguiente cap graciassssssssssss graciassssssssssss graciassssssssssss graciassssssssssss graciassssssssssss graciassssssssssss

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  4. Ya quiero que Edward le diga que la ama aunque en ocasiones sea un tremendo bruto. Muchas gracias actualiza pronto 🔜

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  5. Por qué tenía que meter la pata así??? Me parece que aunque Bella diga que está todo bien en realidad no ca a aer así 😔 ojalá me equivoque.
    Gracias por el capi!!!

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  6. Aghhh como puede pensar algo así de ella... creo que no verbalizando y solo acostándose con ella, Bella no se va a dar cuenta de lo que de verdad siente, creo que Bella va a seguir con la idea de que no vale nada para él, que solo es un cuerpo, y que esta con ella por su hija....
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  7. Como espera Edward ganarse el amor de Bella con esas metidas de pata!! P:D yo hubiese tardado mas en perdonarlo.

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  8. Me gisgu mucho la historia cuando vuelves a actualizar?

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  9. Me encanta como está transcurriendo la historia porque después de todo está triunfando el amor

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