20 de mayo de 2015

Adelanto del capítulo de Kimberley Diamond.

Elizabeth solía decirme que cuando yo estaba nervioso me volvía tan cabezota como un jabalí. Yo estaba casi agradecido de que ella no estuviera aquí moviéndome la cabeza mientras me paseo por la terraza.
Mientras más baja el sol, mas ansioso me vuelvo, aunque estoy convencido que ningún soldado se atreverá a venir después de que oscurezca. No espero que los chicos vuelvan esta noche, ni a esta hora.
Los últimos días han traído consigo la más extraordinaria alteración a las vidas de la rama africana del clan Cullen. Estoy sintiendo el peso de mi edad. Antes he aguantado cambios extraordinarios, pero ninguno me ha afectado tan profundamente como este. Aunque….eso podría no ser cierto. Recuerdo los sentimientos tan desconcertantes cuando mis hijos nacieron por ejemplo.
Cuando viaje por primera vez a Sudáfrica como un joven doctor, fue para escapar de una vida que yo no quería. Era joven y tonto. No tenía la precaución de entender que la desigualdad y el abuso de poder era una condición que podría seguirme a atreves de todo el mundo, en cualquier lugar. Yo había peleado muchas batallas: por mi educación, en contra de los deseos de mi padre; por los derechos de los Irlandeses; por mi amada esposa Elizabeth; y por el derecho de vivir privadamente y criar a mis hijos como yo considerara adecuado. Yo creía que retirarme a una granja en este interior salvaje era el fin de todo. Esperaba que mi batalla con el Dios de la tierra, de esta roja y sucia que concede su riqueza, sería la última. Una batalla permanente, que me ocuparía hasta volverme demasiado débil y traspasarla a mis hijos.

Construyendo una reputación como médico experto hace treinta años en el Cabo era fácil. Había poca competencia, si estoy siendo honesto. Esto puede haberme subido los humos a la cabeza. Elizabeth me consulto en el barco, el cual la llevaba a ella, su esposo, los padres de este, y un sequito de sirvientes a esas tierras, desde Alemania. Todo su dinero y comodidades no protegieron a su primer marido de la enfermedad y muerte en medio del atlántico. Lizzie estaba embarazada de cinco meses y muy infeliz cuando me vio por primera vez. Nos enamoramos inmediatamente. Emmet ya estaba caminando en el momento que sus padres la dejaron libre y me la entregaron completamente. Los recientes eventos me tenían recordando cada detalle, intentando determinar si la Fe, o el plan de Dios, o las acciones aleatorias de un hombre tonto habían tenido más impacto. No lo podía decidir.

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