—Bueno, he asumido que te sentías solitario y viniste en busca de compañía, de apoyo. Debe ser difícil con tu esposa estando lejos, —contestó mientras una desapacible sonrisa intentó atravesar sus rasgos cuidadosamente controlados. Pero cuando en vez de sonreír en respuesta, la miró gravemente, su sonrisa se volvió leve, confundida, y rápidamente se desvaneció. En su lugar quedó una mirada cautelosa, desconcertada.
—¿Y cómo sabes que Bella se fue, Tanya? —Su voz había permanecido leve. Peligrosamente leve.
Se dio cuenta demasiado tarde de su desliz y luchó por evitar que sus manos cubrieran su boca.
—Estoy segura que debí escucharlo en la oficina, alguien… —contestó precipitadamente, con toda la apariencia de candor.
Sus labios se retrajeron en una sonrisa depredadora.
—No, no lo hiciste. Nadie lo mencionó porque nadie lo sabía. Excepto por los miembros de la familia.
—¡Eso debe ser! Quizás escuché sin querer…
—También lo dudo. Además, nada de ti es sin querer. Déjame explicar por qué estoy aquí, entonces. Vine por la carta.
Dijo eso quietamente, suprimiendo su inclinación a gritar. No quería pensar en Bella ahora. Ni decir su nombre en este lugar. Hacerlo era insípido al igual que distractor.
Tanya abrió su boca dos veces antes de que salieran las palabras.
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