—Todo esto es culpa mía —dijo Bella, cuando Edward y ella empezaron la búsqueda de su hija—. Si no hubiera vuelto…
Edward se puso tenso, pero extendió la mano y le acarició la rodilla.
—Tómatelo con calma —dijo—. Renesmee tiene nueve años… no puede haber ido muy lejos.
Para Bella no era muy reconfortante darse cuenta de que Edward tomaba la carretera que llevaba al parque que había junto al río. El agua estaría helada en aquella época del año. Dominada por el terror, rezó para que Renesmee no hubiera ido allí.
—¿Por qué… el río? —preguntó, cuando Edward aparcó el coche.
—Hemos pasado buenos ratos aquí —explicó él con voz ronca y distante—. Ten cuidado de no caerte con esos zapatos de tacón.
En aquel momento, Bella comprendió que no iba vestida adecuadamente. Bajó del coche con tanta rapidez como Edward, aunque no pudo seguirle el paso. Edward bajó la colina dirigiéndose hacia el área de recreo, muy deprisa. Se puso las manos junto a la boca y gritó:
—¡Renesmee!
Bella lo siguió, caminando lo más deprisa que podía. Sus ojos buscaban por el río, mientras rezaba para que Renesmee no hubiera caído al agua.
Edward anunció:
—No está aquí.
—¿Cómo lo sabes?
—No hay huellas en la nieve —respondió—. Nadie ha estado aquí desde hace días, excepto nosotros —miró la ropa de Bella desdeñosamente. Sin pronunciar palabra, la tomó en brazos y la llevó hasta el coche—. Pesas más de lo que parece.
Bella trató de ignorar lo que sentía estando tan cerca de Edward, a pesar de las circunstancias. Si supiera que Renesmee estaba a salvo en algún lugar, desearía que le hiciera el amor.
—Gracias —dijo.
Al llegar al coche, Edward la dejó en el suelo y suspiró aliviado. Subió al coche y levantó el micrófono. Bella escuchó las respuestas a sus preguntas, mientras se ponía el cinturón de seguridad.
—No la han encontrado en la estación de autobuses —dijo, y miró hacia el río—, no hay señales de ella por ninguna de las carreteras que salen del pueblo.
Bella sintió pánico. Edward puso en marcha el coche y dijo:
—Es probable que todavía esté en algún lugar de Forks.
—Tal vez haya ido a tu casa, Edward. Es muy grande, y es probable que tenga buenos recuerdos de ese lugar.
—Vale la pena intentarlo —dijo él, y tomó la carretera principal.
Durante cuarenta y cinco minutos estuvieron revisando todos los rincones de la mansión Cullen sin encontrar señales de Renesmee por ninguna parte.
Edward preparó un café para Bella, le puso un poco de coñac y se lo dio. Rápidamente, marcó un número de teléfono. Bella adivinó que estaba llamando a la comisaría, con la esperanza de que hubiera alguna noticia.
Se sintió desmayar de alivio cuando él sonrió y le dijo:
—Han encontrado a Renesmee. Fue al restaurante, después de intentar tomar un tren, y está bien.
Bella se apoyó en la mesa. Cerró los ojos y dio gracias al cielo. Iba a dejar la taza de café, pero Edward le dijo:
—Bébelo. Estás muy pálida —la tomó del brazo y la sentó en un banco que había junto a la mesa.
Sabiendo que Edward no la iba a llevar con su hija hasta que lo obedeciera, hizo lo que le pedía. Se sentó en el banco y bebió el café tan rápidamente como pudo. Después, se montaron en el coche de Edward y se dirigieron al pueblo.
En lugar de ir al restaurante, Edward se paró enfrente de la consulta del doctor Vulturi. No había estado allí desde hacía diez años, cuando se enteró de que estaba esperando un hijo de Edward.
—¡Creía que habías dicho que Renesmee estaba bien! —gritó, cuando Edward abrió la puerta principal.
—Jacob la ha traído aquí, para asegurarse —respondió Edward, y le preguntó a la recepcionista—: ¿Dónde está mi hija?
—Dentro —respondió la mujer señalando una puerta.
Renesmee estaba sentada en la mesa de reconocimiento vestida con una bata enorme y abrió los ojos de par en par cuando vio a Edward.
Edward la señaló amenazadoramente y dijo furioso:
—Tienes suerte de que me alegre de verte.
Renesmee miró a Edward y después a Bella y suspiró como una mujer de noventa años.
—Lo siento —dijo.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Bella con más suavidad que Edward. Aunque conocía la respuesta, esperaba estar equivocada.
—Porque no me quisiste. Podría estar llegando a California en este momento si el tren se hubiera parado.
Entonces, el doctor Vulturi apareció por otra puerta. Era un anciano y tenía todo el pelo blanco.
—Hola, Edward —saludó el médico. Dudó y se dirigió a Bella—. Señorita Swan, me gustaría hablar con ustedes en mi despacho.
Edward asintió y le dijo a su hija:
—Todavía no tengo claro que no vaya a darte una tunda, así que no te atrevas a moverte.
Por la cabeza de Bella pasaron muchos recuerdos. En aquel lugar, el médico le había dado la feliz noticia que tendría tan trágicos resultados. Se sintió débil al sentarse en una de las sillas, frente al escritorio del doctor Vulturi. Edward ocupó la otra silla.
El médico cerró la puerta de la oficina y se sentó detrás del escritorio. Suspiró y apretó un botón de su teléfono.
—Maggie, por favor, no me pases llamadas.
Edward se removió incómodo en la silla, se inclinó hacia delante, frunció el ceño y preguntó:
—¿De qué se trata?
—Tengo que confesar algo, y no es fácil hacerlo, Edward Cullen, por lo tanto te agradecería que te mantuvieras en silencio hasta que termine de hablar. Bella, hace diez años, traicioné tu confianza… y mis votos como médico… al llamar a mi amigo Anthony Cullen y decirle que estabas esperando un hijo y que Edward era el padre.
Bella no se sorprendió, pues lo había sospechado hacía mucho tiempo, pero Edward se enderezó en la silla y preguntó:
—¿Qué?
—Pensaba que le estaba haciendo un favor a un amigo —dijo el médico—. Ahora, por supuesto, desearía haberme mantenido fuera del asunto. Si lo hubiera hecho, esa pequeña que está afuera podría haber sido mucho más feliz —suspiró y se inclinó hacia delante—. El juez pensó que era importante que fueras a la universidad, y te casaras bien, Edward; le pagó a la señorita Swan para que se fuera del pueblo.
Edward dirigió una mirada asesina a Bella.
—No se culpe demasiado, doctor —dijo Edward—, el plan no hubiera funcionado si Bella no hubiera aceptado con tanto gusto que la compraran.
Bella deseó creer que Edward no estaba hablando en serio, que estaba demasiado alterado, pero sabía que él hablaba muy en serio. Se sentía demasiado herida para defenderse.
—Bella tenía dieciocho años —indicó el doctor Vulturi—. Era una joven sin padre, no tenía a nadie de su lado —miró a Bella—. No tienes idea de cuánto lamento haber intervenido, querida, o lo mucho que me gustaría haber hecho algo para ayudarte.
Edward se levantó y salió de la oficina. Bella lo siguió, después de dirigirle una mirada de disculpa al médico.
Edward tomó en brazos a Renesmee y la abrazó. La mirada que le dirigió a Bella la hirió como una lanza.
—Tu abogado y tú queréis pelea… y la tendréis —aseguró Edward.
Antes de que Bella pudiera controlar el dolor que sentía y responder, Edward salió, llevándose a Renesmee. El doctor Vulturi le puso una mano en el hombro y dijo:
—Edward es un buen hombre, aunque tenga mal carácter. Reaccionará bien, si le das un día o dos.
Bella asintió y salió. Fue al restaurante de su madre. En su mente escuchaba una y otra vez las palabras de Renesmee: «No me quisiste».
Cuando Renee vio a su hija, se horrorizó. Dio un paso hacia atrás para que ella entrara en el apartamento y dijo:
—Bella, cariño, ¿qué te pasa? Pensaba que estarías contenta por haber encontrado sana y salva a Renesmee…
Bella se sentó en una silla y se quitó los zapatos.
—Tenías razón, tenías razón —repitió.
Renee se inclinó para desabrocharle el abrigo, como cuando era pequeña. Después tomó una manta del sofá y se la puso sobre las piernas.
—¿En qué tenía razón? —preguntó.
—No debería haber venido —dijo, desesperada—. Lo único que he conseguido es hacer sufrir a Renesmee. Se ha escapado porque cree que no la quise. Mamá… podría haberse herido, podría haberle pasado algo terrible…
—¡Sshh!… —la interrumpió Renee con afecto—. La niña se encuentra bien, Bella… eso es lo único que importa —entró en la cocina para preparar té—. Tenías razón, esa pequeña es la viva imagen de Marie Higginbotham.
Bella empezó a llorar. Renesmee no hubiera sufrido si hubiera cumplido la promesa que le hizo al juez y no hubiera vuelto a Forks. Renesmee no solo había sufrido por Rosalie y Emmett, sino también porque sus verdaderos padres le habían fallado.
Cuando Renee entró con el té, unas galletas y una caja de pañuelos desechables, Bella ya estaba más tranquila. Se secó los ojos y se sonó la nariz. Después, aceptó una galleta y el té.
—Hay una solución para todo esto —dijo Renee con voz suave mientras se sentaba en el sofá, frente a ella.
—¿Cuál?
—Edward y tú podríais casaros. Podrías formar una familia.
Bella sacudió la cabeza y dijo:
—Lo admito, mamá… estoy locamente enamorada de Edward. Creo que soy una de esas mujeres que aman el dolor. Sin embargo, no hay esperanza para nosotros. Edward está enfadado conmigo… No puede olvidar que acepté dinero del juez cuando me fui de Forks. Nunca me perdonará.
—¿Por qué no decides eso después de hablar con él y decirle la verdad, Bella? ¿Por qué no le dices que estás enamorada?
—No puedo —respondió, imaginando la escena.
—No parece que estés locamente enamorada —observó Renee.
Bella suspiró.
—¿Sabes, mamá?, me gustaría ser como tú. Has sufrido mucho en la vida, pero has sido valiente. Has continuado tu camino, y aquí estás, con un negocio propio y un hombre que te adora.
—¿Crees que nunca he huido de un problema? —preguntó Renee y arqueó las cejas—. Si lo piensas, no tienes muy buena memoria. Cuando llegamos a Forks, Jasper, tú y yo escapábamos de una situación muy mala.
—Pero empezaste de nuevo, hiciste lo mejor. ¿Qué harías si estuvieras en mi lugar?
—¿Sabiendo lo que ahora sé? Me acercaría a Edward Cullen y le diría que lo amo. Después, encontraría la manera de establecer algún tipo de relación con Renesmee.
Bella dejó la taza de té. No era tan valiente como su madre, no podía soportar el odio de Edward ni saber que le había hecho a su hija más mal que bien. Lo mejor sería irse. Las heridas de Renesmee sanarían, y quizá, también las suyas. Apartó la manta y se levantó.
—Será mejor que me vaya a casa. Tengo cosas que hacer.
—Te llevaré —dijo Renee y fue a buscar su abrigo.
—No hace falta, mamá. Tengo el coche en el banco.
—No estás en condiciones de ir hasta allí —insistió Renee—, además, has echado a perder tus zapatos. No creo que se sostengan en tus pies.
Bella aceptó las zapatillas que le dio su madre. Obediente, la siguió hasta su coche.
Renee la llevó directamente a su apartamento. La desnudó, como si fuera una niña, le puso un camisón de franela, encendió la calefacción y la metió en la cama. Le llevó una taza de zumo de limón, agua y miel, caliente, y dos aspirinas.
—No estoy enferma —protestó.
—Lo estarás, si alguien no te cuida —respondió su madre con firmeza. Salió de la habitación, y Bella la oyó hablar por teléfono, informando a Phil de que iba a pasar la noche en casa de su hija.
Cuando Bella terminó la bebida, se acurrucó debajo de las sábanas y cerró los ojos. Pensaba descansar solo unos minutos. Pero cuando despertó comprendió que habían pasado horas. Su madre estaba canturreando villancicos y desde la cocina llegaba un aroma exquisito.
Bella se levantó de la cama y fue a la cocina. El árbol estaba encendido. Se sentó ante la mesa y dijo:
—Hola.
Renee le besó la frente.
—Hola, cariño. He preparado tu cena favorita… espaguetis con albóndigas.
Bella suspiró.
—¡Qué sorpresa! No tenía casi nada en la despensa… pensaba ir de compras esta noche, después del trabajo.
—Phil me he hecho el favor de ir al supermercado —dijo Renee.
—Deberías haberle dicho que se quedara a cenar —señaló Bella, sintiéndose culpable.
—Lo he hecho. Pero ha dicho que necesitábamos tiempo para estar juntas. Lo ha dicho él, no yo.
—Es un gran hombre —manifestó Bella—. Creo que si no te quisiera tanto, estaría celosa.
Renee sonrió.
—Podrías descubrir que Edward es un gran hombre si lograras romper toda esa hostilidad y descubrir cómo es en realidad.
—Para eso se necesita tener un alma más valiente que la mía —dijo—. ¿Qué te hace pensar que Edward es tan maravilloso? Cualquier madre lo odiaría por haber dejado embarazada a su hija adolescente.
Después de servir dos platos de espaguetis con albóndigas y llevarlos a la mesa, Renee fue a buscar el pan y la ensalada. Se sentó a la mesa y respondió:
—Edward ha tenido más privilegios que Jasper y tú, pero no ha sido tan feliz. Primero murieron sus padres, después perdió a la joven que amaba y luego Emmett y Rosalie murieron en ese accidente de aviación. Presiento que teme que te enteres de lo mucho que todavía le importas, y piensa que desaparecerás otra vez si te confiesa lo que siente.
Bella se mordió el labio para evitar llorar.
—¿Qué te hace pensar que todavía me ama?
—Cuando volviste a casa, la primera mañana, no te quitaba la vista de encima. Su ira dice mucho también. La furia no es lo opuesto al amor, Bella… la indiferencia sí. A Edward no le eres indiferente.
Bella recordó la noche que fueron a cenar y terminaron haciendo el amor en el coche de su abuelo. Su pasión era en parte ira, pero quiso complacerla. Sin embargo, cuando terminó, las cosas no habían cambiado.
—Asúmelo, mamá. Tenía razón al principio… Debería haberme alejado de Edward y de Renesmee. Cuando te cases, podré irme a San Francisco. Realmente lo he echado todo a perder.
—No estoy tan segura, querida. Una niña necesita a su madre, y no hay duda de que Renesmee ha estado muy sola, aunque Edward e Irina hayan hecho todo lo que han podido por ella.
—Las niñas mayores también necesitan a sus madres —dijo Bella, agradeciendo que su madre estuviera a su lado cuando la necesitaba.
Renee durmió en el sofá de Bella, que descansó mejor sabiendo que no estaba sola. Por la mañana, estaba decidida a marcharse de Forks.
Como le llevaría tiempo preparar todo, aquella mañana no dijo que iba a dejar de trabajar en el banco. Se dedicó a trabajar y evitó hablar con nadie. Todos, desde el señor Stanley hasta el último empleado, se preguntaban qué había pasado el día anterior.
Después del trabajo, fue hasta el centro comercial de Port Angels, compró regalos de Navidad para Renesmee, Alice, Irina, su madre y Phil. Había perdido toda la ilusión por las fiestas, y los villancicos le producían tristeza.
En su casa, envolvió los regalos con cuidado, y los colocó debajo del árbol. Sonó el timbre, y al abrir la puerta, se encontró con Edward.
—Renee me ha dicho que piensas irte —dijo. Bella asintió. Sabía que debería decir algo, pero no se le ocurría nada—. ¿Puedo entrar?
Sin poder hablar, se apartó de la puerta y Edward entró. Bella esperaba que cuando viera el regalo con el nombre de Renesmee dijera que su hija no necesitaba recibir regalos suyos.
Edward se limitó a decir:
—Bonito árbol.
—Gracias —respondió Bella cruzándose de brazos.
—Renesmee está bien —dijo él y se volvió para mirarla.
—Bien —dijo Bella, y suspiró.
—Supongo que será mejor que te vayas de Forks.
Bella deseó poder contener las lágrimas. Le quedaba tan poco orgullo…
—Supongo —respondió.
Edward dio un paso hacia ella. Había una expresión de ternura en sus ojos.
—Bella —murmuró. Era una súplica, una reprimenda, un grito de furia, un beso. Le rodeó la cintura.
Bella gimió de desesperación, pues sabía que deseaba a Edward tan intensamente como siempre.
Edward la besó y Bella le rodeó el cuello con los brazos. Él le puso las manos en la espalda y la apretó contra su cuerpo, mientras la besaba.
—Edward… —murmuró, cuando finalmente terminó el beso, pero Edward no la escuchó. Le sacó la camiseta por la cabeza, y Bella se lo permitió; sabía que aquélla sería la última vez y la recordaría el resto de su vida.
Edward le bajó el sostén, sin molestarse en desabrocharlo, dejándolo alrededor de su cintura. La levantó de manera que sus senos quedaron a la altura de su cara. Bella lo abrazó con las piernas y movió la cabeza hacia atrás, gimiendo de placer, cuando sintió su boca tibia en el pezón.
Edward la acariciaba apasionadamente, como si nada fuera suficiente. Le acarició y besó los dos senos y después la llevó al dormitorio y la depositó en la cama, con las caderas en el borde del colchón.
Bella se aferró a las sábanas cuando Edward le quitó los pantalones y las bragas. Acto seguido, él acercó su boca y la acarició en lo más íntimo. Ella arqueó la espalda y le clavó los dedos en la espalda. Lo último que le quedaba de orgullo desapareció convertido en cenizas al calor de la pasión.
Bella murmuró:
—Edward… oh, sí… por favor… Edward…
Él la acarició con la lengua, y la dejó temblorosa en la cama, mientras se desnudaba. La poseyó con pasión, y Bella respondió de la misma forma. Edward enterró la cara en su cuello y se movieron como si fueran un solo cuerpo.
Bella se aferró a él, desesperada por sentir su placer, y gimieron juntos, en la oscuridad de la noche.
La pasión dominó por completo a Edward, que temblaba con violencia. Bella pronunció su nombre y le besó la cabeza.
—Siempre podremos recordar esto —dijo él, mucho tiempo después, mientras recogía su ropa.
Bella se cubrió con las sábanas hasta la barbilla y miró el techo. Necesitó reunir toda su fuerza para decir:
—Adiós, Edward.
Necesito el próximo capítulo cuando será la siguiente actualización
ResponderEliminarHermosa historia mucha gracias por el capítulo siempre estoy pendiente
ResponderEliminarGracias por el capitulo
ResponderEliminarAl igual que el comenyario de arriba, siempre estoy al pendiente de las actualizaciones
Hay no por q tiene q ser así ... gracias por el capituló me encanta la historia, ojalá y subas pronto el siguiente capituló... xoxo ��
ResponderEliminarGracias 😉
ResponderEliminar😨😨 en serio va a dejar que Bella se vaya??? Espero que recapacite y vuelvan juntos... porque después de todo esto que pasaron, no se merecen ser miserables y estar separados!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Gracias por otro maravilloso capitulo,solo espero q alguno d los dos recapacite y puedan estar juntos.
ResponderEliminar😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱
ResponderEliminarEste par los voy a meter en un cuarto con una sola puerta y perder la llave asta que se digan todo y dejen de ser tontos y se digan lo mucho que se quieren 😉😜😍❤😘💕 gracias
ResponderEliminarMe da rabia con Edward. Y Bella también se pasa de boba. Ojalá Renessmme vaya a hablar con ella y Bella le diga cuanto la ama.
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