—Querida, siéntate por favor y deja de mirarme de esa manera. ¿Es que no podemos discutir esto como dos personas civilizadas sin llamar la atención de las enfermeras?
Bella titubeó, pero finalmente aceptó la silla que Esme le ofrecía, sin dejar de mirarla, con ojos acusadores.
—Está bien, lo discutiremos. Pero en primer lugar, quiero que me digas por qué me mentiste en relación con mi padre.
—¿Yo? Yo no te mentí acerca de tu padre. Según recuerdo, nunca hablamos de las circunstancias de su muerte.
—Hablamos de su muerte... del funeral...
—Sí, me dijiste que le habían hecho una autopsia.
—Efectivamente, la hicieron, y me dijeron que mi padre había muerto debido a una sobredosis de droga.
—Así fue.
—Sí, pero omitieron decirme que tenía cáncer.
—No sabía que fueras de las personas que les gusta revisar los papeles ajenos, Bella. ¿Qué otra cosa averiguaste mientras hurgabas en mi escritorio?
—Yo no... revisé tu escritorio. Fue Edward el que sacó los cajones cuando buscaba su acta de nacimiento... y yo volvía a guardar todo en su lugar.
—Entiendo. ¿Y qué debía hacer yo? Decirte en cuanto llegaras que tu padre padecía una enfermedad incurable? ¿Que se había quitado la vida para ahorrarse más dolor?
—No fue así. Yo conozco... conocía a mi padre. Tú no entiendes cómo eran las cosas. Las medicinas eran sumamente caras...
—Y él un jugador empedernido —declaró Esme, brutalmente—. Estás defendiendo a un hombre que puso en juego tu futuro.
—Él pensó que te conocía, pensó que te podía importar... —Bella estaba muy pálida.
—Y me importó. Te escribí... te ofrecí mi casa. ¿Qué otra cosa podría haber hecho.
Frente a este hecho Bella no podía decir nada, y Esme siguió diciendo:
—El hecho de que Edward te haya estado llenando la cabeza con sus propios problemas, no es razón para que vengas a criticarme. Está bien, tal vez debí decirte que tu padre estaba muy enfermo, pero, ¿qué hubieras hecho? ¿Te hubiese hecho sentir mejor? ¿Te sientes mejor ahora que sabes la verdad?
Bella abrió la boca para hablar, pero la volvió a cerrar. Una vez más, Esme había escogido el ataque más correcto. ¿Se sentía mejor? ¿Acaso el hecho de que su padre se estuviera muriendo y no se lo hubiese querido decir a ella la entristecía menos? Sinceramente, tenía que reconocer que no era así, y Esme hizo uso de la ventaja obtenida.
—¿Entiendes ahora? —dijo en tono triunfante—. Tengo razón. Estabas empezando a superar la muerte de tu padre, y tal vez algún día, cuando hubiera pasado bastante tiempo, te hubiese enseñado la carta que me escribió.
Esme le acarició un brazo.
—¿Has sido muy infeliz en casa? —preguntó en tono muy amable, y con un sentimiento de frustración, Bella se dejó acariciar—. Entonces olvidemos todo este asunto. Y también a Edward. Más tarde hablaré con él.
—Debiste haberme dicho —persistió Bella—, que Edward era tu hijo.
—Preferí guardar ese asunto para mí —interrumpió Esme—. Después de todo, apenas nos conocíamos, y además... no me siento muy orgullosa de ese incidente.
—Entonces, ¿por qué le obligaste a vivir contigo? ¿Por qué no le dejaste en paz? Él estaba contento...
—Por lo que veo te ha estado contando sus desgracias.
—No fue Edward, fue Carmen la que me lo dijo. Me dijo todo...
—Oh, Dios, eso me temía. Siempre sintió un absurdo afecto por el muchacho. Ella me cuidó mientras yo estaba embarazada, y después me acompañó a Inglaterra. Si hubiera sido por ella, me tendría que haber quedado con él. Tal vez hubiese sido mejor de esa manera. Quizás Carlisle lo hubiera visto crecer, lo hubiese encontrado irresistible. Ahora está embelesado con él.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿Qué? ¿Hacer que viviera conmigo? Quería ver sufrir a Carlisle, verlo temblar cada vez que viera a Edward. Fue un nombre muy apropiado. ¿No lo crees? Edward... Judas... yo insistí en llamarle así.
—¿Pero por qué Lord Cullen le dio trabajo?
—Ah... eso fue debido a una excelente jugada mía. Yo sabía que Carlisle estaba buscando un asistente, y le dije que conocía a un muchacho que podría ocupar muy bien ese puesto. En cuanto vio a Edward supo perfectamente quién era... el parecido es muy grande, al menos para nosotros. Y bueno... de esa manera Edward consiguió el trabajo. No creo que Carlisle se hubiera podido negar después de verle.
—Y Edward sabía...
—No en aquel momento —Esme parecía estar molesta por esa pregunta—. Pero más tarde... se lo dije... y no me defraudó.
—Pero fue una jugarreta muy sucia...
—¿Por qué? Él me debía mucho...
Bella bajó la cabeza. La imagen que había tenido, hasta el día anterior, de su tía, se había derrumbado. Sentía que ya no la conocía... y tampoco estaba segura de querer conocerla más a fondo.
—Estoy pensando en irme por un tiempo, Esme —dijo levantando la cabeza, desafiante—. A Londres... con Irina... mi amiga que es enfermera. Ha estado enferma y quiero estar con ella.
—Muy bien —contestó Esme, encogiéndose de hombros en un gesto de aceptación—. ¿Y cuándo volverás?
—No lo sé. No sé si volveré.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? Claro que volverás. Dentro de tres semanas será el rodeo y sé que Jasper está planeando...
—No me interesa lo que Jasper esté planeando hacer. Ahora empiezo a entender lo que tenías en mente. Quieres que me case con Jasper, ¿no es así? Para vengarte de toda la humillación que sufriste...
—¿Y acaso es algo tan espantoso o descabellado?
—No funcionaría, Esme. No amo a Jasper.
—¡Amar! ¿Qué es el amor? Yo amé a su padre, y mira de qué me ha servido.
—De todas maneras, yo no me quiero casar con Jasper. No me interesa su dinero ni su título...
—Supongo que prefieres vivir en un barrio mediocre y cuidar a una docena de niños chillones.
—Si amara al padre de esos niños, por supuesto —respondió Bella.
—¡Qué desperdicio! —Esme hizo una mueca—. Con tu apariencia...
—¿Fue entonces cuando ideaste el plan, Esme? ¿Cuándo viste mi fotografía? Me pregunto qué hubieras hecho si yo hubiera sido gorda y sin gracia.
—¿Quién sabe?
Bella se puso de pie.
—Me voy, Esme —y cuando vio que la otra mujer no contestaba, impulsivamente se inclinó y le besó una mejilla—. Gracias por todo, no sé cómo voy a pagarte. Pero te enviaré dinero en cuanto tenga trabajo.
—No quiero tu dinero. ¿Le has dicho a Edward que te vas? —hizo una pausa y añadió— Creo que deberías hacerlo.
—No. Pienso que él y yo no tenemos más que decirnos el uno al otro. Cuando le veas dile que le deseo mucha suerte... por si no lo veo antes de irme.
*
*
*
Era más tarde de la medianoche cuando el tren de Bella llegó a la estación de Paddington, y más de la una y media cuando el taxi se detuvo en la puerta del apartamento de Irina.
Después de salir del hospital no había ido a Knight's Ferry, ya que la idea de encontrarse con Edward y que él se riera de ella o le demostrara su desprecio después de saber que lo amaba, le resultaba insoportable. Por eso llamó por teléfono a Carmen y le contó lo que había decidido hacer. No le aclaró más ya que la mujer no pareció estar de acuerdo con ello.
—Cuídese, señorita —le dijo el conductor del taxi—. No es bueno que una mujer ande sola a esta hora de la noche. ¿Está segura de que su amiga la está esperando?
—Sí, lo estoy —mintió Bella rogando que Irina estuviera en casa—. Y muchas gracias...
Bajó los escalones con cierto recelo, ya que era sabido que los ladrones solían tender trampas en esos lugares oscuros. Por eso, al ver que algo se movía en las sombras y que una mano le aferraba el hombro, se asustó.
—Tranquilízate, soy yo —la voz inconfundible de Edward ahogó el grito que estaba a punto de lanzar y le miró, incrédula.
—¡Edward! —exclamó pasando los dedos por su chaqueta de cuero—. ¡Oh, Edward! —repitió al sentir una terrible debilidad en todo el cuerpo.
—¿En dónde has estado? Hace horas que te espero. Hasta llegué a pensar que te había pasado algo.
—Perdí el tren de Swindon, y el siguiente paraba en todas las estaciones. Pero... ¿Qué haces aquí? ¿Te ha mandado Esme?
—No, nadie —respondió, poniéndose tenso—. ¿Tienes una llave o tendré que estar aquí toda la noche?
—¿No está Irina?
—¿Te refieres a la chica que vive aquí? Claro que está. Pero no me conocía, y tampoco sabía que ibas a venir a verla. Creo que pensó que le estaba inventando un cuento para saber si estaba sola, y por eso no me dejó entrar a esperarte.
—Pobre Irina —rió Bella, y sintió que las manos de Edward le rodeaban el cuello.
—¿Y qué me dices de mí? Te he estado esperando desde las nueve de la noche. Créeme que estás en deuda conmigo por el mal rato que me has hecho pasar.
—No comprendo—dijo Bella, temblando.
—Supongo que no, y no pienso darte explicaciones aquí. Toca el timbre o golpea la puerta... estoy helado.
—¿Y tu coche?
—Está aparcado un poco lejos. Por aquí no hay donde dejarlo, y no podía correr el riesgo de no verte y que tu amiga me dijera que no deseabas hablar conmigo.
—Yo no hubiera hecho algo semejante —respondió Bella, conteniendo el aliento.
—¿En serio? —la voz de Edward parecía más profunda—. No te hubiera culpado, ya que fui bastante cruel contigo esta mañana. Lo que sucede es que me volviste loco...
Bella levantó un dedo y lo posó sobre los labios de Edward para silenciarle, pero él le dio vuelta la mano y le besó la palma.
—Dios mío, Bella. Creí enloquecer cuando supe... —y la besó en los labios.
—Te vas a enfriar —le dijo ella en cuanto tuvo la boca libre, y en ese momento se abrió la puerta del apartamento.
—Bella... Bella... ¿Eres tú?
—Sí—respondió soltándose de los brazos de Edward—. Irina, abre que hace mucho frío aquí afuera.
—¿Estás sola?
—No, Edward está conmigo... es el hombre que habló contigo hace unas horas. ¿Podemos entrar?
Irina titubeó unos instantes, pero por fin, la joven abrió la puerta del todo.
—¡Hola! —exclamó Bella, abrazándola—. ¿Cuánto tiempo sin verte? Siento mucho aparecer así de pronto, pero es una historia muy larga.
Irina miró a Edward que entraba en ese momento, y cerraba la puerta, y de inmediato volvió la vista hacia su amiga.
—¿Qué sucede? Tú me dijiste que no podías venir, Bella. No he creído a tu amigo cuando me ha dicho que venías hacia aquí.
—Es comprensible —comentó Edward con las manos metidas en los bolsillos—. Además no he tenido tiempo de afeitarme, por lo que debo tener un aspecto bastante desconfiable.
Bella lo miró, pero para ella, la sombra oscura de la barba sólo lo hacía más atractivo. La mirada que intercambiaron la alteró tanto que le costó trabajo poner atención a lo que decía Edward.
—Yo no sabía quién era. Tú nunca me contaste que Esme tuviera un hijo.
—Es que no lo sabía —respondió Bella después de lanzar un suspiro—. Esme no me lo dijo.
—Es un asunto complicado —intervino Edward y mirando a su alrededor preguntó—: ¿No tienes un poco de whisky? Para entrar en calor...
—Sólo sherry —contestó Irina, tímidamente—. ¿Quieres?
—Sí, gracias —y mientras Irina iba a la cocina a buscar la botella y la copa, Bella se acercó a Edward.
—¿Tienes mucho frío?
—Nada que tú no puedas curar. Bella, necesito hablar contigo. ¿Podemos estar un momento solos?
—Hay una sola habitación que comparto con Irina —respondió Bella sintiendo que se le aceleraba el corazón.
—No la compartirás esta noche —dijo él mirándola con fijeza, y Bella tembló.
—Es que no podemos... no aquí...
—Lo sé —respondió Edward impaciente, cogiendo las dos manos de ella y colocándolas detrás de su espalda—. Pero quiero pasar la noche contigo, aunque sea sentados en sillones.
—¡Oh, Edward! —exclamó Bella, deslizando las manos por las caderas masculinas.
—No hagas eso —le reprochó él alejándola de sí cuando regresó Irina.
—Aquí nosotros... Oh, lo siento.
—Está bien, Irina. ¡Pasa! —exclamó Bella volviéndose hacia su amiga que le daba dos copas de sherry—. Está delicioso —comentó al probarlo—. Es mejor que el que usabas para cocinar cuando yo vivía contigo.
—Os dejaré solos —comentó Irina después de reír—. Me doy cuenta de que tenéis mucho de qué hablar.
—Oh, Irina...
—Lo digo en serio. El señor Platt puede quedarse también a pasar la noche si gusta. Pero tendrá que dormir en el sofá.
—Gracias, Irina.
Edward sonrió, y por un momento Irina quedó admirada de su fascinación, pero de inmediato reaccionó y salió de la habitación.
Ya solos, Edward dejó la copa de sherry sobre una mesa y se sentó en el sofá.
—Dios mío, ¡cuánto lo necesitaba! —exclamó frotándose los ojos, y Bella terminó su copa antes de arrodillarse a su lado.
—¿Estás bien? —pregunto obligándole a que la mirara.
—Ahora sí —respondió él después de un suspiro—. Siempre que me perdones.
—¿Perdonarte? Creo que la culpa fue mía ya que no debí sacar conclusiones precipitadas.
—¿Por qué no? Era lo que Esme pretendía. O al menos no deseaba que te fijaras en mí cuando ella apuntaba en otra dirección.
—Jasper —dijo Bella en voz baja.
—Jasper —asintió él.
—Estaba perdiendo su tiempo.
—¿De veras? —la miraba a los ojos.
—Lo sabes bien.
—Sé que me odiabas por haberte seducido.
—Porque me hacías sentir culpable —protestó Bella—, porque pensaba que...
—Lo sé. Te aseguro que hubo momentos en que odié a Esme.
—Podrías haberme dicho la verdad —dijo ella, aflojándole el nudo de la corbata.
—¿Y cómo lo iba a hacer cuando pensé que eras igual que ella? Yo la creí cuando me dijo que Jasper te resultaba atractivo. Agregó que no debía hacerme ilusiones contigo porque no pondrías tus ojos ti un pobre empleado, cuando el dueño de las tierras estaba loco por ti.
—¡Eso te dijo!
—Algo semejante —Edward se recostó sobre el respaldo—. ¿Hablabas en serio esta mañana?
Bella estaba demasiado asombrada como para poder expresar sus sentimientos, por eso preguntó:
—¿Cuándo te lo dijo? ¿Y por qué?
—¿Por qué crees? —Edward le acariciaba la nuca—. ¿Sabes una cosa? Ella tenía razón al decir que eras hermosa.
—Edward —Bella tembló al sentir las caricias—. Sólo has respondido a la mitad de mi pregunta.
—Mmm. ¿Cuándo? Muchas veces... por ejemplo la noche de la fiesta.
—Os oí discutir, pero pensé que era porque no te apetecía.
—No quería ir. No quería presenciar el inicio de tu relación con Jasper.
—Mi «supuesta» relación.
—Está bien, pero de todas maneras tuve que soportar ver cómo imbécil de McCartyn te desnudaba con los ojos.
—¿Eso hacía?
—Sí, y por eso decidí que había llegado el momento de hacer algo al respecto.
—Pero te fuiste con Rosalie. Pobre muchacha... está loca por ti.
—Ya no. Le dije la verdad, por eso Esme estaba tan disgustada.
—Ahora entiendo —Bella recordó el rostro lloroso de Rosalie y el trato amable que le dispensó después del accidente.
Al menos, Rosalie ya no era su enemiga.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Edward cogiendo el rostro de Bella entre sus manos y besándola suavemente—. Bella, Bella. ¿Cómo haré para dormir contigo sin amarte? ¿Realmente crees que a Irina le importe?
—Podríamos buscarnos un cuarto —respondió ella.
—¿Qué estás diciendo, señorita Swan? —se burló Edward, y Bella se sonrojó.
—Sólo... pensé...
—Sé lo que pensaste. Y créeme que nada me gustaría más. Pero si tengo que convencer a tu amiga de que mis intenciones son honorables, creo que no debería empezar por llevarte a un hotel.
—¿Honorables? —preguntó Bella, incrédula, negándose a aceptar lo que estaba escuchando.
—¿Qué habías pensado? —inquirió él, tomándole las manos entre las suyas—. ¿Tanto te llama la atención?
—Bueno... sí... no... En realidad nunca soñé que fuera posible.
—¿Qué fue lo que no soñaste?
—No... no tienes obligaciones conmigo... sólo porque anoche... —Bella inclinó la cabeza.
—¿Es que no quieres casarte conmigo? —Edward estaba muy serio y ella le miró confundida.
—Yo... yo...
—Pensé que me amabas.
—Y es verdad, te amo, pero tú nunca dijiste...
—Oh, Dios. ¿Qué te amaba? Pensé que era evidente. ¿No te lo dije aquella mañana en la biblioteca?
—¿Qué mañana?
—¡La mañana después del accidente de Esme! —exclamó Edward impaciente—. La mañana que te conté la relación que tuvo con mi padre.
—Tenías razón respecto a que mi padre le escribió antes de morir. Tenía cáncer. ¿Lo sabías?
—Ella me lo dijo. Bella...
—Tú... tú me... dijiste que... te importaba.
—¿Y eso no significaba nada para ti?
—Sí. Pero pensé que sólo tratabas de herir a Esme.
—Oh, Dios mío. Todo lo que ha hecho esa mujer —Edward cogió n brazo de Bella y lo puso sobre sus rodillas—. ¿Por qué pensaste que estaba tan enfadado contigo después? Pensé..
—... que Esme había tenido razón respecto a mí.
—Sí —levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Hasta anoche.
—¿Por qué cambiaste de idea?
—No cambié, al menos no en un primer momento. Debo reconocer que estuve oyendo cómo te despedías de Jasper. Había tomado unas cuantas copas durante la tarde, y cuando te vi entrar y subir la escalera, creo que perdí la cabeza.
—Me alegro de que así haya sido —dijo Bella, abrazándole.
—Yo también, aunque debo confesar que he pasado unos momentos muy desagradables tanto ayer, como hoy.
—¿Por qué?
—¿Cómo, por qué? Después de que me acusaste de haberte violado.
—Eso fue cuando me comporté como una tonta.
—¿Y después?
—Mmm —Bella encogió los hombros—. Tú sabes cómo fue.
—Sí, sé cómo fue. Y tú sabes cuánto te amo. Y te aseguro que jamás utilizo esa palabra con ligereza.
—Edward... —Bella lo besó con pasión—. No sabes cuánto me alegra que me hayas seguido.
—Aunque no lo creas, fue Carmen la que lo sugirió. Cuando llegué a casa y supe lo ocurrido, no sabía qué hacer. Me sentí culpable.
—Oh, Edward.
—... pero Carmen parecía sospechar que estabas muy mal por lo que Esme había hecho.
—Es verdad, se lo dije esta tarde.
—Lo sé. Llamé al hospital y hablé con ella antes de partir. No le dio su bendición, pero pareció resignada.
—Ella me pidió que te dijera que me iba.
—¿Ah sí? Pues sabiendo lo que sentía por ti... creo que fue bastante magnánimo de su parte.
—¿Ella sabe?
—Claro que lo sabe. ¿Por qué crees que le pidió a mi padre que hiciera aquella fiesta? Cuando llegaste a Knight's Ferry estaba segura de poder tomarse el tiempo necesario para acercarte a Jasper. Pero no es tonta y se dio cuenta de lo que sucedía entre nosotros, y tuvo miedo de que yo hablara antes de tiempo.
—Sin embargo te dijo que yo no me iba a fijar en ti...
—Supongo que mi debilidad hizo que la creyera, y además me costaba aceptar que pudieras elegirme a mí y no a Jasper.
—Edward —Bella le miró con reproche.
—Ya sé, pero es la verdad. Yo no puedo darte el tipo de vida que te daría Jasper. Tengo un poco de dinero... pero comparado con él...
—No me interesa Jasper ni su dinero, y no me importa qué hagamos o dónde vivamos con tal de estar juntos. Después de vivir años con mi padre, estoy acostumbrada a tener poco dinero.
—No será tan grave. Mi padre me ha dicho que cuando me quiera casar me regalará una casa en sus tierras. Tengo derecho... todos los trabajadores del feudo lo tienen.
—¿Crees que a ella le importe que vivamos tan cerca?
—¿Sabes? Sospecho que se le pasará el enfado mucho antes de lo que imaginamos. No es tan mala persona. Mi padre se portó muy mal con ella después de todo.
—Eres muy comprensivo —dijo Bella cogiéndole el rostro entre sus manos.
—Puedo darme el lujo de serlo. Tengo lo que quiero. Y ahora propongo que me permitas pasarme a una silla para que te puedas dormir en el sofá.
—No, no me dejes. Podemos compartir el sofá —y mientras hablaba se acurrucó a su lado—. Hay lugar suficiente para los dos, Edward. Quiero sentir tus brazos a mi alrededor.
Edward titubeó un segundo, pero finalmente apagó la luz y se acostó de tal manera que la espalda de Bella quedaba contra su pecho.
—¡Y si tu amiga entra y nos sorprende —preguntó mientras la abrazaba, y Bella suspiró.
—No estamos haciendo nada malo —afirmó y se le acercó más.
—¿Tu amiga se irá a trabajar mañana por la mañana? —preguntó momentos antes que Bella se durmiera.
—No, Irina ha estado con gripe, y en el hospital no le permiten trabajar hasta que esté recuperada del todo.
—¿Es enfermera?
—Sí, jefe de sala. ¿Por qué?
—Pensé que tal vez tuviera ganas de quedarse en Knight's Ferry mientras estamos de luna de miel. Después de todo, Esme necesitará una enfermera cuando regrese del hospital.
*
*
*
Seis semanas más tarde, Bella y Edward regresaron a Knight's Ferry. Edward había dejado su coche en el aeropuerto cuando viajaron a Hawái hacía tres semanas, y después de pasar unos días en Londres regresaban a la casa. Lord Cullen se había mantenido fiel a su palabra de regalarle una casa a Edward cuando se casara, pero contrariamente a lo que esperaban, no era una casa vieja, sino una que se estaba construyendo y a gusto de ellos. A Esme no le había gustado la idea, porque decía que Knight's Ferry sería de Edward cuando ella muriera, pero se tranquilizó cuando él le dijo que esperaba verla vivir muchos, muchos años, y que sus nietos necesitarían un lugar en donde quedarse cuando él y Bella se fueran de viaje. Ahora, ya se había resignado al matrimonio, y se dedicaba a planear la vida de sus nietos.
—Tal vez tenga un nieto mucho antes de lo que espera —comentó Bella, apoyando la cabeza en el hombro de Edward.
—Sí —afirmó Edward, observándola detenidamente—. ¿Cómo te sientes? Estabas muy pálida antes de comer.
—Me siento bien, tal vez me haya sentado algo mal.
—¿Y si no fuera eso? ¿Te importaría?
—¿A ti?
—¿A mí? —Edward la miró con ternura—. ¿Amor, cómo me va a molestar que tengas un bebé si disfrutamos tanto al hacerlo?
—¡Edward! —exclamó ella en tono reprobatorio.
—¿No es verdad? Te aseguro que tengo las cicatrices que lo comprueban. En serio, Bella. ¿Qué piensas de esto? ¿Crees que he sido egoísta? ¿Hubieras preferido que tomáramos precauciones?
—No te hubiese dejado hacerlo —aseguró Bella mientras le acariciaba la nuca—. Además, si estoy embarazada, me temo que el daño fue hecho antes de ir a Hawái.
—¿Y no te molesta?
—¿Molestarme? Querido, quiero a tu hijo, es parte tuya —le miró a los ojos—. Te amo, Edward. No sé cómo pude vivir tantos años sin ti.
—No deberías decir cosas así cuando estamos en una carretera a ciento cincuenta kilómetros por hora, y no puedo hacer nada al respecto. Pero cuando lleguemos a casa...
—Veremos cómo le ha ido a Irina —afirmó Bella provocativamente y riendo al ver la exclamación frustrada de él.
*
*
*
Una semana más tarde, el embarazo de Bella parecía un hecho a juzgar por los malestares matutinos. El sábado por la mañana, al despertar junto al cuerpo tibio de su marido, Bella se sorprendió al ver a Carmen parada junto a la cama, con una bandeja en la que había té y galletas.
—Es muy amable de tu parte, Carmen —sonrió mientras se incorporaba contra las almohadas cubriéndose con la sábana—. Pero últimamente...
—Lo sé —Carmen puso la bandeja sobre la mesa de noche—. No ha soportado el café. Se lo he oído comentar, por eso le he traído té y galletas para solucionar el problema.
—Bueno... yo no sé...
—Pruébelo, querida —insistió, cuando Edward abría los ojos, y Bella no tuvo más remedio que aceptar.
—¿Qué hora es? —preguntó Edward tratando de alcanzar su reloj, pero Carmen lo detuvo.
—Son más de las nueve, y esta jovencita no pondrá un pie fuera de la cama hasta que no se haya comido unas galletas y se haya bebido el té.
—Pues yo no pongo ninguna objeción —dijo él besándole un hombro—. ¿Y tú?
Bella podía sentir que sus sentidos respondían a la caricia de su marido a pesar de la presencia de Carmen, pero de todas maneras hizo lo que le había recomendado la mujer.
—Muy bien —Carmen estaba satisfecha cuando retiró la bandeja—. Ya no le dará más problemas matutinos este niño. ¿Lo sabe la señorita Platt?
—No, no lo sabe. ¿Cómo lo sabe usted?
—Pues... cuando una jovencita comienza a vomitar el desayuno todas las mañanas y lleva menos de tres meses casada, no hay que buscar mucho para encontrar el motivo.
—Supongo que me estás echando a mí la culpa —comentó Edward.
—Oh, no. Es una joven fuerte y hermosa y no tendrá problemas. Pero usted no la ande molestando, porque necesita descansar.
—Gracias, Carmen —dijo Edward, sonriendo.
—Ya verá lo bien que le va a sentar hoy el desayuno, les veré más tarde.
En cuanto se cerró la puerta, Edward miró a su esposa y de pronto se levantó de la cama y fue hacia la ventana. Bella, sorprendida por su reacción, le siguió.
—¿Qué sucede? —preguntó abrazándole por la espalda—. Vuelve a la cama.
—Eso que dijo Carmen en cuanto a que necesitas descansar... ahora que estamos seguros...
—No seas tonto —dijo Bella, besándole el hombro—. Es posible que Carmen tenga algunas ideas muy buenas... ahora que lo pienso no tengo náuseas, pero es un poco anticuada. Además —agregó acariciándose el vientre—, si piensas que mi estado significa más para mí que tú, estás muy equivocado.
—Amor, no quiero lastimarte —le confesó Edward volviéndose para mirarla con una mezcla de ternura y pasión.
—Entonces, llévame otra vez a la cama —y con un gemido de protesta Edward accedió.
—Te amo tanto... —murmuró—. No te puedo dejar sola...
—Sigue amándome —susurró Bella y Edward respondió:
—Por el resto de mi vida...
Historia Original
Anne Mather - Corazón ardiente
Awwww es un final muy lindo, porque por fin pueden ser felices juntos!!!! bueno, ahora con un integrante más de la familia, jajajaja
ResponderEliminarMenos mal que ya todos los malentendidos están terminados, y ahora pueden llevar una vida feliz, con todo lo que necesitan!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO