Mi lugar en el mundo 8



—Sí.

—¿Pero por qué?

—Hay muchos motivos.

—Dime uno.

—Tu salud.

—¿Crees que mi salud mejorará si me quedo embarazada? Pero eso es absurdo.

—No lo es. Hablé con un médico tras el aborto. Me advirtió que podías sufrir lo que ellos denominan depresión postparto.

Ella había oído hablar de esos episodios depresivos tras el parto, pero ella no había llegado a tener un hijo.

—El desequilibrio que sufren las hormonas al quedarse embarazada vuelven a hacerlo cuando se sufre un aborto. Era evidente que tú estabas triste, todavía no estás bien del todo. No sólo te has mantenido alejada de los hombres sino que has abandonado todo tipo de vida social. Te mudaste del apartamento, pero nunca volviste a visitar a los amigos que tenías en tu otro edificio. Rechazas todas las invitaciones del señor Di Adamo de ir a comer con su familia.

—Supongo que todo eso te lo han contado tus espías —gritó ella dolida.

—No. Tu jefe. El también está preocupado, pero cree que tu tristeza se debe a nuestra ruptura.

— ¡Y así es! A la pérdida del bebé. No sufro ningún tipo de desequilibrio hormonal que tengas que arreglar haciendo que me quede embarazada.

—Tal vez, pero el consejero psicológico con el que también hablé me dijo que tener otro hijo te ayudaría a superar la tristeza de la pérdida del primero.

—¿Hablaste con un psicólogo y un médico sobre mí?

—Quería saber por qué te negabas a verme o a hablar conmigo.

—Porque me hiciste mucho daño y no te quería en mi vida de nuevo. ¡Yo misma podría habértelo dicho!

Edward tensó la mandíbula pero no se puso furioso.

—Había algo más que eso.

—¿Pensaste que podrías arreglar lo que tu imaginación te decía si conseguías dejarme embarazada de nuevo?

—También creía que aceptarías casarte conmigo cuando supieras que estabas embarazada.

—¿Entonces ahora el bebé es tuyo? —preguntó ella con desprecio en un intento de enmascarar las otras emociones que se arremolinaban en su interior.

—Dices que es así. No debería haber dudado de ti. Pero lo cierto era que no la había querido lo suficiente y por eso la duda se instaló en su desconfiado corazón tras lo ocurrido con Sofía.

—No puedes obligarme a que me case contigo.

Por toda respuesta se encogió de hombros como diciendo: «Yo soy Edward Cullen y sé cómo conseguir lo que quiero».

Y en ese momento quería que se casara con él.

Edward vio los sentimientos cruzar por el expresivo rostro de Bella. Pero no se trataban de sentimientos alegres ante la idea de casarse con él.

Aquello lo enfureció. Había cometido un error.

—Han ocurrido muchas cosas entre nosotros.

—Tu desconfianza hacia las mujeres, mi desconfianza hacia ti y grandes cantidades de deseo sexual. Esa no es mi idea de la receta para una feliz vida de pareja.
Su sarcasmo estaba acabando con las buenas intenciones de él.

—Oh, sí, y no olvidemos tu sentimiento de culpa. La única razón verdadera por la que quieres casarte conmigo.

—Yo no lo he olvidado.

Igual que el hecho de que una vez ella había querido su amor. Pero en ese momento no le importaba. De alguna manera, Edward se alegraba. No sabía si él también tendría la capacidad de darle el mismo amor. El había creído que amaba a Sofía pero después se había dado cuenta de que había sido su orgullo el que  había sido lastimado, no su corazón.

Lo que sentía por Bella se mezclaba con un fuerte deseo de estar con ella. ¿Era eso amor? Probablemente no fuera el tipo de amor que una mujer desearía. No era romántico. Lo que él sentía por ella era demasiado elemental. Sin embargo, tenía que darle otro hijo. Tenía que darle la seguridad de un matrimonio y una familia. Se lo debía.

—Te casarás conmigo.

—Haré lo que me dé la gana —contestó ella. Parecía increíblemente frágil y desafiante al mismo tiempo.

—¿Puedo sugerir que te prepares para nuestro viaje a Sicilia? Si no partimos a tiempo, el piloto tendrá que dejar libre la pista a otro avión.

—No tengo que ir a Sicilia contigo —dijo ella mirándolo fijamente.

—¿Y qué pasará con los que andan tras las joyas?

—Puedo ir a cualquier otro sitio, un lugar en el que ni ellos ni tú podáis encontrarme.
Edward sintió que el pánico se apoderaba de él ante la perspectiva.

—Tu padre se preocuparía si no supiera dónde estás.

—Entonces se lo diré.

—Y él me lo dirá a mí.

—No si le digo que no lo haga —dijo sin total convencimiento apretando los puños contra las caderas.

—Ningún padre permitiría que su hija se quedara sola, sin nadie para protegerla, cuando corre el riesgo de resultar herida por su testaruda idea de la independencia.

—Entonces no se lo diré.

—¿Y te arriesgarás a que sufra otro ataque al corazón?

Una hora después, sentada a bordo del jet privado de Edward, Bella hervía de furia. Aquel hombre era un experto manipulador. Había tocado con maestría los puntos adecuados para convencerla de que tenía que ir a Sicilia con él. Pero a pesar de saber que estaba siendo manipulada, no iba a cambiar de idea. Su padre se preocuparía y no era lo más indicado en su estado de salud. Además, quería saber por qué le había dicho a Edward que ella era igual que Shawna. Estaba harta de ser la extraña de la familia. Quería algo más y empezaría por conseguir la confianza de su padre y el convencimiento de que era tan buena hija como Alice.

Ella sabía que él la quería. Y necesitaba sentir ese amor en ese momento, no ser sólo consciente de que existía.

¡Qué diferentes eran esos sentimientos de los que había tenido hacia el amor y la familia! Shawna le había enseñado desde muy pequeña a no depender de nadie, física o emocionalmente, para no resultar herida.

Y ahí estaba Edward, invadiendo su espacio, pidiéndole que confiara en él. Quería que dependiera de él, que confiara en él, pero ella no podía. El le había demostrado, al igual que las otras personas a las que había querido en su vida, que sólo podía tener un papel menor en su vida. Y ése era el papel de amante, no de mujer amada.
Quería casarse con ella porque se sentía culpable.

Si la razón fuera otra, ella habría dejado todo para construir una familia con él, la familia que nunca había tenido. En aquel momento odiaba a Edward por tentarla con lo que más deseaba del mundo.

Se dirigían por la carretera que llevaba hasta la casa de la familia Cullen a las afueras de Palermo y cuando Bella se dio cuenta de que Edward no la llevaba a casa de su padre.

—¿Por qué hemos venido aquí primero?

—Te quedarás aquí —dijo Edward con la expresión taciturna que lo había acompañado todo el viaje desde que Bella aceptara acompañarlo a Sicilia contra sus deseos.

—No, no me quedaré contigo.

Edward detuvo el coche delante de la magnífica casa. Parecía salida de una guía de viajes, un ejemplo de una opulenta villa mediterránea propiedad de alguna familia extremadamente rica.

Edward salió del coche y lo rodeó para ayudarla a salir. Ella no hizo ademán de salir, y no se desabrochó el cinturón de seguridad.

—No saldré.

—Anoche dormí muy poco, cara —suspiró él.

—¿Y de quién es la culpa?

—Tuya.

—Yo no te seduje anoche —dijo ella furiosa.

—¿No? —dijo mirándola de arriba abajo—. Tu sola presencia en el mismo espacio seduce mis sentidos. Estoy seguro de que ya lo sabes.

—No es culpa mía que no durmieras —se mantuvo en sus trece, no muy segura de lo que sentía después de lo que acababa de decir.

—Sí lo es. Por lo que debes aceptar las consecuencias. Se me está acabando la paciencia. Quiero descansar en mi casa. No me quedaré de pie aquí discutiendo contigo. Entra en la casa ya, Bella, o yo mismo te llevaré en brazos. Y ten por seguro que entrarás.

—Eres muy mandón.

—Sólo soy práctico. ¿Vienes?

Bella no quería saber cómo reaccionaría al contacto con él si se negaba a salir por su propio pie, así que decidió no averiguarlo.

—Cualquiera diría que tienes seis hermanos pequeños por la manera en que te gusta ordenar a la gente que haga lo que tú quieres.

—Mis padres querían más hijos, pero mi madre murió antes de conseguirlo.

—Y tu padre nunca volvió a casarse.

—No.

—Debía de amar mucho a tu madre.

—Eso dice.

—¿No lo crees? —preguntó Bella

—No tengo motivos para no creerlo.

—Pero tú no puedes comprender ese amor ¿verdad?

—No, lo cierto es que no.

—Ojalá yo no pudiera —murmuró para sí mientras lo acompañaba al interior.

—¿Cómo has dicho? —preguntó él deteniéndose en el sombrío recibidor.

—Nada.

Bella adoraba el encanto de otro mundo que se respiraba en aquel palacete que Edward compartía con su padre y su abuelo. Siempre la había sorprendido la escasa influencia femenina que había habido en su vida. Era muy pequeño cuando murió su madre y su padre no había rellenado ese hueco con nadie.

No sabía si tenía tías, o amigas de la familia, a excepción tal vez de Teresa, la mujer de su propio padre.

Edward tenía cinco años más que Bella. Teresa debía de haberse casado con su padre no mucho después de la muerte de la madre de Edward.

—¿Tuviste contacto con Teresa en tu infancia? —preguntó mientras se dirigían hacia las escaleras.

—Tu padre y mi padre son buenos amigos. Lo han sido desde que nací.

Supuso que aquello respondía a la pregunta aunque no le había dicho si su relación con la madrastra de ella había sido cercana.

—¿Cómo es tu relación con Teresa?

—¿A qué te refieres? —preguntó él deteniéndose delante de la puerta y girándose para mirarla.

—Tu madre murió cuando eras muy pequeño. Me preguntaba si...

—¿Si mi madrastra se comportó como una madre conmigo?

—Sí.

—No deseaba otra madre.

—Pero eras muy pequeño.

—Lo suficientemente mayor para comprender el dolor de perderla. No quería que nadie ocupara su lugar.

Con aquello demostraba que le daba miedo volver a perder a otra persona, tal vez aún sintiera ese miedo. Amar significaba arriesgarse, algo que Edward nunca admitiría tener que hacer. Era un pensamiento muy triste.

—Esta será tu habitación.

—No comprendo por qué no puedo quedarme con mi padre y su familia.

—Tú eres su familia, dolcezza —dijo él frunciendo el ceño.

—Ya. ¿Entonces por qué no puedo quedarme con ellos?

—Estás más segura aquí.

—No lo creo. Tu empresa se encarga de la seguridad de la casa de mi padre. Estaré segura allí si la casa es segura.

—Si uno de esos fanáticos que se oponen a la venta de las joyas viniera a buscarte, a la mujer que convenció al anterior príncipe para que le permitiera ocuparse de la subasta, ¿querrías que alguien más pudiera resultar herido? ¿Tu hermana o tu madrastra?

—Pero él ya planeaba venderlas antes de que yo me entrometiera. Se había hecho público semanas antes de que nuestra joyería fuera la elegida para ocuparse de la subasta. No tiene sentido pensar que yo soy el objetivo de esos hombres.

—Cuando se trata de fanáticos, nada lo tiene. ¿Arriesgarías la vida de tu familia  por algo así?

Ella sacudió la cabeza. Y él se hizo a un lado para dejarla entrar.

—Tu habitación.

—Gracias —dijo ella fijándose rápidamente en cito- que femenino de la habitación. La cama con dosel situada en el centro estaba cubierta de una red de fino tul de color malva y el edredón que cubría el colchón era de un tono rosa a juego con las cortinas. El vestidor y el tocador eran de la misma madera oscura que la cama, con un elegante estilo Reina Ana.

—Es preciosa, y muy femenina -dijo ella sorprendida de algo así en una casa llena de hombres.

—Poco ha cambiado en ella desde que murió mi madre.

—¿Ésta era su habitación?

—Claro que no —dijo él mirándola como si se hubiera vuelto loca—. ¿A quién se le ocurre pensar que un hombre siciliano y su mujer dormirían en camas separadas? Desde luego no un Di Vitale. Si alguna vez aceptara casarse con Edward sabía que si algo compartiría con él sería, definitivamente, la cama.

—No, claro.

—La decoró así para posibles invitadas y siempre se ha seguido la tradición.

Sin darse cuenta, Edward había entrado en la habitación y se encontraba a escasos centímetros de ella. Bella retrocedió un paso.

Creo que me echaré un poco antes de la cena. Estoy muerta.

Edward extendió la mano en un gesto inesperado de dulzura y le acarició la mejilla.

—Huir no hará que desaparezca.

—No estoy huyendo de nada. Sólo estoy cansada.

—Si tú lo dices...

Una hora después, Bella seguía rememorando la breve caricia y la leve acusación mientras daba vueltas en la cama incapaz de conciliar el sueño. El problema era que necesitaba la compañía masculina a su lado, protegiéndola. Una noche había bastado para olvidar todo un año de ausencia.

—No estás dormida.

Bella se giró. Edward permanecía en pie junto a la cama, el pelo revuelto, la camisa medio abierta, los ojos negros con un brillo muy familiar.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—No puedes dormir dijo él poniendo una rodillas en la cama—. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé. No puedo trabajar pensando en ti dando vueltas y vueltas, sola en la cama.
No podía negarlo. El estado de la cama era la prueba evidente.

—No estoy sola.

Edward apoyó la mano junto a la cabeza de Bella en la almohada y se inclinó sobre ella con todo su poder sensual y amenazador.

—¿Estás segura?

Bella no podía contestar. Sentía la garganta seca y le faltaba oxígeno. Edward acercó el rostro hasta que sus labios estuvieron a escasos milímetros de los de ella.

—Creo, cara mia, que estás muy sola, pero esto no debe preocuparte, porque yo sé cómo solucionarlo.

Entonces humedeció con la lengua los labios secos de Bella y después los cubrió con los suyos. Bella no pudo detener el impulso de probar su sabor ligeramente especiado, un sabor que era su marca. Edward lo tomó como una señal y al segundo su boca devoraba la de ella con carnal intensidad.

Bella sintió sus manos por todas partes. Edward retiró el edredón y le quitó el camisón y las braguitas, que tiró al suelo. A continuación se desnudó él y se lanzó sobre la cama. En segundos ambos estaban completamente desnudos y abrazados como ella había deseado momentos antes.

—Eres tan deseable, dolcezza.

Ella elevó las caderas presionando con su monte pélvico el excitado sexo de él y gimió.

—Tú también.

—Estamos hechos el uno para el otro.

En el área del sexo no había ninguna duda. Aunque fuera virgen la primera vez  que hizo el amor con él, sabía lo suficiente como para asegurar que la pasión que había entre ambos era muy especial.

Bella lo besó bajo la barbilla y después lamió su piel ligeramente salada. Al hacerlo, su cuerpo experimento una contracción de puro placer.
Edward la besó en el cuello, la oreja, los párpados, cada vez más levemente. Bella abrió los ojos y lo miró.

—¿Edward?

—¿Mmm? —dijo él besándola detrás de la oreja.

—Tú... —pero se detuvo al no encontrar las palabras que pudieran describir lo que estaba sintiendo.

—Shh… dolcezza. Esta vez, iremos muy despacio. Te acariciaré todo el cuerpo.
Y eso fue lo que hizo. Cubrió todo su cuerpo de diminutos besos, deteniéndose a saborear los puntos más erógenos, haciéndola contorsionarse de deseo, pero en ningún momento hizo ademán de unir su cuerpo al de ella penetrándola.

—Por favor, Edward, te deseo.

Edward sonrió pero no hizo caso. En vez de eso, descendió hasta que su boca se halló sobre el húmedo vello púbico. Y descendió. Bella respiró entrecortadamente mientras veía cómo Edward se abría paso con los dedos buscando el lugar más sensible para posar la lengua.

Y gimió de placer mientras se dejaba llevar de un estado de placer a otro superior, soportando la culminación en el orgasmo hasta que creyó que se volvería loca de deseo. En ese momento, Edward cerró la boca sobre el clítoris al tiempo que introducía dos dedos en la vagina.

Bella gritó de placer. La sensación se hizo demasiado intensa y trató de soltarse pero él continuó torturándola y en segundos su cuerpo empezó a convulsionarse de nuevo en la experiencia más increíble que había tenido jamás.

El placer siguió aumentando hasta que cada músculo de su cuerpo se contrajo en éxtasis y finalmente se derrumbó sobre la cama cuando los espasmos cedieron.
Entonces él se colocó sobre ella abriéndole con suavidad las piernas, donde él quería estar. La punta de su miembro erecto presionó para abrirse paso y Bella gimió de placer. Edward le levantó las rodillas para tener un mejor ángulo y la penetró profundamente, ansioso por saborearla. Comenzó lentamente, tomándose su tiempo, mientras iba levantando de nuevo la excitación en ella, y terminó cabalgando como una fiera hasta que ambos llegaron al éxtasis.

Edward se derrumbó entonces sobre ella, su boca prácticamente rozando el oído de Bella.

—Dime ahora que vas a dejarme. Dime que no te casarás conmigo y nunca más volverás a sentir lo que sientes estando conmigo.

Las palabras penetraron en su mente ligeramente mientras su cerebro comenzaba a funcionar de nuevo. Al mismo tiempo, Bella se dio cuenta de algo más.

—Hemos vuelto a hacerlo.

—Sí. Es inevitable que hagamos el amor.

—Quiero decir que no hemos usado protección.

—Sí.

—Supongo que has vuelto a hacerlo a propósito.

Edward rodó fuera de ella y se colocó de espaldas sobre la cama llevando con él a Bella, abrazándola fuertemente contra su cuerpo.

—¿Es que acaso lo dudas?

—Eres implacable cuando deseas algo.

—Eso es cierto.

—Y ahora deseas casarte conmigo.

—Eso es lo que estoy intentando decir.

—Edward, ¿crees que aquel bebé era tuyo?

Edward guardó silencio largo rato. Bella creyó que no quería responder pero entonces pareció tomar aire y se separó de ella para que pudiera verle bien la  cara.

—Sí, creo que el bebé que yo maté era mi hijo.

Bella se quedó sin aliento, incapaz de aceptar que Edward pudiera albergar esa idea.

—Edward, amore, te equivocas. ¡Tú no lo mataste! Las posibilidades de aborto natural en los primeros tres meses de embarazo son mayores de lo que la gente cree. El médico me lo dijo en el hospital. La pérdida de nuestro hijo no fue culpa nuestra.

—Mi médico me dijo que el estrés puede ser la causa de un aborto. Mi rechazo te destrozó —dijo él y una lágrima rodó hacia su sien.

Edward giró la cabeza para que Bella no pudiera verlo, pero ella le tomó el rostro entre las manos y acarició el rastro húmedo sobre su piel.

—Por favor, créeme. Perder a nuestro bebé no fue culpa tuya.

—Yo no lo veo así.

—¡Pero te equivocas! —dijo ella elevando la voz pero aquel hombre testarudo no era capaz de comprenderlo.

—Las acciones de cada uno acarrean unas consecuencias. Yo he aceptado ésta.

—Edward. No fue culpa tuya. Estaba escrito que ocurriera y ninguno de nosotros podría haberlo evitado —dijo Bella abrazándolo con los brazos y las piernas.

Ella misma también necesitaba saber que no era culpable del aborto.

—Muchas mujeres están más estresadas que yo en aquel momento y llevan sus embarazos a buen fin. Tienes que aceptarlo —añadió Bella.

—Yo quería ser padre, Bella.

Sí, Bella lo creía ahora. La ira de Edward se había debido a que pudiera estar embarazada de otro hombre, no ante la idea de ser padre.

—Edward, no ha habido ningún otro hombre. No sé por qué mi padre cree que así ha sido, pero tú eres el único hombre con el que he estado.

El silencio se apoderó de la situación y Bella esperó consciente de lo mucho que dependía de la reacción de Edward a sus palabras. Quizá nunca tuviera su amor, pero al menos necesitaba su respeto, o de lo contrario nunca podría casarse con él. Pero si Edward no la creía, no había futuro para ellos. No importaba lo que la prueba de embarazo dijera.

—¿Eras virgen?

Al menos era una pregunta y no sonaba incrédulo.

—Sí.

—Tenías veinticuatro años.

—Lo sé.

—Eso no es habitual.

—Pasé mi infancia viviendo con una mujer que trataba la intimidad sexual como si fuera una chuchería barata. Nunca se unió a ninguno de sus amantes, aunque yo lo intenté. Yo sólo quería ser parte de una familia. Ya había empezado a ir al colegio cuando me di cuenta de que Shawna no quería formar una. Ni siquiera quería a su hija. Su estilo de vida me quitó todas las ganas de experimentar con el sexo. Ni siquiera dejaba que los chicos me metieran mano cuando empecé a salir con ellos en la universidad.

—¿No empezaste a salir con chicos hasta la universidad?

—Shawna  me  envió  a un  internado femenino. Papá estuvo de acuerdo y allí no
 tenía muchas oportunidades de salir con chicos. Si las hubiera tenido, las habría rechazado también. Tenía una enorme cicatriz, Edward.

—¿A qué te refieres? —preguntó él acariciándole la espalda en forma de suaves círculos.
—Para mí el sexo era el dolor de ser una hija no deseada, la amargura de la soledad. 
Hasta que te conocí, nunca había sentido una pasión igual por un  hombre.

—Y yo hice que te rebajaras al tomar lo que no debería haber tomado hasta haberme casado contigo
.
Pero Bella no quería volver al pasado. El presente y el futuro era lo que interesaba.

—¿Me crees?

Edward hablaba como si así fuera pero Bella buscaba leer entre líneas lo contrario. Era demasiado importante.

—Sí. Si hubiera estado menos seguro de tu experiencia, me habría dado cuenta de tu inocencia. Había suficientes evidencias.

—Pero papá dijo lo que dijo y tú diste por hecho que sabía de lo que hablaba.

—Tu padre y yo hablaremos de eso —dijo él, el cuerpo tenso bajo el de ella.

—Creo que yo debería hablar con él primero —dijo ella mirándolo a los ojos. Edward parecía no estar de acuerdo pero Bella le puso un dedo en los labios para que no hablara.

—No, esto es algo entre él y yo. Deja que yo hable con él, ¿de acuerdo? Edward le mordisqueó el dedo y después lo besó.

—Si es tu deseo...

Bella agradeció que no se lo discutiera. Podía ser un hombre primitivo en muchos sentidos, pero no era en absoluto un dinosaurio.
Pero tres horas después, habría estado dispuesta a etiquetarlo como un tiranosaurus rex. Cruzando los brazos sobre el pecho, miró al hombre que antes le había parecido tan razonable.

—Pero no quiero ir a cenar con mi padre esta noche.

Bella estaba en el porche leyendo relajadamente un libro tratando de alejar de su mente la forma en que Edward y ella habían pasado la tarde.

—Ni siquiera estoy vestida adecuadamente —añadió. Vestida con pantalones cortos y alpargatas, no le apetecía cenar con la familia perfecta de su padre.

—Pues cámbiate de ropa. Aún faltan cuarenta minutos.

—No quiero ir.

—Hace unas horas no querías estar en esta casa. ¿A qué viene ahora esa aversión a cenar con él?

Si Edward no pareciera verdaderamente sorprendido, le habría pegado.

—Viene a que aún no estoy lista para hablar con él.

Los oscuros ojos de Edward se mostraron cálidamente comprensivos y acabaron con la determinación de Bella de mantenerse alejada de él. Aunque el hecho de haber  pasado toda la  tarde haciendo el  amor  con  él tampoco  había  contribuido demasiado a sus intenciones.

—Yo estaré contigo, cara.

—¿Y se supone que eso cambiará las cosas? —dijo ella. No lo sorprendió ver que Edward fruncía el ceño ante su sarcasmo y giró la cabeza para no ver su gesto de desaprobación

—Piensa que soy una fulana.

Se había comprometido a hablar con su padre y seguía dispuesta a ello pero la propia necesidad de hacerlo le dolía. Quería tiempo para prepararse emocionalmente.

—Estoy convencido de que Charlie habló con absoluta ignorancia -dijo Edward retirándole el cabello de la cara—. Tal vez interpretara mal algo que tú dijiste.

Bella lo miró preguntándose si su vulnerabilidad era tan evidente. Edward veía muchas cosas que ella no quería que viera.

—¿Qué podría haber dicho que le hiciera creer que tengo tan pobre concepto del acto amoroso?

—No lo sé, cara, pero llegaremos al fondo de esto.

No se molestó en discutir el empleo del plural. Lo cierto era que, por muy disparatado que pudiera haberle parecido un minuto antes, le agradaba que Edward estuviera de su parte.


10 comentarios:

  1. Muy buen capítulo al parecer ya se están arreglando entre ellos ahora quiero saber por qué Charlie hablo así de su hija espero el próximo. Gracias por el capítulo

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  2. Aghhh parece que por fin Edward logró convencerla... pero será que su padre si dijo eso de ella???? Solo espero que si lo dijo, el golpe no sea tan duro para Bella...
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  3. No entiendo que se deje convencer de Edward, después de todo lo que paso por su culpa. yo no perdonaría algo así tan rápido.

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  4. Creo k Charlie tiene mucho k esplicar 😒
    Al menos Ed ya sabe k se equivocó. 😇
    Sería por algún chisme k le contaron 😲
    Gracias por el capítulo

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  5. Que cambio!!!! Me gusta el rumbo que van tomando las cosas, ahora queda ver que pasa con Charlie. Gracias por el capítulo!!!

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  6. Por favor actualiza, muero por saber que va a pasar. Gracias por compartir esta historia con nosotras

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  7. Hola. Estas bien hace rato que no actualizas

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