Mi Lugar en el mundo 9


—Pero esto es una atrocidad, Bella. ¿En qué estabas pensando para correr semejante riesgo? —preguntó su padre con expresión profundamente alterada. Se había levantado de golpe de la silla y caminaba por el salón.

—No me pareció que fuera un riesgo tan alto. Las joyas fueron transportadas en secreto. Nadie debería haber sabido que se dirigían a la cámara del señor Di Adamo.


—No puedes estarte quieta nunca —dijo su padre, el típico siciliano de constitución fuerte y estatura media, frunciendo el ceño con todo el poder de intimidación de un hombre más joven—. Nunca deberías haber negociado esa subasta para Di Adamo. ¿Qué habría sucedido si no hubiera enviado a Edward a vigilarte?


—No lo sé —dijo Bella equivocadamente.


—Habrías muerto o algo peor, pequeña.


Preocupada por el estado de salud de su padre, Bella se levantó del asiento y le puso la mano en el brazo para que dejara de hacer aquellos aspavientos.


—Cálmate, papá. Estoy bien y enviaste a Edward.


—Y eso que no querías mi ayuda al principio.


Bella se giró y miró a Edward con mirada acusadora.


—No escuchaste lo que te dije, ¿verdad? -dijo ella con los dientes apretados—. No creo que sea necesario sacar este tema ahora.


Sorprendentemente, Charlie se echó a reír.


— Me alegro de haber enviado a alguien tan testarudo porque tú eres como tu madre en esto! -dijo su padre guiñándole a Edward un ojo—. ¿No te lo dije? Independiente como Shawna. Sólo podemos dar gracias a Dios de que mi hija no tenga otros parecidos con su madre.



La sonrisa de Edward se le heló en la cara. La condescendencia desapareció al comprender de repente. Charlie frunció el ceño.

—Lo siento, Bella. No está bien que yo hable mal de tu madre. Sintiéndose desorientada pero muy aliviada, Bella sacudió la cabeza.


—No te preocupes por eso. Sé cómo es. Me crió ella, después de todo.



—Sí -dijo su padre desplomándose sobre una silla como si hubiera perdido toda la energía—. Y por eso me lamentaré toda la vida. Si hubiera forzado la situación, tú habrías crecido en el mismo hogar seguro que le di a Alice, pero no lo hice. Pensé que una niña necesitaría a su madre -dijo con un suspiro y sacudiendo la cabeza—. Shawna llenó tu vida de incertidumbre.


El corazón de Bella dio un vuelco al conocer los lamentos de su padre por las elecciones que había tomado respecto a ella. De pie en medio de la habitación, se sintió como si no estuviera en un plano real.


—No creo que me hubiera adaptado a tu familia con Teresa. Dudo que a ella le hubiera gustado tener que criar a la hija ilegítima de una antigua amante.


Se mordió el labio al darse cuenta de lo amargas que habían sonado sus palabras, pero no era eso lo que ella había deseado. Era simplemente la verdad.


—No. Te equivocas. Yo habría disfrutado teniéndote en la familia, Bella. Yo quería tener más hijos, pero no pudo ser -dijo Teresa, que había entrado en la habitación sin hacer ruido y en ese momento estaba de pie junto a la silla de Edward, con  su habitual expresión de serenidad—. Alice habría disfrutado con una hermana mayor. Sentirá mucho no haberte visto, pero no llegará hasta dentro de unos días de un viaje que está haciendo con unos amigos.


Aquello fue demasiado. Bella adoraba a su hermanita, pero eran muy diferentes y no podía creer que Alice  sintiera haberse perdido la visita de su hermana mayor, a la que apenas veía.


—No estamos muy unidas.


—Podríais haberlo estado si las cosas hubieran sido diferentes —dijo su padre, lleno de un tremendo sentimiento de culpa.


Y no había duda de que él sería más feliz si Bella fuera más amable, como su hermana, pero tenía veinticinco años. Ya no podía hacer nada por eso.


—Es un poco tarde para esos pensamientos.


—No lo he dicho con mala intención. Sólo quiero decir que no te estás haciendo ningún favor dándole vueltas a algo que pasó hace tanto tiempo.


Teresa le puso la mano en el hombro a su marido.


—Tiene razón, amore. Has estado rememorando esos sentimientos desde el ataque, pero no te hacen ningún bien. Lo que pasó, pasado está. Debemos vivir el presente y ahora tu hija está con nosotros. Deberías disfrutar con su visita en vez de malgastar el tiempo quejándote por lo que sucedió.


El rostro de Charlie se iluminó de amor por su esposa.


—Si, bella mia, como siempre tienes razón.


Las mejillas de Teresa se tintaron de rosa mientras apretaba el hombro de su marido.


—¡Cómo te atreves! No conseguirás que te dé licor esta noche por utilizar palabras dulces. Ya oíste lo que te dijo el médico tan bien como yo.


Continuaron con sus bromas amables durante la cena pero el buen humor de Charlie se esfumó cuando Edward anunció que no tenía intención de dejar a Bella con ellos.


—Tu padre está en América y tu abuelo está en un crucero por las islas griegas con la viuda de Genose. No me parece muy adecuado que mi hija se quede a solas contigo.


Bella tenía ganas de reír. Podía comprender la preocupación de su padre si fuera Alice, pero ella llevaba viviendo sola años. Sin embargo, no dijo nada. Que Edward librara sus propias batallas. La idea de dónde tenía que quedarse había sido sólo de él.


—Por eso precisamente vamos a quedarnos en mi casa en vez de aquí. Hasta que pase la subasta, la vida de Bella está en peligro y, por tanto, cualquiera que esté con ella también lo estará. Puedo vigilarla mejor si no tengo que dividir mi atención en otras personas.


Charlie se mostró mucho menos impresionado por ese argumento de lo que se había mostrado Bella. Entornó los ojos y el pecho se le llenó de orgullo masculino.


—Yo puedo vigilar perfectamente a mi familia. Tu empresa se asegura de que el sistema de seguridad funcione.


—Aun así, Bella se quedará conmigo —dijo Edward. El, que se había acercado al señor Di Adamo con suavidad hasta convencerlo, se enfrentaba en ese momento a Charlie con una agresividad primitiva que no dejaba sitio para la conciliación.


—Vaya, una discusión entre dos testarudos y orgullosos hombres no es mi idea de una agradable sobremesa —dijo Teresa mirando a Bella—. Ven, hija, saldremos al jardín y te enseñaré mi nueva orquídea Mariposa Rosa. La planté cuando nos visitaste el año pasado y acaba de florecer.


Bella no comprendía por qué Edward no trataba a su padre con más cuidado, pero no tenía intención de dejar que los dos tomaran decisiones sobre su vida.


—Me encantaría ver esas orquídeas, pero primero...
—dijo mirando a su padre—. Estoy de acuerdo con Edward. No os pondré a Teresa y a ti en peligro. Antes me iría de aquí sola a cualquier otro sitio.


Su padre abrió la boca para decir algo, pero Edward se adelantó.


—Eso no va a ocurrir.


Bella no se molestó en discutir, simplemente alzó la ceja de modo inquisitivo y salió al jardín con Teresa.


Al rato salieron los dos hombres.


—Hace una noche maravillosa, ¿no creéis? El aroma de las flores, el aire cálido, la buena compañía.


—Parece que habéis arreglado vuestras diferencias -dijo Teresa.


—Sí -dijo Charlie y, con extrema falta de sutileza a juicio de Bella, le susurró algo al oído a su mujer. Esta sonrió.


—Es hora de irnos, cara -dijo Edward deslizando un brazo alrededor de Bella como si fueran pareja.


Bella se puso rígida por la sorpresa pero Edward no se arredró y la mantuvo a su lado durante la despedida.


Notó que su padre no se había mostrado sorprendido y que Teresa la miraba como si ya le estuviera organizando la boda.


Ya en el coche, Edward esperó a que empezara el interrogatorio. Bella se había mostrado sospechosamente silenciosa desde que su padre y él salieron al jardín. Era demasiado inteligente para no darse cuenta de que los dos hombres habían tenido una conversación.

Bella se removió en el asiento y finalmente se quedó mirándolo.

—¿Qué le dijiste a mi padre?


—La verdad.


—¿Qué parte de la verdad?


—Que quiero casarme contigo.


—¿Eso es todo? —preguntó ella sin mostrar sorpresa.


—No exactamente, pero es todo lo que necesitas saber.


Cuando Charlie le hizo prometer que no se aprovecharía de ella, Edward se comprometió conscientemente. Hacerle el amor no era aprovecharse de ella. Era absolutamente necesario para lograr que aceptara casarse con él y también para  la salud de ambos. Aunque ella no quisiera admitirlo, lo necesitaba tanto como él a ella.


—Ya veo.


—Tengo la intención de casarme contigo.


—Eso dices.


—Es la verdad —murmuró él.


Pero era la intención de ella lo que no se sabía. El esperaba convencerla. Quería que admitiera que su vida sin él no era opción por mucho que hubiera pasado todo un año fingiendo que sí podía.


—¿Y  eso  bastó  para  convencer  a  mi  padre  de  que  mi  virtud  no  se  vería comprometida viviendo a solas con un hombre soltero?


Al mencionar su virtud, Edward apretó con fuerza el volante.


—Mi despiace.


—¿Qué es lo que sientes? —preguntó ella ligeramente interesada. No podía engañarla.


—Entendí mal a tu padre y mi error es el responsable de la enorme pena que los dos sentimos.


—¿No se te ocurrió, ni siquiera una vez, que mi padre no se refería a valores morales cuando .dijo que yo era como Shawna?


—Para mi vergüenza, no.


—¿Por qué? ¿Acaso hice algo que te hiciera pensar lo contrario? —preguntó ella con un tono de absoluto desconcierto.


    No.


—No lo entiendo.


Odiaba admitir lo que lo había llevado a ello, pero ella merecía la verdad.


—Te deseaba mucho.


—Sí, eso ya lo has dejado claro.


—No podía tenerte si creía que eras virgen.


—Porque no estabas pensando en el matrimonio.


—Sí —contestó él. La rabia y el asco por sí mismo le hicieron apretar los dientes. Un año antes había considerado el matrimonio, pero no con ella. No quería que los sentimientos que él relacionaba con la humillación sufrida a manos de Sofía formaran parte de su vida matrimonial y Bella conseguía sacar sus sentimientos más arraigados: la pasión y la posesión.

—Y te convenciste de que era una mujer experimentada. ¿Por Sofía?

—Por mi estúpido orgullo, ¿vale?


No le gustaba aquella conversación. Una cosa era reconocer los sentimientos pero hablar de ellos era una absoluta tortura.


—Vale.


De nuevo el silencio. Edward esperaba que Bella siguiera preguntando pero no dijo nada. Llegaron a casa y él la ayudó a salir del coche. Ella se lo agradeció pero no volvió a sacar el tema. Aquello lo molestó. Sintió como si Bella no estuviera muy interesada. El no deseaba hablar de sus sentimientos pero pensaba que ella sí querría. Si le importara realmente. No había vuelto a decirle que lo amaba desde su regreso. Tal vez los sentimientos de ternura hubieran desaparecido pero,  cuando estaba en sus brazos, no respondía como una mujer que sólo buscara gratificación sexual.


Lo que compartían cuando sus cuerpos se unían era sagrado. Tal vez estuviera intentando distanciarse de nuevo de él, huir al lugar en el que había conseguido ocultarse de él durante un año, donde no lo había necesitado. Pero él no iba a dejar que eso ocurriera. Abrió  la  puerta  de  la  casa  y  dejó  que  ella  entrara  primero,  pero  no  le  dio oportunidad a irse a su propia habitación. Simplemente, la tomó en brazos y la subió escaleras arriba. Ella le rodeó el cuello con los brazos con expresión indescifrable.


—¿Adónde me llevas?


—A la cama.


—¿A la de quién?


—A la mía.


—¿Tengo algo que decir al respecto?



—¿Quieres dormir sola? —preguntó él en tensión.

Esperó durante lo que le pareció una eternidad aunque Bella sólo tardó unos segundos lo que tardó en responder acurrucando la cabeza en el hueco de su cuello:

No.


Edward dejó escapar el aire que había estado aguantando y la llevó a su dormitorio. Estaba realmente aliviado. No podía obligarla a compartir su cama si ella realmente no quería hacerlo y no sabía muy bien cómo habría llevado el rechazo. No se entretuvo en dar las luces. Quería que el sexo fuera elemental, sin distracciones.


No podía ir despacio. El deseo que sentía era demasiado potente. La desnudó y acarició sus curvas con candente ardor hasta que hizo que se rindiera. Ella lo animó con gemidos y gritos que incrementaban su propia excitación hasta proporciones increíbles. Acarició con los dedos los húmedos rizos púbicos.


—Te deseo, Bella.


Ella respondió abriendo las piernas y dejó que él introdujera los dedos en el cálido hueco. Edward acarició el punto en el que se arracimaban todas aquellas terminaciones nerviosas, un punto que le producía un placer extremo.

Arqueándose al sentir el contacto, empezó a jadear y a gemir. Se contorsionaba  sin descanso mientras él le acariciaba el clítoris con movimientos circulares.

—Yo también te deseo.


—¿Tanto como para vivir conmigo toda tu vida?


—No juegues...


Se vio tentado a continuar presionando por todos los medios hasta que aceptara  su propuesta, pero al final no tuvo el control suficiente. La deseaba con locura. Rodó sobre su espalda arrastrándola con él.


—Si me deseas, tómame.


Quería tener la satisfacción de saber que la seducción era mutua. Y ella no dudó. Se colocó sobre su miembro abriendo su propio sexo para darle la bienvenida en su interior. Sus tejidos internos, hinchados por la excitación, se cerraron sobre el sexo de él acariciándolo con suaves contracciones.


Edward gimió mientras empujaba hacia arriba, sujetándola con firmeza por las caderas.

Bella echó la cabeza hacia atrás y su cabello cayó como una cascada por la espalda. El no podía ver la expresión de su rostro en la semioscuridad de la habitación pero su postura era la de una mujer totalmente abandonada al placer  del sexo.

—Me encanta tenerte dentro de mí. Es como si sólo fuéramos uno.


El sí lo pensaba pero no sabía si ella también. Para él estaba claro que eran uno solo pero ya no pudo seguir pensando conscientemente porque Bella siguió cabalgando sobre él incrementando la velocidad hasta hacerle llegar a un clímax que sacudió su cuerpo bajo el de ella.


Bella cayó sobre su pecho, aún gimiendo. No supo muy bien cuánto tiempo estuvo así, pero finalmente rodó hacia un lado.


Edward no quiso que se alejara mucho y la acercó a él, reconfortándola con sus fuertes brazos. Ella se acurrucó contra él, repleta y físicamente saciada. Pero era algo más. Sentía un bienestar emocional que había creído perdido para siempre.


—¿Edward?


—¿Mmmm? —dijo él mientras le acariciaba las costillas distraídamente.


—¿Cómo es que ahora te parece bien hacerme el amor aquí, en Sicilia, pero la última que estuve aquí te parecía una falta de respeto hacia mi familia?


Su mano se detuvo.


—,Ta1 vez porque no estoy en casa de mi padre? Sorprendentemente, sacudió la cabeza.


—¿Es porque quieres casarte conmigo?


No.


Eso pensaba ella. No podía convencerse de que su padre fuera tan moderno como para aceptar que su hija se acostase delante de él con su futuro marido.


—¿Entonces por qué?


—Porque, amore, en mi mente, has sido mi esposa desde la noche que me dijiste lo del bebé.


—Bromeas —susurró ella casi sin aliento. No era original, pero el cerebro había dejado de funcionar al oírlo.


—No bromeo con el matrimonio -dijo él.


—Si tan en serio hablas, entonces no creo que seas un buen marido -dijo ella medio en broma.


El la tumbó boca arriba y se inclinó sobre ella ejerciendo su dominio, aunque Bella no se sentía dominada. El nunca le haría daño físico, pero Bella estaba  empezando a ver que las heridas emocionales que le había causado le dolían  tanto en la consciencia como en el corazón.


—¿Qué quieres decir?


—Bueno, si en tu mente has estado casado conmigo durante este último año, entonces no eres un marido fiel —dijo ella con intención de sonar frívola, pero sus palabras parecieron más serias y evidenciaban su vulnerabilidad.


La idea de que le hubiera hecho el amor a otra mujer, probablemente una mucho más sofisticada y experimentada que ella, le provocaba un dolor indecible en el corazón.


—¿Por qué dices eso?


—Por favor —rogó ella—. No eres un hombre que se ciña al celibato precisamente, Edward —afirmó, sin creer que hubiera podido estar un año entero sin sexo.


—Pues lo he ejercitado durante este año -dijo él con un tono de total sinceridad. Bella se quedó sin palabras. Sacudió la cabeza sin poder hacer otra cosa.


—Sí. Sólo deseaba a una mujer pero ella me evitó con la profesionalidad de un evasor de impuestos.


    ¿Eso cierto?


—Nunca te mentiría.


Bella trató de leer sus ojos. Ni siquiera la oscuridad podía ocultar la sinceridad que ardía en su interior. Lo creyó.


—¿Qué habrías hecho si hubieras descubierto que había otro?


—Nunca habría ocurrido algo así. Siempre fuiste mía por mucho que te empeñaras en negarlo.


—¿Pero qué hubiera sucedido?


—No sucedió —dijo él y la abrumadora furia que parecía hervir en su interior hizo que Bella se sintiera feliz de que nunca hubiera ocurrido.


—No, no ocurrió. Yo no quise que ocurriera.


—¿Lo ves? En tu interior, bajo la rabia y la decepción por nuestra relación, sabías que eras mía.


—Entonces supongo que te he decepcionado como esposa en el pasado año — Bella necesitaba hacer una broma después de la increíble afirmación.


Pero él no se rió. Ni siquiera sonrió.


—Lo has pasado mal. Yo lo sabía. Quería arreglarlo pero no sabía cómo.


—Ayuda saber que me crees en lo de nuestro bebé, que lamentas su muerte tanto como yo —las palabras salieron más como una pregunta que como una  afirmación.


El le besó la frente con ternura y ella sonrió.


—Te creo y lo lamento mucho. La pena es algo que también nos mantiene unidos, algo que compartimos que nadie más puede comprender.


Bella consideró sus palabras y también lo que le había dicho antes sobre el beneficio que otro embarazo podría tener en su salud mental.


—Has vuelto a hacerme el amor sin protección.


—No es cierto.


—Pues yo tengo la prueba de que así ha sido -dijo ella sintiendo la humedad entre los muslos.


—Has sido tú quien me ha hecho el amor a mí esta vez. Al recordarlo, se sonrojó.


—¿Así que esta vez es culpa mía?


—De los dos. Siempre ha sido de los dos.


Había prometido no mentirle nunca. Ella también tendría que decirle la verdad.


—Sí —admitió ella.


—Di que te casarás conmigo.


—¿Porque te sientes culpable por la pérdida de nuestro hijo? —preguntó ella sin poder evitar sentir que eso formaba gran parte del deseo de Edward por casarse.


—Porque no quiero enfrentarme al futuro sin ti.


De nuevo, empleó un tono de absoluta sinceridad que no dejaba sitio a la desconfianza. Y ella no tenía la intención de desconfiar. Quería creerlo. Podía ser que no la amara, pero la necesitaba y ella también a él.


—Sí.


El pulso de Bella se aceleró bajo la mano de Edward y éste alargó el brazo para encender la luz. Ella guiñó los ojos al verse sorprendida por la luz.


—Dilo otra vez —pidió él, inclinado con actitud triunfante sobre ella.


—Sí, me casaré contigo.




8 comentarios:

  1. Parece que por fin Edward la convenció de casarse con él, Y también que entendió muy mal a Charlie cuando la comparó con su madre.... sólo espero que sea el fin del sufrimiento de esos dos :'(
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  2. Lo que hace un mal entendido 😥
    Tenemos boda!!😍

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  3. Gracias!!!!!
    Fascinante historia.

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  4. Parece que por fin se arreglaron las cosas, ahora espero que Edward no vuelva a meter la pata jajaja. Gracias por el capi.

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  5. Gracias por actualizar. Suenan campañas de boda

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