Bishop briggs - Mercy.
Varias horas más tarde Edward y ella estaban solos en la tienda. Era casi la hora de cerrar y el señor Di Adamo ya se había marchado, al igual que los hombres que habían estado instalando el nuevo sistema de seguridad. No habían terminado porque se habían encontrado con obstáculos en la antigua instalación eléctrica. Aquello había enfurecido a Edward pero no era realmente culpa de nadie y le dio a Bella un poco de satisfacción silenciosa.
Ciñéndose a su plan de no mostrar resistencia había tratado de ignorar su constante presencia. Cuando el señor Di Adamo y él hablaban como si ella no estuviera allí, ella actuaba como si realmente no estuviera allí. Se negaba a discutir con el señor Di Adamo sobre cuestiones de seguridad.
No dijo nada cuando Edward dijo que él se quedaría con ella para cerrar la tienda. Solos. Bella había fingido no darse cuenta de cómo reservaba mesa para dos en el restaurante que ambos habían frecuentado mucho durante su breve relación.
Pero aquello era demasiado. Bella le dio un manotazo cuando Edward le ofreció un pequeño broche dorado en forma de rosa.
—No voy a llevar ese artilugio de seguimiento.
—Pensé que no ibas a discutir conmigo -dijo él alzando una ceja y arqueando los labios con gesto satisfecho.
—Lo que no quiero es estar contigo. Pensé que si no te discutía las cosas, podría ignorarte, pero estás decidido a ponérmelo difícil, ¿verdad?
—Sí —dijo él, sus ojos oscuros indescifrables.
Aquella declaración abierta la hizo detenerse y se giró para mirarlo, todos sus músculos tensos.
—¿Por qué, Edward? ¿Por qué me atormentas?
—No tengo la más mínima intención de atormentarte. Me perteneces y no dejaré que finjas que no existo en tu vida.
—No puedes estar hablando en serio. Es imposible que hayas dicho lo que acabas de decir.
—Lo he dicho. Lo acepto.
—No te pertenezco —la idea en sí era obscena—. Tú rechazaste a nuestro hijo y ahora pretendes hacerme creer que puedes venir diciendo que soy tuya.
—Yo no rechacé a nuestro hijo.
—¿Y cómo llamas a lo que hiciste? — preguntó ella con tono de desprecio y también de desafío—. Ya lo tengo —dijo poniéndose un dedo en la sien y frunciendo los labios mientras asentía con la cabeza—. No creías que el bebé fuera tuyo y por eso dices que no rechazaste a tu hijo. Muy conveniente.
Bella sintió haber mostrado tanta amargura en la voz, pero él había hurgado en la herida y todo el veneno que había dentro parecía rebosar por mucho que ella intentara contenerlo.
—Me dices que estás embarazada después de cuatro semanas de relación. ¿Qué querías que pensara? ¡Porca miseria!
¿Crees que me gustaba la idea de que llevaras en tu cuerpo la semilla de otro hombre?
—Si te resultaba tan doloroso, ¿por qué no lo pensaste mejor? Admítelo, Edward, yo no significaba nada para ti y por eso no quisiste creer que el bebé era tuyo.
—¡Tú no sabes lo que yo quería!
Bella retrocedió ante el volumen de su voz. Edward era un hombre muy apasionado pero nunca le había gritado, ni siquiera aquella horrible noche cuando la rechazó.
—Lo siento pero sí lo sé. Tus actos hablan por sí solos. No tenías razón alguna
para creer que me acostaba con otro pero supusiste que era así porque quisiste — repitió.
—Tu propio padre me dijo que eras como tu madre —replicó Edward con un tono tan acusador que le puso los pelos de punta—. Así es. Charlie Guiliano, un hombre siciliano que nunca iría por ahí contando chismorreos de su propia hija. Él me dijo que tú eras como Shawna Tyler, famosa actriz, aunque más por sus escarceos amorosos que por su belleza o aptitudes artísticas.
Bella sabía que nunca había habido amor en las relaciones que mantenía su madre pero nunca lo había dicho en voz alta. Se mareó ante la acusación que, según Edward, su padre había hecho de ella.
—¿Mi padre te dijo que yo era como Shawna? —aquello dolía. Mucho.
No estaban muy unidos pero Bella creía que su padre la conocía mejor que eso. Creía que su padre comprendía que ella odiaba el estilo de vida de su madre aunque nunca lo había hablado con él. El nunca pensaría algo así de Alice, su perfecta y tradicional hija siciliana.
Edward la observaba con expresión cercana a la compasión. Era demasiado.
—¡No te compadezcas de mí! Papá se equivoca tanto como tú, pero no me importa, ¿me oyes? No me importa -dijo Bella mintiendo con más desesperación que convicción.
Era una mujer adulta. No necesitaba que ni su padre ni Edward tuvieran una buena opinión de ella. Si los únicos dos hombres a los que había querido pensaban que era una fulana, pues que lo pensaran.
Edward abrió la boca para hablar pero volvió a cerrarla. Giró la cabeza y miró hacia la calle. Bella comenzó a decir algo pero él la miró y sacudió la cabeza mientras le hacía un gesto con el dedo sobre los labios para que guardara silencio. Agachando la cabeza ligeramente, dio un paso hacia el apartamento del señor Di Adamo, que comunicaba con la joyería. Bella miró hacia la puerta y no pudo evitar un escalofrío de aprensión. Estaba ligeramente abierta pero no recordaba si su jefe la había dejado así al marcharse.
Debería haber llevado las joyas a la cámara veinte minutos antes pero la discusión con Edward la había retenido en la tienda mucho más allá de la hora de cierre.
La puerta que comunicaba con el apartamento de su jefe se abrió de golpe. Edward dio un salto hacia ella. En ese mismo instante, dos hombres con grotescas máscaras de carnaval entraron por la puerta principal. Aunque daba más miedo la pistola que llevaba en las manos el hombre que salió de la puerta trasera que los hombres disfrazados.
Con fugaz agilidad, Edward pegó una patada al hombre del arma y lo lanzó al suelo. Los otros hombres corrieron hacia él pero Edward le gritó a Bella:
—Métete en la cámara y cierra.
Ella corrió hacia la cámara sin intención de cerrar la puerta de acero y dejar a Edward fuera.
Éste consiguió derribar a los dos hombres pero el hombre de la pistola se había recuperado y estaba levantándose. Bella lo observaba todo desde la puerta de la cámara entreabierta y se percató de una nueva sombra. Aquel hombre no estaba solo.
—¡Edward!
Al oír el grito de Bella, Edward se volvió hacia ella, que gesticulaba frenéticamente.
—¡Hay más! Vamos.
—Me las arreglaré. Cierra la puerta, cara. Ahora.
—No. No, sin ti.
Edward lanzó una maldición y, a continuación, volvió la atención sobre los hombres que estaban en el suelo. Uno de ellos comenzaba a moverse.
—Vamos, Edward —gritó Bella temiendo por la seguridad del hombre. Entonces, instintivamente consciente de que Edward jamás la pondría en peligro, repitió—:
¡No cerraré esta puerta mientras tú estés fuera! —y dio un paso hacia fuera para demostrarle que hablaba en serio.
Edward dijo entonces algo que ella nunca le había oído decir y, con una poderosa patada a la puerta que daba paso al apartamento golpeó a los hombres dejándolos sin sentido. Casi simultáneamente, giró sobre sus talones y corrió hacia ella. La empujó hasta introducirla por completo en la cámara pero se quedó él fuera para cerrar la puerta. Ella gritó y se agarró a su brazo con tal fuerza que tendría que hacerle realmente daño para que lo soltara.
Los disparos comenzaron a sonar y la pared junto a la cámara explotó esparciendo una lluvia de yeso y madera. Maldiciendo de nuevo, Edward se lanzó hacia el interior de la cámara y cerró la pesada puerta. El sonido del mecanismo de cierre se mezcló con el de nuevos disparos pero ninguna bala consiguió atravesar la puerta de treinta centímetros de grosor.
En unos segundos, el ruido de los disparos se desvaneció mientras la puerta quedaba sellada por completo. Bella apretó el botón de la luz de emergencia y suspiró aliviada cuando la tenue luz iluminó la oscura cámara.
Edward sacó el móvil y, de nuevo, lanzó una maldición.
—No hay cobertura.
—Es una cámara gruesa pero alguien habrá oído los disparos desde la calle y habrá llamado a la policía.
—Sí. Demonios, Bella, ¿por qué me desobedeciste? —dijo él mirándola con ojos acusadores.
—Ni siquiera tú eres invulnerable a las balas, Edward. Podrían haberte matado
—los dientes le castañetearon al pensarlo—. ¿Por qué no viniste inmediatamente a la cámara? Podrían haberte disparado —dijo a punto de saltársele las lágrimas.
—¿Y te habría importado? —preguntó él con mirada insondable.
—S-sí —respondió ella, y la voz se le rompió.
Edward sacudió la cabeza y a continuación la abrazó con ternura.
—Estoy bien. He sido entrenado para esto.
—¿Quieres decir que todo el tiempo arriesgas tu vida de esta manera? —consiguió decir entre sollozos. Era un aspecto de su negocio en el que ella nunca había pensado antes.
Para ella siempre había sido el magnate que lo tenía todo bajo control, y no el peligroso experto en seguridad que podía desembarazarse de tres hombres en segundos.
—Soy el dueño de la empresa, amore.
—Pero estás entrenado para esto —su voz tembló de miedo por lo que aquello significaba.
—No suelo hacer de guardaespaldas a menudo —dijo él con una cínica sonrisa.
—¿Cuántas veces antes lo has hecho? —preguntó ella sujetándolo por las solapas de la chaqueta.
—Esta es la primera vez.
—Eres capaz de arriesgar tu vida para hacerle un favor al mejor amigo de tu padre
-dijo ella. Era estúpido-. Podrías haber dejado que otro hombre me protegiera... como guardaespaldas.
—Nunca habría permitido que otro hombre te protegiera —dijo él abrazándola con más fuerza. Sus cuerpos encajaban a la perfección.
—Porque te sientes culpable.
—¿Y no habría de ser así?
La confirmación fue como un jarro de agua fría sobre la pequeña llama de esperanza que había comenzado a arder en su corazón. Ella no quería su culpa. Había tratado de convencerse de que no quería nada de él pero la ansiedad provocada por el tiroteo había conseguido diezmar sus defensas.
Edward trataba de tranquilizarla acariciándole la espalda mientras la abrazaba y lo que Bella sintió en ese momento la escandalizó.
— ¡Estás excitado!
—Hacía mucho tiempo y tenerte cerca... —se encogió de hombros—. Además, es bien sabido que el peligro actúa como un afrodisíaco. Ignóralo y yo trataré de hacer lo mismo.
—Sería la primera vez — dijo ella echando la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos negros. Trató de decirlo con voz suave pero en realidad sonó acariciadora.
—Eso es muy cierto —asintió él tensando la mandíbula—. No puedo resistirme a ti, cara.
Bella no dijo nada. No podía. Su cuerpo estaba reaccionando igual que un año antes. Los pechos pedían a gritos ser acariciados. Por propia voluntad sus piernas se separaron ligeramente.
— Pero no me lo pones nada fácil —Continuó él lanzando un gemido.
—¿Qué? —preguntó Bella confusa. No podía pensar en nada. Un fuego de deseo incendió su cuerpo.
Edward murmuró algo y bajó la cabeza hasta tomar la boca de Bella lleno de pasión.
No se le pasó por la cabeza rechazarlo. No en ese momento en que el pasado no importaba. Habían ocurrido demasiadas cosas en el presente. Ya habría tiempo para pensar en todo ello después.
Bella separó los labios y él introdujo su lengua haciendo el beso más profundo. Saboreándola, dejando que ella lo saboreara a él. Bella arqueé el cuerpo contra el de él. Hacía mucho tiempo. Le rodeó el cuello con las manos mientras paladeaba la intimidad de aquel beso, el tacto de su piel.
El posó las manos en las nalgas de ella y palpó la carne bajo la ropa, recorriéndole cada centímetro hasta acercarse peligrosamente al vértice que formaban sus muslos.
Bella respondió con un gemido.
—Si, amorino. Eso es —dijo él al tiempo que recorría con sus labios los de ella animándola a seguir, excitándola más y más. El beso se hizo voraz, los deseos largo tiempo contenidos explotaron entre ambos con la potencia de una función pirotécnica.
Ella chupó con profusión el labio inferior de él y lo mordió ligeramente. De pronto, Edward la tomó en brazos y la apoyó contra la pared de acero. Ella apenas sintió el frío; Edward le había levantado la falda y descubierto las nalgas, pero no le importaba.
Lo único que necesitaba era sentir su piel contra la de ella. Buscó los botones de la camisa y los desabrochó con rapidez. La ropa de ella también cayó y al poco ambos pudieron sentir el roce de la piel del otro.
—Te deseo, dolcezza.
Ella no respondió. No podía pero sentía lo mismo.
—Eres tan dulce... —continuó besándola en el cuello.
Y entonces, sin motivo aparente, aquellas palabras que tan familiares habían sido cuando fueron amantes felices trajeron al presente el dolor que ella creía anestesiado, aniquilando todo su ardor y dejándola temblando de oscuras emociones pero no de deseo.
—Soy tan dulce que una vez creíste que quería endosarte el hijo de otro hombre.
—No pienses en eso ahora —dijo él con tono desesperado. Sin duda, lo estaba. Edward estaba muy excitado y no había duda de que la deseaba.
—No puedo dejar de pensar en ello —susurró ella.
—Ahora no, Bella. Hablaremos de ello después —la apremió.
—No habrá un «después» para nosotros.
Edward se quedó completamente inmóvil. El silencio entre ambos era atronador.
Retrocedió dejando a Bella de pie en el suelo y retiró sus manos de ella.
—En eso te equivocas. Tenemos un pasado. Tenemos un presente. Y el futuro nos aguarda.
—No tendré otra aventura contigo —espetó ella. Esperaba que Edward tuviera más sensibilidad.
—Te quiero como esposa.
Un año antes esas palabras habrían colmado su dicha, pero en ese momento eran como un revés y no la declaración que tanto había esperado.
—Sólo casándote conmigo conseguirás aplacar tu sentimiento de culpa — dijo ella sacudiendo la cabeza con tal fuerza que se mareó—. Olvídalo.
—En otro tiempo querías casarte conmigo —dijo él.
—Yo no...
Edward la interrumpió poniéndole una mano en los labios.
—No mientas. Lo deseabas o no me habrías contado lo del bebé.
—Un hombre tiene derecho a saber que va a ser padre.
—¿Y qué esperabas? —dijo él bajando la mano hasta cubrirle el cuello—. Esperabas que hiciera lo correcto: pedirte matrimonio. ¿Por qué no? Ya éramos amantes. Nuestras familias son amigas. ¿Qué habría sido más natural?
Escuchar de sus labios lo que ella se había repetido una vez no hizo sino añadir más leña a la desdicha que la invadía.
—Eso fue entonces. Esto es ahora.
Edward suspiró y se agachó para recoger la ropa de Bella del suelo.
—Toma, póntelo — dijo recorriendo con la mirada el cuerpo femenino—. Si no lo haces lamentaremos las consecuencias.
Bella se vistió pero no por ello se sintió menos vulnerable. La asombraba pensar en la facilidad con que antes se había desnudado. No dejaba de pensar cómo podía querer a aquel hombre que tanto daño le había hecho.
Edward no se puso la chaqueta y se dejó la camisa desabrochada.
Aunque algo de aire fresco entraba en la cámara para casos de emergencia como aquél, el aire acondicionado era mínimo. No hacía un calor agobiante pero tampoco era una temperatura agradable, así que se podía justificar que Edward se hubiera dejado la camisa abierta, lo que no le hacía las cosas precisamente fáciles a Bella.
Se dirigió a un rincón de la cámara lejos de la varonil presencia, tratando de ignorarla. Las piernas aún le temblaban tras el violento episodio con los asaltantes y el escarceo amoroso.
Se introdujo en el diminuto aseo que contaba incluso con puerta, la cerró y se apoyó contra ella. Respiró profundamente varias veces y finalmente se inclinó sobre el lavabo y se lavó la cara con agua fría. No había espejo pero ella sabía que estaba despeinada. Trató de colocarse los mechones de cabello que se habían escapado de su peinado pero finalmente tuvo que dejárselo suelto porque no podía volver a hacerlo sin un espejo y un peine.
Inspirando profundamente abrió la puerta. Edward estaba al otro lado. Esperando. Lo único que se le ocurrió fue echarse a un lado para dejarlo entrar.
—Está libre si tienes que pasar.
—Cuando tenía dieciocho años, tuve una novia.
—No es nada nuevo, Edward. Atraes a las mujeres como la miel a las abejas.
—Se llamaba Sofía Pennini —dijo él ignorando el malintencionado comentario—. Era muy guapa. También sexy y muy experimentada. Era cuatro años mayor que yo.
Bella estaba tan asombrada por la forma en que Edward se estaba abriendo a ella que se encontró prestándole más atención de la que habría deseado.
—Nos acostamos en la segunda cita —continuó él. La risa incrédula de Bella no sorprendió a Edward. En la relación que ellos habían mantenido siempre había hecho él los movimientos.Comprende que había pasado mis años adolescentes formándome en una escuela llena de hombres. Parte del entrenamiento era llevar una vida austera y eso no incluía el trato con mujeres sofisticadas.
—Pues has recuperado el tiempo perdido.
—Ese comentario era innecesario. Estoy intentando decirte algo —y no era nada agradable compartir semejante recuerdo. Lo hacía parecer un idiota, pero ella se merecía la verdad—. Cuando conocí a Sofía pensé que sabía dónde me metía pero en realidad era un niño a su lado. Me volvió loco de deseo. No me hartaba de ella.
—¿Es realmente necesario que lo escuche? —dijo Bella bufando de impaciencia. Aquella muestra de celos le dio un poco de esperanza, así que continuó.
—Es importante, porque lo que experimenté con ella tuvo mucho que ver con la forma en que reaccioné contigo hace un año.
—Sigue —dijo ella apretando sus seductores labios.
—Llevábamos acostándonos seis semanas cuando me dijo que estaba embarazada de mí.
—Y apuesto a que la creíste.
—Sí —-dijo él sin dejarse vencer por el sarcasmo de Bella.
—Supongo que su padre nunca te dijo que era una fulana —dijo ella mirándolo con furia.
—Tu padre nunca te llamó así —se apresuró a contestar él arrepentido de habérselo dicho. Le había hecho daño y además acrecentaba su sentimiento de culpa.
—Lo que sea. Me estabas contando la historia de esa tal «panini».
—Panini, no, Pennini —dijo él curvando los labios ante el ingenio—. No es un tipo de pan, cara.
—Tampoco es tu ex mujer. Nunca te has casado.
—No, no es mi ex mujer —contestó él frunciendo el ceño al recordar la humillación
—Pero tenía la intención de casarme con ella.
—Qué afortunada.
—Eso pensó ella —Edward encogió los hombros sintiéndose incómodo de pronto
—Mi familia tiene dinero. Era el único heredero de mi padre. De hecho, ya me estaban preparando para hacerme cargo del negocio.
—¿Quieres decir que te engañó? —preguntó Bella con incredulidad—. Y el niño no era tuyo, por supuesto.
—Así es.
—¿Estás seguro?
—Sí. Muy seguro. Mi padre se puso furioso cuando le dije que me casaría con ella. Me amenazó con repudiarme, pero no me importaba.
—¿No quería que te casaras con la madre de tu hijo? No parece una actitud muy siciliana.
—No se creyó que el bebé fuera mío.
—Veo que es algo hereditario.
Edward deseó poder tocarla, besarla y borrar la mirada de desconfianza de su rostro, pero sabía que ella no lo aceptaría.
—Mi padre tenía razón.
—Claro —dijo Bella cruzando los brazos sobre sus lindos pechos.
—La investigó y descubrió que sólo una semana antes de que nosotros empezáramos nuestra relación había estado liada con un hombre mayor que ella y, además, casado.
—Eso no significa que el bebé no fuera tuyo.
Demasiado tenso para permanecer inmóvil, Edward se alejó hacia el extremo opuesto de la cámara.
—No, eso no, pero los malditos análisis de sangre que se hicieron durante el embarazo sí.
—¿Análisis? —repitió ella. Edward sintió la voz muy cerca y se giró. Bella estaba justo detrás de él.
—Tuvieron que hacerle una amniocentesis. Todavía no sé por qué, y mi padre consiguió los resultados. El grupo sanguíneo del bebé no era ni el suyo ni el mío.
—Y te lo contó.
—La noche anterior a la que planeábamos huir juntos y casarnos en contra del consejo de mi padre.
—¿Qué hizo cuando te enfrentaste a ella?
—Lloró —dijo él aunque Bella ya lo sabía—. Estaba desesperada. El padre del bebé no quiso dejar a su mujer por ella. La familia de Sofía estaba muy enfadada y amenazaron con repudiarla.
—Debió de sentirse aterrorizada —dijo Bella con un tono lleno de compasión en la voz.
—Sí.
—¿Qué hiciste tú?
—Le di dinero para empezar una nueva vida en otra parte.
—¿Y qué ocurrió con ella? —preguntó Bella y miró al techo con impaciencia al ver que no contestaba—. Vamos. Sé que no la abandonaste sin más.
—Te abandoné a ti —contestó al fin. Esa era la vergonzosa verdad y tendría que vivir con ella el resto de su vida. Ni siquiera la pobre luz pudo disimular la palidez de su rostro, pero Bella se mantuvo firme.
—No estamos hablando de mí. Estamos hablando de ella y de ti cuando tenías dieciocho años.
—Se casó un año después del nacimiento del bebé.
—Entonces la historia tuvo un final feliz.
—Pero no para mí —dijo él. Aquella experiencia lo había convertido en un hombre desconfiado y esa desconfianza le había costado mucho.
—¿La amabas?
—La deseaba.
—Igual que a mí.
—No es lo mismo.
—Exacto. Confiaste más en ella que en mí.
—Mi falta de confianza en ti se debió a lo sucedido con ella —la frustración que sentía hizo que su voz sonara ácida cuando lo que deseaba era borrar el dolor de los hermosos ojos verdes de Bella.
—Por no hablar de lo que mi padre te había dicho de mí.
—Sí —dijo él. Algo que nunca debería haberle contado.
Gracias por actualizar.
ResponderEliminarQ hdp Charlie como pudo decir eso d su hija , Edward no todas son iguales la regaste y sigue luchando si en verdad la amas no la dejes lucha ella se lo merece Bella merece ser feliz 😘 Gracias
ResponderEliminarQue triste que un padre se exprese así de una hija.
ResponderEliminarHuy Dios osea prefirió creerle a Charly que averiguarlo el si era verdad o no...
ResponderEliminarGracias por acrualizar
Entiendo a Bella es desepcionante cuando tus padres tienen un concepto tan erróneo de ti y lo comparten con otras personas 😪 Creo que Edward debe hacer un gran gesto de amor para que ella confíe de nuevo en el, gracias por actualizar 😘😘😘
ResponderEliminarMaldición Charly es un hijo de puta pendejo perro desgraciado pero joderrrrrrrr que complicado gracias gracias ansiosa por el siguiente cap gracias gracias
ResponderEliminarMaldición Charly es un hijo de puta pendejo perro desgraciado pero joderrrrrrrr que complicado gracias gracias ansiosa por el siguiente cap gracias gracias
ResponderEliminarQue triste que Edward haya creido en lo que Charlie le dijo.... Perón que dice que es igual a su ex.... Se supone que es su padre!!!!
ResponderEliminarEspero que Edward pueda hacer que Bella le crea....
Besos gigantes!!!
XOXO
Pobre Bella, de verdad no quisiera estar en sus zapatos. Gracias por el capi!
ResponderEliminarYa decía yo k Charlie tubo mucha culpa 😑😑 ese ed no todas son iguales!!😲😲
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