EHQMO-Capítulo 3


Bella

Bella se derrumbó con él sobre el suelo, evitando que él se hiciera algunos hematomas y ganándose ella misma algunos. Se maldijo por haber hablado demasiado y por no haber generado suficiente calor. Resultaba difícil creer, dada la tensión sexual que había estallado entre ellos momentos antes, pero los hombres a punto de quedarse inconscientes no mentían. ¿Qué diablos había querido decir él con lo de comportarse? No se podía decir que a él le gustara cuando ella le tocaba... ¿O sí?

Se incorporó suavemente, con mucho cuidado. Tuvo mucho cuidado con la cabeza de Edward porque, por muy irritante que él fuera, no quería que se muriera.

¿Qué podía hacer por alguien que tenía hipotermia y un buen golpe en la cabeza? ¿Tenía comida y ropa seca a su disposición? ¿Debería dejar estar la herida que él tenía en la cabeza o comprobársela? Había hecho un curso de primeros auxilios hacía bastante tiempo y recordaba muy poco de lo que se debía hacer. Jamás había tenido que poner en práctica sus conocimientos.

Apretó los dientes y se puso a quitarle los calcetines. A continuación, se dispuso a hacer lo mismo con los calzoncillos. Edward Masen no iba a ponerse muy contento cuando recuperara el conocimiento. Si es que lo recuperaba.

—Confía en mí si te digo que resulta difícil impresionarme.

Deslizó los dedos por debajo de la cinturilla y se los sacó. Trató de no mirar mientras los deslizaba por unos muslos más propios de un esquiador que de un ejecutivo. Piernas fuertes. Poderosas.

Bien. Tal vez estaba un poco impresionada, pero aún no lo había observado en su totalidad ni tenía intención de hacerlo. Mirar significaba el primer paso en la resbaladiza senda del deseo y éste estaba fuera de cuestión en lo que se refería a aquel hombre en particular.

—¿Sabes lo que van a hacerme si te mueres? — musitó mientras iba a por las mantas térmicas. Aparte de las mantas, encontró también un saco de dormir —. Van a bajarme al infierno. Van a decir que deberíamos habernos quedado en el teleférico. Tal vez debería haber sido así, pero no lo hemos hecho, y eso fue tan decisión tuya como mía, así que despierta, Edward. Voy a necesitar que, al menos, me quites parte de la culpa.


Hizo una cama al lado de Edward, una mezcla de mantas térmicas y mantas para el fuego, y colocó el edredón encima. Le quitó a Edward el abrigo de Hare porque el exterior aún estaba mojado. Él estaba completamente desnudo y, en aquella ocasión, no pudo evitar mirar mientras lo metía en la cama. Edward Masen era una obra maestra. Hermoso por todas partes. Incluso estando frío.

El kit de hipotermia del quiosco tenía unas almohadillas de calor. Bella arrancó la capa que había entre ellos para provocar la reacción química. Luego las envolvió en trapos de cocina y se las colocó a Edward debajo de las axilas. Entonces, lo arropó bien con el saco de dormir y le puso otra manta térmica encima.

¿Qué más podía hacer?

—Esto es lo que vamos a hacer —musitó ella—. Voy a limpiarte la herida. Entonces, tú vas a entrar en calor, te vas a despertar y me vas a dar las gracias muy educadamente por mis esfuerzos. Ni casa ni diamantes. Me bastará con que me des las gracias. Entonces, cuando regresemos a Queenstown y todo el mundo te pregunte cómo ha sido estar en la ladera de la montaña conmigo, delante de Dios, de tu familia, amigos y media ciudad, dirás que tal vez no haya sido muy cómodo estar en mi compañía, pero reconocerás que yo te he mantenido con vida y que, por eso, cuento con tu gratitud. ¿Te parece mucho pedir que, por una vez en tu vida y en la de tu hermana y la de tu madre, dejéis de odiarme por algo que jamás fue culpa mía?

—Bella —susurró Edward.

Ella se inclinó para escucharlo mejor. Vio que aún tenía los ojos cerrados, pero que, al menos, volvía a estar consciente.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Ahora qué? —Hablas demasiado.

Edward


Edward se despertó lentamente, reconociendo vagamente el lugar en el que se encontraba. La cama en la que yacía era cálida, pero no suave. La mujer que tenía entre sus brazos tenía la ropa interior puesta, pero él no, algo que no solía ocurrirle. Además, tenía un tremendo dolor de cabeza, lo que tampoco solía ocurrirle. El alcohol no estaba entre sus vicios y se mantenía alejado de las drogas. Las mujeres eran su debilidad. Deslizó suavemente la mano por debajo de la camiseta que ella llevaba puesta y le acarició la espalda, lo que le aseguró que aquella tenía unas exquisitas formas. Sin embargo, ¿por qué no estaba desnuda? ¿Y por qué no se sentía él adecuadamente... descansado?
Su cuerpo le decía que aún tenía trabajo que hacer mientras que su mente le decía algo completamente diferente. Estaba tumbado de espaldas mientras que ella estaba acurrucada contra su costado, casi encima de él, con la pierna colocada sobre su muslo. Era muy delgada y casi no pesaba nada en absoluto.

¿Desde cuándo dormía él tranquilamente con una mujer entre los brazos? Nunca. Ésa era la respuesta.

Los ojos le escocían y la cabeza... Deseó profundamente que su cabeza le perteneciera a otra persona. ¿Qué había estado él haciendo?

Recordaba claramente el entierro de su padre. Recordaba haber tratado de comprender el conflicto de sentimientos sobre la muerte de un padre al que había amado y los sentimientos sobre la muerte de un hombre cuyos actos había despreciado por completo. No recordaba nada de la fiesta de despedida de su madre. Tal vez él se había ido a beber por ahí. Tal vez se había emborrachado por completo y se había ido a la cama con una mujer para consolarse. No era exactamente lo que un buen hijo habría hecho, pero él no era un buen hijo.

¿Quién era aquella mujer?


Abrió los ojos y la miró. Entonces, volvió a cerrarlos rápidamente. Una pelirroja. Un cabello no del color de la zanahoria, sino verdaderamente rojo y tan brillante como el ala de un cuervo. Edward jamás se acostaba con pelirrojas. Le recordaban demasiado a su padre y a la...

De repente, lo recordó todo. El muchacho del teleférico. La avalancha, el accidente, la odisea hasta llegar al quiosco. Y a ella.

Bella Swan. Nada más y nada menos.

Odiada desde la infancia por los pecados de su madre. Evitada por unos pecados que no eran suyos. Deseada...

Eso era ciertamente lo que sentía su cuerpo.

Llevaba ya mucho tiempo deseándola si quería ser sincero consigo mismo, pero tan sólo como un niño mimado desea la única cosa que sus padres le niegan.

Se había sentido atraído por ella. ¿Y qué? Les ocurría a la mayoría de los hombres.

Nunca había hecho nada al respecto.

Entonces, Bella se movió en sueños y le rozó el hombro con los labios. Se acercó más a él, lo que hizo que Edward lanzara un gruñido en voz alta. Le enredó los dedos de una mano en el cabello, supuestamente para persuadirla de que se fuera a dormir a otro sitio.

Sin embargo, la mano permaneció donde estaba, igual que ella.

Con los ojos aún cerrados y maldiciéndose por diez razones diferentes, Edward no se apartó de ella. Tenía el cuerpo cálido y suave, deliciosamente cálido. No era un muchacho. Decididamente no era un muchacho. Bella suspiró y se subió un poco más encima de él. Aún no estaba despierta, pero él sí lo estaba. También muy excitado y aquella dolorosa contención resultaba nueva para él.

¿Qué podía hacer? ¿Qué podían hacer él y la mujer que lo había llevado hasta la relativa seguridad del quiosco, lo había metido dentro, lo había desnudado y lo había hecho entrar en calor antes de sucumbir a su propio agotamiento?

«Yo no soy mi padre».

Edward Masen no tenía por costumbre hacerse con todo lo que deseaba sin pensar en las consecuencias. Decidió que tenía que despertarla. Quitársela de encima. Encontrar unos analgésicos y tomárselos. Poner su cabeza a pensar.


Entonces, ella se movió e hizo un sonido parecido al de un gatito cuando se acurrucaba en busca de calor. Edward se movió con ella, alineando su cuerpo de manera que su firme masculinidad descansara contra la entrepierna de Bella. Gruñó porque sabía que no debería estar haciendo aquello, pero resultaba tan erótico... Como si sus manos tuvieran vida propia, se deslizaron por la espalda de Bella. Lenta, muy lentamente, él trazó una línea imaginaria con los dedos a lo largo de la espina dorsal y saboreó la forma y la textura de lo que sabía que no podía tener.

Ella se movió contra él, frotándose contra él. Los dedos de Edward habían alcanzado el borde de las braguitas. Había llegado el momento de detenerse.

—Pelirroja —susurró para que ella se despertara—. Despiértate. Levántate de encima de mí.

Lentamente, como si estuviera surgiendo de un sueño producto de los narcóticos, Bella colocó las manos sobre el torso de él y se incorporó. Tenía los labios entreabiertos y los ojos adormilados, sugerentes. El cabello le caía por un rostro que perseguiría a Edward para siempre. En cuanto al tacto de su piel...

—Pelirroja —dijo con voz ronca—, tienes que apartarte de mí.

—Te oí la primera vez —murmuró, pero no movió ni un músculo. Edward tampoco.


Entonces, muy lentamente, Bella comenzó a moverse contra él. Las manos de Edward la animaron y se le tensaron sobre el trasero, guiándola, deseando mucho más de ella. Bella colocó las dos manos sobre las mantas, a ambos lados del rostro de Edward. Tenía los labios a pocos centímetros de los de él.

—¿Qué tal tienes la cabeza? —susurró ella. 

—Mal.

—Hice lo que pude.

—Lo sé —gruñó él. Las palmas de las manos seguían cabalgando sobre sedosos muslos, mientras que los pulgares se metían por debajo del elástico de las braguitas, deseando entrar un poco más.

—Bella...

Una orden. Una súplica. Un último intento desesperado por recuperar la cordura.

—Lo sé. Quieres que me aparte —musitó ella. Los labios estaban ya muy cerca.

—Ahora mismo.

Edward emitió la orden al mismo tiempo que el pulgar se deslizaba debajo de las braguitas y encontraba la cálida humedad de su centro.

—Está bien...

Bella se atrapó el jugoso labio inferior entre los dientes y realizó un ligero movimiento hacia él.

Estaban perdidos.

—No te gusta que te toque, ¿te acuerdas? —susurró ella. 

—Me acuerdo.

—Tú pensabas que yo era basura.

—Ésa no era la razón —susurró. Cuanto más movía el dedo, más le costaba pensar—. Un beso y tendrás que apartarte de mí. Sólo uno...

—Sólo uno —repitió ella.

Entonces, sus labios tocaron los de él, suaves y tentadores. No se podía decir que aquello fuera ni siquiera un beso hasta que él inclinó un poco la cabeza y lo profundizó y comenzó a delinear los labios de Bella con la lengua.

Quería entrar. Quería saborearla tan sólo una vez.

No podía creer lo mucho que deseaba hundirse en ella aunque sólo fuera una vez.

Debía de ser un loco el que tenía aquellos pensamientos. No él. Para él, Bella Swan era una mujer prohibida.

Entonces, ella entreabrió los labios. Cuando la saboreó, Edward se sintió como si cayera de los confines de la tierra.

Bella

Bella sabía que estaba mal desearlo de aquella manera. Debería haberse apartado de él cuando Edward se lo pidió, pero su cuerpo resultaba tan cálido y aquellas manos... Parecían conocer todo lo que el cuerpo ansiaba, sabían...

Edward besaba como un hombre que sabía perfectamente cómo saborear lo que le agradaba. El sabor de su boca se le subió a la cabeza y le quitó toda capacidad de razonamiento cuando apartó las braguitas a un lado y reemplazó el algodón con su sedosa masculinidad. Un beso que duró una eternidad mientras él la colocaba, o ella lo colocaba a él, y se hundía dentro de ella.


Sin romper el beso, Bella gimió. Entonces, los dos empezaron a moverse y el placer se multiplicó.

¿Cómo podía saber...? ¿Cómo podía saber que el hecho de que le acariciara suavemente la espalda la excitaba tanto y le permitiría una posesión mucho más profunda? Sensaciones abrumadoras que se multiplicaron cuando él profundizó aún más el beso y comenzó a moverse dentro de ella como si estuvieran atrapados en un lánguido y dulce sueño. Un hombre muy atractivo, de hermoso cuerpo y táctiles manos, con una forma de acariciarla que la mandó directamente al orgasmo más potente que ella había experimentado nunca. Sólo entonces, fue cuando el beso, el único beso que habían compartido, se rompió para testificar en voz alta el placer que él le había hecho sentir.

Bella escondió el rostro contra el cuello de él para ahogar sus gritos. Él gruñía también y la abrazó con fuerza. Entonces, le sujetó la cabeza para que ella apretara la boca a su piel y se hundió en su cuerpo por última vez, con urgencia, mientras Bella cabalgaba una segunda oleada de placer y le mordía con fuerza en la piel.

En el interior de su cuerpo, una y otra vez, él vertió su cálida semilla muy dentro de ella.


10 comentarios:

  1. Que capitulazo, estuvo realmente sensual 😙

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  2. Para calor no hay como el humano jijiji

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Oo0 esto me hace pensar que va haber problemas por esto. Gracias por el cap

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  5. Espero que Edward no quiera culpar a Bella de seducirlo. Aunque es más que obvio que siente algo el uno por en otro

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  6. No pensé que su deseo fuera muy fuerte, que sucederá después de esto!!!

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  7. No,pudieron contra la tentación y al final,paso lo que tanto querían.

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  8. wowwwwwwwwwww y la odia tambien no le gusta q lo toque pero bien q toco jajajajjajaja lo q hace el frio ;) gracias

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