Bella se dejó caer en la cama boca arriba con un gemido de frustración. Había tan sólo una cosa que le interesaba de estar casada con Edward y, por lo visto, ahora resultaba que se la iba a negar.
Bueno, eso habría que verlo.
Bella se puso en pie y buscó en una de las bolsas.
—Aquí está —exclamó al encontrar lo que estaba buscando.
Entre las manos tenía un salto de cama de raso que se había comprado la primera vez que Edward le había pedido que se casara con él.
Bella abrió la puerta con cautela y buscó a Edward con la mirada. No oía nada, pero se percató de que la puerta de su habitación estaba cerrada y la del baño abierta.
Bella se metió dentro y comenzó a desnudarse. Todavía iba vestida de novia, así que tardó un rato. Lo primero que hizo fue quitarse las flores del pelo y, luego, se quitó el vestido, los zapatos, las medias, las braguitas y el sujetador.
A continuación, se dio una ducha, se lavó el pelo y se acicaló lo mejor que pudo. En aquellos momentos, le habría gustado haberse llevado sus cremas, sus geles y sus champús, pero tuvo que contentarse con el jabón de Edward.
Claro que también era cierto que Edward siempre olía de maravilla, así que oler a él al utilizar su jabón era un sustituto decente hasta que, con un poco de suerte, pudiera obtener aquel olor de su propio cuerpo.
Bella se secó el pelo y el cuerpo, se puso el salto de cama, que la favorecía enormemente, se soltó el pelo y salió al pasillo.
La puerta del dormitorio de Edward estaba abierta, pero él no estaba por ningún lado, lo que quería decir que estaba en la planta baja o fuera de la casa. Bella bajó descalza a buscarlo. Una vez abajo, oyó ruidos en la cocina y allí se dirigió.
Al llegar, observó que Edward estaba colocando la vajilla en los armarios y se quedó mirándolo, admirando sus movimientos, sus músculos.
Se había cambiado y llevaba de nuevo los vaqueros y la camisa de siempre. Bella se fijó en que tenía pajas en los dobladillo de los vaqueros y supuso que había ido a las cuadras. Menos mal que ya había vuelto porque, de no haber sido así, habría tenido que elegir entre esperarlo en el salón o salir a buscarlo y eso habría supuesto tener que aguantar las miradas y los comentarios de sus empleados.
Claro que tampoco estaba muy segura de haber tenido el valor de haber salido a buscarlo si aquél hubiera sido el caso.
Edward, que en aquellos momentos estaba organizando la cubertería, se giró y se quedó mirándola. Sus ojos se deslizaron sobre el cuerpo de Bella, desde la cabeza hasta los pies, y tuvo que agarrarse a la encimera, pero pronto consiguió recuperarse.
—Hola —la saludó.
Bella se dio cuenta encantada de que estaba nervioso. Bueno, por lo menos, había conseguido captar su atención aunque estuviera intentando disimular.
—Hola —contestó.
—Creía que estabas descansando.
—No estoy cansada —mintió Bella.
—Has tenido un día muy largo y no deberías excederte.
Bella se apoyó en la puerta como quien no quiere la cosa, buscando una postura natural y sensual a la vez.
—Tú has tenido un día exactamente igual de largo que yo —apuntó.
Edward terminó de vaciar el lavaplatos y lo cerró.
—Yo estoy acostumbrado y, además, no estoy embarazada —contestó.
En eso, tenía razón, pero Bella tampoco creía que hubiera sido para tanto porque, al fin y al cabo, simplemente había pasado el día casándose, no montando a caballo o escalando el monte Everest.
—Por si no te has dado cuenta, ésta es nuestra noche de bodas —comentó decidiendo que era mejor ir directamente al grano—. Se supone que no tenemos que irnos a dormir hasta dentro de un buen rato.
A continuación, dio unos cuantos pasos adelante y se colocó directamente frente a Edward, lo miró a los ojos y comenzó a desabrocharle la camisa.
—Claro que nos podemos ir a la cama cuando quieras.
Dicho aquello, lo besó en la mandíbula, en la mejilla y en la comisura de los labios, se agarró a las trabillas de los vaqueros y se apretó contra su cuerpo.
Cuando lo besó en la boca, se dio cuenta de que Edward no estaba respondiendo a sus estímulos. Era cierto que había movimiento a la altura de la bragueta, pero Edward no se movía, no la estaba besando.
Bella se apartó suavemente, abrió los ojos y lo miró. El rostro de Edward estaba impávido y tenía los dedos apretados.
—¿Qué te pasa?
—Deberías descansar —insistió Edward tomándola de los hombros y apartándola—. Ha sido un día muy largo.
—¿Cómo? —se extrañó Bella.
—Hemos tenido un día muy largo —contestó Edward por enésima vez—. Pareces cansada. Deberías irte a la cama.
Así que, en lugar de hacerle el amor a su mujer, Edward le estaba diciendo que tenía aspecto de estar cansada y que debería irse a la cama sin él.
Bella no sabía si sentirse dolida o enfadada, así que decidió sentirse las dos cosas.
—Estás de broma, ¿no?
Edward negó con la cabeza y se puso a moverse por la cocina organizando cosas que ya estaban hechas, como limpiar la encimera de nuevo o colocar el detergente que había junto a la ventana medio centímetro más a la izquierda.
—Vete a dormir —le dijo sin mirarla a los ojos—. Yo tengo que ir a las cuadras.
Y, dicho aquello, se giró y salió de la casa dejando a Bella sola en su noche de bodas.
Edward cruzó la pradera, saltó la valla y metió la cabeza hasta los hombros en el abrevadero de los caballos.
Maldición.
¿Acaso Bella quería volverlo loco?
Como si no hubiera sido suficiente tener que controlarse durante todo el día mientras la observaba bailar con aquel precioso vestido blanco que dejaba al descubierto su piel pálida y suave y sus maravillosas piernas, al llegar a casa se había duchado y había bajado a buscarlo ataviada con un camisón que no dejaba nada para la imaginación.
Era cierto que el conjunto, compuesto por camisón y bata, le llegaba casi por los tobillos, pero la tela era suntuosa, marcaba las formas del cuerpo de Bella y era casi transparente, así que se le veían los pezones y el vello oscuro de la entrepierna.
Llevaba el pelo mojado y olía a limpio y a su jabón. Nada más verla, se había excitado y había tenido que hacer un gran esfuerzo para no hacerle el amor allí mismo, en el suelo de la cocina.
Y, para colmo, había tenido que soportar sentir sus maravillosas curvas apretadas contra su cuerpo, quemándole la ropa, quemándole la boca. No había tenido más remedio que salir huyendo de la cocina para no hacer algo de lo que se pudiera arrepentir, algo que se había prometido a sí mismo no volver a hacer.
No se iba a acostar con su esposa.
Edward era consciente de que se suponía que debería hacerlo, sobre todo en su noche de bodas, y Bella había dejado muy claro que era lo que quería, pero él, no.
No quería ni tocarla, no quería aprovecharse de la situación. Bella se había casado con él no porque quisiera sino porque estaba embarazada y eso hacía que Edward se sintiera extraño.
Además, no quería acercarse demasiado a ella, ni física ni emocionalmente. Sobre todo, después de haberla visto entre los brazos de su hermano y después de tener los recuerdos de la traición de su ex mujer más presentes que nunca.
No ahora que estaban legalmente casados, obligados a vivir juntos. Había demasiadas posibilidades de verse demasiado involucrado, de empezar a tomarle cariño de verdad, y Edward no quería correr aquel riesgo.
Por eso había decidido que lo mejor era mantener la distancia. No quería que Bella se hiciera ilusiones porque su matrimonio era una farsa.
Edward sacó la cabeza del abrevadero y se sacudió como un perro.
Mientras entraba en las cuadras, se dijo que el único problema de su brillante plan era que parecía que Bella no estaba en la misma página que él. Bella parecía encantada ante la idea de zambullirse de pies a cabeza en un matrimonio de verdad.
Lo malo era que, si se le había metido en la cabeza seducirlo, tal y como había intentado en la cocina, ¿cómo demonios iba a conseguir Edward resistirse? ¿Cuánto tiempo podría aguantar?
No creía que mucho porque todavía le hervía la sangre en las venas, todavía sentía la urgencia de hacerle el amor, así que, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se obligó a dar de comer a los caballos.
Iba a tener que ser más fuerte, iba a tener que actuar con más determinación e iba a tener que evitar estar cerca de su nueva esposa todo lo posible.
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A Bella le estaba pareciendo que el matrimonio no era tan maravilloso como la gente decía.
En el mes y medio que llevaba casada con Edward, apenas habían hablado y, cuando lo habían hecho, había sido siempre sobre temas mundanos como el tiempo, el ganado o la cena.
Aquello era para volverse loca.
Siempre que intentaba acercarse a él, Edward actuaba como si lo hubiera quemado y con cualquier excusa salía de la casa en dirección a las cuadras.
Además, no parecía estar dándose cuenta de los cambios que se estaban operando en su cuerpo. Para Bella, se estaba tratando de cambios muy pronunciados. Le habían crecido los pechos y los tenía mucho más sensibles, le había salido un poco de tripita y las camisetas comenzaban a quedarle pequeñas.
Cualquiera que se hubiera fijado un poco, se habría dado cuenta de que estaba embarazada.
Por desgracia, Edward no era una de esas personas. Su relación era, más o menos, la de dos compañeros de piso en lugar de la de un marido y una mujer, y aquello estaba empezando a ponerla de los nervios.
Su padre y los padres de Edward estaban encantados con la noticia de que iban a ser abuelos y, de momento, ninguno de ellos había preguntado por qué estaba embarazada de tres meses cuando hacía solamente un mes que se habían casado.
¿Esfuerzos? Pero si no hacía absolutamente nada. Lo único que hacía era cocinar y mantener la casa limpia. Por lo menos, cuando vivía con su padre, tenía cosas que hacer en el rancho y se mantenía ocupada.
Tal vez, pudiera ayudar con la parte administrativa del rancho. Edward pasaba tantas horas fuera, en las cuadras, trabajando con las vacas y los caballos, que Bella supuso que no tendría mucho tiempo que dedicarle a los libros de contabilidad. Edward tenía un despacho montado en casada con ordenador, pero Bella no recordaba haberlo visto nunca allí.
Claro que, a lo mejor, allí era donde pasaba las noches porque, como no compartían habitación ni cama...
En cualquier caso, Bella necesitaba algo en lo que ocupar su tiempo, así que lo primero que hizo el lunes por la mañana cuando se levantó fue vestirse, preparar el desayuno, desayunar con Edward, que apenas habló, y, en cuanto se hubo ido en dirección a las cuadras, dirigirse a su despacho.
Tal y como había pensado, hacía mucho tiempo que Edward no actualizaba las facturas porque había recibos por todas partes. También había listas de ganado y recibos de compras y ventas.
En lugar de sentirse agobiada ante tanto trabajo, Bella se sintió contenta porque, por fin, había encontrado algo en lo que ocupar su tiempo y atención, un objetivo para su vida matrimonial aparte de ser esposa y ama de casa.
Tal vez, con un poco de suerte, podría demostrarle a Edward que podía echarle una mano y ser de mucha ayuda en el Circle R.
Tal vez, no le sirviera para resolver sus problemas, pero, por lo menos, hacer aquel trabajo la iba ayudar a sentirse útil y a no pensar en la terrible farsa de su matrimonio.
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Dos semanas después, Bella no podía dormir. Eran cerca de las dos de la madrugada, estaba lloviendo con fuerza y había truenos y relámpagos.
Normalmente, disfrutaba de las tormentas, del viento, el ritmo relajante de las gotas de agua, de la claridad y el olor que había al día siguiente, pero aquella noche todas aquellas cosas hacían que se sintiera más triste que nunca.
Bella suspiró sintiéndose derrotada, se irguió, apartó las sábanas y se puso la bata. A lo mejor, un vaso de leche caliente la ayudaría. Una vez en la cocina, se sirvió una buena cantidad de leche y la metió a calentar en el microondas.
Mientras esperaba, metió el cartón de leche en el frigorífico, se cruzó de brazos y se quedó mirando por la ventana.
Fuera estaba muy oscuro, pero había luz en las cuadras. Bella frunció el ceño. Era extraño que alguien estuviera en las cuadras a aquellas horas de la noche.
Incluso Edward, que se pasaba el día allí para evitarla.
Llevada por la curiosidad, subió las escaleras y comprobó que la puerta del dormitorio de Edward estaba abierta, algo extraño también porque siempre la mantenía cerrada.
Seguramente para mantenerla a ella alejada, claro.
En aquel momento, la alarma del microondas la avisó de que la leche estaba caliente, así que bajó a la cocina.
Mientras se tomaba la leche, volvió a mirar por la ventana y se preguntó qué haría Edward a aquellas horas en las cuadras. ¿Qué habría tan importante que no pudiera esperar al día siguiente? Por supuesto, la única respuesta lógica era que había habido una emergencia con uno de los animales.
Preocupada, se puso unas zapatillas de deporte y una cazadora vaquera para protegerse del frío y cruzó corriendo la distancia que la separaba de las cuadras. Por supuesto, el agua le empapó en cuanto puso un pie fuera de la casa.
Una vez en las cuadras, se coló dentro sin hacer ruido y buscó a Edward, pero no lo vio por ningún lado. Sin embargo, oyó ruidos al fondo de la cuadra y se fue hacia allí.
Al llegar, se dio cuenta de que lo que había oído era la voz de Edward, que estaba hablando muy bajito. Al acercarse, vio que Edward estaba de cuclillas en el suelo junto a una yegua que estaba terminando de dar a luz.
Con mucho cuidado para no hacer ruido pues no quería distraer a Edward ni asustar a la yegua, Bella se quedó junto a la puerta observando cómo Edward dedicaba al animal palabras de ánimo y caricias y la ayudaba cuando era necesario.
En pocos momentos, vio aparecer unas diminutas pezuñas y un diminuto hocico y Edward tiró del potro y lo ayudó a nacer.
Al hacerlo, cayó de espaldas y el recién nacido cayó encima de él, lo que lo hizo estallar en carcajadas. Bella sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas al oír su risa y ver cómo Edward limpiaba al animal y lo observaba mientras se ponía en pie.
Mientras el potro mamaba, Edward se puso en pie y se limpió las manos en los vaqueros. Bella se apresuró a secarse las lágrimas porque no quería que viera que había estado llorando. Cuando Edward la vio, se quedó helado.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó saliendo del establo y cerrando la puerta.
—He visto luz en las cuadras y he venido por si pasaba algo.
—No, no pasa nada. Sólo una yegua que tenía que dar a luz.
—Ya lo he visto —contestó Bella mirando con una sonrisa en el rostro a la madre y al recién nacido—. Es precioso, ¿eh? Bueno, o preciosa.
—Precioso, es un potro —contestó Edward.
Dicho aquello, se quedaron en silencio mirando a madre e hijo.
—No deberías estar aquí —comentó Edward—. Estás empapada. Deberías estar en la cama.
—No podía dormir —contestó Bella fijándose en que Edward también estaba mojado y sucio—. Tú no estás mucho mejor.
Edward se miró e hizo una mueca de disgusto.
—Sí, supongo que me va venir bien una ducha.
—Pues vamos a casa —dijo Bella agarrándolo del brazo e ignorando su protesta de que se iba a manchar—. Mientras tú te duchas, yo preparo chocolate caliente.
Edward apagó las luces de las cuadras, abrió las puertas y ambos corrieron hasta el porche. Una vez dentro de casa, se quitaron los zapatos y las cazadoras y comprobaron que ambos estaban mojados.
—Tú sube a ducharte mientras yo preparo chocolate —insistió Bella. —Tú también estás mojada y, además, estás...
—Como digas otra vez que estoy embarazada, te arreo —lo interrumpió Bella con una cacerola en la mano—. Sí, es cierto que estoy embarazada, pero eso no significa que sea frágil como una muñeca de porcelana. Yo estoy mojada, pero tú estás mojado y sucio, así que ve a ducharte tú primero.
Edward miró la sartén y se dio cuenta de que Bella estaba molesta, así que se metió las manos en los bolsillos.
—Está bien, me voy a duchar.
Haciendo un gran esfuerzo para no reírse, Bella apretó los dientes porque, a pesar de que sabía que Edward había sentido el tono divertido de su voz, quería permanecer estoica.
—Buena idea.
Edward se giró y subió las escaleras en dirección al baño. Bella comenzó a imaginárselo desnudándose y tuvo que hacer un gran esfuerzo para concentrarse en preparar el chocolate y no derretirse allí mismo.
Aunque Edward hubiera dejado muy claro que no tenía ningún interés en acostarse con ella, ella no podía controlar sus hormonas y Bella suponía que era a causa del embarazo, que le había disparado la libido.
O, tal vez, fuera que una persona siempre quiere lo que no puede tener. En cualquier caso, se sentía como si estuviera a régimen y hubieran colocado ante ella un bufett de postres deliciosos.
Por supuesto, estaba muerta de hambre, salivando, y estaba más que dispuesta a saltarse la dieta.
Bella preparó el chocolate y, de paso, calentó también unas tostadas. A los pocos minutos, Edward bajó duchado, con el pelo mojado y descalzo.
Al verlo así, Bella tuvo que tragar saliva porque el deseo se había apoderado con fuerza de su cuerpo.
—El chocolate ya está caliente y estoy preparando tostadas. A mí me encanta tomarme el chocolate con tostadas con mantequilla.
Sin decir palabra, Edward pasó a su lado y se sentó, agarrando la taza de chocolate caliente entre las manos.
Bella sacó la tostada del tostador, le puso mantequilla, la cortó por la mitad y la dejó sobre la mesa en un plato. A continuación, se sentó junto a Edward y tomó también la taza de chocolate entre las manos.
Edward miraba a Bella, que se paseaba por la cocina tan cómoda y eficiente como siempre. No le había costado absolutamente nada hacerse con la casa desde que había llegado y parecía que hubiera vivido siempre bajo aquel techo.
Por propia iniciativa, se ocupaba de las comidas y de organizar la casa a pesar de que había una señora que se encargaba de la limpieza todas las semanas. Edward se había dado cuenta de que le había ordenado también el despacho, y se lo agradecía mucho.
Así, había encontrado algo que hacer con su tiempo y, además, lo estaba ayudando muchísimo porque se estaba ocupando precisamente de la parte del rancho que a él le gustaba menos, los papeles.
Por lo que había visto, Bella había actualizado el libro de contabilidad, un trabajo que llevaba él semanas atrasando.
Que viviera en su casa y se ocupara de sus cosas era de alguna manera el recordatorio de que estaba casado con ella y que, independientemente de las circunstancias, iban a estar casados por mucho tiempo.
Sin embargo, lo que más le gustaba de Bella no era que hiciera un café maravilloso ni que se ocupara de la contabilidad del rancho, sino ella en sí misma, su presencia, su voz y su olor, su pelo y la forma de caminar, la manera en la que tarareaba cuando cocinaba o cómo olía el baño después de que ella se hubiera dado uno de sus largos y maravillosos baños de espuma.
Todo lo referente a ella lo excitaba. Edward se levantaba todas las mañanas con su olor, que se le antoja tan fuerte que hubiera podido jurar que había pasado la noche a su cuerpo.
¡Su cuerpo!
Aquel cuerpo era como para hacer que un hombre que no creyera en Dios se pusiera a rezar. Sobre todo ahora, con los cambios que el embarazo le estaba produciendo.
Se trataba de cambios sutiles, pero Edward se había percatado absolutamente de todos. Se había fijado en que le habían crecido los pechos y en que se le estaba formando una preciosa tripita.
Lo que más le apetecía en el mundo era acariciarle la tripa y sentir aquel lugar en el que estaba creciendo su hijo. Soñaba con ello.
Sin embargo, por mucho que le apeteciera tocarla, involucrarse en el desarrollo del bebé sería demasiado peligroso porque Edward era consciente de que no se conformaría con tocarle la tripa sino que querría más, querría acariciarle el cuello y el rostro, querría besarla y hacerle el amor.
Por eso, pasaba las noches en blanco, recordando cuando la tenía entre sus brazos y podía acariciarla. Antes, en el pasado, cuando su relación había sido casual y no complicada, temporal en lugar de permanente.
Edward se llevó el chocolate a los labios y deseó que fuera algo frío que calmara su ardor, claro que tampoco le hubiera servido de mucho porque, siempre que tenía a Bella cerca, le subía la temperatura corporal.
Entre mordiscos de tostada y tragos de chocolate, Bella estaba hablando del potro recién nacido. Su voz era suave y alegre y tranquilizó a Edward a pesar de que también lo excitaba.
Ese era el efecto que Bella tenía sobre él. Aunque la deseaba con todo su cuerpo, también había un profundo nivel de comodidad, parecido a un buen fuego en una noche de invierno. Era un tipo de soltura que Edward suponía que tendría una pareja que llevaba viviendo junta cincuenta años.
Claro que siempre había sido así con Bella. Tal vez, porque habían crecido juntos, viéndose constantemente, incluso en la adolescencia, cuando estaban feos y tenían granos, compartiendo huesos rotos y corazones destrozados.
O, tal vez, simplemente fuera ella, con su maravillosa sonrisa y sus ojos amables, y aquella manera suya de aceptar a todo el mundo tal y como era, sin querer cambiar a nadie.
Ni siquiera a él, que obviamente tenía muchas cosas que cambiar. Lo cierto era que Edward no tenía ni idea de por qué Bella había accedido a casarse con él.
—¿Edward?
Edward parpadeó y se dio cuenta de que Bella había dejado de hablar y lo estaba mirando como si esperara una respuesta.
—Perdón, se me ha ido la cabeza. ¿Qué me has preguntado?
Bella sacudió la cabeza y Edward se fijó en que todavía tenía el pelo mojado. No era su pelo lo único que estaba mojado pues, aunque ya casi llevaban media hora dentro de casa, todavía tenía zonas del camisón húmedas y, aunque decía que no tenía frío, tenía los pezones duros.
Edward los veía claramente a través de la tela casi transparente. Tal vez, fuera su imaginación o el recuerdo de haberlos tenido entre sus manos y en su boca.
Maldición.
Estaba completamente excitado. De no haber sido por la mesa de madera que lo tapaba, Bella se habría dado cuenta de lo que sentía por ella. Por mucho que hubiera insistido muy serio en que no estaba interesado, su respuesta física lo habría traicionado.
Inhalando y exhalando con paciencia, Edward luchó para controlar su erección y se agarró a la taza con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. Además, se obligó a mirar a Bella a los ojos en lugar de fijarse en su pecho.
—No, nada, tampoco estaba diciendo nada importante —contestó Bella sin darse cuenta de la terrible batalla interna que Edward estaba librando—. Supongo que estarás cansado, así que no hace falta que te quedes haciéndome compañía por educación —añadió levantándose y dirigiéndose con su taza hacia el fregadero.
Edward aprovechó aquel momento, en el que Bella estaba de espaldas a él, para ponerse en pie con la idea de dirigirse a la puerta. Así, podría irse antes de que Bella se diera cuenta de lo abultada que llevaba la bragueta de los vaqueros.
—Toma —dijo dejando la taza en el fregadero.
Su idea era dejar la taza y salir a toda velocidad de la cocina directamente hacia su dormitorio, donde podría encerrarse y evitar la seducción natural de Bella.
Sin embargo, en el mismo momento en el que Edward dejó la taza en el fregadero, Bella se giró hacia él y le rozó con la tripa justo encima de la hebilla del cinturón, lo que lo hizo gemir.
Al instante, sintió que el diafragma se le cerraba, que el corazón le daba un vuelco y que la sangre le hervía en las venas.
Bella se quedó mirándolo con sus enormes ojos azules muy abiertos y una mezcla de incertidumbre y deseo. Edward maldijo en silencio al darse cuenta de que por su culpa Bella estaba dudando de su belleza.
Por supuesto que no quería tocarla, pero tampoco quería dañarle la autoestima porque Bella era una mujer realmente bonita que se merecía tener a un buen hombre a su lado y no a él, que no era capaz de corresponder a sus sentimientos.
—Bella... —suspiró acariciándole el pelo y poniéndole la palma de la mano en la nuca.
Bella se mojó los labios con la punta de la lengua. Edward se apretó contra ella, frotándose sensualmente contra su cuerpo donde más necesitaba que lo tocara.
—Creía que ya no me deseabas —murmuró Bella con voz trémula.
—Claro que te deseo —contestó Edward con voz grave—. Lo que pasa es que quería negarlo, quería controlarme, pero me ha sido imposible. Te deseo día y noche, despierto y dormido. Desde que vives conmigo, no hago más que darme duchas de agua helada.
Bella se quedó mirándolo emocionada.
—Vaya, pues cualquiera lo habría dicho —comentó un tanto molesta.
—He intentado engañarte y he intentado engañarme también a mí mismo, pero no me ha salido bien. Ésta no miente —contestó Edward apretando su erección contra la entrepierna de Bella.
Al instante, vio un brillo especial en sus ojos, un brillo de puro deseo, pero Bella se controló y se puso seria.
—¿Qué te parece si te digo que solamente accederé a acostarme contigo si sé qué me quieres y que te tomas en serio que este matrimonio funcione?
Edward apretó las mandíbulas.
—Voy a hacer todo lo que pueda para que este matrimonio funcione. —Pero no me quieres.
Lo había dicho como una afirmación, pero no en tono acusatorio. Antes de que le diera tiempo de contestar, Bella se encogió de hombros suavemente y sonrió.
—No pasa nada —le dijo—. Si hubieras dicho que me querías, me habría dado cuenta de que sólo lo estabas haciendo para acostarte conmigo. Por lo menos, ahora sé que eres sincero conmigo.
—Yo nunca te he mentido —contestó Edward. Bella se apretó contra él.
—Si lo hacemos, no hay marcha atrás —ronroneó—. Si consumamos nuestro matrimonio, no podremos pedir la anulación si cambiamos de idea. Tendremos que divorciarnos.
—Jamás se me había pasado por la cabeza —contestó Edward sinceramente—. Cuando dije en la boda «hasta que la muerte nos separe», lo dije en serio.
Ohhhh al fin! Me mata este edd y su negación lo ameee gracias Sharon
ResponderEliminarEste ed tiene traumas y es cabeza dura y abro de la que tiene sobre los hombros jajaja
ResponderEliminarYa va cediendo Edward, que bueno.
ResponderEliminarCabrón hermoso me desespera jajajajajajaja gracias X fino ojalá sendero cuenta que Kong puede vivir sin ella jajjajajaaja gracias gracias gracias gracias
ResponderEliminarPobre Bella, debe ser horrible vivir así. Lo bueno es que Edward está bajando la guardia aunque sea de a poquito jajaja
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ResponderEliminaramo esta historia... muero por saber que sucederá entre estos dos...
ResponderEliminarPor lo menos ahora cambió de idea y si quiere consumar el matrimonio, pero es duro para Bella que Edward ni siquiera pueda decir que la quiere.... espero que se de cuenta antes de que sea demasiado tarde :'(
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO