Capítulo Ocho - Amor Tormentoso



Pero no era tan fácil olvidarlo. Había empezado por no poder desayunar a la mañana siguiente a su regreso, como sucediera en Francia cinco años atrás. Sufrió un mareo, ¡ella, que nunca en su vida se mareaba! Pero llevaba en su casa dos semanas y los mareos no habían cesado. Aquello era el fin, pensaba mientras se lavaba la cara, era el colmo que pudiera quedarse embarazada de él de una forma tan fácil.

¿Qué podía hacer? No le había dicho a ninguno de sus amigos que había vuelto a Tucson, así que no recibía llamadas telefónicas. No tenía que preocuparse por buscar trabajo para el verano porque, aparentemente, Edward había firmado el contrato con Victoria Sutherland y el rancho de Bighorn le seguiría dando dividendos.

Se fijó en la sortija de esmeralda. No había querido llevársela consigo, pero cuando se marchó del rancho tenía otras cosas en qué pensar y se le olvidó quitársela. Tendría que devolvérsela. La acarició y suspiró al pensar en lo que aquella sortija habría significado en otras circunstancias. Qué maravilloso habría sido que Edward le hubiera regalado una sortija así años atrás, si la hubiera comprado por amor y le hubiera pedido que se casara con él. Era un sueño muy hermoso, pero ella tenía que hacer frente a la realidad.

Se arrebujó en el sofá, un poco mareada todavía, y comenzó a tomar decisiones. Podría seguir trabajando como profesora, aunque teniendo en cuenta sus circunstancias lo veía muy difícil. Sería una madre soltera, lo que no era muy bien visto en la profesión que desempeñaba. ¿Y si perdía el trabajo? El dinero que recibía del rancho la ayudaba, pero por sí solo no era suficiente. No, no podía arriesgarse a perder su trabajo, tendría que cambiarse de casa, inventar un marido ficticio que la hubiera abandonado, que hubiera muerto.

Profirió un grave gemido, luego abrió los ojos de repente. Llamaban a la puerta.

Abandonó sus recuerdos y se levantó, balanceándose mientras iba a abrir. No quería recibir ninguna visita, ni siquiera quería hablar. Apoyó la frente en la puerta y miró a través de la mirilla. Se quedó helada.

— ¡Vete! —dijo, herida en el corazón al ver a Edward al otro lado de la puerta.

—Por favor, déjame entrar —dijo Edward con la mirada fija en la puerta.

Cuando Edward entró, Bella ni siquiera lo miró. Cerró la puerta y fue a sentarse en el sofá. Edward se quedó de pie, con las manos en los bolsillos de su chaqueta gris, mirándola. Bella no llevaba maquillaje y tenía unas ojeras muy reveladoras.

—Lo sé—dijo Edward—. Sólo Dios sabe cómo, pero lo sé.

Bella lo miró, se encogió de hombros y se tomó las manos. Estaba descalza y llevaba un vestido holgado. Probablemente, Edward también sabía que había sufrido mareos.

Edward dejó escapar un largo suspiro y se sentó en el sofá que había frente al de Bella, apoyó las manos en las rodillas y se inclinó hacia delante.

—Tenemos que tomar algunas decisiones —dijo al cabo de un minuto.

—Ya me las arreglaré —respondió Bella secamente.

—Eres profesora y vas a tener muchas dificultades en el trabajo, puede que llegues a perderlo —dijo y observó el brillo hostil de sus ojos verdes—. Quiero a ese niño. Lo quiero con toda mi alma, y tú también. Ésa tiene que ser nuestra primera preocupación.

Bella no podía creer lo que estaba ocurriendo, no podía creer que él estuviera tan seguro de que estaba embarazada.

—Hay que esperar seis semanas y sólo han pasado dos —dijo con algún aturdimiento.

—Los dos lo sabíamos cuando hicimos el amor —dijo Edward entre dientes—. Los dos. Yo no tomé ninguna precaución y sabía que tú tampoco. No fue un accidente.

Aquello era algo que Bella sabía, así que no trató de negarlo.

—Tenemos que casarnos —dijo Edward.

Bella se rió amargamente.

—Gracias, con lo que escasean las propuestas matrimoniales últimamente, te lo agradezco mucho.

El rostro de Edward estaba tenso e inescrutable.

—Piensa lo que quieras. Yo me ocuparé de todo. Podemos casarnos en Sheridan.

Bella lo miró con furia.

—No quiero casarme contigo —dijo

—Yo tampoco quiero casarme contigo —le replicó Edward—. Pero quiero a ese niño lo bastante como para hacer cualquier sacrificio, incluso vivir con una mujer como tú.

Bella se puso en pie de un salto. Temblaba de rabia y de odio.

— ¡Si crees que voy a...! —le gritó, y de repente sintió náuseas en la garganta y en la boca—. ¡Oh, Dios! —exclamó, y corrió al baño.

Llegó justo a tiempo. Al menos había tenido la satisfacción de ver una expresión culpable en el rostro de Edward, al darse cuenta de lo que había causado. Esperaba que sufriera por ello.

Oyó pisadas y un grifo abierto. Luego Edward le puso una toalla mojada en la frente hasta que pasó el mareo. Edward se comportaba de un modo tan eficaz como siempre, Bella apenas se daba cuenta de su presencia. La ayudó a lavarse la cara, la levantó en brazos y la llevó a la habitación. La echó en la cama y le puso dos almohadas bajo la cabeza. Fue por un vaso de agua fría y le ayudó a beber. El agua fría calmó su estómago revuelto.

Edward estaba sentado en el borde de la cama. Acarició la cabeza de Bella y la observó con expresión de culpa. Había intentado estar lejos de ella, mantenerse a distancia, pero las dos semanas anteriores habían sido un auténtico tormento. Las había pasado yendo de rancho en rancho, revisando los libros y el ganado, pero de nada había servido. Había echado de menos a Bella como nunca antes, y, de alguna extraña manera, supo que estaba embarazada. Por eso había ido a buscarla. Por eso y por los sentimientos que no quería tener pero tenía hacia ella.

—Lo siento —dijo lacónicamente—. No quería decir eso.

—Sí que querías. Lo que no quieres es estar aquí. Pero yo no voy a casarme con ningún hombre que tenga la opinión de mí que tienes tú.

Edward se miró las manos durante largo rato, sin hablar. Tenía una expresión severa en el rostro.

Bella se puso las manos sobre los ojos.

—Me siento muy mal —dijo.

— ¿Estuviste tan mal... al volver de Francia? —le preguntó Edward.

—Sí. Me puse así a la mañana siguiente, como ahora. Por eso sé que estoy embarazada —dijo Bella cansinamente y sin abrir los ojos.

Edward la observaba. Hizo una mueca al comprobar la fatiga que revelaba cada uno de sus rasgos y la postura de su cuerpo. Casi sin darse cuenta, le puso la mano en el vientre y presionó ligeramente.

Bella se movió, sorprendida por la caricia de Edward y abrió los ojos. Edward se había ruborizado.

Él la miró. Su rostro no tenía la menor expresión, pero sus ojos brillaban intensamente.

— ¿Por qué? —dijo Bella, y comenzó a llorar—, ¿Por qué? ¿Por qué...?

Edward la abrazó y la estrechó contra sí, apretando la mejilla de Bella contra su pecho. Bella lloró y él la meció en sus brazos.

—No llores —dijo Edward—. Vas a ponerte peor.

Bella cerró el puño sobre el pecho de Edward. No podía recordar haberse sentido tan triste en su vida. Edward la había dejado embarazada y pensaba casarse con ella, para que su hijo tuviera un padre, pero en el fondo la odiaba. ¿Qué clase de vida los esperaba?

Bella podía oír la agitada respiración de Edward, que no dejaba de acariciarle el pelo.

—No tenemos muchas opciones —dijo con calma—. A no ser que quieras interrumpir el embarazo antes de que empiece —añadió con frialdad.

Bella rió con amargura.

—No puedo matar a una mosca y tú crees que...

Edward le puso un dedo en la boca para impedirle continuar.

—Sé que no puedes hacerlo, como yo tampoco puedo —dijo Edward y echó hacia atrás a Bella para mirarla a los ojos—. Tú y yo somos iguales. Yo ataco y tú me devuelves el golpe. En realidad, nunca me has tenido miedo, excepto en una cosa. Y ahora ya ni siquiera en eso me tienes miedo, ¿verdad? Ahora sabes lo que hay más allá del dolor.

Bella trató de apartarse de él, pero no la dejó.

Los pálidos ojos de Edward tenían un brillo extraño, lleno de ira y desprecio. La agarró del pelo y tiró hacia atrás.

—Me haces daño —dijo Bella.

Edward aflojó un poco el puño. Le latía con fuerza el corazón, que Bella podía sentir contra sus senos.

Y también podía sentir algo más, la creciente excitación de su cuerpo y su instantánea reacción.

Edward rió con amargura.

—Estaba tan excitado que no pude retroceder, ni protegerte. Casi no podía ni respirar —dijo Edward con una voz dominada por el desprecio que sentía por sí mismo—. Quiero verte tan vulnerable como tú me viste a mí. Quiero que supliques que te haga el amor. Quiero verte tan loca de deseo que no puedas seguir viviendo si no te hago el amor.

Edward le estaba diciendo algo más, algo más que no se decía con palabras. En sus ojos brillaba la amargura y el desprecio por sí mismo. Y el miedo.

«Miedo», se dijo Bella.

Edward no se daba cuenta de lo que estaba diciendo. La ira se había apoderado de él.

—Crees que puedes dominarme, ¿verdad? —le dijo mirando su boca—. ¡Crees que puedes tenerme a tu merced, hacer lo que tú quieras sólo porque te deseo!

Bella no pronunció palabra. Estaba abrumada por lo que estaba descubriendo. Ni siquiera volvió a quejarse porque la tiraba del pelo. Permaneció entre sus brazos, escuchando tan sólo, fascinada.

—No soy tu juguete —prosiguió Edward—. No voy a ir corriendo cuando llames ni a seguirte como un perro.

Qué extraño, pensaba Bella, que no sintiera ningún temor en aquellos momentos, ante la feroz mirada de Edward.

— ¿No quieres hablar?

— ¿Qué quieres que diga? —le preguntó con suavidad mirándole a los ojos.

Ante la tranquila voz de Bella, Edward se calmó un poco. Aflojó el puño e hizo una mueca, como si sólo en aquel instante se diera cuenta de que había perdido el control. Apretó la mandíbula y el ritmo de su respiración se tranquilizó.

—Te pusiste furioso porque te miré —dijo Bella.

Edward se sonrojó y, aunque sin abandonar su rabia, pareció más vulnerable. Bella le acarició tímidamente la mejilla. Estaba completamente tranquila. Se colgó del cuello de Edward y le acarició la comisura de los labios.

— ¿Por qué no querías que te mirase? —le preguntó con ternura.

Edward no dijo nada. Su respiración era cada vez más agitada.

— ¡Por Dios! ¿No es eso en lo que consiste el sexo? —dijo Bella—. Quiero decir, ¿no consiste en dejar las inhibiciones y darlo todo?

—Para mí no —dijo Edward—. Yo nunca lo doy todo.

—Claro, claro. De lo que se trata es de que sea la mujer la que pierda sus inhibiciones, de que se humille para que...

— ¡Cállate! —exclamó Edward apartando a Bella y poniéndose de pie. Se metió las manos en los bolsillos y fue hasta la ventana, apartando las cortinas con brusquedad.

Bella se sentó en la cama, se apoyó en las manos. Miraba a Edward como si lo hubiera comprendido todo y hubiera llegado a una sombría conclusión.

—Por eso me despreciaste en Francia —dijo—, porque habías perdido el control.

Edward dio un largo suspiro y apretó los puños con fuerza.

—Nunca te había ocurrido —prosiguió Bella sabiendo que estaba en lo cierto—, con ninguna otra mujer. Por eso me odias.

Edward cerró los ojos. Casi era un alivio que Bella se hubiera dado cuenta de la verdad. Se relajó, como si se hubiera librado de una pesada carga.

Bella tuvo que recostarse sobre las almohadas otra vez. Se sentía muy débil. Edward no había admitido nada, pero sabía que había dado en el clavo. Siempre lo había entendido sin necesidad de palabras, ¿por qué no se había dado cuenta antes de que no era a ella a quien estaba castigando con su crueldad? Se castigaba a sí mismo, por perder el control de sus sentidos, por desearla tan desesperadamente que no había podido contenerse.

—Pero, ¿por qué? —continuó Bella—. ¿Es tan terrible querer a alguien así?

Edward apretó la mandíbula.

—Un día los vi en el vestíbulo —dijo con voz grave y profunda—. Le estaba seduciendo, como siempre hacía, tentándole sin darle nada. Lo hacía para conseguir todo lo que quería, para que él hiciera lo que ella quería que hiciese.

— ¿Ella? —preguntó Bella perpleja.

Edward prosiguió, como si no la hubiera oído.

—Aquel día quería que le comprara un coche. Tenía el capricho de tener un deportivo, pero él no quería desprenderse de su lujoso sedán. Así que le tentó y luego le dijo que no dejaría que la tocara a no ser que comprara aquel coche. Él se lo pidió por favor, le suplicó. Se puso a llorar como un niño... Al final no pudo contenerse, la empujó contra la pared y...

Apoyó la frente en el cristal de la ventana. Aquel recuerdo le estremecía.

—Ella se rió de él. Él estaba a punto de violarla, allí mismo, en mitad de la casa, casi delante de todos, y ella no paraba de reírse —dijo Edward, y se volvió. Estaba muy pálido—. Me fui antes de que me vieran y me puse enfermo. No puedes imaginar cuánto la odiaba.

Bella tuvo un horrible presentimiento. Muchas veces había visto a su madre tentar a Carlisle Cullen, aunque no había pasado de las palabras. Y alguna que otra vez la había oído decir algo de él. Pero nunca había tenido una relación estrecha con ella y había pasado muy poco tiempo en casa, primero porque estaba en un internado en Virginia y luego en la universidad. Siempre había mantenido las distancias con ella, igual que con Edward. Así que apenas sabía nada del segundo matrimonio de su madre.

—Era... mi madre —dijo con pesadumbre.

—Tu madre —replicó Edward—, y mi padre. Lo trataba como a un perro, y él la dejaba.

La respiración de Bella podía oírse con claridad. Miró a Edward y se puso pálida. En su mirada podía verse todo lo que sentía, recordaba y odiaba en el mundo.

Bella comprendió. Todo había cobrado sentido. Bajó la mirada. Pobre Edward, ser testigo de algo así, ver al padre que adoraba humillado una y otra vez. Sin duda por eso rechazaba sus sentimientos por Bella. No quería estar a su merced porque temía que ella le tratara como su madre había tratado a Carlisle. No podía saber que lo amaba tanto que jamás podría causarle un daño semejante, y, por supuesto, no confiaba en ella porque no la quería. No sentía otra cosa que una apasionada atracción física que sobrepasaba los límites de la razón, y además la consideraba una debilidad insoportable. Veía el amor como un arma en manos de la mujer.

—Lo siento —dijo—. No lo sabía.

— ¿Cómo podías no saberlo? ¡Era tu madre!

—Nunca me quiso —confesó Bella. Era la primera vez que hablaba de su madre con él o con cualquier otra persona—. Una vez me dijo que si el aborto hubiera sido legal en aquel tiempo, nunca me habría tenido.

Edward se quedó helado. Frunció el ceño y la miró.

—Santo Dios —dijo.

Bella se encogió de hombros.

—Mi padre sí me quería —dijo con orgullo.

—Murió cuando eras muy joven, ¿verdad?

—Sí.

—Tú tenías quince años cuando se casó con mi padre. ¿Con cuántos hombres estuvo antes de casarse con él?

Bella se mordió el labio e hizo una mueca de dolor.

—Deja de morderte el labio —dijo Edward con impaciencia.

Bella se acarició el labio con un dedo.

— ¿Quieres saber si tenía amantes? —dijo Bella mirándole a los ojos—. Ya, por eso tú pensabas que yo también los tenía.

Edward asintió, se acercó a Bella y se sentó en la silla que había junto a la cama. La fatiga se dibujaba en su rostro y en sus ojos.

—Era una zorra —dijo.

—Sí —admitió Bella sin ofenderse—. ¿Tú querías mucho a tu padre?

—Lo intenté —dijo Edward escuetamente—. Ella apareció cuando empezábamos a entendernos. Después, ya no le quedó tiempo para mí. No hasta que se estaba muriendo.

Al cabo de un rato, Edward respiró profundamente y volvió a mirarla a los ojos.

—Estás más delgada —dijo.

—Desde que dejé el rancho he comido muy mal —confesó Bella, y se sonrojó al recordar las circunstancias en que se había marchado.

—Aquel día, yo tampoco pude comer —dijo Edward apartando la mirada—. No debí dejar que te marcharas así, sin decirte nada.

— ¿Y qué podías haber dicho? Me sentí utilizada...

— ¡No! —exclamó Edward—. No vuelvas a decirme algo así jamás. ¡Utilizada! ¡Dios mío!

— ¡Cómo quieras, pues manipulada! —replicó Bella apartándose el pelo de la cara—. ¿No era así como querías que me sintiera?

— ¡No!

Bella lo miró fijamente.

— ¡Maldita sea! —exclamó Edward haciendo un ademán.

—Sólo querías saber si podías hacer el amor —murmuró—. Eso dijiste.

Edward se cubrió la cara con las manos y se acarició el pelo.

—No sólo quería saber si podía hacer el amor, también quería saber si sentiría placer. Sólo contigo he llegado a sentir un orgasmo.

— ¿Qué?

Edward la miró.

—Sólo lo he sentido en Francia, y el otro día.

—Pero si tienes treinta y cinco años.

— ¡Soy un reprimido de todos los demonios! Nunca me ha gustado perder el control con una mujer, así que nunca me permití sentir nada... nada como eso —dijo Edward con cierta incomodidad—. De vez en cuando siento algún placer.

Bella estaba perpleja por lo que oía. Edward estaba admitiendo, de un modo indirecto, que nunca se había sentido completamente satisfecho con una mujer hasta estar con ella.

La timidez de Bella logró que Edward abandonara su irritación. La miró con una sincera curiosidad.

— ¿Tú también te sentiste igual? —le preguntó.



3 comentarios:

  1. Si hay bebé ese son solo de ed por eso era tan cerrado

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  2. Ahhh me duele que haya pensado que era igual que Rennee, solo por ser su hija... Él es demasiado injusto con Bella!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. Edward es un traumado, así no le puede ofrecer nada bueno a Bella.

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