Capítulo 15 /Mentiras y Rumores




ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACIÓN
LOS PERSONAJES PERTENECEN A STEPHENIE MEYER
EL NOMBRE DE LA HISTORIA, 
COMO LA AUTORA LO DIREMOS 
AL FINAL DE LA ADAPTACIÓN

Edward  no dijo nada. Se limitó a mirar a Charlie mientras lo asaltaban todas las cosas horribles que había dicho a Isabella. Recordó la brutalidad con la que la había besado, los insultos que había dejado escapar. Y para empeorar las cosas, recordó cómo había reaccionado ella. Al final lo besó con una increíble ternura, mirándolo como si quisiera memorizar su rostro.

—Estaba despidiéndose —acertó a decir, pensando en voz alta.

— ¿Cómo?

Edward respiró profundamente. No había tiempo para explicaciones, ni para remordimientos. No podía pensar en sí mismo. Debía pensar en Isabella, en lo que podía hacer por ella. En primer lugar, lo más importante era conseguir que aceptara su ayuda.

—Me marcho a Arizona —declaró, dándose la vuelta.

—Espera un momento —dijo él con sequedad—. Es mi hija.

—Y no quiere que sepas que está enferma —espetó, sin volverse—. Te aseguro que no pienso quedarme así, sin hacer nada. Puedo llevarla a la clínica Mayor. Yo me encargaré de pagar las facturas. ¡Pero no dejaré que se muera sin luchar!

Charlie sintió que la esperanza renacía en su interior mientras dudaba con respecto a lo que podía hacer. No sabía si sería mejor correr a ofrecerle su apoyo o permitir que creyera que no estaba enterado. A pesar de todo, estaba seguro de que Edward haría lo posible para que obtuviera el mejor cuidado médico; de hecho, seguramente, podría conseguir más cosas que él. Pero le había hecho tanto daño en el pasado que no sabía qué pensar.

Edward notó sus dudas y se detuvo. Podía imaginar lo que Charlie sentía por su única hija. No estaba tan apegado a Maggie como para saber cómo reaccionaría ante noticias similares, y desde luego, era un pensamiento de lo más sombrío.

—Yo me encargaré de ella. Te llamaré en cuanto tenga algo que decirte —comentó con suavidad—. Si llega a averiguar que lo sabes, se deprimirá mucho. Obviamente, quería mantenerlo en secreto para protegerte.

—Lo supongo, pero odio los secretos.

—Y yo. Sin embargo, tal vez sea mejor que mantengas éste. De ese modo, estará más tranquila. No se preocupará cuando sepa que yo lo sé —rio con amargura—. Cree que la odio.

Charlie empezaba a notar los sentimientos de Edward, sentimientos que nada tenían que ver con el odio. Asintió y dijo:

—En tal caso me quedaré aquí. Pero en cuanto sepas algo...

—Te llamaré.

Edward condujo hasta su casa con el corazón en un puño. Isabella no se lo habría dicho a nadie. Con su obstinación habitual, se resistiría a empezar con el tratamiento y moriría sola, sintiéndose abandonada.

Cuando llegó, subió al piso superior e hizo las maletas. Los recuerdos lo asaltaban, pero ya no podía retirar sus repugnantes acusaciones.

De repente, sintió que lo observaban. Se dio la vuelta y observó a su hija, que lo miraba con suma seriedad.

— ¿Qué quieres? —preguntó con frialdad.

— ¿Te marchas otra vez?

—Sí. A Arizona.

—Oh. ¿Y por qué vas a Arizona? —inquirió con acritud.

Edward miró con intensidad a su hija.

—Para ver a Isabella. Para disculparme en tu nombre por haberle hecho perder su empleo. Vino a Bighorn porque estaba muy enferma y quería estar con su padre.

Apartó los ojos. El dolor que sentía era casi insoportable. Estaba aterrorizado; no podía imaginar un mundo sin ella.

Maggie era una niña inteligente, lo suficiente como para entender de inmediato que la señorita Swan significaba algo importante para él.

— ¿Se va a morir? —preguntó. 

Edward respiró profundamente antes de contestar.

—No lo sé.

La niña se cruzó de brazos. Se sentía peor que nunca. La señorita Swan estaba muriéndose y se había tenido que marchar de allí por su culpa. Bajó la mirada y dijo:

—No sabía que estuviera enferma. Siento mucho haber mentido.

—Deberías sentirlo. Y es más, irás a ver conmigo a la señora Cooper en cuanto regrese y le dirás la verdad.

—De acuerdo —dijo, resignada.

Edward terminó de hacer las maletas y se puso el abrigo.

Los ojos azules de la niña escudriñaron al alto padre que no la quería. Había esperado toda su vida a que alguna vez entrara en casa riendo, a que estuviera feliz de verla, a que la levantara en brazos y la dijera que la quería. Pero nunca había sucedido. No la quería.

— ¿Vas a traer de nuevo a la señorita Swan?

—Sí —contestó—. Y si no te gusta, tendrás que aguantarte.

Maggie no dijo nada. Por culpa de sus mentiras, ahora la quería menos que nunca. Se dio la vuelta y regresó a su dormitorio, cerrando con cuidado la puerta. La señorita Swan debía odiarla por lo que había hecho. Regresaría y no olvidaría lo que había hecho. Habría otra persona dispuesta a hacerla sufrir, a hacerle sentir que nadie la quería. Se sentó en la cama, demasiado triste como para llorar. Nunca se había sentido tan mal. Y entonces, se preguntó de repente si la señorita Swan no se sentiría del mismo modo. Sabía que iba a morir y había perdido el empleo, viéndose obligada a marcharse a un lugar donde no tenía familia.

—Lo siento de verdad, señorita Swan —dijo.

Esta vez empezó a llorar, y no pudo hacer nada por evitarlo. Pero en la elegante y enorme mansión donde vivía, nadie se acercó a con-solarla.

Edward habló con la señora Platt y le dijo que se marchaba a Arizona, pero no explicó sus motivos. Se marchó con rapidez, sin ver de nuevo a su hija. Tenía miedo de que si lo hacía no podría ocultar la terrible decepción que sentía por lo que había hecho.

Llegó a Tucson a última hora de la tarde, y reservó habitación en un hotel. Después, tomó una guía telefónica y buscó el número de teléfono de Isabella, pero estaba desconectado. De repente, cayó en la cuenta de que habría dejado su apartamento cuando regresó a Bighorn. No sabía dónde podía estar.

Pensó en ello durante unos minutos hasta que encontró una respuesta. Seguramente, estaría con la hermanastra de Jasper Cullen. Entonces, buscó el número de teléfono de Alice Brandon. Sólo había una en la guía. Era domingo por la tarde, de modo que supuso que estarían en casa.

Isabella contestó la llamada. Su voz sonaba cansada.

Edward dudó. Ahora que la había encontrado no sabía qué decir. Mientras dudaba, ella pensó que se habían equivocado y colgó. Entonces pensó que hablar por teléfono no era tan buena idea. Apuntó la dirección del piso y decidió que podía ir a verla a primera hora de la mañana. El elemento sorpresa resultaba de crucial importancia. Le daría cierta ventaja, que necesitaba.

Sacó una botella y se sirvió un whisky con agua y hielo. Por lo general no bebía, pero necesitaba un trago. Podía perder a Isabella por algo más que su propio orgullo. Y estaba asustado por primera vez en toda su vida.

Imaginó que Isabella no empezaría a trabajar inmediatamente, y acertó. Cuando llamó al timbre a mediodía del día siguiente, después de una noche en vela, fue ella quien abrió la puerta. Alice había tenido que marcharse.

Al verlo en el umbral del apartamento, se sorprendió tanto que no supo qué hacer. Edward aprovechó la oportunidad para entrar y cerrar la puerta a sus espaldas.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, recobrándose.

La miró con ojos llenos de preocupación y dolor. Llevaba un jersey, vaqueros y calcetines, y parecía mucho más delgada. Se odió a sí mismo y a su hija por haberle causado tantos sufrimientos.

—He hablado con el doctor Gerandy  —dijo.

Obviamente no comentó nada sobre su padre, porque no quería que se enterara de que estaba al tanto de lo que sucedía.

Isabella palideció. Lo sabía todo. Podía verlo en su rostro.

—No tenías derecho a...

—Eres tú quien no tiene derecho —espetó—. No tienes derecho a dejarte morir.

— ¡Puedo hacer lo que quiera con mi vida! —exclamó.

—No.

— ¡Márchate de aquí!

—No pienso hacerlo. Vas a ir a ver a un médico. Y será mejor que empieces con el tratamiento que te pongan. No se trata de un ruego, sino de una orden.

— ¡No puedes ordenarme nada! ¡No tienes ningún derecho sobre mí!

—Tengo el derecho que cualquier ser humano tiene a evitar que otro se suicide —declaró con tranquilidad, mirándola a los ojos—. Voy a cuidar de ti. Y empezaré ahora mismo. Vístete. Vamos a ir a ver al doctor McCarty. Lo llamé para que te diera hora antes de venir.

Isabella pensaba en mil cosas a la vez. Todo aquello era tan repentino y tan extremo que no sabía qué hacer. Se limitó a mirarlo.

Edward puso las manos sobre sus hombros y la observó con detenimiento.

—Voy a llevar a Maggie a ver a la señora Cooper para que se disculpe. Sé lo que ha sucedido. Te devolverán el trabajo y podrás regresar a casa.

Isabella se apartó de él.

—Ya no tengo casa —espetó, sin mirarlo a la cara—. No puedo regresar porque mi padre descubriría que tengo leucemia. No puedo hacerle algo así. La muerte de mi madre estuvo a punto de matarlo, y por si fuera poco, perdió a su hermana por un cáncer. Fue algo terrible. Tardó mucho tiempo en morir. No puedo dejar que vuelva a pasar por una experiencia semejante. Hasta creo que cometí un error al volver a Bighorn. No quiero que lo sepa.

Edward no podía decirle que ya lo sabía. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y la miró con intensidad.

—Necesitas estar con gente que cuide de ti.

—Ya estoy con gente que cuida de mí. Alice es parte de mi familia.

Él no sabía qué decir; no tenía idea de cómo aproximarse a ella. Jugueteó con las monedas que llevaba en el bolsillo mientras intentaba encontrar una forma de convencerla. Pero Isabella notó su indecisión y le dio la espalda.

—Si estuvieras en mi lugar, si se tratara de tu vida, no dejarías que nadie interfiriera —continuó.

—Pero lucharía —dijo él, enfadado por su resignación—. Y lo sabes.

—Sé que lo harías. A fin de cuentas, tienes cosas por las que luchar. Tu hija, tu salud, tus negocios...

Edward frunció el ceño. Isabella observó su expresión y rio con amargura antes de proseguir.

— ¿Es que no lo comprendes? No tengo nada por lo que luchar. ¡No tengo nada! Mi padre me quiere, pero es todo lo que tengo. Me levanto por la mañana, voy a trabajar, intento educar a unos niños que prefieren hacer cualquier cosa antes que realizar sus deberes... Después, regreso a casa, ceno y leo un libro antes de irme a la cama. Así es mi vida. Exceptuando a Alice, ni siquiera tengo más amigos.

Derrotada, se sentó en el borde de una butaca mientras ponía la cara entre las manos. Casi se sentía aliviada ahora que lo sabía alguien más, aunque no quisiera admitirlo. Al fin y al cabo, a Edward no le importaría hablar sobre su condición porque no significaba para él.

—Estoy cansada, Edward. La enfermedad me está venciendo. Últimamente me siento tan débil que casi no puedo hacer nada. Ya no me importa lo que suceda. El tratamiento me asusta más que la idea de morir. Además, no tengo ninguna razón para seguir viviendo. Sólo quiero que esto termine.

Edward la miraba cada vez más asustado. Nunca había observado a alguien tan derrotado. Con aquella actitud, ningún tratamiento serviría. Se había rendido.

Permaneció allí, contemplándola mientras respiraba con dificultad, intentando encontrar algo que decir, algo que sirviera para ayudarla, para animarla a presentar batalla. Pero no sabía qué hacer.

— ¿No hay nada que quieras, Isabella? Tiene que existir alguna razón que pueda ayudarte a resistir.

—No. Te agradezco mucho que hayas recorrido todo el camino sólo para verme, pero podías haberte ahorrado el viaje. Ya he tomado una decisión. Déjame sola, Edward.

—Dejarte sola... —repitió—. Eso es exactamente lo que he estado haciendo durante nueve malditos y largos años.

Estaba furioso. Quería empezar a arrojar cosas al suelo, reventar su aparente calma con la fuerza de sus emociones.

Isabella se inclinó hacia delante y dejó que su largo y sedoso cabello cubriera su cara.

—No pierdas los estribos. No puedo luchar. Estoy demasiado cansada.

La actitud derrotista de Isabella era tan extraña en ella que Edward estaba destrozado. Se arrodillo ante su antigua novia, la agarró por las muñecas y la atrajo hacia sí para que tuviera que mirarlo. Sus ojos verdes se clavaron en los marrones de la profesora.

—He conocido a personas que tenían leucemia. Con el tratamiento actual, puedes vivir muchos años. Y mientras tanto, pueden encontrar una curación definitiva. Es una locura renunciar, sin aprovechar siquiera la oportunidad de vivir.

Isabella escudriñó sus ojos con una angustia que había estado allí durante muchos años. Consiguió soltarse una mano y acarició su rostro. Una tez que siempre había amado. Acarició su pelo rizado, sus pobladas y negras cejas, la nariz que se había roto en el pasado, y fue descendiendo hacia su barbilla. Sintió que Edward tensaba los músculos, y que su mirada se encendía. La observaba con atención, respirando a duras penas.

Tomó su mano y la atrajo hacia su mejilla. La expresión de Isabella denotó una profunda tristeza.

—Aún me amas —dijo él—. ¿Crees que no lo sé?


Quiso negarlo, pero ya tenía sentido. Sonrió con tristeza y contestó:

—Es cierto. Te amo. Nunca dejé de amarte y nunca dejaré de hacerlo. Pero todo tiene su final, Edward. Hasta la vida.

Acarició su boca mientras él la observaba con sorpresa. Después, detuvo su mano de nuevo.

—Las cosas no tienen por qué ser así. Puedo conseguir una licencia hoy mismo. Podemos casarnos antes de tres días.

Isabella sintió la tentación de contestar afirmativamente.

—Gracias —dijo, con sinceridad—. Eso significa para mí mucho más de lo que puedas creer, teniendo en cuenta las circunstancias. Pero no me casaré contigo. No puedo darte nada.

—Tienes el resto de tu vida, dure lo que dure.

—No —dijo con voz rota.

Estaba haciendo un esfuerzo para no llorar. Torció la cabeza e intentó levantarse, pero él se lo impidió.

—Puedes vivir conmigo. Cuidaré de ti. Conseguiré todo lo que necesites. Los mejores médicos, los mejores tratamientos.

—El dinero no puede comprar la vida —dijo—. El cáncer es algo demasiado serio.

—Eso no es cierto. Los ricos casi siempre se curan. Pero deja de hablar de ese modo. ¡Deja de ser derrotista! Puedes vencer cualquier obs-táculo si lo intentas —dijo, abrazándola.

—Creo que eso me suena. ¿Recuerdas tus comienzos? Siempre te decían que no llegarías a ninguna parte con un semental joven y cinco vacas. ¿Y recuerdas lo que dijiste? Dijiste que todo era posible —declaró con calidez—. Yo te creí. No dudé nunca que lo conseguirías. Eras tan orgulloso, incluso cuando no tenías nada, que habrías luchado contra cualquiera con tal de seguir adelante. Era una de las cosas que más admiraba en ti.

Edward se emocionó. Su corazón se contrajo, como si lo hubieran atravesado. Se levantó, se apartó de ella y metió las manos en los bolsillos.

—Pero me rendí contigo, ¿no es verdad? Unos cuantos rumores, unas cuantas mentiras y destruí tu vida.

Isabella se miró las manos. Al menos estaban hablando de lo sucedido, y por fin, admitía la verdad. Tal vez fuera más fácil para los dos si podían olvidar el pasado.

—Rosalie estaba enamorada de ti —dijo ella, intentando encontrar una excusa para el comportamiento de su amiga—. El amor hace que la gente haga cosas extrañas.

—La odiaba. La odié todos los días que estuvimos juntos, y aún más cuando me dijo que estaba embarazada de Maggie —suspiró con pesadez—. Dios mío, Bella, estoy resentido con mi propia hija porque ni siquiera estoy seguro de que sea mía. Y nunca podré estarlo. Aunque lo fuera, cada vez que la miro veo a su madre.

—Las cosas te fueron bastante bien si mí —dijo sin malicia—. Levantaste un rancho e hiciste una fortuna. Has conseguido influencia, y que te respeten.

—Pero al precio de perderte. Un precio demasiado alto.

—Maggie es una chica brillante —dijo con incertidumbre—. No puede ser tan mala. Julie la quiere.

—Ya no. Todo el mundo está enfadado con ella por haber conseguido que te echaran. Julie no quiere hablar con ella.

—Qué lástima. Es una niña y necesita amor. 

Isabella había estado pensando mucho en lo sucedido durante las últimas semanas.

—¿Qué quieres decir?

Ella sonrió. Empezaba a comprender con claridad las razones del comportamiento de la joven.

— ¿Es que no te das cuenta? Está sola, Edward, como tú a su edad. No encaja con los otros niños. Siempre está apartada, separada. Se comporta con tanta beligerancia por culpa de su soledad.

Su rostro se endureció.

—Siempre estoy muy ocupado.

—Cúlpame a mí, o a Rosalie. Pero no culpes a tu hija por lo que sucedió en el pasado —rogó—. Si algo bueno sale de todo esto, espero que sea para Maggie.

—Oh, Dios mío, acaba de hablar Santa Isabella —declaró con sarcasmo, avergonzado por cómo trataba a su hija—. Has perdido el trabajo por su culpa y tú insistes en que merece cariño.

—Porque es cierto. Debí haber sido más dulce con ella. Pero también me recordaba a Rosalie. Inconscientemente la alejaba de mí, aunque no fuese de forma deliberada. Una niña como Julie se deja querer, porque da amor con gran generosidad. Pero Maggie es introvertida y no confía fácilmente. No puede dar amor a los demás porque no sabe cómo hacerlo. Tiene que aprender.

Edward pensó en ello durante unos segundos.

—De acuerdo. Si lo necesita, puedes venir a casa conmigo y enseñarme a hacerlo. 

Isabella lo observó con cariño.

—Por desgracia, ya no puedo hacer nada. Ni con ella ni con mi padre, ni contigo. Me quedaré con Alice hasta que ya no pueda hacer nada, y entonces...

En aquel instante, Edward la tomó en sus brazos y la besó en el cuello. No dijo nada, pero podía escuchar su respiración entrecortada. La abrazaba con mucha fuerza, como si estuviera enfrentándose a un terrible dolor que lo destrozara por dentro.

—No dejaré que mueras —espetó—. ¿Me has oído? No lo permitiré.

Isabella pasó los brazos alrededor de su cuello y se dejó llevar. Ahora sabía que era importante para Edward, aunque fuese a su manera, y lo sentía por él. Había aceptado su enfermedad porque la conocía desde hacía semanas, pero él lo había sabido aquel mismo día, o tal vez el día anterior.

—Supongo que todo esto es por la noche en que me llevaste a aquel bar, ¿no es cierto? —preguntó con tranquilidad—. No debes sentirte culpable por lo que dijiste. Sé que estos años tampoco han sido fáciles para ti. Ya no te guardo rencor. No tengo tiempo. Durante las últimas semanas, he aprendido a ver las cosas con cierta perspectiva. Odio, culpabilidad, furia, venganza... Todo se vuelve insignificante cuando se sabe que el tiempo es limitado.

Edward apretó los brazos sobre ella. Dejó de llevarla de un lado a otro y se detuvo, helado por el miedo.

—Si empiezas con el tratamiento, puedes tener una oportunidad.

—Sí. Puedo vivir día a día, pero el miedo permanecerá. La radiación me hará sentir peor, perderé el pelo y perderé una mínima calidad de vida.

Edward respiró profundamente y se frotó contra ella. La miraba con grandes ojos abiertos, asustados.

—Estaré contigo y te ayudaré. La vida es demasiado preciosa como para tirarla por la borda —dijo, mientras la besaba en el cuello—. Cásate conmigo, Bella. Y aunque sólo vivas unas cuantas semanas, al menos tendremos recuerdos bellos que llevarnos a la eternidad.

Su voz sonaba baja y sensual. Acababa de decir lo más hermoso que le había dicho nunca. Isabella estaba a punto de llorar.

— ¿Qué dices? —preguntó él, en un susurro.

Isabella no dijo nada. La tentación era tan grande que no podía resistirse. No podía decir que no, aunque sospechara sobre sus motivos.

—Te deseo —continuó él—. Te deseo más de lo que te haya deseado en toda mi vida, enferma o no. Di que te casarás conmigo. Dilo.

Si se trataba de algo simplemente físico, no estaba segura de tener que aceptar. Pero no podía alejarse de él otra vez. Apretó los brazos alrededor de su cuello y dijo:

—Si estás seguro, si estás tan seguro...

—Estoy seguro.

Edward observó sus ojos llorosos y posó los labios sobre ellos antes de bajar hacia su boca. La besó lenta y suavemente, obteniendo una respuesta inmediata. Al cabo de unos segundos, empezó a hacerlo con apasionamiento e intensidad, pero se apartó porque aquél no era momento para la pasión, sino para la ternura.

—Si respondes a los tratamientos, si existe la remota posibilidad de que te salves, te daré un hijo.

Era una jugada maestra. Isabella lo miró con sorpresa, como si se hubiera vuelto loco de repente. Sus pálidos ojos lo escudriñaron con incertidumbre.

— ¿No quieres tener un hijo, Isabella? —continuó él—. Antes querías. No hablabas de otra cosa cuando estábamos comprometidos. Estoy seguro de que no habrás renunciado a tal sueño.

Isabella se ruborizó. Se trataba de un tema demasiado íntimo. Apartó la mirada y contempló su falda.

—No sigas.

—Nos casaremos —dijo con firmeza.

—A tu hija no le gustará tenerme en tu casa, viva el tiempo que viva.

—Será mejor que se acostumbre. Tenerte allí puede ser lo mejor que le haya sucedido en toda su vida. Pero deja de hablar sobre ella. Ya te he dicho que ni siquiera creo que sea mi hija. ¿Es que crees que eres la única que pagó un alto precio? Me casé con una alcohólica, que me odiaba porque no quería tocarla. Me dijo que Maggie no era mía, que era de otro hombre.

Isabella intentó apartarse, pero él no lo permitió. La abrazó con fuerza, sin dejar de mirarla.

—Te dije que la creí cuando te acusó de acostarte con Carlisle, pero no era cierto. Y a partir de ahí todo fueron mentiras...

La soltó y caminó hacia la ventana con las manos en los bolsillos.

—Viví un auténtico infierno —continuó—. Hasta que murió, e incluso más tarde. Creo recordar que dijiste que no soportabas tener a Maggie en tu clase porque te traía recuerdos, y me acusaste por ser cruel. Pero también me sucede a mí.

El comportamiento de la niña empezaba a tener un trágico sentido. Su madre no la había deseado, y su padre no la quería. Nadie la amaba. Isabella no se extrañaba que fuera problemática.

—Se parece mucho a Rosalie —dijo ella.

—Desde luego. Pero no se parece nada a mí, ¿no te parece?

Isabella no pudo discutírselo, aunque le habría gustado. Caminó hacia la ventana, donde estaba él. El dolor y la angustia de la existencia que había llevado se reflejaban con claridad en su gesto. Parecía mayor de lo que era en realidad.

—Hemos cometido muchos errores estúpidos en nuestra juventud, Isabella. No te creí, y eso te dolió tanto que te marchaste. Yo pasé los años intentando convencerme de que Rosalie no había mentido, porque no podía soportar la idea de haber destruido todo lo que amaba. Admitir las propias culpas no resulta tan fácil. Luché con uñas y dientes para evitarlo, pero al final tuve que ceder.

—Carecíamos de experiencia.

—Sin embargo, no pretendí utilizar el apellido de tu padre. Nunca intenté hacer tal cosa.

Isabella no dijo nada.

Edward se acercó un poco más. Ella estaba mirando el suelo, de modo que sus piernas llenaron el campo de visión. Eran piernas largas, musculosas y poderosas por haber pasado horas y horas trabajando a caballo.

—Era un solitario. Crecí en la pobreza, con un padre que se jugaba el poco dinero que teníamos y una madre que tenía miedo de que la abandonase. Fue una niñez muy dura. Sólo quería salir de la pobreza, no volver a pasar hambre —continuó—. Quería que la gente se diera cuenta de que existía.

—Y lo conseguiste. Tienes todo lo que querías. Dinero, poder y prestigio.

—Pero había otra cosa que también deseaba. A ti.

—Algo que ya no deseas.

—Te equivocas. Te deseo más de lo que haya deseado nunca a ninguna mujer. Siempre lo he sabido.

—Pero sólo físicamente.

—No te burles de eso. Estoy seguro de que a estas alturas ya habrías aprendido a dónde puede llevarte la pasión.

Isabella lo miró con profunda inocencia. Edward devolvió su mirada sorprendido y contuvo la respiración.

— ¿No?

Edward agarró una de sus manos y la acarició suavemente con el pulgar. Podía contemplar las venas azules que atravesaban su dorso.

—Yo no puedo decir lo mismo —continuó él—. No habría soportado todos estos años sin estar con una mujer de vez en cuando.

—Supongo que es distinto para los hombres.

—No, sólo para algunos. Y para algunas mujeres también. Pero todas eran tú en el fondo. Servían para aliviar mi dolor durante unos minutos.

Isabella acarició su oscuro pelo, frío bajo sus dedos, limpio y con olor a champú.

—Abrázame —rogó él, agarrándola por la cintura—. Estoy tan asustado como tú.

Aquellas palabras la sorprendieron. Cuando consiguió reaccionar, acarició su cabello.

—No pienso dejar que mueras, Isabella —susurró.

—El tratamiento me asusta —confesó.

—Si estuviera contigo, ¿te asustaría menos? —preguntó con suavidad, observándola—. Porque pienso estar contigo.

—No, no me asustaría tanto. Edward sonrió con dulzura.

—La leucemia no es necesariamente fatal. Se puede detener el progreso de la enfermedad durante muchos años. Te pondrás mejor y podremos tener un hijo juntos.

Las lágrimas cubrieron el rostro de Isabella.

—Si tengo que iniciar un tratamiento con radiación dudo que pueda tener hijos.

Edward no quería pensar en ello. Tomó su mano y la besó.

—Hablaremos con el médico y nos aseguraremos.

Era como vivir un sueño. Isabella dejó de preocuparse y de pensar. Sus ojos buscaron la mirada de Edward, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

— ¿De acuerdo? —preguntó él. 

Ella asintió.

—De acuerdo.





13 comentarios:

  1. Que pena que tuvieran que llegar a esto.... la terquedad y ceguera a veces nos pone tontos por decir algo suave... maggie no tiene la culpa... nunca la ha tenido los adultos son culpables y esta pequeña ha crecido sola y con resentimiento sólo porque ha escuchado a los adultos

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  2. ya decía q no puedes rechazar lo q es tuyo y esa niña no lo es a si pobre x q le toco págar x los platos rotos sin culpa alguna ahora q se dijeron todo y q saben la verdad los dos es tiempo d seguir y luchar niños x favor la vida es hermosa y hay q luchar y seguir adelante gracias nena =) ♥ ya quiero leer massssss ;)

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  3. solo espero que ahora que están juntos, las cosas se den y le vaya muy bien en el tratamiento, pero también que Maggie tenga una mejor vida.Aunque sospecho quien puede ser el padre de esta pequeña.... deseando pronta actuuuuuuu

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  4. Al fin hablaron del pasado
    Los tres an sufrido mucho por culpa d la loca d rosali esperemos k ahota los tres se apoyen y salgan adelante

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  5. Lo cierto es que la niña no tiene la culpa del error de sus padres, Edward la trata muy mal pobrecita. Lo único bueno que va a hacer Eddy es convencer a la necia de Bella de que no se dehe morir.

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  6. Sera que edward la convence de todo

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  7. Estoy muy feliz de leer esto, Ojalá y puedan vivir muchas cosas juntos, se lo merecen después de tanto sufrimiento.

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  8. Estoy muy feliz de leer esto, Ojalá y puedan vivir muchas cosas juntos, se lo merecen después de tanto sufrimiento.

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  9. Que bueno que ya edward abrio los ojos aunque sea por la enfermedad de bella y ella que ya acepto que lo ama, ahora si se casan seguro que bella se ganara el corazón de maguie...

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  10. Din palabras OMG llore de principio a fin, pero por que no le dice que la AMA

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  11. Ojalá esta decisión que están tomando encamine sus vidas y no los separe más debido a la reacción de la niña...

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  12. Ojalá esta decisión que están tomando encamine sus vidas y no los separe más debido a la reacción de la niña...

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  13. líndisimo capitulo, tiene mucho drama pero con la lección aprendida y juntos lo superaran... definitivamente tienen mu cho que trabajar, edward debe confiar en bella y bella someterse a tratamiento pero ya y obviamente no dejemos de lado a la niña, edward está siendo un cabrón con la niña, si, es una pequeña brujas pero al final victima de las circunstancias

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