ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACIÓN
LOS PERSONAJES PERTENECEN A STEPHENIE MEYER
EL NOMBRE DE LA HISTORIA,
COMO LA AUTORA LO DIREMOS
AL FINAL DE LA ADAPTACIÓN
EL NOMBRE DE LA HISTORIA,
COMO LA AUTORA LO DIREMOS
AL FINAL DE LA ADAPTACIÓN
Isabella respiró profundamente y se aferró con ambas manos a la taza de café antes de mirarlo, temblorosa.
Edward cerró los ojos, luchando contra los recuerdos que lo asaltaban, contra las habladurías, contra el dolor. No había olvidado nada, ni perdonado. Y cuando la veía allí, era como si todo empezara de nuevo.
En cuanto a Isabella, bastante tenía con sus propios recuerdos. Intentó beber un poco de café, pero se quemó los labios.
—Vamos, di que mi hija miente.
—No tengo intención de hablar contigo —espetó, con dulce frialdad—. No aprendo nunca. Pensé que querías charlar sobre el problema, pero esto no es una charla. Parece un tribunal de la inquisición. En cualquier caso, te diré que ya he pedido a la directora que la cambie de clase. Pero no es posible, de modo que no tengo más opción que renunciar a mi trabajo y regresar a Arizona.
Edward la miró sin decir nada. No esperaba una reacción así.
—¿Crees que tu hija es un angelito? —continuó ella—. Es estirada, rebelde en el mal sentido del término, y más mentirosa que su propia madre.
—¡Maldita seas!
El sonido de su voz rompió algo en el interior de Isabella. Con rapidez, agarró su bolso y se levantó. Corrió hacia el exterior del local con los ojos llenos de lágrimas. Estaba decidida a regresar andando al pueblo si era necesario.
Pero resbaló sobre una placa de hielo y cayó al suelo dándose un fuerte golpe. Pudo sentir la nieve en la cara en el preciso momento en que dos manos de hierro la levantaban y la llevaban hacia el vehículo.
Cuando Edward abrió la puerta y la introdujo en su interior no reaccionó. No lo miró, ni dijo una sola palabra, ni siquiera cuando le puso el cinturón de seguridad y se dirigieron de vuelta a Bighorn. En cuanto llegaron a la casa de su padre, Isabella quiso quitarse el cinturón para salir, pero él se lo impidió.
—¿Por qué no reconoces la verdad? —preguntó—. ¿Por qué no dejas de mentir sobre la relación que mantenías con Carlisle Cullen? Te compró el vestido de novia, y hasta pagó tus estudios. Todo el maldito pueblo sabía que te acostabas con él, pero conseguiste convencer de tu inocencia a todo el mundo, desde tu padre hasta Jasper. Pues bien, nunca conseguirás convencerme a mí.
—Lo sé —espetó, sin mirarlo—. Y ahora, deja que me marche.
Edward apretó la mano sobre ella.
—¡Te acostabas con él! —la acusó entre dientes—. Habría sido capaz de morir por ti si...
—No me acostaba con nadie. En cambio, tú lo hiciste con mi mejor amiga. La dejaste embarazada cuando estábamos comprometidos. ¿Crees de verdad que me importa algo tu opinión, o tus sentimientos? No estabas celoso de Carlisle, ni siquiera me amabas. Pediste mi mano porque querías obtener los contactos y la influencia de mi padre. Los necesitabas para salvar el rancho de tu familia y hacerte rico.
La acusación lo sorprendió tanto que no supo qué decir. La miró como si pensara que estaba loca. La tenue luz que procedía del porche la iluminaba.
—Los padres de Rosalie no podían ayudarte —continuó ella, entre lágrimas de rabia y dolor—. Pero los míos sí. ¡Me utilizaste! Lo único decente que hiciste fue no acostarte conmigo. Aunque tampoco te importaba mucho, puesto que estabas haciendo el amor con Rosalie.
Edward no podía creer lo que estaba oyendo. Era la primera vez en su vida que alguien le decía algo así, tan grave que se había quedado sin palabras.
—¿Y me acusas de mentir? —rió ella—. Rosalie mintió. Pero tú preferiste creerla porque te dio la oportunidad de romper nuestro compromiso el día antes de la boda. Y sigues creyéndola, porque no puedes admitir que sólo estabas conmigo para satisfacer tu ambición. Aquello no te rompió el corazón. Aquello hirió tu orgullo. Ya no contabas con el apellido de mi familia para hacerte rico.
—Conseguí recuperar el rancho de la familia con mi propio esfuerzo —espetó él, irritado.
—Usaste el apellido de mi padre. Eso fue lo que dijo el señor Stanley, el director del banco.Hasta rió al recordar la manera que tenías de utilizar el nombre de mi padre para obtener lo que pretendías.
Hasta entonces, Edward no se había dado cuenta de que había sido la influencia de Charlie Swan, y no sus esfuerzos, los que le habían abierto tantas puertas. No había sido consciente de que con una reputación como la de su padre, un jugador y un alcohólico, no habría conseguido nada.
—Isabella... —dijo él, dudando. Intentó tocarla, pero ella se apartó.
—No te atrevas a tocarme. Ya he tenido suficiente. Y ya que te gusta tanto hacer caso a los rumores, te daré uno. Tu hija suspenderá si no estudia. Aunque me cueste el empleo. No me importa en absoluto.
Isabella consiguió quitarse el cinturón y salir del vehículo, pero para entonces él la estaba esperando en el exterior.
—No pienso dejar que te vengues de Maggie por lo que puedas sentir por su madre. Si te atreves a hacer algo así, te quedarás sin empleo. Te lo prometo.
—Adelante —lo invitó con dulce veneno y mirada brillante—. No puedes herirme más de lo que has hecho. Y en poco tiempo estaré muy lejos de cualquier intento de venganza por tu parte.
—¿Eso crees?
Entonces, y de manera sorpresiva, se abalanzó sobre ella. La abrazó y la besó apasionadamente.
Fue un beso doloroso, no sólo en lo físico. La besó sin deseo, sin ternura alguna, como si se tratara de una parodia de un acto de amor. Su lengua se paseó sobre sus labios con frialdad, y sus manos atrajeron sus caderas hacia su cuerpo.
Isabella intentó resistirse, pero estaba tan débil que no podía hacerlo. Abrió los ojos y lo miró, hasta que él pensó que ya había tenido bastante. Pero en aquel momento cambió de actitud. Empezó a besarla con suavidad y sensualidad. Sus manos fueron bajando de nuevo hasta su cintura y ella se estremeció. Sin embargo, se negaba a responder a sus caricias. Se mantuvo tensa y fría como un bloque de hielo, con los ojos abiertos, la boca rígida y los ojos llenos de lágrimas.
Cuando Edward la miró de nuevo se sintió culpable. Estaba pálida.
—No debí haberlo hecho —confesó.
Isabella rió con frialdad.
—No, no era necesario. Ya he captado el mensaje. Me tienes en tal aprecio que cuando viniste a buscarme a casa ni siquiera te cambiaste de ropa. Y después me llevas a un bar... Creo que has dejado bastante claro cuál es tu opinión sobre mí.
Se apartó de él, algo insegura.
—No pretendía que las cosas terminaran así —dijo enfadado.
—¿No?
Lo miró con una extraña mezcla de amor y de odio, con ojos que en poco tiempo
no volverían a abrirse. Respiró profundamente e hizo un esfuerzo para no sollozar.
—Oh, Dios mío, no llores —gimió él—. Lo siento, lo siento tanto, Bella...
Entonces la abrazó de nuevo, pero esta vez sin pasión y sin enfado. La mantuvo apretada contra su cuerpo mientras la acariciaba suavemente con sus manos, como si quisiera cuidarla, protegerla.
Era la primera vez en muchos años que usaba aquel nombre. No la había llamado «Bella» desde su juventud. Y el sonido de su profunda voz la calmó un poco. Se dejó llevar, sabiendo quesería la última vez, y cerró los ojos. Quería creer que el tiempo no había pasado, que aún era una adolescente enamorada con toda la vida por delante.
—Ha pasado tanto tiempo... —murmuró ella.
—Toda una vida —dijo él, acariciando su pelo—. ¿Por qué no esperé? Un día, sólo un día más y...
Parecía que casi estaba hablando para sí mismo.
—No podemos cambiar el pasado.
Sus fuertes brazos eran cálidos en comparación con el frío que los rodeaba. Isabella saboreó el instante sin intentar alejarse. No importaba lo que sintiera por ella. Podría llevarse el recuerdo de aquel momento a la oscuridad de su tumba.
Hizo un esfuerzo para evitar las lágrimas. En el pasado, habría sido capaz de hacer cualquier cosa por ella. O al menos, eso había creído. Resultaba una cruel ironía que sólo estuviera con ella para utilizarla.
—Estás en los huesos —dijo él, tras unos segundos.
—Ha sido un año muy duro.
—Todos estos años han sido duros —declaró,suspirando—. Siento mucho lo que ha sucedido esta noche. Lo siento de verdad.
—No importa. Es posible que necesitáramos aclarar el ambiente.
—No estoy seguro de que hayamos aclarado nada. En el pasado, no te habría herido deliberadamente. He cambiado, ¿verdad, Bella?
Edward miró su cara y la acarició, arrepentido.
—Ambos hemos cambiado. Somos mayores.
—Pero no más sabios, al menos en mi caso—dijo, apartando un mechón de su castaño cabello—. ¿Por qué has regresado? ¿Por mí?
Isabella no podía contestar la verdad.
—Mi padre ha estado enfermo —contestó, evadiendo una respuesta más directa—. Me necesita. No me había dado cuenta hasta las navidades pasadas.
—Ya veo. ¿Qué te ocurre? ¿No puedes decírmelo?
Isabella miró sus verdes ojos e intentó sonreír.
—Estoy cansada, eso es todo. Sólo cansada—contestó, mientras acariciaba su mejilla—. Ahora tengo que volver a casa. Edward... ¿podrías besarme una vez más, sólo una vez más, tal y como lo hacías antes?
Era una petición extraña, pero los acontecimientos de la noche habían eliminado la capacidad de raciocinio de Edward. Se inclinó sobre ella y como única respuesta la besó apasionadamente, tal y como lo hacía cuando estaban comprometidos. Lo
hizo con delicadeza, cautela y calidez, como si no quisiera asustarla. Y ella lo abrazó y lo atrajo hacia sí. Durante unos preciosos segundos no hubo pasado ni futuro, sólo presente. Isabella se dejó llevar y entonces notó la reacción de su cuerpo. Estaba excitado, y la besaba de manera insistente e íntima. Sabía que aquello no duraría, pero al menos podría recordar que durante unos segundos había sido suyo. Y lo amaba con todo su corazón.
Una eternidad más tarde se apartó de él sin decir nada y retiró los brazos de su cuello. Podía notar el olor de su colonia, y sentir aún el sabor de su boca. Sólo esperaba no olvidar nunca aquel instante.
Se las arregló para sonreír, estremecida.
—Gracias —dijo casi sin voz.
Lo miró con tanta intensidad que Edward tuvo la impresión de que pretendía memorizar su rostro. Y de hecho, acertó.
—Quería cenar contigo porque tenía intención de que habláramos —dijo él.
—Ya hemos hablado —replicó, alejándose—. Aunque no hayamos arreglado nada. Hay demasiadas heridas, Edward. No podemos cambiar el pasado, pero te aseguro que no haré ningún daño a Maggie, aunque para ello tenga que abandonar mi puesto de trabajo.
—No es necesario llegar tan lejos.
Isabella sonrió.
—Si es necesario, lo haré. De todas formas, tiene todas las cartas en la mano, y lo sabe. Pero no importa —dijo, suspirando—. A largo plazo no importa nada. Es posible que hasta sea mejor así. Adiós, Edward. Me alegro mucho de que hayas tenido tanto éxito. Has conseguido todo lo que siempre quisiste. Sé feliz.
Antes de darse la vuelta lo miró un segundo más para empaparse de él. Entonces caminó hacia la casa. Se dio cuenta de que no le había dado las gracias por el café, aunque seguramente él no esperaba que lo hiciera. Cuando entró en la casa, se alegró de que su padre estuviera viendo un programa de televisión; estaba tan concentrado que no hizo preguntas acerca de la velada. Gracias a ello, le evitó un dolor innecesario. Le evitó el dolor de ver a su hija llorando.
Edward caminó lenta y pesadamente hacia la entrada de su mansión. Estaba emocionado, cansado y desesperado. Siempre había soñado con que algún día hablaría de nuevo con Isabella y arreglarían las cosas. Pero no habían podido sobreponerse al pasado, y aquella noche, ella había cerrado todas las puertas. Lo había besado como si estuviera despidiéndose para siempre. Y probablemente, era cierto. Suponía que su hija no le caía bien, algo que en cualquier caso era recíproco. Rosalie se había marchado, pero antes de morir había dejado entre ellos una barrera que los separaría siempre, en forma de una niña pequeña y beligerante. Había llegado a la errónea conclusión de que no podía llegar a nada con Isabella por culpa de su hija. Algo bastante triste, porque aquella noche había descubierto lo mucho que significaba para él.
Cuando entró se sorprendió al ver que su hija estaba sentada en las escaleras de la casa, con la ropa del colegio, esperándolo.
—¿Qué estás haciendo levantada? ¿Dónde está la señora Platt? —preguntó.
Ella se encogió de hombros.
—Tuvo que marcharse a casa. Dijo que volverías pronto de todas formas —respondió, observándolo con ojos llenos de resentimiento—. ¿Le has dicho a la señorita Swan que es mejor que sea buena conmigo a partir de ahora?
Edward frunció el ceño.
—¿Cómo sabes que he estado con ella?
—Me lo dijo la señora Platt. Y también dijo que la señorita Swan es encantadora, pero no es cierto. Es una bruja. Le dije que la odiabas. Le dije que querías que se marchara de aquí y que no volviera nunca. Y es verdad, papá, lo dijiste.
Al oír a su hija se quedó helado. No le extrañaba que Isabella se hubiera comportado con tanta suspicacia y hostilidad.
—¿Cuándo se lo dijiste? —preguntó.
—La semana pasada —contestó—. Yo también quiero que se marche. ¡La odio!
—¿Por qué?
—Porque es estúpida. Se alegra mucho cuando Julie le lleva flores o juega con ella. Ni siquiera sabe que sólo intenta hacerle la pelota. Y Julie ya no quiere jugar conmigo, porque está demasiado ocupada haciendo dibujitos para la señorita Swan.
El resentimiento que había en la voz de su hija fue una revelación para él. Recordó que Rosalie siempre se había comportado así con Isabella. Cuando se casaron no dejaba de atacarla por ir a la universidad y pretender ser profesora. Ella sólo quería casarse con él y dejar que la mantuviera. Decía que cuando rompieron su compromiso, Isabella se había reído porque tenía intención de casarse con Carlisle, un hombre mucho más rico. Y todo eran mentiras. Sucias mentiras.
—Quiero que a partir de ahora hagas los deberes —dijo él—. Y deja de portarte mal en clase.
—¡No me porto mal! ¡Y he hecho los deberes! ¡Es cierto!
Edward se pasó una mano por la frente. Maggie era una niña muy desagradable. Siempre le llevaba regalos, pero no pasaba tiempo con ella porque le recordaba el pasado y le hacía sentirse culpable.
—¿Te ha dicho ella que me estoy portando mal? —continuó.
—¿Qué importa lo que me haya dicho? —contestó su padre, mirándola con irritación—. Será mejor que me obedezcas, o tendrás que atenerte a las consecuencias.
Edward se marchó, muy enfadado y disgustado. No se dio cuenta de lo que un acto tan impulsivo podía significar para una niña sensible, que se limitaba a ocultar sus sentimientos ante los adultos. Su beligerancia sólo era una máscara para que los demás no supieran que podían herirla con facilidad. Pero ahora la máscara había caído. Miró a su padre con sus ojos azules llenos de lágrimas, apretando los puños.
—Papá —suspiró en voz muy baja—, ¿por qué no me quieres? ¿Por qué no
puedes quererme? No soy mala. No soy mala. Papá...
Pero Edward no la oyó. Y cuando se marchó a la cama, empezó a dar vueltas al asunto de la señorita Swan. Estaba decidida a hacerle pagar que su padre la hubiera tratado de aquel modo.
Menos mal que ya tenía mis kleenex en mano porque el capítulo estuvo muy emotivo, maravilloso, con la petición del beso de Bella, ese: sé felíz, que triste siente que le queda poco tiempo y Edward todavía no cree en ella.
ResponderEliminarOh Maldicion llore con este cap, la peticion del Beso el Adios Edward y el se Feliz rompio mi frágil corazon
ResponderEliminarOh Maldicion llore con este cap, la peticion del Beso el Adios Edward y el se Feliz rompio mi frágil corazon
ResponderEliminarEs triste ver cómo una mentira puede destruir muchas vidas...
ResponderEliminarSinceramente, me da mas tristeza la ralacion de Maggie con su papá. Que la relacion de Edward y Bella. Un niño que no puede disfrutar de su infancia por problemas que no les corresponden es horrible. Pobre Maggie.
ResponderEliminarQue pena que ninguno quiera hablar con la verdad
ResponderEliminarQue triste que Edward con tal de no admitir que se equivoco, este perdiendo tiempo valioso con Bella....
ResponderEliminarOjalá no sea tarde cuando abra los ojos
Que triste que Edward con tal de no admitir que se equivoco, este perdiendo tiempo valioso con Bella....
ResponderEliminarOjalá no sea tarde cuando abra los ojos
Que triste que Edward con tal de no admitir que se equivoco, este perdiendo tiempo valioso con Bella....
ResponderEliminarOjalá no sea tarde cuando abra los ojos
Que triste que Edward con tal de no admitir que se equivoco, este perdiendo tiempo valioso con Bella....
ResponderEliminarOjalá no sea tarde cuando abra los ojos
Que triste que Edward con tal de no admitir que se equivoco, este perdiendo tiempo valioso con Bella....
ResponderEliminarOjalá no sea tarde cuando abra los ojos
Que triste que Edward con tal de no admitir que se equivoco, este perdiendo tiempo valioso con Bella....
ResponderEliminarOjalá no sea tarde cuando abra los ojos
Edward estas dejando pasar el tiempo y lastimas mas a esa niña q a pesar d ser hija d quien es no tiene la culpa d lo q paso ella es quien esta pagando x todo y esa niña es quien menos culpa tiene tu rechazo es lo q la hace ser tan rebelde y mala x q ella busca q le paguen dañando a los demás x lo q tu le haces es triste q bella no le diga a nadie lo q tiene y parece q fue una despedida el beso :( gracias nena nos leemos
ResponderEliminarHay pobre de la niña sufrir de esa manera por culpa de las mentras de los demás y bella con ese beso se despide de Ed pero se está dejando vencer un luchar hermosa historia
ResponderEliminarawww pequeña lacra la hija de rose, sin embargo al final , ella también es un victima ...
ResponderEliminarQue triste Edward sigue siendo un inmaduro y siento que a Bella no le queda mucho tiempo!!!
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