Capítulo 19 / Mentiras y Rumores



ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACIÓN
LOS PERSONAJES PERTENECEN A STEPHENIE MEYER
EL NOMBRE DE LA HISTORIA, 
COMO LA AUTORA LO DIREMOS 
AL FINAL DE LA ADAPTACIÓN


Isabella se acercó a Edward en cuanto estuvieron juntos en el dormitorio principal.

— ¿Nunca la has abrazado? —preguntó con suavidad—. ¿No la has besado nunca, ni le has dicho lo mucho que te alegras de verla?

Edward se puso tenso.

—Maggie no es el tipo de niña que necesita recibir cariño de los adultos. 

Su actitud la sorprendió.

—Estoy segura de que no creerás en serio lo que has dicho, ¿verdad? —preguntó.

Lo miraba de tal forma que se sintió incómodo.

—Ni siquiera sé si es hija mía —contestó, escogiendo las palabras a la defensiva.

— ¿Importaría tanto que no lo fuera? —preguntó—. Ha vivido contigo desde que nació. Eres su padre, y eres responsable de lo que le ocurra. La has visto crecer. Estoy segura de que sientes algo por ella.

Edward la agarró de la muñeca y la atrajo hacia sí.

—Quiero tener un hijo contigo —dijo con suavidad—. Te prometo que lo querré y que lo cuidaré. No le faltará nunca afecto.

Isabella acarició su mejilla.

—Lo sé. Yo también lo amaré, pero Maggie también nos necesita. No puedes darle la espalda.

—Siempre he cumplido mis responsabilidades con ella. Nunca he querido que lo pase mal, pero jamás mantuvimos una buena relación. Y no creo que vaya a aceptarte. Probablemente, ya estará pensando en alguna forma para librarse de ti.

—Puede que la conozca mejor de lo que crees—sonrió—. De todas formas, pienso amarte hasta que te canses de mí. Llenaré de amor esta casa, y más tarde o más temprano querrás a tu hija, porque estoy segura de que en el fondo la quieres.

Entonces se inclinó sobre él y lo besó hasta que Edward dejó escapar un gemido y la tomó entre sus brazos, besándola con apasionamiento, como si estuviera loco.

Isabella respondió a sus besos hasta que el cansancio la obligó a apoyarse en su pecho.

—Aún estás muy débil —comentó él, llevándola hacia la cama—. Le pediré a Esme que suba la cena a la habitación. El doctor McCarty dijo que necesitas pasar cierto tiempo en cama, y eso es lo que vas a hacer ahora que estás en casa.

—Mandón... —bromeó.

Edward rió y se inclinó sobre ella.

—Sólo lo soy cuando tengo que serlo —espetó, antes de besarla.

En aquel instante, Maggie pasó frente a la puerta del dormitorio. Al escuchar la risa de su padre supo que era feliz con Isabella y se sintió más sola que nunca. Caminó por el pasillo, bajó por las escaleras y llegó a la cocina.

—No manches el suelo de barro —dijo Esme Platt—. Acabo de fregar.

Maggie no dijo nada. Salió y cerró la puerta a sus espaldas.

~MyR~

Isabella comió con Edward, en una bandeja. Las cosas habían cambiado tanto que podía amarlo abiertamente, observando que la frialdad había desaparecido de su actitud. Era un hombre muy diferente.

Pero Maggie la preocupaba. Aquella noche, Esme llevó otra bandeja con la cena, pero Edward había tenido que salir, de modo preguntó por Maggie al ama de llaves.

—No sé dónde se ha metido —dijo, sorprendida—. Salió antes de comer y no ha regresado.

— ¿Y no estás preocupada? Sólo tiene nueve años.

—La pequeña siempre va a donde quiere y cuando quiere. Probablemente, estará en el granero. Hay nuevas reses y le gustan los animales. No irá muy lejos. No tiene a dónde ir. Pero ahora, cómetelo todo. Te vendrá bien comer algo caliente —sonrió Esme, antes de marcharse—. Si me necesitas, llámame.

Isabella no disfrutó de la comida. Estaba preocupada, aunque los demás se lo tomaran como si fuera lo más normal del mundo.

Se levantó, se puso unos vaqueros, unos calcetines, unas zapatillas y un jersey. Después, bajó por las escaleras y caminó hacia la puerta principal. El granero estaba junto a la casa, a cierta distancia por un camino bastante sucio. No se había dado cuenta de lo cansada que estaba, pero le preocupaba la niña. Se estaba haciendo de noche y había desaparecido muchas horas antes.

La puerta del granero estaba entreabierta.

Entró y miró alrededor hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Caminó por el interior hasta que llegó al pequeño corral donde se encontraban los terneros que había mencionado Esme. Maggie estaba con ellos.

—No has comido nada en todo el día —dijo.

La niña se sobresaltó. Miró a la mujer que tantos problemas le había causado y sintió una punzada en el estómago. Nadie se había tomado la molestia de preguntarle si quería comer. Resultaba irónico que su peor enemiga se preocupara por ella.

— ¿No tienes hambre? —insistió. Maggie se encogió de hombros, mirándola con sus grandes ojos azules.

—He comido una chocolatina —contestó, evitando su mirada.

Isabella entró con ella y se sentó sobre el heno, limpio y suave. Después acarició a uno de los terneros y sonrió.

—Tienen el hocico muy suave, ¿no te parece? —preguntó—. De pequeña quise tener un animal, pero mi madre era alérgica a los perros y a los gatos.

—Nosotros no tenemos ni perros ni gatos. La señora Platt dice que los animales son sucios.

—Eso no es exactamente así. Sólo hay que enseñarles lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer.

Maggie se encogió de hombros.

— ¿Te gustan las reses?

La niña la observó y asintió.

—Sí, y lo sé todo sobre las que cría mi padre.

— ¿De verdad? ¿Lo sabe él? —preguntó, arqueando las cejas.

—Qué más da. Me odia porque soy como mi madre.

Isabella se sorprendió de que la niña fuera tan perceptiva.

—Pero tu madre tenía maravillosas cualidades —dijo—. Cuando estábamos en el colegio, era mi mejor amiga.

Maggie la miró.

—Sin embargo, te quitó al novio.

—Sí. Dijo una mentira, Maggie. Porque amaba mucho a tu padre.

—No me quería. Cuando papá no estaba en casa me pegaba, y decía que era infeliz por mi culpa.

—No era culpa tuya —dijo con firmeza.

—Nadie me quiere aquí —continuó la chica—. | Y ahora que has venido, mi padre me echará...

—Tendrá que pasar por encima de mi cadáver. 

La niña la observó, quieta como una estatua, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

—Yo tampoco te gusto.

—Eres la hija de Edward. Y lo amo con locura. ¿Cómo podría odiar a alguien que forma parte de él?

Por primera vez, pudo notar el miedo en los ojos de la niña.

— ¿No quieres que me marche?

—Claro que no.

Maggie se mordió el labio y bajó la mirada.

—De todas formas, no me quieren aquí. Papá está de viaje todo el tiempo y la señora Platt odia tener que quedarse conmigo. Era mejor cuando podía quedarme con Julie, pero ahora también me odia porque conseguí que te despidieran.

Isabella sintió una terrible angustia por la niña. Se preguntó si algún adulto, en toda su vida, se habría tomado la molestia de sentarse un rato con ella para charlar. Tal vez la señorita Denali. Y tal vez, aquél era el motivo por el que la echaba tanto de menos.

—Eres demasiado joven para entender ciertas cosas, pero gracias a que conseguiste que me despidieran fui al médico y averigüé que no estaba tan enferma como creía —sonrió—. Tu padre me obligó a ir a una consulta y, cuando me marché, vino conmigo. A veces, parece que existe el destino. Ya sabes, como si las cosas tuvieran algún sentido, como si estuvieran determinadas de antemano. Aunque no lo estén. De todas formas, no deberíamos culpar siempre a la gente por su comportamiento. La vida es como un enorme examen que nos hace más fuertes o más débiles. ¿Comprendes lo que te digo?

—Sí.

Isabella sonrió. 

— ¿Sales de vez en cuando con tu padre?

—Nunca me lleva a ningún sitio. 

La profesora comprendía bien el dolor de la niña.

—De pequeña salía mucho con mis padres. Incluso íbamos al cine. ¿Quieres que...?

De repente dudó. No quería presionarla demasiado.

— ¿Sí? —preguntó la niña, mirándola.

— ¿Quieres que salgamos juntas alguna vez? 

La pregunta tuvo un efecto inesperado. El rostro de la joven se iluminó.

— ¿Solas tú y yo?

—Al principio. Después, tu padre podría venir con nosotras.

— ¿Ya no estás enfadada conmigo?

—No.

— ¿Y no le importará a papá?

—Claro que no —sonrió.

—Bueno, en ese caso, me gustaría mucho —dijo, frunciendo el ceño—. Pero no puedo.

— ¿No puedes? ¿Por qué? Maggie se encogió de hombros.

—No tengo ningún vestido bonito.

Isabella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No comprendía que Edward no hubiera notado el dolor de su hija.

—Vaya...

La niña notó la angustia que había en su tono de voz. Observó sus lágrimas y se sintió fatal.

— ¡Isabella!

Una voz profunda sonó en el granero. Era Edward, que caminaba hacia el lugar donde se encontraban.

— ¿Qué diablos estás haciendo fuera de la cama? —preguntó él, levantándola con manos firmes.

Al ver las lágrimas de sus ojos miró a su hija con dureza.

—Está llorando... ¿Qué le has hecho?
      
— ¡Edward, te equivocas! —dijo Isabella—. No es culpa suya.

— ¡Estás defendiéndola!

—Maggie —dijo con suavidad—. Dile a tu padre lo que acabas de contarme. No tengas miedo. Venga, díselo.

Maggie lo miró con beligerancia.

—No tengo ningún vestido bonito —lo acusó.

— ¿Y qué? —preguntó él.

—Que quiere ir al cine conmigo. Y no tiene nada que ponerse.

De repente, Edward miró a su hija y comprendió lo que sucedía.

— ¿No tienes ninguno?

— ¡No, no tengo casi ropa! —espetó la niña.

—Oh, Dios mío...

—Mañana por la mañana iremos de compras juntas —dijo Isabella.

— ¿Tú y yo?

—Sí.

Edward las miró con abierta curiosidad. Maggie se levantó y observó a Isabella con incertidumbre.

—Una vez oí un cuento sobre una mujer que se casaba con un hombre que tenía dos hijos pequeños. Luego los dejaba abandonados en un bosque. 

Isabella rió.

—No pienso dejarte abandonada en ninguna parte, Maggie. De todas formas, Julie me dijo que serías capaz de encontrar el camino en cualquier sitio, y que sigues muy bien las pistas.

— ¿Eso dijo?

— ¿Quién te ha enseñado a seguir pistas? —preguntó su padre.

—Nadie. Aprendí leyendo un libro que me prestó Jake.

— ¿Y por qué no le pediste a tu padre que te comprara uno?

—Porque no lo habría hecho. Sólo me compra muñecas.

Isabella arqueó las cejas y miró a Edward con curiosidad.

— ¿Muñecas?

—Sí, claro, es una niña y pensé que le gustarían —contestó.

—Pues odio las muñecas —declaró la joven—. Prefiero los libros.

—Ya me había dado cuenta —comentó la profesora.

Edward se sentía completamente idiota.

—Nunca dijiste nada —murmuró a su hija. 

Maggie se acercó a Isabella y espetó:

—Nunca preguntaste.

Entonces se limpió el jersey con una mano. Su padre la observó.

—Pareces una muñeca de trapo, y estás muy sucia. Será mejor que te bañes y te cambies de ropa.

—Ya no tengo más ropa. La señora Platt dice que no quiere lavar mis cosas porque siempre está todo demasiado sucio como para limpiarlo.

— ¿Qué?

—Tiró mis últimos vaqueros —continuó—. Y éste es el único jersey que me queda.

—Oh, Maggie —intervino Isabella—. ¿Por qué no se lo dijiste a tu padre?

—Porque no me habría escuchado. Nadie me escucha nunca. ¡Cuando crezca pienso marcharme y no volveré nunca! Y si alguna vez tengo niños, los querré.

Edward no sabía qué decir.

—Anda, ve a bañarte —dijo Isabella—. ¿Tienes un pijama y una bata?

—Sí, tengo pijamas. Los escondo para que la señora Platt no los tire.

—Pues ponte uno. Después, te llevaré la cena. Edward quiso decir algo, pero Isabella se lo impidió tapándole la boca con la mano.

—Vamos, Maggie —insistió. Maggie obedeció y desapareció del granero no sin antes mirar con beligerancia a su padre.

—Desde luego, se parece mucho a ti —dijo ella cuando se hubo marchado—. El mismo gesto, la misma actitud impaciente, el mismo temperamento y hasta la misma mirada.

—No sabía que no tuviera ropa —comentó, incómodo.

—Pues ahora lo sabes. La llevaré de compras.

—No estás lo suficientemente bien como para andar de tiendas por ahí —murmuró—. Lo haré yo.

— ¿La llevarás de compras? —preguntó, de forma malévola.

—Bueno, me creo perfectamente capaz.

—Estoy segura de ello. Pero me sorprende que te ofrezcas voluntario.

—No me ofrezco voluntario. Sólo intento protegerte.

— ¿De verdad? —preguntó, sonriendo—. Eres un hombre encantador.

Entonces lo besó con suavidad. Edward se resistió durante un segundo, pero cedió al fin. Respondió con cierto apasionamiento, pero sin ir demasiado lejos para no pedirle algo que no podía hacer. Después, la tumbó sobre el heno y la cubrió de cálidos y cariñosos besos.


10 comentarios:

  1. Parece que bella se va a acercar a la solitaria Maggie y edward se va. A descubrir que si es su hija

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  2. Parece que bella se va a acercar a la solitaria Maggie y edward se va. A descubrir que si es su hija

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  3. Maravilloso!!!!... ahora si que va por bien camino la cosa....

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  4. Me encanta que esos dos no pueden quitarse las manos de encima.

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  5. Bueno un paso a la vez que bueno que ellas se empiecen a entender y haver como le va a Ed con las compras Besos

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  6. Ese Edward quiere sus buenos jalones de orejas jajajaja Pobresita de Maggie; es odiosa, pero tenía motivos para hacerlo

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  7. Ese Edward quiere sus buenos jalones de orejas jajajaja Pobresita de Maggie; es odiosa, pero tenía motivos para hacerlo

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  8. Wowwww que lindo, creo que Bella se ganara primero el cariño de Magiee que Edward, aunque la niña si quiere a su papá pero el no lo a sabido apreciar, me encsnto el cap, la excusa de Edward de que cree que la niña no es su hija y por eso no le demuestra cariño me parece muy tonta

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  9. Vamos por buen camino poco a poquito

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  10. aquí sufrieron todos por culpa de rose, pero qué egoísta edward al anteponer su dolor y necesidades a las de su hija, en fin falta mucho camino que recorrer y han comenzado con el pie derecho.

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