Capítulo Cinco - Amor Tormentoso
Ignorante de los planes de Victoria Sutherland, Bella trataba de concentrarse en lo que Edward les estaba contando sobre la historia de la zona que atravesaban. Pero no podía apartar los ojos de él. Se fijaba en su orgulloso modo de cabalgar, ceñido al caballo como si formara parte de él.
Edward se dio cuenta de que Bella le estaba mirando y le dirigió una sonrisa. A ella le dio un vuelco el corazón. Edward nunca se había comportado así desde que se conocían, y estaba segura de que no estaba fingiendo. Cuánta ternura había en sus ojos y ya no había el menor asomo de burla en sus palabras. Ella había cambiado, pero él también.
Además, entre ellos había una atracción que tenía sus raíces en el pasado. Sin embargo, ella seguía temiendo los momentos de intimidad. Una cosa era besarlo y tomarle las manos, otra muy distinta pensar en irse a la cama con él, después de su dolorosa experiencia.
Edward se dio cuenta de la expresión de temor que cruzó la mirada de Bella, y la entendió sin necesidad de que mediara palabra.
Dejó que Victoria cabalgara en cabeza y se retrasó para ponerse junto a Bella.
—No pienses en ello —le dijo—. No hay prisa. Date tiempo.
Bella suspiró.
— ¿Leyéndome el pensamiento? —preguntó.
—No es tan difícil.
—El tiempo no va a ayudarme —dijo Bella tristemente—. Todavía tengo miedo.
—Dios, mío ¿y de qué tienes miedo? ¿No oíste lo que te dije? Hablaba en serio. No puedo, Bella, no puedo.
Bella lo miró a los ojos.
—No puedes con otras mujeres.
—Tampoco contigo —murmuró Edward—. ¿No crees que después de anoche lo sabría?
Bella miró hacia delante, hacia donde cabalgaba Victoria.
—Anoche te estabas conteniendo —dijo.
—Sí. Acababas de tener una pesadilla y estabas muerta de miedo. Yo no quería empeorar las cosas. Pero esta mañana... —dijo desviando la mirada hacia el horizonte.
Suspiró. Le costaba admitir que ni siquiera el ardiente beso que le había dado a Bella aquella mañana había logrado excitarle.
Bella guardó silencio. Miró a su alrededor, observando los árboles. La primavera era su estación favorita. En Wyoming llegaba más tarde que en Arizona, pero en mayo, la temperatura era similar en ambos sitios. Más evidente que el sabor de la primavera, sin embargo, era la irritante mirada que les dirigía Victoria Sutherland.
—No se está creyendo nada —le dijo a Edward—. Sabe que estamos fingiendo.
— ¿Y no estamos fingiendo? —le preguntó Edward con una amarga carcajada.
Al cabo de unos instantes de permanecer en silencio, Edward se giró sobre su silla. El cuero crujió.
—Supón que lo intentamos de verdad.
Bella lo miró interrogativamente.
— ¿Intentar qué?
—Lo que me sugeriste anoche. ¿O es que ya te has olvidado de dónde pusiste mi mano? —dijo Edward con franqueza.
— ¡Edward!
—Deberías sorprenderte. Es como yo estaba anoche.
—Eso es verdad —replicó Bella—. ¡Mira que fingir que era la primera vez que una mujer te ofrecía algo así!
Edward sonrió. Hacía mucho tiempo que no se reía de la falta de interés de su cuerpo por las mujeres.
—No puedo —dijo y dobló la rodilla sobre el pomo de la silla.
Se apoyó en ella y observó a Bella. Llevaba vaqueros y una camiseta, como él, y el pelo recogido en una coleta.
—No te pones ropa muy provocativa, ¿eh?
Bella se encogió de hombros.
—Los hombres se acercan a mí continuamente, y yo no quiero ninguna clase de relación física con ellos. Así que me pongo ropas que oculten mi cuerpo y hablo de lo mucho que a mi familia le gustaría verme casada y con muchos hijos. Te quedarías asombrado de lo deprisa que encuentran excusas para dejar de verme.
Edward sonrió.
—Supón que un día un hombre te atrae.
—Eso no ha ocurrido todavía.
— ¿No?
Bella se dio cuenta de lo que Edward quería decir y se sonrojó.
—Supongo que ni siquiera me he molestado en decirte que nunca he visto un cuerpo más perfecto que el tuyo; desnuda, podrías competir con la Venus de Milo... y hasta creo que ella se sentiría celosa.
Su relación había cambiado tanto en los dos días anteriores, que Bella no sabía si aquello era un cumplido o una burla.
—Lo digo en serio —dijo Edward, para que no quedara la menor duda—. Y si yo fuera el hombre que era hace cinco años, te haría falta poner una cerradura de seguridad en la puerta de tu habitación.
Bella lo miró a los ojos.
—Supongo que te habrán dicho que tu problema puede ser mental y no físico —dijo.
—Claro, ya sé que es mental. El caso es cómo curarlo —dijo Edward, y añadió—: Y me parece que a ti te pasa algo parecido.
Bella se encogió de hombros.
—Sí, y también es mental.
—Sí, ya lo sé.
Bella agachó la mirada.
—La solución más obvia es...
Edward volvió a poner el pie en el estribo y se sentó muy rígido sobre la silla.
—No puedo —dijo.
—No te estaba haciendo una proposición —replicó Bella y luego miró a la señora Sutherland, que después de alejarse unos metros comenzó a volver junto a ellos—. Seguro que ella sí te lo propone en cuanto vea la oportunidad.
—Puede que lo mejor sea dejar que lo intente —dijo Edward con cinismo—. Probablemente sabe trucos que yo ni siquiera imagino.
— ¡Edward!
— ¿Estás celosa?
—Pues... no lo sé. Tal vez —dijo Bella moviéndose sobre la silla—. Ojalá pudiera darte la misma medicina, pero para eso tendrías que emborracharme —dijo soltando una carcajada. Luego añadió—: Nunca te lo perdonaría si lo hicieras.
— ¿Hacer qué? ¿Emborracharte?
— ¡No! Acostarte con ella.
Edward iba a responder cuando Victoria se puso a su altura.
— ¿No vais a acompañarme? —preguntó—. Es aburrido explorar un rancho tan grande sola.
—Perdona —dijo Edward—, estábamos discutiendo los planes de la boda.
—Yo también tengo algún plan —dijo Victoria—. ¿Os gustaría oírlo?
Bella se retrasó un poco y los observó. Pero Edward se puso junto a ella inmediatamente. La expresión de sus ojos la dejó perpleja. Con reticencia mantuvo el paso junto a él y, para irritación de Victoria, se dirigieron todos juntos de vuelta a casa.
Pensó que Edward olvidaría lo que le había dicho antes de que Victoria les interrumpiera, pero no lo hizo. Cuando Victoria subió a cambiarse para cenar, él la agarró y la llevó hasta su estudio, que tenía un ventanal con vistas al río.
Cerró la puerta con cerrojo.
Bella se quedó junto a la mesa que estaba al lado de la ventana y lo miró con cautela.
—Supongo que quieres hablar conmigo —le dijo.
—Entre otras cosas —dijo sentándose en el borde de la mesa y cruzándose de brazos—. Esta mañana me has devuelto el beso y no lo has hecho pensando en que Victoria estuviera mirando. Has enterrado todo lo que sentías por mí, pero sigue ahí. Quiero que vuelvas a sentirlo otra vez.
Bella se miró las manos, que tenía apoyadas en el regazo. A pesar de todo lo que había ocurrido, seguía amando a Edward. Pero los recuerdos eran demasiado dolorosos, demasiado reales. No podía olvidarse de los años de relaciones tensas, llenas de sarcasmo y palabras crueles.
No sabía qué le ofrecía Edward, aparte de que volvieran a intentar una relación física. No había dicho nada de que la quisiera, aunque sabía que lamentaba la pérdida del niño. Podría ser que cuando ese dolor, tan reciente para él, hubiera pasado, descubriera que sólo sentía pena por ella. Y ella deseaba mucho más que eso.
— ¿Y bien? —preguntó Edward con impaciencia.
Bella lo miró a los ojos.
—Acepté fingir que soy tu prometida —dijo Bella manteniendo la tranquilidad—, pero no quiero quedarme a vivir en Sheridan el resto de mi vida ni dejar el puesto de trabajo que me han ofrecido en Tucson.
Edward iba a decir algo, pero Bella le interrumpió con un ademán.
—Sé que eres muy rico, Edward —prosiguió—, y sé que podría tener todo cuanto quisiera, pero estoy acostumbrada a trazar mi propio camino y no quiero depender de ti.
—También en Sheridan hay colegios.
—Sí. En Sheridan hay buenos colegios y sé que podría conseguir trabajo en alguno de ellos, pero conocen mi relación contigo y nunca sabría si consigo el trabajo por mis méritos o gracias a ti.
— ¿No sientes nada por mí? —le preguntó.
Bella se quedó mirando la sortija de esmeralda.
—Me importas mucho, por supuesto, y siempre me importarás, pero el matrimonio es más de lo que puedo ofrecerte.
Edward se levantó de la mesa y fue hasta la ventana.
—Me echas la culpa de lo del niño, ¿verdad?
—No le echo la culpa a nadie. Fue algo impredecible.
Edward levantó la cabeza. Tenía el pelo de la nuca más largo que de costumbre y con algunas ondas. No podía evitar mirarlo con afecto. No había nada que deseara más que vivir con aquel hombre y amarlo, pero lo que él estaba ofreciendo no era más que una relación vacía. Quizá cuando se hubiera librado de su sentido de culpa volviera a ser capaz de acostarse con una mujer. Bella sabía que aquel problema era sólo temporal, causado por el descubrimiento inesperado de que había perdido un hijo sin siquiera saberlo. Pero el matrimonio no era la respuesta a sus problemas.
—Podemos ir a un médico —dijo Edward al cabo de un largo silencio—. Puede que encuentren una solución para mi impotencia y para tus miedos.
—No creo que necesites un médico para resolver tu problema —dijo Bella—. Sólo lo tienes porque te sientes culpable por lo del niño...
Edward se dio la vuelta. Le brillaban los ojos.
— ¡Hace cinco años no sabía lo del niño!
Bella se le quedó mirando por unos instantes, hasta que finalmente comprendió lo que aquello significaba.
— ¡Cinco años! —exclamó.
— ¿Pero es que no te dabas cuenta de lo que quiere decir? —dijo Edward mirándola a los ojos.
—No tenía ni idea —replicó Bella y luego volvió a exclamar—: ¡Cinco años!
De repente, Edward se sintió muy violento. Se dio la vuelta y volvió a mirar por la ventana.
Bella no podía encontrar palabras adecuadas para aquel momento. Nunca se le había ocurrido que un hombre pudiera pasarse cinco años sin sexo. Bella decidió que lo mejor era acercarse a él y decir algo, cualquier cosa.
—No tenía ni idea —le repitió.
Edward tenía las manos entrelazadas por detrás de la espalda y miraba hacia el horizonte sin la menor expresión en su rostro.
—No deseaba a nadie —dijo por fin—. Y cuando averigüé lo que le había pasado al niño me quedé destrozado. Y sí, también me sentía culpable. Una de las razones por las que te pedí que volvieras era porque quería compartir mi pena contigo, porque sabía que tú también la sentías y que nunca habías podido compartirla con nadie.
Después de decir aquellas palabras se dio la vuelta y la miró.
—Puede que también tuviera esperanzas de volver a sentir algo por ti. Deseo volver a ser un hombre completo otra vez, Bella, pero incluso eso ha fallado —dijo volviendo a mirar por la ventana—. Quédate hasta que se vaya Victoria. Ayúdame a conservar el poco orgullo que me queda. Luego te dejaré marchar.
Bella no sabía qué decirle. Era evidente que estaba deshecho. Y ella también lo estaba. Después de estar cinco años sin una mujer, Bella sólo podía hacerse una pequeña idea de lo maltrecho que estaba su orgullo. Pero no podía consolarlo, porque ella misma tenía conciencia de cuánto había sufrido su propia dignidad.
—Todo habría sido distinto si no hubiéramos pasado aquel verano en Francia —dijo Bella ausente.
— ¿Tú crees? Tarde o temprano habría ocurrido lo mismo, en cualquier parte —dijo Edward.
—Me quedaré hasta que se vaya la viuda. Pero ¿qué ocurrirá con esas tierras? No creo que tenga intención de venderlas.
—La tendrá cuando le haga una oferta. Sé que Jasper Whitlock no dispone de dinero en efectivo debido a unas inversiones que tuvo que hacer en su rancho, así que no podrá mejorar mi oferta. Y Victoria no puede esperar a que alguien le ofrezca algo mejor.
Aquella explicación despertó la curiosidad de Bella.
—Entonces, si sabes que venderá, ¿por qué estoy aquí?
—Por lo que te he dicho antes —dijo Edward—, no puedo dejar que averigüe que todo lo que dicen sobre mí es cierto. Quiero conservar el poco orgullo que me queda.
Bella hizo una mueca.
—Supongo que de poco servirá que te diga que...
Edward le puso el dedo índice en la boca.
—No, no serviría de nada.
Bella lo miró, se sentía incómoda, casi enferma. En el fondo sabía que la única esperanza que Edward tenía de recuperar una vida sexual normal era haciendo el amor con ella. El problema había empezado en Francia y sólo ella tenía el poder de acabar con él. Pero no tenía el valor de intentarlo.
—No quiero que te apiades de mí —dijo Edward con voz grave—. He aprendido a vivir con ello. Me acostumbraré. Y tú también. Vuelve a Tucson y acepta ese trabajo.
— ¿Y tú qué harás? Tiene que haber algún modo...
—Si lo hubiese, lo habría encontrado —dijo Edward, luego se dio la vuelta y se alejó hacia la puerta—. Será mejor que salgamos.
—Espera —dijo Bella.
Edward se detuvo. Ella se pasó la mano por el pelo, despeinándose, se desabrochó un botón de la camisa y la sacó de los pantalones.
Edward entendió lo que pretendía. Sacó el pañuelo del bolsillo y se lo dio a Bella, que se lo pasó por la comisura de los labios y luego se lo devolvió.
Entonces, Edward abrió la puerta. Victoria estaba sentada en la escalera, esperando. Los miró con suspicacia y cuando vio los intentos de Bella por arreglarse, chascó la lengua para demostrar su impaciencia.
—Perdona —murmuró Edward—. No sabíamos qué hora era.
—Está claro —replicó Victoria mirando a Bella—. Vine aquí para hablar de tierras.
—Por supuesto, estoy a tu disposición —dijo Edward—. ¿Te apetece charlar mientras tomamos una taza de café?
—No, me gustaría que me enseñaras la ciudad —dijo Victoria, y luego miró a Bella—. Supongo que ella también viene.
—No si prefieres que te conceda toda mi atención —dijo Edward inesperadamente—. No te importa, ¿verdad, cariño?
Bella estaba desconcertada, pero trató de sonreír.
—Claro que no —dijo—. Podéis iros, yo me quedaré ayudando a Sue en la cocina.
— ¿Sabes cocinar? —preguntó Victoria con indiferencia—. Yo nunca me molesté en aprender, la mayoría de las veces como fuera de casa.
—Yo odio la comida de los restaurantes —dijo Bella—, así que el verano pasado hice un curso de cocina. Incluso aprendí a hacer postres franceses.
Edward se la quedó mirando.
—No me lo habías dicho.
—No me lo preguntaste —dijo Bella encogiéndose de hombros.
—Qué raro —dijo Victoria—. Yo creía que los novios se lo contaban todo. Además, es tu hermanastra.
—Hemos vivido mucho tiempo separados —le explicó Edward—. Todavía estamos dando los primeros pasos, a pesar del compromiso. No estaremos fuera mucho tiempo —le dijo a Bella.
—Tomaos vuestro tiempo.
Edward vaciló, Bella sabía por qué. No quería darle a Victoria pie para flirtear con él. Bella se acercó a él y lo abrazó por la cintura.
—Recuerda que estás prometido —dijo y se puso de puntillas para darle un beso en los labios.
Estaban tan fríos como el hielo, como sus ojos, incluso a pesar de que aparentemente trataban de devolverle el beso.
—Tennos preparado algo especial para cuando volvamos —dijo Edward refiriéndose a la cena y apartando a Bella con ternura.
Bella se quedó con una enorme sensación de vacío. Sabía que no era capaz de darle todo lo que él necesitaba, pero le hubiera gustado una muestra más cálida de su afecto. La miraba como si la odiara, y tal vez la odiaba todavía.
Edward conducía su nuevo Mercedes plateado de camino a Sheridan. Victoria iba a su lado.
— ¿Ya tenéis problemas? —preguntó Victoria—. Me he dado cuenta de que has estado muy frío con ella. Claro que os lleváis muchos años, ¿no?
—Supongo que todos los noviazgos pasan por tiempos difíciles —dijo sin dar importancia a las palabras de Victoria.
—Pero os habéis prometido ayer.
—Sí, pero yo hubiera querido hacerlo antes —dijo Edward.
—Entiendo, un amor no correspondido.
Edward rió con amargura.
—Así fue durante algunos años.
Victoria lo miró con curiosidad, luego empezó a reírse. Edward la contempló perplejo.
—Perdona —dijo Victoria dejando de reír—. Es sólo que me acordado de los rumores que circulan sobre ti. No sé por qué los he creído.
— ¿Rumores?
—Oh, son demasiado estúpidos como para que te los repita. Y ahora no tienen sentido, supongo simplemente que te negabas a salir con mujeres que no te importaban.
Edward no se esperaba que Victoria pudiera olvidar aquellos rumores tan fácilmente. Frunció el ceño y la miró.
Victoria estaba sonriendo, sin el menor asomo de flirteo.
—Es encantador, de verdad —dijo—. ¿Y Bella no sospechó nada?
—No.
—Y todavía no lo sabe, ¿verdad? —preguntó Victoria con curiosidad—. Estáis prometidos, pero actúa como si le resultara difícil darte un beso. Y no creas que me habéis engañado con la mancha de lápiz de labios en el pañuelo. No había ni rastro de carmín en tu cara. Está muy nerviosa cuando está contigo y se nota.
Edward lo sabía, pero no le gustaba oírlo.
—Estamos dando los primeros pasos —dijo.
Victoria asintió.
—Ten en cuenta que puede que tenga menos experiencia con los hombres de la que pretende —dijo—. No tiene esa afectación que la mayoría de las mujeres tenemos a su edad. No creo que tenga mucha experiencia.
—Eres muy observadora para alguien que pretende tener una piel tan dura como tú —dijo Edward mirándola a los ojos.
Victoria se reclinó sobre el confortable asiento.
—Yo estaba enamorada de mi marido —dijo—. Como era mucho mayor que yo, todo el mundo piensa que me casé con él por dinero, pero no es verdad. Me casé con él porque fue la primera persona que fue amable conmigo.
El tono de Victoria se volvió más amargo a medida que la asaltaban los recuerdos.
—Mi padre no me quería, porque pensaba que yo no era hija suya —prosiguió—. Mi madre me odiaba porque tenía que cuidar de mí y sólo quería divertirse. Y al final los dos me abandonaron a mi suerte. Encontré malas compañías y tuve problemas con la ley. Me sentenciaron a un año de prisión por ayudar a un chico con el que salía a robar. James Sutherland estaba en el juzgado, representando a algún cliente, y empezamos a hablar en uno de los descansos. Yo era un caso difícil, pero él ponía mucho interés y era muy persistente. Antes de darme cuenta me casé con él.
Agachó la vista, distraída por los recuerdos.
—Cuando murió me volví un poco loca, y no creo que haya vuelto a recobrar el sentido hasta hoy —dijo y luego lo miró—. Bella tiene algo en su pasado, algo que le hace daño. Cuídala mucho, ¿vale?
Edward se sorprendió. Victoria era muy perspicaz. Pero no podía contarle cuál era el problema de Bella y quien se lo había ocasionado.
—Lo haré —dijo con una sonrisa.
Victoria le sonrió con un afecto sincero.
—Me gustas, ya lo sabes —le dijo—. Te pareces mucho a James. Pero ahora que sé cómo están las cosas, te has quedado fuera de la lista. Bueno, ¿y cuánto vas a ofrecerme por ese trozo de tierra?
Cuando volvieron, Edward rodeaba a Victoria por el hombro y no dejaban de sonreír. Bella se puso inmediatamente a la defensiva y se le ocurrieron toda clase de razones para explicar por qué estaban tan contentos. Sintió celos y no supo cómo explicarlos.
Durante la cena guardó silencio, habló tan sólo cuando se dirigían a ella. De todas formas, aquella actitud no molestó a Edward. Si Bella sentía celos, aún quedaban esperanzas de que lo que sentía por él no hubiera muerto del todo.
Así que siguió prestando atención a Victoria.
—Creo que deberíamos dar una fiesta —dijo—. El viernes por la noche. Invitaremos a la gente por teléfono y organizaremos un baile. A Sue le encantará hacer los preparativos.
— ¿Podrá hacerlo con tan poco tiempo? —preguntó Victoria.
— ¡Por supuesto! Bella la ayudará, ¿verdad? —dijo dirigiendo una sonrisa a Bella.
—Claro —replicó Bella con voz apagada.
—He traído algunos discos maravillosos para bailar —dijo Victoria—. Incluida alguna recopilación de música de baile de los años cuarenta. ¿Te gusta bailar, Bella?
—Hace mucho que no lo hago —replicó Bella—. Pero supongo que es como montar en bicicleta, ¿no?
—Sí, seguro que no se te ha olvidado —dijo Edward—. Si has olvidado algún paso, yo puedo enseñarte.
Bella lo miró y se sonrojó al tropezarse con su mirada.
—Siempre hay cosas que aprender —dijo.
Edward hizo una mueca y miró a Victoria.
—Nos lo pasaremos bien —le dijo—. Y ahora, ¿por qué no vamos a ver el contrato que le encargué a mi abogado? No te importa, ¿verdad, Bella?
Bella se irguió con dignidad.
—Por supuesto que no —dijo—. Después de todo, sólo son negocios, ¿verdad?
— ¿Qué otra cosa podría ser? —replicó Edward.
Sí, ¿qué otra cosa podría ser? Se dijo Bella enfurecida al ver cómo la puerta del estudio se cerraba tras Edward y la viuda Sutherland.
Bella subió a su habitación y cerró la puerta con llave. Nunca en su vida había estado más furiosa. Edward la había pedido que fuera hasta allí para evitar a la viuda fingiendo que estaban prometidos, y él se estaba comportando como si en vez de con ella, se hubiera comprometido con la viuda. De acuerdo, pensaba, pero no pretendería que se quedara de brazos cruzados. Celebrarían la fiesta el viernes, y el sábado regresaría a Tucson. Si a Edward le gustaba la viuda, podría quedarse a gusto con ella.
Se echó sobre la cama y las lágrimas inundaron sus ojos. ¿A quién pretendía engañar? Todavía le quería. Todo era igual que antes. Edward sabía lo que ella sentía y le estaba clavando un cuchillo en el corazón. Qué idiota había sido para creer todo lo que él le había dicho. Probablemente se estaba riendo de ella por lo fácil que había sido engañarla para convencerla de que fuera a Sheridan, y una vez en Sheridan burlarse aún más de ella. Edward debía pensar que todavía no había pagado el precio del segundo matrimonio de su padre, y pensar que estaba empezando a creer que se preocupaba por ella. ¡Ja! Pero al día siguiente iba a cortar por lo sano. Al día siguiente le hablaría claro, estaba decidido. A primera hora de la mañana.
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Bella es una mujer muy complicada.
ResponderEliminarQue triste que piense que Edward quiere a Victoria.... solo espero que Edward pronto le aclare la situación, y Victoria me cae mejor ahora ;)
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Se le va a aparecer el diablo a Edward por la mañana por andar de confabula dormir jajajaj
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