Capítulo Seis - Amor Tormentoso






Cuando Bella le dijo a Edward que después de la fiesta volvería a Tucson, se encontró con un silencio cortante y una mirada que habría abatido a una mujer menos convencida.

—Estamos prometidos —dijo Edward, humildemente.

— ¿Lo estamos? —dijo Bella quitándose la sortija de esmeralda y dejándola sobre la mesa
del despacho—. Prueba a ver cómo le queda a la viuda, a lo mejor le sienta mejor que a mí.

—No lo entiendes —dijo Edward entre dientes—. Sólo está aquí para venderme sus tierras, no hay nada por lo que estar celosa.

— ¿Celosa? —dijo Bella con sarcasmo—. ¿Por qué, Edward, por qué iba a estar celosa? Después de todo, debe haber una docena de hombres esperando que vuelva a Tucson.

Edward no supo qué decir. La aseveración de Bella le dejó perplejo. Bella se marchó de la habitación sin decir nada.

Hasta el día de la fiesta, lo mantuvo a distancia con sonrisas forzadas y educada conversación.

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La noche del viernes se estaba haciendo muy larga. Lo único que Bella quería era volver a su habitación y alejarse de Edward. Se había pasado la fiesta viéndole esbozar su vieja sonrisa cínica para captar la atención de todas las mujeres presentes, sobre todo de Victoria Sutherland. No se apartaba de aquella mujer ni un instante y a Bella le pareció muy extraño aquel repentino cambio de actitud.

Los evitó a los dos de manera premeditada, tanto que Sue, que ayudaba a servir los canapés y las bebidas, no dejaba de mirarla ceñudamente. Pero Bella no podía evitar su frialdad hacia Edward.

Pero se llevó una sorpresa cuando Victoria anunció que se marchaba. Edward la acompañó hasta su coche y Bella los observó desde la puerta. Victoria besó a Edward y él no hizo ademán de apartarse. Aquello fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Bella. Cerró la puerta y se metió en casa, dominada por la furia.

Cuando Bella se estaba despidiendo del último de los invitados, Edward apareció de nuevo en la puerta. Bella, después de decir adiós con la mano, trató de desaparecer, pero Edward se acercó a ella y la tomó por la cintura.

— ¿Qué haces? —dijo Bella tratando de no aparentar ningún temor.

Edward la observó de arriba abajo, desde la melena suelta hasta las largas piernas que dejaba al descubierto su elegante vestido negro corto.

—Puede que me haya cansado de jugar —dijo Edward enigmáticamente.

— ¿Conmigo o con Victoria Sutherland? —replicó Bella.

— ¿No sabes por qué he tratado tan bien a Victoria? ¿No puedes adivinarlo?

Bella se sonrojó delicadamente.

—No quiero saber por qué. Quiero irme a la cama, Edward —dijo Bella midiendo la distancia que había hasta la puerta.

Edward dejó escapar un largo suspiro de resignación ante la rígida postura de Bella y su temerosa mirada.

—Tú huyes, yo huyo. No hay diferencia entre tú y yo —dijo, y la tomó por los hombros y la atrajo hacia sí, a pesar de su resistencia—. Si yo eché a perder tu vida, tú hiciste lo mismo con la mía. Yo creía que estábamos acercándonos y ahora es como si viviéramos en mundos distintos. Ven aquí.

Un par de whiskies le habían hecho perder cualquier inhibición. Se echó sobre ella sin la menor esperanza de experimentar ninguna excitación, pero al menos podría besarla...

Lo hizo, con dolorosa urgencia. Sus pensamientos cedieron paso a la sensación de tocarla, de probar su boca. Gimió estrechándola contra sí. Bella estaba tensa, pero su resistencia no le detuvo. Se abandonó a aquellas sensaciones sin pensar más que en demostrarle que ni siquiera el beso más ardiente podía excitarlo.

Pero ocurrió lo inesperado. Se apretó contra las caderas de Bella y el súbito tacto de las largas piernas de ella contra las suyas, le hizo temblar de angustia y deseo. Profirió un

audible gemido que expresaba su asombro al darse cuenta de que lo que no había ocurrido desde hacía casi cinco años, estaba ocurriendo en aquellos momentos.

Se apartó de ella y la miró. Edward tenía una expresión de miedo y la apretaba con tanta fuerza que llegó a hacerle daño.

Bella reaccionó de un modo puramente instintivo, oponiéndose al daño que Edward no era consciente de hacerle con todas sus fuerzas.

Edward estaba ante ella, temblando de deseo. La deseaba obsesivamente, pero ella no podía soportar que la tocara. Para Edward era irónico, trágico. Acababa de descubrir que todavía era capaz de hacer el amor, al menos con la mujer que tenía delante, pero aquella era la única mujer del mundo que no soportaba que la tocara.

La miró con amargura.

— ¡Dios, esto era todo lo que hacía falta! —dijo con angustia—. ¡Esto era todo!

Edward tenía una mirada tan encendida que Bella creyó que la odiaba.

— ¡Me habías dicho que no sentías nada! —exclamó.

Edward se pasó la mano por el pelo y se frotó la frente. Luego se dio la vuelta.

—Pensé que de cintura para abajo estaba muerto —dijo—, que era inmune a las mujeres. Nunca me había dado cuenta por qué, aunque llegara a sospecharlo... ¡Yo también podría estar muerto! ¡Dios mío, yo también podría estar muerto!

Abrió la puerta y salió precipitadamente, como si se hubiera olvidado de la presencia de Bella. Se dirigió a su coche, lo arrancó y salió a toda velocidad.

Bella lo observó como si fuera un sonámbulo porque actuaba de un modo que no parecía él mismo.

—Edward —se dijo cuando él ya había desaparecido.

Se quedó de pie en la puerta, desamparada, tratando de decidir lo que debía hacer. Edward no estaba en condiciones de conducir, así pues ¿cómo podía irse ella a la cama? Por otro lado, no podía quedarse a esperarlo porque al volver podría comportarse aún más violentamente. Sabía muy bien, demasiado bien, cómo era Edward cuando estaba fuera de control. Sue y Harry se habían ido a la cama y ella no podía soportar la idea de verse sola con él. Sin embargo, saber que estaba conduciendo borracho tampoco era muy tranquilizadora.

Cada minuto que pasaba estaba más preocupada, así que tomó el bolso, el abrigo y las llaves del deportivo de Edward y salió a buscarlo.

Condujo un par de kilómetros, fijándose en las cunetas. Sentía un gran alivio al no ver nada. Al cabo de diez minutos pensó que probablemente Edward había vuelto al rancho y se dispuso a dar la vuelta.

Le dio un vuelco el corazón al ver las luces de emergencia al otro lado de una pequeña colina. Supo enseguida, en el fondo de su corazón, que se trataba de Edward. Pisó el acelerador y comenzó a rezar mientras se le hacía un nudo en la boca del estómago.

El coche del sheriff del condado estaba detenido en la cuneta. Sobre el pavimento había marcas de neumáticos y un poco más allá estaba el coche de Edward, que había dado una vuelta de campana. Cuando se detuvo, oyó el sonido de la sirena de una ambulancia en la distancia.

Quitó la marcha y sin ni siquiera apagar el coche salió corriendo hacia donde se encontraba el Jaguar.

— ¡Edward! —gritó—. ¡Oh, Dios mío!

El sheriff la cortó el paso.

—Suélteme —dijo sollozando y tratando de pasar—. ¡Por favor, por favor!

—No puede ayudarlo —dijo el sheriff con firmeza—. ¿Reconoce el coche?

—Es el de Edward —dijo Bella con un susurro—. Edward Cullen, mi hermanastro... ¿Está... muerto?

A Bella le pareció que transcurrió una eternidad antes de que el sheriff respondiera.

—Está muy grave —dijo—. Cálmese

Bella lo miró bajo el resplandor intermitente de las luces de emergencia.

— ¡Por favor! —dijo—. ¡Por Dios se lo ruego!

La mirada de súplica de Bella convenció al policía y la dejó pasar.

Bella corrió hacia el coche con el corazón latiéndole a toda velocidad y una expresión de
miedo absoluto. Edward estaba dentro, en una postura muy extraña. Bella alargó la mano para tocarlo y notó la sangre. Sabía que no debía intentar moverlo, así que se limitó a acariciarle el pelo, con manos temblorosas. Su rostro, que estaba girado hacia el otro lado, estaba helado. No dejaba de acariciarlo, como si haciéndolo pudiera mantenerlo con vida.

—No puedes morirte —susurró—. ¡Por favor, Edward! ¡No puedes morirte, por Dios!

Edward no se movió. Tampoco dijo nada. Estaba sin sentido.

El sonido de la sirena de la ambulancia estaba cada vez más próximo. Luego se detuvo. Bella oyó voces a su espalda.

Con amabilidad pero con firmeza alguien la apartó de allí y la devolvió junto al coche del sheriff. Aquella vez Bella se quedó quieta, observando, esperando. Muchas veces había pensado que odiaba a Edward, sobre todo desde que se había puesto a flirtear con Victoria, pero en realidad sólo se había estado mintiendo a sí misma. Podría haber salido con muchos hombres, y había muchos que la deseaban, pero sólo había uno al que ella quisiera. A pesar del dolor y la angustia del pasado, su corazón pertenecía al hombre que estaba aprisionado en aquel coche. Bella supo entonces, sin la menor duda, que si Edward moría, una parte de ella moriría con él, y lo único que deseó fue tener la ocasión de decírselo.

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Para sacarlo del coche tuvieron que cortar la puerta. Cuando le pusieron en la camilla ni siquiera se movió. Lo cubrieron con una manta y lo llevaron a la ambulancia. Bella se lo quedó mirando con tristeza. No se movía. Tal vez ya hubiera muerto y los enfermeros no querían cubrirle la cara delante de ella. Pero si su propio corazón, pensaba Bella, seguía latiendo, si ella misma seguía respirando, Edward tenía que estar vivo. Si él hubiera muerto, ella estaría muerta también.

—Vamos —dijo el sheriff con amabilidad—, la llevaré al hospital.

—Y... el coche.

—Yo me ocupo de él.

Subieron al coche de policía y siguieron a la ambulancia hasta un hospital privado de Sheridan.

Bella se bebió cinco tazas de café antes de que alguien fuera a decirle cómo estaba Edward. No podía pensar, tan sólo permanecía sentada junto a la ventana, rezando.

—Señorita Cullen.

Bella levantó la cabeza.

—Swan —corrigió débilmente—. Edward es mi hermanastro.

—Sobrevivirá —dijo sonriendo—. Estaba inconsciente cuando lo ingresaron, probablemente por la contusión del choque, pero milagrosamente no hay daños internos. Ni siquiera hay ningún hueso roto. No le parece un... ¡Señorita Swan!

Bella se despertó sobre una cama en la sala de emergencias. Lo primero que vio fueron las luces del techo, lo primero que pensó fue que Edward viviría. Eso había dicho el doctor. ¿O había sido un sueño?

Giró la cabeza y una enfermera la sonrió.

— ¿Se siente mejor? —le preguntó—. Supongo que ha sido una noche muy dura. El señor Cullen está en una habitación privada. Está bien. Hace poco preguntó por usted.

Bella se sobresaltó.

— ¿Ha vuelto en sí? —preguntó.

—Sí. Le dijimos que usted estaba en la sala de espera y se tranquilizó. Va a ponerse bien.

—Gracias a Dios —dijo Bella suspirando, y volvió a cerrar los ojos—. Gracias a Dios.

—Debe quererle mucho —dijo la enfermera.

—No tenemos más parientes —dijo Bella evitando el comentario a la afirmación de la enfermera—. Sólo nos tenemos el uno al otro.

—Ya. Menos mal que llevaba puesto el cinturón de seguridad. Es muy guapo.

Al oír aquel comentario, Bella miró a la enfermera y se fijó en su pelo rubio y sus bonitos ojos marrones.

—Sí que lo es, ¿verdad? —dijo.

—Está en mi sección. Qué suerte.

«Sí, qué suerte», pensó Bella, aunque no dijo nada. Se levantó con la ayuda de la enfermera y fue al cuarto de baño para refrescarse. Trató de no pensar, aquella noche ya había tenido bastante.

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Después de lavarse la cara, retocar el maquillaje y peinarse, se dirigió a la habitación de Edward. Llamó a la puerta y entró. La estancia era individual y Edward estaba consciente como había dicho la enfermera.

Giró la cara al oír entrar a Bella. Ella hizo una mueca al ver los cortes que tenía en un lado de la cara. Tenía un moretón en el pómulo y en la sien. Parecía un poco desorientado, lo que no era sorprendente, considerando el golpe que debía haber sufrido. Bella se estremeció al recordar el estado en que había quedado el Jaguar.

Edward respiraba con dificultad.

—Lo siento —dijo con una voz muy ronca.

Bella no pudo contener las lágrimas por más tiempo.

— ¡Bobo! —dijo sollozando—. ¡Eres un estúpido, podías haberte matado!

—Bella —dijo Edward suavemente tendiéndole la mano.

Bella corrió hacia él. Todas las barreras que había entre ellos se derrumbaron, como si nunca hubieran existido. Se sentó en la silla que había junto a la cama y se echó sobre él. No dejaba de temblar. Edward la tomó por los hombros.

—Tranquila, tranquila. Estoy bien. He tenido suerte y no me di en la cabeza ni en ningún órgano vital.

Bella no dijo nada. No dejaba de sollozar y estremecerse. Y Edward le acariciaba el pelo.

—Maldita sea —dijo con dificultad—, me encuentro muy débil, Bella.

—Enseguida te pondrás bien —murmuró Bella levantando la cabeza—, Vas a tener un bonito moretón.

—Ya lo sé —dijo Edward revolviéndose sobre la cama—. Qué dolor de cabeza. No sé si es la resaca o el accidente. ¿Pero qué hacía yo conduciendo?

—No lo sé, exactamente —dijo Bella eludiendo la respuesta—. Te enfadaste y tomaste el coche.

Edward silbó y sonrió con humor.

—Bonito epitafio: «Muerto por razones desconocidas».

—No me parece muy divertido —dijo Bella secándose los ojos con un pañuelo de papel.

— ¿Estábamos discutiendo otra vez?

—En realidad, no.

— ¿Entonces? —preguntó Edward frunciendo el ceño.

La puerta se abrió y entró la enfermera rubia con una carpeta.

—Es hora de comprobar las constantes vitales —dijo—. Sólo será un minuto. Si le apetece tomar una taza de café... —añadió dirigiéndose a Bella.

Bella no tenía ánimos para discutir nada.

—Vuelvo enseguida —dijo.

Edward la miró como si quisiera decir algo, pero la enfermera le metió el termómetro en la boca.

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Más tarde, Bella volvió al rancho y les contó a Sue y Harry lo que había ocurrido. Luego llamó a Alice, su mejor amiga, que vivía en Bighorn.

— ¿Quieres que vaya y me quede contigo? —le preguntó Alice.

—No —dijo Bella—, sólo quería hablar con alguien. Edward se quedará en el hospital un par de días. No quería que te preocuparas si llamabas y no estaba en casa, sobre todo porque te dije que hoy volvería a Tucson.

— ¿Necesitas algo?

—No, pero gracias, lo tendré en cuenta. Ya recibe muchas atenciones de una enfermera rubia. Ni siquiera creo que me eche de menos.

Se hizo una pausa.

— ¿Vas a irte antes de que vuelva del hospital?

—No —respondió Bella con sequedad.

— ¿Y no sabes qué pasó? ¿Por qué conducía tan deprisa?

—Sí, creo que sí lo sé —dijo Bella tristemente—. En parte, es culpa mía. Aunque también había bebido demasiado y eso que dice que no se debe conducir cuando has tomado alguna copa.

—Podremos chantajearle por esto durante años —replicó Alice con un tono burlón—, Gracias a Dios estará vivo para que podamos hacerlo.

—Se lo diré. Si puedo lograr que me escuche.

Colgó y fue al estudio porque allí se sentía más cerca de Edward. No había podido decirle por qué se había ido la noche anterior, aunque sospechaba la razón. Se había dado cuenta de que sólo podía hacer el amor con una mujer... y era una mujer a la que había aterrorizado tanto en el pasado que ya nunca podría hacer el amor con él. Edward había huido la noche anterior porque aquel era un pensamiento que no podía soportar. Qué terrible ironía.

Se acercó a la ventana y miró al exterior. El cielo estaba cubierto, y amenazaba nieve. Si quería volver a Tucson, tenía que salir antes de que las carreteras estuvieran impracticables. Pero tampoco podía dejar a Edward en el estado en que estaba. ¿Qué podía hacer? Lo primero era volver al hospital.

Pero Sue se negó a dejarla salir.

—No has dormido y necesitas comer y descansar. Harry y yo iremos con él mientras descansas un poco.

—No tenéis por qué ir...

—Bella, sabes muy bien que es como si fuera hijo nuestro. Come algo y nosotros nos quedaremos en el hospital hasta que tú vayas esta noche.

—Está bien.

Sue daba por sentado que Bella iba a pasar la noche con Edward. No había duda de que todos pensaban que estaban prometidos. Bella hizo una mueca, sabía que cuando Edward se recuperara volvería a odiarla.

Cuando Bella volvió al hospital, Edward la escrutó con la mirada y le preguntó:

— ¿Te sientes mejor?

—Mucho mejor —respondió Bella con un murmullo.

Sue se levantó y le dio un abrazo.

—Pero, cielo, si estás helada. ¿No tienes algo que te abrigue más que esa rebeca? —le dijo.

—En Tucson no hace tanto frío como aquí —respondió Bella.

—Ve a Harper's y cómprate un abrigo —dijo Edward—. Tengo una cuenta abierta allí.

—No me hace falta un abrigo —dijo Bella con una sonrisa nerviosa—. Tampoco estaré aquí el tiempo suficiente para ponérmelo. Sólo hace un poco de fresco, estamos en primavera.

Edward no dijo nada, pero no dejaba de mirarla.

—Sue —dijo después de un silencio—. ¿Sabes su talla?

—Sí—dijo Sue sonriendo.

—Cómprale un abrigo.

—Mañana a primera hora.

—Pero... —intervino Bella.

—Chist, niña. Tiene razón con eso que llevas puesto te vas a helar. Bueno, nos vamos. Mañana por la mañana volveremos —dijo Sue abrazando de nuevo a Bella.

—Será mejor que no discutas —dijo Harry con una sonrisa—. En treinta y cinco años no he logrado hacer que cambie de opinión cuando discuto con ella. ¿Crees que tú vas a poder?

—Me parece que no —dijo Bella con un suspiro.

La pareja se despidió de Edward y salió de la habitación.

Bella se sentó en la silla que había junto a la cama. Al quedarse sola con él se sentía incómoda y vulnerable, y Edward parecía estar totalmente pendiente de ella. La miró a los ojos y sostuvo su mirada hasta que ella se sonrojó y tuvo que mirar a otro lado.

—Ya me he acordado —dijo Edward.

— ¿Te has acordado? —replicó Bella mordiéndose el labio.

—Y me parece que tú sabes por qué perdí los nervios.

Bella se sonrojó aún más y tuvo que bajar la mirada.

Edward se rió, con cierta amargura.

—Eso es Bella, intenta pensar que no ocurrió. Sigue huyendo —dijo y le tomó la mano—. Y para ya, te has hecho sangre en el labio.

Bella ni siquiera se había dado cuenta. Tomó un pañuelo de papel y se limpió.

—Es una manía —dijo titubeando.

Edward la soltó y se dejó caer sobre la almohada. Tenía más arrugas y parecía más viejo. Era como si nunca en su vida hubiera sonreído.

—Edward —dijo estrujando el pañuelo de papel.

Edward la miró inquisitivamente.

— ¿Por qué...? —preguntó Bella con vacilación—. ¿Por qué me deseas? Quiero decir, todas esas mujeres, como la señora Sutherland... además es muy guapa.

Edward la miró a los ojos.

—No sé por qué, Bella —replicó—. Puede que porque fui tan cruel contigo, no lo sé. El caso es que yo te deseo y tú me tienes miedo. Irónico, ¿no? ¿Te haces alguna idea, por pequeña que sea, de lo que significa para un hombre ser impotente?

Bella negó con un gesto.

—En realidad no —dijo.

—Todos estos años... —dijo Edward apartándose el pelo de la cara y cerrando los ojos—. Me pongo enfermo cuando me toca una mujer, Bella. Y luego no siento nada. Era como si estuviera contigo. Por eso ayer te abracé y te apreté contra mí, para que vieras lo que me has hecho.

Edward se rió con amargura.

—Y menuda lección, ¿no? Me sentí tan excitado como nunca, y con la única mujer que tiembla de miedo cuando la toco.

Bella apretó los dientes y observó a Edward. Hace muchos años, llegó a tener la impresión de que le había amado durante toda la vida, pero en una sola noche él destruyó su amor, su futuro y su feminidad. En la vida de Edward ya no quedaban esperanzas, pero tampoco en la suya.

Edward la miró.

—También tú lo has pasado muy mal, ¿verdad? —le preguntó de repente—. Todos esos malditos hombres que aparecían en tu vida sin que tú pudieras hacer nada. No dejaste que ninguno de ellos te tocara, ni siquiera del modo más inocente.

Bella se estremeció. Era abrumador que él supiera tanto de ella, era como si fuera capaz de desnudarla y ver su alma.

Fue a levantarse, pero él la tomó por la cintura, con una fuerza sorprendente para las condiciones en las que estaba, y la sentó en la silla.

—No —dijo mirándola con determinación—. No. Esta vez no vas a huir. He dicho que nadie te ha tocado, que ni siquiera te han besado desde que yo lo hice. Vamos, dime que miento.

Bella tragó saliva. Su expresión de temor fue la respuesta que obtuvo Edward.

—Maldíceme, Bella. Maldíceme por aquello —dijo Edward entre dientes, luego la soltó y se recostó en la cama—. Por primera vez en mi vida, no sé qué hacer.

Edward hablaba como si estuviera derrotado. Bella odiaba aquella inseguridad, odiaba lo que se habían hecho el uno al otro, porque Edward lo era todo para ella.
Estiró el brazo y le acarició la mano y luego el brazo. Edward, como si no pudiera creer lo que le decían sus sentidos, giró la cabeza y observó la pálida mano de Bella. Luego la miró con curiosidad y ternura.

—Bella...

Antes de que pudiera proseguir la frase, la enfermera apareció por la puerta, sonriendo, muy alegre, llena de optimismo y con una actitud posesiva hacia su apuesto paciente.

—La cena —anunció dejando la bandeja sobre la mesa—. Sopa y té. ¡Y yo voy a dársela!

—Muchas gracias, pero no hace falta.

La enfermera dio un respingo. Edward no tenía precisamente una actitud de bienvenida, más bien la miraba con hostilidad, como previniéndola contra sus intenciones. La enfermera rió nerviosamente, perdiendo la confianza, y dejó la bandeja sobre la cama.

—Claro, por supuesto, si usted cree que puede cenar solo —dijo y se aclaró la garganta—. Volveré a recoger la bandeja dentro de veinte minutos. Trate de comérselo todo.

Terminó la frase, volvió a sonreír con menos entusiasmo que antes y desapareció más deprisa de lo que había venido.

Edward dio un doloroso suspiro y miró a Bella.

—Ayúdame —dijo.

Verlo comer le resultaba muy íntimo. Veía cada cucharada desaparecer entre los labios, y recordó la forma en que aquellos labios la habían besado. Habían sido unos besos adultos, apasionados, sin tregua. Sabía que Edward no se había dado cuenta de lo nuevos que eran para ella hasta que... Aquel pensamiento la sonrojó.

Edward tragó la última cucharada de sopa y la miró.

—Yo también tengo mis propias pesadillas —dijo inesperadamente—. Si pudiera volver atrás, lo haría. Al menos, créeme cuando te digo eso.

Bella puso el plato de sopa en la bandeja y se removió con inquietud. Luego le ayudó a tomar el té. Edward hizo una mueca de asco.

—Es muy bueno —dijo Bella.

—Sí, a lo mejor sirve para calentarse las manos en invierno —murmuró Edward—, pero nada más. Edward chascó la lengua sin rastro de humor. — ¿Te quedas aquí esta noche?

—Me parece que es lo que se espera de mí.

La expresión de Edward se endureció.

—No me obligues a echarte, soy muy capaz...

Bella hizo una mueca de pesar. Edward cerró los ojos y apretó el puño hasta que los nudillos se pusieron pálidos.

Bella aproximó la silla a la cama. Puso su pequeña mano sobre el gran puño de Edward y lo acarició.

—No, Edward —susurró—. Claro que me quedo. Quiero quedarme.

Edward no respondió y siguió con el puño apretado.

Bella continuó acariciándolo. Edward abrió los ojos y la miró. Bella dio un largo y profundo suspiro y se llevó el puño a los labios. Él se estremeció.

Bella lo dejó caer, bruscamente, sorprendida por su propia acción. Luego se incorporó. Se había sonrojado.

Pero Edward tomó su mano con firmeza. Tiró de ella hasta que la puso sobre su boca. Cerró los ojos y gimió. Luego volvió a mirarla y Bella se estremeció con el ardor de aquella mirada.

—Ven aquí —le dijo Edward.

A Bella le temblaron las rodillas. Sentía los labios de Edward sobre la palma de su mano como si se los hubiera marcado a fuego. Nunca supo si habría obedecido o no la demanda de Edward, porque en aquel momento se abrió la puerta y entró el médico. Edward soltó la mano de Bella y la magia del momento se disipó.

Pero ninguno de los dos olvidó aquel momento. Ni siquiera los calmantes que le dieron para dormir, hizo que Edward lo olvidara. Bella se sentó en un sillón frente a la cama y lo observó mientras dormía. Toda su vida yacía en aquella cama de hospital y no tenía el menor deseo de abandonarla. Y le parecía que a él le ocurría lo mismo.

Una enfermera que no conocía la despertó a la mañana siguiente al entrar con una toalla, jabón y un barreño de agua. Dirigió a Edward una mirada luminosa y alegre, pero cuando él se negó, bruscamente, a que lo asearan, la enfermera salió corriendo.

—Tienes a las enfermeras muertas de miedo —señaló Bella, cansada y medio dormida, con una débil sonrisa.

—No quiero que me toquen.

—No puedes bañarte tú solo —protestó.

Edward la miró a los ojos.

—Entonces hazlo tú —dijo sin el menor asomo de burla—. Porque no quiero que toquen mi cuerpo otras manos que no sean las tuyas.

Su mirada era cálida, tranquila y amable.

—Nunca he bañado a nadie —dijo Bella con vacilación.

Edward se quitó la bata del hospital y apartó la sábana, dejando que cubriera por debajo de las caderas. Bella se sonrojó. A pesar de la intimidad que habían compartido, nunca lo había visto desnudo.

—Así está bien —dijo Edward mirándola a los ojos—, el resto puedo hacerlo yo, cuando tú termines.

Bella no se detuvo a preguntar por qué no podía él lavarse entero. Tomó un paño limpio que había llevado la enfermera, lo mojó y le aplicó jabón líquido. Luego, con lentos movimientos se lo pasó por la cara, el cuello y la espalda. Escurrió el paño y volvió a mojarlo y ponerle jabón. Antes de lavarle el pecho y los brazos, vaciló.

—No estoy en el lugar ni en la posición adecuada para que debas preocuparte —dijo Edward con gentileza.

Bella sonrió y le lavó los brazos y sus fuertes manos. Volvió a mojarlo y lo aplicó sobre el pecho. Incluso a través del paño notaba sus fuertes músculos. Por un instante recordó el tacto y el sabor de aquel pecho.

Edward la vio dudar y le tomó la mano.

—Sólo son carne y huesos —dijo con tranquilidad—. No hay nada que temer.

Bella asintió. Le frotó el ombligo y el estómago. Edward gimió y volvió a tomarle la mano.

—Creo que será mejor... que no pases de ahí —dijo con la respiración entrecortada—. Es uno de los peligros de bañar a un hombre —dijo Edward tragando saliva—. Aunque no quiero fingir que no lo disfruto. Hacía años que no me ocurría.

Bella lo miró con curiosidad.

—No lo entiendes —dijo Edward.

—En realidad, no.

—No me ocurre con otras mujeres. No me ocurre en absoluto.

—Y si no te pasa, no puedes...

—Exactamente —dijo Edward asintiendo.

Bella evitó la intensa mirada de Edward. Escurrió el paño, le puso jabón y se lo dio a él.

—Toma, mejor sigue tú.

Edward rozó su mano y la miró.

—Por favor —susurró.

Bella se mordió el labio.

— ¡No puedo!

— ¿Por qué? ¿Es repulsivo tocarme, mirarme?

Bella se ruborizó.

—Nunca he... nunca he visto...

— ¿Y no quieres? —le preguntó Edward con ternura—. Sé sincera.

Bella no respondió. Tampoco se movió. Edward agarró la sábana y tiró de ella muy lentamente.

—Una vez hicimos el amor —dijo él con calma—. Tú fuiste parte de mí. No me avergüenza que me veas. Y también te digo que nunca he dejado que otra mujer me mire así.

Bella se mordió el labio y le miró. Lo vio, y no pudo apartar la mirada. Era algo... hermoso. Era como alguna de las estatuas que había visto en los libros de arte. Pero era real.

Con una sonrisa y una mueca cedió a su timidez y dejó que Edward terminara la tarea.

—No te sientas mal —dijo Edward con ternura una vez que volvió a cubrirse—. Creo que es un gran paso para los dos. Estas cosas llevan su tiempo.

Bella asintió.

— ¿Te das cuenta de que hicimos el amor pero nunca nos vimos desnudos el uno al otro?

—No deberías hablar de ello.

—Tú eras muy inocente, y yo fui un estúpido —dijo Edward—. Te busqué como un lobo hambriento, y no me di cuenta de que no tenías experiencia hasta el último momento. Pero era algo que no podía aceptar, Bella, porque aceptarlo significaba admitir que te hice daño, que te di miedo. Puede que mi cuerpo fuera más honesto que yo, no quería más mujer que tú, y sigo sin quererla. Con ninguna otra mujer puedo reaccionar como contigo.

Bella lo miró a los ojos.

—Yo... tampoco deseo a nadie más —dijo con suavidad.

— ¿A mí me deseas? ¿Eres capaz de desearme?

Bella sonrió tristemente.

—No lo sé, Edward.

Edward le apretó la mano.

—Tal vez eso sea algo que tengamos que averiguar entre los dos cuando yo salga de aquí —dijo, y pareció que temía tanto como Bella aquel momento.




4 comentarios:

  1. Siiiii!!! Me encanta que por fin se estén dando una oportunidad, así haya sido por el accidente... Por lo menos ahora Edward se da cuenta que era solo por Bella, por nada más....
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Se podrá el golpe en la cabezona de ed les sirvio a los dos

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  3. La vio muy serca eddy
    Esperemos que se perdón en mutuamente

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  4. Me gusta esa tensión sexual que hay entre los 2, están que estallan 😉

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