Capítulo Siete - Amor Tormentoso

Edward abandonó el hospital tres días después del accidente. El médico insistió en que debía ser cauteloso en cuanto a volver a trabajar y que, si volvía a tener algún síntoma de dolor, se pusiera en contacto con él inmediatamente. Bella no se sintió muy feliz de que lo mandaran a casa tan pronto, pero lo mejor era no dejar a un Edward completamente recuperado con las manos vacías. Sin nada que hacer, hacía sentirse incómodo a todo el mundo.

Bella, que llevaba una camiseta de punto y unos vaqueros, estaba con Edward en el estudio. Edward quería discutir con ella los términos del contrato de venta de tierras que había firmado con Victoria Sutherland y que había llegado por correo urgente aquella mañana.

—Al principio no quería vender. ¿Cómo la convenciste? —preguntó con irritación apenas contenida.

Edward se recostó en la silla. Todavía tenía la frente morada y algunos puntos en el lado
derecho de la cara.

— ¿Cómo crees que la convencí? —dijo con una sonrisa.

Bella no dijo una palabra, pero su gesto fue elocuente.

—Pues deja que te diga que tu conclusión es equivocada —dijo Edward—. No puedo hacerlo con nadie más que contigo, Bella.

Bella se sonrojó.

—Eso no lo sabes.

— ¿No?   —dijo   Edward   mirando   el   escote   de Bella—. Digamos entonces que no estoy interesado en saber si puedo hacerlo con alguien más.

—Estabas borracho —dijo Bella.

—Sí, lo estaba. ¿Y tú crees que fue el whisky?

—Puede ser —dijo Bella encogiéndose de hombros.

Edward se levantó, miró a Bella durante un segundo, y luego se acercó a la puerta y la cerró con pestillo.

—Vamos a verlo —dijo acercándose a ella.

Bella se escondió detrás de un sillón de orejas. Tenía los ojos grandes como platos.

— ¡No!

Edward se detuvo.

—Tranquila, no voy a forzarte.

Bella siguió detrás del sillón. No le quitaba los ojos de encima, como un animal perseguido.

Edward se metió las manos en los bolsillos y la miró tranquilamente.

—Esto no va a llevarnos a ninguna parte —dijo.

Bella se aclaró la garganta.

—Mejor.

—Bella, han pasado cinco años —dijo Edward con irritación. Después de la intimidad que había surgido entre ellos en el hospital, parecían haber vuelto a los viejos tiempos—. He sido medio hombre durante tanto tiempo que es como una revelación haber descubierto que todavía puedo hacer el amor. Lo único que quiero saber es si no fue una falsa alarma. Sólo quiero... asegurarme.

—Tengo miedo —dijo Bella.

—No tenías miedo después de la pesadilla —le recordó Edward—. Ni tampoco a la mañana siguiente. Tampoco en el hospital cuando me lavaste.

—No estabas... excitado cuando te quitaste la sábana —dijo titubeando.

—Eso es lo que me preocupa —dijo Edward con voz grave—. Por eso quiero saber si... tengo que saberlo.

Había algo en la mirada de Edward que hizo que Bella se sintiera culpable. Su propio miedo dejaba de tener importancia al compararlo con la duda que atormentaba a Edward. Era horrible para un hombre perder la virilidad. ¿Podía culparle por querer comprobar si la había recuperado?

Lentamente, se apartó del sillón y dejó los brazos sueltos a ambos lados del cuerpo. Después de todo, lo había visto completamente desnudo y había notado su excitación contra su cuerpo sin sucumbir a la histeria. Además, lo amaba y estaba vivo. De repente, recordó la imagen de Edward aprisionado en el coche, con el rostro cubierto de sangre y lo miró con la mayor ternura del mundo.

Edward observó el rostro de Bella. Tenía las manos en los bolsillos y estaba quieto, a pesar de que se sentía violento ante la expresión de Bella.

— ¿Vas a quedarte ahí parado? —dijo ella al cabo de un rato.

—Sí —dijo Edward mirándola a los ojos.

Al principio, Bella no comprendió. Luego Edward sonrió débilmente y se dio cuenta de lo que quería.


—Oh —exclamó Bella—, quieres que te bese.

Edward asintió pero siguió sin moverse.

Con aquella actitud logró que Bella se sintiera menos insegura. Se aproximó tanto a él que podía sentir el calor de su cuerpo y oler el aroma de su colonia. Le acarició la mejilla y el labio inferior.

Edward suspiró. Notaba que Bella estaba tensa, sin embargo, siguió quieto.

Bella sentía una gran curiosidad. Había algo intenso y profundo en los ojos de Edward. Aunque no sabía qué era. No lo supo hasta que se apretó contra él.

—No era mentira —dijo Edward entre dientes con una extraña voz—. No quiero que tengas miedo, así que, si quieres parar, ésta es tu última oportunidad.

Bella vaciló, pero Edward sacó las manos de los bolsillos y la agarró por la cintura. La atrajo contra sí con suavidad y la movió contra su vientre muy despacio.

De aquella manera no le daba miedo. Al contrario, se quedó fascinada por lo que sintió.

—Sí, ya ves que yo también soy vulnerable. Me tiemblan las piernas. ¿Lo sientes? —dijo Edward atrayéndola aún más hacia sí para que pudiera darse cuenta de lo que decía—. ¿Puedes notar cuánto te deseo?

Bella se sintió algo incómoda al oír aquellas intimidades. Se sonrojó, pero al querer apartar la mirada, Edward la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo.

—Deja de tener miedo. No soy un monstruo —dijo Edward con aspereza—. Perdí el control y te hice daño cuando más cuidado necesitabas, pero no volverá a suceder.

Bella tragó saliva. Sentir el contacto del cuerpo de Edward la ponía nerviosa, pero también la excitaba hasta el punto de desearle. Se vio presa de sensaciones confusas. Se sentía incómoda, pero al mismo tiempo estaba impaciente.

Edward dio un largo suspiro, gimió y luego soltó una carcajada.

— ¡Dios, qué bien me siento!

Se estremeció, la miró a los ojos y movió a Bella contra sí mismo. Bella siguió con un pequeño movimiento rítmico, pero de forma inconsciente. Edward apretó los dientes y volvió a reírse.

—Ya había olvidado lo que era sentirse como un hombre.

El placer de Edward afectaba a Bella del modo más extraño. Apoyó la cabeza sobre su pecho, medio temerosa y medio excitada. Edward la abrazó y ella también se estremeció.

—Tú también lo sientes, ¿verdad? —le preguntó Edward al oído y agarrándola por las caderas, repitió el mismo movimiento rítmico. De modo que Bella gimió—. ¿Te gusta estar indefensa? ¿Te gusta desearme y sentir que no puedes hacer nada por evitarlo?

Bella se daba cuenta de la mezcla de resentimiento y ardiente deseo en las palabras de Edward. La besó, apoyando los labios sobre los suyos, con una presión tierna, pero exigente y voraz, que la dejó perpleja.

Edward, sin dejar de besarla, metió las manos debajo de la camiseta de punto y desabrochó el sujetador de seda. Luego apoyó ambas manos en sus pechos, acariciando los duros pezones. A Bella le tembló todo el cuerpo y Edward notó cómo gemía contra su boca. No podía parar. Le ocurría lo mismo que en Francia, lo mismo que aquella noche en la habitación de Bella. Se daba cuenta de que estaba cayendo sin remedio en el torbellino del deseo, pero sabía que no podía luchar contra ello. Hacía años que no se había sentido como un hombre y en aquellos momentos era presa del más desesperado deseo que había sentido nunca, y tenía que satisfacerlo. La deseaba, la necesitaba y debía tenerla.

Muy lentamente le quitó la camiseta, sin dejar de besarla y mordisquearla, con la clase de besos que eran un preludio de una intimidad aún mayor. Bella estaba tan excitada que no opuso la menor resistencia cuando Edward le quitó la camiseta y el sujetador y los dejó caer sobre la moqueta. Le acarició los pechos desnudos y Bella dejó escapar un suspiro.

—Son preciosos —susurró Edward con ternura, consciente de que Bella lo estaba mirando. La tomó por la cintura, la levantó del suelo y le besó los pezones—. Sabes a perfume y pétalos de rosa —dijo.

Bella gimió y Edward la miró a los ojos y vio en ellos la excitación y el placer. Reconoció en aquella expresión la angustia de la pasión, y supo que ya no podrían detenerse, aunque quisieran.

La echó sobre la moqueta, al lado del ventanal con vistas al jardín. El cuerpo de Bella, bajo aquella luz, tenía un brillo nacarado. Se arrodilló junto a ella y lenta y suavemente le quitó el resto de la ropa, dejándola desnuda y temblorosa. La besó y la acarició, sin que ella deseara que parara.

Luego Edward se desnudó, todavía con la incertidumbre de saber si su cuerpo reaccionaría. Había pasado muchos años de dolor y de sufrimiento. La miró y se estremeció al verla debajo de él, y tembló al ver la plenitud de su propia excitación.

Bella, recobró el juicio por un instante y lo miró con un débil temor. Nunca había tenido una intimidad semejante. En la oscuridad de aquella noche de su pasado, apenas lo había visto. En aquel instante vio la magnitud de su excitación y se sonrojó.

—Voy a tener mucho cuidado —dijo Edward.

Se echó junto a ella, reteniendo su propio deseo. Le apartó el pelo de la cara y se inclinó para besarla con ternura, apagando el torrente de palabras que pugnaba por salir de su
boca. Bella quería decirle que no había tomado ninguna precaución y preguntarle si él lo haría. Pero él la besó en los pechos y ella se arqueó, temblando de placer, y la última llamada de su razón se desvaneció.

Las lentas y dulces caricias y los besos de Edward la relajaron. Contemplaba cómo la tocaba, oía sus suaves quejidos y susurros. Eran palabras cariñosas, que pronunciaba sin dejar de acariciarla. Le tembló el cuerpo y se ofreció a él. Se miraron mientras el placer alcanzaba un inesperado ardor y tembló en el borde del éxtasis cuando se puso sobre ella y empezó, muy lentamente, la unión de sus cuerpos.

—No

—No te haré daño, nena. Trata de relajarte.

—Eres tan... tan... —titubeó—. ¿Y si no puedo...?

Edward gimió, porque estaba perdiendo el control cuando había jurado no hacerlo. Pero no podía mantener su palabra, el tacto del cuerpo de Bella era demasiado ardiente.

Se movió contra ella sin poder contenerse.

—Dios, Bella, no te pongas tan tensa. Oh, nena, no puedo parar —dijo y deslizó la mano entre sus cuerpos, para acariciarla en su lugar más íntimo. Bella respondió al instante, sin remedio—. ¡Sí, sí, sí!

Bella suspiró. Los movimientos de Edward la estremecían de placer, eran como flechas que penetraban su cuerpo, ansioso por recibirlas.

Sintió una gran sensación de plenitud dentro de sí. Estaba vacía, pero al cabo de un instante, fue como si estallaran fuegos artificiales en su interior. Comenzó a moverse con un ritmo nuevo y desconocido. La sangre le corría más deprisa. Respiraba con dificultad, jadeaba. Sentía la cadera de Edward contra la suya y el roce de su piel, mientras su cuerpo estaba cada vez más próximo. Casi no podía respirar. Le clavó las uñas en los brazos y abrió los ojos para mirar hacia su vientre y observar lo que le estaba ocurriendo.


—No, no mires —le dijo Edward y le besó los párpados y luego la boca. No había apartado la mano y Bella tenía unas sensaciones tan intensas que la cabeza le daba vueltas.

— ¿Qué estás haciendo? —susurró ella temblando de placer.

— ¿Dios mío... qué crees que estoy haciendo? —dijo Edward temblando empujando con tal fuerza que el sol se ocultó sobre los párpados de Bella que sintió una oleada de placer tan intenso que tuvo que sollozar como una niña.

Ya no le importaba saber lo que la estaba haciendo. Se movía con él, al mismo ritmo. Su cuerpo estaba ardiente y lleno. Sintió que se abría a un empuje que era extraño y familiar al mismo tiempo.

Edward no dejaba de besarla. Bella estaba inmersa en un ritmo que aumentaba el empuje y la plenitud cada vez más. Llegó un momento en que no le bastó sentirse llena. Notó un empuje aún mayor y oyó el gemido de angustia de Edward. Ella también gimió y su propia voz le pareció extraña. De repente sintió una extraña sensación que la recorrió de la cabeza a los pies y se puso rígida por un instante, para dejarse llevar por la más increíble oleada de ardiente placer que nunca había conocido.

Notó que sus músculos más íntimos se relajaban y su cuerpo cayó en rítmicas contracciones que amenazaban con partirla en dos. Y aunque la llevaron a un éxtasis con el que jamás había soñado, la sensación que había alcanzado desapareció y dejó paso a otra aún más intensa...

Gritó, temblando, sollozando, ahogándose en el placer.

Abrió los ojos y miró a Edward. Tenía la mandíbula apretada y parecía haber perdido el control. De repente, la presión que sentía en su interior estalló y Edward gritó y se puso tenso y se convulsionó ante la fascinada mirada de Bella. Edward gimió en una incontenible expresión de placer. Se arqueó y le temblaron los brazos. Se estremeció varias veces. Bella no dejaba de mirarlo.

Edward se dio cuenta y odió los ojos que lo miraban, odió a Bella a pesar de que el mundo estallaba bajo su cuerpo. Había visto a muchas mujeres abandonarse al éxtasis, sin control, pero nunca había permitido que alguna mujer viera que a él le ocurría lo mismo. En aquel instante estaba indefenso y Bella podía verlo. Podía ver lo que realmente sentía.

Fue como si la habitación se desvaneciera en la violencia de su acto. Luego pasó algún tiempo antes de que pudiera abrir los ojos. Tenía la mejilla apoyada sobre el pecho de Bella y estaba temblando. Bella respiraba trabajosamente. Edward sentía su piel fría, el tacto de sus manos sobre su pelo y la oía murmurar algo. La maldijo una y otra vez.

Cuando Edward pudo moverse de nuevo, levantó la cabeza y miró a Bella con una furia apenas contenida.

—Te he visto mirándome —dijo entre dientes—. ¿Te ha gustado lo que has visto? ¿Te ha gustado verme perder el control hasta el punto de tener que apartar la cara?

Después de la intimidad que habían compartido, Bella se quedó perpleja al oír aquellas palabras. No podía entender su ira, el desprecio que desprendía su mirada.

Edward respiró profundamente y comenzó a levantarse, pero ella odiaba abandonar aquella proximidad, la unidad que habían compartido. Lo abrazó con tal fuerza que le clavó las uñas.

— ¡Edward, no! —susurró.

Edward se detuvo.

— ¿Qué ocurre? —preguntó.

—Me haces daño cuando te mueves —dijo Bella.

Edward susurró algo que la ruborizó y continuó retirándose, esta vez poco a poco. Era incómodo, pero no doloroso.

Bella observó cómo se levantaba y se sonrojó de la cabeza a los pies.

A Edward le temblaban los músculos, y no pudo evitar que volvieran los recuerdos de la noche de Francia. Había vuelto a hacerle daño.

Comenzó a vestirse. Odiaba su sensación de desamparo. Era igual que su padre, pensó, una víctima de su incontrolable deseo. Se preguntaba si Bella tenía alguna idea del pavor que le daba estar a merced de una mujer.

Bella no entendía la frialdad de Edward, pero el orgullo acudió en su ayuda. No podía soportar pensar en el riesgo que había corrido al hacer el amor sin ninguna precaución o en las cosas que él le había dicho. Lo había recibido sin pensar en el futuro, como un cordero que va al matadero, igual que cinco años antes. ¿Es que no aprendería nunca? Se preguntó amargamente.

Se puso en pie y comenzó a vestirse torpemente. Edward se dio la vuelta, incapaz de verla. Era igual que su padre, un esclavo de su deseo. Y ella le había visto así, vulnerable y desamparado.

Bella terminó de vestirse y se acercó a él. Se mordió el labio hasta que se hizo sangre.

—Edward.

Él no podía verla. Estaba mirando por la ventana con las manos metidas en los bolsillos.

Bella sintió frío y se frotó los brazos. Era imposible no entender la actitud de Edward, incluso aunque no lo quisiera.

—Ya veo —dijo con calma—. Sólo querías saber si... podías. Y ahora que lo sabes yo soy un engorro, ¿no es eso?

—Sí —dijo Edward.

Bella no esperaba aquella respuesta. Su mirada se ensombreció de repente. El reloj del tiempo la había devuelto a Francia. La única diferencia era que aquella vez no la había hecho daño. Pero se sentía tan utilizada como entonces.

Poco quedaba que decir. Lo miró y se dio cuenta que el amor que sentía por él desde los quince años no había disminuido ni un ápice. Sólo que por fin sabía lo que el amor físico significaba verdaderamente. Se había abandonado a él, ahogándose en el deseo que él sentía, dándole más de lo que le pedía. Pero aun así, a él no le había bastado y sabía muy bien que nunca le bastaría. Se daba cuenta de que Edward odiaba el deseo que sentía por ella. La deseaba, pero contra su voluntad, igual que cinco años antes. Puede que también la odiara por ser el objeto de su deseo.

Qué ironía que fuera impotente con las demás mujeres. Qué tragedia.

Sabía que todos sus esfuerzos por hablar con él serían en vano, así que se dirigió a la puerta, quitó el pestillo y la abrió. Edward no se apartó de la ventana ni se volvió a mirarla cuando ella se marchó.

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Se dio un baño y se cambió de ropa. Sentía tanta vergüenza que no se atrevía a mirarse al espejo. Había otro hecho al que tenía que enfrentarse. Edward no había tomado ninguna precaución y ella había sido tan ingenua como para exponerse al riesgo de quedarse embarazada. De haber tenido algo de sentido común, habría dejado que Edward siguiera dudando de su masculinidad y se habría marchado antes.

Tardó pocos minutos en hacer las maletas. Harry y Sue estaban ocupados en sus respectivas tareas, así que no la vieron ni la oyeron salir. Tampoco Edward que seguía maldiciéndose por su falta de control y de orgullo.

No se dio cuenta de que Bella se iba hasta que oyó el coche. Llegó a la puerta principal a tiempo de verla tomar la carretera de camino a Sheridan.

Por unos segundos lo único que sintió fue angustia y lo primero que pensó fue en salir por ella y traerla de vuelta. Pero, ¿qué conseguiría con ello? ¿Qué le diría? ¿Que había cometido un error, que dejarse llevar por la pasión que sentía por ella había sido una locura y que esperaba que no vivieran para lamentarlo?

Cerró la puerta y apoyó la frente en ella. Había querido saber si seguía siendo un hombre y ya sabía la respuesta, pero sólo lo era con Bella. No deseaba a ninguna otra mujer. Sentía por su hermanastra un deseo devastador que le hacía sentirse desamparado y vulnerable. Si ella llegaba a saber lo mucho que la deseaba, podría utilizarlo, herirle y destruirlo.

No quería darle a nadie el poder que su padre le había dado a la madre de Isabella. Había llegado a ver a su padre rogar de rodillas. Bella no sabía que su madre había utilizado el deseo que Carlisle Cullen sentía para conseguir cuanto quería, pero él lo sabía muy bien. Una mujer con aquel poder sólo podía abusar de él, sin poder evitarlo. Y Bella tenía muchos años de crueldad que vengar como para no hacerlo.

Bella pensaría que él sólo había querido probar que seguía siendo un hombre. Pues que lo pensara, así no tendría la oportunidad de aprovecharse de él, como había hecho su madre. Ni siquiera llegaría a saber que hacer el amor con ella había sido lo más maravilloso que le había ocurrido en su vida, que le había dado un placer que nunca había soñado con vivir. Que habían caído todas las barreras, todos los temores, todas las cautelas.

Que se había entregado a ella plenamente.

Apretó los puños. Sólo ante sí mismo podía admitir aquella idea. Era la primera vez en su vida que había sido capaz de abandonarse por completo al gozo del placer físico, lo que tal vez se debía a la forzosa abstinencia que había sufrido tanto tiempo. Sí aquella debía ser la única razón.

Por supuesto, ella también había disfrutado. El placer que había experimentado, a pesar de su miedo inicial, lo conmovía. Al menos de eso podía sentirse orgulloso, había cerrado las heridas que en Francia le había causado.

Aunque tal vez fuera peor para ella, pues sabía el placer que podía alcanzarse una vez pasado el dolor. Y tal vez se sintiera aún más dolida por su rechazo después de haberse entregado tan completamente. Al principio, Edward sólo pensó en su orgullo, pero también tenía que considerar las nuevas heridas que le había infligido a Bella. ¿Por qué no la había dejado marchar cuando todavía podía hacerlo? Edward profirió un sonoro gruñido.

—Edward —dijo Sue entrando en el estudio—. ¿Es que Bella y tú no vais a comer?

—Bella se ha ido —dijo Edward dándole la espalda.

— ¿Que se ha ido? ¿Sin despedirse?

—Ha sido... una emergencia—dijo Edward e inventó una excusa—. Una amiga de Tucson la ha llamado para que la ayude con el proyecto de un nuevo colegio. Dijo que más tarde te llamaría.

Edward sabía que Bella llamaría, porque quería mucho a Sue y a Harry y no querría herir sus sentimientos, aunque estuviera furiosa con él.

Sue estaba intrigada, porque Edward tenía una expresión ceñuda, pero no se atrevió a preguntarle más porque no era nada agradable discutir con Edward cuando estaba enfadado.

—Vaya —dijo—. Bueno, ¿quieres ensalada y unos bocadillos?

—Café solo. Yo voy por él.

—Habéis discutido, ¿verdad?

Edward suspiró y se dirigió a la cocina.

—No me hagas preguntas, Sue.

Sue tuvo que reunir toda su buena voluntad para hacer lo que Edward le pedía. Había ocurrido algo malo. Ya averiguaría qué.

Mientras tanto, Bella estaba de camino a Arizona. Se detuvo en un café, sabiendo que Edward no la seguía.

Pidió sopa y un café y se sentó. Apenas probó la sopa, se dedicó a pensar en lo estúpida que había sido. ¿Cómo no se había dado cuenta de que Edward quería su cuerpo pero no su corazón? Aquella era la segunda vez que le sucedía. La primera se había quedado embarazada, ¿cómo podía sucederle lo mismo después de una experiencia tan placentera?

Se acarició el estómago, cerró los ojos y soñó durante unos segundos. Imaginó que tenía
un niño de Edward en las entrañas. Sería maravilloso volver a estar embarazada. De alguna manera, se las arreglaría para tener al niño. No lo perdería.

Abrió los ojos y volvió a recuperar el sentido común. Estaba fantaseando. No estaba embarazada, y aunque así fuera, ¿qué podría hacer? Edward no la quería, se dijo, negándose a recordar su angustia al conocer que ella había perdido un hijo suyo.

Volvería a Tucson y olvidaría a Edward. Ya lo había hecho una vez, así que podía hacerlo de nuevo.


3 comentarios:

  1. Ay no! Yo pensé que con la consumación se arreglaría todo.

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  2. Ese ed lo voy a castrar y Está vez no se va a levantar de nuevo jajajaj pobre bella ojala y si este embarazada

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  3. Aghhh odio que Edward se comporte de esa forma, como le dice a Bella que solo quería comprobar que seguía bien con ella y dejarla ir???? Espero que esta vez sí se arrastre para volver con ella...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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