Capítulo Cuatro - Amor Tormentoso


Bella vio el gesto de sufrimiento de Edward y poco a poco volvió en sí. Se fijó en la habitación, iluminada por la luz de una lámpara.

—No estamos... en Francia —dijo con un nudo en la garganta y cerró los ojos—. Oh, Dios mío, gracias. Gracias a Dios.


Edward se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Apartó la cortina y miró hacia la oscuridad. En realidad tenía la mirada perdida. Veía el pasado, el horror en los ojos de Bella, el dolor que le había causado.

Bella se sentó. Se fijó en la mano de Edward que apretaba con fuerza la cortina, con tanta fuerza que estaba pálida. Parecía exhausto, derrotado.

Bella tragó saliva. Se llevó las manos a la cara y se acarició las mejillas, luego apartó hacia atrás el pelo que le caía enredado sobre los pechos. Llevaba un camisón de algodón que la cubría por completo, excepto los brazos y el cuello. Ya nunca dormía sólo con las braguitas, ni siquiera en verano.

—No sabía que todavía tuvieras pesadillas —dijo Edward después de un largo silencio. Su voz era apagada, no tenía la más mínima expresión.

—No suelo tenerlas —respondió Bella. No podía decirle que la mayoría de ellas terminaban cuando ella perdía al niño y gritaba pidiéndole ayuda a él. Gracias a Dios, aquella noche la pesadilla no había terminado así. Bella no se creía capaz de soportar que él supiera toda la verdad.

Edward se apartó de la ventana y volvió junto a la cama, aunque se quedó a unos pasos de ella. Tenía los puños apretados, metidos en los bolsillos de la bata.

—Si volviera a ocurrir, no sería así —dijo con la voz crispada.

En el rostro de Bella se dibujó una expresión de miedo, ante la idea que él había sugerido de que iba a seducirla de nuevo. Al darse cuenta, Edward se enfureció, pero logró controlarse.

—No quiero decir que sea conmigo —dijo apartando la mirada de Bella—. No me refería a eso. 

Bella se abrazó las rodillas. El ruido de la ropa al rozar las sábanas se hizo presente en el silencio de la noche. Bella miró a Edward y los recuerdos comenzaron a desvanecerse. Si ella estaba sufriendo, también estaba sufriendo él.

— ¿Nunca has vuelto a tener curiosidad, por el amor de Dios? —dijo él cuando ya no pudo soportar el silencio—. Eres una mujer, debes tener amigas. Alguien tiene que haberte dicho que las primeras veces suelen ser un desastre.

Bella se acarició las manos y su cuerpo se estremeció con un largo suspiro.

—No puedo hablar de ello con nadie —dijo—. Alice es mi mejor amiga, pero ¿cómo voy a decírselo si nos conoce a los dos desde hace años? 

Edward asintió.

—Eras virgen y necesitabas tiempo para excitarte, sobre todo conmigo, pero yo perdí el control demasiado pronto —dijo y la miró a los ojos—. Y eso era nuevo para mí. Hasta que estuve contigo nunca me había acostado con una mujer que me hiciera perder el control de aquella manera.


Bella agachó la mirada, suponía que aquello era un cumplido.

—Aquella noche nos hicimos daño los dos —dijo Edward con suavidad—. Hasta que te hice el amor pensé que eras una mujer con experiencia, Bella, que en la playa estabas flirteando y que buscabas que yo te dijera algo incitante para quitarte el bikini. 

Al oír aquella frase, Bella tuvo que mirarlo a los ojos.

— ¡Pero yo nunca habría hecho algo así! —dijo. 

—Y yo me di cuenta de la peor manera posible —replicó Edward—. También puede que yo pensara así porque buscaba una excusa para acostarme contigo. Te deseaba y me convencí de que tendrías que haber tenido relaciones con chicos de tu edad, que aquella tarde estabas fingiendo toda aquella timidez. Pero no tardé en comprender por qué no te opusiste. Me querías.

Edward se sentó en la cama, tomó la cabeza de Bella con suavidad y le obligó a mirarlo.

—El sentido de culpa puede conducir a un hombre a la violencia, Bella —dijo con una voz suave y profunda—. Sobre todo cuando ha hecho algo imperdonable y sabe que nunca encontrará el perdón. Me burlaba de ti porque no podía vivir con el peso de lo que te hice. Ahora no tiene sentido, pero entonces echarte a ti la culpa era lo único que me impidió pegarme un tiro.

Bella guardó silencio. No dejaba de mirarlo, tratando de comprenderle.

—No pude parar —prosiguió Edward con un suspiro—. Dios, Bella, lo intenté, lo intenté, pero no pude... —dijo y agachó la cabeza, derrotado—. Durante meses tuve pesadillas en las que oía tu voz. Sabía que te estaba haciendo daño, pero no pude parar.

Bella no podía entender que se pudiera llegar a sentir un deseo tan intenso, un placer tan ciego que no dejaba sitio a la compasión. Ella nunca lo había sentido, aunque cuando él la había besado en el mar ella misma había sentido un gran deseo. 

—Yo también te deseaba. Edward la miró a los ojos. 

—No lo entiendes, ¿verdad? —le preguntó con ternura—. Nunca has sentido un deseo así. El único conocimiento que has tenido de la intimidad está impregnado por el dolor.

—Yo no sabía que tuviste pesadillas —dijo Bella. 

—Todavía las tengo —dijo él con una fría sonrisa—. Como tú.

— ¿Por qué fuiste a mi habitación aquella noche? 

Edward apoyó un brazo en la cama, junto al cuerpo de Bella, para sentarse frente a ella.

—Porque te deseaba tanto que habría matado para poder tenerte —dijo entre dientes.

La violencia soterrada de aquella frase sorprendió a Bella. Quizás, aunque de un modo inconsciente, sí podía comprender lo mucho que Edward la deseó aquella noche.

—Te deseaba tanto —prosiguió Edward—, que casi me puse enfermo. Fui porque no podía evitarlo. Poco importa que cinco años después te diga que lo siento mucho.

— ¿Lo sientes? —le preguntó Bella con tristeza. 

—Lo siento, y me duele y me pesa —dijo sin pestañear—, Siento lo mismo que tú. Pero hay algo más, aparte del dolor que sufriste...

Edward se interrumpió. No respiraba siquiera. 

—Nunca me dijiste —prosiguió—, que te quedaste embarazada. Y que algunas semanas más tarde perdiste al niño. ¿Creías que no iba a saberlo algún día? —concluyó.

Una oscura pena se reflejaba en el fondo de sus ojos, sobre todo al ver la emoción en el rostro de Bella.

El corazón de Bella comenzó a latir muy deprisa. 

—Yo... ¿cómo lo has sabido? ¡Ni siquiera se lo he dicho a Alice!

— ¿Recuerdas el médico que te atendió en la sala de urgencias?

—Sí, Emmett McCarty. Fue al colegio contigo, pero me dijo que apenas te conocía. Además, es médico, hizo juramento de no hablar de sus pacientes...

—Me encontré con él hace un par de semanas. Creyó que yo lo sabía, después de todo eres mi hermanastra. Suponía que me lo habías contado.

Bella se mordió el labio inferior y miró a Edward con preocupación. Edward le tocó el labio con la punta del dedo.

—No te muerdas —dijo con suavidad. 

—Algunas veces me olvido —murmuró Bella. 

—Me dijo que lo habías pasado muy mal —dijo Edward en voz baja—. Que llorabas tanto que tuvieron que darte un calmante. Me dijo que querías al niño desesperadamente. 

Bella bajó los ojos. 

—Hace mucho tiempo de eso —dijo. 

Edward dejó escapar un suspiro. 

—Sí, y ya has sufrido bastante. Pero yo acabo de empezar a hacerlo. No sabía nada hasta que Emmett me lo dijo. Ha sido un poco duro, perder a un niño que ni siquiera sabía que había ayudado a crear.

Edward no la miraba a los ojos, pero Bella podía ver su expresión de pena. Excepto cuando murió el padre de Edward, era la primera vez que compartían la tristeza. Pero en aquella ocasión sólo habían cruzado unas palabras, porque después de la noche de la Riviera ella no podía soportar estar cerca de él.

— ¿Me lo habrías dicho? —preguntó Edward sin mirarla.

—No estoy segura. No tenía mucho sentido. Tú no sabías nada y pensaba que preferías no saberlo.

Edward tomó la mano de Bella entre las suyas.

—Cuando Emmett me lo contó, me emborraché y no dejé de beber en tres días —dijo al cabo de un largo silencio—. Me dijo que le dijiste a una enfermera que me llamara.

—Sí, en un momento de locura.

—Yo no sabía que era una enfermera. Mencionó tu nombre y antes de que pudiera decirme por qué llamaba, colgué —dijo Edward y se llevó la mano de Bella a los labios y la besó.

Bella se dio cuenta de que Edward tenía lágrimas en los ojos y se sobresaltó.

Como si su orgullo no soportara que Bella viera aquella muestra de debilidad, Edward soltó su mano y se puso en pie. Se dirigió de nuevo hacia la ventana y no habló durante largo rato. 

—Emmett me dijo que era niño. 

Bella apoyó la cabeza entre las rodillas. 

—Por favor —dijo con un susurro entre sollozos—, no puedo hablar de ello.

Edward volvió a acercarse a la cama. Apartó las sábanas, se sentó y tomó a Bella entre sus brazos. Se abrazó a ella y apoyó la cara contra la suave garganta de Bella.

—Yo te cuidaré —susurró—. No tengas miedo, nada volverá a hacerte daño. Llora por él, Dios sabe cuánto he llorado yo.

La ternura de sus palabras abrió la compuerta que contenía las lágrimas que Bella
escondía, y por primera vez desde que estuvo en el hospital, dio rienda suelta a su dolor. Lloró por el hijo que había perdido, por su dolor y por el de Edward. Lloró por todos los años que había perdido, que había pasado sola.

Tiempo después, Edward le secó las lágrimas con la sábana. La sostenía entre sus brazos, con ternura y sin pasión. Bella sentía en la mejilla los latidos del corazón de Edward, bajo la suave tela de la bata. Abrió los ojos y miró hacia la ventana. El dolor se evaporaba de su cuerpo con el sabor a sal de las lágrimas.

—Es muy tarde —dijo Edward por fin—. La señora Sutherland llega a primera hora de la mañana y necesitas dormir.

Bella se estiró. Estaba muy cansada. Miró a Edward, que tenía una mirada tranquila y atenta. Sin embargo, involuntariamente, Edward desvió la mirada y se fijó en los senos de Bella, bajo la tela del camisón. Años después, seguía recordando la belleza de su cuerpo.

Bella se dio cuenta de aquella mirada, pero no se movió.

— ¿No vas a huir? —le preguntó Edward con una sonrisa.

Bella negó con la cabeza y le miró a los ojos. Luego le tomó la mano, que seguía apoyada en su cintura. La acarició y la llevó a lo largo de su costado, para acabar posándola suavemente sobre uno de sus pechos.

—No —dijo volviendo a poner la mano sobre la cintura de Bella—. No seas tonta.

Bella se sintió insegura, pero se dio cuenta de que una película de sudor cubría el labio superior de Edward. Estaba más conmovido de lo que parecía.

—No hagas que sienta vergüenza. Es muy duro para mí pensar en esto, mucho más... hacerlo —dijo Bella—. Sólo quería saber si podía soportar que me tocaras.

Bella sonrió después de decir aquello, y Edward abandonó su aparente frialdad.

—No puedo correr ese riesgo, incluso aunque tú lo estés deseando —dijo apartándose de ella.

— ¿Qué riesgo?

— ¿No lo sabes? Es mejor que no sepas si aún puedo desearte del mismo modo que entonces —dijo Edward, y se rió—. Y yo tampoco estoy seguro de si quiero saberlo.

Edward la tomó y la dejó suavemente sobre la almohada. Luego se levantó y se apartó de la cama.

—Duérmete.

— ¿Y si puedes... desearme? —insistió Bella apoyándose en los codos.

—Bella los dos sabemos que gritarías si te toco con deseo —dijo—. No podrías evitarlo. Además, si yo pudiera sentir algo contigo, volvería a ser de aquella forma. Podría volver a perder la cabeza y hacerte daño.

—Ya no soy virgen.

Edward conservó una expresión tranquila.

—Eso es algo discutible. Mi cuerpo está muerto, en lo que al sexo se refiere. Para bien de los dos, lo mejor es que lo dejemos tranquilo. Es demasiado pronto para hacer experimentos.

Antes de que Bella pudiera responder, Edward alcanzó la puerta y la cerró. Bella se tumbó sobre la cama, dándole vueltas a las palabras de Edward.

Edward sabía por fin que habían perdido al niño. No sabía si estar alegre o triste, pero al menos ya no tenía nada que ocultarle. Edward lamentaba la pérdida del niño al menos tanto como ella. Pero él no tenía nada que darle, aunque, aun así, le seguía queriendo. Era un conflicto que no tenía fácil solución. Además, a la mañana siguiente tendrían que hacer frente a un nuevo problema. Se preguntaba cómo reaccionaría al conocer a la señora Sutherland. Al menos estaba segura de que sería un encuentro muy interesante.

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Victoria Sutherland apareció a la mañana siguiente como un tornado, al volante de un Jaguar negro metalizado. Bella, que la observaba detrás de las cortinas del salón, pensó que aquel coche le iba muy bien. La señora Sutherland tenía un aspecto elegante y peligroso, y transmitía tanta energía como su coche. Llevaba un traje de chaqueta blanco y negro que daba a su piel un tono muy pálido, también acentuado por su cabello negro, peinado de un modo muy agresivo.

Bella fue al vestíbulo, donde encontró a Edward, que acababa de salir de su despacho. Edward tenía unas visibles ojeras y el aspecto de no haber dormido en toda la noche.

Bella se acercó a él. La noche anterior había logrado tranquilizar alguno de sus viejos miedos. Su conversación había cambiado las cosas de algún modo sutil.

—No has dormido —le dijo con ternura.

Edward endureció la expresión de su rostro.

—No tientes a la suerte —dijo.

— ¿Qué?

—No me mires así, porque no sé qué podría hacer.

Bella sonrió. 

— ¿Qué podrías hacer?

— ¿Quieres verlo? —dijo Edward y se movió hacia ella. La tomó y la apretó contra su pecho mirándola fijamente a los ojos.

Bella le echó los brazos al cuello y lo miró con atención. Saber que también había deseado tener aquel niño había cambiado su opinión de él. Aunque todavía seguía teniéndole algún miedo, el recuerdo del sufrimiento reflejado en su rostro la noche anterior, le ayudaba a superarlo.

— ¿Pero es que nadie ha oído el timbre? —dijo Sue viniendo de la cocina, pero al ver a Bella en brazos de Edward añadió—: Vaya, perdón.

Bella iba a decirle algo mientras Sue se dirigía a la puerta, pero Edward la detuvo.

—No la desilusiones —le susurró.

El tono con que lo dijo, despertó la curiosidad de Bella. Y mucho más su mirada, que se posaba en sus labios.

—Si quieres besarme, puedes hacerlo —le dijo—. No voy a gritar.

—Qué joven más descarada—dijo Edward sin dejar de mirar su boca y abrazándola más fuerte.

Bella contuvo la respiración, previendo el deseo que ya podía sentir...

— ¡Edward! —gritó la señora Sutherland cuando entró.

Se separaron. Edward miró a la recién llegada, aunque por un segundo le costó reconocerla. 

—Victoria —dijo—, bienvenida a White Ridge. 

—Hola Edward —dijo la señora Sutherland con indignación—. Dios mío, ¿es ésa tu hermanastra?

—Era mi hermanastra —replicó Edward con frialdad—. Ayer se convirtió en mi prometida.

—Oh —exclamó Victoria mirando a Bella, que la miraba sonriendo—. Me alegro de conocerla, señorita Cullen.

—Swan —corrigió Bella tendiéndole la mano—. Bella Swan.

—No me lo esperaba —dijo la señora Sutherland mirando a Edward con una sonrisa felina—. Ha sido de repente, ¿verdad? De hecho, recuerdo haber oído que no os hablabais entre vosotros. ¿Cuándo han cambiado las cosas?

—Ayer —dijo Edward imperturbable—. Sí, fue de repente. Como un flechazo.

Las últimas palabras las pronunció mirando la boca de Bella, que contuvo el aliento.

Victoria Sutherland no estaba ciega, pero era una mujer decidida.

— ¿Y todavía quieres discutir, hum, la compra de esas tierras que tengo cerca de Bighorn? —preguntó con una sonrisa calculadora.

—Por supuesto —replicó Edward—. Ése era el propósito de tu visita, ¿no?

—Bueno, sí, entre otras cosas. Espero que me enseñes el rancho, me interesa mucho la ganadería.

—A Bella y a mí nos encantará, ¿verdad, cariño? —dijo con una mirada que estremeció a Bella de la cabeza a los pies.

—Claro —dijo sonriendo a la señora Sutherland. 

—Sue te llevará a tu habitación y Harry te subirá el equipaje. Vuelvo enseguida —dijo Edward, y fue a llamar a Harry por el teléfono interior.

—Eres profesora, ¿verdad? —le preguntó a Bella la señora Sutherland—. Así que debes estar de vacaciones. 

—Sí, soy profesora. ¿Tú qué haces? 

— ¿Yo? Querida, yo soy rica —dijo Victoria con desdén—. No tengo que trabajar para vivir. Y tú tampoco tendrás que hacerlo cuando te cases con Edward. ¿Por eso te casas con él?

—Por supuesto —dijo Bella maliciosamente, luego miró a Edward, que salía del estudio—. Edward, ¿verdad que sabes que me caso contigo sólo por dinero? 

Edward soltó una carcajada. 

—Claro —dijo.

Victoria se quedó algo confusa. Miraba a uno y a otro.

—Sois una pareja un poco rara —dijo. 

—No sabes cuánto —murmuró Bella. 

—Bueno, si no os importa, voy arriba a descansar unos minutos. El viaje ha sido muy cansado —dijo Victoria. Comenzó a alejarse y se detuvo frente a Edward, sonriéndole de un modo muy seductor—. Puede que me dé un baño caliente. Si quieres frotarme la espalda, serás bienvenido. 

Edward se limitó a sonreír.

Victoria frunció el ceño, miró a Bella con irritación y subió las escaleras tras una impaciente Sue. Bella se acercó a Edward.

— ¿Hay agua caliente o seguís sin encender la caldera cuando llega la primavera?

—Hay depósitos de agua caliente. Y un jacuzzi en todos los baños —dijo Edward, y luego añadió mirándola a los ojos—. En uno de ellos caben dos personas. 

Bella se imaginó que estaba junto a él, desnudos los dos, y se puso muy pálida. Se apartó de él sin hacer el menor movimiento.

—Perdona, ha sido un poco grosero —dijo Edward.

Bella suspiró.

—Todavía estamos empezando.

—Acabamos de empezar —dijo Edward apartándole el pelo de la cara—. Has dejado que te bese. ¿Has fingido sólo para que lo viera Victoria?

—No soy tan buena actriz.

—Yo tampoco —dijo Edward mirando los labios de Bella—. Si avanzamos poco a poco puede que descubramos que las cosas vuelven a su sitio poco a poco.

— ¿Qué cosas?

Edward le tocó la punta de la nariz con el dedo.

—Puede que logremos cerrar las heridas.

—No sé si podré —dijo Bella con preocupación.

—Pues ya somos dos —dijo Edward.

—Lo siento.

Edward suspiró.

—Poco a poco —dijo.

—De acuerdo.

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Aquella tarde salieron a montar a caballo con Victoria Sutherland. Victoria era una gran amazona, ligera y audaz. En el rancho se sentía como en su propia casa. De no estar coqueteando continuamente con Edward, Bella habría disfrutado mucho de su compañía.

Pero a Victoria le gustaba mucho Edward y su repentino compromiso le parecía muy extraño, sobre todo conociendo el hecho de que Edward solía evitar la compañía de las mujeres. Podría ocurrir, pensaba, que Bella le estaba ayudando a ocultar algo, y si era así, dedicaría cada minuto de su tiempo a desenmascararlos. Se propuso descubrir si Edward era tan frío como decían. Y debía conseguirlo antes de abandonar el rancho. 


5 comentarios:

  1. Se abrieron los dos ahora a sanar
    Y esa victoria humm problemas

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  2. Ya supimos un poco mas esa vicorría va a causar problemas aunque tal vez nos ayude

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  3. Ahora sólo queda que los dos empiecen a sab e, después de todo, Edward si sabía que Bella estaba embarazada....
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  4. Condenada Victoria traera problemas..

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