Capítulo Diez ~ Amor Tormentoso



Sue no se sorprendió al ver aparecer a Edward llevando del brazo a una radiante Bella. Los abrazó y, llena de satisfacción, fue a prepararles una taza de café.

—¿Café? —dijo Bella—. Creo que debería tomar leche.

Edward le tapó la boca con un dedo.

—No digas nada —dijo—. Le diré que los dos queremos leche.

—Le parecerá todavía más sospechoso —susurró Bella.

Edward se encogió de hombros.

—A lo mejor estamos exagerando —dijo—. Ni siquiera lo sabemos con seguridad.

Bella se apoyó en el hombro de Edward y cerró los ojos. Se sentía segura y en paz por primera vez desde hacía años.

—Sí que lo sabemos —dijo.

Edward la meció en sus brazos.

—Sí que lo sabemos —repitió. 

Cerró los ojos y no quiso dejarse llevar por el miedo. Sería maravilloso tener un hijo con ella. Nada malo podía suceder porque ella no era como su madre y no iba a aprovecharse de él.

Al cabo de unos instantes abrió los ojos. No podía dejar de preocuparse. Para un hombre con su pasado no era fácil tener confianza y no sabía cómo iba a reaccionar frente a los acontecimientos que se avecinaban.



*~AT~*




Se casaron en la iglesia del condado. Sue y Harry fueron sus testigos. Alice Whitlock y su marido les enviaron flores, y sus felicitaciones, pero no pudieron asistir a la ceremonia porque su hijo estaba resfriado.

Edward besó a Bella con una dulzura que no había esperado de él y ella se sintió en la cima del mundo. Desde que volvieron a Sheridan no la había tocado, excepto para tomarle la mano o rozar su boca con los labios.

Pero aquella noche era su noche de bodas. Se asombró al comprobar lo excitada que estaba, recordando el placer que Edward le había enseñado. Ya no sentía miedo al pensar que yacería entre los brazos de Edward. Y, sin duda, después de lo sinceros que habían sido el uno con el otro, podrían hacer frente a las cicatrices del pasado. Ni siquiera le importaría que él quisiera hacer el amor con la luz apagada, para que ella no pudiera verlo. Lo único que quería era estar entre sus brazos y amarlo.

Pero si Bella esperaba que después de la marcha nupcial su relación con Edward iba a cambiar de repente, se iba a llevar una sorpresa. Porque aquella tarde, Edward, que había estado inquieto desde la ceremonia, preparó el equipaje y dijo que tenía que ir a California para ver a un toro semental.

—¿El día de tu boda? —exclamó Bella consternada.

Edward parecía más incómodo que nunca.

—Si no fuera urgente, no iría —dijo—. El vendedor amenaza con vendérselo a otro.

—¿Y no puedes comprarlo?

—No sin verlo primero —dijo Edward cerrando la maleta—. Sólo estaré fuera unos días.

—¡Unos días!

Edward hizo una mueca. Trató de explicarse, pero en vez de eso, hizo un ademán.

—No te pasará nada. Sue tiene el número donde puedes localizarme si me necesitas.

—Ya te necesito, no te vayas.

—Tengo que irme —dijo Edward con hosquedad.

Bella tenía la sensación de que Edward ya empezaba a estar nervioso ante el confinamiento del matrimonio. En las semanas anteriores había tenido que hacer frente a demasiadas cosas, entre ellas una boda y un embarazo, y debía sentirse atrapado. Si no le dejaba marchar en aquellos momentos, podría perderlo para siempre. Era lo bastante sabia como para saber que Edward necesitaba un poco de tiempo y de espacio. Aunque fuera el día de su boda, no podía acorralarlo, tenía que dejarlo marchar.

—Está bien —dijo sonriendo en lugar de discutir—. Si tienes que irte...

Al ver que no protestaba, Edward se sorprendió y su impaciencia por irse aminoró.

—¿No te importa?

—Sí me importa —dijo Bella con sinceridad—. Pero te comprendo, quizás mejor de lo que supones.

Edward la miró a los ojos.

—Es sólo un viaje de negocios —dijo—. No tiene nada que ver con nuestro matrimonio o con el niño.

—Claro que no.

A Edward no le gustó la expresión de sus ojos.

—Crees que lo sabes todo de mí, ¿verdad?

—Ni siquiera he arañado la superficie —replicó Bella.

—Me alegro de que te des cuenta.

Bella se puso de puntillas y le dio un beso muy dulce en la boca. Edward estaba muy tenso.

Bella sonrió.

—Buen viaje. ¿Vas en tu avión privado?

—No, voy en línea regular —dijo él.

—Mejor. Mientras no quieras decirle al piloto cómo volar —dijo recordando que una vez Edward se había acercado a la cabina de un avión para decirle al piloto que tenía que cambiar el altímetro.

Edward desvió la mirada.

—Era un novato y estaba tan nervioso que había conectado mal el altímetro. Menos mal que me di cuenta, si no nos habríamos estrellado.

—Supongo que sí. Además, aquel piloto no volvió a volar.

—Se dio cuenta de que no estaba hecho para pilotar aviones y tuvo narices para admitirlo —dijo y miró a Bella con calma—. Tienes mejor aspecto que en Tucson, pero no trabajes mucho, ¿vale?

—Vale.

—Y trata de comer más.

—Vale.

—No vayas a ninguna parte sin decírselo a Sue o a Harry.

—Vale.

—Y si algo va mal, llámame, no trates de solucionarlo tú sola.

—¿Algo más?

Edward volvió a sentirse incómodo.

—No te acerques a los caballos. No montes hasta que no estemos seguros.

—Eres un pesado —murmuró Bella con una mirada burlona—. Imagínate, tú preocupándote por mí.

Edward no reaccionó con humor, tal como Bella esperaba. De hecho, parecía más serio que nunca. Acarició el pelo de Bella y apreció su suave tacto, y mirándola dijo:

—Siempre me he preocupado por ti.

Bella suspiró y se fijó en el buen aspecto que tenía Edward con el traje gris que llevaba.

—No puedo creer que me pertenezcas —le dijo, y se dio cuenta de la expresión de sorpresa de Edward al oír sus palabras. 

Aquella observación debería haberle complacido, pero no fue así. Unido a lo vulnerable que se sentía en sus brazos, le ponía furioso. Quitó la mano del cabello de Bella y dio media vuelta.

—Esta noche te llamo. Cuídate.

Bella se sonrojó. Se dio cuenta de que sus problemas con Edward no habían terminado, sino que no habían hecho más que empezar.

—¡Edward!

Edward se detuvo y la miró con desgana.

Bella vaciló y frunció el ceño. Supo que a partir de aquel momento iba a tener muchos problemas para aproximarse a él. Así pues la primera vez tenía que hacerlo bien.

—El matrimonio no funciona bien porque sí —dijo eligiendo las palabras con cuidado—. Hace falta alguna cooperación, y compromiso. Yo puedo andar la mitad del camino, pero no todo.

—¿Qué quieres decir?

—Eres mi marido —dijo Bella, y sintió un pequeño hormigueo al pronunciar aquella palabra.

—¿Y por eso crees que te pertenezco, porque me casé contigo? —le preguntó Edward con un tono peligrosamente suave.

Bella lo miró durante un largo instante antes de responder.

—Recuerda que no fui yo quien te pidió que te casaras conmigo —dijo con calma—. Fuiste tú el que viniste por mí, no al revés.

Edward hizo una mueca ante la altanera expresión de Bella.

—Fui a buscarte para que no te convirtieras en una madre soltera ¿O crees que tenía otros motivos? —le preguntó Edward con una sonrisa burlona—. ¿O te parece que estoy loco de amor por ti?

—Por supuesto que no —dijo Bella con cierta sumisión—. Sé que no me quieres. Siempre lo he sabido.

Edward no llegaba a entender por qué sentía necesidad de ser tan desagradable con ella. La alegría había desaparecido de los ojos de Bella y su cara ya no estaba radiante. Si estaba embarazada, como sospechaban, ponerla de mal humor era lo peor que podía hacer. Pero ahora le pertenecía, y él ardía de deseo por ella. La deseaba con una pasión tan dominante que podía ponerle en sus manos para siempre. Y no era ése el único miedo que estaba conjurando. Cada minuto que pasaba tenía menos ganas de marcharse, así que tenía que irse cuanto antes. Debía estar solo para enfrentarse consigo mismo. ¿Por qué tenía ella que mirarlo de aquel modo?

Su silencio le hacía sentirse culpable.

—Buen viaje —dijo Bella por fin.

—¿No te escaparás mientras esté fuera? —le preguntó Edward inesperadamente. Bella se sonrojó—. ¡Maldita sea...!

—No me hables así —replicó Bella. Le temblaba el labio inferior y apretó los puños. Se le iban a saltar las lágrimas—. Y no soy yo la que está a punto de huir, eres tú. ¡No puedes soportar la idea de tener una esposa, ¿verdad? ¡Sobre todo yo!

Las voces de Bella llegaron a oídos de Sue, que se encontraba en el vestíbulo. La mujer fue a la habitación y se quedó estupefacta ante la escena que vio ante sus ojos. Allí estaba Edward, con una maleta en la mano, y Bella estaba frente a él, llorando.

—Pero si acabáis de casaros —dijo titubeante.

—¿Por qué no le dices la verdad, Edward? No nos hemos casado por amor. ¡Nos casamos porque teníamos que hacerlo! —dijo Bella sollozando—. ¡Estoy embarazada, y el hijo es suyo!

Edward se quedó pálido. Aquellas palabras se clavaron en él como un cuchillo surgido directamente del pasado. Ni siquiera se dio cuenta de la aturdida expresión de Sue. 

—No lo digas así. ¡Todavía no lo sabemos! —exclamó.

—Sí lo sabemos —dijo Bella—. Usé uno de esos chismes que venden en las farmacias.

Pensarlo era una cosa, saberlo otra muy distinta. Se quedó de pie, con la maleta en la mano. Bella estaba embarazada. Se fijó en su estómago, donde Bella había apoyado una de sus manos con un gesto protector. Luego se fijó en su cara húmeda y con un gesto de dolor.

—Bueno, el caso es que estáis casados —dijo Sue tratando de aferrarse a una brizna de optimismo—. Y a los dos os gustan los niños...

Bella se secó los ojos.

—Sí, nos gustan los niños —dijo y miró a Edward—. ¿A qué estás esperando? Hay un toro en un prado de California que se muere porque lo compres, ¿o no? ¿Por qué no te vas?

—¿Te vas a California a comprar un toro en el día de tu boda? —preguntó Sue.

—Sí, me voy a comprar un toro —dijo Edward con hostilidad, se puso el sombrero y se fue—. Volveré dentro de unos días.

Salió por la puerta dejándola abierta. Sabía que las dos mujeres lo miraban, pero no le importó. No estaba dispuesto a arrastrarse hasta la cama de Bella para pedirle por favor que se acostara con él, no iba a ser ninguna especie de juguete sexual para ella. Ella todavía le echaba la culpa por haberla dejado embarazada, por haber arruinado su vida. Iba a atormentarle igual que había hecho su madre, así que tenía que marcharse cuando todavía estaba a tiempo.

No se le ocurrió que se estaba comportando de un modo irracional, por lo menos no en aquellos momentos.

Pero en la suite del hotel de California, las cosas cobraron un sentido completamente distinto ante sus ojos.

Miró a su alrededor con sorpresa. A las dos horas de la boda, había abandonado a su mujer, embarazada, para marcharse a comprar un toro. No podía creer lo que había hecho ni lo que le había dicho a Bella. Debía haberse vuelto loco por completo.

Y tal vez así era, pensó. Se había torturado imaginando que le hacía el amor a Bella y una vez más sucumbía a la pasión desenfrenada que aquella mujer despertaba en su cuerpo. De nuevo lo vería débil y vulnerable, sólo que no vería sólo cómo su cuerpo se rendía ante ella, sino que sabría lo que realmente sentía. En la cumbre del éxtasis no sería capaz de ocultárselo.

Dio un largo suspiro. Nunca se había enfrentado a su propia vulnerabilidad con ella. De hecho, había llegado a extremos insospechados para no hacerle frente. Le había sido imposible derribar las barreras que se alzaban entre ellos por miedo a que ella quisiera vengarse por el modo en que la había tratado. Si le dejaba ver cuánto la deseaba, lo utilizaría contra él. ¿No se había burlado su propia madre de sus debilidades, ridiculizándole delante de su padre y sus amigos? ¿No se había pasado su infancia riéndose de él, haciéndole pagar, sin el conocimiento de su padre, por un matrimonio que ella no había deseado? Siempre le dijo que él había sido un error, y por su causa había tenido que casarse con un hombre al que no amaba...

Tenía gracia que no hubiera vuelto a recordar las palabras de su madre hasta aquel día. Bella estaba embarazada, y había dicho que tenía que casarse con él. Lo mismo que había dicho su madre.

Se tumbó en el amplio sofá que había en el cuarto de estar de la suite y recordó otras cosas. Recordó la suave piel de Bella y sus dulces gemidos de pasión. Gruñó al recordar el éxtasis que él mismo había experimentado. ¿Podría seguir viviendo sin volver a experimentar aquel placer, al precio que fuera? 

Cerró los ojos. Siempre podría apagar las luces, pensó con humor. Así no podría verlo. Que lo oyera no le importaba, porque él también podía oírla. Bella no permanecía callada cuando hacía el amor.

Al recordar el placer que Bella sintiera aquella mañana, se le iluminaron los ojos. Hasta entonces él sólo le había causado dolor, pero le había enseñado que podía esperar mucho más de él.

Le había dicho que lo quería. Santo Dios, ¿cómo podía quererlo cuando no dejaba de atormentarla? Pero, ¿por qué no podía él aceptar su amor? ¿Por qué no podía aceptar su adicción a ella? Estaba embarazada y la había abandonado el día de la boda sin dejarla otra cosa que miedo porque él... porque él...

Abrió los ojos y respiró lenta y dolorosamente. Porque él también la amaba. No podía admitirlo ante ella, pero no podía ocultárselo a sí mismo. La amaba, la amaba desde que tenía quince años, cuando le había regalado aquel ratoncito de plata en su cumpleaños. La amó en Francia y se odió a sí mismo por aprovecharse de lo que ella sentía por él en un intento de negar ese amor. Pero ese amor había crecido tanto que había acabado por consumirlo. No podía librarse de él y no podía dejarse llevar por él. ¿Qué podía hacer?

Bueno, pensó poniéndose en pie, sólo había una cosa que podía hacer. Podía tomar una copa y luego llamar a Bella para dejar claras unas cuantas cosas.



*~AT~*



Bella se llevó una sorpresa al oír la grave voz de Edward al otro lado del auricular. No esperaba que la llamase después del modo en que se había ido. Pasó el resto del día llorando y maldiciendo su suerte, mientras Sue trataba de consolarla. Se había ido a la cama temprano, enferma y decepcionada porque su marido ni siquiera soportaba estar en la misma casa con ella. Y después de lo tierno que había estado con ella en Tucson, era todavía peor.

Y en aquellos momentos estaba al otro lado de la línea, y parecía estar un poco bebido.

—¿Me oyes? —decía—. He dicho que de ahora en adelante sólo vamos a hacer el amor a oscuras.

—No me importa —dijo ella algo confusa.

—No te he preguntado si te importa. Y no puedes mirarme cuando lo hagamos.

—Ni se me pasa por la cabeza.

—Y no digas que soy tuyo. No soy tuyo. No voy a pertenecer a ninguna mujer.

—Edward, yo nunca he dicho eso.

—Sí que lo dijiste. Pero yo no soy un perro, ¿me oyes?

—Sí, te oigo

Bella no pudo evitar una sonrisa al comprobar los esfuerzos de Edward por hacerse comprender. La angustia y la decepción habían desaparecido y Edward aireaba sus peores miedos sin darse cuenta de ello. Era una fascinante mirada a un hombre que se estaba quitando la máscara.

—Yo no te pertenezco —continuó Edward.

Tenía calor y estaba sudando. Quizás debiera encender el aire acondicionado, si podía encontrarlo. Le dio una patada a la mesa y estuvo a punto de tirar la lámpara. Lo que sí se cayó fue el teléfono.

—¿Edward? —dijo Bella preocupada al oír el ruido al otro lado de la línea.

Oyó un murmullo y algunos juramentos.

—Me he tropezado con la mesa. ¡Y no te rías!

—Oh, ni soñarlo —le dijo Bella.

—No puedo encontrar el aire acondicionado. Tiene que estar en alguna parte. ¿Cómo diablos pueden esconder algo tan grande?

Bella casi lo echó todo a perder porque estuvo a punto de no poder contener la risa.

—Mira debajo de la ventana —le dijo.

—¿Qué ventana? Ah, ésa. Vale.

Hubo otra pausa y más ruidos extraños, seguidos de otro juramento y un golpe sordo.

—Creo que he puesto la calefacción —dijo—. Hace mucho calor.

—Llama a recepción y diles que suban a ver —dijo Bella.

—¿A ver el qué?

—El aire acondicionado.

—Ya lo he visto yo —dijo Edward entre dientes—. Está debajo de la ventana.

Bella no quiso discutir.

—¿Has visto el toro? —le preguntó.

—¿Qué toro? —replicó Edward, y se hizo una pausa—. Oye, aquí no hay ningún toro, ¿estás loca? Esto es un hotel.

Bella no podía contener la risa.

—¿Te estás riendo? —dijo Edward con furia.

—No, no. Es que me ha dado tos. Estoy tosiendo —dijo Bella, y tosió.

Se hizo otra pausa.

—Iba a decirte algo —dijo Edward tratando de concentrarse—. Ah, ya me acuerdo. Escucha, Bella, puedo vivir sin el sexo. Ni siquiera lo necesito.

—Sí, Edward.

—Pero si quieres, puedes dormir conmigo —prosiguió Edward generosamente.

—Sí, me gustaría mucho.

Edward se aclaró la garganta.

—¿En serio? —preguntó.

—Me encanta dormir contigo.

Edward volvió a aclararse la garganta.

—Oh —dijo al cabo de un minuto.

Era una oportunidad demasiado buena como para desperdiciarla. Edward hablaba como si le hubieran puesto el suero de la verdad.

—Edward —comenzó con precaución—, ¿por qué te marchaste a California?

—Para no tener que hacer el amor contigo —dijo él—. No quería que vieras... cuánto te deseo. Lo mucho que me importas.

El corazón de Bella empezó a henchirse, a elevarse, a volar.

—Te quiero —susurró.

Edward dio un profundo suspiro.

—Lo sé. Yo también te quiero —dijo—. Te quiero... mucho. ¡Mucho, Bella, mucho, mucho...! —dijo Edward y tragó saliva. Apenas podía hablar.

Bella casi se alegró, porque ella tampoco podía hablar. Se agarraba al teléfono como si fuera un salvavidas y el corazón le latía frenéticamente.

—Pero no quiero que lo sepas —prosiguió Edward—. Porque a las mujeres les gusta tener armas. No puedes saber cómo me siento, Bella, porque lo aprovecharías en mi contra, como tu madre se aprovechó de mi padre porque la quería mucho.

Bella se estremeció.

—Escucha, ahora tengo que acostarme —dijo Edward que frunció el ceño tratando de recordar algo—. No puedo recordar por qué te he llamado.

—No importa, cariño —dijo Bella dulcemente—. No importa.

—Cariño —repitió Edward y respiró profundamente—. No sabes cómo me duele cuando me llamas cariño. Estoy encerrado dentro de mí mismo y no puedo salir. Te echo de menos. No sabes cuánto. Buenas noches... cariño.

La comunicación se cortó, pero Bella se quedó pegada al teléfono, esperando. Al cabo de un minuto oyó el sonido de la centralita.

—¿Puedo ayudarle? —dijo la operadora.

—Sí, sí puede. ¿Puede decirme cómo puedo llegar al hotel? 



*~AT~*


Sue no paró de refunfuñar en el camino hacia el aeropuerto de Sheridan, pero tampoco paró de reír. Dejó a Bella camino de Salt Lake City, Utah, donde tomaría otro avión para California. Era un viaje muy cansado y ella ya estaba muy fatigada, pero sabía que era lo que debía hacer, reunirse con su reticente marido antes de que volviera a estar sobrio.

Llegó al hotel a la mañana siguiente muy temprano y preguntó por la habitación de Edward.

Sintiéndose como una espía, entró en la suite con la llave maestra y miró a su alrededor con cierto recelo. Pero no había sido la timidez la que la había llevado hasta allí, sino el valor.

Abrió la puerta de lo que debía ser el dormitorio y allí estaba, desnudo, hecho un ovillo sobre la cama, como si se hubiera quedado dormido antes de poder meterse bajo las sábanas. Aunque no le habría hecho falta arroparse, porque hacía bastante calor.

Bella se acercó al aparato de aire acondicionado. Estaba apagado. Lo puso en la máxima intensidad y lo encendió. Permaneció de pie durante unos instantes, porque, debido al calor, sentía un pequeño mareo. El aire fresco le dio en la cara y pudo respirar con mayor facilidad.

Oyó un ruido y se dio la vuelta. Edward estaba apoyado en un codo y la miraba. Tenía los ojos enrojecidos.




5 comentarios:

  1. Cabrón tenía que meter la pata jajajajajajaja gracias me encantó gracias gracias gracias gracias

    ResponderEliminar
  2. Cuando no cuando no hay k darle una buena tanda al borrachito

    ResponderEliminar
  3. Ohhhh así que por fin Edward le confesó como se sentía, que si la quiere, solo que no quiere que lo sepa, que tenga el poder de herirlo, aunque ya lo tiene ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

    ResponderEliminar