EDWARD
Edward se echó hacia atrás en la silla de la cocina y tomó un trago de té helado. El lunes había sido ajetreado, pero por algún motivo, se sintió inquieto y salió del despacho pronto. En vez de irse derecho a su casa, pasó por la de su hermana.
—¿Qué tal los niños? ¿Te arrepientes de haber aceptado el trabajo de canguro?
—En absoluto —sonrió Alice—, Emmett es muy bueno. Y cuidar a un niño de nueve años no es tanto trabajo.
—Ocho.
—¿Qué?
—Que Emmett tiene ocho años, no nueve—dijo Edward.
—Estás equivocado —dijo Alice con el tono de hermana mayor dictando cátedra que siempre lo había irritado—. El niño tiene nueve años.
—Ocho —sonrió Edward—. Pero si te hace feliz creer que tiene ocho...
—Lo aclararemos ahora mismo —dijo Alice. Se puso de pie y cruzó la cocina para abrir la puerta mosquitera—. Emmett, ¿quieres venir un minuto?
Momentos más tarde, Emmett y Matt irrumpieron en la cocina, y sonrieron al ver a Edward.
—¿Qué pasa? —preguntó Matt. Agarró dos galletas del plato que Alice había puesto para Edward sobre la mesa y le dio una a Emmett.
—Emmett, ¿tu cumpleaños era en febrero o en enero? —preguntó Alice.
—En enero —dijo Emmett, tragando el trozo de galleta que acababa de morder—. Te he dicho que en enero.
Edward esbozó una sonrisa confiada mirando a su hermana. No podía esperar a demostrarle que él tenía razón.
—¿Y cuántos años tienes?
—Nueve. Soy mayor que Matt.
—Unos meses tan solo —protestó Matt.
—Sí, pero soy mayor.
—Chicos —dijo Alice, dando una palmada y cortando en seco la discusión—Ahora que habéis comido una galleta, ¿por qué no aprovecháis para ir a jugar un rato? Falta poco para que llegue la madre de Emmett.
Los niños agarraron unas galletas más y corrieron fuera.
—¿Y? ¿Quién tenía razón, entonces? —dijo Alice.
—No es posible que tenga nueve, ese es el tema.
—Edward —dijo Alice, lanzándote una mirada triunfal—. El niño tiene nueve.
Estabas equivocado, reconócelo.
—Pero no es posible —dijo Edward—. Si nació en enero, eso quiere decir que Bella, quiero decir Isabella, se quedó embarazada en el instituto.
—¿Y qué? —preguntó Alice—. No habría sido la primera chica de Lynnwood en encontrarse en esa situación. Aunque ahora que lo pienso, no recuerdo haberla visto con nadie.
—Yo sí, una vez —dijo Edward pensando en aquella noche—. Fue a la fiesta de graduación con pareja.
—Ahí tienes —dijo Alice—. Eso es lo que sucedió. Las fechas encajan.
—Es verdad —dijo Edward y sintió una súbita opresión en el pecho que apenas le permitía respirar. Dios santo, ¿se habría quedado Bella embarazada aquella noche? Pero ella había dicho que se había casado. Tenía que haber una explicación lógica. Bella nunca le habría ocultado la verdad a él.
Intentó encontrar una explicación. Bella no había tenido relaciones antes de aquella noche, de eso estaba seguro. Pero lo que había sucedido después de que ella se marchase de Lynnwood era un misterio. Era joven y vulnerable, pero no podía creer que se hubiese acostado con el primero que se fe cruzó por delante.
—Tengo que irme —dijo, echando la silla hacia atrás.
—¿Por qué no te quedas a cenar? —preguntó Alice, recogiendo la mesa—Tenemos estofado.
Aunque Edward no había comido demasiado a mediodía, pensar en comida le revolvía el estómago.
—No tengo hambre.
—¿Desde cuándo ha sido eso un impedimento? —rió Alice—. Cuando eras pequeño, mamá decía que tu estómago no tenía fondo. Comías hasta que decías que estabas lleno y luego engullías una tarta entera de postre.
—Te lo estás inventando.
—Edward Thomas Cullen —dijo Alice bromeando—. Mira que Dios te está oyendo mentir a tu hermana.
Ella siguió regañándolo en broma, pero Edward apenas la oía.
Se le hizo un nudo en el estómago. Se dirigió a la ventana y miró al niño de cabello oscuro que hacía lanzamientos en el patio. Era imposible que Emmett fuese su hijo. Imposible.
¿O no?
ISABELLA
El recuerdo de los besos de Edward le habían ocupado los pensamientos e impedido dormir.
Se preguntó si Emmett tendría deseos de pedir algo por teléfono. Aunque Isabella se había propuesto comenzar la semana con una cena nutritiva, la idea de pedir una pizza resultaba infinitamente más atractiva. Si la comían en platos de papel, lo único que tendría que hacer después sería tirar los platos a la basura.
Cuando acabó de planear la cena, se bajó del coche buscando en el bolso algún bono de descuento para llamar por teléfono. Ya había subido la mitad de los escalones del porche cuando descubrió con un sobresalto que Edward la esperaba sentado en la hamaca.
—Edward, qué sorpresa —dijo Isabella forzándose a hablar con naturalidad, aunque el rubor la delatase—. No esperaba verte tan pronto.
—Tenemos que hablar.
—Por mí, encantada —mintió—. Pero me temo que se me ha hecho muy tarde.
¿Otro día, quizá?
Edward se levantó de la hamaca y de dos zancadas se puso delante de ella.
—Ahora.
Isabella levantó la barbilla. No tenía ninguna intención de hablar de su disparatado comportamiento. Se hallaba cansada y tenía hambre, pero por encima de todo, tenía vergüenza.
—Te he dicho que no puedo —dijo—. Emmett tiene que comer...
—Está comiendo en este mismo instante —dijo Edward. Ella comenzó a interrumpirlo pero él levantó la mano—. Le dije a Alice que no habría problema, que tú y yo teníamos que discutir algo.
—No tenemos nada que discutir —dijo Isabella, retrocediendo un paso antes de que su perfume le hiciese perder el sentido Gira vez—. Y no tienes ningún derecho a tomar decisiones con respecto a mi hijo.
—¿No? —dijo él, echándole una mirada enigmática—. ¿Estás segura?
—Totalmente —dijo ella, alargando la mano para abrir la puerta.
—¿Estás segura de que quieres entrar y que todos, incluido Emmett, oigan lo que tengo que decirte?
Algo en su rostro la hizo detenerse.
—De acuerdo —dijo, encogiéndose de hombros—. Ya que parece tan serio, supongo que podré esperar cinco minutos. Di lo que tengas que decir.
—Esta conversación tiene que ser privada —dijo Edward, segando con la cabeza—.Podemos ir al parque o a mi casa. Elige tú.
¿Elegir? Estaría sola con él de cualquier modo, a menos que hubiese alguien más en el parque.
—Vayamos al parque —dijo—, pero tendremos que ser breves. Emmett se ha pasado el día entero en casa de tu hermana.
—Vamos —dijo él bajando las escalinatas—. Quiero acabar con esto cuanto antes.
Isabella se tranquilizó al pensar que lo que él quería hacer era disculparse. Quizá sería lo mejor, así no sentirían esa tensión horrible cada vez que se encontrasen es el futuro. Aceleró el paso y cuando llegaron al parque se sentía casi liberada. Se sentaron en un banco de piedra en un lugar recluido.
—Me siento tan idiota —dijo Edward, lanzando un entrecortado suspiro.
Isabella sintió un enorme alivio. Era un buen comienzo. Al menos ambos estaban de acuerdo en que se habían comportado de manera absurda. Aunque sabía que él había disfrutado con sus besos tanto como ella, habían jugado con fuego. Y no podían permitir que ello sucediese nuevamente. Carraspeó.
—Creo que ambos permitimos que las hormonas nos anularan el sentido común.
—¿De qué hablas? —preguntó él extrañado.
—Anoche en la cocina —dijo ella—. ¿De qué hablabas tú?
—Hablaba de Emmett —dijo él—. De que es mi hijo.
Isabella sintió que la sangre se le helaba en las venas. Hizo un esfuerzo por respirar.
—¿Emmett? ¿Tu hijo? ¿Y de dónde has sacado semejante idea?
—Las fechas coinciden —dijo Edward, tenso.
—¿A qué te refieres? —dijo Isabella, haciendo tiempo.
—A que hicimos el amor en abril y Emmett nació en enero.
Aquello era exactamente lo que preocupaba a Isabella sobre su vuelta a Lynnwood. Afortunadamente, ya había supuesto que sucedería y había inventado una historia plausible.
—Emmett fue prematuro—dijo—. Se adelantó casi tres meses. Los médicos dijeron que era un milagro que hubiese sobrevivido.
—Entonces, habrás conocido al padre de Emmett...
—Justo después de mudarme a Washington—dijo Isabella—. Yo era nueva en la ciudad y él también. Ambos nos sentíamos solos. Creo que por eso todo fue tan rápido.
Edward soltó el aliento que contenía. Después de todo, había una explicación lógica.
Pero ¿y el nombre?
—¿Por qué lo llamaste Emmett Thomas? —preguntó—. Ese es el nombre que hemos pasado de padres a hijos durante generaciones en mi familia.
—El padre de Emmett se marchó antes de que el niño naciese —dijo Isabella, ruborizándose—. Siempre me había gustado el nombre Thomas y no se me ocurrió ninguno mejor... espero que no te importe.
—No. Lo comprendo totalmente —dijo Edward, acercándose a su lado y dándole una torpe palmadita en el hombro—. Ni te puede imaginar lo estúpido que me siento.
—Apuesto a que también te sientes aliviado —dijo Isabella.
—En cierto modo, sí—reconoció Edward—, pero Emmett es un chico estupendo. Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese idéntico a él.
La contempló un momento. Ella apretaba las manos en el regazo y una película de sudor le humedecía la frente.
—Gracias por ser sincera conmigo—le dijo, inclinándose para apretarle una mano.
Sabía que había sido duro para ella reconocer que se había casado con el primero que se lo pidió, pero le agradecía que le hubiese dicho la verdad. Porque la honestidad siempre había sido importante para él. Y si su relación iba a mayores, desde luego que no quería que hubiese mentiras entre los dos.
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Isabella arropó a Emmett con las sábanas y le dio un abrazo.
—¿Sabes cuánto te quiero?—le preguntó.
—Hasta el cielo—dijo él con una sonrisa.
—Es verdad —replicó ella, dándole un beso en la frente—. Y no lo olvides nunca.
Encendió la luz de noche antes de cerrar la puerta. Emmett era un niño buenísimo. Una bendición de Dios.
«Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese idéntico a él».
Siguió pensando en las palabras de Edward hasta que llegó a la cocina. Se sirvió un gran vaso de feche y se sentó a la mesa.
¿Se había equivocado al no decírselo? Después de tantos años, la negativa había sido automática. Hacía tiempo había jurado que nunca volvería a tener relaciones con el hombre que le había roto el corazón con sus mentiras, haciéndole aprender a golpes que tas apariencias podían engañar.
Volvió a recordar aquella noche...
Bella se apretó contra Edward, sintiendo su piel desnuda, cauda y suave contra la suya. Aunque el sitio no fuese romántico, no recordaba cuándo había sido tan feliz en su vida.
—Será mejor que nos vistamos —dijo Edward, levantándose de la improvisada cama de colchonetas para ponerse los pantalones.
Bella lo agarró de la muñeca y lo hizo acostarse junto a ella nuevamente.
—¿Qué prisa tienes?
Edward se llevó la mano femenina a los labios y le mordisqueó los dedos hasta que ella lanzó una risilla.
—Son casi las seis y no quiero arriesgarme a que nos sorprendan.
Tenía razón, pero la noche había sido tan maravillosa, tan mágica, que Bella no quería que acabase nunca. Se dio la vuelta y sus pechos rozaron el tórax masculino mientras que sus manos descendían por el vello del abdomen.
—Oh, Bella —dijo Edward y se la subió encima con un rápido movimiento—, ¿qué voy a hacer contigo?
Ella sonrió y lo miró a los ojos, reflejando su deseo en ellos.
—Tengo un par de ideas.
Volvieron a hacer el amor y mientras Edward la acariciaba tuvo que recurrir a toda su voluntad para no gritar cuánto lo amaba. Necesitaba desesperadamente oírselo decir primero. Pero como él no lo dijo, ella se contentó pensando que a veces las acciones hablaban más que las palabras. Y durante la hora siguiente él le demostró de mil y una formas cuánto la quería.
Después, se vistieron en silencio, alisando la ropa arrugada e intercambiando sonrisas tímidas. Aunque tuviese el pelo alborotado y una sombra de barba en las mejillas, Edward estaba guapísimo. Bella conocía a una docena de chicas que matarían por ser su novia. Todavía no podía creerse que la hubiese elegido a ella.
—Es increíble que ya sea de día —dijo, pasándose la mano por el pelo, súbitamente nerviosa—. Anoche parecía que nunca llegaría mañana y ahora está aquí...
Edward estrechó su mano entre las de él, interrumpiendo su parloteo.
—Anoche fue genial. Quiero que sepas...
Se oyeron unas risas del otro lado de la puerta y un ruido en la cerradura. Edward soltó la mano de Bella como si hubiese sido una patata caliente y se alejó de ella justo cuando se abría la puerta.
Ron y Chip irrumpieron en el cuartucho. Vestían camisetas y vaqueros y sonreían.
—¿Os lo habéis pasado bien?
—Sí, genial —dijo Edward, en un tono sarcasmo—. Intentad dormir sobre el suelo. Siguieron hablando usos minutos y durante ese tiempo Edward ni siquiera la miró.
Era como si ella hubiese dejado de existir. Bella sintió una opresión en el pecho. Era
como si la noche anterior no hubiese significado nada para él.
—Voy al cuarto de baño —dijo, y pasó al lado de ellos, sintiendo deseos de llorar.
Después de asearse un poco, sus pies descalzos volvieron silenciosos por el brillante linóleo. Al final del pasillo Edward hablaba con sus amigos, dándole la espalda.
—¿Qué pretendes con ese chiste? —su voz resonó en el silencio—. Tengo novia, ya lo sabes.
Ron murmuró algo y luego él y Chip lanzaron sendas risotadas.
—Estás loco —dijo Edward envarándose—. Como si yo fuese a hacer algo con ella.
Durante un segundo Bella pensó, como una tonta, que se refería a Missy. Hasta que oyó su nombre y Chip y Ron volvieron a reír. El estómago le dio un vuelco y las rodillas comenzaron a temblarle. Pensó por un instante que se desmayaría, pero después de tomar atiento varias veces para calmarse, logró recuperar la compostura.
Tendría que haberse imaginado que Edward no la quería, que lo único que deseaba era sexo. Ella había estado a mano, y, además, dispuesta.
Dios, había estado siempre dispuestísima. Se había entregado sin reticencia alguna. Se puso como un tomate al pensar en lo que había hecho. Prácticamente le había rogado que le hiciese el amor... y de todas las formas posibles.
Se tragó las lágrimas y enderezó los hombros. Cuando llegó basta los chicos, tenía los ojos secos.
—Tengo que buscar mis zapatos—dijo, a nadie en particular.
—Te llevo a casa el en coche —dijo Edward.
—No te molestes —replicó Bella, orgullosa de poder parecer tan intranscendente cuando en realidad se le estaba rompiendo el corazón—. Bastante me has soportado toda la noche.
—No me importa... —dijo Edward.
—Edward, tío, déjala que camine —dijo Ron, dirigiendo una mirada de desdén al redondo cuerpo de Bella—. Dios sabe que le vendría bien hacer un poco de ejercicio.
—¡Basta!—dijo Edward.
Aunque la insensibilidad de Ron no era ninguna novedad, Bella se volvió a sentar herida por sus comentarios. Pero al menos sabía lo que pensaban Chip y Ron. Pero la gente como Edward era muchísimo más peligrosa, gente que simulaba amiga. Que les decía una cosa y luego se reía a espaldas.
—Ron tiene razón —dijo Bella, levantando la barbilla—. Me vendrá bien el ejercicio.
—Deja qué te lleve —insistió Edward—. Es lo menos que puedo hacer.
Bella se clavó las uñas en las palmas para no responderle con alguna inconveniencia.
—No, gracias. Ya has hecho bastante.
Logró controlar las lágrimas hasta llegar a su habitación y meterse en la cama. Una vez allí, golpeó la almohada con el puño una y otra vez hasta que su cuerpo se vio sacudido por sollozos.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Si su propio padre no la quería. ¿Por qué había pensado que un tipo como Edward lo haría?
—¿Mami?
Isabella salió de golpe de su ensueño y parpadeó para enfocar la mirada en la puerta.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Emmett con expresión preocupada.
Isabella exhaló un suspiro tembloroso y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—Sí, estoy bien, cielo.
—Pero llorabas.
—Cuando mami se cansa, a veces lo único que quiere es llorar un poco —dijo Isabella, restándole importancia—. Luego me siento mucho mejor.
Emmett la miró con desconfianza.
—¿Y ahora te sientes mejor?
—La verdad es que sí —dijo Isabella, sintiendo al decirlo que era cierto. Revivir aquellos horribles momentos le habían hecho darse cuenta de que había hecho lo correcto en no comunicarle a Edward que Emmett era su hijo.
Edward era un conquistador. Un hombre que podía hacer con una sonrisa que una mujer dejase de lado toda sensatez. Pero Isabella ya era una adulta, no una jovencita ingenua, y el bienestar de Emmett era su prioridad número uno. Quería que su hijo creciese y llegase a ser un buen hombre que nunca abandonaría a su familia en los malos momentos o le haría el amor a una chica para luego dejarla plantada.
Aquella vez, Edward le había demostrado que no podía confiar en él, así que ahora no iba a ser tan tonta de confiarle a su hijo.
O su corazón.
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—Qué bien está jugando Emmett —dijo Edward.
Isabella levantó la vista, sorprendida. Hacía dos semanas que venía a los partidos de Emmett y era la primera vez que se encontraba con Edward. Era la primera vez que lo veía desde que él le había preguntado si Emmett era su hijo.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—He venido a ver el partido —le dijo él—. Toma, sujeta esto.
Edward le pasó un vaso grande de gaseosa y puso su tumbona junto a la de ella al borde de la cancha.
—No, en serio —le dijo Isabella—. ¿Por qué estás aquí?
—Porque —dijo él con una sonrisa cautivadora—. Hay alguien a quien quería
ver.
Durante un brevísimo instante, Isabella imaginó que iba a verla a ella, hasta que su mirada tropezó con Matt, calentándose para entrar en el campo. Por supuesto. Había ido a ver jugar a su sobrino.
—Toma —dijo, devolviéndole el vaso de gaseosa
—¿Quieres un trago? —le ofreció Edward.
—No gracias. No bebo gaseosa.
Edward se encogió de hombros y tomó un trago del vaso de plástico.
—A mi hermana tampoco le gusta el sabor.
—No es el sabor lo que no me gasta —dijo Isabella, echándose hacia atrás y estirando las largas piernas—, sino las calorías.
—No parece que tengas que preocuparte demasiado por ellas—dijo él.
—Sí, claro —se mofó ella—. Como si fuese una reina de la belleza.
Se había vestido con prisa y llevaba el cabello recogido dentro de una gorra de béisbol, un top que te dejaba el vientre al aire y unos pantalones cortos color caqui.
La mirada masculina recorrió lentamente su cuerpo escasamente vestido, haciendo que la piel te ardiera.
—Pues a mí me parece que estás preciosa.
Isabella hizo un esfuerzo para no cruzar los brazos sobré sus pechos.
—Te he echado de menos —dijo él suavemente—. Te hubiese llamado, pero...
—No tienes por qué darme explicaciones —dijo Isabella, moviéndose en la silla y lanzando una risilla.
—Bueno, aunque no me echases en falta —dijo Edward, que se había quedado mirándola un instante, perplejo—, yo sí que te he extrañado. De hecho, estaba pensando si Emmett y tú querríais venir conmigo a Kansas City esta noche. Quizá podríamos ir a cenar o ver una película.
—Lo siento, pero Emmett tiene una fiesta de cumpleaños y luego se quedará a dormir en casa de un amigo —dijo Isabella.
—¿Y tú?
Fue la expresión insegura de sus ojos y el hecho de que sí lo había echado en falta lo que evitó que Isabella mintiese y le dijese que tenía plan. Además, ¿qué tenía de malo que pasasen la velada juntos?
—Una película sería divertido —dijo—. ¿Puedo elegirla?
Bromearon sobre la elección de la película durante el resto del partido y de camino a llevar a Emmett a su fiesta de cumpleaños. No fue hasta que llegaron a Kansas City que cedió y la dejó elegir a ella, haciendo cómicos gestos de exasperación cuando ella eligió una «peli de chicas».
Pero después, cuando él quiso comer algo dulce, le dejó elegir el sitio. Él eligió una elegante heladería en un encantador edificio de Country Club Plaza.
—Creía que te encantaba el helado —dijo Edward, mirando su enorme copa de helado de chocolate con nata y nubes y comparándola con la bolita de vainilla que comía ella,
—Claro que me encanta —dijo Isabella, tomando una cucharadita—. Lo que pasa es que ahora tengo un poco más de cuidado que antes. Cuando estaba en el instituto me atiborraba de helado todas las noches. Ya no lo hago más.
—Siempre te gustó comer—dijo Edward.
—Entonces, la comida era mi forma de enfrentarme a la vida.
—Habrá sido duro —dijo Edward—, perder a tu madre cuando eras tan pequeña.
—Ni te lo imaginas —dijo Isabella, echándose hacia atrás y dejando la cucharilla.
—Recuerdo que me decías que la extrañabas mucho.
—Como yo era única hija, no era solo mi madre, lo era todo, también mi amiga. Cuando mi padre nos dejó, fue duro. Pero cuando mi madre murió... —se interrumpió Isabella para tragar el nudo de la garganta—, nunca me había sentido más sola.
—Tenías a tu abuela.
—Sí —dijo Isabella—. Y ella hizo lo que pudo, dadas las circunstancias.
—¿Circunstancias?
—Era una anciana que tendría que haber estado jugando al bridge en vez de criar a una adolescente. Ella quería que mi padre se involucrase más, pero él no estaba interesado en ello —dijo Isabella, desviando la vista y parpadeando—. Cuando mi madre murió, él ya tenía una segunda mujer y un bebé en camino. Así que mi abuela no tuvo más remedio que hacerse cargo de mí. Yo intentaba no molestar, estudiaba mucho, la ayudaba con la casa y... comía. La comida se convirtió en mi mejor amiga.
—Yo sabía que te resultaba duro, pero no que lo era tanto —dijo Edward, alargando la mano por encima de la mesa para tomar la de ella—. Siento que hayas tenido que vivir todo aquello.
Las lágrimas hicieron que los ojos le escocieran, pero ella inspiró.
—¿Qué es lo que dicen? ¿Que lo que no mata nos hace más fuertes? Edward le apretó la mano antes de soltársela.
—Me hubiese gustado acompañarte.
—Y lo hiciste —dijo Isabella, dándose cuenta de que era verdad—. Todas aquellas veladas en la hamaca del porche de mi abuela significaron mucho para mí.
—Lo dices por pura bondad. Me he dado cuenta de que como amigo no fui una maravilla.
—¿Por qué dices eso?
Edward bajó la vista, con una expresión seria en su atractivo rostro.
—Por ejemplo, sabía que extrañabas a tu madre, pero nunca se me ocurrió siquiera invitarte para que conocieses a la mía.
—Tu madre ya tenía una hija —dijo Isabella—. No necesitaba otra.
—Sin embargo...
—En serio, Edward —lo interrumpió Isabella—, ni pienses en ello.
—Lo siento —dijo él—. Lo siento mucho.
—Ya te he dicho que no importa.
—Sí que importa —dijo él—. Quiero compensarte por ello.
—¿Compensarme? —se extrañó ella—. ¿A qué te refieres?
—Quiero que me des otra oportunidad para demostrarte lo buen amigo que puedo ser —le dijo—. Empezaremos otra vez. Esta vez no te fallaré.
Isabella lo miró a los ojos y se preguntó si sería tan tonta de considerar su oferta.
¿Pero no merecía todo el mundo una segunda oportunidad? Además, ella estaría en guardia. No le volvería a hacer daño, porque esta vez ella no se lo permitiría.
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—No sé por qué Edward no ha venido con nosotros —dijo Emmett por enésima vez—. A él también le gusta la montaña rusa.
Aunque Worlds of Fun había abierto solo por el día, el aparcamiento estaba lleno de coches. El sol brillaba y prometía ser un día hermoso. Isabella se detuvo en el hueco más próximo.
—Ya te lo he dicho —dijo Isabella, intentando hablar con calma y no prestar atención al tono quejumbroso de Emmett—. Este es nuestro día especial. Edward tiene su propia vida y nosotros tenemos la nuestra.
—Pero podría...
—Basta, Emmett. No quiero oír más del asunto.
Emmett la miró sorprendido y Isabella intentó calmarse. No era necesario que se pusiese tan nerviosa. Que hiciese una semana que Edward no la llamaba no era motivo para perder la paciencia con su hijo. Alice le había dicho que estaba de viaje, pero Isabella sabía con certeza que había vuelto el día anterior. Había visto su todoterreno aparcado frente al banco el viernes.
Pero no pensaría en ello. Iba a concentrarse en pasárselo bien con su hijo. Durante toda la semana había hecho el esfuerzo de que no se le acumulara la limpieza o la ropa y así poder dedicarle el sábado a Emmett. Se habían levantado temprano para poder disponer de ocho horas completas de diversión en el popular parque de Kansas City.
—Pasaremos un día genial —dijo, esbozando una radiante sonrisa con esfuerzo—. Hasta sería capaz de subirme a la montaña rusa, ¿qué te parece?
—Pero siempre vomitas —dijo Emmett—. Cuando fuimos a Six Flags, vomitaste encima de aquel hombre...
—Acababa de comer —dijo Isabella, cuyo estómago comenzaba a revolverse al recordar el episodio—. Y el algodón de azúcar y la montaña rusa nunca han sido una buena combinación.
Una hora más tarde se encontraban frente al formidable Orient Express. La tortuosa estructura daba más miedo todavía vista de cerca y los alaridos de la gente le dieron escalofríos a Isabella. Se le aceleró el pulso y gotas de sudor le brillaron en el labio superior.
—¡Hala! —exclamó Emmett—. Lo pasaremos de miedo. Vamos a ponernos en la fila.
—¿Estás seguro de que quieres esperar? —preguntó Isabella, haciendo todo lo posible por retrasar el momento fatídico—. La fila parece larguísima.
—Pero se mueve rápido —dijo una conocida voz masculina detrás de Isabella.
—¡Edward! —exclamó Emmett, sonriendo.
Isabella se dio vuelta lentamente, con el corazón golpeándola en el pecho.
—Qué sorpresa.
—Ya lo sé —dijo Edward riendo—. Quién iba a pensar que nos encontraríamos aquí.
Desde luego que Isabella no, o no se hubiese puesto una camiseta y un par de pantalones cortos de tela vaquera. Edward, que llevaba pantalones cortos de color caqui y un polo azul marino, parecía haber salido de las páginas de una revista de moda.
—Estás preciosa, como siempre —le dijo.
Con las prisas, Isabella apenas se había puesto maquillaje y se había atado el cabello en una coleta. ¿Preciosa? ¡Qué va!
—Edward, ¿estás seguro de querer montarte en eso? —preguntó Missy, acercándose con un zumo helado en una mano. Se detuvo en seco—. Hola, Isabella, qué sorpresa.
Isabella deseó que la tierra la tragase. A pesar del calor, Missy estaba hecha una rosa, con un traje de pantalones cortos color limón y sandalias de finas tiras. Llevaba el cabello oscuro, con su perfecto corte, suelto sobre los hombros.
—Missy. Qué gusto verte —dijo Isabella, superando su vergüenza. Recorrió con la vista la multitud—. ¿Y Kaela?
—Iba a venir con nosotros —dijo Missy—, pero anoche se descompuso. Mi hermana la está cuidando hoy.
¿Había dejado a su hija enferma?
Isabella se mordió la lengua. Aunque nunca había dejado a Emmett solo cuando se encontraba enfermo, había mucha gente que no pensaba igual.
—Ma siempre se queda conmigo cuando estoy enfermo —dijo Emmett—, ¿A que sí, mami?
—Bueno, yo...—titubeó Isabella.
—Una vez hasta tuvo que faltar a un examen importante —dijo Emmett—. Yo tenía mucha fiebre. Cuarenta y nueve.
A Edward le temblaron los labios.
—Querrás decir, cuarenta, cielo —dijo Isabella con cariño—. Estabas muy malito.
—Kaela no tenía fiebre —dijo Missy—. Bueno, quizá unas décimas. Pero eso es muy común cuando tienen otitis.
—Estoy segura de que está en buenas manos —dijo Isabella con sinceridad.
—Mi hermana la cuidará bien, es verdad —dijo Missy, y su rostro se relajó—. Sabía que lo comprenderías; como tú también tienes que apañártelas sola... Hace rato que Edward y yo habíamos planeado esta salida. No quería cancelarla.
—Pero era más para Kaela que para nosotros —dijo Edward—. Te dije que comprendería si te querías quedar en casa con ella.
—Pero no quería cancelar la cita —dijo Missy, colgándosele del brazo—. Estoy tan cansada de quedarme los fines de semana en casa sin hacer nada... Aunque no estoy segura de querer pasarlo montada en este monstruo —añadió, mirando hacia arriba y simulando un escalofrío.
—A mí me encanta la montaña rusa —dijo Emmett—. Es espantosa. Mamá me prometió que esta vez iría conmigo.
Edward le sonrió al mito antes de mirar a Isabella.
—Creía que no te gustaba.
—La odia —dijo Emmett sin darle oportunidad de abrir la boca—. La última vez le vomitó encima a un señor calvo que se puso tan furioso...
—Basta, Emmett —dijo Isabella, apoyándole la mano en el hombro. Edward sonrió.
—Si quiere, se puede montar conmigo —dijo, lanzándole una mirada de a Missy—. A menos que tú quieras ir.
—Cedo mi asiento con todo gusto —dijo Missy con una carcajada y un gesto de la mano—. Id vosotros dos. Isabella y yo nos sentaremos en la sombra de aquel árbol a descansar un rato.
—Que os divirtáis —les dijo Isabella. Emmett se iba parloteando con Edward y no le prestó atención.
Isabella y Missy intercambiaron sonrisas y se dirigieron al banco.
—¿Quieres? —preguntó Missy, alargándole el zumo.
—No, gracias —dijo Isabella, negando con la cabeza.
Durante la siguiente media hora, Isabella y Missy hablaron de todo y de todos, menos de Edward. Finalmente, Isabella no lo soportó más. Necesitaba saber qué había entre Edward y Missy, así que cuando Missy mencionó a Edward, Isabella aprovechó la oportunidad.
—¿Vais en serio? —dijo Isabella, esperando que su tono pareciese natural.
Missy no respondió inmediatamente. Tomó un sorbo de su bebida con la mirada perdida en la distancia. Finalmente, cuando Isabella había comenzado a preguntarse si Missy le respondería, habló.
—Estoy saliendo de un mal matrimonio, un matrimonio realmente malo —dijo, con la voz tensa—. Es demasiado pronto para pensar en una relación seria con nadie. Pero si alguna vez decido dar el gran paso nuevamente, creo que lo haría con alguien como Edward. Es el mejor. Pero estoy segura de que tú ya lo sabes.
Isabella sonrió. Sabía que la mayoría de la gente de Lynnwood estaría de acuerdo con Missy. Edward tenía fama de ser un empresario trabajador, un miembro activo de la comunidad y, tal como Missy había dicho, un hombre estupendo.
Quizá, si te daban la oportunidad, incluso sería un buen padre.
—¿Crees que la gente puede, cambiar? —preguntó abruptamente.
—¿En qué aspecto? —preguntó Missy, extrañada.
—Por ejemplo, si una persona es egoísta y egocéntrica de joven, ¿crees que una persona así puede cambiar? ¿O crees que esas características son parte de la personalidad básica de una persona?
—Creo que las personas pueden cambiar y lo hacen —dijo Missy y se quedó en silencio un rato—. Algunos mejoran, algunos empeoran. Con el transcurso del tiempo, la gente muestra realmente cómo es. Basta con que les des la cuerda para que se ahorquen solitos o se salven. Mira a mi ex marido, por ejemplo. Cuando estábamos de novios, tenía el carácter fuerte, pero con el paso de los años se convirtió en un ser realmente malo.
Mientras Missy seguía parloteando, Isabella pensaba en otra cosa.
Le había dado mucho que pensar. Quizá Edward no era el mismo egocéntrico que le había roto el corazón. Emmett lo adoraba. Pero antes de permitir que Edward participase más de la vida de su hijo, haría lo que Missy sugería y pasaría más tiempo con Edward. Lo conocería mejor, vería si realmente había cambiado. Después de todo, ¿qué podía perder?
Aghhh por que le dijo mentiras???? No hubiera sido más fácil decirle la verdad????
ResponderEliminar:(
Besos gigantes!!!
XOXO
Cada vez se pone mejor. Que pasara cuando edward se entere de la verdad.!!! No puedo esperar por el próximo capitulo.
ResponderEliminarPuaaajjj, Missy es muy obvia jajajaja. Yo entiendo que.Bella no le haya querido decir nada de Emmett, es obvio que se quiera asegurar primero.
ResponderEliminaryo estoy de acuerdo con bella edd la re cagoooo y es obvio que ella debe pensar primero en emmet asi que me encanto quiero masssssss
ResponderEliminarMuy buen capitulo :D
ResponderEliminarSigo leyendote!
Vaya esa Missy es una regalada.
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