A
juzgar por la ira reflejada en los ojos de Bella, estaba dispuesta a cualquier
cosa. Incluso a cumplir su amenaza, pensó Edward estrechándola en sus brazos
con suavidad, en un intento por defenderse. Bella acabó sentada a horcajadas
sobre él. Pero fue un error. Ella se estremeció, y él sintió su calor. Y por un
momento estuvo a punto de echar a perder su plan. Ambos estaban excitados.
Se
miraron perplejos, el uno al otro. La confusión se había hecho dueña de la
mente de Edward, que solo parecía capaz de sentir. Edward musitó un juramente y
trató de retomar el hilo de lo que estaba diciendo. Ella tenía que
comprenderlo, aunque para ello tuviera que repetírselo todo mil veces. Nadie
volvería a llamarlo nunca rata. Él se había portado del modo más honorable
posible. Pero sabía que Bella jamás lo vería así.
—¡Maldita
sea, Bella! —exclamó frustrado ante su necesidad de sexo y de comprensión—. Tú
no estabas allí, no sabes cómo ocurrió.
—Pues
cuéntamelo.
Edward
observó los pechos de Bella subir y bajar y cerró los ojos, excitado. Ni
siquiera recordaba por dónde iba. Pero cuando volvió a abrirlos fueron los
suspiros de Bella, con los labios entreabiertos, los que llamaron su atención.
Ella tenía muy mala opinión de él. Y eso era completamente injusto.
—¿Crees
que no me negué, que no discutí? ¿Crees que no les dije que estaba enamorado de
otra mujer? Pero ellos no hacían más que recordarme mi deber. Tanto su familia
como la mía me presionaron. Dependían de mí, yo era la única persona que podía
ayudarlos. ¡Tienes que comprender mi dilema! Se trataba de mi familia, de
personas allegadas a mi familia. Se volvían a mí desesperados, en busca de ayuda.
Yo siempre había admirado y respetado a Marco Vulturi. Es mi padrino, y en
Grecia, ese es un lazo que nunca se toma a la ligera. Él es como un segundo
padre para mí, yo lo quiero. Y ahí estaba, un hombre que siempre había estado
seguro y orgulloso de sí mismo, destrozado, desesperado, rogándome que me
casara con su hija para borrar la vergüenza.
Edward
se pasó una mano por los cabellos recordando. Había buscado otra solución
alternativa para el problema, pero había sido inútil. Luego continuó:
—Fue
una pesadilla. Y mientras tanto no dejaba de oír a Heidi, que lloraba en la
habitación de al lado. ¡Era casi una niña, Bella! Luego la mandaron salir, para
ver si ella podía convencerme. Ella se arrojó a mis pies y me suplicó que
accediera. Jamás había visto a nadie tan histérico. ¡Llevaba un cuchillo en las
manos, Bella! Ni siquiera sabía si iba a cortarse las venas, o si iba a matarme
a mí. ¿Te has visto alguna vez en una situación parecida?, ¿alguna vez has
tenido en tus manos la vida de alguien?, ¿cómo volverle la espalda? De haberlo
hecho, habría perdido el respeto de mi padre, de un padre al que siempre he
adorado y venerado. Y habría perdido a toda mi familia, Bella, habría destruido
a la gente a la que amo. Además, Heidi podría haber cumplido su amenaza…
Edward
se interrumpió, recordando gráficamente cada una de aquellas escenas del
pasado: la desesperación, la ira, la lástima…
—Y
el bebé, Bella —continuó acaloradamente—. Heidi amenazó con abortar, si no me
casaba con ella. No pude soportarlo. No quería ser responsable de la muerte de
un bebé.
Bella
estaba callada, su expresión reflejaba comprensión. Alargó una mano y acarició
su frente.
—Pudiste
decírmelo entonces.
—No,
no podía. De haberte visto, jamás habría podido separarme de ti. Cuando accedí,
comprendí que tenía que alejarte de mí para el resto de mi vida. Por el bien
del bebé. Prefería pensar que me odiabas. De otro modo, habría cambiado de
opinión. Tenía que convencerme a mí mismo de que, con el tiempo, amaría a Heidi
y a su hijo.
—¿Y
fue así?
—No,
aunque lo intenté. Bueno, sí quería a Jane, al principio. Pero Heidi siempre se
mostró muy difícil. Era mi esposa solo de cara a la galería.
Edward
cerró los ojos recordando. Aquella época había sido espantosa. Siempre tratando
de calmar a Heidi, histérica por cualquier cosa, lanzando objetos por los
aires.
—Edward…
—lo llamó Bella tocando su rostro, inquisitiva.
—Soy
el primogénito, era mi deber.
—Tu
deber —repitió Bella—. Pero la idea no te emocionaba, precisamente.
—No
—confesó Edward—. Fue un infierno. Pero hasta ahora la situación jamás ha
afectado a Nessie. Para Heidi y para Jane, yo soy únicamente una billetera,
pero a veces… ¡Dios, a veces no sé qué hacer! ¡Lo he liado todo! Debería
haberlas dejado en paz, que vivieran su vida sin entrometerme, en lugar de
imponer tantas reglas en la casa. Pero es duro ver criar a una niña de un modo
tan salvaje, con valores tan diferentes a los propios.
—¿Y
qué crees que valora Heidi por encima de todo?, ¿qué quiere de la vida?
—Dinero
—contestó Edward sin vacilar.
—Amor,
Edward —la corrigió Bella—. Eso es lo que buscamos todos.
Edward
permaneció en silencio, pero asintió dándole la razón a Bella. Y luego, tras
una pausa, contestó:
—Yo
no podía dárselo. Podía darle un techo, seguridad, amabilidad, mi tiempo… pero
no mi amor.
Bella
comprendió entonces el parecido con su caso. Ella tampoco había tenido amor
para Garrett, porque todo se lo había dado a Edward. Y por eso su matrimonio
había fracasado.
—Deberías
dejarla marchar. Mientras esté en tu casa, Heidi será incapaz de encontrar a su
alma gemela. No es asunto tuyo cómo críe a su hija. Y, por otra parte, tú eres
la razón de su histerismo. Ahuyentas a todo posible pretendiente.
—Sí,
lo sé. Estoy decidido. Mañana por la mañana hablaré con Heidi. Voy a sugerirle
que se vaya a vivir a casa de su padre. Ha ido a verlo unas cuantas veces, y
parece que él y su nueva esposa se alegran mucho de verla. Sobre todo si Gia la
acompaña. Les preguntaré qué opinan. Heidi siempre está tranquila, cuando está
con Gia. El único problema es que voy a perder a mi ama de llaves, pero la
mujer del guarda puede echarme una mano. Trabaja en el campo, pero me ha
preguntado muchas veces si no sé de algún otro empleo. Le preguntaré. Seguro
que se pone muy contenta.
—Echarás
de menos a Gia —repuso Bella.
—Sí,
echaré de menos sus galletas, pero me vendrá bien perder peso —sonrió Edward—.
Es cierto, la echaré de menos.
—Siempre
puede visitarte —sugirió Bella. Era difícil creer que ella pudiera mostrarse
tan generosa, pensó Edward acariciando su cabello—. Oh, Edward…
Bella
contempló su rostro. Aquel era el hombre al que había amado, el hombre al que
había perdido. Y, después de tanto tiempo, seguía siendo el mismo. Había
sacrificado la felicidad de ambos por el bien de una adolescente asustada y de
su hija, y finalmente lo lamentaba. Bella quería borrar todo aquel sufrimiento.
La situación había cambiado por completo. Él no era un desalmado, todo lo
contrario. Y aún lo quería. Lo amaba con toda su alma, profundamente. Por unos
instantes, Bella abrió su corazón como una flor. Pero de inmediato lo cerró,
comprendiendo que tenía que protegerse. Quizá Edward la hubiera amado, quizá
aún la deseara, pero su opinión de ella era lamentable.
—Bella
—murmuró él seductor.
—El
té, se está quedando frío.
—Al
diablo con el té.
—Esto
no cambia nada.
—¿En
serio?
—No
—contestó Bella mordiéndose el labio, haciendo caso omiso de sus caricias en
los brazos, de sus miradas seductoras.
Bella
comprendió que debía apartarse, de modo que trató de soltarse, pero Edward la
retuvo. De pronto él la besaba, ignorando sus protestas, estrechándola contra
sí con una mano mientras acariciaba su muslo desnudo con la otra. Horrorizada,
Bella se soltó y dijo lo primero que se le ocurrió:
—Tengo
que llamar a Félix.
—Después.
—No,
por favor, Edward.
—¿Por
qué estás tan desesperada?, ¿acaso no te basta conmigo?
—No
es eso…
—Entonces,
¿qué es? Si ofreces tus favores libremente…
—¡Eres
un bruto! —gritó Bella incrédula, consiguiendo apartarse por fin, rabiosa y excitada—.
Jamás has creído en mí. A tus ojos, no soy más que una criminal sin moral
alguna…
—Exacto.
—Crees
que me acuesto con el primero que pasa…
—¡Sí!
—¡Bueno,
pues te equivocas en las dos cosas! —gritó Bella—. Félix es solo mi abogado y
mi amigo…
—Pero
se queda a pasar la noche contigo.
—Solo
una vez, porque estaba desesperada —lo corrigió Bella—. Y se fue a las tres. Él
me consoló y…
—¿Crees
que es inocente?, ¿no ha intentado hacer el amor contigo?
—¡No!
—¿Jamás
te ha tocado?
—Mmm…
De
pronto Edward la levantó en brazos y atravesó con ella acuestas el salón antes
de que Bella pudiera siquiera protestar.
—¡Él
te besa, te toca, así que yo también puedo hacerlo! —exclamó Edward en mitad de
la habitación, haciendo una pausa para inclinar la cabeza y besarla, prendiendo
así la llama con más fuerza que nunca.
Bella
trató por todos los medios de reunir energías, de resistirse en lugar de
dejarse llevar, y por fin, pudo gritar:
—¡No
me trates así!, ¡no tienes derecho!
Los
ojos de Edward brillaron. Por toda respuesta, él continuó besándola con más
ternura y dulzura que antes, hasta partirle el corazón a Bella. Y, sin dejar de
besarla, haciéndola soñar en lo que pudo haber sido, Edward continuó caminando
en dirección al dormitorio.
Se
sentía como borracho. No podía creer que estuviera actuando así. Pero no podía
soportar la idea de que Sefton estuviera con ella. Edward sintió que Bella lo
abrazaba y suavizó la presión de su beso, que había vuelto a convertirse en un
acto salvaje. Lentamente besó su cuello, incapaz de comprender cómo ella
lograba excitarlo hasta hacerlo reventar. Pero las emociones estaban ahí.
Lástima, ira, compasión, celos. ¡Dios,
cuántos celos! ¡Y aquel enfebrecido deseo! Ver los ojos de Bella
entreabiertos le aceleró el pulso. Besó pausadamente sus dos párpados y
disfrutó escuchando los gemidos que ella profería. De pronto Edward chocó
contra la cama, cayendo sobre ella con Bella.
—Dime
que pare —dijo él con voz ronca, cubriendo el cuerpo de Bella con el suyo.
—Para
—susurró ella con voz lánguida.
—No
resulta convincente.
Lentamente,
Edward acarició la cintura de Bella metiendo los dedos por dentro de la falda.
Ella se revolvió y suspiró, y él la hizo prisionera con los brazos mientras la
besaba y escuchaba sus jadeos de placer. Las piernas de Bella envolvieron el
torso de Edward, pero al mismo tiempo ella no dejaba de suplicarle que parara.
Así
que paró. Bella parpadeó, desilusionada. Edward esperó, conteniendo la
respiración, con ojos llenos de deseo. Bella trató enfebrecida de pegarlo,
olvidando que al mismo tiempo lo tenía prisionero con las piernas. Luego musitó
algo llena de ira, y por último se abalanzó sobre él en la cama rodando,
besándolo y gimiendo, enredándose en él sedienta, mientras labios, piernas y
manos se revolvían desatando el deseo.
Bella
se revolvió bajo él, con ojos ardientes, provocando en Edward un increíble
abandono. Él la sentía en todas partes: en las mejillas, acariciándolo con el
pelo, en el cuello, besándolo con labios seductores. El corazón de Bella latía
fuertemente contra su torso.
Quería
devorarla por completo, tomarla por entero, hacerla suya. Borrar a todos los
otros hombres que ella hubiera conocido y dejar en su memoria solo el recuerdo
de su propio cuerpo, de su boca, del placer que podía procurarle.
—Te
deseo tanto… —dijo él.
Bella
abrió la boca, pero su garganta no emitió ningún sonido. Así que Edward la
besó. Había derribado toda resistencia, su boca la poseía, su mano acariciaba
el muslo desnudo hasta encontrar en la parte alta su carne sedosa y húmeda.
Bella
gritó, gimió demostrando su deseo. Sus cuerpos se revolvían. Ella arqueó la
cabeza y él acudió solícito a besarle el cuello. Y luego la levantó, la
estrechó y se intoxicó de ella, incapaz de otra cosa que seguir su propio y crudo
instinto. De pronto, bruscamente, Edward tiró de la camiseta de Bella y la
desnudó, quitándose también él la camisa.
Piel
contra piel. Ambos oían los latidos de sus corazones en los oídos. Sentirla,
sentir su suavidad… Bella se retorció seductoramente varias veces, haciendo que
sus pezones acariciaran el torso de Edward.
—Bésame
—gimió después, ofreciéndole los pechos.
Todas
las células del cuerpo de Edward reaccionaron. Con un gemido visceral,
profundo, él inclinó la cabeza y tomó un pecho con la boca. Bella dejó que él
la lamiera y saboreara mientras se aferraba a los cabellos de Edward y lo
observaba cerrar los ojos.
—El
otro —ordenó Bella tomando la cabeza de Edward entre las manos, sin
miramientos, y llevándola al otro pecho—. Tócame otra vez —añadió en un
susurro.
Pero
en lugar de obedecer, Edward tomó la mano de Bella y la guió por su cuerpo
masculino, tratando de satisfacer su necesidad. Y ella comprendió. Siempre lo
había comprendido. Sabía qué tenía que hacer, y sabía que entre ellos se había
desatado algo que ningún hombre, ni siquiera Edward, era capaz de dominar.
Al
sentir el primer contacto, Edward suspiró y se apartó, con ojos llenos de
pasión. Lentamente desabrochó los botones de la falda de Bella y bajó la escasa
ropa interior centímetro a centímetro, acariciando la piel de sus muslos. Por
un breve instante enterró el rostro en el triángulo dorado de vello de Bella,
prometiéndose a sí mismo gozar de él. Bella jadeó y gimió llena de placer,
mientras él besaba aquella carne dulce.
Entonces
él se quitó el cinturón, y Bella se levantó. Su cuerpo parecía envuelto en
niebla. Era como si Edward tuviera un velo delante de los ojos. Ante él, el
cuerpo de Bella brillaba bello y dorado en su desnudez. Edward observó a Bella
quitarle el resto de la ropa, Jadeando y gimiendo, llamándolo por su nombre. Él
estaba de rodillas, desnudo ante ella también. Bella tomó su cuerpo viril entre
las manos, pero Edward no podía esperar.
—No,
te quiero a ti.
—Edward…
—¡Ahora!
—¡Oh,
sí! —gritó ella obligándolo a recostarse, arqueándose por encima de él,
exigiendo su boca, guiándolo, ayudándolo a deslizarse dentro de aquel paraíso.
—¡Bella!
Edward
ni siquiera supo en ese momento si había gritado su nombre en voz alta o no.
Tampoco le importaba. Una seda líquida lo abrazaba cálida, apretada,
exquisitamente. Cada dulce movimiento era un tormento. Pero Bella no deseaba
hacerlo con delicadeza. Sus manos lo agarraban por el trasero urgiéndolo a
penetrarla con fuerza.
Entonces
Edward tomó el control. Había deseado producirle un placer lento y sensual,
volverla loca de deseo. Pero era demasiado. Las bocas de ambos estaban unidas,
el ritmo se incrementó. Embestidas largas, salvajes, profundas, borraban todo
recuerdo de la mente de Edward, que solo podía sentir que ambos estaban unidos
como un solo ser, y desear que jamás volvieran a separarse.
Las
lágrimas mojaron el rostro de Edward. «Bella,
Bella, Bella», gritaba su corazón dolido mientras ella pronunciaba su
nombre una y otra vez, jadeando, contra su boca, lamiendo esas lágrimas que
Edward ni siquiera sabía de quién eran. Las sensaciones estallaban en su cuerpo
como si se tratara de un volcán, saltando cada vez más alto, procurándole un
sentimiento de libertad y satisfacción inmensos, mientras ambos gritaban y rodaban
por la cama. Los movimientos comenzaron a hacerse cortos, rápidos, enérgicos.
Sus voces, roncas. Los besos, salvajes. Las manos, frenéticas. Estaba
ocurriendo. Fluía por su cuerpo como un torrente, llamas de fuego quemaban su
piel, electrificaban cada poro.
—¡Bella,
Bella! —gritó él.
Bella
permaneció en silencio, estremeciéndose, sacudiéndose, con una sonrisa feliz en
el rostro. De pronto Edward comprendió que había vuelto a la Tierra, aunque sus
cuerpos siguieran unidos. Y así quería permanecer, en el lugar más caliente y
dulce del mundo. Junto a la mujer más dulce del mundo. Edward sonrió. Ella
suspiró profundamente y cerró los ojos. Lentamente él se reclinó sobre la cama
para que Bella no tuviera que soportar su peso, acercando la cara a la de ella.
Su
mente no debía funcionar correctamente, pensó Edward recapacitando sobre lo que
acababa de desear, en silencio. Confuso, levantó la vista y la miró. Aquel
deseo era solo producto del sexo. Nada más. Entonces se apartó.
—No
te vayas —murmuró ella incoherentemente, en una vaga protesta.
Pero
Edward sentía ya el frío del hielo en su corazón. Giró, se sentó al borde de la
cama y se restregó los ojos con las manos. Estaban mojados, llenos de lágrimas
de… alguien. Por eso tenía la vista nublada. Y apretaba los dientes. Necesitaba
pensar. Aún tenía el pulso acelerado, pero recuperaría la calma. Miró en
dirección a la puerta del baño.
—¿Qué
estás haciendo? —preguntó Bella.
—Voy
a ducharme.
Bella
musitó algo, demostrando su propia confusión. Edward caminó a tientas y abrió
el grifo del agua fría. Respiró hondo y entró en la ducha. Hubiera debido
ducharse mucho
antes. ¿Cómo era posible
que se hubiera comportado así? Las gotas de agua fría, como agujas, lo
despertaron. ¿Qué clase de hombre le
hacía el amor a una mujer a la que despreciaba?
Heidi
tenía razón. Aquella era la mujer que había destruido a su familia sin
preocuparse por las consecuencias, sin pensar en la pobre gente a la que había
dejado sin nada. Recompensar a toda aquella gente le había costado a su padre
muy caro. Tanto, que su muerte se había acelerado, mientras él trabajaba
dieciséis horas al día, tratando de recuperar la fortuna familiar. Edward dio
un puñetazo sobre la palma de la mano. Aquella era la mujer que había conducido
a su hermano a una muerte violenta. Y él acababa de hacerle el amor.
—¡Vas
a pillar un resfriado!
Edward
levantó la vista. A través de la cortina de agua pudo ver el incomparable
cuerpo de Bella envuelto en una toalla. Ella lo miraba sorprendida, mientras
probaba la temperatura del agua. De pronto Edward descubrió que estaba
temblando, y salió de la ducha con ojos negros y amenazadores. Bella dio un
paso atrás.
—No
me importa —contestó él agarrando una toalla.
—¡Edward!
—exclamó ella, atónita.
—Ya
está hecho. Ha sido un error, pero no hay vuelta atrás.
Hubiera
querido hacerle daño, vengarse. Borrar su deseo de ella, recuperar su propia
estima, arruinada minutos antes en la cama revuelta. Quería que ella viera el
odio en sus ojos, así que declaró, levantando la cabeza, imitándola en tono de
burla:
—Se
nos ha ido un poco de las manos, ¿no?
—Vístete
y márchate —susurró ella.
—Será
un placer.
Bella
se marchó. Edward la escuchó derrumbarse sobre la cama. Y se preguntó si se
encontraría bien. Así que asomó la cabeza para comprobarlo. Bella era una
adulta. Sabía cuidar de sí misma, y sabía hacerlo muy bien. Entonces Edward
recordó que su ropa seguía en el dormitorio. Al recogerla de los sitios más
distantes e insospechados, miró subrepticiamente hacia la cama. Bella estaba
acurrucada, hecha un ovillo. Exactamente igual que Nessie. Por un segundo su
corazón se enterneció. Estaba muy quieta, se tapaba el rostro con las manos.
—Estás
tumbada encima de mi camisa —dijo él con frialdad. Bella no se movió. Edward se
vio obligado a removerla. Estaba temblando—. Bella…
—¡Vete!
—¿Necesitas
alguna medicina o algo?
—Sí,
necesito amor —declaró Bella sentándose bruscamente en la cama, con ojos de
fuego—. Necesito a un hombre que no me utilice. Ni siquiera sabes lo que has
hecho, ¿verdad, Edward?, ¿a qué no?
—Sí.
¿Y tú?, ¿o es que crees que tú no has tenido culpa en lo que ha ocurrido?
—No…
—musitó ella tapándose la cara con las manos.
—Mírame
—ordenó él apartándole las manos.
Bella
lo hizo, y Edward deseó no habérselo ordenado. Sus ojos estaban llenos de
reproches, le hacían sentirse avergonzado de sí mismo. Edward esbozó un gesto
de impotencia. No entendía lo que le estaba ocurriendo, solo sabía que no podía
estar cerca de nadie más que ella.
—La
verdad, Bella, es que nos estamos destruyendo el uno al otro. Esto no puede
seguir así. Tenemos que separarnos o…
—¿O
qué?
—Olvidarnos
el uno del otro. Jamás habrá un término medio para nosotros, Bella. Tú lo
sabes, y yo lo sé. Así que… o en mi cama, o fuera de este país. La elección es
tuya.
—¡No…
no puedo marcharme! Nessie ni siquiera sabe…
—Has
visto a tu hija, sabes que está bien. Ya resolveré de algún modo su necesidad
de padre y madre.
—¿Qué?
—No
sé cómo, pero… —Edward no podía creer lo que estaba diciendo, no podía creer
que la estuviera obligando a marcharse, cuando todo el cuerpo le dolía de puro
deseo—. Haz lo que debes, y toma el primer avión. Llama por teléfono a Sefton,
y vete con él —añadió rabiando de celos—. Está desesperado por darte lo que más
quieres. Eso, si es que no lo ha hecho ya.
—Pero…
¿qué te pasa a ti con Félix? —gritó ella—. ¿Es que estás celoso, o qué?
—Sí
—gritó Edward agarrándola de los hombros—. No quiero que nadie te toque,
excepto yo. Me pone enfermo pensar que otro hombre pueda hacerte el amor. Mi
deseo de ti es una verdadera tortura, me degrada…
—¿Y
si yo fuera inocente? —preguntó ella con amargura.
—Pero
no lo eres.
—¿Y
si lo fuera?
—No
tiene sentido discutirlo. Quiero que te marches de aquí mañana por la mañana.
Haz los preparativos.
Era
duro alejarse de ella. Los pies no le respondían, ni ninguna otra parte del
cuerpo. Pero por fin Edward salió del dormitorio, mientras las palabras de
Bella resonaban aún en su mente. «¿Y si
fuera inocente?» Edward respiró hondo y se estremeció, tratando de
olvidarlo. De ser cierto, las consecuencias de ese hecho resultaban tan
alarmantes que ni siquiera se atrevía a considerarlo.
Te vas a dar de topes edward cuando todo se sepa
ResponderEliminarYenni quiero mas soy viciosa
Yo también soy una adicta. Y qué pasó con la cicatriz? Es que no la vió....
ResponderEliminarEso mismo pensé yo.
EliminarSiiii, yo también pensé en la cicatriz??? K onda???... China... Danos mas cap!!!
EliminarEdward sólo la utilizó, que animal.
ResponderEliminar¿Por qué demonios se niega a considerarlo siquiera?
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