Inocente Amor 9

A juzgar por la ira reflejada en los ojos de Bella, estaba dispuesta a cualquier cosa. Incluso a cumplir su amenaza, pensó Edward estrechándola en sus brazos con suavidad, en un intento por defenderse. Bella acabó sentada a horcajadas sobre él. Pero fue un error. Ella se estremeció, y él sintió su calor. Y por un momento estuvo a punto de echar a perder su plan. Ambos estaban excitados.

Se miraron perplejos, el uno al otro. La confusión se había hecho dueña de la mente de Edward, que solo parecía capaz de sentir. Edward musitó un juramente y trató de retomar el hilo de lo que estaba diciendo. Ella tenía que comprenderlo, aunque para ello tuviera que repetírselo todo mil veces. Nadie volvería a llamarlo nunca rata. Él se había portado del modo más honorable posible. Pero sabía que Bella jamás lo vería así.

—¡Maldita sea, Bella! —exclamó frustrado ante su necesidad de sexo y de comprensión—. Tú no estabas allí, no sabes cómo ocurrió.

—Pues cuéntamelo.

Edward observó los pechos de Bella subir y bajar y cerró los ojos, excitado. Ni siquiera recordaba por dónde iba. Pero cuando volvió a abrirlos fueron los suspiros de Bella, con los labios entreabiertos, los que llamaron su atención. Ella tenía muy mala opinión de él. Y eso era completamente injusto.

—¿Crees que no me negué, que no discutí? ¿Crees que no les dije que estaba enamorado de otra mujer? Pero ellos no hacían más que recordarme mi deber. Tanto su familia como la mía me presionaron. Dependían de mí, yo era la única persona que podía ayudarlos. ¡Tienes que comprender mi dilema! Se trataba de mi familia, de personas allegadas a mi familia. Se volvían a mí desesperados, en busca de ayuda. Yo siempre había admirado y respetado a Marco Vulturi. Es mi padrino, y en Grecia, ese es un lazo que nunca se toma a la ligera. Él es como un segundo padre para mí, yo lo quiero. Y ahí estaba, un hombre que siempre había estado seguro y orgulloso de sí mismo, destrozado, desesperado, rogándome que me casara con su hija para borrar la vergüenza.

Edward se pasó una mano por los cabellos recordando. Había buscado otra solución alternativa para el problema, pero había sido inútil. Luego continuó:

—Fue una pesadilla. Y mientras tanto no dejaba de oír a Heidi, que lloraba en la habitación de al lado. ¡Era casi una niña, Bella! Luego la mandaron salir, para ver si ella podía convencerme. Ella se arrojó a mis pies y me suplicó que accediera. Jamás había visto a nadie tan histérico. ¡Llevaba un cuchillo en las manos, Bella! Ni siquiera sabía si iba a cortarse las venas, o si iba a matarme a mí. ¿Te has visto alguna vez en una situación parecida?, ¿alguna vez has tenido en tus manos la vida de alguien?, ¿cómo volverle la espalda? De haberlo hecho, habría perdido el respeto de mi padre, de un padre al que siempre he adorado y venerado. Y habría perdido a toda mi familia, Bella, habría destruido a la gente a la que amo. Además, Heidi podría haber cumplido su amenaza…

Edward se interrumpió, recordando gráficamente cada una de aquellas escenas del pasado: la desesperación, la ira, la lástima…

—Y el bebé, Bella —continuó acaloradamente—. Heidi amenazó con abortar, si no me casaba con ella. No pude soportarlo. No quería ser responsable de la muerte de un bebé.

Bella estaba callada, su expresión reflejaba comprensión. Alargó una mano y acarició su frente.

—Pudiste decírmelo entonces.

—No, no podía. De haberte visto, jamás habría podido separarme de ti. Cuando accedí, comprendí que tenía que alejarte de mí para el resto de mi vida. Por el bien del bebé. Prefería pensar que me odiabas. De otro modo, habría cambiado de opinión. Tenía que convencerme a mí mismo de que, con el tiempo, amaría a Heidi y a su hijo.

—¿Y fue así?

—No, aunque lo intenté. Bueno, sí quería a Jane, al principio. Pero Heidi siempre se mostró muy difícil. Era mi esposa solo de cara a la galería.

Edward cerró los ojos recordando. Aquella época había sido espantosa. Siempre tratando de calmar a Heidi, histérica por cualquier cosa, lanzando objetos por los aires.

—Edward… —lo llamó Bella tocando su rostro, inquisitiva.

—Soy el primogénito, era mi deber.

—Tu deber —repitió Bella—. Pero la idea no te emocionaba, precisamente.

—No —confesó Edward—. Fue un infierno. Pero hasta ahora la situación jamás ha afectado a Nessie. Para Heidi y para Jane, yo soy únicamente una billetera, pero a veces… ¡Dios, a veces no sé qué hacer! ¡Lo he liado todo! Debería haberlas dejado en paz, que vivieran su vida sin entrometerme, en lugar de imponer tantas reglas en la casa. Pero es duro ver criar a una niña de un modo tan salvaje, con valores tan diferentes a los propios.

—¿Y qué crees que valora Heidi por encima de todo?, ¿qué quiere de la vida?

—Dinero —contestó Edward sin vacilar.

—Amor, Edward —la corrigió Bella—. Eso es lo que buscamos todos.

Edward permaneció en silencio, pero asintió dándole la razón a Bella. Y luego, tras una pausa, contestó:

—Yo no podía dárselo. Podía darle un techo, seguridad, amabilidad, mi tiempo… pero no mi amor.

Bella comprendió entonces el parecido con su caso. Ella tampoco había tenido amor para Garrett, porque todo se lo había dado a Edward. Y por eso su matrimonio había fracasado.

—Deberías dejarla marchar. Mientras esté en tu casa, Heidi será incapaz de encontrar a su alma gemela. No es asunto tuyo cómo críe a su hija. Y, por otra parte, tú eres la razón de su histerismo. Ahuyentas a todo posible pretendiente.

—Sí, lo sé. Estoy decidido. Mañana por la mañana hablaré con Heidi. Voy a sugerirle que se vaya a vivir a casa de su padre. Ha ido a verlo unas cuantas veces, y parece que él y su nueva esposa se alegran mucho de verla. Sobre todo si Gia la acompaña. Les preguntaré qué opinan. Heidi siempre está tranquila, cuando está con Gia. El único problema es que voy a perder a mi ama de llaves, pero la mujer del guarda puede echarme una mano. Trabaja en el campo, pero me ha preguntado muchas veces si no sé de algún otro empleo. Le preguntaré. Seguro que se pone muy contenta.

—Echarás de menos a Gia —repuso Bella.

—Sí, echaré de menos sus galletas, pero me vendrá bien perder peso —sonrió Edward—. Es cierto, la echaré de menos.

—Siempre puede visitarte —sugirió Bella. Era difícil creer que ella pudiera mostrarse tan generosa, pensó Edward acariciando su cabello—. Oh, Edward…

Bella contempló su rostro. Aquel era el hombre al que había amado, el hombre al que había perdido. Y, después de tanto tiempo, seguía siendo el mismo. Había sacrificado la felicidad de ambos por el bien de una adolescente asustada y de su hija, y finalmente lo lamentaba. Bella quería borrar todo aquel sufrimiento. La situación había cambiado por completo. Él no era un desalmado, todo lo contrario. Y aún lo quería. Lo amaba con toda su alma, profundamente. Por unos instantes, Bella abrió su corazón como una flor. Pero de inmediato lo cerró, comprendiendo que tenía que protegerse. Quizá Edward la hubiera amado, quizá aún la deseara, pero su opinión de ella era lamentable.

—Bella —murmuró él seductor.

—El té, se está quedando frío.

—Al diablo con el té.

—Esto no cambia nada.

—¿En serio?

—No —contestó Bella mordiéndose el labio, haciendo caso omiso de sus caricias en los brazos, de sus miradas seductoras.

Bella comprendió que debía apartarse, de modo que trató de soltarse, pero Edward la retuvo. De pronto él la besaba, ignorando sus protestas, estrechándola contra sí con una mano mientras acariciaba su muslo desnudo con la otra. Horrorizada, Bella se soltó y dijo lo primero que se le ocurrió:

—Tengo que llamar a Félix.

—Después.

—No, por favor, Edward.

—¿Por qué estás tan desesperada?, ¿acaso no te basta conmigo?

—No es eso…

—Entonces, ¿qué es? Si ofreces tus favores libremente…

—¡Eres un bruto! —gritó Bella incrédula, consiguiendo apartarse por fin, rabiosa y excitada—. Jamás has creído en mí. A tus ojos, no soy más que una criminal sin moral alguna…

—Exacto.

—Crees que me acuesto con el primero que pasa…

—¡Sí!

—¡Bueno, pues te equivocas en las dos cosas! —gritó Bella—. Félix es solo mi abogado y mi amigo…

—Pero se queda a pasar la noche contigo.

—Solo una vez, porque estaba desesperada —lo corrigió Bella—. Y se fue a las tres. Él me consoló y…

—¿Crees que es inocente?, ¿no ha intentado hacer el amor contigo?

—¡No!

—¿Jamás te ha tocado?

—Mmm…

De pronto Edward la levantó en brazos y atravesó con ella acuestas el salón antes de que Bella pudiera siquiera protestar.

—¡Él te besa, te toca, así que yo también puedo hacerlo! —exclamó Edward en mitad de la habitación, haciendo una pausa para inclinar la cabeza y besarla, prendiendo así la llama con más fuerza que nunca.

Bella trató por todos los medios de reunir energías, de resistirse en lugar de dejarse llevar, y por fin, pudo gritar:

—¡No me trates así!, ¡no tienes derecho!

Los ojos de Edward brillaron. Por toda respuesta, él continuó besándola con más ternura y dulzura que antes, hasta partirle el corazón a Bella. Y, sin dejar de besarla, haciéndola soñar en lo que pudo haber sido, Edward continuó caminando en dirección al dormitorio.

Se sentía como borracho. No podía creer que estuviera actuando así. Pero no podía soportar la idea de que Sefton estuviera con ella. Edward sintió que Bella lo abrazaba y suavizó la presión de su beso, que había vuelto a convertirse en un acto salvaje. Lentamente besó su cuello, incapaz de comprender cómo ella lograba excitarlo hasta hacerlo reventar. Pero las emociones estaban ahí. Lástima, ira, compasión, celos. ¡Dios, cuántos celos! ¡Y aquel enfebrecido deseo! Ver los ojos de Bella entreabiertos le aceleró el pulso. Besó pausadamente sus dos párpados y disfrutó escuchando los gemidos que ella profería. De pronto Edward chocó contra la cama, cayendo sobre ella con Bella.

—Dime que pare —dijo él con voz ronca, cubriendo el cuerpo de Bella con el suyo.

—Para —susurró ella con voz lánguida.

—No resulta convincente.

Lentamente, Edward acarició la cintura de Bella metiendo los dedos por dentro de la falda. Ella se revolvió y suspiró, y él la hizo prisionera con los brazos mientras la besaba y escuchaba sus jadeos de placer. Las piernas de Bella envolvieron el torso de Edward, pero al mismo tiempo ella no dejaba de suplicarle que parara.

Así que paró. Bella parpadeó, desilusionada. Edward esperó, conteniendo la respiración, con ojos llenos de deseo. Bella trató enfebrecida de pegarlo, olvidando que al mismo tiempo lo tenía prisionero con las piernas. Luego musitó algo llena de ira, y por último se abalanzó sobre él en la cama rodando, besándolo y gimiendo, enredándose en él sedienta, mientras labios, piernas y manos se revolvían desatando el deseo.

Bella se revolvió bajo él, con ojos ardientes, provocando en Edward un increíble abandono. Él la sentía en todas partes: en las mejillas, acariciándolo con el pelo, en el cuello, besándolo con labios seductores. El corazón de Bella latía fuertemente contra su torso.

Quería devorarla por completo, tomarla por entero, hacerla suya. Borrar a todos los otros hombres que ella hubiera conocido y dejar en su memoria solo el recuerdo de su propio cuerpo, de su boca, del placer que podía procurarle.

—Te deseo tanto… —dijo él.

Bella abrió la boca, pero su garganta no emitió ningún sonido. Así que Edward la besó. Había derribado toda resistencia, su boca la poseía, su mano acariciaba el muslo desnudo hasta encontrar en la parte alta su carne sedosa y húmeda.

Bella gritó, gimió demostrando su deseo. Sus cuerpos se revolvían. Ella arqueó la cabeza y él acudió solícito a besarle el cuello. Y luego la levantó, la estrechó y se intoxicó de ella, incapaz de otra cosa que seguir su propio y crudo instinto. De pronto, bruscamente, Edward tiró de la camiseta de Bella y la desnudó, quitándose también él la camisa.

Piel contra piel. Ambos oían los latidos de sus corazones en los oídos. Sentirla, sentir su suavidad… Bella se retorció seductoramente varias veces, haciendo que sus pezones acariciaran el torso de Edward.

—Bésame —gimió después, ofreciéndole los pechos.

Todas las células del cuerpo de Edward reaccionaron. Con un gemido visceral, profundo, él inclinó la cabeza y tomó un pecho con la boca. Bella dejó que él la lamiera y saboreara mientras se aferraba a los cabellos de Edward y lo observaba cerrar los ojos.

—El otro —ordenó Bella tomando la cabeza de Edward entre las manos, sin miramientos, y llevándola al otro pecho—. Tócame otra vez —añadió en un susurro.

Pero en lugar de obedecer, Edward tomó la mano de Bella y la guió por su cuerpo masculino, tratando de satisfacer su necesidad. Y ella comprendió. Siempre lo había comprendido. Sabía qué tenía que hacer, y sabía que entre ellos se había desatado algo que ningún hombre, ni siquiera Edward, era capaz de dominar.

Al sentir el primer contacto, Edward suspiró y se apartó, con ojos llenos de pasión. Lentamente desabrochó los botones de la falda de Bella y bajó la escasa ropa interior centímetro a centímetro, acariciando la piel de sus muslos. Por un breve instante enterró el rostro en el triángulo dorado de vello de Bella, prometiéndose a sí mismo gozar de él. Bella jadeó y gimió llena de placer, mientras él besaba aquella carne dulce.

Entonces él se quitó el cinturón, y Bella se levantó. Su cuerpo parecía envuelto en niebla. Era como si Edward tuviera un velo delante de los ojos. Ante él, el cuerpo de Bella brillaba bello y dorado en su desnudez. Edward observó a Bella quitarle el resto de la ropa, Jadeando y gimiendo, llamándolo por su nombre. Él estaba de rodillas, desnudo ante ella también. Bella tomó su cuerpo viril entre las manos, pero Edward no podía esperar.

—No, te quiero a ti.

—Edward…

—¡Ahora!

—¡Oh, sí! —gritó ella obligándolo a recostarse, arqueándose por encima de él, exigiendo su boca, guiándolo, ayudándolo a deslizarse dentro de aquel paraíso.

—¡Bella!

Edward ni siquiera supo en ese momento si había gritado su nombre en voz alta o no. Tampoco le importaba. Una seda líquida lo abrazaba cálida, apretada, exquisitamente. Cada dulce movimiento era un tormento. Pero Bella no deseaba hacerlo con delicadeza. Sus manos lo agarraban por el trasero urgiéndolo a penetrarla con fuerza.

Entonces Edward tomó el control. Había deseado producirle un placer lento y sensual, volverla loca de deseo. Pero era demasiado. Las bocas de ambos estaban unidas, el ritmo se incrementó. Embestidas largas, salvajes, profundas, borraban todo recuerdo de la mente de Edward, que solo podía sentir que ambos estaban unidos como un solo ser, y desear que jamás volvieran a separarse.

Las lágrimas mojaron el rostro de Edward. «Bella, Bella, Bella», gritaba su corazón dolido mientras ella pronunciaba su nombre una y otra vez, jadeando, contra su boca, lamiendo esas lágrimas que Edward ni siquiera sabía de quién eran. Las sensaciones estallaban en su cuerpo como si se tratara de un volcán, saltando cada vez más alto, procurándole un sentimiento de libertad y satisfacción inmensos, mientras ambos gritaban y rodaban por la cama. Los movimientos comenzaron a hacerse cortos, rápidos, enérgicos. Sus voces, roncas. Los besos, salvajes. Las manos, frenéticas. Estaba ocurriendo. Fluía por su cuerpo como un torrente, llamas de fuego quemaban su piel, electrificaban cada poro.

—¡Bella, Bella! —gritó él.

Bella permaneció en silencio, estremeciéndose, sacudiéndose, con una sonrisa feliz en el rostro. De pronto Edward comprendió que había vuelto a la Tierra, aunque sus cuerpos siguieran unidos. Y así quería permanecer, en el lugar más caliente y dulce del mundo. Junto a la mujer más dulce del mundo. Edward sonrió. Ella suspiró profundamente y cerró los ojos. Lentamente él se reclinó sobre la cama para que Bella no tuviera que soportar su peso, acercando la cara a la de ella.

Su mente no debía funcionar correctamente, pensó Edward recapacitando sobre lo que acababa de desear, en silencio. Confuso, levantó la vista y la miró. Aquel deseo era solo producto del sexo. Nada más. Entonces se apartó.

—No te vayas —murmuró ella incoherentemente, en una vaga protesta.

Pero Edward sentía ya el frío del hielo en su corazón. Giró, se sentó al borde de la cama y se restregó los ojos con las manos. Estaban mojados, llenos de lágrimas de… alguien. Por eso tenía la vista nublada. Y apretaba los dientes. Necesitaba pensar. Aún tenía el pulso acelerado, pero recuperaría la calma. Miró en dirección a la puerta del baño.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Bella.

—Voy a ducharme.

Bella musitó algo, demostrando su propia confusión. Edward caminó a tientas y abrió el grifo del agua fría. Respiró hondo y entró en la ducha. Hubiera debido ducharse mucho
antes. ¿Cómo era posible que se hubiera comportado así? Las gotas de agua fría, como agujas, lo despertaron. ¿Qué clase de hombre le hacía el amor a una mujer a la que despreciaba?

Heidi tenía razón. Aquella era la mujer que había destruido a su familia sin preocuparse por las consecuencias, sin pensar en la pobre gente a la que había dejado sin nada. Recompensar a toda aquella gente le había costado a su padre muy caro. Tanto, que su muerte se había acelerado, mientras él trabajaba dieciséis horas al día, tratando de recuperar la fortuna familiar. Edward dio un puñetazo sobre la palma de la mano. Aquella era la mujer que había conducido a su hermano a una muerte violenta. Y él acababa de hacerle el amor.

—¡Vas a pillar un resfriado!

Edward levantó la vista. A través de la cortina de agua pudo ver el incomparable cuerpo de Bella envuelto en una toalla. Ella lo miraba sorprendida, mientras probaba la temperatura del agua. De pronto Edward descubrió que estaba temblando, y salió de la ducha con ojos negros y amenazadores. Bella dio un paso atrás.

—No me importa —contestó él agarrando una toalla.

—¡Edward! —exclamó ella, atónita.

—Ya está hecho. Ha sido un error, pero no hay vuelta atrás.

Hubiera querido hacerle daño, vengarse. Borrar su deseo de ella, recuperar su propia estima, arruinada minutos antes en la cama revuelta. Quería que ella viera el odio en sus ojos, así que declaró, levantando la cabeza, imitándola en tono de burla:

—Se nos ha ido un poco de las manos, ¿no?

—Vístete y márchate —susurró ella.

—Será un placer.

Bella se marchó. Edward la escuchó derrumbarse sobre la cama. Y se preguntó si se
encontraría bien. Así que asomó la cabeza para comprobarlo. Bella era una adulta. Sabía cuidar de sí misma, y sabía hacerlo muy bien. Entonces Edward recordó que su ropa seguía en el dormitorio. Al recogerla de los sitios más distantes e insospechados, miró subrepticiamente hacia la cama. Bella estaba acurrucada, hecha un ovillo. Exactamente igual que Nessie. Por un segundo su corazón se enterneció. Estaba muy quieta, se tapaba el rostro con las manos.

—Estás tumbada encima de mi camisa —dijo él con frialdad. Bella no se movió. Edward se vio obligado a removerla. Estaba temblando—. Bella…

—¡Vete!

—¿Necesitas alguna medicina o algo?

—Sí, necesito amor —declaró Bella sentándose bruscamente en la cama, con ojos de fuego—. Necesito a un hombre que no me utilice. Ni siquiera sabes lo que has hecho, ¿verdad, Edward?, ¿a qué no?

—Sí. ¿Y tú?, ¿o es que crees que tú no has tenido culpa en lo que ha ocurrido?

—No… —musitó ella tapándose la cara con las manos.

—Mírame —ordenó él apartándole las manos.

Bella lo hizo, y Edward deseó no habérselo ordenado. Sus ojos estaban llenos de reproches, le hacían sentirse avergonzado de sí mismo. Edward esbozó un gesto de impotencia. No entendía lo que le estaba ocurriendo, solo sabía que no podía estar cerca de nadie más que ella.

—La verdad, Bella, es que nos estamos destruyendo el uno al otro. Esto no puede seguir así. Tenemos que separarnos o…

—¿O qué?

—Olvidarnos el uno del otro. Jamás habrá un término medio para nosotros, Bella. Tú lo sabes, y yo lo sé. Así que… o en mi cama, o fuera de este país. La elección es tuya.

—¡No… no puedo marcharme! Nessie ni siquiera sabe…

—Has visto a tu hija, sabes que está bien. Ya resolveré de algún modo su necesidad de padre y madre.

—¿Qué?

—No sé cómo, pero… —Edward no podía creer lo que estaba diciendo, no podía creer que la estuviera obligando a marcharse, cuando todo el cuerpo le dolía de puro deseo—. Haz lo que debes, y toma el primer avión. Llama por teléfono a Sefton, y vete con él —añadió rabiando de celos—. Está desesperado por darte lo que más quieres. Eso, si es que no lo ha hecho ya.

—Pero… ¿qué te pasa a ti con Félix? —gritó ella—. ¿Es que estás celoso, o qué?

—Sí —gritó Edward agarrándola de los hombros—. No quiero que nadie te toque, excepto yo. Me pone enfermo pensar que otro hombre pueda hacerte el amor. Mi deseo de ti es una verdadera tortura, me degrada…

—¿Y si yo fuera inocente? —preguntó ella con amargura.

—Pero no lo eres.

—¿Y si lo fuera?

—No tiene sentido discutirlo. Quiero que te marches de aquí mañana por la mañana. Haz los preparativos.


Era duro alejarse de ella. Los pies no le respondían, ni ninguna otra parte del cuerpo. Pero por fin Edward salió del dormitorio, mientras las palabras de Bella resonaban aún en su mente. «¿Y si fuera inocente?» Edward respiró hondo y se estremeció, tratando de olvidarlo. De ser cierto, las consecuencias de ese hecho resultaban tan alarmantes que ni siquiera se atrevía a considerarlo.




6 comentarios:

  1. Te vas a dar de topes edward cuando todo se sepa
    Yenni quiero mas soy viciosa

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  2. Yo también soy una adicta. Y qué pasó con la cicatriz? Es que no la vió....

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    1. Siiii, yo también pensé en la cicatriz??? K onda???... China... Danos mas cap!!!

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  3. ¿Por qué demonios se niega a considerarlo siquiera?

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