Capítulo 3/BCEP

ISABELLA

Isabella colgó el teléfono. Era como un sueño. El día anterior, el First Commerce le había dicho que tendría que esperar varias semanas. Y ahora la llamaba el Jefe de Recursos Humanos ofreciéndole el trabajo, y encima, en sábado. Se preguntó durante un instante si Edward había intervenido, pero lo descartó inmediatamente. Habían hablado la noche anterior y no habría tenido tiempo de hacerlo. El puesto cumplía todas sus expectativas y más. Y lo mejor de todo era que querían que comenzase enseguida. El lunes se tenía que presentar.
Ello le dejaba el fin de semana para acabar de organizar la casa, cocinar dos o tres cenas para dejarlas congeladas y... encontrar una canguro para Emmett. Se lo hizo nudo en el estómago.
¿Y si no encontraba a nadie? ¿Qué haría? Intentó calmarse. Seguro que habría montones de adolescentes que querrían ganarse un dinerillo cuiJasperdo niños. Lo importante era encontrar la adecuada. Y tendría que comenzar enseguida.
Isabella fue hacia el teléfono y marcó el número de Tanya, cruzando los dedos. Media hora más tarde; lanzó un suspiro exasperado. ¿Es que todo el mundo se había ido al partido? Emmett le había comentado que el partido de béisbol entre los ex alumnos y los alumnos del último cuso del instituto era un gran acontecimiento, pero hasta aquel momento no se había dado cuenta de la importancia que tenía.
Miró la hora. El partido ya estaría terminando. Si iba a la cancha, seguro que se lo podría pedir en persona a Tanya, y si no, al menos se encontraría con Emmett, que se había ido a ver el partido con Matt y su familia. Sin perder las esperanzas de conseguir una canguro antes de que acabase el día, Isabella se dirigió a la puerta.
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Las gradas estaban llenas y ambos equipos seguían jugando cuando Isabella llegó a la cancha de béisbol. Vio a Tanya y sus amigas flirteando con un par de jugadores y decidió que quizá aquel no sería el mejor momento para aproximarse a ellas. Aunque no era una fanática de los deportes, decidió esperar mirando  el partido. Se hizo sombra con la mano en los ojos y miró las gradas, localizando finalmente un asiento vacío hacia la mitad.
Comenzó a subir los escalones, sin prestar atención a las miradas de curiosidad. Aunque llevaba un mes en Lynnwood, no había salido demasiado. No  se consideraba una cobarde, pero le resultaba embarazoso encontrarse con gente que conocía de antes y que no la reconocía. Y cuando lo hacían, a veces deseaba que no lo hiciesen.
La señora Russel, la cajera de A&P, usa mujer delgada, le había anunciado a medio supermercado que «aquella muchacha era realmente gorda, y que mirasen el cambio». El cajero del banco dijo que era imposible que Isabella fuese la nieta de la señora Watson, porque aquella niña era «decididamente obesa y nada bonita».
Quizá eso tendría que hacerla disfrutar de la nueva situación, pero no era así. La avergonzaba pensar lo que todos habrían estado pensando y diciendo a sus espaldas.
Isabella oyó las palabras de Edward como si hubiese sido el día anterior y  las risotadas de sus amigos.
—Como si a mí me interesase tener algo que ver con ella. 
El corazón se te encogió al recordarlo.
El ruido de un bate contra la pelota la sacó de su ensueño. La multitud se puso de pie y vitoreó el tanto. Isabella se dio la vuelta a tiempo para ver a Edward acabar de dar la vuelta al diamante. Sus compañeros lo rodearon.
Isabella movió la cabeza mientras seguía subiendo. ¿Cómo lograba hacerlo? Su home run había hecho que su equipo se adelantase en el marcador. Era el hombre del momento. Nuevamente.
Siempre había sido popular, leyó el discurso en nombre de los alumnos cuando acabaron el instituto, fue el presidente del último curso, también jugaba al fútbol... Isabella lanzó un profundo suspiro, se sentó al final de la grada y sonrió a la niñita que tenía al lado.
—¿Cómo estás?—le preguntó.
—Tengo tres —dijo la niña, levantando tres dedos con orgullo.
—Kaela, la señora no te ha preguntado cuántos años tienes —la corrigió con cariño su madre—, sino cómo estás. Dile: «Bien».
La niña inclinó la cabeza y retorció tímidamente un botón de su camisa de un brillante color anaranjado.
—Bien —dijo.
Isabella le sonrió y volvió la mirada hacia la madre de la niña. Mirándola con más detenimiento, se dio cuenta de que la conocía. Rápidamente retiró la mirada, pero no coa suficiente rapidez.
—¿No fuimos a la escuela juntas? —dijo la madre—. Soy Missy Campbell. Mi apellido de soltera era Andrews, Missy Andrews. ¿Recuerdas?
¿Cómo no iba a recordarlo?
Un cuchillo se le retorció en el pecho a Isabella. Popular y rodeada siempre de amigos, Missy Andrews representaba todo lo que Isabella hubiese deseado ser.
—¿Y tú eras...?
—Bella Swan —dijo Isabella, sintiendo que tenía diecisiete años y era gorda y patosa otra vez.
Le dio rabia que la inseguridad la hubiese hecho dudar con las palabras y decir sin pensar su antiguo nombre.
—La vecina de Edward Cullen —sonrió Missy, asintiendo con la cabeza—. Me parecía que eras tú, pero no estaba segura. Estás tan diferente…
—Bueno, han pasado diez años —dijo Isabella, retándole importancia.
—Estás fabulosa —dijo Missy—. Totalmente distinta de la Bella que recuerdo.
—Ahora prefiero que me llamen Isabella —forzó una sonrisa.
—Estupendo —dijo Missy con una cabezadita de aprobación—. Te queda bien. Yo también estoy pensando dejar el apodo. Aunque todavía me faltan un par de años para llegar a los treinta, no me veo con treinta años y llamándome Missy.
—Yo me lo cambié al acabar el instituto —dijo Isabella—. Cuando vivía en la capital, todos me conocían por Isabella, pero aquí todo el mundo insiste en llamarme Bella.
—Dales tiempo —dijo Missy—. Ya se acostumbrarán. Por cierto, ¿cuánto tiempo llevas en Lynnwood? Me sorprende no haberme cruzado contigo hasta ahora.
—Llevamos aquí poco menos de un mes —dijo Isabella.
—¿A tu esposo lo trasladaron aquí? —preguntó. Missy con lo que parecía genuino interés.
—No, en realidad se trata de mi hijo y de mí. Hace tiempo que es así—dijo Isabella.
Aunque llevaba años diciéndole a la gente que se había casado al acabar el instituto, se había quedado embarazada y luego divorciado, por algún motivo no pudo volver a decir la vieja mentira una vez más.
—También nosotras somos dos. Kaela y yo —dijo Missy, despeinando los rizos de su niña con la mano—. Derek y yo nos separamos definitivamente el año pasado. Habíamos estado viviendo en Kansas City, aunque después de la ruptura decidí volverme al pueblo. No estaba segura de sí saldría bien, pero Edward y  mis viejos amigos me han ayudado mucho.
—¿ Edward? —dijo Isabella, coa la garganta agarrotada.
—Edward Cullen —dijo Mtssy—. Sé que vosotros no erais demasiado amigos; pero no dirás que no lo recuerdas.
—¿Recordar a quién? —dijo una voz grave junto a Isabella, haciéndole darse la vuelta—. Hola, Isabella —dijo Edward en voz baja, y sus ojos se cruzaron con los de ella antes de que los hombros desnudos atrajeran su mirada. La piel de Isabella se encendió.
—Tío Edward —exclamé Kaela corriendo a abrazar las rodillas de Edward.
—Hola, princesa —dijo Edward, levantándola en sus brazos—. Pareces una calabaza con esa ropa.
La niñita lanzó una alegre carcajada y Isabella no pudo evitar sonreír.
—Se ha portado muy bien —dijo Missy, mirando a Edward con una cálida sonrisa—. Las dos gritamos cuando hiciste el home run. Si estuviese todavía en el instituto, me levantaría y dirigiría a las animadoras para que te vitoreasen.
Isabella sintió arcadas. Y pensar que durante un momento había pensado que Missy estaba cambiada. Se puso de pie.
—Será mejor que me vaya. Como comienzo a trabajar el lunes, no me queda demasiado tiempo para organizarme, incluyendo la búsqueda de una canguro.
Edward le lanzó una mirada interrogante y luego comprendió.
—Has conseguido el empleo.
Usa sonrisa iluminó las facciones de Isabella, a pesar de que hizo todo lo posible por reprimirla.
—El Jefe de Recursos Humanos del First Commerce me ha llamado esta mañana.
—En horabuena —dijo Edward—. Es estupendo. Sabía que todo saldría bien.
—Sí, felicitaciones —lo coreó Missy, poniéndose de pie. Se acercó a él y se colgó de su brazo—. ¿Estás listo para el picnic? Kaela y yo estamos que nos morimos de hambre.
Aunque Edward no se separó de ella, la mirada confundida que le dirigió a Missy indicó que él no sabía cómo interpretar su comportamiento posesivo. Pero Isabella sí que advirtió que Missy estaba marcando su territorio e indicándole a ella que se retirase.
Casi te dio un ataque de risa al pensaren Missy Andrews sintiéndose celosa de ella. Si alguien tenía que sentirse celosa, era Isabella. Pero no lo estaba, porque los celos implicarían que ella quería a Edward Cullen. Y ella no lo quería. En su vida, no. Y mucho menos en su corazón.


EDWARD


Edward esperó hasta que Missy y Kaela estuviesen seguras dentro de la casa para irse. Aunque Lynnwood era una comunidad sin problemas de seguridad, Missy estaba segura de que su ex marido la había seguido mientras hacía compras en Kansas City durante el fin de semana. Desde entonces tenía miedo. Cuando Missy le pidió que entrase, él casi accedió, hasta ver el brillo de sus ojos y darse cuenta de que su invitación tenía mucho más que ver con la soledad que con el miedo a su ex marido.
Al igual que él, Missy sabía que no estaba preparada para una nueva relación. Y, aunque ella lo estuviese, Edward no tenía interés en ello. Era una buena amiga y él adoraba a su hijita, pero hacía rato que se había extinguido el fuego que una vez hubo entre ellos.
Su hermana le decía que era muy exigente y que si quería una familia grande, como siempre decía, sería mejor que se pusiese a ello. Pero para Alice era fácil opinar. Desde el instituto sabía que Jasper era el hombre para ella. Se había casado con él cuando todavía ambos iban a la universidad y seguían juntos desde entonces. Edward quería aquel mismo tipo de amor, y si para ello tenía que ser exigente, pues prefería serio. Desde luego que no se iba a preocupar por ello. Había cosas mucho más importantes por las que preocuparse.
Recordó la alegría de Isabella con su nuevo trabajo.
No tenía que olvidarse de agradecerle su ayuda al amigo de su abuelo. Isabella necesitaba que le diesen un respiro. Aunque ella no había hecho ningún comentario al respecto, Edward sabía que la pérdida de su trabajo en la capital le había hecho perder la confianza en sí misma. Tener nuevamente trabajo era un paso para lograr recuperarla.
Lo siguiente era conseguirle la canguro. Cuando le había mencionado el nuevo trabajo de Isabella a su hermana, Alice le había dicho que la mayoría de las niñas de instituto que cuidaban niños estaban comprometidas con meses de antelación. Edward se detuvo en una luz roja y decidió que le daría tiempo hasta el día siguiente para encontrar una. Si no lo lograba, tendría que ver qué podría hacer para ayudarla, tanto si le gustaba a ella como sino.


ISABELLA 

En cuanto el pastor Williams acabó la última plegaria e impartió la bendición, Isabella tomó su bolso y se puso de pie, mirando la puerta más cercana. No tenía ninguna intención de quedarse charlando con Edward Cullen.
Pero, en su prisa por escapar, se olvidó de que Edward se encontraba en el extremo del banco. Cuando ella hizo ademán de salir, él se puso de pie y se dio la vuelta hacia ella.
—Buenos días —le dijo, y la expresión de sus ojos le indicó a Isabella que él se había dado cuenta de que estaba lista para salir corriendo y le bloqueaba la salida a propósito—. Qué sorpresa encontrarte aquí.
—Entonces, somos dos los sorprendidos —dijo Isabella—. Hubiese jurado que  tú y tu familia ibais a la iglesia metodista de la calle Elm.
—Cerró —dijo Edward—. Hace unos cinco años.
Isabella estuvo a punto de preguntarte por qué habían elegido la iglesia en la que se hallaban, pero se contuvo a tiempo. No quería hablar con Edward un minuto más de lo necesario.
—Sí, eso sería genial —dijo Emmett con entusiasmo—. Total, íbamos a comer fuera. Isabella dirigió la mirada a su hijo.
—¿Qué pasa?
—Que Matt nos invita a comer con su familia —dijo Emmett—. ¿No te parece genial?
—Lo siento —dijo Isabella, pensando rápidamente—, pero no podemos. Tengo que hacer unos recados...
—Pero también íbamos a comer antes —dijo Emmett, lanzándole una mirada de ruego a su amigo.
—Poorfaaa, señora Swan —dijo Matt—. Comeremos salchichas y ensalada de patatas y todo eso.
—Estoy segura de que estará todo delicioso —murmuró—, pero...
—Mi madre ha hecho una tarta —añadió Matt—. Con baño de chocolate.
—Es mi preferida —dijo Emmett—. Porfi, mami.
Isabella miró primero una carita de ruego y luego la otra esperanzada. Quería que su hijo tuviese amigos y Matt era un niño encantador, pero también era el sobrino de Edward.
—Nos encantaría que vinieses —dijo Alice Cullen, que había estado hablando con su esposo y se dio la vuelta para esbozar una cálida sonrisa—. Es una pena que lleves tanto tiempo en el pueblo y todavía no hayamos podido vernos.
—No querría ser un incordio.
—Alice siempre hace comida suficiente para un regimiento —terció su esposo—Nos harías un favor si vinieses. De lo contrario, nos tendrá a sobras el resto de la semana.
Isabella miró a Alice y Jasper. Nunca lo comprenderían si les dijese que no.
—Es ese caso —dijo, haciendo un esfuerzo por sonreír—, muchas gracias por la invitación.
—Estupendo —dijo Edward detrás de ella y Isabella se dio cuenta con un sobresalto de que todavía se hallaba allí—. Así que vayamos a preparar la parrilla.
—¿La parrilla? —dijo Isabella, y el corazón le dio un vuelco.
—¿No lo sabías? —preguntó Edward con expresión inocente—. La comida del domingo toca en mi casa esta semana
—¿Tú cocinas? —preguntó Emmett, con expresión de asombro, como si Edward hubiese dicho que podía volar.
—Desde luego —dijo Edward con una carcajada, revolviéndote el pelo—. ¿Quieres ayudarme, y así te enseño?
—De acuerdo —respondió el niño rápidamente.
—¿Puedo yo también, tío Edward?
—Por supuesto que puedes —dijo Edward, dirigiendo una mirada insinuante a Isabella—. Me vendrá bien toda la ayuda posible.
Isabella levantó la barbilla y le lanzó una fría mirada. No tenía ninguna intención de confraternizar junto a la parrilla. Ni ese día, ni nunca.
Edward sonrió apenas, como si encontrase divertida la situación.
—Estoy aparcado en el frente. ¿Por qué no os venís en el coche conmigo?
—No, gracias —sonrió Isabella corsamente—. Tengo mi coche en el aparcamiento.
—Ya lo sé —dijo él—, pero os puedo llevar igualmente. Así nos podremos poner al día.
—Iré en mi coche.
—Os traeré cuando queráis.
Ni siquiera se sintió tentada. Imaginaba que Emmett querría quedarse un rato más jugando cuando llegase el momento de irse. Y entonces, estaría sola con Edward durante el camino de vuelta.
—Yo voy contigo —dijo Emmett, con una sonrisa entusiasta.
—Estupendo —dijo Edward—, si a tu madre le parece bien.
—¿Me dejas, ma? —preguntó Emmett, mirándola.
«No», quiso decirle. No quería que Emmett se acercase ni a medio metro de Edward. Pero se contuvo. Hacía tiempo que había aprendido a buscar el momento. Después de todo, solo se trataba de que lo llevase en el coche. Emmett no le estaba pidiendo ir de paseo como padre e hijo.
—¿Isabella? —preguntó Edward.
—Asegúrate de que  se ponga el cinturón —dijo Isabella, y Emmett lanzó un grito de alegría.
Isabella tuvo que contenerse nuevamente.
Primero, sentarse junto a él en la iglesia. Luego, comer en su casa. ¿Qué sería lo siguiente? Levantó la barbilla. Nada, desde luego.
Porque cuanto más lejos se mantuviese de Edward Cullen, mejor para todos.



EDWRAD

Edward dio la vuelta a las hamburguesas que quedaban y bajó el fuego. Entre las salchichas que los niños habían querido repetir y el pollo, que su abuela le pidió que hiciese de una forma especial, no se había movido de la parrilla.
Y todo el tiempo deseando hablar con Isabella. Tenía la sensación de que ella lo estaba evitando, lo cual no tenía sentido si pensaban lo amigos qué habían llegado a ser.
Lo cierto era que habían sido amigos íntimos hasta la noche de la fiesta de graduación. Sintió un ramalazo de culpa. Lo sucedido en el armario fue culpa suya. Pero no lo había hecho deliberadamente. Dios sabía que jamás se había aprovechado de nadie. Nunca planeó robarle la inocencia.
Edward dejó la espátula y su mirada se perdió en la distancia mientras recordaba...

—Eh, mira quien ha venido —dijo Ron Royer, lanzando un aullido—. Y nada menos que con pareja.
Chip Linderman miró, pero Edward ni siquiera levantó la vista.
—No es ninguna novedad —dijo, tirándose de los puños de la camisa—. Yo vi a Missy hace diez minutos.
Edward se preguntó por qué habría dejado que Chip y Ron lo convenciesen de ir sin pareja a la fiesta. Era verdad que se había peleado con Missy, pero siempre se estaban peleando. Lo único que tendría que haber hecho era mandarle flores para que ella volviese a sus brazos en menos de lo que canta un gallo. Pero quería demostrarle que estaba cansado de sus jueguecitos. Y, finalmente, el perjudicado era él.
Missy tenía acompañante. Él tenía a Chip y a Ron.
—No me refiero a Missy —dijo Ron al tiempo que fe daba un codazo y señalaba con la cabeza—. Echa un vistazo.
Edward dirigió la mirada a la entrada del gimnasio, no porque estuviese interesado en quién aparecería, sino porque sabía que Ron no cejaría hasta que lo hiciese.
—Oh, Dios, si es Bella —dijo, sorprendido.
—Sabía que te sorprenderías —dijo Ron con una sucia sonrisa.
—No me lo puedo creer —dijo Chip, abriendo mucho los ojos—. Hasta Bella, la gorda, tiene pareja.
—No la llames así —dijo Edward, observando con detenimiento. ¿Con quién estaba? ¿Y por qué no fe había dicho que iría a la fiesta?—. ¿Quién es? No lo conozco.
—Obviamente, algún imbécil —dijo Ron en tono despectivo—. Mira la ropa que lleva.
Edward miró la camisa azul con pechera de puntillas que llevaba el chico con el esmoquin.
—Ella está pasable —dijo Chip a regañadientes.
Edward  la  volvió  a  mirar.  Chip  estaba  equivocado.  Bella  no  estaba   pasable. Estaba... hermosa.
Desde que la conocía, Bella siempre había llevado pantalones de chándal y camisetas enormes. Pero aquella noche, en vez de tener el cabello sujeto en una coleta, lo llevaba suelto sobre los hombros en suaves ondas. Y aunque su vestido no se le ajustaba al cuerpo como muchos de los vestidos que llevaban otras chicas, la delicada tela verde favorecía sus curvas y resaltaba el color  de sus ojos. Lo único que le faltaba era sonreír. Edward se dio cuenta de que la pareja de Bella parecía tener muchas sonrisas... para todas menos ella. Cuando el tipo la dejó sola para acercarse a hablar con Kammie Parker, una chica que no era ni la mitad de agradable que Bella, Edward frunció el entrecejo.
—Ese tipo es un imbécil —masculló—. Bella no se merece que la traten así.
—No sabía que te interesaba —dijo Ron, con expresión maliciosa.
Al ver el interés que había despertado en Ron, Edward se dio cuenta de que tendría que tener cuidado con lo que decía. Se encogió de hombros, fingiendo desinterés.
—Es mi vecina, eso es todo—dijo.
—A mí me parece que eso no es todo —dijo Ron, dándole un codazo a Chip—Creo que a Edward le gusta la gorda.
Edward apretó los dientes y se mantuvo callado porque sabía que el otro estaba borracho. Ron era un buen chico, pero se había entonado un poco demasiado para la fiesta y se le notaba.
—Me parece que hace tanto que Edward se llevó a alguien al huerto, que hasta una foca le parece guapa—siguió Ron.
Chip lanzó una risilla desagradable y Edward lo miró con enfado.
—Estáis diciendo tonterías, colegas. Voy a mirar a las chicas. 
—¡No te lo dije! —le dijo Ron a Chip, y sus risotadas lo siguieron mientras se alejaba.
Edward caminó entre la gente, hablando con sus amigos y viendo de vez en cuando a Bella y su pareja. Apenas una hora después de que el baile se iniciase, vio al chico salir por una puerta lateral. Solo.
Así que no se sorprendió cuando Ron lo detuvo después y le dijo que se había encontrado a Bella llorando en un pasillo. Ron ni se inmutó cuando Edward insistió que lo llevase hasta ella. Ron lo llevó entonces a una parte de la escuela tan alejada del gimnasio que ni siquiera se oía la música.
—¿Estás seguro de que ella está aquí? —preguntó Edward.
Una sensación de inquietud le subía por la espalda.
—No quería que nadie la viese —dijo Ron. Se detuvo delante de un armario donde se guardaba el material de deportes—. Está allí. Venga, háblale.
Edward titubeó. Sentía que allí había algo raro, pero no podía decir con exactitud lo que era.
—¿Edward, eres tú?—se oyó te voz de Bella desde dentro del cuartucho.
Olvidándose de sus sospechas, Edward entró en la habitación. Bella se hallaba de pie junto a una pila de cajas con expresión de ansiedad.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó acercándose a  ella.
—Iba a preguntarte lo mismo.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Ron me dijo que necesitabas hablar conmigo —dijo ella, retirándose un mechón de pelo del rostro— Insistió mucho.
De repente, Edward comprendió lo que sucedía. Se dio la vuelta, pero no fue lo bastante rápido. La puerta se le cerró en las narices y se oyeron unas risotadas del otro lado.
Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. La golpeó con el puño.
—¡Ron! ¡Esto no tiene gracia! —gritó—. ¡Déjanos salir!
—Que lo paséis bien —dijo una voz, que a pesar del grosor de la puerta de roble, Edward reconoció como la de Chip—. Hasta mañana.
—¿Mañana?  ¡Y  un  cuerno!  —dijo  Edward,  dándole  un  puntapié  a  la puerta—¡Abrid ahora mismo!
Del otro lado hubo silencio y Edward se dio cuenta de que estaban solos. Encerrados en un cuartucho de guardar materiales de deporte. Conociendo a sus amigos, sabía que no les abrirían hasta la mañana siguiente. Pero nunca se daba por vencido fácilmente.
—Si hacemos suficiente ruido, alguien nos oirá —le dijo a Bella, que tenía los ojos enormes de susto y la espalda apoyada contra una pila de cajas.
—Creo que no —dijo ella, negando con la cabeza—. Este cuarto está demasiado lejos de todo. Podríamos quedarnos afónicos sin que nadie se diese cuenta.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —preguntó Edward, pasándose la mano  por el pelo mientras se paseaba—. ¿No te das cuenta de que podríamos tener que pasar la noche aquí?
—Ya lo sé —dijo ella, en un suspiro de resignación—. Pero ¿qué podemos hacer?
—A tu abuela le dará un pasmo si no vuelves a casa esta noche.
—Se ha ido a pasar el fin de semana a San Luis. Su hermana acaba de salir del hospital y necesita que la ayuden —dijo Bella, dejándose caer en una pila de colchonetas de gimnasia—. No volverá hasta mañana por la noche. ¿Y tu madre?
—Voy a pasar la noche en casa de Chip. —Es decir, iban pasarla. Bella lo miró sin pestañear.
—¿Por qué crees que lo han hecho?
Edward no respondió. Aunque no estaba seguro, tenía la sospecha de por qué Chip y Ron los habían encerrado en el cuartucho juntos.
—Están borrachos —dijo, como si ello lo explicase todo.
Bella le sonrió tristemente, aceptando su explicación sin comentarios.
—Ojalá hubiesen elegido un sitio más limpio.
Edward hizo una mueca al ver el hermoso vestido de Bella manchado de polvo.
—Lo siento mucho. Me sienta fatal que te hayan arruinado la noche.
—La verdad es que no era una maravilla, que digamos —dijo Bella con los ojos bajos—. Ni siquiera tuve oportunidad de bailar.
Aunque lo dijo sin darle demasiada importancia, a Edward se le oprimió  el corazón.
—El tipo ese era un idiota.
—Tienes razón —dijo Bella, elevando la mirada hasta encontrarse con la de él. Sus ojos eran enormes y luminosos—. ¿Qué tipo tiene una cita a ciegas para ir a una fiesta de graduación? Tendría que haber sabido que una chica con «una gran personalidad» sería gorda y fea.
—No digas eso —dijo Edward, conmovido por su dolor—. Lo que quería decir era que era un idiota por dejarte plantada. Eres preciosa.
—Sí, justamente —dijo Bella, ruborizándose.
—En serio —dijo Edward—. Y antes de que acabe la noche, bailarás.
—Te agradezco el pensamiento, pero no va a suceder —dijo Bella, abarcando el cuarto con un gesto—. Tenemos pelotas y bates y bastantes colchonetas, pero no veo una orquesta por ningún lado.
Edward sonrió. Estaba claro que ella no sabía que una pequeñez como esa no detendría a un Cullen.
—Tendremos que tocar nuestra propia música.
Extendió la mano. Bella la miró, dudosa, un momento. Luego, la agarró y dejó que él le diese un suave tirón para que se pusiese de pie. Pero una vez que ella se irguió, no la soltó, sino que la acercó a su cuerpo, sorprendido de lo natural que la sentía en sus brazos.
Aunque habían pasado casi todos los viernes y sábados por la noche juntos durante un año, nunca se habían tocado. Por lo tanto, no estaba preparado para la oleada de emoción que lo invadió cuando Bella le apoyó la cabeza en el hombro.
Un limpio aroma a vainilla lo rodeó y con un impulso hundió la nariz en el cabello femenino, inhalando profundamente.
—Hueles fenomenal. Ella se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó él, separándose un poco.
Pensaba ofrecerle la chaqueta, pero cuando la miró a los ojos, el fuego que encontró allí no era lo que esperaba en absoluto.
Bella se pasó la punta de la lengua por los labios y Edward tuvo la incontrolable necesidad de probarlos, de descubrir por sí mismo si eran tan suaves como parecían.
De repente, sintió que el esmoquin le apretaba y le daba calor.
—Ah —dijo, con una risa nerviosa—. Como temblabas, pensé que...
—No tengo frío —repitió ella, tocándole el brazo con timidez—. No tengo frío en absoluto.
Edward, a quien nunca le habían faltado palabras, se quedó mudo. ¿Decía ella lo que él creía que estaba diciendo?
Como respondiendo a la pregunta que él se hacía, Bella elevó una mano hasta su rostro. Cuando habló, su voz sonó grave y ronca.
—¿Puedo besarte?—le preguntó.
—Me gustaría—dijo él, mirándola.
Sin pensar dos veces en las consecuencias de sus actos, Edward bajó la cabeza para unir sus labios a los de ella a mitad de camino. La besó suave y lentamente, y descubrió que sus labios eran de verdad tan suaves y dulces como lo parecían.
Cuando el beso acabó, la besó otra vez. Y otra. Esta vez los labios de ella se abrieron y el beso se hizo más profundo. La respiración se le hizo entrecortada y se le aceleró el corazón. Había besado a muchas chicas, pero aquello era diferente. Un fuego le corrió por las venas y, de repente, no le bastó con besar. Le abarcó el pecho con la mano y con el pulgar le frotó...




ISABELLA

—¿Edward? —dijo la voz de Isabella a su lado.
Sobre saltado, Edward soltó la espátula, que salió volando por los aires. El pulso se le aceleró.
—¿Te encuentras bien? —dijo Isabella, inclinándose automáticamente a recoger la espátula.
—¡Niño! ¡Bájate de ese árbol, que te vas a caer! —se oyó la voz de la abuela Irene.
Isabella miró donde la abuela de Edward se hallaba, en el medio del patio, señalando con un huesudo dedo un alto roble. Al dirigir los ojos adonde ella señalaba, vio a su hijo a seis metros del suelo y subiendo. El viento, que había ido en aumento desde que salieron de la iglesia, hacía moverse las hojas de los árboles y sacudir sus ramas peligrosamente.
Como una leona, Isabella lanzó un rugido. Corrió por el patio con el corazón en la boca, sin darse cuenta apenas de que Edward iba a su lado.
—¡Emmett! —gritó Isabella—. ¡Detente!
Emmett no le prestó atención y se agarró a una rama más alta. El miedo fue reemplazado por enfado.
—¡Emmet Thomas Swan! Será mejor que te detengas ahora mismo.
Isabella raramente usaba el nombre completo de su hijo, reservándolo solo para las circunstancias más serias. Afortunadamente, tuvo el efecto deseado.
Emmett hizo una pausa y miró hacia abajo.
—No puedo bajar ahora, mami. Oreo me necesita.
Por primera vez Isabella se dio cuenta de que había un pequeño gato negro y blanco en una rama por encima de él.
—¡Gato del demonio! —masculló Edward por lo bajo.
—Estoy segura de que el gatito puede bajar solo del árbol —dijo Isabella, utilizando su tono más persuasivo.
El niño no cedió.
—Emmett, Oreo no necesita tu ayuda. Se sube a ese árbol todo el tiempo —dijo Edward—. No le pasará nada. Tienes que hacer lo que te dice tu madre y bajarte. Isabella contuvo la respiración.
Emmett miró primero al gato, tranquilamente sentado en la rama lamiéndose una zarpa y luego a Edward.
—¿En serio?
—Seguro —dijo Edward.
Para entonces se había reunido toda la familia bajo el árbol, incluyendo a Matt, que había salido corriendo de la casa con un polo en cada mano.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tu amigo decidió trepar a un árbol —dijo Edward, que asaque se dirigía a su sobrino, no retiraba la mirada dé Emmett—. ¿Sabes algo de ello?
—¿Se ha subido al árbol! —dijo Matt, mirando hacia arriba—. ¡Hala, qué alto! Isabella se estremeció, y Edward le dio una palmadita en el hombro.
—No pasa nada —le dijo—. Yo me subía hasta la cima de ese árbol cuando era pequeño.
Apenas acababa de decirlo, cuando Emmett resbaló y perdió pie. El grupo contuvo el aliento. Isabella le agarró el brazo a Edward, clavándole las uñas.
Durante un momento, el niño quedó suspendido en el aire, aferrándose con las manos precariamente a la gran rama. En lo que parecieron minutos, pero podrían haber sido segundos, volvió a encontrar dónde apoyar los pies.
Isabella se quitó los tacones.
—Subiré a buscarlo.
—No, iré yo—dijo Edward. Ella se dio la vuelta.
—Yo soy su madre. Sé cuidarlo.
—Claro que sabes —dijo Edward, mirándola a los ojos—, pero yo soy más fuerte que tú.
Aunque Emmett solo tenía nueve años, era un niño grande. Si perdía pie nuevamente, Isabella no estaba segura de poder con su peso.
—De acuerdo —dijo Isabella con calma pero con desesperada firmeza—. Ve tú.
Pero no lo dejes caer.
—Te lo prometo —dijo Edward, quitándose el delantal de chef y tirándoselo al pasar—. Confía en mí.
Sus palabras le dieron a Isabella un escalofrío, pero ¿qué otra opción tenía? Con los ojos clavados en Emmett, contuvo el aliento mientras Edward subía hasta el niño. Aunque pareció una eternidad, en pocos minutos su hijo estaba sano y salvo en el suelo.
Isabella lo abrazó largo rato y luego lo dejó ir a jugar con Matt, con estrictas instrucciones de que no se acercase a los árboles. Después fue en busca de Edward y lo encontró en la cocina, rellenando la nevera con gaseosas.
Edward elevó la vista cuando ella entró y luego se enderezó, secándose las manos en los pantalones mientras ella se acercaba.
—¿Necesitabas algo?
—Necesito darte las gracias —dijo ella suavemente—. No te puedo expresar lo mucho que...
—No es necesario que me lo agradezcas —dijo Edward, sonriendo levemente y poniéndole un dedo sobre los labios—. Me alegro de haberlo hecho.
Su contacto hizo que una corriente eléctrica la recorriese, y se acercó un poco. El agradecimiento y el alivio vencieron su reserva natural y elevó las manos para apoyarlas en los hombros de él y rozarle impulsivamente la mejilla con sus labios. Lo que quería era darle un beso impersonal, de agradecimiento. Un beso que daría a un hermano, o a un amigo de su abuela. Pero Edward se giró ligeramente y ella rozó sus labios. Y en vez de separarse, le rodeó el cuello con sus brazos.
Fue un beso exquisito. Edward le rozó los labios con delicadeza, y cuando lo hizo luego con la lengua, persuasivamente, ella abrió la boca para recibirla. En el calor del momento no se detuvo ni un instante a considerar las ramificaciones de besar a Edward de aquel modo. Lo cierto era que Edward, con su pausada forma de beber de sus labios, hizo que dejara de pensar totalmente.
Respondió a cada beso masculino con igual pasión hasta que estremecimientos le recorrieron los brazos, encendiéndole los pechos. Se apretó contra él en  una entrega sin reservas.
Edward se movió y ella sintió la dureza de su erección. Isabella oyó un gemido y, en el calor de su pasión, se preguntó si habría salido de sus labios o de los de él. Levantó la vista y se quedó sin aliento al ver el deseo en los ojos masculinos. Durante una fracción de segundo quiso creer que él la deseaba de veras, que incluso la amaba.
—Oh, Bella —susurró, su aliento cálido en la oreja femenina—. Mira lo que me haces. ¿Bella?
Edward inclinó la cabeza, dispuesto a volver a besarla, pero ella se separó de golpe.
—Edward, necesito más... —dijo Alice, deteniéndose en el umbral con los ojos brillantes de curiosidad—, espero no haber interrumpido...
—No es nada —dijo Isabella, resistiendo la necesidad de enderezarse la ropa—.
Ya me iba. Emmett y yo tenemos que irnos. Mañana es un gran día.
—Isabella...
—Gracias por las hamburguesas —dijo Isabella, interrumpiendo a Edward. Luego se volvió hacia Alice—, y por todo. Estuvo estupendo.
Antes de que pudiesen detenerla, Isabella se fue. No quería hablar con Edward de lo que había sucedido.
¿En qué estaría pensando? ¿Cómo podía haberse olvidado de la valiosa lección que él le enseñó hacía tantos años? Aunque quisiese creer lo contrario, tenía que recordar que no podía confiar en Edward Cullen.



6 comentarios:

  1. O sea Edward si se acuerda de estar con ella, pero no sospecha nada de Emmett??? Jumm que raro...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Ahhhhhhhhhhhhhh!!!! A lo mejor la frase que Bella escuchó Edward la dijo para que sus amigos no se pusieran de pesados con ella, ojalá que sea eso!!!
    Gracias por la actu!!! =D

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  3. ummmmmmmmmmmmmmmm aca hay gato encerradoooooooooo :O o sea que el si se acuerda pero no cae en cuenta que emm es claramente hijo de el jejeje ufff es medio taradooo no??

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  4. Hola :)
    Muy buen capitulo

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  5. Si yo también creo que Bella esta equivocada.

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