EDWARD
—Me alegra tanto que estés en casa —dijo Esme Cullen sonriéndole a su hijo mientras hacía las tortitas—. Parecía que nunca ibas a volver.
—No exageres, mamá. Un año no es tanto tiempo —sonrió Edward.
Antes de que se fuese a Washington, su madre le expresó su temor de que le gustase la capital y se quedara allí para siempre. Pero se había preocupado en vano. Aunque el tiempo como mediador de la Comunidad Independiente de Banqueros Americanos ante el Congreso había valido la pena, solo acentuó su deseo de vivir en el medio oeste.
—Qué bien estar en casa —dijo con sencillez. Su madre se ruborizó, satisfecha.
Era la primera vez que los dos tenían oportunidad de sentarse a charlar. Cuando ella volvió del golf era tarde y al rato Alice, la hermana mayor de Edward, llegó con su marido y los niños. Edward se pasó la tarde comiendo el festín de bienvenida que su madre le había preparado y jugando con sus sobrinos.
—Hablando de casa, supongo que estarás ansioso por mudarte a tu casa nueva.
—Desde luego —dijo Edward, ilusionado—. Pensaba que podría comenzar a trasladar algunas de mis cosas hoy.
La casa «nueva» de Edward tenía más de cien años y se erguía como un centinela en un extremo del pueblo. La había comprado en una subasta poco antes de marcharse a la capital y durante su ausencia un constructor le había hecho recuperar su antiguo esplendor.
—Te ayudaré encantada —dijo su madre, calentando dos tazas de café y poniendo una fuente llena de tortitas con mermelada de aránJasperos sobre la mesa antes de sentarse—. Me temo que la abuela Irene tiene un campeonato de bridge que la tendrá ocupada todo el día, así que no podrá echarte una mano; pero el abuelo llegará a casa a mediodía. A los socios de su club de inversores les toca leer a los niños en la Casa de la Cultura esta semana.
Edward sonrió al imaginarse a su abuelo rodeado de escolares. Aunque cariñoso con Edward cuando este era niño, el antiguo gerente del Grupo Bancario de las Grandes Llanuras siempre se había sentido más cómodo hablando de Wall Street con sus amigos que de Barrio Sésamo con sus nietos.
Su hijo, el padre de Edward, era igual. Su prioridad había sido su trabajo, y desde que Edward era niño lo habían educado para que siguiese sus pasos. Murió en un accidente de tráfico cuando Edward estaba acabando el instituto y solo Bella comprendió la presión que el joven sentía, el temor de tener que cumplir un rol demasiado pronto, un papel que no estaba seguro de querer cumplir.
Edward masticó un bocado mientras pensaba en la primera vez que había notado la existencia de Bella Swan.
Desde los trece años, ambos habían ido al mismo instituto, pero entre los deportes, los amigos y el trabajo del banco, Edward nunca habla prestado atención a la vecina de al lado. Hasta un sábado por la noche, cuando acababa el ciclo básico. Volvía a casa tarde de una fiesta y estaba metiendo la llave en la cerradura cuando oyó que lo llamaban.
Se dirigió adonde provenía la voz femenina y se encontró a Bella sentada en la escalinata del porche de su abuela con una bolsa de patatas y una gaseosa. Llevaba el cabello recogido en una coleta y la amplia figura cubierta por una camiseta holgada y un pantalón de chándal. Cohibida ante su mirada, le dio un breve mensaje: su novia, Missy, había pasado por allí y quería que la llamase.
Edward hizo caso omiso del mensaje. Missy y él llevaban la mayor parte de la semana discutiendo y la llamaría tarde o temprano, pero en aquel momento la expresión inteligente de los ojos de Bella y la bolsa de patatas fueron más fuertes. Impulsivamente, le preguntó si se podía sentar a su lado. Ella se lo quedó mirando un momento y luego te ofreció unas patatas. Y él se sentó y aceptó un puñado.
Siguieron hablando hasta las tres de la mañana.
A diferencia de la mayoría de las chicas que conocía, Bella no intentaba impresionarlo. Decía lo que pensaba, pero también sabía escuchar. Pronto descubrió que sabía guardar un secreto y se hicieron amigos.
En el instituto todo había seguido igual. A él le gustaba estar rodeado de compañeros y Bella prefería estar sola. O al menos, eso era lo que él creía entonces. Nuevamente se sintió invadido por la culpabilidad. Antes de verla es la fiesta de hacía dos meses, nunca se te había ocurrido que él pudiera ser su único amigo.
Pero pensándolo bien..., ella siempre estaba disponible. Siempre esperándolo. Habían pasado juntos casi todos los viernes y los sábados del último curso del instituto. Los dos se sentaban en el porche a charlar tarde, después de que él acompañase a la chica coa quien había salido a su casa, cuando la madre de él y la abuela de ella hacía rato que se habían ido a la cama. Se había convertido en un ritual: al llegar a casa ella lo estaba esperando en el porche con una botella de su gaseosa favorita. Hasta comenzó a decirle a las chicas con quienes salía que lo dejaban salir solo hasta la medianoche.
Después de la primera vez, a él nunca se le había planteado pensar si Bella era bonita o anodina, delgada o gorda. Era Bella, su amiga y confidente.
—¿Edward? —dijo su madre, sacándolo de su ensimismamiento—. ¿Has oído lo que te he dicho?
Levantó la mirada y se la quedó mirando sin saber qué decir.
—Sigues igual que siempre —dijo ella, regocijada—. He dicho si no es estupendo que la casa de la abuelita esté nuevamente ocupada.
—¿Te dije que me la encontré en Washington?
—¿A quién?—preguntó su madre, confusa.
—A Bella Swan.
—¿De veras?
—No me lo podía creer —dijo Edward, untando distraído una tortita con mantequilla—. Ya sabrás que ahora quiere que la llamen Isabella. Y ni actúa ni se parece en absoluto a la antigua Bella.
De repente, se dio cuenta de por qué había sido tan turbador encontrársela.
Estaba hermosa, sofisticada. Pero no era Bella. No era la chica que recordaba.
—¿La antigua Bella? —dijo su madre con indulgencia—. Pero si apenas la conocías. Durante todos los años que vivió al lado no recuerdo que le dijeses dos palabras seguidas.
Edward se dio cuenta de que si intentaba explicarle que ella había sido su mejor amiga, su madre no lo creería.
—La verdad es que hablamos más de lo que tú crees —le dijo—. Era una chica genial. Te habría gustado.
Y a Bella le habría gustado su madre. Le había dicho más de una vez lo mucho que echaba en falta a su propia madre. Él la había escuchado comprensivamente, pero, ¿había hecho algo por ayudarla?
No necesitó hacerse la pregunta. Ya sabía la respuesta. De repente, se le fue el apetito. Dejó el tenedor y empujó el plato con las tortitas a medio comer.
—Tengo deseos de conocerla un poco más —dijo su madre—. Y a su hijo.
—Yo no me haría demasiadas ilusiones —dijo Edward, recogiendo su plato para llevarlo al fregadero—. Cuando hablé con ella ayer, no me dio ni la hora. Me parece que no le interesa intimar con los vecinos.
—¡Querido, no seas absurdo! —rio su madre—. Que no se haya lanzado encima de ti como lo hacen la mayoría de las mujeres, no quiere decir que no le gustes. Isabella es una mujer encantadora. Y tengo la impresión de que vamos a ser buenas amigas.
Edward miró por la ventana. Quizá su madre tenía razón. Quizá había esperado demasiado de Bella. O quizá él estaba en lo cierto y era verdad que ella le guardaba rencor. Hizo una profunda inspiración buscando calmarse. Con deliberada lentitud, llenó un vaso con agua del grifo.
Volvió a mirar por la ventana. Aunque no sabía los nombres de todos los niños del vecindario, los conocía de vista. Pero el de cabello oscuro que practicaba baloncesto frente a la puerta del garaje no le resultaba en absoluto familiar.
Su madre se levantó de la mesa y se dirigió a la ventana con la taza de café en la mano, poniéndose de puntillas para mirar por encima de su hombro.
—Es Emmet Swan —sonrió—. Viene todos los días a practicar un rato.
—¿Ese niño es el hijo de Bella? —preguntó Edward, sin poder ocultar su sorpresa. Esme puso su taza de café sobre la encimera y lo miró.
—Recuerda que ahora se llama Isabella.
Edward volvió a mirar por la ventana, estudiando al niño con detenimiento.
—Ese niño está muy grande para tener solo ocho años.
—¿Ocho? —se sorprendió ahora su madre—. Trisa dijo que tenía nueve.
—Imposible que tenga nueve.
—Quizá oí mal—se encogió de hombros con una leve sonrisa en los labios—. Desde luego que pareces interesado en mi nuevo vecino. ¿No será porque su madre, que antes era un patito feo, ahora se ha convertido en un hermoso cisne?
—No tiene nada que ver con el aspecto —replicó él bruscamente—. Y Bella nunca fue fea.
Esme se puso seria.
—Perdona —dijo Edward—. No sé lo que me pasa —se sentía extraño desde la fiesta.
La noche en que había visto a Bella, la noche en que los viejos sentimientos y emociones lo habían asaltado en una oleada.
—¿Edward?
Miró a su madre, que se había quedado mirándolo fijamente.
—Era broma —dijo ella—. Me gusta Isabella. No era mi intención decir nada malo de ella.
—No es nada —dijo Edward, pasándole el brazo por los hombros para estrechárselos con cariño mientras volvía a mirar por la ventana—. ¿Sabes?, hace un buen rato que no echo unas canastas.
—A Emmet le gustará tener con quien jugar —dijo su madre—. No se queja, pero sé que se siente solo.
Edward miró la solitaria figura a través del cristal. Sin volver a pensar en las cajas de la muJasperza que traía en el todoterreno para llenar, se dirigió a la puerta trasera. Una ráfaga de aire le arrancó la puerta mosquitera de la mano, que se cerró con un portazo.
Emmet lo miró, alerta y un poco temeroso.
—La señora Cullen ha dicho que puedo usar el aro.
—Tranquilo —dijo Edward, esbozando su calma sonrisa—. No estoy aquí para echarte. Soy Edward, el hijo de la señora Cullen. También soy un viejo amigo de tu madre. Pensaba que querrías jugar un poco conmigo.
Al niño se le iluminó la cara.
—Desde luego —dijo.
Después de treinta minutos de observar a Emmet jugar y marcar algunos tantos bastante difíciles, Edward llegó a la conclusión de que al niño se le daba muy bien el baloncesto. Tenía buen equilibrio y usaba bien las manos, además de ser naturalmente atlético.
—Pido tiempo —dijo Edward, dejándose caer en el escalón de la puerta—.Hagamos un descanso.
—Después, ¿podemos jugar un poco más? —preguntó el niño. La cara le brillaba de sudor, pero el entusiasmo le iluminaba los ojos—. Falta para que mi madre me llame a comer.
—Lo siento, pero me tengo que ir —dijo Edward con pena.
—¿Y mañana? —le preguntó el niño, ilusionado.
—Estaré ocupado con mi muJasperza —dijo Edward, suavizando la negativa con una sonrisa—. ¿Por qué no juegas con tus amigos?
—No tengo amigos —dijo el niño bajado los ojos y rascando el cemento con la punta de la deportiva—. Al menos, todavía no. Pero no pasa nada —añadió rápidamente—. Estoy acostumbrado a jugar solo.
Aunque el niño se parecía poco a su madre, en aquel instante Edward sintió que le recordaba la soledad de Bella.
—Podría venir a eso de las cuatro —dijo, porque en lo único que podía pensar era en Bella y en cómo él había recibido todo lo que ella le daba sin ofrecerle nada a cambio—. ¿Conoces a mi sobrino, Matt Masen? Creo que tiene tu edad.
—Está en mi clase de natación —dijo Emmet, asintiendo lentamente con la cabeza.
—Pensaba que podría preguntarles a él y a su padre si quieren jugar también — dijo. Aunque su cuñado vendría a ayudarlo después del trabajo, era un hombre de familia y Edward estaba seguro de que aceptaría el cambio de planes para poder jugar un rato con su hijo.
—A mí me gustaría—dijo Emmet, pero la cautela atemperó el brillo de excitación de sus ojos—. ¿Y si dicen que no?
—Si ello sucede, entonces supongo que tendremos que conformarnos nosotros dos. ¿Qué te parece?
La amplia sonrisa de Emmet fue la respuesta que necesitaba.
Se la retribuyó y lo invadió una cálida satisfacción. Nunca se había sentido tan bien por hacer lo correcto.
ISABELLA
—¿Has tenido un buen día?
No era necesario preguntarlo. Desde el momento en que lo llamó a comer, se le notaba en la cara, en su andar vivaracho, en la forma en que pidió repetir. Por primera vez desde la muJasperza, Isabella tuvo la certeza de que todo iba a salir bien.
—Es el mejor día de mi vida —dijo él, feliz, acomodándose en la almohada.
—¿Tienes un amigo nuevo? —preguntó restándole importancia. Por encima de todo, no quería que él pensase que le importaba.
—No, pero... —dijo Emmet, y se quedó pensando.
Isabella esperó. Había aprendido a no atosigar a su hijo. Tarde o temprano, le diría todo, pero según su propio ritmo.
—Quizá venga Matt Masen mañana por la tarde.
—¿Matt? —preguntó, recorJasperdo vagamente a un niño rubio y delgado con bañador azul de la clase de natación.
—Aja.
—Parece simpático —dijo Isabella, como si no tuviese mayor trascendencia, mientras internamente elevaba una plegaria agradecida. Sería la primera vez desde que se cambiaros a Lynnwood hacía tres semanas que un niño vendría a jugar con Emmet—. ¿Estás contento?
—Supongo que sí.
—En mi cole había un Masen. Por supuesto que era tres o cuatro años mayor que yo —dijo Isabella—. Me pregunto si será su padre.
—No sé —dijo Emmet con un encogimiento de hombros.
—Da igual. Haré unas galletas para ti y... —se detuvo, recorJasperdo súbitamente—. Oh, no. No estaré aquí por la tarde.
—¿Y Matt no puede venir? —preguntó Emmet con expresión de horror.
—No, seguro que todo sale bien —le dijo Isabella, rogando que la adolescente que había contratado de canguro no pusiese objeciones a que un amigo fuese a jugar con Emmet. Después de todo, le simplificaría la tarea—. Lo único que tengo que hacer es preguntárselo a Tanya. Se quedará contigo mientras voy a la entrevista. ¿No es genial que mami por fin tenga trabajo?
Isabella no le dijo que el trabajo era en Kansas City, pero tenía que pagar las cuentas y el puesto tenía muchas ventajas: un paquete de beneficios además de un salario igual al que tenía en la capital, y el tipo de trabajo parecía de ensueño.
—¿Crees que Matt traerá su propio balón? —preguntó Emmet preocupado.
—No lo sé, cielo —sonrió Isabella con pesar. Tendría que haber supuesto que a Emmet no lo entusiasmaría la noticia.
—Si no, podemos usar el mío —dijo el niño.
Se le encogió el corazón. Era un niño tan animoso, sin quejarse ni una vez de que ella lo arrastrase de una punta a la otra del país. Pero por primera vez se dio cuenta de lo mucho que él deseaba tener un amigo. Le dio un beso en la frente.
—¿Sabes cuánto te quiero? —le preguntó.
El rostro del niño se relajó ante la pregunta, que se había convertido en un ritual diario.
—¿Hasta el cielo?
—Sí, señor —le respondió, estrechándolo en sus brazos—. Y no se te ocurra olvidarlo.
Isabella se quedó a su lado hasta que él se durmió. Le retiró un mechón del cabello de la frente. Era tan joven, tan inocente. Aquella noche lejana con Edward le había cambiado el curso de la vida, pero le había dado un gran tesoro.
Hasta aquel momento, Emmet no le había causado ningún problema. Y si sufría por no tener padre, nunca lo decía. Había sido una buena decisión no comunicarle a Edward su paternidad. Pero si Edward la hubiese querido como ella lo quería a él, Emmet habría tenido padre, además de madre.
Isabella suspiró. ¿Por qué se atormentaba pensando en lo que podría haber sucedido?
Aquel era el mundo real, no una tierra de ensueño con finales de fábula. Un mundo en el que aunque se amara a alguien, no necesariamente se era correspondido. Un mundo en el que a veces había que aprender a golpes que el príncipe azul solo existía entre las páginas de un libro.
EDWARD
—Tiene mucha energía —dijo Edward, y se echó hacia atrás en una de las tumbonas que había rescatado del garaje de su madre—. Me canso con solo mirarlo.
—No me vengas con historias —dijo Jasper—. Seguirías allí si te pierna no me hubiese comenzado a molestar.
Habían pasado una hora jugando un reñidísimo partido con los dos niños hasta que a Jasper comenzó a dolerle la rodilla que se había herido en un accidente de esquí el año anterior.
—Como te parezca—dijo Edward, tomando un sorbo de té helado. Al mirar a los niños, se inclinó hacia delante—. Esos niños están jugando un poco bruscamente.
Se levantó de golpe en el instante en que Matt, absorto en el juego, marcaba una canasta y luego chocaba con Emmet. Cruzó el patio de dos rápidas zancadas, pero no llegó a tiempo para evitar la caída de su vecino.
—Emmet, ¿te encuentras bien? —le preguntó, arrodillándose a su lado.
Al niño se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las secó de un manotazo y asintió. Edward se dio cuenta de que hacía un gran esfuerzo por no llorar.
—¿Se ha hecho daño? —preguntó Matt, con la preocupación reflejada en su rostro pecoso—. No lo he hecho a propósito.
—Está bien—dijo Edward, tranquilizándolo con una mano en el hombro y mirando a Jasper—. Pero creo que por hoy es suficiente.
—Tienes razón. De todos modos, Matt y yo ya nos teníamos que ir —dijo Jasper—Alice ya tendrá la comida lista.
—Lo siento, Emmet—dijo Matt, sin saber qué decir—. ¿Quieres que volvamos a jugar cuando te sientas mejor?
Emmet asintió con la cabeza, mordiéndose el labio.
Edward esperó a que su sobrino y su cuñado se marcharan antes de volverse hacia Emmet.
—Parece que te has hecho un raspón en la rodilla —le dijo con tranquilidad, como si no tuviese mayor importancia.
—Me duele —dijo Emmet con voz temblorosa.
A Edward se le encogió el corazón, pero quizá peor demostrar demasiada lástima.
—No me sorprende —dijo, mirando la rodilla ensangrentada—. Y me temo que tendremos que limpiarlo.
—Entonces me va a doler más.
Edward miró los asustados ojos del niño con tranquilidad.
—Intentaré no hacerte daño.
Emmet se lo quedó mirando un rato antes de asentir con la cabeza y ponerse de pie.Cuando Emmet entró renqueando a la casa, la canguro levantó la vista.
—¡Ay, Dios santo, le chorrea sangre por la pierna! —exclamó, Tanya en un alarido.
—Generalmente sucede eso cuando te haces una rozadura en la rodilla—dijo
Edward, lanzándote una mirada de advertencia.
—La sangre no me gusta demasiado —parloteó Tanya nerviosamente mientras los seguía al cuarto de baño—. Me desmayé cuando tuvimos que pincharnos un dedo en la clase de Biología.
—No tendrás que hacer nada. Yo me ocuparé de todo —dijo Edward, intentando no mostrar su irritación. ¿En qué estaba pensando Isabella cuando contrató a esa niña para que cuidase a su hijo?
Sentó a Emmet sobre la tapa del inodoro.
—Puedes irte —le dijo a Tanya—. Yo me quedaré con él hasta que su madre vuelva.
Tanya titubeó, debatiéndose entre su responsabilidad como su canguro y su deseo de marcharse.
—Es un viejo amigo de mi madre —puntualizó Emmet, repitiendo lo que Edward le había dicho el día anterior.
—Bueno, pues de acuerdo entonces —dijo Tanya, con una sonrisa de alivio—. Dígale a la señora Swan que me puede dar el dinero que me debe mañana.
Edward metió la mano en el bolsillo y sacó un billete de veinte dólares.
—¿Te alcanza con esto?—le preguntó.
—¡Hala! —exclamó Tanya, arrebatándole el billete—. Sí, está perfecto.
—Adiós, Tanya —dijo Emmet con voz débil. La adolescente le sonrió.
—Adiós, enano. Espero que no te duela demasiado.
Edward contuvo una imprecación. Cuando ella se fue, enjabonó una toallita.
—Puede que te escueza un poco —le dijo al niño, mirándolo a los ojos—, pero tenemos que lavar la herida.
—Ya lo sé —dijo Emmet, con expresión solemne—. Pero yo me aguanto.
Quince minutos más tarde, el gran raspón estaba limpio, desinfectado y cubierto con un apósito que Edward había encontrado en el botiquín.
Acababa de acomodar a Emmet en un sillón con un vaso de zumo de naranja cuando se abrió la puerta de entrada.
—Tanya, ya he llegado.
ISABELLA
—Estamos aquí, ma.Isabella entró al recibidor y se quedó da piedra al verlos. El miedo le atenazó la garganta.
—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Tanya?
—Tenía que irse —dijo Edward y la sonrisa de bienvenida se borró de sus labios ante su tono cortante.
—El señor Cullen le dijo que me cuidaría él —aclaró Emmet rápidamente porque sentía que algo raro pasaba—. Está bien, ¿no?
Isabella cruzó la sala e hizo un esfuerzo por tranquilizarlo con una sonrisa.
—Por supuesto, cielo. Lo que pasa es que tú eras responsabilidad de Tanya, no del señor Cullen.
—Esa niña era demasiado joven para semejaste responsabilidad —dijo Edward.
—Creo que yo sé juzgar eso mejor que tu —le respondió Isabella de mala manera.
—Perdóname si disiento —dijo él, cruzándose de brazos. La mandíbula se le puso tensa—. Quizá mientras tú estás por el pueblo haciendo recados...
¡Quién era él para insinuar que ella no era una buena madre, que ella no sabía lo mejor para su hijo? ¿Qué sabía él si no había estado allí para darle el biberón de las dos de la mañana o cuidarlo cuando temía el sarampión? Mientras él se ocupaba de pasárselo en grande, ella iba a la universidad, estudiaba y además se ocupaba de su hijo.
—… pero no es lo bastante mayor para resolver una emergencia.
¿Emergencia?
—¿Qué emergencia? —dijo finalmente.
Edward miró a Emmet y ella se dio cuenta del esparadrapo en la rodilla.
—¿Qué te ha sucedido, cielo? —exclamó corriendo a su lado.
—Me caí—dijo Emmet, incómodo ante la muestra de preocupación de su madre—. Pero no pasa nada.
—¿Cómo sucedió? —preguntó, mirando a Edward acusadoramente.
—Los niños chocaron jugando —dijo Edward, con un encogimiento de hombros.
—¿Los niños?
—Matt Masen —dijo Emmet—, el de la clase de natación.
—Ah, ya recuerdo —dijo Isabella. Miró a Edward—. Pero eso no explica por qué estás tú aquí.
—Jugamos al baloncesto —dijo Emmet coa el rostro tenso de preocupación—. Lo pasamos bien.
—No pasa nada, campeón —le dijo Edward para tranquilizarlo—. Tu madre intenta averiguar lo que pasó.
Antes de que Isabella pudiese decirle que ella solita se podía ocupar de consolar a su hijo, prosiguió:
—El padre de Matt es mi cuñado, Jasper —dijo Edward—. Pensamos que estaría bien si jugábamos dos contra dos con los niños.
—Me hice una rozadura en la rodilla —dijo Emmet—. Y el señor Cullen me puso desinfectante.
—¿Fue muy serio? —preguntó Isabella, calmándose. Dejando de lado sus sentimientos por Edward; parecía que él se había ocupado de su hijo.
—No es nada grave —dijo él, dirigiéndole una rápida sonrisa a Emmet—. Pero me parece que quizá le duela unos días.
—Parece que no podrás jugar a la pelota, por ahora—dijo Isabella.
—¡Venga, ma! —exclamó Emmet, haciendo un gesto de exasperación—. No es tan serio. ¿No puede venir Matt y...?
Isabella se puso seria y Emmet se interrumpió.
—Bella...
Isabella miró a Edward.
—Quiero decir, Isabella —dijo Edward carraspeando y esbozando su sonrisa—. Matt es un niño bueno. Le hizo daño a Emmet sin querer. Cosas de niños.
—Emmet es mi hijo, Edward —dijo Isabella con firmeza—. Yo decidiré con quién juega y con quién no.
—¡Pero mami! —se quejó Emmet.
Una sola mirada bastó para que el niño se callase. A veces, Isabella se preguntaba si no era demasiado dura con el niño, pero había visto demasiadas madres solteras dominadas por sus hijos y estaba decidida a que no sucediese con ella.
—No tengo inconveniente en que venga Matt —dijo dirigiéndose a su hijo—. Lo que pasa es que no sé si podrá ser este fin de semana. Quiero acabar la mudanza y dejar todo ordenado antes de comenzar a trabajar, y necesitaré tu ayuda. ¿Puedo contar contigo?
Emmet asintió a regañadientes con la cabeza.
—¿Has conseguido el trabajo? —le preguntó Edward—. Emmet me dijo que tenías una entrevista.
Aunque Isabella estuvo por decirle que aquel tema no era de su incumbencia, su pregunta era probablemente más por cortesía que curiosidad.
—Creo que tengo posibilidades —dijo.
—Mamá trabajará en un banco —dijo Emmet.
—¿De veras? —preguntó Edward, alerta—. ¿Cuál?
A Isabella no le gustó demasiado la expresión de interés de sus ojos.
—El First Commerce, en Kansas City. Están expandiendo el Departamento de Relaciones Externas.
—¿El First Commerce? —Edward sonrió—. Un amigo de mi abuelo pertenece al Consejo de Administración. Si quieres, le pido a mi abuelo que te recomiende. A veces, con eso es suficiente...
—No, gracias —dijo Isabella, forzando una sonrisa—. Prefiero hacerlo por mi cuenta.
—No sería molestia —dijo Edward.
—Quiero hacerlo por mi cuenta —insistió Isabella, manteniendo la mirada firme y directa. Aunque deseaba el trabajo, no quería que Edward se involucrase en su vida en absoluto. Ya había cometido el error una vez.
Yo digo que Edward no supo que tuvo intimidad con Bella y que de ahí salio embarazada. No se porque me suena a que él no se acuerda de nada
ResponderEliminarJummm es raro que Edward no se haya dado cuenta o no le haya puesto cuidado a la edad de Emmett... O se dará cuenta después????
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Me gustaaa!!! Quiero ver como sigue la cosa, me parece que a Edward le pasa eso que dicen de que la sangre tira, porque se está preocupando mucho por Emmet y apenas lo conoce :3
ResponderEliminarMuy buen capi
ResponderEliminarSaluditos
yo creo que ellos, ambos fueron separados por alguien externo que solo buscaba dañarlos y bueno de ahi nacio emmet, pero yo estoy mas que segura que edd ama a bella desde chicos solo que algo paso en el medio yo opino que el no recuerda del todo lo de que se acostaron quizas estaba borracho o algo mas y no recuerda bien
ResponderEliminarbien no habia podido leer el capitulo antes, me gusta mucho esta historia, es normal que bella este recelosa del cuidado de emmet y me encanta la relación que se está formando entre edward y su hijo!
ResponderEliminarNo se si todos son ciegos o si Emmett se parece solo a Bella porque nadie lo relaciona con Edward es exasperante esa situacion deseo que se de cuenta que tiene un hijo asi como para ayer.
ResponderEliminarQuiero que aclaren su pasado.
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