—Arriba perezosa. — Elizabeth
entró en su habitación como cuando eran niñas sentándose de golpe sobre la
cama—. Has dormido una barbaridad.
— ¿Me he perdido la cena? —
agotada se sentó en la cama.
Elizabeth asintió.
— Están preparando el desayuno.
— ¿Es coña?
—No. — preocupada la miró a los
ojos—. ¿Estás bien?
Suspiró dejando caer la cabeza
sobre la almohada.
— Es que la noche anterior no
había dormido nada.
Su hermana se apretó las manos
evitando mirarla.
— Soy horrible, ¿verdad? —Isabella
la miró sorprendida—. He destruido nuestra familia. Veía como todo se
derrumbaba a tu alrededor y no fui capaz de abrir la boca. No me sentía capaz
ni de mirar tu cara porque…
—Elizabeth…— se sentó en la cama
viendo que reprimía las ganas de llorar.
—No digas nada, por favor. No
tengo excusa. Te destrocé la cara y te aparté de todo lo que conocías. — una
lágrima cayó por su mejilla—. Me imaginé millones de veces lo que habías
pasado, lo sola y triste que debías sentirte antes de que apareciera el odio.
—Isabella se mordió el labio inferior evitando llorar. Elizabeth la miró de
reojo—. No sé cómo puedes ni hablarme.
—No sentí odio…— susurró al ver
que se levantaba para irse, su hermana la miró sorprendida—. No sentí odio
hasta que empecé la terapia. Mis padres me obligaron a ir, ¿sabes? Decían que
debía canalizar todo ese dolor que no debía dejarlo dentro. El odio llegó
después.
— ¿Y ahora qué sientes?
Suspirando pasó una mano por sus
rizos rubios apartándolos de la cara y decidió ser totalmente sincera. Mirándola
a los ojos susurró.
— No sé lo que siento. Por un
lado, hubiera deseado no volver nunca. — Elizabeth asintió sentándose en la
cama de nuevo—. Pero otra parte de mí…
— ¿Nos echabas de menos?
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
— Cada día desde hace siete años.
—Lo siento…— Elizabeth salió de la
habitación corriendo y su hermano Jasper la miró sorprendido.
Su hermano preocupado la vio
llorar sobre la cama y entró en la habitación cerrando la puerta sin decir una
palabra. Se sentó a su lado abrazándola y susurró en su oído.
— Todo irá bien.
Negó con la cabeza apartándose.
— Fue un error venir.
— ¿Por qué dices eso?
— ¿De qué sirve remover el pasado?
Nunca lo olvidaremos ninguno de nosotros.
—Pero es que nadie te pide eso,
cielo. Sólo que sigas adelante. — le acarició la cabeza—. Todos sabemos que no
lo vas a olvidar nunca. Solo quieren la oportunidad de intentar reparar el
daño.
Se miraron a los ojos.
— No entiendo su comportamiento.
No entiendo que Edward ahora me beso y…
— ¿Qué?
Jasper se levantó de golpe de la
cama mirándola incrédulo.
— ¿Te ha besado? ¿Ese cabrón te ha
besado?
Furioso salió de la habitación y
atónita por su reacción saltó de la cama siguiéndole. Al verle bajar las
escaleras le siguió corriendo.
— ¡Jasper!
Le vio entrar en el comedor y a
toda prisa fue hacia allí. Al entrar chilló al ver que Jasper se lanzaba sobre
Edward sentado a la mesa con una taza de café en la mano. Su madre gritó
levantándose como los demás, mientras Emmett se acercaba para ver que Jasper le
pegaba un puñetazo a Edward en la cara ahora que estaba tirado en el suelo.
— ¡Jasper no! — gritó asustada.
— ¡Maldito cabrón! ¿Ahora quieres
tirarte a mi hermana? — Jasper le golpeó de nuevo y angustiada vio que Edward
no se defendía.
— ¡Jasper! — su padre y Emmett le
sujetaron por los brazos intentando apartarlo.
— ¡Defiéndete, hijo de puta!
Se echó a llorar y Alistair se
acercó a ella pasándole un brazo por los hombros.
— Tranquila, pequeña.
Jasper intentó pegarle de nuevo,
pero su padre gritó poniéndole una mano en el pecho para impedirlo.
— ¡Basta ya!
Edward se apoyó sobre sus codos y
la miró. Al ver su cara de angustia dijo.
— Nena, no pasa nada.
— ¡Sí que pasa! — gritó fuera de
sí por la situación—. ¡Que no debería haber vuelto nunca!
Se volvió y corrió escaleras
arriba. En cuanto entró en su habitación fue hasta el armario y abrió las
puertas para coger su maleta. La abrió encima de la cama y empezó a tirar su
ropa dentro sin dejar de llorar.
—Bella…—Edward estaba en la puerta
observándola—. ¿Te vas?
— ¡Es lo mejor! — cogió los
vestidos sin sacarlos de las perchas y los tiró sobre la cama.
—Si es por lo de hace un momento…
— ¡Es por todo, Edward! — le
señaló con un zapato—. ¿Qué creías que ocurriría? ¿Qué haría como si no hubiera
pasado nada? ¿Que todo está olvidado? ¡Lo recuerdo cada vez que me miro al
espejo, Edward! — el palideció escuchándola—. ¿Crees que puedo olvidar tu cara
cuando me dijiste que no podía volver a casa? ¡Siempre me recordabas que no era
parte de la familia! ¡Que era una recogida! ¡Qué Elizabeth no era mi hermana y
que Alistair no era mi padre!
Edward asintió viendo su
sufrimiento.
— Entonces todo es inútil, ¿no? No
nos perdonarás nunca.
— ¿Te puedes perdonar tú? ¿Puedes
perdonar lo que me hiciste con dieciocho años?
—No. Ningunos de nosotros se lo
perdonará nunca.
— ¿Entonces qué sentido tiene? —
gritó fuera de sí volvió hacia el armario y abrió un cajón.
— ¿Eres feliz?
Se detuvo en seco y se volvió con
la ropa interior en los brazos. Se volvió lentamente para mirarle a la cara que
mostraba los signos de los golpes.
— ¿Y desde cuando te importa si
soy feliz o no?
Él hizo una mueca y dio un paso
hacia ella. Sin darse cuenta Isabella dio un paso atrás.
— ¿Sabes por qué cambié mi actitud
contigo? — se le cortó el aliento al ver su expresión arrepentida y torturada—.
Eras una niñita preciosa y durante unos años diste alegría en una casa que
parecía una tumba después de que nuestra madre se fuera. Elizabeth te adoraba y
Alistair también. Sonreías y todos te correspondíamos.
Asombrada escuchó una parte de su
vida que no recordaba.
— No es cierto. Siempre tenías
algo que decir que hacía daño.
—Recuerdo perfectamente el día que
las cosas empezaron a ir mal y no fue en cuanto llegaste. —molesto se pasó la
mano por su nuca —. Fue en tu doce cumpleaños. El aniversario del día que te
recogimos.
Ella intentó recordar.
— Llevabas puesto un vestido
blanco y te preparamos una fiesta.
Se le cortó el aliento al
recordarlo y le miró a los ojos.
—Me regalaste un reloj.
Edward asintió.
— Pero no te gustó.
— ¡Era de Mickey Mouse! — dijo
asombrada.
— ¡Qué sé yo de comprar regalos de
niñas! ¡Pensé que te gustaría y al ver tu reacción me molesté!
Furiosa cogió un zapato de la
maleta y se lo tiró dándole en el pecho.
— ¡Dijiste que era una consentida
y no me merecía nada porque ni siquiera era mi cumpleaños!
—Era idiota, ¿vale? ¡Me cabreaste!
Después todo eran discusiones y cada vez iban a más. ¡No lo podía evitar!
— ¡Te parecía mal todo lo que
hacía! ¡Siempre tenías una pulla para mí!
— ¡No es cierto! ¡Después eras tú
la que te lo tomabas todo a mal, aunque no quisiera hacerte daño!
Le miró asombrada.
— ¿Intentas justificar tu
comportamiento echándome la culpa?
—Estabais fuera de control,
Isabella— dijo furioso— ¡Llevabais dos años que hacíais lo que os daba la
maldita gana y Alistair lo consentía!
— ¡Siempre sacamos buenas notas!
¿Qué hacíamos que fuera tan grave? ¡Me echaste la culpa de que metía a
Elizabeth en líos!
— ¿Quién pintó la puerta del
granero de rosa? ¿Quién estropeó mi coche para que no fuera a buscaros a la
fiesta de esa amiga vuestra el año anterior al accidente? ¡Eso fue cosa tuya!
— ¡Eran travesuras! –incrédula
gritó—. ¿Qué chorradas estás diciendo? ¡Tú las has liado mucho más gordas! —
entrecerró los ojos al ver que apretaba los labios y sintió que su corazón se
retorcía al ver sus ojos. La deseaba. Negó con la cabeza sin poder creérselo—.
Estás loco.
Dio un paso hacia ella.
— Nena…
— ¡No! — gritó desgarrada
sintiendo que le arrancaban el alma.
— ¡No lo soportaba más! ¡No podía
tenerte tan cerca y no tocarte!
La puerta se abrió de golpe y su
padre entró en la habitación como una tromba. Al ver sus expresiones de dolor
dijo.
— Edward, será mejor que salgas.
—Espera un momento Charlie, por
favor. — Edward dio un paso hacia ella—. Tienes que entenderme.
— ¿Entenderte? — susurró
horrorizada— Me echaste de casa porque querías acostarte conmigo.
Su madre jadeó desde el pasillo y
Alistair entró en la habitación.
Ella le miró.
— ¿Tú lo sabías?
Alistair apretó los labios mirando
de reojo a su padre que estaba pálido.
—Cuando dijiste que no ibas a la
universidad Edward habló conmigo.
— ¡Mírame a los ojos!
Torturado el hombre que había
querido como a un padre levantó la vista.
—Me rogó que te convenciera y le
pregunté la razón. No tuvo más remedio que confesármelo porque estaba
desesperado.
—Dios mío. — se llevó las manos a
la cabeza sin poder creérselo.
—La noche del accidente fue idea
mía que no volvieras a casa porque el día antes de la fiesta amenazó con irse
del rancho. Seguramente el episodio de la ducha tuvo algo que ver, aunque eso
yo no lo sabía.
—Hija, nos vamos en una hora. —
ordenó su madre.
Su padre se volvió.
— Renée, por favor…
— ¡No! ¡La dejaron sola! ¡Le
dieron la espalda y la marcaron de por vida! ¡Ya está bien, Charlie!
Los ojos de Isabella llenos de
lágrimas miraron a Edward.
— Sabías que me gustabas. No lo
entiendo.
— ¡Eras una cría! ¡Todo el mundo
nos veía como hermanos!
—Y ya le has dejado a todos que no
lo somos, ¿verdad?
— ¡Sí!
Le miraron atónitos, Alistair
incluido. Edward palideció al darse cuenta de lo que había dicho.
—Isabella…— intentó acercarse,
pero ella estiró los brazos entre ellos negando con la cabeza intentando no
llorar—. Nena, lo siento. No sabía que estabas tan herida. Sólo quería que te
alejaras un poco. Incluso te encontré un buen trabajo con el reverendo. Pero al
ver tu cara cuando saliste del hospital…
—Te diste cuenta de lo que habíais
hecho— susurró sin aliento —. Aprovechaste la mentira de Elizabeth para
conseguir lo que querías.
— ¡Creía que era lo mejor para
todos! — se acercó cogiéndola por los brazos —. En un año o dos intentaría acercarme
a ti y todo sería distinto. Pero cuando vi la cicatriz supe que te había
perdido para siempre. Que lo que había hecho era irreparable.
Una lágrima cayó por su mejilla y
Edward le rogó con la mirada.
— Isabella, si te vas a ir debías
saberlo todo.
Su madre lloraba tapándose la boca
y ella susurró.
— Ahora ya lo sé.
Edward al darse cuenta después de
unos segundos que no decía nada más, apretó los labios dejando caer los brazos.
—Entiendo que no puedas creer lo
que te voy a decir, pero nunca he podido olvidarte.
Se volvió y salió de la habitación
a toda prisa mientras Isabella desgarrada le veía partir.
Alistair carraspeó haciendo que lo
mirara.
— Sé que no lo entiendes, pero en
aquel momento pensamos que era lo mejor. Nunca te dejamos desamparada porque
nosotros le dábamos dinero al reverendo para que te mantuvieras, aunque eso no
es lo importante ahora.
Charlie entrecerró los ojos
mirándole.
— Tú no querías esto.
Alistair apretó los labios y se
volvió para irse diciendo en voz baja.
— Ahora eso da igual. Antepuse un
hijo al otro, algo que espero que vosotros no tengáis que hacer jamás.
Se fue dejándolos solos y Renée se
acercó a toda prisa para abrazarla porque estaba en shock.
Riley hizo una mueca al verla
bajar con la maleta una hora y media después.
— Me he enterado de que te vas y
he venido a despedirme. — miró sus pantalones vaqueros y su camiseta rosa—.
Joder, parece que vuelves a tener diecisiete años.
Sonrió dejando la maleta en el
suelo.
— ¿Me perdonas?
— ¿Y tú a mí?
— ¿Por qué?
—Por hacerte pasar por esto. — la
abrazó pegándola a él y le susurró al oído—. Lo siento de verdad.
— Este encuentro no tenía mucho
futuro. Debería haber venido un minuto antes de la boda y haberme ido de
inmediato. — se echó a reír y le alejó cogiéndole de los hombros. Le miró con
cariño—. Era una bomba de relojería que tenía que estallar.
—Edward te lo ha dicho, ¿verdad?
— ¿Lo sabías? — sorprendida dio un
paso atrás.
—Me lo imaginé.
— ¿Cómo?
Riley se echó a reír.
— Por cómo me miraba. Una vez le
pillé desprevenido y parecía que quería matarme. Fui atando cabos y lo confirmé
al verle hecho polvo cuando te fuiste a Nueva York.
A Isabella le dio un vuelco el
corazón, pero no fue capaz de preguntar nada más. Riley la conocía muy bien y
susurró.
— Supongo que no se esperaba que
aparecieran tus padres y se te llevaran. Cuando volvía de pasar tiempo contigo
en Nueva York, casualmente siempre me lo encontraba y me preguntaba como si tal
cosa cómo te iba. Yo siempre le decía que bien, pero un día me invitó a una
cerveza y me hizo un interrogatorio de tercer grado. — se echó a reír—. Estoy
seguro que alguna vez ha ido a verte.
— ¿Qué dices?
—Sí. — miró sobre su hombro para
comprobar que no le escuchara nadie—. Un día, hará un año aproximadamente,
estábamos en el salón antes de la cena y llegó Edward de viaje, dejando la
maleta en el hall al lado de la puerta. Cenamos y después de besuquearnos un
poco me despedí. Pero al salir vi una etiqueta del aeropuerto pegada a la
maleta que ponía las siglas de Nueva York.
Sus hermanos empezaron a bajar las
escaleras y por sus caras estaban furiosos. Sin decir ni pío salieron cogiendo
la maleta de su hermana para meterla en el coche. Riley hizo una mueca.
— No te preocupes. No tiene nada
que ver contigo— le acarició la mejilla a su amigo—. Tú no tienes nada que ver
en esto.
—Ahora todo será distinto. —la
miró a los ojos—. Elizabeth sentirá que no te quedes.
Como si la hubiera invocado
Elizabeth entró en la casa apretándose las manos.
— Te vas.
Sonrió con tristeza acercándose a
ella y abrazándola.
— El día de tu boda tiene que ser
el más feliz de tu vida. Cada vez que me vieras, recordarías algo que te haría
daño. No quiero que eso pase.
Elizabeth la apretó con fuerza.
— Yo solo quería que mi hermana
estuviera allí.
—Lo sé. —se apartó y le cogió las
mejillas limpiando sus lágrimas con los pulgares—. No quiero que llores más.
Riley te llevará a Nueva York y nos divertiremos.
La miró sorprendida.
— ¿De verdad?
—Lo pasaremos bien. — le guiñó un
ojo—. ¿Todavía tienes la tarjeta de crédito de Alistair?
Elizabeth se echó a reír
asintiendo.
— Pues tráetela. — la volvió a
abrazar y le dio un beso en la mejilla—. Siempre te he querido, hermana. Somos
las Masen, ¿recuerdas?
Su hermana asintió.
— Te quiero.
—Y yo a ti. — se alejó saliendo de
la casa sin mirar atrás bajando los escalones para entrar en el coche negro
donde esperaba su familia. Al llegar a la puerta se le cortó el aliento al ver
a Edward subido a su caballo observando desde la colina.
—Vamos, hija. — dijo su padre— El
avión espera.
Desvió la mirada entrando en el
coche y sonrió a su hermano Jasper. En cuanto el coche comenzó a andar,
Isabella no pudo evitar mirar atrás donde estaba Edward, hasta que la arboleda
hizo que le perdiera de vista. Jasper le cogió de la mano y ella forzó una
sonrisa volviéndose.
—Estoy bien.
Su padre sentado ante sus hijos al
lado de su esposa asintió.
— ¿Volverás?
—No lo sé. — dijo mirando por la
ventanilla para ver el lugar del accidente.
Sus padres se miraron porque no lo
había negado del todo.
Semanas después
— ¿Seguro que estás bien? Si
quieres me subo a un avión y estoy ahí en un periquete.
Se echó a reír.
— Mamá, todavía no he recogido ni
las maletas del aeropuerto. Cuando llegue puede que necesite desahogarme, pero
todavía no.
—No me gusta que te hayas ido
sola.
—Sabes lo que ha dicho mi psiquiatra.
— dijo divertida—. Estabas allí.
— ¡Qué sabrá esa! Con el dineral
que cuesta y no tiene ni zorra idea de lo que habla.
Se echó a reír atrayendo la mirada
de un hombre de traje que estaba esperando su maleta como ella.
—Te quiero. Te llamo en cuanto
llegue.
—Cielo, acuérdate que…
—Mamá…
— ¿Soy muy pesada? —gruñó al otro
lado de la línea haciéndola reír—. Intentó controlarme, pero no es fácil.
—Lo sé. Dale un beso a papá y a
los chicos.
—Lo haré. Ten cuidado.
Sonrió colgando el teléfono y el
hombre se acercó.
— ¿Una madre demasiado protectora?
Le molestó que dijera eso de su
madre.
— Teniendo en cuenta que me secuestraron
con siete años, no creo que lo sea. ¡Y métase en sus asuntos!
El tío se sonrojó alejándose y una
mujer mayor asintió dándole la razón.
— Bien, dicho.
La cinta empezó a moverse y la
anciana la miró de arriba abajo recorriendo su caro vestido verde claro a juego
con su abrigo. Su mirada subió hasta sus ojos u sonrió más ampliamente.
— Me suena tu cara.
— ¿De veras?
—Sí, ¿pero no sé de qué? Déjame
pensar…— la miró a la cara como si estuviera recordando y se llevó el índice a
sus labios entrecerrando los ojos—. ¡Ya lo sé! ¡Eres Isabella!
Sorprendida la miró.
— ¿Me conoce?
—Oh, chiquilla. Fue hace muchos
años. Tú eras una niña, pero recuerdo que te atendí en el hospital cuando te
encontraron. Soy enfermera.
Ella la miró atónita.
— ¿Y se acuerda de mí?
—Es que me diste mucha lástima.
Apretando la muñeca contra tu cuerpo. Todavía la conservo, ¿sabes? Te quedaste
dormida en el hospital después de reconocerte y se te llevaron los de
asistencia social dejando la muñeca sobre la camilla. La recogí por si la
reclamabas y cuando me jubilé no pude desprenderme de ella.
— ¿Usted tiene mi muñeca? —no se
lo podía creer— ¿Dónde?
La anciana sonrió.
— Aquí en Austin. En el desván de
mi casa con todas las cosas del hospital. ¿Quieres recuperarla? — miró hacia la
cinta—. Oh, mi maleta.
Reaccionando se volvió hacia la
cinta y sacó la maleta que la mujer señalaba. La mujer le sonrió.
— ¿Quieres recuperarla?
—Si es tan amable. Me gustaría
volver a verla. — se volvió para coger sus maletas y cuando cogió las tres la
mujer levantó una ceja. — Es que me mudo aquí durante una temporada.
—Ah, trabajo nuevo.
—Sí. Soy veterinaria.
—Eso es fantástico. Así que
encontraste a tus padres.
—Algunos años después. — dijo
empujando del carrito de las maletas hacia la salida.
—Me alegro muchísimo. — la mujer
rebuscó en su bolso y sacó unas llaves—. Yo perdí a los míos muy jovencita y sé
lo que es vivir sin padres.
—En realidad tengo dos familias. —
dijo sin pensar.
—Entonces eres muy afortunada,
querida. ¿Tienes coche?
—Pensaba alquilar uno…
—Oh, entonces, ¿me sigues?
— ¿No le importa esperar? Si
quiere puede enviármela por correo.
—Oh, cielo. ¿Y si se me olvida?
Últimamente se me olvidan un montón de cosas. — dijo apenada.
Isabella miró sus ojitos grises y sintió
un estremecimiento. Forzó una sonrisa.
— Entonces la seguiré en el coche,
señora….
La mujer sonrió ampliamente.
— Tanner. Athenodora Tanner.
—Lo alquilo en un momento y la veo
en la salida.
—Muy bien, querida. Voy a por mi
coche. Si recuerdo dónde está.
—Por supuesto.
Vio la oficina de alquiler de
coches y sonriendo fue hacia allí. Se volvió mirando sobre su hombro y la
anciana sonrió despidiéndose con la mano. En cuanto llegó al mostrador volvió a
mirar, pero la mujer ya no estaba y a toda prisa saco el móvil. Muy nerviosa
llamó a Riley.
— ¿Ya estás aquí?
—Escucha, no tengo mucho tiempo.
— ¿Qué pasa?
Una mujer de la compañía de
alquiler se acercó a ella.
— ¿Desea algo?
—Un coche, el que sea. –cogió la
cartera abriéndola a toda prisa y sacó una tarjeta de crédito —. Riley, me he
encontrado con una mujer en el aeropuerto que me conocía.
— ¿Del pueblo?
— ¡Tiene mi muñeca! ¡La muñeca que
llevaba cuando me secuestraron!
—Bella, ¿qué dices?
— ¡Dice que la llevaba cuando me
encontraron en el hospital, pero no es cierto! ¡La perdí en el bosque! No lo
recordé hasta que vi sus ojos. ¡Es ella! ¡Ella me secuestró en el centro
comercial y me metió en un coche antiguo verde!
— ¿Dónde estás?
— ¡Me voy a su casa por la muñeca!
— ¡Ni hablar!
— ¿No te das cuenta? ¡Si mis
padres reconocen la muñeca, la tenemos! ¡La necesito! Se llama Athenodora Tanner.
La mujer le puso un formulario
delante y ella firmó los papeles cogiendo después la tarjeta de crédito.
Escuchaba hablar a Riley con alguien.
— ¿Estás ahí?
— ¿Isabella? — la voz de Edward le cortó el aliento— Ni se te ocurra ir.
—Llevo el localizador del móvil
encendido. — dijo antes de colgar. Cogió las llaves del coche con los papeles—
Gracias.
Empujando el carrito fue hacia la
salida y sintió un estremecimiento cuando vio el coche verde ante la puerta. La
mujer la saludó con la mano.
— ¡Estoy aquí!
Ella sonrió diciendo entre dientes.
— Ya lo veo, zorra psicópata. — se
acercó con el carrito— Voy a por el coche y la sigo.
—Perfecto. — dijo entusiasmada.
Se dio toda la prisa que pudo en
encontrar su coche y se puso tras ella tocando el claxon para que se diera
cuenta que ya estaba allí. La mujer se puso en camino y su teléfono móvil
empezó a sonar. Contestó poniendo el manos libres.
— ¿Señorita Swan?
— ¿Agente Paul Lahote?
—El señor Masen me ha explicado los hechos. ¿Puede hablar?
—Voy con el manos libres detrás de
su coche.
— ¿Matrícula?
Ella miró su placa.
— Tiene matrícula de Texas. Seis,
seis, cinco… C, J, C.
—C, J, C— dijo a alguien— Muy bien, ¿confirma que es ella?
— ¡Lleva el mismo coche!
—Muy bien. Sígala, pero no salga del vehículo. En cuanto llegue a su
destino se quedará en el coche, ¿me ha entendido?
—Sí. — dijo muy nerviosa.
— ¡Ya tenemos su dirección! Vamos para allá. ¿Dónde están ahora?
—En la autopista. –levantó la
vista para ver la ciudad—. A diez minutos para entrar.
Ohhh siii!!!! Solo espero que la policía pueda llegar antes y la detengan... pero se me hace muy raro, por qué la quiere ahora que ya está grande????
ResponderEliminarEspero que esto ayude a que Bella vuelva con Edward... y puedan superar todo ;)
Besos gigantes!!!
XOXO
😲😲😲😲😲😲😲😲😲😲😲😲 como ojalá la a trapen y saber sobre los otros niños y por fin esos dos de arreglen.
ResponderEliminarPendiente de actualización. ...
¡Huy què suspenso!!!
ResponderEliminarBuen plan aunque peligroso 😲
ResponderEliminarOh mi Dios, k padre cap!!!!
ResponderEliminarActualización Rápidamente!!!!
Todo fue un desastre, apareció la secuestradoraaaaa
ResponderEliminarEspero que no le vaya a pasar nada malo a Bella. y espero que Edward sufra un poquito mas. gracias por actualizar.
ResponderEliminarMe encanto, que suspenso, estoy ansiosa por el siguiente capítulo, muchas gracias por actualizar.
ResponderEliminarActualizaaaaa!!
ResponderEliminarNooo, que triste todo lo que pasa por no hablar las cosas. Ojalá que ahora no le pase nada a Bella
ResponderEliminar