Edward apartó su plato y tomó aire, lo que le hizo tener la sensación de que le apretaban la cinturilla del pantalón. De nuevo, había vuelto a comer demasiado, lo que era culpa de Bella por ser tan buena cocinera.
Llevaban tres semanas saliendo juntos y aquélla era la tercera vez que Edward se quedaba a cenar en su casa, algo que se estaba convirtiendo en una costumbre semanal.
Aunque al principio se había mostrado nervioso por tener que sentarse frente a su padre, preguntándose si iba a saltar en cualquier momento sobre él para castrarlo, ahora estaba empezando a disfrutar de las veladas en casa de los Swan.
Bella cocinaba de maravilla, y además, se esforzaba en hacer sus platos favoritos cuando él iba a cenar, algo que a Edward no le había pasado desapercibido.
—¿Quieres más? —le preguntó Bella poniéndose en pie para recoger los cuencos del puré de patata y de las judías verdes.
—No, gracias, ya no puedo más —contestó Edward acariciándose la tripa y sonriendo satisfecho.
—Mi hija cocina muy bien, ¿verdad? —intervino Wyatt—. Como su madre. —Desde luego —contestó Edward—. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien.
Era cierto que él solía comer comida preparada que calentaba en el microondas o sobras que su madre le hacía llegar cuando estaba preocupada por si no comía bien.
—No se lo digas a mi madre, ¿eh?
—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo —contestó el padre de Bella chasqueando con la lengua.
A continuación, se giró hacia Bella, que estaba guardando lo que había sobrado de la cena en pequeñas fiambreras y metiéndolas en la nevera.
—Bella, ¿te importa que Edward y yo salgamos un momento al porche a hablar y ahora pasamos a ayudarte?
Edward se sorprendió ante las palabras del padre de Bella, pero, viendo que su expresión era amistosa, no creyó que lo fuera a llevar al establo para pegarle un tiro.
—Sí, claro podéis iros tranquilamente —contestó Bella—. Pero nada de fumar, ¿eh, papá? Te lo digo en serio. Por favor, Edward, no lo dejes fumar.
Wyatt se giró hacia Edward y le guiñó el ojo.
—Desde luego, esta casa está cada día más aburrida —comentó fingiendo que estaba enfadado.
Edward no estaba en absoluto de acuerdo. Considerando la gran cantidad de veces en las últimas semanas que Bella y él se habían escapado al establo y a su habitación cuando su padre no estaba, a Edward aquella casa le parecía de lo más divertida.
En cualquier caso, no le parecía que fuera una buena idea hacérselo saber al padre de Bella porque, precisamente, estaba intentando que no se enterara de que se estaba acostando con su hija.
Edward se puso en pie y siguió Wyatt al porche. El padre de Bella se sentó en una mecedora de madera situada junto a la puerta de la cocina y se sacó un cigarrillo del bolsillo. A continuación, lo olió, suspiró y se lo guardó de nuevo.
—Normalmente, sólo doy un par de palabras después de la cena, pero mi hija se preocupa mucho, así que muchas noches lo único que hago es olerlo.
Edward se colocó frente a él y se apoyó en la barandilla del porche, cruzó los pies a la altura del tobillo y se quedó mirándolo.
—Querías que habláramos, ¿no? —le preguntó al padre de Bella al cabo de unos minutos en silencio.
—Sí, así es —contestó Wyatt poniéndose en pie y acercándose a Edward—. Bella es todo lo que tengo, ¿lo sabes, verdad?
—Por supuesto.
—Me preocupo por ella tanto como ella se preocupa por mí.
—Por supuesto —repitió Edward sin saber muy bien hacia dónde iba aquella conversación.
—Sobre todo, me preocupa qué será de ella cuando yo no esté. —¿Qué ocurre? ¿Estás enfermo?—le preguntó Edward preocupado.
—No, estoy sano como un toro, según el médico, pero me voy haciendo mayor y me puede pasar cualquier cosa. Nadie sabe cuándo va a morir y, cuando llegue mi hora, me gustaría que mi hija estuviera a buen recaudo.
—Lo entiendo perfectamente. —Por eso quería hablar contigo.
—¿Cómo? —dijo Edward enarcando una ceja.
—Quiero hacerte una propuesta —contestó Wyatt—. Bella es la única hija que tengo y, aunque pueda sonar machista, no tengo varones a los que dejar mi rancho. A mi hija le encanta este lugar y se le dan muy bien los quehaceres del rancho, pero sé que no querrá hacerse cargo de él cuando yo no esté.
Edward asintió.
—Nuestras familias siempre se han llevado bien, Bella y tú habéis crecido juntos y nuestras tierras son colindantes, así que voy a ir directamente al grano. Edward, me gustaría que te casaras con mi hija.
Edward se quedó mirándolo con los ojos como platos, sin saber qué decir y con la impresión de que el corazón se le había parado.
—Sí, ya sé que es una petición un tanto extraña —continuó el padre de Bella—. Sin embargo, os he estado observando estas últimas semanas. Bella está feliz y a mí me hace muy feliz ver que vais en serio. Te diré que a tus padres y a mí siempre nos hizo ilusión pensar que algún día terminaríais juntos. Jamás hemos querido presionaros, pero han sido muchas las noches en las que hemos hablado de este tema mientras jugábamos a las cartas.
Edward no tenía ni idea de todo aquello. Aunque era cierto que sus familias siempre se habían llevado muy bien y que Jasper, Bella y él habían crecido juntos, nunca se le había ocurrido que ni él ni su hermano pudieran estar interesados en ella.
Por supuesto, no porque hubiera nada de malo con Bella. Al contrario, se trataba de una chica maravillosa y guapa, pero siempre la había tenido casi como una hermana. Edward se dijo que la próxima vez que viera a su hermano le tenía que preguntar si a él sí se le había pasado por la cabeza tener algo con ella.
—Supongo que necesitas tiempo para pensártelo, pero quiero que sepas que me haría mucha ilusión poder dejarte mi rancho si fueras mi yerno porque sé que lo cuidarías bien. Eres un hombre responsable, honesto y bueno. Si te casas con mi hija y te ocupas del rancho, yo me iré tranquilo sabiendo que dejo todo en buenas manos.
Edward se rascó la barbilla, preguntándose si no estaría teniendo una alucinación. Todo aquello no tenía sentido. No podía ser que en pleno siglo XXI un padre quisiera hacer un matrimonio de conveniencia para su hija.
Aun así, comprendía perfectamente a Wyatt y el amor y la preocupación que había detrás de la oferta que le acababa de hacer. El rancho llevaba siendo de su familia muchas generaciones, Wyatt había vivido allí toda su vida y amaba aquella tierra.
Edward entendía perfectamente que aquel hombre quisiera dejar el rancho en buenas manos cuando se fuera y, por supuesto, entendía también que quisiera que su hija estuviera bien.
Aunque a muchos les pudiera sonar machista, lo cierto era que Wyatt sólo quería lo mejor para su hija y para su rancho.
Eso no quería decir que Edward fuera a aceptar, por supuesto. Después de divorciarse de Suzanne, se había jurado a sí mismo que jamás volvería a dejarse atrapar. Aunque Bella y él se hubieran acostado unas cuantas veces últimamente, no tenía ninguna intención de caer de nuevo en la misma trampa.
—Lo siento mucho, pero...
—No hace falta que me des una contestación ahora mismo —lo interrumpió Wyatt—. Tómate tu tiempo, piénsatelo bien. Sé que lo que te propongo es muy importante y no quiero que te precipites. Quiero que estés completamente seguro porque mi hija se merece lo mejor y tú también —añadió dándole una palmada en la espalda y dirigiéndose a la puerta de la cocina—. En cualquier caso, quiero que sepas que lo consideraría un favor personal hacia mí. No se me ocurre nadie mejor que tú para ocuparse de mi rancho y cuidar de mi hija cuando yo ya no esté.
Sacudiendo la cabeza atónito, Edward siguió a Wyatt al interior de la casa y, nada más hacerlo, percibió el delicioso aroma del café recién hecho. Bella había colocado una fuente de galletas caseras en el centro de la mesa y estaba sirviendo tres tazas.
Desde luego, Bella se había esmerado por agradarle y Edward sintió que el corazón se le encogía. Lo cierto era que, a lo mejor, Bella era una esposa maravillosa. No, a lo mejor, no, seguro.
Mientras escuchaba a medias la conversación que Bella mantenía con su padre, Edward se imaginó ante un sacerdote de nuevo y sintió que el miedo se apoderaba de él, pero se dijo que Bella no tenía nada que ver con Suzanne.
Bella tendría la casa bien atendida, lo estaría esperando con una cena maravillosa y caliente todas las noches y todas las noches compartirían todavía más calor bajo las sábanas. Bella era una mujer que reía sin parar y que lo hacía reír a él.
Desde luego, el conjunto era de lo más apetecible. Y él podía ser un esposo bueno para ella sin implicarse demasiado emocionalmente. Sí, Edward estaba seguro de que podría vivir con ella, casarse con ella y hacerla feliz sin arriesgar el corazón.
Su única preocupación era que Bella no pudiera hacer lo mismo. Las mujeres eran diferentes, más sensibles. ¿Qué ocurriría si Bella desarrollara sentimientos por él que él no pudiera devolver? ¿Qué ocurriría si se hiciera demasiadas ilusiones y terminara sufriendo?
Sin embargo, parecía que Bella había entendido perfectamente sus recelos porque sabía su situación con Suzanne y, en todo el tiempo que llevaban saliendo y acostándose, jamás le había pedido más de lo que quisiera darle.
Nunca le había pedido que le hablara de su ex mujer ni que compartiera con ella su dolor para analizarlo e intentar ayudarlo. Bella se limitaba a aceptar su relación y a él tal y como eran.
Si fuera capaz de aceptar un matrimonio exactamente igual, tendrían opción de construir una vida juntos y darle gusto a su padre al mismo tiempo. Además, si aceptaba la oferta de Wyatt, sus padres dejarían de presionarlo para que se sobrepusiera a la traición de Suzanne, para que siguiera adelante con su vida y encontrara a otra mujer con la que ser feliz.
Al darse cuenta de lo que estaba considerando, le subió la temperatura corporal y, al mismo tiempo, sintió cómo un sudor helado le resbalaba por la espalda.
De repente, se dio cuenta de que Bella y Wyatt la miraban y se percató de que se había ido completamente de la conversación.
—Perdón, estaba pensando en mis cosas —se disculpó.
—No pasa nada —sonrió Bella poniéndose en pie y llevando las tazas al fregadero.
Al observarla, Edward se maravilló ante la gracia de sus movimientos, sus piernas largas y fuertes y su trasero redondeado.
Al instante, sintió una presión conocida en la entrepierna y una sensación cálida, como mantequilla derretida, por las venas.
—¿Quieres que demos un paseo, Bella? —le preguntó poniéndose en pie.
—Sí, claro —contestó ella—. Papá, ¿te importa quedarte solo?
—No, hija, claro que no. Ya me ocupo yo de fregar esto.
—Muy bien —contestó Bella yendo hacia la puerta.
Edward se la abrió y, mientras ella salía, se giró hacia su padre.
—Me lo he pensado y he decidido aceptar tu oferta —le dijo en voz baja para que su hija no se enterara.
A continuación, salió y cerró la puerta tras él, dejando a Wyatt Swan sonriendo satisfecho.
Bella se giró hacia Edward, que estaba bajando los escalones del porche. Sin mediar palabra, la agarró de la mano y comenzaron a andar.
—¿Adónde vamos? —le preguntó Bella.
—A ningún sitio en especial, simplemente me apetecía hablar contigo a solas.
—¿Sólo hablar? —sonrió Bella.
—Sí, sólo hablar —contestó Edward.
Lo había dicho en un tono tan serio que Bella sintió que el miedo se apoderaba de ella. Ya está, iba a romper su relación. Bella se dijo que no debería estar sorprendida, que sabía que, tarde temprano, aquello tenía que suceder.
Aun así, sintió que el corazón se le encogía de dolor.
«No, por favor, que dure un poquito más, lo único que quiero es un poco más de tiempo para poder estar con él, para amarlo y para fingir que él también me ama», rezó.
Bella tomó aire e intentó mantener la calma, diciéndose que aquello era inevitable y que, probablemente, era lo mejor. Era una mujer hecha y derecha y tenía que poder manejar aquella situación con soltura.
Por supuesto, lo iba a echar de menos, pero podrían seguir siendo amigos. En lugar de salir como una pareja, se encontrarían en la calle y charlarían un rato. En lugar de hacer el amor, se sonreirían y fingirían que nunca se habían visto desnudos, que nunca se habían hecho gritar el uno al otro de éxtasis.
De repente, Bella se dio cuenta de que Edward le apretaba el brazo. Habían dejado de andar, estaban en algún lugar entre los árboles de detrás de su casa.
—¿De qué quieres que hablemos? —le preguntó tragando saliva y haciendo un gran esfuerzo para no llorar.
Edward se apoyó en el tronco de un enorme álamo y la agarró de la mano, apretándola con su cuerpo, lo que hizo que Bella se preguntara para qué se molestaba en mostrarse cariñoso si la iba a dejar.
—De nuestro futuro —contestó Edward.
Bella notó que el pulso le latía aceleradamente y que le sudaban las palmas de las manos de nerviosismo.
—¿Qué pasa con nuestro futuro? —He estado pensando.
Sí, había estado pensando y había decidido que prefería un futuro sin ella.
—Estas últimas semanas... nos lo hemos pasado muy bien. Nos ha ido muy bien juntos.
Sí, era cierto que se lo habían pasado fenomenal, incluso a veces se lo habían pasado en grande, pero, por lo visto, aquello no contaba.
—He estado pensand...
Sí, eso ya lo había dicho.
—... que, tal vez, podríamos convertir nuestra relación en una relación permanente. Por supuesto. Desde que Suzanne lo había dejado...
Bella se quedó de piedra y notó que el aire no le llegaba con fluidez a los pulmones. ¿Qué era lo que Edward acababa de decir?
—¿Cómo has dicho? —le pregunto con voz trémula.
—Bella —contestó Edward mirándola muy solemne a los ojos—, ¿te quieres casar conmigo?
Bella sabía que había momentos en los que la gente se quedaba sin palabras, pero a ella nunca le había sucedido hasta aquel instante. Notaba que la cabeza le daba vueltas tan rápido que temía desmayarse y, aunque los pulmones le quemaban por la falta de aire, no era capaz de inhalar.
Edward le acababa de pedir que se casara con él. Edward. Se lo acababa de pedir a ella. Le acababa de pedir que se casara con él.
—Pero...
—Aunque no sea por amor —la interrumpió Edward agarrándola de los hombros—. Aunque no nos queramos, creído que, por fin, Edward se había enamorado de ella, tuvo que soportar oír que no la amaba y que veía su matrimonio como una unión conveniente para ambos. nos llevamos bien y yo creo que nuestro matrimonio podría funcionar. Nos llevamos bien. Desde luego, en la cama nos va fenomenal y te prometo que siempre te cuidaré. Puedes confiar en mí.
En un abrir y cerrar de ojos, Bella pasó del éxtasis más maravilloso a sentirse como si le hubiera dado una bofetada. Ella que había
Su primer impulso fue decirle que aquella oferta era lo más repugnante que le habían dicho en la vida, pero, a continuación, pensó en el valor que había tenido que reunir Edward para hacérsela.
Bella era consciente de lo mucho que Edward había sufrido por la traición de su primera esposa, así que dar aquel paso y pedirle que se casara con él, aunque para ella no fuera la propuesta de amor soñada, era increíble.
Además, ella llevaba enamorada de él toda la vida y aquélla era su oportunidad de estar a su lado.
Aunque Edward no la quisiera en aquellos momentos, tal vez, algún día lo haría. La gente cambiaba y la mayoría de las personas acababan curándose después de una ruptura dolorosa.
Si se casara con él, tendría la oportunidad todos los días de borrar el dolor que Suzanne le había causado y llenar su corazón de su presencia. No todas las mujeres eran como su ex esposa y ahora tenía ante sí la oportunidad de demostrárselo.
Lo cierto era que Bella quería estar a su lado cuando su corazón sanara por fin y se dijo que por aquella causa era capaz de embarcarse durante un par de años en un matrimonio sin amor.
Bella supo que estaba haciendo lo correcto.
—Sí, me quiero casar contigo —contestó abrazándolo de la cintura y besándolo.
Al instante, le pareció que Edward temblaba.
—Muy bien —dijo él sin embargo en tono serio—. Vamos a casa a contárselo a tu padre.
—Espera un momento. ¿No quieres celebrarlo? —contestó Bella apretándose contra su cuerpo.
—Sí, claro que quiero celebrarlo —contestó Edward besándola.
Sin embargo, fue un beso rápido y, a continuación, la agarró de la mano y la llevó hacia su casa.
Aquella reacción hizo reír a Bella y se dijo, mientras avanzaba con él por el camino del bosque, que su vida junto a Edward iba resultar muy interesante.
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Bella le dio un sorbo al vino, la segunda copa que se tomaba desde que había llegado hacía una hora a casa de los Cullen, que estaba llena de amigos y familiares que la madre de Edward había reunido para celebrar su compromiso.
Había flores y globos por todas partes y sobre la chimenea había un cartel en el que ponía:
¡Enhorabuena a Edward y a Bella!.
Desde luego, estaba todo pensado al detalle, pero Bella se sentía intimidada. En cuanto Alice Cullen se había enterado de que se iban a casar, había insistido para que le permitieran organizarles una fiesta a la que había invitado a la mitad del pueblo.
Lo que había empezado siendo una reunión de vino tinto y música clásica se había convertido en una fiesta con canciones country y alcohol a diestro y siniestro.
Lo que resultaba una verdadera ironía porque aquel entusiasmo de sus padres y los planes de su madre habían hecho que Edward se apagara. Desde la misma noche en la que se lo había propuesto, ella había dicho que sí y se lo habían contado a sus respectivas familias, no había vuelto a mostrar ningún interés ni en el compromiso ni en la boda.
Había aceptado a regañadientes la fiesta de su madre y le había hecho Bella que hiciera lo que quisiera con la ceremonia y la celebración. Le había dejado a ella que eligiera la fecha y que se encargara de todos los preparativos.
Bella entendía perfectamente que no quisiera involucrarse demasiado porque a los hombres no les solía gustar tener que elegir flores ni colores y consideraban que eso era cosa de mujeres.
Sin embargo, esperaba que la hubiera ayudado a elegir cosas como el lugar de la ceremonia, la iglesia o el jardín de sus padres, o que tal vez hubiera hecho alguna sugerencia sobre la lista de invitados. Sin embargo, Edward se había lavado las manos y la había dejado completamente sola.
Aquella noche habían llegado juntos a casa de sus padres, tal y como les había indicado su madre, ya que Alice tenía todo planeado para que todos los invitados llegaran antes que los protagonistas de la velada y, cuando Edward y Bella habían hecho su entrada triunfal, todo el mundo había gritado y aplaudido con entusiasmo.
Desde entonces, no había vuelto a ver a Edward.
Bella tragó saliva y se obligó a sonreír a un caballero que le había contado una historia supuestamente graciosa de la que Bella no había escuchado ni una sola palabra.
«Edward es así», se dijo.
Se había repetido una y otra vez que el hombre con el que se iba a casar era una persona muy introvertida a la que no le gustaba estar con mucha gente, a la que no le gustaban las fiestas y, sobre todo, a la que no le gustaba ser el protagonista de nada.
Además, ya había estado casado antes. Se había casado suponiendo que iba a ser para toda la vida y Bella suponía que pasar por todo esto de nuevo no debía de resultar fácil para él.
Probablemente, estuviera agobiado por los recuerdos dolorosos, pero debía darle una oportunidad para que ella pudiera demostrarle que la infidelidad de su ex mujer no se iba a repetir y que con ella podía ser feliz.
Lo cierto era que, aunque amaba apasionadamente a Edward, aunque quería desesperadamente convertirse en su esposa, tener un prometido que la trataba con frialdad y que se mostraba indiferente ante los preparativos de su propia boda era suficiente para hacerla dudar.
De repente, le pareció que la habitación en la que estaba era demasiado pequeña y sintió claustrofobia, comenzó a faltarle el aire y decidió salir a calmarse.
Sonriendo a todo el mundo con el que se encontraba, se abrió camino hasta la cocina y salió al exterior.
Una vez a solas, se agarró con fuerza a la barandilla del porche y se quedó mirando los maravillosos colores del atardecer.
—Hola —lo saludó confundida—. No sabía que habías venido. Edward me había dicho que estabas en Chicago.
—Sí, pero no me podía perder la fiesta de compromiso de mi hermano y de mi vecina favorita —contestó Jasper sonriendo y acercándose a ella para besarla con cariño en la mejilla—. ¿Qué tal estás?
—Bien —contestó Bella apartando la mirada—. ¿Y tú?
—Vaya, me sorprende tu contestación. Se supone que te vas a casar, que deberías está radiante. Deberías estar muy emocionada.
—Estoy muy emocionada —dijo Bella en tono lacónico.
—Si estás emocionada así, no me gustaría verte deprimida —sonrió el hermano de Edward
—Venga, a mí no puedes engañar, Bella. ¿Qué te pasa?
—Nada —mintió Bella intentando sonreír.
—Bella...
Le estaba hablando con tanto cariño y su mirada era tan amable que Bella se abrazó a él y se puso a llorar desesperadamente.
Jasper dejó que se desahogara a gusto, abrazándola y acariciándole la espalda y, cuando por fin Bella decidió que se había desahogado, le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas.
—Gracias —le dijo Bella. —¿Qué te pasa?
—No debería contártelo porque es tu hermano. Debe de ser que estoy muy nerviosa por la boda.
—Obviamente, mi hermano ha hecho algo.
—Más bien, todo lo contrario —contestó Bella jugando nerviosa con el pañuelo—. Desde que me pidió que me casara con él, no ha hecho absolutamente nada. Es como si no quisiera casarse. No está interesado en absoluto en los preparativos de la ceremonia ni en nuestro futuro ni en esta fiesta que tu madre ha organizado con toda su ilusión —le explicó Bella—. Yo creía que estar comprometida con él, que casarme con tu hermano me iba a hacer feliz, pero ahora preferiría que hubiéramos seguido acostándonos simplemente.
Jasper la miró con los ojos como platos, pero Bella ignoró su reacción. Por lo visto, Edward no era el único que creía que era una virgen inocente.
—Mira, lo que pasa es que mi hermano es tonto. El primer error que cometió fue casarse con Suzanne cuando era obvio que aquello iba a ser un desastre. Su segundo error fue lamentarse tanto cuando lo abandonó y el tercer error... —la consoló Jasper apartándole un rizo de la cara y sonriendo con cariño—. Su tercer error, el peor de todos, es hacerte llorar a ti cuando debería estar abrazándote y diciéndote lo mucho que te quiere.
Al oír aquellas palabras, Bella se emocionó y volvió a llorar de nuevo, así que Jasper la tomó otra vez entre sus brazos.
—Shh, no pasa nada —le dijo—. Edward no quiere hacerte daño, pero está muy confundido. Ya sabes lo mal que lo pasó después de lo de la infidelidad de Suzanne. No sabe lo que quiere.
Bella entendía perfectamente aquellas palabras, pero eso no significaba que hicieran que se sintiera mejor. El miedo a estar comprometida con un hombre que no se quería casar con ella la llenaba de amargura.
En ese momento, oyó que una puerta se abría a sus espaldas y se apresuró a apartarse de Jasper y a limpiarse las lágrimas porque no quería que ningún invitado la viera así, pero, cuando se giró, comprobó que no era un invitado sino Edward, que la estaba mirando muy enfadado.
—Bueno, supongo que es mejor que me haya enterado antes de la boda. Hubiera sido muy estúpido por mi parte haberme casado de nuevo con otra mentirosa —comentó con lengua viperina.
—Espera un momento... —dijo Jasper.
—Y con mi propio hermano —continuó Edward.
—Edward... —intervino Bella— no es lo que tú piensas —añadió dando un paso al frente y alargando el brazo para ponerle la mano en el pecho, pero Edward dio un paso atrás y la miró con desprecio.
—Nunca lo es —contestó con desdén.
—Ten cuidado con lo que dices, Edward —murmuró Jasper detrás de Bella—. Si tengo que partirte la cara en tu fiesta de compromiso, te la parto.
Edward dio un paso al frente con actitud amenazante y miró a su hermano con furia.
—Sí, y si tienes que liarte con mi prometida también te lías con ella, ¿no?
—Ya basta —intervino Bella—. Jasper, muchas gracias por tu ayuda, pero creo que tengo que hablar con tu hermano a solas.
—¿Estás segura? —contestó Jasper mirándola a los ojos y relajándose.
—Sí, estoy segura.
—Muy bien. Estaré dentro. Si me necesitas, grita.
Bella asintió, pero no dijo nada, sabiendo que, si decía algo, Edward se lo tomaría como una señal inequívoca de que lo estaba engañando con su hermano.
Jasper avanzó hasta la puerta y, una vez allí, se giró hacia su hermano.
—Si le haces daño, haré que te arrepientas —lo avisó antes de entrar.
—Demasiado tarde —murmuró Edward aunque su hermano ya no lo oía—. Ya me arrepiento.
Aghhhh como Edward puede ser tan malo con Bella???? Hubiera sido mejor que no aceptara lo que le pidió el padre de Bella, si la iba a tratar de esa forma...
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Haas noo por dios ojalá no sea tan tozudo para entender que no pasaba nada con jasper
ResponderEliminarMe siento mal por Bella, ya no debería casarse con Edward,se ve obligado.
ResponderEliminarJoder la plancho y asta el fondo que cabrón será
ResponderEliminarYo que Bella lo dejaría plantado ahí donde está y le diría que ya no hay boda, para estar casada con alguien que te trata así, mejor quedarse sola!
ResponderEliminarGracias por el capi :)
Edward estupido no le hagas eso el q tu ex mujer fuera una zorra no quiere decir q todas las mujeres lo sean a demas Bella no estaba haciendo nada dejala hablar escuchala no rompas algo q luego vas a lamentar mucho, y q a lo mejor luego llores x idiota gracias nena nos leemos ♥
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