Solterona Empedernida 3



―Es una gran amabilidad por tu parte, Bella ―dijo Ángela Weber.

―No es nada ―contestó Bella, que estaba sentada en la cocina de la casa de la hacienda, tomándose una taza del café que hacía la señora Mallory, a la mañana siguiente―. El señor Cullen me pidió que ayudara.

―¿Él te lo pidió? ―por alguna razón, Ángela la observó con una ligera expresión de hostilidad.

Aunque eran las diez de la mañana. Rosalie no se había levantado todavía y la señora Mallory era quien había dado de desayunar a los niños y les había hecho un poco de masa para que jugaran con ella.

―Rosalie ―continuó diciendo Ángela― estaba tan nerviosa anoche, que decidimos dejarla dormir hasta tarde esta mañana. Supongo que te has enterado de que ha roto con su esposo, ¿verdad?.

―Sí, lo siento mucho ―dijo Bella con suavidad.

―Y supongo que no querrá molestarse con esta barbacoa, así que voy a actuar en su representación. Si pudieras decirme lo que hay que hacer, Bella, me pondré inmediatamente a hacerlo.

― Está bien. Si avisamos a James Witherdale, puede encargarse que dos hombres caven un par de hoyos para la barbacoa, pongan el carbón y yo puedo...

Pero Ángela inmediatamente se dirigió al teléfono que había en la pared, consultó la lista de números que había clavada junto a él y procedió a llamar a los Witherdale.

Bella no pudo evitar arquear una ceja. No esperaba que se notara, pero descubrió que la señora Mallory la estaba mirando con una expresión que parecía decir: «¡no digas nada!» en sus ojos. Después se volvió otra vez hacia el fregadero. 

Ángela y James Witherdale tardaron diez minutos en ponerse de acuerdo. Ángela quería saber, muy específicamente, dónde los iban a cavar y por qué habían escogido ese lugar. Era evidente que James había sugerido el lugar de costumbre: un cuadrado que había frente a la bodega de maquinaria. Había algo de césped, dos viejos árboles y unas mesas y bancas permanentes en él. Era el lugar en el que habitualmente se reunían. Se le consideraba algo así como el corazón de la hacienda. Ángela había pensado que el jardín que había detrás de la casa era un lugar más adecuado. Sin embargo, al final cedió a las razones de James Witherdale y quedó arreglado que podrían empezar a comer a las cinco de la tarde. Volvió hacia la mesa de la cocina y dijo:

―Bueno, supongo que la costumbre es asar carne. Señora Mallory, ¿tendría usted la bondad de seleccionar la carne que se va a usar? Vendrán dos hombres a recogerla. Así podremos ocuparnos nosotras de las ensaladas ―añadió.

―¡Ensaladas! ― gruñó la señora Mallory―. Aquí no van a comer señoritos remilgosos, ni mujercitas almidonadas. ¡Ensaladas, vaya! ―y se cruzó de brazos.

―Perdonen mi error ―murmuró Ángela―. ¿Qué vamos a comer entonces con la carne?

Bella intervino rápidamente, antes de que la señora Mallory abriera la boca.

―Arroz. Generalmente hacemos varias ollas de curry o de goulash. James Witherdale hace una fuente de patatas realmente muy sabrosas y la señora Mallory pan de maíz, que sirve con salsa.

―Muy bien ―dijo Ángela, con una levísima expresión de disgusto al oír mencionar el pan de maíz―. ¿No te importaría, Bella, volver a llamar a los Witherdale, para pedirle a James que haga las patatas? ¿Se ocupa alguien de hacer el goulash o el curry?

―Yo misma, y haré lo que yo decida ―anunció la señora Mallory, con los brazos todavía cruzados.
―Entonces se me ocurre una idea maravillosa ―dijo Ángela con ingenio―. Yo hago un curry realmente bueno, señora Mallory, así que, ¿por qué no hace usted el goulash?

―¿Está usted insinuando que quiere usted hacer el curry aquí, en mi cocina?

―Sí, pero le propongo algo... si usted piensa que mi curry es malo, señora Mallory, se lo daré de comer a los cerdos, o a los animales que tengan aquí equivalentes a ellos.

―¿Es una apuesta, señorita? ―preguntó la señora Mallory en tono inexpresivo.

―Sí.

―¡La acepto!

―Bien. Ahora, en cuanto al arroz...

―Yo haré el arroz ―dijo Bella, esforzándose por no reír.

―Excelente ―Ángela se quedó pensativa un momento―. ¿Qué se bebe?

―Cerveza ―contestaron Bella y la señora Mallory al mismo tiempo, aunque la señora Mallory añadió:

―Y no sugiera usted bebidas fuertes o vino, señorita. Cuando hay licores más fuertes, suele haber también muchas peleas.

Ángela hizo una mueca, pero no dijo nada más al respecto.

―¿Cuántas personas vendrán?

―Oh... diez, veintitrés, veintisiete... alrededor de treinta y dos; hay que tener en cuenta a los peones que están ahora en la hacienda; pero catorce de los asistentes serán niños ―dijo Bella.

―¡Qué horror! ―exclamó Ángela.

―No se preocupe. Generalmente, yo me encargo de ellos. Juego con ellos y los entretengo hasta que la comida está lista. Si vamos a comer a las cinco, generalmente nos reunimos una hora antes... ― Bella se interrumpió al ver entrar a Rosalie lentamente en la cocina, con una hermosa bata de seda y con el rostro pálido y la expresión desolada.

―Supongo que es demasiado esperar que la barbacoa haya sido cancelada, ¿verdad? ―fue lo primero que dijo.

.
.
.

A las cuatro de esa tarde, Bella estaba ya en la zona de la barbacoa, como la mayor parte de los otros empleados, pero no había señales todavía de los habitantes de la casa principal. Y percibió un cierto grado de tensión que no se sentía normalmente, mientras el humo se elevaba en el aire y los animales que se estaban asando daban lentas vueltas sobre los agujeros llenos de carbones ardientes.

Era una hermosa tarde y el sol empezaba a ponerse. La mayor parte de los hombres, que habían nacido y crecido trabajando de vaqueros, se había quitado el sombrero que normalmente parecía pegado a su cabeza. Casi todos calzaban botas de cuero. Sus cinturones estaban tachonados con adornos de plata. A nadie podía caberle la menor duda, se encontraban en una tierra de vaqueros. Muchas de las personas que habla allí, habían nacido y crecido en una silla de montar.

Por un par de minutos, Bella dejó de hacer lo que estaba haciendo, colocar los platos en una de las mesas de madera, y encontrarse en un lugar tan lejos del mundo, con aquella gente de hablar lento, pero no por eso menos sabio, y de costumbres muy sencillas.

Entonces vio dos camionetas Land Rover que se acercaban procedentes de la casa, y todos se pusieron en actitud de alerta.


Fue Edward Cullen el que logró romper el hielo en una magistral exhibición de diplomacia, que Bella no pudo menos de aplaudir en secreto. En solo diez minutos, tuvo a todo el mundo bebiendo y hablando. Había colocado a Rosalie entre James y Bree Witherdale. Él mismo estaba, con una cerveza en la mano, rodeado de hombres.

―No está mal comentó la señora Mallory, cuando colocó una olla al lado del arroz de Bella―. Con él podría llevarme bien. Pero ella... es muy diferente―añadió en tono sombrío.

―¿Se refiere a Rosalie?

―¡No! Ésa no se quedará mucho tiempo. Me refiero a la otra, a la que tiene ojos verdes, de gata.

―Vamos, Ángela no se va a quedar definitivamente aquí ―contestó Bella. La señora Mallory la miró con severo desprecio―. ¿Qué quiere usted decir? ―preguntó con una sonrisa―. ¿No le ha salido bien el curry?

―El curry le ha salido excelente ―reconoció la señora Mallory―. Pero no significa que tenga que caerme bien.

―Todavía no entiendo por qué ella puede ser un problema ―dijo Bella, frunciendo un poco el ceño.

―Entonces te lo voy a explicar, aunque se supone que en este sitio tú eres la maestra, esa mujer planea convertirse en la señora Cullen algún día. Recuerda mis palabras.

Bella la miró boquiabierta.

―¡Oh...!

―Sí, tiene sentido, ¿verdad? Bueno, tal vez no para gente como tú, que eres tan inocentona en esas cosas.

―¡No lo soy! ―protestó Bella.

―¡Claro que lo eres! ―respondió la señora Mallory en tono indulgente―. ¿Acaso el veterinario no te ha estado cortejando durante meses enteros... sin que lo hayas notado siquiera? Y no me digas que no es verdad.

Bella tragó saliva.

―¡No es cierto!

―¿Qué no es cierto? ―preguntó Ángela Weber, que llevaba otra olla―. Aquí está mi curry ―añadió con amabilidad―. La señora Mallory me ha permitido servirlo. Bella, tú podrías ayudarme de dos formas, encargándote un poco de Rosalie, o ayudando con Sally y Ben. Podrías empezar a organizar a los niños.

Bella dominó las ganas de decirle a Ángela Weber que se fuera al diablo y dijo con rigidez: ―Bien, me encargaré de los niños.

La barbacoa fue un gran éxito. Casi desde el primer momento, Ben participó en los juegos con vigor e iniciativa, y hasta Sally soltó por fin la mano de Bella y consintió en participar con los demás. Y cuando sirvieron la comida, Bella hizo que los niños se sentaran en círculo de tal modo que comieron de forma bastante ordenada, pero con evidente placer. Sólo cuando terminaron, los dejó ir a correr un poco, en la oscuridad iluminada por las fogatas, y a jugar a los indios y los vaqueros. Ángela logró establecer buena relación con las esposas y las hijas mayores de los trabajadores, en una exhibición de diplomacia casi tan magistral como la de Edward Cullen. De cualquier modo irritó a Bella por razones que no le resultaba fácil analizar. Llegó a la conclusión de que Ángela le desagradaba sin remedio, hiciera lo que hiciera.

Seguramente todo aquello no podía tener nada que ver con la ambición de Ángela de convertirse en la esposa de Edward Cullen... ¿o sí?, se preguntó a sí misma en una ocasión; entonces sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad, pero añadió para sí misma: «¡No sé siquiera si eso es verdad o es sólo un producto de la fantasía de la señora Mallory!» Sin embargo, la ironía de ese pensamiento la hizo sentirse curiosamente incómoda, así que decidió olvidarse definitivamente del asunto.

Pero fue mucho más difícil olvidarlo, cuando tuvo una prueba irrefutable de la teoría de la señora Mallory esa misma noche.

Había ayudado a la señora Mallory a recoger todo, cuando acabó la barbacoa. Rosalie se llevó a sus hijos a acostar y Ángela y Edward desaparecieron. Una vez que ellas terminaron de lavar hasta el último plato, se sentaron a tomar una taza de té en la cocina. Entonces Bella bostezó, dio las buenas noches y salió por la puerta de atrás, para dirigirse a su casa. Tenía que recorrer unos cuatrocientos metros para llegar hasta allí. Se ciñó bien la cazadora y se frotó las manos, mientras bajaba los escalones posteriores y daba la vuelta a la casa. La noche era despejada, estrellada y fría. Caminó en silencio sobre el césped, unos cuantos metros, hasta que oyó voces y se detuvo, insegura. Procedían de arriba, de la terraza, e inmediatamente reconoció la voz de Ángela. No sólo la reconoció, sino que oyó lo que decía y la forma en que lo estaba diciendo.

―Debes admitir que me he portado bien esta noche, querido.

― Muy bien ―contestó Edward Cullen.

― Seguramente merezco un poco más que eso por haber matado tantos dragones, por decirlo así, ¿no? ―el tono ronco y sensual de la voz de Ángela llegaba hasta Bella con perfecta claridad en el aire frío de la noche.

―¿Qué esperabas?

―Esto ― dijo, y Bella no pudo evitar el contemplar la escena. Sus ojos se habían adaptado a la oscuridad y pudo ver tanto a Ángela como a Edward Cullen, no con mucho detalle, pero sí sus siluetas, y vio que Ángela se acercaba a él y levantaba la mirada hacia sus ojos. Se quedaron así durante un largo momento; entonces Bella vio cómo Edward Cullen bajaba lentamente la cabeza hasta Ángela y se besaban.

Entonces Bella se dio la vuelta y se deslizó hacia el otro lado de la casa.

.
.
.

―Pero, ¿usted cree en Santa Claus, señorita Swan? ―preguntó Seth Clearwater. Era un niño delgado, nervioso, muy aficionado a causar problemas. Tenía en el pelo algunos remolinos que hacían imposible domarlo. 

―Bueno, generalmente sólo los niños creen en Santa Claus. Seth; pero puedo jurar que la Navidad pasada vi a alguien muy parecido a Santa Claus, cruzar Forks a caballo.

―Usted siempre nos dice que no debemos jurar, señorita.

―Sí, es verdad, pero éste es un tipo diferente de juramento y no tiene nada que ver con la costumbre de decir palabrotas.

―De cualquier manera, se supone que viaja en un reno y que...

―A lo mejor su reno estaba enfermo, Seth ―dijo Bella con suavidad―. Y ahora, como faltan dos minutos para las tres y ya es casi hora de que toque la campana, puedes recoger los cuadernos de dibujo, Seth... Seth ―dijo con calma, pero miró con firmeza al niño hasta que cedió malhumorado e hizo lo que le decían Y tú, Ben, puedes guardar los lápices de colores.

Ben se puso de pie de un salto y obedeció de buena gana. Estaba recogiendo las pinturas cuando exclamó mirando por encima del hombro de Bella:

―¡Tío Edward!

Bella no se volvió, levantó la campana y la hizo sonar.

―Muy bien, podéis iros.

Edward Cullen esperó hasta que todos salieron ruidosamente de la escuela, antes de decir nada. Después se puso frente a ella y dijo:

―Esa ha sido una pieza maestra de diplomacia, señorita Swan. He pensado que la iba a ganar en esa cuestión de los juramentos.

Bella hizo una mueca.

―Son los niños como Seth Clearwater los que obligan a las maestras a no decir mentiras. ¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?

―No mucho... me parece que tiene usted una elevada proporción de niños menores de nueve años en la escuela.

― En realidad, tengo tres adolescentes, pero como van a tener pronto un examen, los he dejado salir después del almuerzo. A veces es más fácil para ellos estudiar en su casa.

―¿Tiene algún genio entre ellos? Bella se encogió de hombros.

―No lo sé, pero Riley Witherdale, el hermano de Bree, es muy inteligente y podrá ir a la universidad... con un poco de suerte.

―¿A qué tipo de suerte se refiere?

―A la aprobación de su padre ―dijo Bella en voz baja――. James está un poco confundido. A él le resulta extraño tener un hijo que está más interesado en la Teoría de la Relatividad que en el ganado. Y, para ser sincera, Riley ya está fuera de mi alcance como alumno. Debería estar asistiendo a una buena escuela superior, pero...―sonrió brevemente ―. Estoy segura de que las cosas se arreglarán. ¿Ha venido a ver las instalaciones? ¿Por dónde quiere empezar? ―añadió ella con entusiasmo.

Edward la observó un momento, con el ceño ligeramente fruncido.

―Tal vez no.

Bella lo miró con exasperación:

―¿Por qué no?

―No creo que éste sea un buen momento para eso.

―Es mucho mejor momento ahora, que la escuela ha terminado, que venir a espiarme cuando tengo a Seth Clearwater tratando de crucificarme hablando de Santa Claus, frente a un grupo de niños más pequeños que él ―contestó Bella con irritación.

―Así que por eso está usted enfadada, ¿eh? Pero a mí me ha parecido que controlaba usted muy bien la situación.

―No estoy... enfadada Bella negó su frustración.

―¿Irritada, entonces? ―sugirió él―. ¿He hecho algo más que la haya molestado? Bella lo miró fijamente y descubrió que el corazón le palpitaba de forma extraña. Estaba aterrada, pero era imposible que Edward hubiera adivinado lo que sentía desde que lo había visto besando a Ángela Weber en la terraza la noche anterior.

―Sería mejor que me lo dijera usted ―dijo él después de una pequeña pausa, extrañamente tensa.

Bella pareció volver a la vida.

―¡No! Quiero decir no, no me pasa nada. Mire, estoy muy bien, en realidad, así que, ¿por qué no hacemos el recorrido y terminamos de una vez con eso? ―de pronto comprendió lo extraño que sonaba lo que estaba diciendo― ¡Oh, caramba! ―añadió―. Tal vez tenga usted razón.

Lo que él habría dicho a eso quedó para siempre en el misterio, porque mientras él la miraba con el ceño todavía fruncido, Ben y Sally volvieron a la escuela exigiendo saber si él había ido a buscarlos.

―Sí ―dijo lentamente―. ¿Por qué no? ―y añadió con voz inexpresiva―: ¿Será otro día, entonces, señorita Swan?

―Sí, gracias. Cuando a usted le parezca ―dijo Bella y gimió interiormente al darse cuenta de lo servil que eso sonaba.

.
.
.

Pasaron dos semanas antes de que tuviera algo más que un pasajero contacto con Edward Cullen; pero era imposible no darse cuenta de su presencia diariamente en la propiedad. Tanto sus alumnos, como sus padres, hablaban constantemente de lo que hacía, de los cambios que estaba realizando. Había un aire de esperanza y expectación en el lugar que había sustituido a la sensación de estar luchando con todo en contra, que había prevalecido antes de que la hacienda fuera vendida.

Se hizo evidente, también, que Edward no era todo dulzura, como Bella podía haberles dicho desde un principio, sino que era un patrón exigente que esperaba que todos se esforzaran que podía ser frío, cortante, sarcástico y desagradable cuando no lo hacían.

Pero a ella, pensó con un suspiro, aquel hombre había conseguido desequilibrarla y no conseguía tranquilizarse de ninguna manera. Si no oyera hablar tanto de él, sería más fácil y, desde luego, si no tuviera que verlo nunca, todavía más...

Pero no era fácil evitar a Edward Cullen, aunque lo viera generalmente a distancia; pero aun así, su estatura y su porte tranquilo lo hacían inconfundible, como también su aire de autoridad. Ya fuera montado a caballo, subiendo al helicóptero que él mismo pilotaba algunas veces, o simplemente caminando hacia la casa, aquel hombre provocaba en ella el mismo impacto absurdo que había sentido la primera vez que había puesto los ojos en él.

Desde luego, eso tenía que desaparecer, se dijo a sí misma más de una vez. ¡Tenía veintiséis años! Ya no era una ridícula adolescente... Y él no le gustaba siquiera. No podía ser una mujer adulta y racional, si estaba obsesionada por un hombre que le desagradaba.

Ésa fue la razón por la que en una de las ocasiones en las que estuvo brevemente en contacto con él, se mostró también más cordial que de costumbre con Jasper Whitlock, el veterinario, que estaba con Edward cuando los tres se encontraron. Bella llegaba con los niños de un pequeño paseo que habían hecho como parte de una clase de ciencias naturales.

Jasper no era tan alto como Edward Cullen, pero era un hombre apuesto, tranquilo, con una actitud amable y bondadosa hacia los animales y hacia los seres humanos. Él pilotaba su propio avión. Tenía su base en Longreach y atendía a los animales en una zona de centenares de millas cuadradas. Después de dirigirle una sonrisa particularmente cariñosa se encontró esperando, contra toda esperanza, que la señora Mallory hubiera estado equivocada. Recordó con inquietud que no se había equivocado en lo relativo a Ángela Weber.


―Hola, Bella ―dijo Jasper con tranquilidad, pero con una leve expresión de sorpresa―. ¿Habéis estado estudiando la flora y la fauna local?

―Sí ―contestó ella―, y hemos hablado tanto que creo que hemos agotado el tema. 

En realidad, estaba un poco cansada, aunque no tenía una razón real para estarlo. 

―¿Por qué no da por terminadas las clases por hoy? ―sugirió Edward Cullen, después de someterla a un penetrante escrutinio.

―Oh, no ―Bella pareció escandalizada―. ¡No puedo hacer eso!

―Ah, pero yo sí ―dijo él, y se volvió hacia el grupo de chicos, a los que dijo que la escueta había concluido por ese día. Los niños, encantados con aquel inesperado golpe de suerte, no necesitaron ninguna presión adicional para irse corriendo, encantados de la vida.

―¿Cómo ha podido hacer eso? ―preguntó Bella mirándolo con incredulidad. 

―Ha sido muy sencillo ―contestó él muy serio, aunque con evidente ironía. 

―¡Pues no debería haberlo hecho!

―¿Por qué no? Un par de horas de descanso no les van a hacer ningún daño a ellos y podrían hacerle mucho bien a usted.

―¡Pero está usted minando mi autoridad!

―Lo dudo ―dijo él lentamente―. ¿No cree que está exagerando un poco?

―Tal vez tenga usted razón ―dijo bruscamente y se dio la vuelta, para alejarse de ahí.

―Oh, por cierto, Bella ―dijo Jasper―. Ese wombat enfermo que me llevé a la clínica se ha recuperado completamente y se está convirtiendo en una pesadilla. ¡Se come mis zapatos y mis calcetines!

Bella se dio la vuelta y una sonrisa iluminó su rostro.

― ¡Oh, Jasper, cuánto me alegro! No que se coma tus zapatos y tus calcetines, sino que se haya recuperado. ¿Qué vas a hacer con él?

―Tengo la impresión de que no voy a poder librarme de él ―contestó Jasper con tristeza―. A menos que... ¿no quieres que te lo devuelva?

Bella hizo una mueca.

―No estoy segura de poder enfrentarme a un wombat mimado, además de bueno, algunos niños que tengo a mi cargo.

―¡Entonces, te libero del problema!

.
.
.

Bella pasó la tarde trabajando en el traje de Bree y riñéndose a sí misma por la imagen que estaba dando.

Tres días más tarde fue llamada a la casa y cuando llegó se encontró a Rosalie bañada en lágrimas, a Ángela cerca de ella y Edward Cullen cortante y desagradable.

― Siéntese, Bella.

Estaban reunidos en la habitación más grande de la casa, que servía también como comedor. Era un salón amplio y gracioso, de techo alto, un arco de madera dividiendo las dos áreas. Los muebles, advirtió Bella, echando un rápido vistazo a su alrededor, eran preciosos; había una mesa redonda de caoba, con un grueso pedestal central y ocho sillas en el comedor, un juego de sala de piel y dos exquisitas alfombras persas en el piso de madera restaurado.

―Le hemos pedido que venga para que nos dé su opinión sobre si Sally y Ben pueden quedarse aquí un par de semanas, sin su madre ―dijo Edward Cullen.

Bella parpadeó y Rosalie dijo llorosa.

―¿Tienes que decirlo de esa forma tan horrible? ¡Lo dices como si los estuviera abandonando!

―De ninguna manera estoy diciendo tal cosa ―contestó él en tono cortante―. Lo que sí me parece completamente ridículo, es que te los lleves durante tiempo indefinido, interrumpiendo sus estudios y alterando toda su vida, mientras tú tratas de poner en orden la tuya. Bella ... ―se volvió hacia ella― como si eso no fuera evidente, ¿quieres decirnos cómo se están adaptando?

Bella contestó lentamente:

― Muy bien. Ben puede ser un poco travieso en ocasiones, pero eso es muy natural en los niños de su edad, sobre todo si son tan inteligentes como él. Y ahora que he descubierto que tiene una gran afición al dibujo y que le encanta pintar, le he estado dando algunas clases extras de pintura y está encantado. En cuanto a Sally, ya tiene una amiga; se han vuelto inseparables y eso la ha ayudado a vencer un poco su timidez. Yo diría que ambos son felices y están muy bien adaptados.

―Y no podemos decir que tú los hayas ayudado, Rosalie ―dijo su hermano, implacable. El resultado fue inevitable. Rosalie empezó a sollozar en forma convulsiva y Ángela murmuró:

―Edward, no creo que esto esté sirviendo de nada. 

Bella se puso de pie.

―Yo me...

―Siéntese ―ordenó Edward Cullen.

Pero Bella no obedeció y lo miró con un ligero brillo de furia en los ojos.

―Esto no tiene nada que ver conmigo.

―Por supuesto que lo tiene, si Rosalie puede estar segura de su interés en Sally y en Ben, podría irse con la conciencia más tranquila.

Bella le dirigió una mirada tan dura y cortante como la suya.

Claro que estoy interesada en ellos. Y si la señora Mallory, necesita ayuda para cuidarlos, puede contar conmigo. La ayudará encantada.

―Bien, eso está arreglado, entonces ―dijo Edward Cullen decididamente, pero Rosalie sólo sollozó con más fuerza. Bella miró a Edward y después caminó hacia donde estaba su hermana y dijo con amabilidad.

Estarán bien con nosotros durante un tiempo, Rosalie. Pero creo que debe decirles que no será por mucho tiempo. Y debe hacer un esfuerzo por mostrarse tranquila y cariñosa antes de irse.

―¡Trataré de hacerlo... lo intentaré! ―sollozó Rosalie . ―¡Oh, gracias, Bella! Yo sé que la señora Mallory es muy buena con ellos, pero usted es una persona tan sensata... La he observado tratar a los niños y cómo hace todo on un gesto resuelto, se sonó la Nariz, tragó saliva varias veces y logró sonreír débilmente.

―Es la personificación de la sensatez ―murmuró Edward Cullen, mientras a Bella se le ocurrían dos cosas: que nunca se había dado cuenta de lo que Rosalie pensaba de ella, porque creía que a Rosalie no le interesaba nada de lo que sucedía a su alrededor y que se estaba metiendo en un verdadero lío.

6 comentarios:

  1. Esa Ángela no me agrada, Edward es muy mandón rosé una llorona todo un drama esa familia, gracias ;)

    ResponderEliminar
  2. Jajajajajaj esa Angela es una perra sin mas jajajajaajajaja ojalá Bella no se deje mandar.por Edward cabrón jajajajajaja me súper encantó el cap hermosa graciasssss graciasssss graciasssss

    ResponderEliminar
  3. Me encantan este tipo de historias. Gracias por la actu y pir la adaptación.

    ResponderEliminar
  4. Porque no los cuida Ángela, no creo q se vaya con Rosalie

    ResponderEliminar
  5. No creo que Ángela esté mucho tiempo con los niños. Probablemente, estén con Bella y tal vez, Edward, si éste se libra de la persecución constante de Ángela.

    ResponderEliminar
  6. Ughhh será que Edward tiene algún plan con Angela??? o solo la tiene allí para distraer a Rosalie??? Por que ella se va??? Espero que Bella pueda ayudar con los niños, se nota que la necesitan!!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

    ResponderEliminar