Solterona Empedernida 4

Rosalie Y Ángela se fueron día y medio más tarde y durante el siguiente par de días, Bella observó a Ben y a Sally con especial cuidado, pero no pudo detectar ningún trauma. Y el tercer día después de la partida de su madre, llegaron a la escuela rebosantes de importancia, con una invitación para Bella a cenar esa noche con ellos en la casa.

Bella gimió en su interior, pero, al ver sus caritas ansiosas comprendió que no podía rechazar la invitación, aunque le habría encantado hacerlo, porque todavía estaba indignada con Edward Cullen por sus actitudes autoritarias.

Sin embargo, la cena que compartieron con los niños fue una comida agradable y durante ella se hizo evidente algo que a Bella no se le había ocurrido antes: que Sally y Ben querían mucho a su tío.

Ayudó a la señora Mallory a acostarlos, les leyó un cuento y después fue a buscar a su patrón para darle las buenas noches, pero se encontró con que la señora Mallory había hecho café para ellos y lo había servido en la sala.

―Yo...

―Siéntese, Bella ―dijo Edward Cullen de buen humor―. No hace falta que se vaya corriendo. No soy realmente el ogro por el que usted me toma.

Ella titubeó, pero cuando Edward le sirvió una taza de café, se sentó y aceptó el café, dando las gracias en voz baja.

―Así que no hay ningún problema con nuestros huérfanos temporales, supongo, ¿verdad?

―No, que yo sepa contestó―. ¿Han... han tenido noticias de Rosalie?

―Sí. Llama por teléfono todos los días. Está viviendo con Ángela, pero no estoy seguro de que ésa sea una buena idea.

Bella arqueó las cejas.

― Ángela es una persona muy... segura de sí misma ―dijo pensativo― Rosalie nunca lo ha sido, pero quiere practicar la filosofía de Ángela respecto al amor, los hombres y el matrimonio... ―se encogió de hombros.

―Parecen muy buenas amigas.

―Se conocen desde que eran niñas, pero mientras que Rosalie se casó y tuvo hijos siendo quizá demasiado joven para saber lo que hacía, Ángela ha estado completamente dedicada a su profesión. Hasta la fecha ―añadió.

Bella frunció ligeramente el ceño, tratando de interpretar el tono de Edward. De pronto, se oyó así misma preguntar:

―¿Cómo es el esposo de Rosalie?

Edward tardó más de un minuto en contestar.

―Lo extraño del caso es que él es un buen amigo mío y trabaja para mí.

―Oh.

―Sí ―reconoció Edward con tristeza―. Es una situación difícil. Y aunque él no es, tal vez, el mejor marido del mundo, tampoco es un ogro. Pero algo no ha funcionado entre ellos, y Rosalie es mi hermana.

―Me alegra oírle decir eso ―murmuró Bella.

Edward le dirigió una mirada divertida.

―¿Por qué dice eso? ¿Porque usted pertenece al club universal de las mujeres? ¿O porque piensa que hay que responder siempre a la llamada de la sangre?. 

―Ambas cosas, probablemente ―dijo Bella en tono cáustico.

―Si quiere que le diga lo que pienso del matrimonio de mi hermana, la verdad es que creo que ya es hora de que ella siente cabeza y deje de tratar de encontrar luz de luna y rosas en cada rincón de su vida, de que deje de preocuparse por peluqueros y ropa y se ocupe más de ser madre y esposa. Las cosas estarían mucho mejor si lo hiciera. Pero si le dijera todo esto, usted tomaría partido inmediato a su favor, ¿no es cierto?

Bella lo miró con frialdad.

―No, de ninguna manera. Pero le diría que es probablemente imposible saber con exactitud lo que pasa entre un hombre y una mujer y sólo un estúpido puede creerse capaz de hacerlo.

―Ah, bien, me sorprendería mucho si estuviera equivocado, pero ―dijo con lentitud, de ninguna manera impresionado por los comentarios de ella―, está usted recopilando una larga lista, Bella.

Bella frunció el ceño.

―No sé qué quiere decir con eso.

― Me ha llamado tonto, un hombre que mina su autoridad oh, y no olvidemos que soy un tipo machista y desagradable. Pero, dígame algo ¿qué hay entre usted y Jasper Whitlock?

Lo inesperado de la pregunta hizo que Bella se ruborizara.

―¡Ese no es asunto suyo,  no tiene nada que ver con usted, nada ―dijo casi tartamudeante.

―Entonces, no hace falta que proteste tanto. Pero yo diría que harían una buena pareja.

La furia que sintió casi quitó a Bella el aliento.

―Usted no sabe nada de eso ―exclamó―. Usted sólo está siendo...

Edward arqueó una ceja y esperó un momento.

―¿Otro calificativo? No me preocupa, ¿sabe? En realidad disfruto de nuestros pequeños encuentros.

Bella rechinó los dientes, pero antes de que pudiera decir algo, él continuó con toda tranquilidad:

―No estoy del todo seguro de por qué tengo esta... habilidad para enfurecerla, mientras que Jasper aparentemente no la tiene. De ahí mi pregunta.

―Todo lo que usted dice está calculado para enfurecerme de un modo o de otro ―contestó Bella con frialdad.

―Eso parece. Pero puedo decirle, por ejemplo, que me sentiría mucho más feliz si viera a Rosalie pasar algún tiempo aquí, con usted, para que aprendiera algunas de las cosas prácticas y básicas de la vida. No me diga que eso no es un cumplido.

Bella se puso de pie.

―Depende de cómo lo vea ― dijo―. Si está insinuando, por ejemplo, que soy una persona muy práctica, para la que la luz de la luna y las rosas no existen.

―Bella ... ―se puso de pie, y la miró muy serio―. Yo creo que debía alentar un poco más a Jasper, lo digo porque me parece que está mostrando todos los síntomas clásicos de una joven que se ha ido al otro extremo, al extremo opuesto al de Rosalie, quiero decir  y que en realidad, se está muriendo por un poco de luz de luna y rosas.

Bella estaba tan ofendida que se quedó sin habla.

―Y en este momento ―continuó, con una mirada repentinamente intensa― es cuando usted me abofetea, supongo, señorita Swan. Pero, ¿no cree usted que podría haber un final más adecuado para esta discusión? Siempre podría responder abrazándola y besándola hasta dejarla sin respiración.

―¡No se atreva! ―tartamudeó ella.

―¿Por qué no? ―preguntó él lentamente―. Soy tan capaz como Jasper Whitlock de proporcionarle un poco de luz de luna y rosas, me imagino, ¿por qué no lo ponemos a prueba? ―Y, sin esperar respuesta, antes de que Bella pudiera adivinar sus intenciones, le quitó las gafas haciendo que Bella se sintiera no sólo invadida por un remolino de sensaciones, sino que estuviera de pronto en la desventajosa posición de tener que mirarlo con sus ojos miopes―. Así está mucho mejor, y es mucho más cómodo para hacer esto, estoy seguro.

«Esto», fue abrazarla y bajar sus labios hacia los de ella.

―¡No, no! ―protestó― No debe hacerlo... ¡señor Cullen! Por favor.

―Probablemente tenga usted razón, no debería hacerlo―dijo Edward, mientras deslizaba las manos por su espalda―. Pero la verdad es que voy a hacerlo, no sé por qué, pero usted me intriga realmente, señorita Swan. ¿Es posible que sea virgen todavía?

Bella soltó una exclamación ahogada y trató de liberarse, aunque sin hacer demasiado esfuerzo. Edward la mantuvo en sus brazos y cuando dejó de forcejear, se limitó simplemente a acercarla un poco más y a continuar besándola.

Cinco minutos más tarde se separaron. Bella se llevó una mano a la boca y dijo con aire indefenso:

―¡Esto es terrible!

―No, no lo es ―la contradijo él, en un tono de voz completamente diferente y mantuvo las manos en su cintura, hasta que ella dejó de tambalearse. Entonces la soltó y Bella miró a su alrededor completamente perpleja ―. Toma ―le dio sus gafas.

Bella intentó decir algo, pero Edward se le adelantó.

―Siéntate, Bella. Te serviré un poco más de café.

―No... ―contestó con voz temblorosa―. No, ya me voy.

―Vas a hacer lo que yo digo ―le rodeó la cintura con los brazos y la hizo sentarse en la silla que había detrás de ella―. Toma ― volvió a decir, unos minutos más tarde, y puso una taza de café a su lado―. Tómatelo añadió con amabilidad y se dio la vuelta para servirse otra taza.

Bella cerró los ojos, se pasó la lengua por los labios y entonces bebió un poco de café. Unos segundos después, empezó a tranquilizarse un poco. Para entonces Edward ya estaba sentado frente a ella, con su propia taza de café. Cuando sus miradas por fin se encontraron, Bella dijo con una extraña mezcla de desolación y reproche.

―No debería haber hecho eso.

Se regañó por no haber sido capaz de decir nada más ingenioso.

―Probablemente no ― contestó él con aire pensativo, mientras la mantenía cautiva de su mirada―. Pero debes admitir que no ha estado nada mal.

―Bueno, espero que no vaya usted a dar demasiada importancia a esto, señor Cullen, porque estaría cometiendo un gran error si lo hiciera.

―¿De verdad? No sé ―murmuró con una ligera sonrisa―. ¿Eres virgen, Bella?

Bella apretó los labios:

―Le voy a decir lo que soy, señor Cullen...

―Creo que deberías tutearme y llamarme Edward ―la interrumpió él con otra sonrisita, aquella vez decididamente burlona ―. No me gusta que hablemos como si hubiéramos salido de una telenovela.

― Le voy a decir lo que soy, señor Cullen ― repitió Bella―. Soy una mujer que siente que usted se ha aprovechado de ella de una forma intolerable.

―¿Intolerable? ―Edward arqueó una ceja―. Perdóname, pero me parece que a ti te ha gustado que yo me haya aprovechado de ti de esa manera... intolerable.

―Bueno... bueno, sea lo que sea, en cualquier caso... ―se interrumpió para dirigirle una mirada glacial ―¿cómo describiría usted la situación de una mujer que soporta ser besada por un hombre que lo hace sólo por capricho? Porque yo no lo he provocado. No tengo la menor duda de que para usted sólo ha sido un capricho. Sucede que lo vi besando a Ángela Weber hace sólo un par de semanas ―dijo con menosprecio―, así que no trate de decirme que no es usted ni más ni menos que...

―Ah, eso lo explica todo ―murmuró Edward Cullen―. Un hombre infiel y traicionero... ¿eso era lo que ibas a decir? ―preguntó con amabilidad―. Eso añade tres nuevos insultos a tu repertorio.

―¿Qué es lo que explica eso? ―preguntó Bella furiosa.

―Por qué me miras como si fuera un ser despreciable. Por cierto, no advertí tu presencia cuando estaba con Ángela, pero, ya que fue así... ―se encogió de hombros y la miró con un cierto brillo malicioso en los ojos.

―Creo que deberías explicarme si desapruebas que la haya besado por razones morales, o personales.

―No mezclemos las cosas personales en esto ― dijo con voz tensa― . Y yo no estaba espiando; simplemente volvía a casa después de la barbacoa, cuando, bueno, usted y Ángela estaban en la terraza y no me di cuenta hasta que era demasiado tarde. Pero hablando de cuestiones morales, sigo pensando que es razonable oponerse a ser besada cuando usted... simplemente cuando usted...

―¿Aunque hayas disfrutado, Bella?

Bella tomó aire y se puso de pie.

Buenas noche, señor Cullen ―dijo con toda la tranquilidad que fue capaz.

―Y aquí termina el sermón ― murmuró él lentamente con el mismo brillo burlón en la mirada―. Está bien, váyase a la cama, señorita Swan. Pero permítame decirle, que Ángela y yo no tenemos ninguna... relación formal y que...

―¿Se sintió usted obligado? Lo creo.

Edward se echó a reír.

―La verdad es que fui besado, más que lo contrario, pero no iba a decir eso; no me parece muy galante de mi parte. En cambio, en tu caso me sentí momentánea, pero sinceramente intrigado, aunque no sabría decir por qué.

―Es el colmo de e interrumpió bruscamente.

―Bueno, no es para que te lo tomes así, Bella ―dijo él en forma razonable ―. Pareces estar tan segura de que ha sido una cosa tan terriblemente condenable, tan inaceptable para ti a pesar de ciertas manifestaciones que indican lo contrario, que no puedo dejar de preguntarme qué ha sido lo que realmente me intrigaba. ¿Quieres que te acompañe a tu casa?

Bella se dio media vuelta y se fue.

Durmió mal durante las noches siguientes y sufrió las consecuencias del día, en forma de irritabilidad. Sus doce alumnos le resultaban abrumadores. Así que a las cinco de la tarde del viernes estuvo encantada de poder encerrarse en su casa, quitarse las botas y hundirse en un sillón.

Pero lo peor de todo, decidió, lo que realmente la hacía sufrir, era que no podía olvidar los pocos minutos que había pasado en los brazos de Edward Cullen.

Se quitó las gafas, apoyó la cabeza en el respaldo, en un gesto de cansancio y se puso a pensar si realmente deseaba un poco de romanticismo en su vida. Pero, ¿cómo había podido ocurrirle eso a ella? Se preguntó desolada. Era perfectamente feliz hasta que... ¿sería ése el efecto que Edward tenía en todas las mujeres? No sabía si esa respuesta la hacía sentirse mejor o peor. No sabía por qué siempre se ponía tan tensa cuando estaba con él, pero se suponía que seguía siendo una maestra de escuela sensata, seria, que no podía competir con Ángela Weber... ¡No, basta, Bella! se ordenó a sí misma y se incorporó violentamente. Lo que tenía que hacer era sacar todas esas tonterías de su mente.

Sonó el teléfono.

Lo miró con enfado, pero decidió contestarlo. Era la madre de Seth Clearwater, que llamaba asustada porque Seth había desaparecido.

―Estoy segura de que no ha desaparecido, Sue ― dijo Bella en tono consolador. Aquello sucedía cada quince días―. Estoy segura de que lo encontrarás escondido en el almacén de la maquinaria.

―He revisado perfectamente el almacén de la maquinaria y en todos los lugares en los que podía haberse escondido ―contestó Sue Clearwater a través del teléfono. Después añadió en tono acusador―: me ha dicho que usted se había enfadado hoy con él por algo que no había hecho.

Bella se apoyó contra la pared, con gesto cansado y pensó en las perpetuas interrupciones que Seth Clearwater hacía en clase, en sus eternas preguntas y en su increíble facilidad para ser inoportuno e impertinente, una situación a la que contribuía, sin duda, una madre nerviosa y un padre que bebía demasiado. Sin embargo, nada de eso cambiaba el hecho de que posiblemente había sido más estricta aquel día con él de lo que era necesario y sintió un repentino ataque de remordimiento.

― ¿Dónde está Harry? ―preguntó, refiriéndose al padre de Seth.

― ¡Están acampando esta noche lejos de aquí, reuniendo el ganado y no hay un hombre en toda la hacienda!

―Muy bien, Sue, ahora mismo voy hacia allí. Estoy segura de que lo encontraremos en alguna parte.

Pero al amanecer del día siguiente. Seth Clearwater no había sido encontrado. Como se sentía cada vez más culpable, aunque sabía que Seth era un genio para esconderse y que no lo encontrarían hasta que él quisiera. Bella se montó en una camioneta y decidió ampliar el área de búsqueda. Había varios cobertizos abandonados en un radio de cinco o seis kilómetros a la redonda. Sin duda podía haber llegado andando a cualquiera de ellos. Dejó a James Witherdale y a la señora Mallory a cargo de las madres y los niños que estaban en la hacienda y les dijo que sólo estaría fuera una hora, como mucho.

Fue una decisión desastrosa. La camioneta tuvo un fallo en el motor en el lugar más lejano al que habían previsto llegar y como no sabía nada de mecánica, no tenía idea de que le había pasado, así que decidió volver a casa andando. Para su desgracia, metió el pie en una madriguera y el resultado fue que el tobillo empezó a hinchársele de forma alarmante y le empezó a doler terriblemente. Se sentó en el suelo, apoyó la cabeza en las manos y sintió ganas de llorar, de simple frustración.

Dos horas más tarde, cuando había avanzado cojeando una pequeña distancia, fue encontrada por uno de los trabajadores del rancho. Afortunadamente, llegó a caballo, con otro caballo para ella.

―¡Oh, Jacob, gracias a Dios! ―exclamó con voz ahogada, cuando reconoció la cara del joven aborigen que de vez en cuando asistía a la escuela―. ¿Cómo me has encontrado?

―He seguido sus huellas, señorita ―respondió Jacob con una amplia sonrisa. Bajó del caballo y se arrodilló a su lado―. ¡Vaya! Tiene fatal ese tobillo.

―Lo sé. He metido el pie en una madriguera. Estaba buscando a Seth Clearwater.

―Ya no tiene que preocuparse por él, señorita Bella ―dijo Jacob en tono consolador―. Lo han encontrado... en el tejado de su propia casa.

Bella apretó los puños.

―¡Lo sabía, lo sabía! Sabía que iba a aparecer en cualquier momento. Bueno es una buena noticia, Jacob ― hizo una mueca de dolor cuando el joven la ayudó a levantarse y a subir al segundo caballo. Cuando empezaron a avanza, preguntó con cierta preocupación―: ¿Quién... te ha enviado a buscarme, Jacob?

―Edward. Yo le he dicho que podría encontrarte y me ha creído. «¡Tienes que encontrarla, maldita sea!» me ha dicho. «No me importa cómo» ―explicó Jacob, riendo alegremente.

―¿Estaba... de mal humor? ―preguntó Bella―. ¿Por qué ha vuelto a casa?

―Esta mañana temprano, ese loco de Mike Newton se ha dejado pisotear por un animal, de nuestro propio ganado... eso ha puesto nerviosos a los otros del rebaño y todo el ganado ha salido corriendo. ¡Vamos a tardar dos días en volver a juntarlo! En cualquier caso, él me ha dicho que lo acompañara a llevar a Mike a su casa en helicóptero para que lo viera cuanto antes el médico. ¿Y qué nos hemos encontrado al llegar? El médico ya había llegado, pero había también un montón de mujeres y de niños, corriendo de un lado para otro, como locos, porque usted se había marchado y se había perdido, y a Seth Clearwater tampoco lo encontraban. ¡Al enterarse Edward se ha puesto furioso! ―terminó, y se echó a reír de nuevo, como si la escapada del ganado, la furia de Edward Cullen y todo lo demás, fuera cosa de risa.

―¿Cómo han encontrado a Seth?

―Yo creo que debe haber oído a Edward, porque ha aparecido de repente. Ha dicho que se había quedado dormido y no había oído nada. ¡Ese chiquillo es una verdadera lata!

―Tienes mucha razón ―dijo Bella con convicción en el momento en que llegaban delante del almacén de la maquinaria, donde fueron recibidos con entusiasmo. Edward Cullen avanzó hacia los caballos.

― ¿Dónde diablos ha estado usted, señorita Swan? ―preguntó con frialdad, y añadió en tono cortante―: ¿No cree que una persona perdida ya era suficiente?

Bella pensó varias cosas a la vez: que el tobillo le dolía de forma insoportable, que Edward Cullen, vestido de color caqui, con botas y cubierto de polvo parecía un verdadero ganadero, y sobre todo, la dominó el pensamiento de que debía tratar de conservar la calma delante de toda aquella gente. Así que dijo con cuidado:

―He pensado que Seth podía haberse metido en uno de los cobertizos abandonados que hay por los alrededores; sin embargo, cuando estaba como a cuatro o cinco kilómetros de aquí, se me ha roto la camioneta. Desgraciadamente, no sé prácticamente nada de mecánica; pero no me había perdido, señor Cullen; habría vuelto, tarde o temprano ―terminó con frialdad.

―Habría tardado muchísimo tiempo ―comentó Jacob, que evidentemente no percibía la tensión que había en el ambiente―. Trae un tobillo que no me gusta nada. Se ha metido en una madriguera ―añadió.

Edward Cullen le levantó la pierna de los vaqueros, lanzó un juramento en voz alta y, sin más, la levantó del caballo y empezó a caminar con ella en brazos.

―¡Tenga la bondad de bajarme, señor Cullen! ―ordenó ella furiosa, olvidando que había decidido no perder los estribos.

―No, no pienso hacerlo. Y cállate ya, Bella, y obedéceme ―contestó Edward. Todos los chicos que los seguían con evidente interés, abrieron los ojos de par en par y contuvieron la respiración.

―Óigame bien ―empezó a decir ella.

―Tú eres la que vas a oír, Bella Swan, y esconde las uñas, porque no te voy a llevar a mi harén como tu pequeña alma de solterona está deseando que haga. Simplemente estoy llevándote a la sala de primeros auxilios, donde el Doctor Geraldy está suturando a Mike Newton, para que te vea el tobillo.

Sin poder evitarlo, Bella estalló en furiosas lágrimas de frustración. Ante eso, Edward Cullen respiró profundamente, levantó los ojos al cielo, juró en voz alta y continuó con paso decidido hacia la sala de primeros auxilios. En ese momento, todos los espectadores se esfumaron.

― No voy a quedarme aquí.

Edward se cruzó de brazos y apoyó los hombros contra el marco de la puerta de un dormitorio para invitados de su casa y miró a Bella fijamente. Estaba sentada en la cama en la que él acababa de dejarla con la cara quemada por el sol y los ojos llenos de lágrimas; tenía el pelo alborotado, la ropa sucia y cl tobillo vendado.

―¿Y qué sugieres, entonces?―preguntó él con frialdad―.Te acaban de decir que no puedes apoyar el tobillo por lo menos en dos días.

―Puedo descansar en mi propia casa. Estoy segura de que no me van a dejar morirme de hambre, y Jacob ha prometido hacerme una muleta. ¿Quién se cree que es usted?

―Mi querida Bella―se alejó de la puerta―por mucho que esto te disguste, te quedarás aquí donde la señora Mallory puede cuidarte y, como tendremos que cerrar la escuela durante una semana, puedes ayudarla entreteniendo un poco a Sally y a Ben. Es el arreglo más práctico y sensato; además, tendrás que aceptarlo porque lo digo yo, y cuanto antes domines tu ridículo mal carácter, mejor. Y no te molestes en decirme que me porto como si este lugar fuera mío... porque lo es.

―Yo no iba a... ―Bella se interrumpió.

―O algo por el estilo.

Bella lanzó un tembloroso suspiro de exasperación y descubrió que volvía a tener los ojos llenos de lágrimas. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y, finalmente, ella misma empezó a lanzar juramentos.

―Me alegro que Seth no esté ―dijo Edward plácidamente. ―¿Te encuentras mejor? 

―Sólo me gustaría que usted se fuera...

―Para no ponerte otra vez a llorar sobre mi hombro.

―No me habría puesto a llorar, si no hubiera pasado una mañana infernal, además de una noche sin dormir, si no me doliera el tobillo y, si usted no me hubiera insultado terriblemente  y si no me hubiera sentido culpable por la desaparición de Seth Clearwater ―dijo Bella con amargura.

Edward se sentó en un extremo de la cama y la miró con el ceño fruncido.

―¿Por qué tenías que sentirte culpable por Seth?

―Fui un poco dura con él, ayer ―hizo un gesto de desolación―. Su madre pensó que ésa era la razón de que se hubiera escondido.

―Bella, incluso desde mi limitada experiencia con Seth Clearwater, me resulta evidente que necesitarías la paciencia de un santo para no enfadarte con él.

―Pero ése es el problema. Normalmente, tengo la... bueno, no la paciencia de un santo, pero sí más paciencia de la que tengo últimamente.

―¿Y a qué atribuyes esta repentina falta de paciencia?

―Tal vez necesito un poco de descanso ―musitó.

―Entonces ésta es la solución, tienes que quedarte en casa, ¿no crees Bella? 

Bella lo miró, y aunque la expresión de Edward era inescrutable, tuvo la incomodable sensación de que él comprendía demasiado bien la causa de su problema.

―Si... bueno, es posible que tenga usted razón ―dijo a toda prisa―. Yo... está bien...

La señora Mallory le preparó el baño, la ayudó a llegar hasta la bañera y después dejó que remojara sus desventuras un buen rato; no era fácil relajarse cuando uno tenía a un hombre como Edward metido en la cabeza.
Finalmente, vestida con un camisón limpio y metida en la cama del cuarto de invitados, con el tobillo bien acomodado sobre una almohada, se quedó profundamente dormida. Durmió durante horas, sin soñar siquiera.

Fueron Ben y Sally los que la despertaron. Se adelantaron un poco a la señora Mallory, que le llevó una bandeja con la cena. Bella comió con sorprendente apetito, mientras los niños le contaban que su tío Edward había hecho que llevaran de su casa muchas de sus cosas, incluyendo el traje de novia de Bree Witherdale, para que no tuviera tiempo de aburrirse, añadieron muy serios.

Bella hizo una mueca. Pero fue difícil no sentirse conmovida, cuando los dos niños le llevaron su rompecabezas favorito, la señora Mallory proporcionó una bandeja grande y empezaron a armarlo juntos, procurando, con solícito cuidado, no hacerle daño a Bella en el tobillo cuando subieron a la cama.

Fue Edward el que los mandó a dormir aproximadamente una hora más tarde. Los niños aceptaron la orden sin protestar y Bella estuvo a punto de emocionarse, cuando ambos le dieron un abrazo y las buenas noches.

―¿Cómo te encuentras? ―preguntó Edward cuando la señora Mallory se los llevó para bañarlos. Edward se había duchado y se había puesto unos pantalones grises y una camisa a cuadros grises y blancos.

Bella subió un poco más la ropa de la cama. 

―Bien, gracias.

―No creo que sea verdad ―dijo él con una sonrisa―.No olvides que el médico te ha dejado unos analgésicos para que soportes el dolor durante los próximos días. 

―He tomado uno, después de la cena.

―Bien. ¿Y cómo van las quemaduras del sol? ―se acercó un poco más.

―La señora Mallory me ha dado lanolina.

―La buena y vieja lanolina. ¿Así que no necesitas nada ni una buena copa de brandy?

Bella pestañeó y se pasó la lengua por los labios. 

―No creo que me sentara bien con las pastillas. 

―No, claro que no,  qué tonto soy. Pero he pensado que eso te ayudaría a relajarte lo suficiente y te ayudara a olvidarte de algunas de las cosas que te he dicho hoy. 

Bella lo miró con los ojos abiertos de par en par. 

―¿Está usted disculpándose? ― preguntó incrédula. Edward acercó una silla y se sentó al lado de la cama. 

―¿Por qué no me dices exactamente de qué crees que debo disculparme? Entonces lo haría encantado.

―¿No cree que el haber dicho delante de todo el mundo que yo soy una solterona frustrada merece una disculpa? ¿O decirme que me callara la boca delante de todos mis alumnos?

―Bueno, siento mucho haberte dicho que te callaras delante de todos tus alumnos. En cuanto a lo otro.

Pero Bella dijo de repente con gesto cansado:

―No lo haga. Por favor... ¿no podríamos dejar las cosas así?

Él le sostuvo la mirada. Entonces dijo en un tono diferente de voz, más tranquilo: ―Pero tú sabes que eso no va a resolver nada, Bella, ¿verdad? Porque creo que eres una persona muy sincera a la que le resulta difícil no decir lo que piensa y porque yo, dentro de mis limitaciones, también soy así. Esto quiere decir que no podemos seguir andándonos con rodeos. Por lo menos a ti no te está haciendo ningún bien.

Bella tragó saliva.

―Está bien ―se incorporó poco sobre las almohadas para no sentirse tan en desventaja y se alisó el camisón. Después cruzó las manos frente a ella, sobre la ropa de cama―. Supongo que este tipo de cosas suceden de vez en cuando.

―¿Te suceden a ti con frecuencia?

¡Oh, Dios! pensó ella. ¿Por qué le estaba haciendo pasar por eso?

―Tal vez no haya sido una forma muy correcta de expresarlo ―dijo lentamente, aunque estaba pensando a toda prisa―. Lo que quiero decir es que la vida me ha enseñado que no es muy prudente precipitar las cosas. Y yo creo... tengo la firme convicción de que cuando... un hombre aparece en la vida de una mujer tiene que ser el hombre adecuado; tiene que ser especial y convertirse en la cosa más importante de su vida, y si no es todas esas cosas, yo prefiero quedarme como estoy... o como estaba ―añadió mirándolo con tristeza.

―Ya veo ―repuso él con lentitud―. Pero las cosas no suelen ser así, Bella.

―Por otra parte, tengo una convicción igualmente firme de que, después de haber conseguido todo lo que tengo, tirarlo por la borda por alguien como usted, a quien casi no conozco y acerca de quien, si me perdona, tengo grandes dudas, sería una enorme tontería por mi parte.

―Me alegro de que por lo menos tengas dudas.

Para su propio asombro, cuando advirtió la expresión traviesa y divertida de Edward, Bella sonrió.

―Usted sabe lo que quiero decir.

―Lo que quieres decir es que a menos que haga yo todo lo que un hombre suele hacer para conquistar a una mujer con fines matrimoniales, no estás dispuesta a tenerme en cuenta siquiera.

―Eso sí que suena a telenovela ―replicó ella, ya sin sonreír.

―Pero en cualquier caso es cierto.

―¿No se le había ocurrido pensarlo?

No, Bella, no se me había ocurrido ―contestó él con calma―. Aunque debo confesar que sí he pensado que cuando no estás discutiendo conmigo, eres una persona bastante pacífica... bien organizada...

―Ya me había dicho eso antes ―lo interrumpió Bella, con considerable ironía.

―Y tú contestaste que preferías morir a que se casaran contigo por tus habilidades domésticas. ―¡Y no he cambiado de opinión! ―añadió con rapidez―: Así que ahora que ya hemos aclarado las cosas, tal vez podamos dejar de pelear.

―Bueno, podemos intentarlo ―Edward se puso de pie con una enigmática sonrisa―. ¿Qué te gustaría hacer ahora?

―Continuar durmiendo, supongo. No tengo muchas opciones por ahora, ¿verdad?

―Había pensado que a lo mejor te gustaría abordar otro problema, para que fueras adaptándote a la situación.

Bella abrió los ojos como platos al comprender el significado real de sus palabras.

―Váyase, por favor ― lo miró con amargura y preguntó―: ¿Por qué cuando las mujeres tratamos de ser razonables sobre estas cosas, los hombres siempre se oponen?

―No puedo contestar por los hombres en general, pero en este caso es posible que este hombre sepa que hay cosas que no son siempre susceptibles de ser sometidas a la razón. Ahí tiene un pensamiento que puede analizar antes de dormirse, señorita Swan. Buenas noches. Espero que no te moleste el tobillo durante la noche.

Bella observó cómo se cerraba la puerta y suspiró.




2 comentarios:

  1. Jaaaaaaaa así que Angela lo besó y él no quiso alejarse.... interesante ;)
    será que después de todo esto, Edward deja que Bella se vaya???? Creo que se está encariñando mucho con ella :D
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. cociendo no es cosiendo, no me imagino a Mike Newton dentro de una cazuela cociéndose jajja.
    O Bella es muy inocente, que no creo pues pilla las segundas intenciones de Edward al vuelo, o en verdad es una mujer muy práctica, con las ideas muy claras. Aunque nuestro galán no parece que le impresione demasiado, le intriga, le atrae...veremos qué ocurre en el siguiente.

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