Solterona Empedernida 5

Afortunadamente para ella, Bella se libró de la presencia de Edward Cullen durante los siguientes cuatro días. Así ella pudo concentrarse en su decisión de sacar a Edward de su cabeza. Pero era terriblemente difícil.

Pensó que debía tener algo que ver en eso el hecho de estar en su casa. Sospechó también que tenía mucho que ver con la señora Mallory, que, por razones que sólo ella sabía, había empezado a consultarla todo tipo de cosas, como si estuviera a cargo de la casa.

A pesar de que sólo podía andar con ayuda de la muleta que Jacob le había hecho, y de que en los primeros dos días no pudo hacerlo ni siquiera con ella, el hecho de estar en la casa de Edward la tenía curiosamente fascinada, casi contra su voluntad. La impresionaba que la casa estuviera tan bien amueblada, pero que tuviera un aire impersonal. Era una casa tan maravillosa, que merecía mejor suerte, se dijo en una ocasión. ¿Por qué ni Ángela ni Rosalie habían hecho nada al respecto? se preguntó. Bueno, por lo menos Ángela, se corrigió a sí misma, porque había llegado a la conclusión de que a pesar de las negativas de Edward Cullen de que hubiera una relación formal entre Ángela y él, la propia Ángela tenía otras ideas. Para empeorar las cosas, la señora Mallory se dedicó a la tarea de enseñarle los aparadores llenos de cristalería, cubiertos, objetos de plata, mantelería, jarrones, adornos, lámparas, y hasta cuadros guardados, todavía sin desembalar.

―Esta casa necesita el toque de una mujer ―dijo la señora Mallory.

―Yo... esto me sorprende un poco ― contestó Bella―. Quiero decir, yo pensaba que en cuanto pusiera en orden Forks... bueno, él se iría de aquí. Tengo entendido que Tennessee es su verdadero hogar.

La señora Mallory lanzó un bufido.

―Mire, el plan era que Tennessee fuera entregado a esa tonta de Rosalie y a su esposo, para que ellos vivieran allí y Edward pensaba quedarse aquí. Pero ahora que Rosalie se ha separado de su marido, no van a poder hacer las cosas como habían planeado.

Ya veo.

―Desde luego, la señorita ojos verdes quería ayudar a decorar esta casa, pero Edward no la alentó mucho a que lo hiciera ―dijo la señora Mallory dirigiéndole una rápida y significativa mirada a Bella.

―¿Así que ahora piensa que se equivocó al juzgar las intenciones de Ángela?

―¡Nada de eso! Para ella, Edward continúa siendo un objetivo... El que Edward se deje atrapar es otra cosa.

―¿Porque él no la alentó a...? ―Bella hizo un gesto elocuente con la mano.

La señora Mallory hizo una mueca, parecía estar luchando con el dilema de ser sincera o continuar alentándola.

―Bueno, lo que le dijo Edward a Ángela fue que hasta que no decidieran qué diablos iba a pasar con Rosalie, debían dejar todo tal como estaba. Pero recuerde mis palabras, Bella, la señorita Ángela Weber va a descubrir que no es tarea fácil pescar a Edward Cullen.

―¡Bueno, eso no es asunto mío! ―comentó Bella y se dio la vuelta.

La señora Mallory bufó de nuevo.

Durante esos cuatro días, Bella se concentró principalmente en superar su
lesión y en mantener a Sally y a Ben ocupados y contentos. La única ocasión en la que decidió aportar algo a la casa fue la tarde del cuarto día, cuando encontró cuatro rosas preciosas en el jardín, un poco silvestre y abandonado, las cortó y fue a buscar un jarrón para ellas.

Aquella noche, después de que los niños se hubieran acostado, ella estaba en la sala, de pie colocando las rosas en un jarrón de plata, cuando Edward volvió a la casa.

Bella no lo esperaba, porque había corrido la voz de que el grupo que había ido a reunir el ganado no volvería hasta la mañana siguiente.

Cuando vio a Edward en el umbral de la puerta, Bella retiró las manos de las flores, como si de pronto le quemaran; se puso tan nerviosa que se apoyó excesivamente en el tobillo y tuvo que apoyarse bruscamente en la muleta para no perder cl equilibrio.

―¡No lo he oído! ―dijo titubeante.

―Ya lo sé.

El tono de Edward era cortante y su voz fría. Dejó que la recorriera de abajo arriba con la mirada. Bella llevaba una falda plisada, azul marino y un esponjoso suéter blanco de angora, que ella misma se había tejido; se había recogido el pelo hacia atrás, con una cinta azul marino.

―No lo esperábamos hasta mañana ―añadió ella, tratando de imitar la frialdad de su voz―. ¿Han tenido algún problema?

Después de una pausa curiosamente tensa, Edward contestó:

―Sí. He tenido una avería en el helicóptero, así que he tenido que volver a tierra.

Debías de estar muy hundida en tus pensamientos para no haber oído la camioneta.

―Yo... sí ― contestó la joven con voz ronca. Tuvo la clara sensación de que no era sólo la avería del helicóptero lo que le molestaba, sino también algo que ella había hecho. Y aunque Bella sabía perfectamente bien por qué se había asustado tanto al verlo, esperaba que él no lo supiera―. Creo que la señora Mallory ya se ha ido a acostar. ¿Puedo prepararle algo de comer? Parece cansado e irritable.

―Estoy cansado e irritable ―se pasó la mano por el pelo ―. Sí, Bella, puedes hacerlo ―dijo en tono cortante―. Un poco de café y un bocadillo; tengo que volver esta misma noche en la camioneta.

Se dio la vuelta y desapareció en dirección de su dormitorio.

Por un momento, Bella se quedó dónde estaba, con una mano en la boca y expresión de desolación. Después se dirigió cojeando hacia la cocina.

―Gracias ―dijo Edward, cuando terminó el último de los sandwiches tostados de pollo que Bella le había preparado y terminó de tomarse el café―. ¿Cómo va todo por aquí? ―dijo de pronto.

―Muy bien. Sally y Ben están contentos. Rosalie ha llamado por teléfono todos los días y... bueno, todo va bien ―repitió.

―¿Y qué me dices de ti?

―Casi como nueva.

―Cuando te has asustado al verme, no me lo has parecido. En realidad me ha dado la impresión de que el tobillo todavía te molesta.

Lo dijo con rudeza, como si fuera una fuente adicional de molestia para él.

―Aunque así fuera, no sé por qué le molesta ―dijo ella con tranquilidad y le sirvió otra taza de café.

―Entonces te lo diré yo ―dijo él―. Antes de verme a mí, estabas totalmente sumida en tus pensamientos y parecías tranquila y feliz. De hecho, he tenido la sensación de que pertenecías plenamente a esta casa.

Bella cerró los ojos exasperada. Edward había dado en el clavo. Antes de verlo, la firme rienda que Bella había puesto a sus sentimientos se había escapado de sus manos brevemente y se había entregado al placer de decorar con cuatro rosas una hermosa habitación de una bella casa. Y era, desde luego, la razón de que hubiera reaccionado con ese aire de culpa.

―Y eso ―continuó él―, por alguna razón, me ha hecho recordar lo mucho que disfrutaste cuando te besé, Bella, y pensar cuánto me gustaría volver a hacerlo, en lugar de tener que recorrer más de treinta kilómetros para llegar al campamento, por un camino endemoniado, y a mitad de la noche. Es extraño, ¿no te parece? ―dijo en tono burlón y se apoyó en el respaldo de su silla, con los brazos cruzados sobre el ancho jersey gris que se había puesto encima de la camisa y los pantalones caqui.

― Sí que lo es ―contestó ella con dolor―, puesto que no pertenezco a esta casa y en ningún momento he sentido nada parecido...

―¿Necesitarías forzar mucho tu imaginación para sentir algo parecido? ―preguntó él, arqueando irónico una ceja.

―¡Basta! ―murmuró ella― . Yo estoy aquí sólo porque usted mi pidió que me quedara; yo ya sabía que no era lo que debía hacer... ―se interrumpió bruscamente.

―¿Por ti? ―sugirió él y añadió secamente―. ¿O por mí? Porque estoy empezando a estar de acuerdo contigo, Bella.

―Ésta es una... situación imposible.

―Desde luego. ¿Y qué sugieres tú al respecto?

―Mire, no puede esperar que yo crea que usted desea tener conmigo nada más que una breve relación e incluso eso me resulta difícil de creer.

―Tengo una forma de demostrártelo.

―Bueno, pero no voy a aceptarla ―Bella se puso trabajosamente de pie y Edward la imitó.

―¿Sabes? No deberías juzgar el tipo de mujeres que me gusta pensando sólo en Ángela, Bella porque resulta que me doy perfecta cuenta de que hay algo más importante que una figura despampanante y un rostro atractivo.

―Pero yo no tengo ningún atractivo...

―Tú  tienes  una  forma  de  besar,  sin  embargo,  que  es  inesperadamente satisfactoria ―dijo Edward lentamente―. Y tienes un tipo inesperadamente tentador.

―¿Se da usted cuenta de cómo lo traiciona esa palabra «inesperadamente», señor Cullen? ―preguntó Bella entre dientes―. Si no se lo da, le diré lo que significa para mí,  me hace sentir que usted no es mejor que un gato callejero, que tiene que conformarse con lo primero que encuentra.

Edward dio la vuelta a la mesa con calma, se sentó en una esquina y le levantó a Bella suavemente la barbilla.

―Tienes una imagen terrible de mí, Bella, y te equivocas. No eres «lo primero que encuentro» como tú dices. Olvidas que Ángela acaba de irse de mi lado y que podría haber hecho con ella lo que hubiera querido. Pero soy un poco alérgico  a que me manipulen en ciertas cosas, como soy también alérgico a los descarados intentos de compartir mi cama; aunque a veces me pregunto si tú sabes todo eso ―murmuró―, y has planeado una estrategia más sutil.

Bella lanzó una exclamación ahogada.

―Usted ha pensado... ¿eso es lo que ha pensado al entrar a la casa?

―Se me ha pasado por la cabeza ―reconoció él―. Desgraciadamente, en algunos aspectos soy la persona despreciable que tú crees que soy ―sonrió sin arrepentimiento alguno―. Pero prefiero, pensándolo bien, olvidar eso en este momento. Y creo que puedo decirte con absoluta sinceridad que me siento traído, por varias cosas de ti, Bella Swan. Tu naturaleza combativa. ― Sonrió de nuevo―, la experiencia muy agradable en la que se convirtió el haberte besado contra tu voluntad, y el presentimiento que tengo, que tienes un cuerpo delicado y bien formado, con pequeños pero dulces senos de puntas aterciopeladas, una diminuta cintura y posiblemente…

La bofetada que Bella le soltó resonó en la silenciosa casa. Edward Cullen, aunque se estremeció ligeramente, también rió con suavidad. 
Inmediatamente, puso las manos en la cintura de Bella, aprisionándola, al tiempo que decía:

―¡Sabía que llegaríamos a eso algún día! Supongo que deberá alegrarme de que no me hayas roto la boca, como te ofreciste hacerlo poco después de que nos conociéramos. Pero si crees que no comprendo que ésa es una invitación.

―No.

―Eso ya me lo dijiste otra vez.

Bella, en ese momento, estaba temblando de pies a cabeza, con una mezcla de furia y temor.

―No juegue conmigo, Edward Cullen. No soy una niña, ni una mujer coqueta y el hecho de que usted sea un hombre acostumbrado a ser perseguido por mujeres atrevidas, que es lo que pienso que está tratando de decirme, no me impresiona lo más mínimo, como tampoco me impresionan sus insultos. ¡No sé cómo puede ser tan cínico!

Él no se molestó en negar la acusación; simplemente arqueó una ceja y dijo: 

―¿Y no crees que tú también lo eres?

―¿Cínica? ―preguntó ella sin sentirse muy segura.

―No parece que eso es lo que intentaste decirme cuando me echaste ese largo sermón la noche en que te torciste el tobillo, ¿no? Que estabas harta de encuentros casuales y que si no te ofrecían el espectáculo completo, no querías nada. O algo parecido.

―No sé cómo puede acusarme de ser cínica por eso; es todo lo contrario. Sin embargo, usted sí se merece ese insulto.

―¿Por qué? ¿Porque una noche me viste besando a una mujer que no eras tú?

―¡Oh! ¿Quiere soltarme, por favor? ―le ordenó Bella furiosa.

―¿No tienes la impresión ―preguntó después de hacerlo― de que seguimos dando rodeos inútiles, Bella?

―Si ―se mordió el labio―. Por su culpa. ―añadió Bella con amargura.

―También me han dicho que soy un hombre al que es difícil decirle no ―murmuró él con dulzura. 

―¡Vaya...!

Edward soltó una carcajada y se levantó de la mesa.

―La otra cosa que soy, desafortunadamente, es un hombre presionado por el tiempo. Si no vuelvo pronto, no tendremos listo el helicóptero para mañana y esta maldita recogida de los animales, se prolongará un día más. Así que voy a despedirme de usted, señorita Swan, pero espero verla mañana.

―¡No, no me verá, al menos aquí!

Se dio la vuelta y le ofreció su espalda erguida y furiosa.

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Pero Bella estaba allí cuando Edward volvió ya tarde, al día siguiente. Al ver la expresión irónica y burlona de Edward cuando se encontraron, se apresuró a explicar:

―Se trata de Sally y Ben ―dijo sin preámbulos―. Al igual que Seth Clearwater y otro niño. Pensamos que todos tienen varicela.

Estaban en el estudio de Edward, donde ella había entrado a buscarlo. Edward se sentó frente al escritorio de roble y exclamó en tono salvaje:

―¡Maldita sea! ¿Es que nunca se van a acabar los problemas? ¿Cómo diablos han podido pescar esa enfermedad aquí, en este lugar tan aislado?

―He hecho investigaciones. Uno de los chicos recibió la visita de un amigo, que se quedó con él dos días. Posiblemente la trajo él. Creemos que la enfermedad está en período de incubación en los niños, pues el amigo vino a la escuela y estuvo jugando con muchos de ellos, así que es muy posible que los niños que todavía no parecen afectados reproduzcan pronto los síntomas.

―Bueno, tendremos que darles vacaciones forzosas. ¿Cómo están?

―Malhumorados e incómodos, pero la varicela no es una enfermedad seria. Pero el problema es que Sally quiere ver a su madre.

―¿Qué?

― Y Ben, por primera vez, se muestra agresivo y quiere saber qué pasa con su padre. Y yo estoy empezando a hacerme algunas preguntas.

―¿Qué es lo que te preguntas?

―¿Cómo ha manejado usted la desaparición de su padre en sus vidas?, ¿por qué hasta ahora nunca lo habían mencionado? Me gustaría saberlo, aunque no sea de mi incumbencia.

―Les dijimos que estaba fuera por cuestión de negocios ―dijo cortante―. No sé si lo creyeron o no. Supongo que el ver a su madre tan afectada les hizo sospechar algo. Yo se lo comenté a Rosalie, pero para ser sincero, no sabía que más podía hacer. Supongo que también esperaba que este asunto se solucionara antes de que ellos se dieran cuenta de nada. Y estoy seguro que vas a decirme que debo ser honesto con los niños ―dijo con toda la arrogancia de que era capaz.

―No pensaba hacerlo ―dijo tranquila.

―Me sorprendes ―repuso con frialdad.

―Bueno, no pensaba hacerlo porque temo su mal humor ―dijo con calma―, pero creo que los niños están muy afectados.

Edward hizo un movimiento brusco.

―Localizaré por teléfono a Rosalie. Mira, no les hagas promesas hasta que yo hable con ella. Por lo que veo, has decidido olvidarte por unos días de tus prejuicios de solterona.

―Si lo que quiere decir es que si estoy dispuesta a ayudar a dos niños enfermos hasta que su madre llegue, sí, lo haré ―respondió y no pudo evitar añadir―: Lo cual es mucho más de lo que usted merece.

―Por supuesto, señorita. Muchas gracias.

No le comentó el resultado de su llamada a Rosalie hasta que estuvieron cenando solos aquella noche.

―Señora Mallory ― la llamó Bella cuando descubrió que la buena señora lo había planificado todo para que tuviera una cena íntima con Edward―. No me haga esto. Yo preferiría cenar con usted.

― Demasiado tarde para eso ―afirmó la señora Mallory, lacónica―. He cenado con los chicos mientras usted se duchaba. También le pregunté al patrón si le gustaba la mesa ―señaló la mesa del comedor engalanada con lo que había sacado del armario―. Él ha contestado que estaba muy bien y también que quería que cocinara algo diferente, así que he preparado sopa, chuletas de cordero y un bizcocho con gelatina, fruta y natillas. Lo traeré en dos minutos.

Bella suspiró.

―Bueno, iré a ver un momento a los niños.

―Ya deben estar dormidos. El señor Edward los ha acostado y yo estaré pendiente de ellos mientras ustedes cenan ― le dio a Bella una botella de vino y un sacacorchos―. He pensado que éste iría bien con la cena.

Cuando Edward Cullen llegó, la encontró abriendo la botella de vino.

―Me parece muy buena idea ―comentó al verla.

―No ha sido idea mía.

―Ha sido mía ―le confesó la señora Mallory―. Creo que los dos necesitan levantar los ánimos ―llegaba empujando el carrito de servicio con la comida tapada― . Aquí les dejo la comida!

―Qué carácter! ―dijo Edward con una sonrisa cuando la puerta se cerró detrás de ella―. Es un diamante en bruto capaz de salirnos con esto ―señaló con la mano la elegante mesa―, y con esto otro ―levantó las tapas de la comida.

―Sí.

―Siéntate, Bella. Pareces un poquito abrumada.

Edward se había duchado y cambiado la ropa. Llevaba un pantalón de pana marrón y un fino suéter color crema. Bella llevaba puesto el mismo conjunto que la noche anterior. Guardó silencio mientras él servía una crema de calabaza con pequeños ramitos de coliflor flotando en ella.

―Salud ―brindó Edward, después de servir el vino y se sentó― no he podido localizar a Rosalie. Esta noche ella y Emmett se van a una isla para tratar de solucionar las cosas entre ellos, según me ha contado Ángela. Por lo visto, ella le ha dicho a Rosalie que lo menos que podía hacer era escucharlo.

―Bueno, esas son buenas noticias, ¿no cree?

―Por supuesto, pero me pregunto si debería interrumpirlos para contarles lo que les pasa a los niños, o si debo dejarles unos días en paz.

Bella terminó su sopa antes de decir.

― Si usted se considera capaz de tranquilizar a Sally y a Ben, ¿por qué no los deja en paz unos días?

―Podría necesitar tu ayuda.

―Ya sabe que puede contar con ella.

Edward se puso de pie para servir las chuletas.

―Pensaba que ibas a decir: pero usted deberá comportarse bien, señor Cullen, o algo por el estilo ―le dio su plato con exagerada cortesía y llenó su copa de vino antes de sentarse de nuevo.

― No pierdo el tiempo dándome golpes contra un muro, señor Cullen, pero no puedo dejar de preguntarme si lo habré herido en su vanidad.

―¿Porqué?

―Porque siempre vuelve al mismo tema ―replicó.

Él le sonrió dulcemente y levantó su copa en silencioso brindis.

―De acuerdo. Supongo que tienes razón.

Era lo último que Bella esperaba oír y se atragantó con la comida.

―Toma un poco de vino ―le aconsejó Edward. Ella obedeció―. ¿Te encuentras mejor? Bien, a decir verdad ―repuso meditabundo― , no consigo averiguar si realmente eres tan buena o si sólo eres una espina que tengo clavada en mi orgullo y corno sólo hay una manera de resolver el misterio y también nuestro dilema, ¿por qué no me cuentas algo más sobre ti? ¿Llegaste a este mundo con toda tu sabiduría y sentido común? ¿o te comportas así por algún asunto desgraciado o porque hayas sufrido algún trauma que tenga que ver con tus padres?

―¿Así que piensa que he tenido una juventud desenfrenada y libertina?

―No, en absoluto, pero las apariencias engañan, por lo...

―Si va a volver a mencionarme cómo lo besé ―dijo rápidamente y bebió más vino―, ya estoy harta de oír siempre lo mismo. Me tomó por sorpresa. Obviamente, usted tiene mucha experiencia en eso y también en pillar desprevenidas a mujeres confiadas―. Edward no dijo nada, pero no le quitó la vista de encima hasta que ella se exasperó. Se quitó las gafas y nerviosa las limpió con el mantel. Al fin dijo cortante―. De acuerdo, no es del todo cierto, pero tampoco lo son muchas de las cosas que usted me dice.

―¿Qué quiere decir?

―Me hirió cuando me llamó solterona amargada ―hizo una mueca―, y me tomó por sorpresa. Eso es todo. Quizás debería tomar en cuenta algo que usted me dijo una vez, y tratar de conocer mejor a Jasper Whitlock.

―Sí, ¿por qué no lo intentas? Tengo mucho interés en conocer el resultado.

―Mire...

―Tienes razón, ya es suficiente. ¿Es eso lo que ibas a decir? Bueno, estoy de acuerdo. ¿De qué más te gustaría hablar?

―De nada.

― Bella, no te enfades ― la reprendió con gravedad―, hay algo más de lo que quería hablar contigo y es del joven Riley Witherdale.

Bella levantó la mirada.

―¿Qué le ocurre?

―Cuando me comentaste que es un joven brillante e inteligente, me tomé un poco de tiempo para conocerlo y creo que tú tienes razón. Se merece algo mejor, así que hablé con James y él está de acuerdo en que cuando termine este curso, Riley se vaya a vivir a Tennessee con una familia que ha trabajado y vivido en la finca durante años y a la que yo conozco muy bien, así que él podrá estudiar la secundaria. Tennessee está a sólo una hora en autobús y hay un autobús escolar que llega hasta allí.

―¡Oh! ―Bella cerró los ojos, pero los abrió de inmediato―. No sabe cuánto se lo agradezco. ¡Es maravilloso!

―Esto significará un poco más de trabajo para ti supongo, pues creo que Riley necesitará una preparación extra.

―Me encantará dársela. ¿Ya lo sabe él?

―No, se lo dirá su padre. Está un poco aturdido por haber tenido un hijo tan inteligente, además con la boda de Bree, la casa de los Witherdale se está convirtiendo en un lugar insufrible y el pobre está a punto de perder el juicio.

Bella rió.

―Bree tiene todos los síntomas usuales de una novia. Ayer mismo me dijo que está empezando a pensar en cambiar el modelo del vestido.

Edward la miró fingiendo terror.

―¡Cielos! No me digas que vas a cambiar el vestido.

―No podría. Tendría que empezarlo de nuevo. Sólo falta un mes para la boda.

Espero poder convencerla de que este vestido le sienta muy bien.

―Eres más valiente que yo ―murmuró―. ¿Probamos el bizcocho de la señora Mallory?

Durante el postre, Bella estuvo tentada de pellizcarse un par de veces, para ver si estaba soñando. Estaba tan contenta por el futuro de Riley que no encontró difícil conversar alegremente con Edward. Al final, cuando ella se puso de pie para marcharse y él le dijo que tenía trabajo que hacer, Bella aseguró con naturalidad.

―No quiero aburrirlo con tanta gratitud, pero me parece maravilloso lo que ha hecho por Riley Witherdale.

Edward se apoyó en su silla y la observó con curiosidad. Después se puso de pie y le dijo:

―Gracias por sus amables palabras, Bella. Creo que las esperaba ―y antes de que la joven pudiera contestar algo, se marchó.

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Los siguientes días pasaron como siempre. Sally y Ben mostraron los peores síntomas de su varicela y un antiguo remedio de la señora Mallory consiguió aliviar sus picores. Edward localizó a Rosalie y le aseguró que no tenía nada de qué preocuparse; que los niños estaban bien. También le dijo a Rosalie que no se molestaran en llamar a diario. De hecho y gracias a los esfuerzos de Edward, Bella y la señora Mallory, Sally y Ben pronto estuvieron bien.

Estoy asombrada de lo bueno que es con ellos ―le comentó imprudentemente Bella a la señora Mallory―. Lo cual demuestra lo bueno que será con sus propios hijos.

―Me alegro de que piense eso, Bella.

―¿Por qué? ―preguntó furiosa.

―Porque es una buena idea pensar en esas cosas―dijo airadamente la señora Mallory y siguió con sus ocupaciones.

Esa misma tarde, Bella tuvo otra prueba de lo que la gente pensaba de Edward Cullen: que era un dechado de virtudes. Bree y James Witherdale fueron a que la primera se probara el vestido de novia y estaban en el cuarto de costura, al lado del estudio de Edward. James estaba feliz por lo de Riley.

―Eso es porque Edward Cullen es el mejor de los jefes ―reconoció James.

Bree estaba probándose el vestido y Bella arrodillada en el suelo frente a ella. 

―¿Habláis de lo de Riley? ―preguntó con un par de alfileres en la boca―. Bree, ¿podrías estarte quieta un momento?

―¡No sólo de lo de Riley! ―dijo James con entusiasmo―, él hace mucho más; sabe todo lo que ocurre en la hacienda y todos los trabajadores lo obedecen porque lo han visto trabajar como a uno más. Y James reconoce que es capaz de herrar un caballo y montar como cualquiera de ellos; que también es capaz de pilotar un helicóptero y arreglarlo.

―¡Ya lo sabia...! ¡Bree!

―Me gustaría mirarme en un espejo, Bella ―dijo Bree, malhumorada.

―Todo a su debido tiempo.

Por si fuera poco, James continuó:

―Se preocupa por nosotros y por nuestras familias.

―¡Y le ha dicho a Bree que le encantará ir a la boda! 

―E irá ―dijo Bree un poco distraída―. Creo que es un hombre encantador. Yo sólo ―se interrumpió y suspiró― ...no estoy segura de sí me gusta este vestido. 

Bella y James se miraron.

―¡Pero es exactamente lo que tú querías! ―James trató de aliviar su mal humor―, ¡y después de todo el trabajo que le ha costado a Bella!

―Listo ―Bella se sentó en el suelo―. Ahora necesitamos un espejo. Estoy segura de que a Edward no le importará que te lleve a la habitación principal que es donde está el único espejo grande, que yo recuerde. Con cuidado, Bree, y levántate un poco la falda.

Cuando estaba cruzando el pasillo, Edward Cullen salió inesperadamente del estudio y se paró en seco. Luego exclamó.

―¡Bree, estás guapísima!

A la joven se le iluminó inmediatamente el semblante. Preguntó casi sin aliento.

―¿Lo dice en serio, señor Cullen?

―Por supuesto ―dijo con gravedad―. Eres una de las novias más bonitas que he visto en mi vida.

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―Creo que tengo con usted otra deuda de gratitud ―le aseguró Bella aquella noche a Edward cuando terminaron de cenar, pero no esperaba que mintiera.

Edward la miró divertido.

―Si te refieres a Bree, no he mentido.

―¿No? ―Bella lo miró con ironía―. Pensaba que el vestido no le gustaba.

―Da lo mismo ―respondió con pereza―. Es importante y por un momento, cuando ha esbozado esa radiante sonrisa, estaba preciosa. Además, he pensado que era necesario que alguien la hiciera decidirse.

―¿Y usted? ― Bella entrecerró los ojos al recordar de pronto que el cuarto de costura estaba al lado del estudio de Edward―, ¿ha oído lo que hemos hablado esta tarde?

―Algo ―dijo con inocencia―. La ventana estaba abierta y también la mía y como están juntas.

―Así que eso ha sido ―dijo severa― . ¡Pues podía haber cerrado la ventana! 

―Pero entonces no hubiera podido resolver el problema del vestido. 

―Quizá no ―dijo deprimida.

―He pensado que eso te alegraría ―dijo burlón. 

―Y así ha sido, pero ahora estoy pensando en otras cosas.

―¿Tales como...?

―Como que han bastado unas palabras suyas para que Bree se convenciera de que había escogido correctamente el vestido. No me parece justo.

―Ten en cuenta el hecho que he tenido una oportunidad de hacerte un favor y te lo he hecho.

― De acuerdo, supongo que mañana ya me habré convencido de que tiene usted razón.

―¿Y por qué no lo haces esta misma noche? ―curvó los labios en una sonrisa.

Bella abrió la boca y la volvió a cerrar. 

―Sólo estaba bromeando.

Acostada en su cama aquella noche, incapaz de conciliar el sueño, pensó que ella estaba en desventaja respecto a Edward y que su situación era cada vez más difícil. A pesar de su resistencia, Edward la atraía cada vez más. Si por lo menos Rosalie y Emmett llegaran para hacerse cargo de sus hijos, no tendría que soportar el vivir en su casa. ¿Soportarlo?, se preguntó y sonrió con amargura. Alejarse de allí, volver a su casa sería como quedarse sin media vida... como no recibir el sol... Si fuera sensata se iría de Forks, pero entonces ¿quién ayudaría a Riley?, ¿y quién tendría la paciencia para intentar ayudar a Seth Clearwater?





6 comentarios:

  1. Listo, Bella está perdida!!! Jajajaja 😝 Edward sabe lo que hace, y estoy casi convencida de que si quiere una relación sería, y con una aliada como la señora Mallory lo tiene hecho jajajaja

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  2. Me has quitado las palabras de la boca, Leticia

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  3. Jummm parece que Bella de verdad quiere darle una oportunidad a Edward.... solo espero que Angela no llegue y les arruine el momento :(
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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    1. Justamente de eso tengo miedo... Q aparezca Angelita y hecho tooodoooo a perder. 🤔

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  4. O joderrrrrrrr jajajaja que ese arrebato que tienen de agredirce porque se gustan y Como dicen chicas ojala no aparesca la Angela sino de frego todo

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