El Productor 3


—Tampoco las hago sencillas para mí —le dijo muy serio, y después se quedó frente a ella y agregó—: agradécemelo entonces.

—Muchas gracias por todo —murmuró Bella con los ojos clavados en la alfombra, no se atrevía a mirarle de frente.

—No tienes por qué sentirte agradecida. Adiós, Bella. Nos mantendremos en contacto —y se fue.

—En un momento lo tienes a tu lado y al siguiente desaparece —comentó Rose
—La pobre Tanya tendrá que tener mucha paciencia si quiere lograr algo de él.

—¿Tanya?

—Claro, tú no lo sabes, qué tonta soy. Me refiero a Tanya Dane. Trabaja en la misma obra que hago yo para la televisión y está haciendo lo imposible para que todos sepamos que ha puesto sus ojos en Edward. Le persigue todo el día desde que se repartieron los papeles.

—¿Acaso él también dirige obras de teatro?

—No. ¿No te lo explicó? Lo que sucede es que él está con frecuencia en nuestros ensayos, por una razón o por otra, y me temo que una de ellas es Tanya.

—Supongo que debe ser muy atractiva.

—Sí, encantadora. Es pelirroja como yo, pero creo que es lo único que tenemos en común. En la obra debemos parecer hermanas, supongo que por eso la eligieron. Es una excelente oportunidad para mí, siempre y cuando no haga que Tanya me desplace.

—¿Tan mala es?

—Hay momentos en que logra someternos a todos, menos a Edward, porque él nunca le permitiría eso a una mujer. A pesar de su belleza es una mujer muy desagradable, muy ambiciosa y muy egoísta.

Después le explicó a Bella dónde estaban todas las cosas de la casa ya que ella debía irse a un ensayo una hora más tarde.

—Me alegra tenerte conmigo. Supongo que querrás conocer Londres un poco antes de buscar trabajo. Yo lo haría.

—Si no te parece mal…

—Claro que no. Además trataré de conseguirte un pase para que conozcas los estudios de televisión. Estoy segura de que a Hugo no le molestará… es el productor.

—No quiero causarte problemas.

—Eso no fue lo que Edward me dijo esta mañana por teléfono. Me dijo que eras como una espina clavada en su piel. Que eras una escocesa muy obstinada.

—¿Y él que es? Es la criatura más arrogante y detestable que he conocido. 

—Eso es porque no conoces a Tanya aún.
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El resto de la semana Bella, después de haberse comprado una guía para turistas, recorrió uno a uno todos los lugares que hasta entonces sólo habían sido nombres para ella.


—¿La Torre? —preguntó Rose—. Jamás he ido a visitarla a pesar de que llevo veinte años viviendo a treinta kilómetros de Londres.
—Debería darte vergüenza, porque es un lugar muy bonito, y además es un lugar histórico, allí se ha derramado mucha sangre y muchas lágrimas a través de los años.

—Te aseguro que hay suficiente sangre y lágrimas en el estudio de televisión. Tú sigue paseando; yo al menos trataré de acompañarte al zoológico.

Aconsejada por Rose, Bella se había comprado algo de ropa, y había aprendido a arreglarse el pelo para que le quedara igual que el día de la fiesta. Además, había comenzado a utilizar diferentes cosméticos.
Bella había puesto la bolsa con el vestido de fiesta y todos los accesorios encima del armario, y para su tranquilidad, Rose jamás le había hecho pregunta alguna al respecto.

A pesar de que Edward Cullen al despedirse le había dicho que se mantendrían en contacto, no había vuelto a saber nada de él. Cada vez que sonaba el teléfono, se estremecía, pero era siempre para Rose. Por una parte le agradaba la idea de no volverle a ver, pero por otra no era grato verse ignorada por él.
Bella se sentía extraña en muchos sentidos; el aire de Londres le resultaba pesado después de haber vivido siempre en el puro y sano ambiente de Torvaig; la gente era en Londres mucho más fría y nada amigable, pero lo que más echaba de menos eran las puestas de sol frente al mar. Cuando era niña, la tía Jessie le decía que después de la puesta del sol era posible recoger zafiros y amatistas en la playa, y durante mucho tiempo Bella vivió convencida de que aquellas piedras preciosas eran pedazos que se desprendían del sol después de cada puesta.

Jasper y ella habían pasado un día buscando piedras preciosas, pero no habían encontrado nada. Aquel mismo día le regaló el anillo. Todavía lo llevaba colgado de la cadena porque no sabía qué hacer con él.

Muchas veces, por la noche, cuando el ruido del tráfico no la dejaba dormir, Bella se sentía muy sola recordando a Jasper. En esas ocasiones hundía la cabeza en la almohada y lloraba en silencio tratando de no despertar a Rose. En cierto modo las lágrimas eran un alivio, porque podrían demostrarle a Edward que el primer amor no era algo transitorio ni superficial. No sabía muy bien por qué razón sentía la necesidad de tener que justificar ante él sus emociones.
A veces, mientras recorría los museos en medio de cientos de personas, le daba por imaginarse que Jasper estaba a su lado, y una vez, al entrar en uno de ellos le pareció verle allí. Corrió hacia él y le tocó en el brazo, y al ver que un rostro extraño se volvía hacia ella, se sonrojó y se alejó desconsolada.
Le costaba creer que lo único que unía a Jasper y a Alice era el dinero; cuando estuvo con ella jamás se había mostrado inclinado al lujo. Tal vez aún estuviera a tiempo de convencerle del error que iba a cometer.
A veces se preguntaba qué diría la tía Jessie si supiera que su sobrina andaba detrás de un hombre comprometido. Ella siempre había considerado el compromiso como un vínculo tan sagrado como el matrimonio, y no entendía cómo muchas parejas eran capaces de romperlo sin tener en cuenta el tiempo que se habían querido y todos los recuerdos que tenían juntos.
Bella estaba segura de que ésta era la razón por la cual seguía pensando en Jasper como parte de ella y no de Alice. El pequeño anillo que colgaba de su cuello era el símbolo de algo que ella había creído que duraría para siempre.
Trataba de convencerse de que se sentiría mejor en cuanto consiguiera un trabajo y tuviera más cosas en qué pensar.

Rose la llevó a la agencia que ella misma utilizaba para conseguir trabajos temporales, cuando se dio cuenta que había impresionado a la señorita Shaw por su velocidad escribiendo a máquina, le agradeció secretamente a la tía Jessie habérselo enseñado cuando aún era una niña.

—¿Qué clase de trabajo busca usted, señorita Swan? —le preguntó la señorita Shaw—. ¿Algo temporal para empezar, o prefiere un trabajo fijo? —comenzó a revisar el archivo—. Aquí hay algo que tal vez le convenga. La Asociación Henderson está buscando una encargada de las oficinas generales.

—¿Es una organización muy grande?

—No, todo lo contrario. La Asociación Henderson surgió hace pocos años, para proporcionar vivienda a la gente sin familia. Si aceptara el puesto, trabajaría usted para el señor Milner, su director.

—Tal vez quiera alguien con título.

—No creo que sea un hombre demasiado exigente. Sé que la mayoría de las chicas buscan hoy día trabajos con aire acondicionado y otras comodidades similares, pero me temo que la Asociación no pertenece a ese tipo de trabajos. También pagan un poco menos que en las oficinas del centro, pero creo que usted estaría a gusto, y al menos le serviría como experiencia.
Le entregó a Bella una tarjeta verde para que se presentara con ella en las oficinas de la Asociación el lunes a las nueve de la mañana, y le deseó suerte.
Una noche, mientras lavaban los platos, Rose volvió a hablar acerca de llevar a Bella a conocer los estudios de TV.

—Mañana tendremos un ensayo general con vestuario, previo a la grabación. Le pregunté a Hugo si te podía llevar y me dijo que sí, siempre y cuando permanecieras callada como un ratón. El ensayo será después de la una y media, por lo tanto podemos pasear un rato antes. Comeremos allí. Nos han invitado.

—¿Quién?

—¿No adivinas? Oh, vamos querida, Edward, quién más podría ser.
Bella se sorprendió y se dio cuenta de que Rose la observaba desconcertada. 

—¿Tenemos que aceptar?

—Sí… bueno, no sé, pero no se me ocurre ninguna manera de escaparnos. Lo siento, querida, pensé que te gustaría la idea, estaba convencida de que erais amigos.

—Yo no lo llamaría exactamente así —comentó Bella. 

—Disculpa… pero como fue él quien te trajo a mi casa, pensé… 

—Entiendo, Rose, pero te puedo jurar que nunca lo hemos sido.

—Te creo, pero de todas formas no se me ocurre cómo decirle que no. Después de todo soy una actriz que está abriéndose camino, y él —se interrumpió poniéndose muy colorada—, él es un importante productor.

—No te preocupes, Rose, puedo soportar una comida, eso siempre y cuando no tenga que estar a solas con él.
—Creo que eres la única muchacha que no daría cualquier cosa por estar a solas con Edward Cullen.

Estuvo nerviosa toda la mañana siguiente, y cada vez más, a medida que se acercaban a los estudios de Home Country Television.

Al mismo tiempo sabía que iba muy elegante, vestida con un traje de seda. Edward Cullen la encontraría muy diferente a la jovencita que llegó a su casa con la mochila al hombro.

Mientras esperaban el ascensor, Bella se percató de que estaba ansiosa por ver actuar a su amiga. Había leído el libreto y por lo tanto estaba muy al tanto de la historia.

Era sobre los problemas que se suscitan en una familia al regresar la mayor de sus dos hijas, para asistir a la boda de la otra con un antiguo novio suyo. Rose le había explicado que aunque la obra tenía bastante de drama, también había secuencias de mucho humor.

—¿Quién la escribió? —preguntó Bella mirando el nombre de la obra.

—Un ilustre desconocido, y ésta es su primera obra de teatro. Le llaman Jon
Lisie.

—¿Pero por qué tanto misterio?

—Porque parece que el hombre no quiere nada de publicidad.

—Me pregunto si estará presente —comentó Bella mientras subían en el ascensor.

—¿Quién?

—El tímido señor Lisie. Me gustaría conocerle para decirle lo buena que considero su obra. Seguramente eso no le molestaría.

—Si le llego a ver te lo presentaré. ¿Qué te parece?

—Me encantaría —aseguró Bella con los ojos brillantes.

Mientras recorrían las salas de maquillaje y los camerinos, Rose explicó:
—Por lo general nos permiten usar nuestra propia ropa, pero esta vez el estudio me proporcionará el vestido de novia.

Más tarde le presentó a un hombre alto y casi calvo que llevaba puesto un jersey azul muy usado, resultó ser el productor, Hugo Desmond. Si bien no se parecía en nada a la imagen que Bella tenía de un productor ejecutivo, debió reconocer que tenía una sonrisa encantadora y una voz profunda y agradable.

—No te vayas a engañar. Hugo puede parecer encantador, pero es terrible cuando se enfada —explicó Rose.

Pasaron dos horas más recorriendo las instalaciones, y fue presentada a tanta gente que al poco tiempo ya no recordaba el nombre de nadie.
Se desilusionó al conocer en persona a un actor al que se había acostumbrado a ver diariamente en un programa de televisión.

—Es mucho más bajo de lo que yo me imaginaba —comentó; Rose le devolvió una sonrisa llena de comprensión.

—Todo esto es un mundo irreal. La mayoría de las veces no hacemos más que crear ilusiones. Y hablando de creaciones, aquí viene Tanya.

—Tenía entendido que Hugo había dicho que cobraría multa por cada espectador que hubiera durante los ensayos, señorita Fenton —le dijo la mujer con voz muy sensual y burlona.

Tanya Dane era alta, tenía una figura voluptuosa, iba vestida con una falda pantalón y una chaqueta de terciopelo negro. Sus ojos azules estudiaron minuciosamente a Bella y después dejaron de hacerlo desinteresados.

—Según tengo entendido, lo que le molesta es que haya visitas en todos los ensayos, señorita Dane.

—Bueno, me alegro de que esté aprendiendo a ser un poco más razonable — comentó Tanya sonrojándose levemente—. De hecho, yo voy a comer con una prima mía, y estoy segura de que le encantará quedarse al ensayo al igual que a su amiguita.

En ese momento Rose hizo las presentaciones correspondientes.

—¿Bella Swan? —repitió Tanya—. Estoy segura de haber escuchado ese nombre en alguna parte. Me pregunto dónde habrá sido.

—Debe estar confundida con otra persona, señorita Dane —intervino Bella—, llegué a Londres la semana pasada.

—De todas maneras. Ya lo recordaré… siempre me pasa igual.

—Sin duda —comentó Rose agregando—: y ahora, si nos disculpa, nosotras también vamos a comer —y se alejó llevándose a Bella del brazo.

—¿Es cierto que a Hugo le molestan las visitas? —preguntó Bella ansiosa, y Rose sonrió.

—No le gustan mucho las visitas de Tanya. No se quedan quietas ni un minuto, y hacen cosas tales como pedirle a Jan, el asistente de producción, que traiga café. Hugo se puso furioso y dijo que no admitiría más visitas durante los ensayos, pero se mostró muy amable cuando le pregunté si podía traerte.
El restaurante estaba en el último piso del edificio. Cuando llegaron, pudieron comprobar que estaba lleno de gente, pero Rose se movió con tranquilidad, entre las mesas.

—La mesa del señor Cullen ndo a la distancia.

—Oh, Rose, nunca he disfrutado tanto de un paseo en toda mi vida —dijo impulsivamente volviéndose hacia su amiga—. Lo único que me molesta es tener que mostrarme amable con Edward Cullen.


—Que eso no te estropee el día —dijo de pronto una voz que conocía muy bien, y al volverse comprobó que Edward se estaba sentando en la silla vacía—. Los buenos modales no son una de tus virtudes, por qué vas a molestarte ahora.

Bella estaba avergonzada. Se había comportado como una colegiala grosera, y le había pagado con la misma moneda.

—No sabía que estuvieras aquí —dijo por fin.

—Claro que no —murmuró él cogiendo el menú— ¿Qué vas a pedir? ¿O prefieres morder otra vez la mano que te da de comer?

—Deja ya de provocarla, Edward —intervino Rose—. Sabes muy bien lo que se dice de los que escuchan sin ser vistos.

—Estoy acostumbrado a oír hablar mal de mí. ¿Verdad, Cenicienta? —sonrió a Bella que le miró con odio.

Rose dejó el menú sobre la mesa.

—Elige tú por nosotros, Edward —dijo—. Sólo te pido que recuerdes que el vestido de novia me está ya muy apretado, aún sin haber comido.

—Está bien. ¿Qué os parece un cóctel de gambas y después un filete con ensalada?

—Perfecto —respondió Rose. Bella hubiera querido rechazar la sugerencia, pero tenía hambre, y no deseaba incomodar a su amiga, por lo tanto murmuró algo que pareció una aprobación, y después se quedó observando el dibujo del mantel hasta que trajeron el primer plato.

Edward parecía ignorar el silencio de Bella, dirigiéndose invariablemente a Rose, y comentando cosas que estaban relacionadas con la televisión. Sin darse cuenta, Bella comenzó a observarle. Llevaba puesta una camisa azul con las mangas recogidas, y tenía los antebrazos muy bronceados por el sol. Un ancho cinturón de cuero le sostenía los pantalones que hacían juego con la camisa. Su vestimenta era mucho menos formal que la del resto de la gente que estaba en el restaurante, y muy a pesar suyo tuvo que reconocer que era el hombre más atractivo también.

En un momento dado Rose comenzó a buscar un pañuelo en su bolso y fue entonces cuando Edward se volvió a mirar a Bella. Sus miradas se encontraron; ella volvió a sentir un extraño cosquilleo que le recorría la espalda. A pesar de que, por circunstancias muy especiales había vivido momentos muy amargos con él, la decepción de descubrir la traición de Jasper, y él la había consolado y le había proporcionado incluso un lugar donde vivir en Londres, seguía siendo un extraño, y le parecía imposible que su boca, sus delgados labios, una vez hubieran besado la suya, aunque hubiera sido sólo parte de una representación. Era evidente que ninguno de los dos sentía simpatía por el otro, se habían caído mal desde el primer momento, y aunque ella le debía unos cuantos favores, no podía sentir simpatía por él.

—¿Y qué has estado haciendo estos días? —le preguntó.
Bella se sonrojó. No deseaba contarle nada sobre sus paseos por Londres como turista.

—Oh, Bella es una verdadera turista —intervino Rose—. No sé cuántos pares de zapatos ha gastado visitando desde la Columna de Nelson hasta el palacio de Buckingham. Pero el lunes empieza a trabajar, por lo tanto me temo que los paseos quedarán reducidos a los fines de semana.

—Bella tiene mucha suerte de poder visitar Londres como turista. Nosotros viviendo aquí solemos olvidar sus encantos. Debe ser muy excitante. ¿Te gustan las cosas excitantes? —sus ojos grises se clavaron en los de ella.

—Si es una excitación sana, por supuesto —respondió Bella con serenidad.

—¡Ah! —murmuró Edward mientras hacía a un lado su plato—. ¿Pero cuál es la excitación sana? ¿No hace falta saber cuál no lo es para poder definir claramente?

La volvió a mirar de arriba a abajo, y Bella volvió a sentir ese extraño cosquilleo.

—Espero que vosotros dos sepáis de qué estáis hablando —intervino Rose—, porque yo no entiendo nada. Edward, pídele a la camarera que traiga el postre. Quiero comerme un trozo de tarta, y al diablo con el vestido de novia.
Bella agradeció en silencio la intervención de su amiga, y se prometió que a partir de ese momento haría lo imposible por mantenerse alejada de aquel hombre que la perturbaba de una manera tan extraña e incomprensible para ella.

Estaba terminando de comerse el postre cuando oyó la voz de Tanya Dane que exclamaba:

—¡Querido! ¡Así que estabas aquí! —se inclinó para besarle en la mejilla y después agregó—: eres muy malo, te he dejado toda clase de recados en la recepción para que comiéramos juntos hoy.

—Tenía un compromiso previo —afirmó Edward cogiéndola la mano y acercándosela a los labios—. De todas maneras pensé que sólo te resulto atractivo después de anochecer.

—Creo que vas a escandalizar a la pobre Alice —comentó Tanyacon una sonrisa traviesa.

Hasta ese momento Bella había prestado muy poca atención a la persona que acompañaba a Tanya, estaba muy ocupada analizando la reacción de Edward, se sentía incluso un poco celosa de Tanya, y ni siquiera sabía por qué… No hacía falta ser muy suspicaz para comprender qué tipo de relaciones mantenían… Además, el propio Edward, le había dicho que él no aceptaba dulces de niños, y desde luego Tanya estaba lejos de ser una niña.

Pero de pronto, al levantar la vista, reconoció en la joven que la acompañaba a la novia de Jasper, a quien había visto sólo un momento, en la fiesta. Se sintió presa del pánico, y de inmediato los ojos de Edward se posaron en ella.

—Ésta es la señorita Bella Swan, una gran amiga de tu futura familia, o al menos de algunos de sus miembros —dijo, entonces Tanya se volvió a mirarla sorprendida.

Bella dejó el café en el plato, empezaba a sentirse mal. Ahora se daba cuenta de que Alice debía ser la prima de la cual Tanya les había hablado hacía un rato, y por la forma en que ambas la miraban, parecía que Jasper había sido más que sincero con su novia respecto a la relación que existió entre ambos antes de su compromiso.

—El mundo es muy pequeño —comentó Edward rompiendo el incómodo silencio y poniéndose de pie para darle la mano a Alice—. Siento mucho no haberte saludado en la fiesta, pero estabas rodeada por una verdadera multitud.

Alice le miró y respondió:


—Jasper me habló de que eras una persona cruel. Ya veo lo que quiso decir —y Edward sonrió levemente.

—Creo que será mejor que nos vayamos —dijo de pronto Bella sintiendo una imperiosa necesidad de huir. Pero al tratar de coger su bolso, rozó la taza de café y la tiró.

—Oh, Dios mío, qué desastre —exclamó Tanya mientras Bella, roja de vergüenza, se ponía de pie echándose hacia atrás su larga melena.

—No te preocupes, querida, no es tu mantel —la defendió Rose mirando a Bella que trataba de recuperar el control.

—¡Cuánto jaleo por algo tan tonto! Vete si quieres, pero te aseguro que aquí no cuelgan a nadie por tirar una taza de café —comentó Edward burlándose de ella.
Aquel hombre parecía deleitarse en hacerla sentirse como una imbécil. Le miró furiosa, iba a decirle algo cuando él la cogió del brazo y dijo:

—Oh, vamos, querida, te enseñaré la oficina donde me viene toda la inspiración. Rose tiene que vestirse ahora para el ensayo y tú no podrás entrar. ¿No es cierto, Sal? Adiós, Alice, te aseguro que ya pienso en ti como en una sobrina. Te veré más tarde, Tanya.

Y se alejó caminando muy tranquilo, sin soltar a Bella.

—No hagas una escena aquí —murmuró—. Mi oficina es a prueba de ruidos, por lo tanto puedes gritar allí —pagó la cuenta que le trajo la camarera y siguió caminando hacia la puerta, saludando a su paso a diversas personas que estaban sentadas en las mesas.

Cuando esperaban el ascensor, Edward encendió un cigarro mientras Bella se frotaba la muñeca donde tenía marcados los dedos de él, pero no dijo una palabra.

—Antes de que te vayas recuérdame que te escriba a máquina una cita que habla de vidas enmarañadas y de decepción.

—No necesitas molestarte —respondió Bella enfurecida—. Ya la conozco.

—Entonces estarás de acuerdo conmigo en que es muy adecuada —como en ese momento se detuvo el ascensor, la dejó salir primero y la indicó—: mi oficina está por este pasillo a la izquierda.

—Y puede seguir allí —contestó Bella, estaba muy enfadada pero no podía controlarse—. Yo iré a buscar a Rose.

—Ahora no —afirmó Edward y volvió a cogerla de la mano—. Tiene que vestirse, y Hugo no tolera las visitas. Yo te llevaré al estudio antes de que comience el ensayo. Pasa.

Abrió una puerta y Bella le miró con odio antes de entrar.

Era una habitación muy grande, y había un gran escritorio lleno de papeles. Había también una máquina de escribir, portátil, que había sido colocada al lado del teléfono. En una pared había una estantería atestada de libros y archivadores. Sobre una silla, había una chaqueta de cuero que Edward cogió, y la arrojó en dirección de un perchero que había en un rincón.

—Siéntate —ofreció y apretando un intercomunicador dijo—: dos cafés, Diane. 

—Yo no quiero —protestó Bella de inmediato.

—Deja ya de llevarme la contraria. Tiraste la mayor parte del tuyo, y creo que necesitas algo que te anime. Estás tan blanca como un fantasma —comentó mirándola con preocupación—. Parece que es mi destino estar a tu lado en tus momentos de crisis. Pensé que hoy te encontraría más relajada.

—¿Acaso tenías deseos de verme? —le miraba incrédula.

—¿Por qué no? —preguntó levantando las cejas mientras se sentaba en el borde del escritorio—. Eres muy atractiva y eso estoy seguro de que lo sabes. Además, no dudo que tendrás encantos ocultos… aunque no sé si alguna vez has permitido que alguien se te acerque lo suficiente como para descubrirlos.

—Por lo que se ve, tú has estado lo suficientemente cerca —respondió, tratando de controlar el temblor de su voz.

—¿Lo dices porque te besé una vez y te quité el vestido para meterte en la cama? 

—No entiendo cómo no te avergüenza recordar eso —comentó Bella ruborizada.

—La vergüenza no es una de mis emociones más comunes —respondió Edward en el momento en que se abría la puerta y entraba una muchacha alta con gafas, llevando en las manos una bandeja con dos tazas de café. Se hizo el silencio mientras Bella se servía el azúcar y rechazaba las galletas con un movimiento de cabeza. Momentos después Diane salía de la oficina después de que Edward le diera las gracias.
Fue Edward el que rompió el silencio una vez que estuvieron solos. 

—Me gusta la ropa que llevas.

8 comentarios:

  1. Es lindo ver qué Edward a pesar de todo, defiende a Bella, y se la lleva a su oficina ;)
    Espero que tanya no le meta más mentiras a Alice... Bella no se lo merece...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Me encanto y más est la ncuentro otra vez entre edward y bella .... 💋❤❤

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  3. Saltan chispas, pero sigo sin entender del todo a Edward

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  4. Me gusto mucho... este Edward es un tonto y engreído pero me encanta...

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  5. Pobre Bella, no da pie con bola y Edward no ayuda jajajaj

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