Una Deuda Por Pasión 3

Edward  nunca había estado en el apartamento de Isabella y al entrar le sorprendió sentirse invadido por una sensación de familiaridad. Había tanto de ella…

Era una mujer muy aseada y de gustos sencillos, pero su sensualidad innata se reflejaba en las texturas y exquisitas mezclas de colores. La cocina americana era pequeña, pero con cada cosa en su sitio. Las plantas resplandecían bien cuidadas. Mientras Isabella se aseaba, echó una ojeada al minúsculo dormitorio, tan pulcro y limpio como lo demás. La cama era pequeña.

Isabella salió del aseo y lo miró con gesto de preocupación mientras colgaba el abrigo.

A su voluptuosa figura se había sumado una nueva curva que lo dejó sin aliento. Hasta ese momento, la palabra, «embarazada», solo era algo presente en mensajes hostiles y documentos legales. Pero al contemplar las ajustadas mallas y el top que marcaban la redondeada barriga, sintió una extraña opresión.

Isabella llevaba un hijo suyo en su seno.

Edward  se obligó a mirarla a la cara y vio desconfianza y algo más. Algo muy vulnerable que despertó sus más profundos instintos protectores.

Afortunadamente, Isabella desvió la mirada y Edward  recuperó la compostura. Se recordó que no debía permitir que esa mujer lo controlara. Sin embargo, no podía apartar la vista de la barriga. Durante dos años había luchado contra el impulso de tocarla y solo había cedido a su debilidad en una ocasión, y tuvo que hacer acopio de toda su disciplina para no repetirlo.

–Voy a tomarme un vaso de agua y una naranja. ¿Te apetece un café?

–Nada –contestó él, todavía molesto. Ni siquiera se imaginaba qué haría si no era el padre.

No saberlo le inquietaba, sobre todo porque no entendía por qué ella lo atormentaba de esa manera. Desde luego que su posición se haría más fuerte si fuera el padre, pero la de ella también. Edward  haría cualquier cosa por ese bebé y aunque la visión del embarazo no debería afectarle tanto, solo podía pensar que su vida había dado un vuelco. Cada decisión que tomara a partir de ese momento debería tener en cuenta a ese diminuto ser que crecía dentro de Isabella.

Isabella se acomodó en el sofá y le invitó a sentarse. No hubo galanterías ni formalismos.

Edward  contuvo la avalancha de preguntas. Si necesitaba dinero ¿por qué no le había pedido un préstamo? ¿Un aumento de sueldo? ¿El embarazo había sido planeado?

La idea se le ocurrió mientras ella abría una carpeta y sacaba un contrato lleno de anotaciones.

–Lo habías leído –observó él contrariado.

–Yo también he hecho los deberes –contestó Isabella.

Su piel, suave como la de un bebé estaba muy pálida. ¿No se suponía que las mujeres embarazadas resplandecían? Isabella no es que pareciera enferma, pero sí tenía ojeras. Se frotó el entrecejo, tal y como solía hacer cuando le dolía la cabeza por la tensión.

De repente, le asaltó la precariedad de su propia situación. Deseaba mostrarse despiadado, pero se enfrentaba a una mujer debilitada, además, su estado afectaría al bebé.

–Quiero ver los informes médicos –exigió secamente.

–No tengo ningún problema en compartir los informes sobre el bebé –Isabella dio un respingo y contestó sin mirarlo a la cara–. Hasta ahora todo ha ido de libro. En mi portátil tengo una ecografía que te puedo reenviar –levantó la vista y él comprendió que le ocultaba algo.

–¿Quién eres? –murmuró Edward –. Tú no eres la Isabella que yo conocía.

Su secretaria había sido una mujer alegre y cercana, de sonrisa fácil, siempre dispuesta a encontrarle el lado humorístico a todo. Pero esa mujer se mostraba seria y enigmática.

–¿Qué te hace pensar que me conociste alguna vez, Edward ? –el elegante arco de las oscuras cejas se elevó al tiempo que los perfectos labios se fruncían–. ¿Alguna vez te interesaste por mi vida? ¿Mis planes? ¿Mis gustos? Lo único que recuerdo son exigencias que giraban en torno a tu persona. Tu intención de trabajar hasta tarde, tu mal humor por no haber comido. Una vez chasqueaste los dedos ante mí porque no recordabas el nombre de la mujer con la que te habías acostado, la noche anterior. Necesitabas unas flores y una nota de despedida. Pues he de decirte que tu nueva secretaria se ha olvidado de mandarme las flores a mí también.

La audacia de Isabella ponía a prueba el ya de por sí mal humor de Edward  que pasó de sentir desdén a repugnancia, aunque, en efecto, no se había molestado en conocerla a nivel personal.

Sin embargo, no tenía la menor intención de darle una explicación.

–El agua helada que estás bebiendo parece haberte llegado directamente a la sangre –observó con cinismo.

–Sí, por dentro estoy hirviendo –Isabella le acercó la carpeta–. Si te parece, lee mis notas y empezaremos a partir de ahí.

Fría. Distante. Inalcanzable.

No había sido su intención convertirla en su amante. Cuando se acostaba con una mujer, lo hacía sin ninguna expectativa más allá del revolcón que le proporcionaría un alivio sexual. Isabella había estado demasiado presente en su vida laboral para cruzar la línea.

Y, sin embargo, lo había hecho. Y al parecer ella le recriminaba su mezquino comportamiento cuando se había acostado con él para sacar un beneficio.

Empezó a ojear las anotaciones. La primera era la negativa a acceder a las pruebas de paternidad antes de que naciera el bebé, momento en que el contrato entraría en vigor… si era el padre.

A Edward  no le gustó, pero accedió para poder continuar. A medida que leía, la cosa se complicaba.

–¿Por qué demonios tiene que ir todo a nombre del bebé?

–Yo no quiero tu dinero –contestó ella con tal seriedad que Edward  casi la creyó.

«Que no te engañe», se advirtió a sí mismo. Era evidente que quería su dinero, de lo contrario no le habría robado.

Todas las notas exigían cambios que favorecían exclusivamente al futuro económico del bebé y la dejaban a ella sin nada. La miró con recelo. Nadie renunciaba a tanto.

–¡Ah! –exclamó al llegar al acuerdo–. Esto no. 

–Tú no puedes amamantar al bebé. Tiene sentido que sea yo quien disponga de la plena custodia.

–¿Durante cinco años? Buen intento. Cinco días a lo sumo.

–Cinco días –masculló ella con tal odio que Edward  sintió un profundo escozor en la piel.

¿Eso era miedo? Los generosos labios se apretaron antes de continuar con voz temblorosa.

–Si no vas a mostrarte razonable, será mejor que te marches. De todos modos, no eres el padre.

Isabella se puso en pie y él la imitó, agarrándola del brazo. La redondeada barriga chocó contra él, provocándole una desconcertante sensación.

–No me toques –espetó ella estremeciéndose.

–¿Seguro que no quieres volver a suplicar mi clemencia? –preguntó él, consciente de que seguía sintiendo una gran atracción por ella. Si se le ofrecía, se mostraría receptivo.

–No te demandé por acoso sexual, pero hubiera tenido todo el derecho a hacerlo.

–Tú me deseabas tanto como yo a ti –Edward  dejó caer la mano y reculó, ofendido.

Recordó la expresión en el rostro de la mujer, el modo en que se había acoplado contra su cuerpo y gritado exultante ante las oleadas de liberación que les invadieron a ambos.

–No. Tú estabas aburrido –le recordó ella con rabia no exenta de dolor.

Edward  no debería sentirse culpable, pero así se sentía. Lo había dicho para salvar la cara, furioso por la traición y tras haber bebido mucho.

–Márchate, Edward  –le pidió ella con frialdad, derrotada–. Lamento haberte conocido.

La respuesta de que el sentimiento era mutuo, quedó colgando de la lengua de Edward , sin embargo, se contuvo, asaltado por un repentino… ¿remordimiento?

–Contrataremos a un equipo de expertos para que elaboren la agenda del bebé durante sus primeros cinco años –Edward  se volvió a sentar, recordándose que la mujer que creía conocer no había existido jamás–. Cuando cumpla cuatro, empezaremos a negociar su educación escolar.

–Un equipo de expertos –repitió ella ahogando una carcajada–. Adelante. Me sobra el dinero.

–Si te preocupa el dinero ¿por qué estás rechazando el acuerdo?

–Porque no quiero dinero –respondió Isabella con calma–. Quiero a mi bebé.

Edward  apartó la mirada de su cuerpo, irritado por lo mucho que le afectaba. Sentía un irrefrenable impulso de consolarla, y no solo con palabras. Deseaba tanto abrazarla que dolía.

Él no era así. Tenía sus momentos de ternura, con su madre o hermanastra, a las que quería mucho y de quien se sentía responsable. Aún se sentía culpable al recordar la vida disoluta que había llevado en su primer año de universidad, sin saber el drama que se vivía en su casa. Por brutal e insensible que hubiera sido la adicción al juego de su padrastro, la muerte de ese hombre había destrozado el corazón de las dos mujeres que más amaba en el mundo. Enfrentado a la pobreza, Edward  no había podido soportar contemplar el dolor de su madre y de Miranda.

Y, sin embargo, nunca había caído en la tentación de abrazarlas o mimarlas para mitigar el dolor.

Entonces ¿por qué se moría por hacerlo con Isabella?

Siguió consultando el documento y, de repente, se le ocurrió que solo había tenido en cuenta su punto de vista y cómo el bebé afectaría a su vida.

Y allí estaba, leyendo la versión de Isabella. Una versión que insistía más en su deseo de quedarse con el bebé que en apartarlo de su padre.

–¿Alguna vez consideraste abortar? –preguntó él con repentina curiosidad.

–Sí.

La respuesta fue como un balazo, inesperada y letal, hasta que recapacitó. Si no hubiera decidido quedarse con el bebé, no estarían allí en esos momentos.

–Lo descubrí cuando estaba de pocas semanas –continuó ella aunque Edward  apenas parecía oír sus palabras–. Me pareció tener buenos motivos para no seguir adelante con el embarazo.

Razones como el peligro de ir a la cárcel o que un hombre que ella no deseaba en su vida le exigiera acceso al bebé. La aguda mente de Edward  lo comprendió enseguida y la sangre se le heló en las venas al pensar en lo cerca que había estado de no conocer la existencia del bebé.

–Pero no me sentía capaz de… expulsarlo de mi vida. Quiero a este bebé, Edward  –se volvió hacia él y lo miró con rabia–. Sé que es un error hacerte comprender cuánto lo quiero, porque sin duda lo utilizarás contra mí, pero debes saber que jamás permitiré que nadie me lo arrebate.

Edward  sintió una punzada de recelo, mezclado con orgullo y admiración. Isabella le estaba mostrando el instinto maternal que sus antecesores cavernícolas habrían buscado en una compañera. El macho alfa que llevaba dentro apreció esa cualidad en la madre de su hijo.

–Intentas convencerme de que no puedo sobornarte –concluyó en un intento de no dejarse llevar por los sentimientos. Esa mujer ya lo había engañado una vez.

–No podrías hacerlo. Si hablo contigo es solo para proporcionarle a mi bebé las mismas ventajas que su padre pueda otorgarle a sus futuros hermanos, ya sea apoyo económico o estatus social.

¿Futuros hermanos? La mente de Edward  se había quedado en blanco y evitó responder que ese hijo había sido totalmente inesperado y que no contemplaba que hubiera ninguno más. Nunca.


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Tres meses después...

Edward  daba los pasos necesarios para prepararse para el parto. Su agenda debía estar vacía en seis semanas y sentía expectación ante esas vacaciones que se avecinaban.

No sabía muy bien si era por el reto que representaba, o por la perspectiva de ver a Isabella.

No, se aseguró, el bebé era lo único que le interesaba. Se moría de ganas de conocer el sexo, tras saber que estaba sano y confirmar que era suyo, algo sobre lo que no había tenido dudas.

Fiel al acuerdo, Isabella le había mantenido informado de los progresos del bebé, si bien no se le había escapado el detalle de que no había mencionado nada sobre su propio estado. La segunda ecografía no había podido determinar con claridad que fuera un varón y Edward  había asumido que se trataba de una niña. Una niña de oscuros cabellos rizados y hermosos ojos verdes.

En cuanto a la paternidad, el hecho de que Isabella hubiera firmado el acuerdo lo convertía en el padre. La prueba programada para después del parto no sería más que un formalismo.

Aún faltaba mes y medio y tenía que organizar a sus empleados, revolucionados ante la noticia de que su jefe, director de una multinacional informática, iba a tomarse unas largas vacaciones.

Únicamente un puñado de sus subordinados más cercanos conocían el motivo, pero ni siquiera ellos sabían quién era la madre. Las escandalosas circunstancias de la infidelidad y suicidio de su padre habían convertido a Edward  en un hombre circunspecto. Nada relacionado con Isabella era del dominio público. Si alguien preguntaba, y lo hacían frecuentemente, se limitaba a contestar que Isabella ya no trabajaba en la empresa.

Una parte de él seguía echándola de menos, sobre todo cuando comparaba a sus sustitutas con ella. La muy recomendada señora Poole entró en su despacho con gesto de preocupación.

–Dije solo en caso de vida o muerte, señora Poole –le recordó él.

–Es muy insistente –contestó la mujer mientras le entregaba un teléfono móvil.

–¿Quién?

–Emily Young. Es sobre el acuerdo con la señorita Swan.

Edward  no conocía a ninguna Emily, pero su instinto se puso en alerta.

–¿Sí? –contestó, excitado y curioso a la vez.

–¿El señor Masen? Soy la matrona de Isabella Swan. Me ha pedido que le informe de que el bebé está en camino.

–Es demasiado pronto –protestó él.

–Sí, ha habido que inducirlo… –la mujer se interrumpió.

Se oyeron voces camufladas al fondo, pero Edward  no consiguió descifrar lo que se decía.

–Me acaban de informar que hay que hacerle una cesárea de emergencia.

–¿Dónde está? –exigió saber Edward  invadido por una profunda sensación de aprensión.

–Tenía entendido de que solo había que avisarle y pedir una prueba de paternidad…

–Ahórreme unas cuantas llamadas –la interrumpió él–, y dígame dónde está.

–Pero los resultados tardarán unos días en conocerse –protestó la mujer.

–Dígale que voy en camino –insistió él.

Pero la comadrona ya había colgado.

15 comentarios:

  1. Se quedó en lo mejor ojalá y no le pase nada a Isabella y al bebé gracias por el capítulo

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  2. Me encanta esta historia, espero que no les pase nada!!!

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  3. Ohhh parece que Bella no va a dejarse convencer de Edward.... y ahora espero que Edward entre en razón y deje que Bella le explique todo, ahora van a tener un bebé, aunque no la quiera o diga que la odie, es la mamá de su hij@
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  4. Nooooooooooooo hermosa porque me dejassss asiiiiiii muy muy ansiosa por el siguiente cap jajajajajajajajajajaja

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  5. esperare el siguiente capitulo me dejaste en shock!!!!
    posdata: espero y lo subas rapido por favor !!!!

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  6. Ahhhhh!!!! Esto se pone mejor y mejor!!!!

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  7. Ohh quedo en la mejor parte! Gracias por el capitulo.

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  8. Haaaay !! No. nos as dejado. Me gusta la historia.

    Nos seguimos leyendo.

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  9. 😲😲😲😲😲😲 k paso!!
    Porque se adelantó el bebé
    Gracias por el capítulo

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