7 de enero de 2015

Nuevo Capítulo de A Letter To My Husband

Ambas nos quedamos en un relativo silencio durante el corto trayecto a la casa de Angela. Por un minuto temí que tuviera que hablar sin parar, expresarme, describir quién era, en quién me había convertido, como a menudo se requiere cuando dos amigas, que alguna vez fueron cercanas, se encuentran de nuevo. No tenía el humor necesario; me sentía demasiado cansada física y mentalmente para llenar el interior del pequeño auto con exclamaciones tontas, temas ligeros y charla de chicas. Temía esos momentos de silencios incómodos, cuando de repente te quedas sin temas neutrales de conversaciones y no sabes si es apropiado tocar temas más íntimos o si es seguro quedarse del lado formal.
Fue el mismo prospecto que me hizo sentirme aburrida y molesta por adelantado por solo considerar ir a las reuniones de la secundaria o universidad, o cualquier otra reunión similar. Odiaba todo: la risa forzada, los cumplidos hipócritas, el inevitable ardor de envidia, el análisis de la posición social de otras personas, felicidad conyugal, éxito financiero, criterios que eran, en sí, frívolos y vacíos. Mientras más fuerte la exhibición, más profunda la charada.


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