Edward la tenía agarrada de la mano de forma que le era imposible soltarse cuando se despidieron de su madre y se dirigieron a su dormitorio.
Aparentemente no tenía ninguna prisa y, a ella le pareció que, tal vez, quisiera disfrutar de la sensación de estar solos.
Pero pretendía ser él el que controlara y, si se creía que a ella la iba a volver a controlar, iba listo. El espíritu de amotinamiento que llevaba dentro toda la tarde era tan fuerte ahora como al principio. No iba a ocupar el espacio que, al parecer, Edward debía tenerle asignado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario