Edward la tenía agarrada de la mano de forma que le era imposible soltarse cuando se despidieron de su madre y se dirigieron a su dormitorio.
Aparentemente no tenía ninguna prisa y, a ella le pareció que, tal vez, quisiera disfrutar de la sensación de estar solos.
Pero pretendía ser él el que controlara y, si se creía que a ella la iba a volver a controlar, iba listo. El espíritu de amotinamiento que llevaba dentro toda la tarde era tan fuerte ahora como al principio. No iba a ocupar el espacio que, al parecer, Edward debía tenerle asignado.
—No tenía ni idea de que te apasionara tanto eso de compartir un dormitorio conmigo, Bella — dijo él sarcásticamente—Creía que lo considerabas más bien como un deber del matrimonio que lo que realmente desea tu corazón.
— ¿Qué te ha dado esa idea? —le preguntó Bella sin saber qué le había causado a él esa falsa imagen de ella.
No podía decir que no había cometido el error de no hacerla sentirse deseado, pero nunca le había dicho que dormir en habitaciones separadas fuera más deseable, ni siquiera cuando estaba embarazada.
—Bueno, para empezar, elegiste una cama para nosotros en las que uno se puede perder. Bien podíamos haber dormido separados, dada la intimidad que provoca.
¡La estaba juzgando por la cama que a ella le disgustaba tanto! Aquello era una ironía absurda.
—Fue el decorador el que eligió esa cama. Dijo que una habitación tan grande necesitaba una así. Era una cuestión de espacio y proporciones, no la elegí yo en absoluto.
—Entonces, ¿por qué seguimos con ella?
—No se me ocurrió nada mejor en su momento.
—Pues has tenido casi siete años para quejarte, Bella. La mayor parte de las noches ha podido pasar un camión entre los dos sin que lo notáramos. No me digas que no te habías dado cuenta.
Ese sarcasmo le hizo daño.
—A mí no me gustaba más que a ti.
Entonces llegaron a la puerta de la habitación.
Cuando Edward tenía ya la mano en el picaporte, se volvió y la miró.
— ¿Te estás creyendo que mentirme te hará ganar a la larga?
— ¡No te estoy mintiendo!
—Durante estos últimos siete años te podrías haber librado de esa cama en cualquier momento. Has cambiado muchos otros muebles que ya no te gustaban. Has tenido las manos completamente libres en ese asunto. Si no te gustaba la cama, Bella, ¿por qué no la has cambiado?
El estómago se le hizo un nudo. Aquella era una pregunta a la que no podía contestar.
—No lo sé.
Entonces Edward abrió la puerta y, enfrentada a esa cama monstruosa, de repente Bella se dio cuenta de la razón por la que no la había cambiado.
Una cama más pequeña no habría pegado en aquella habitación y, por eso, cualquiera que la hubiera visto se habría sentido tentado de hacer preguntas que habría sido embarazosas de responder explicando que ella necesitaba minimizar el tamaño de la cama para hacer cosas que su esposo consideraba normales.
E, incluso si nadie hubiera preguntado nada, semejante cambio habría sido una insinuación demasiado evidente de que deseaba una situación más íntima, y eso no lo hacía una dama.
Mentalmente, Bella pasó revista a todos los tabúes que habían dirigido su comportamiento con respecto al sexo. Quiso gritar que aquello no era culpa suya, que era lo que le había enseñado su madre, las monjas del colegio, la vida protegida de una hija única con pocas relaciones, la ignorancia de ser todavía virgen cuando se casó. Realmente no había sabido cómo comportarse.
Entonces la puerta se cerró tras ella, sellando su intimidad. Ella y Edward juntos en una habitación que era tan suya como de ella.
—Tú también podías haber dicho algo de la cama, Edward —estalló—. ¿Por qué no lo hiciste?
—Un hombre es un tonto si no aprende de sus errores.
— ¿Qué errores? —le gritó ella incrédulamente.
—Meterme en el espacio de mi esposa.
Ella agitó la cabeza. Estaba segura de que ella nunca había forjado un espacio personal en el que él no hubiera sido bienvenido.
Viendo su falta de comprensión, él se explicó más claramente.
—Yo tengo todos los supuestos pecados de los maridos. Esperaba que mi esposa me diera más de lo que quiere dar. He sujetado sus derechos como individuo. He interferido en sus decisiones. Y, que Dios me perdone, le he pedido estar a su disposición para lo que ella deseara.
Bella se quedó anonadada por esa amargura. — ¡No tienen importancia las promesas rotas por parte de ella! Una mujer tiene derecho a cambiar de opinión.
— ¡Yo nunca te he acusado de ninguna de esas cosas! Ni me he quejado.
Edward se rió.
—y yo nunca te he dado razones para que lo hicieras. No quería que mi segundo matrimonio siguiera el camino del primero.
¿El primero? ¿La relación de la que él nunca hablaba y decía que era algo irrelevante para lo que sentía y tenía con Bella? Nunca le había hablado de su ex esposa, ni siquiera cuando la veían aparecer comentando las noticias en la televisión.
Edward siempre le había dicho que su ruptura y divorcio habían sido por diferencias irreconciliables, que él era un hombre de familia y ella estaba dedicada a su trabajo. Pero, de repente, el espectro de esa relación apareció de otra manera.
— Yo siempre he hecho caso de tus deseos, Bella —continuó él —Hice lo que pude para dártelos o para que los consiguieras por ti misma.
—Yo no soy tu primera esposa, Edward. No soy como ella.
—Eso era lo que pensaba. Y era una gran parte de la atracción que sentía por ti. Realmente tuvimos algo de armonía al querer los dos las mismas cosas.
Aquello sonaba como si él pensara que lo había traicionado. Bella frunció el ceño, no muy segura de cómo defenderse.
— ¿Es qué alguna vez no te he apoyado en lo que has querido, Bella?
—No, siempre has sido muy bueno conmigo —dijo ella tranquilamente.
—En realidad, ¿no dirías que este matrimonio ha ido muy suavemente hasta anoche?
—Sí. Muy suavemente —respondió ella con un leve toque de ironía.
La ira interior de él explotó entonces de repente. —Entonces, y sólo porque por una vez, algo no va a tu manera, ¿qué te hace pensar que puedes, no sólo meterte en mi espacio, sino organizarlo todo de cualquier manera que te guste? —dijo él arrojando un cojín contra una de las sillas— Y me exiges que esté a tu disposición incluso después de que te asegurara de que tu posición es absolutamente segura. Y yo no miento, Bella.
No, no lo hacía. Eso era cierto. Nunca le había oído decir una mentira a nadie. Edward tomó otro de los cojines de la cama y lo apretó en las manos.
—Odio la falta de sinceridad. Sobre todo la odio cuando se ejerce sobre otras personas y las hace hacer tonterías para conseguir alguna ganancia personal. Es como si todo tuviera que ser para ellos, ellos, ellos.
Luego tiró también el cojín sobre la silla y continuó:
—Te lo estoy diciendo ahora, Bella, no tienes que hacer nada que no quieras hacer
—Pero yo...
— ¡Escúchame! Tienes todo el derecho a ser como eres, y yo no tengo ningún derecho a querer cambiarte, así que ya puedes volver a ser como eres y yo lo respetaré. No me oirás otra palabra de crítica. Estamos casados y seguiremos casados.
— ¡Oh, eso es maravillosamente justo por tu parte!
—Sí, ya sabes que tengo esta fijación con lo de ser justo. Y con mantener mi palabra. Incluso para invitar a almorzar a una empleada valiosa.
— ¿y cuándo decidiste que el matrimonio era una lista de derechos? Es la primera vez que lo oigo. Yo siempre había pensado que el matrimonio era cuestión de amor y cariño.
— ¡Claro! Eso si crees en los cuentos de hadas. Tienes suerte si consigues una sociedad en donde ambas partes estén de acuerdo. Yo hago esto — dijo tomando otro cojín —, y tú esto otro —continuó con otro—Y así hacemos esto juntos.
Con eso tiró los dos cojines sobre la silla. —Resulta que nosotros tenemos una sociedad razonable, Bella y no la vaya complicar. Y, sinceramente, espero que tú tampoco la compliques. Porque no hay cuentos de hadas en este mundo. ¡Así que sigue como has sido siempre!
Aquello consiguió que Bella se acalorara más todavía.
—No quiero que dictes normas y reglas para mí, Edward. Esta es mi vida también. Hoy he ido a ti.
Él agitó un brazo en el aire.
— Viniste porque pensaste que tu acogedor pequeño mundo estaba en peligro y era mejor que te esforzaras algo.
Aquello era cierto, pero no era toda la verdad. —Te estoy diciendo que no tienes que hacerlo, Bella —siguió él amargamente —Estás bien cómo eres. Y, para eso del amor y el cariño, ya tenemos a nuestros hijos. Tú me has dado mis hijos y, supongo que eso es casi todo lo que un hombre le puede pedir a una mujer. Dejemos que lo de hoy y lo de anoche sea achacable a las reacciones del calor del momento.
Pero Bella pensó que no podía hacerlo.
—Estoy seguro de que podemos encontrar alguna excusa para posponer tu repentina necesidad de ver Europa en estos momentos. A mi madre no le importará. Podemos seguir ocupando nuestros lados separados de la cama y luego, para cuando yo vuelva de mi viaje, estos pequeños contratiempos serán olvidados suavemente y tú no tendrás que hacer nada.
—No —dijo Bella firmemente.
Su único recurso era pasar a la acción ahora, si es que no era demasiado tarde. Pero no se iba a permitir creer que lo era, ni iba a permitir que Edward lo creyera tampoco.
—Esta cama va a desaparecer mañana mismo —dijo decididamente— ¿Qué prefieres? ¿Una doble de tamaño normal?
Él agitó la cabeza como si Bella hubiera perdido la cabeza de verdad.
— ¡Por Dios! No es el tamaño de la cama lo que cuenta. Es como se use ¿Por qué insistes tanto en esto?
— ¡Porque estás equivocado!
— ¿Que estoy equivocado?
La ira estaba explotando de nuevo en él, pero Bella ya no podía volverse atrás.
—Sí, lo estás. Hoy he ido a ti para mostrarte que quiero estar cerca de ti. Quiero darte.
— ¡Darme! —gritó él con los ojos llenos de furia— ¿Es que llamas a eso dar?
—Sí. Pensé en todo lo que podía hacer para darte placer. Para hacerte sentir bien con respecto a nosotros en vez de como te sentiste anoche.
—y fue por eso por lo que hiciste todo ese esfuerzo —dijo él respirando
pesadamente —, y cuando no conseguiste la respuesta que querías y cuando querías, fuiste a mis espaldas en un arranque de celos e insististe por tu propio interés sin importarte en cómo me afectara a mí. La verdad es que eso es verdadera generosidad y ganas de dar, Bella.
Ella no estaba dispuesta a soportar aquello. Puede que él tuviera motivos para estar enfadado, pero no estaba falto de culpa en lo que había pasado ese día. —No me estabas escuchando, Edward. Por lo menos te he hecho que me escuches. Por lo menos, eso espero.
—Las palabras son baratas —dijo él al tiempo que abría la cama enérgicamente—Incluso las rosas son baratas cuando no hay falta de dinero. Y las promesas son muy, muy baratas cuando no se cumplen.
Entonces se enderezó de nuevo y la miró con chispas en los ojos antes de añadir: —Si estoy tan equivocado, ¡demuéstralo! Dame a probar esa segunda luna de miel de la que has hablado con Tanya a mis espaldas. Muéstrame lo que me he perdido esta tarde, con tu oferta de amor. ¡Por la que ahora estoy pagando!
De repente Bella se dio cuenta de que aquella era su oportunidad. Pero sentía el cuerpo como si fuera de piedra. Era como si las piernas no supieran como moverse. Ella necesitaba calor, ánimo, aprobación la sensación de ser amada.
—Vamos, Bella. ¿No quieres comprobar si huelo a Lauren?
Eso logró deshelarla y encendió un fuego que habría fundido el acero.
— ¡Cariño, estás corriendo un grave riesgo si es así! —siseó ella quitándose los zapatos y luego avanzando hacia él decididamente.
Él se rió suavemente, pero Bella le cortó en seco esa risa.
Le agarró la camisa y se la abrió de golpe, rompiendo todos los botones. Le metió una rodilla entre las piernas tratando de proporcionarle un roce provocativo en sus partes íntimas mientras le quitaba los pantalones. Pero él confundió sus intenciones.
— ¡Ah, no, eso no! —exclamó Edward.
Entonces le metió las manos bajo los brazos y la levantó, arrojándola contra la cama. Inmediatamente después, fue él quien le metió una rodilla entre las piernas y se colocó sobre ella.
—Si quieres jugar a esto, por mí, de acuerdo.
Sintiéndose atrapada, Bella logró soltarse y lo tumbó a él sobre la cama, colocándose encima y apoyándole las manos en el pecho para mantenerlo quieto.
— ¡Muy bien! —le gritó entonces.
Edward la agarró por las muñecas, listo para ejercer su fuerza. —La violencia no es mi idea del placer sexual —gruñó.
—Ni la mía. ¿Dejarás de equivocarte conmigo todo el tiempo? ¿Y de pensar lo peor?
—Una rodilla en la entrepierna.
—No tengo tres manos. ¿Cómo se supone que tengo que excitarte y desnudarte al mismo tiempo?
Edward soltó el aire de sus pulmones y luego sonrió lentamente.
—Bueno, sigue donde estás y ya me desnudaré yo. Y, si sigues sentada ahí, sobre mis costillas, podrás desabrocharte delante de mi cara ese vestido naranja y excitarme un poco con lo que lleves debajo. Si no te importa.
Ese pensamiento la excitó y esa excitación se impuso a su enfado. Tenía permiso. Tenía su aprobación. Podía hacer lo que quisiera. No tenía nada que perder y mucho que ganar, así que la perspectiva apartó todas sus reservas.
—Entonces suéltame las manos, Edward — dijo sedosamente, sonriendo satisfecha. Era ella la que estaba encima. La que controlaba la situación.
Él la soltó, pero Bella todavía podía sentir su tensión, el deseo de medir su iniciativa si estaba fingiendo. Todavía no confiaba y Bella fue muy consciente de estar siendo sometida a prueba. De todas formas, la oportunidad estaba garantizada y estaba llena de confianza por lo que había aprendido la noche anterior.
Esa noche, definitivamente, no iba a ser una mojigata, se prometió a sí misma. No había lugar para la timidez y la modestia. Su mente estaba completamente enfocada en la sexualidad.
Entonces, decididamente, empezó a desabrocharse el vestido, ese vestido tan poco característico en ella, que había logrado llamarle la atención.
— ¿Te gusta este color para mí, Edward? —le preguntó— ¿Crees que parece cálido y sexy?
—Me parece bastante positivo. ¿Es de verdad o estás de broma? —respondió él mientras se levantaba un poco para quitarse los pantalones.
—Las dos cosas. Conduce a esto, lo que se supone que debe significar algo. ¿Te parece verdadero o no?
Mientras hablaba, Bella se había abierto el vestido y le mostraba lo que llevaba debajo.
Edward pasó la mirada por el sostén negro de encaje, el liguero que rodeaba sus caderas y que sujetaba las medias, además de la braguita, un pequeño tanga negro, de encaje y seda que apenas ocultaba nada.
—Añade lujuria al cuerpo femenino —dijo él secamente.
Pero mientras tanto, sus piernas estaban de lo más activas. El ruido de los zapatos al caer al suelo era muestra de su agilidad.
—Por otra parte —continuó—Vamos a no equivocamos. Cualquiera puede jugar a vestirse provocativamente.
—Nadie en su sano juicio se molestaría en ponerse esto sólo para eso. Es demasiado incómodo —respondió ella saltándose una media—Sólo tiene un propósito y es poner a tono a la gente. Eso es lo que me dijo la vendedora.
— ¿Te hace ponerte a tono a ti? — le preguntó Edward sarcásticamente mientras terminaba de librarse de los pantalones.
—Mmmm… La verdad es que me hace sentirme muy consciente de mí misma, físicamente. El sostén me oprime los senos, pero me produce la sensación de que se quieren escapar de él. La verdad es que es un alivio quitárselo.
Dicho eso, Bella se quitó el vestido del todo, que cayó al suelo y, luego hizo lo mismo con el sujetador. Le sonrió mientras se acariciaba los senos, aliviando la sensación de compresión. En una película había visto como unas bailarinas eróticas lo hacían. Edward podía ponerse tan sarcástico y cínico como quisiera, pero eso no la iba a afectar. El juego era demostrarle que estaba equivocado y, la verdad es que estaba disfrutando con ello.
— ¿Quieres el punto de vista de un hombre? —le preguntó él sin dejar de mirar el movimiento de sus manos.
—Quiero el tuyo.
—Lo sexy es no comprimir tus senos en absoluto. Lo que es sexy es la anatomía femenina. Los senos, el trasero y si nos ponemos en plan personal, tú de eso tienes de sobra. Y muy atractivo.
Aquella era su primera concesión a lo que estaba sucediendo allí, y le produjo una gran descarga de confianza a Bella, además del placer que le producía el que él admirara su cuerpo. La envidia que sentía normalmente por las mujeres altas y esbeltas, como Lauren Mallory, desapareció instantáneamente. A Edward le gustaban sus curvas.
Sonrió brillantemente y se colocó de forma que él le pudiera quitar el liguero y la media que faltaba, cosa que, al parecer, le apetecía mucho hacer. Aquello la estaba haciendo sentirse cada vez más sexy.
Estaba ansiosa por hacerlo así, encima de él, deslizándose y rozándolo sensualmente. Cuando se instaló encima de su vientre, se enorgulleció de la fuerza de la excitación de él. Era intensamente excitante acariciarlo con la seda de sus braguitas, antes de apartarlas a un lado y utilizar el suave y deslizante calor de su propio sexo para provocarlo y llevarlo a una necesidad de lo más intensa.
— ¿Te gusta esto? —le preguntó.
—Sí.
Poco a poco, estaba diluyendo su incredulidad cínica.
—Pero estará mejor dentro —añadió él, definitivamente dispuesto ahora a cooperar.
Así que ella le dejó entrar, lentamente, jugando a todo juego erótico que se le pudiera ocurrir, variando los puntos de contacto y de presión. Era increíblemente excitante observar su rostro, ver como él aprobaba lo que estaba haciendo, la pérdida de control cuando llegó al clímax repentinamente. Y eso se lo estaba haciendo ella a él, por completo y en todo momento.
Había un éxtasis salvaje en provocarle eso, en llevarlo a esa situación. Y, por debajo de ese éxtasis, estaba la primitiva y profunda sensación de posesión, era su marido, su hombre, su compañero, ¡era suyo!
Bella le observaba mientras se vestía al día siguiente. Edward sabía que ella estaba esperando que dijera algo, pero la dejó esperar. La sensación de estar siendo manipulado era fuerte y no le gustaba nada.
Si eran los celos lo que estaban haciendo que Bella se comportara así, era sorprendente lo que podían hacer en una mujer. La noche anterior ella se había librado de todas las inhibiciones como si nunca hubieran existido. Le había proporcionado una noche de sexo fantástica. Lo que la había hecho comportarse así la noche anterior, evidentemente no se había perdido en ella, un hecho que él encontraba intensamente desconcertante.
¿Qué era real y qué no lo era? El cambio en ella había sido demasiado abrupto, demasiado extenso para que él se lo creyera. Se preguntó cuánto duraría la actuación. ¿Hasta que ella creyera que había pasado el peligro de Lauren?
Era extraño lo mucho que le había importado a Bella lo del hotel. Era evidente que nada de lo que él dijera o hiciera iba a borrar sus sospechas al respecto. Lo que significaba que, si él quería mantener intacto su matrimonio, no iba a tener más remedio que ceder a que ella los acompañara al viaje. No le quedaba otra opción ya que no estaba dispuesto a arriesgarse a una demanda de divorcio.
— ¿Has probado alguna vez una cama de agua, Edward?
Él terminó de atarse los zapatos y se levantó. Bella estaba tumbada de lado en esa cama que él tanto había criticado, completamente desnuda, agarrada a una almohada como si ya lo estuviera echando de menos. Eso lo hizo sentir como una opresión en el pecho y un dolor en el vientre que no le gustó nada.
Su primera esposa había utilizado el sexo como un arma. ¿Es que todas las mujeres hacían lo mismo para conseguir lo que querían? Nunca lo habría pensado de Bella. Pero la posesividad era un instinto de lo más insidioso y exigente, más de lo que debiera.
—Olvídate de la cama —dijo —Si te vas a venir conmigo a Europa, vas a tener mucho que hacer durante los próximos días.
El rostro de ella se iluminó de alivio.
— ¿No te importa que vaya?
Edward la miró duramente.
—No esperes que yo cambie mis planes, Bella, porque no lo haré. Me has obligado a esto. No interfieras con lo que haga cuando estemos por allí.
—No lo haré —respondió ella sonriendo encantada por haber ganado—Te prometo que haré lo que te venga mejor.
El asintió y la dejó, incapaz de contener la esperanza de que ese cambio fuera real y duradero.
Si era así, su matrimonio sería casi perfecto.
Se aconsejó a sí mismo que fuera poco a poco. La verdad se revelaría por sí misma muy pronto.
Creo k hay k convocar a una reunion para patear a edward quien se apunta jaja
ResponderEliminarEsperemos k se abra un poco creo k el problema tiene k ver la primera esposa
Yo me apunto Melany, Edward está insoportable 😠😠
ResponderEliminarSolo creo que esa comparación con su primer esposa es demasiado.... Bella es ella misma, no su ex, y a parte de todo, él no quiere cambiar nada de su viaje por ella, mientras ella si está dispuesta a hacer lo que sea.... Que injusto!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Me tiene confundida Edward, por ratos quiero matarlo, pero ahora veo q le gusta ese cambio en Bella. Igual más allá de esto es muy duro con su esposa.
ResponderEliminarDefinitivamente no hay peor ciego que el que no quiere ver. Espero que Edward no lo arruine en este viaje. Ahora que Bella se suma va a quedar en descubierto las verdaderas intenciones de Lauren, según su reacción se va a delatar si se quiere quedar con el marido de otra o no.
ResponderEliminarVaya Edward también tiene sus secretos de su antigüo matrimonio el cual no le deja ser feliz!!!
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