—Sabía que eras tú —murmuró—. En el momento en el que me agarraste el brazo de ese modo, supe que eras tú.
—Sí, bueno. Pues que disfrutes.
Edward lanzó una maldición, una colorida invectiva que resumía su situación perfectamente y que también le recordó a ella lo que no tenía que hacer con ese hombre. Nunca.
Edward le soltó el cabello y le apartó las manos de la bragueta del pantalón. Trató de desabrochársela sin mucha suerte.
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