26 de marzo de 2017

Parcela Tierra 7


Que viviera en su casa y se ocupara de sus cosas era de alguna manera el recordatorio de que estaba casado con ella y que, independientemente de las circunstancias, iban a estar casados por mucho tiempo.

Sin embargo, lo que más le gustaba de Bella no era que hiciera un café maravilloso ni que se ocupara de la contabilidad del rancho, sino ella en sí misma, su presencia, su voz y su olor, su pelo y la forma de caminar, la manera en la que tarareaba cuando cocinaba o cómo olía el baño después de que ella se hubiera dado uno de sus largos y maravillosos baños de espuma.

Todo lo referente a ella lo excitaba. Edward se levantaba todas las mañanas con su olor, que se le antoja tan fuerte que hubiera podido jurar que había pasado la noche a su cuerpo.

¡Su cuerpo!

Aquel cuerpo era como para hacer que un hombre que no creyera en Dios se pusiera a rezar. Sobre todo ahora, con los cambios que el embarazo le estaba produciendo.

Se trataba de cambios sutiles, pero Edward se había percatado absolutamente de todos. Se había fijado en que le habían crecido los pechos y en que se le estaba formando una preciosa tripita.

Lo que más le apetecía en el mundo era acariciarle la tripa y sentir aquel lugar en el que estaba creciendo su hijo.

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