—¡Imbécil! —exclamó Edward fastidiado, mientras abría la puerta del coche y el jinete se bajaba del caballo.
Bella se tranquilizó al ver que los dos hombres se conocían.
—Lo siento de veras, Edward —Bella oyó que decía el jinete mientras acariciaba el cuello del asustado animal—. No se me ocurrió pensar que pudieras pasar en este momento, y como Juniper quería correr hasta la cerca, decidí dejarlo.
Edward movió la cabeza, molesto, pero era evidente que la actitud del otro le había desconcertado.
—Te vas a matar uno de estos días, Jasper. Éste es un camino tranquilo, pero no es privado, y no creo que tu padre se alegre mucho cuando le lleves al caballo herido.
—¡Claro que no! —exclamó el joven—. Mi padre y yo no tenemos muy buenas relaciones en este momento, y si Juniper se rompiera una pata él pondría el grito en el cielo.
—Está bien... espero que nos entendamos entonces —comentó Edward—. No quisiera que Esme se enfadara.
—¡Dios mío, por supuesto que no! —afirmó el muchacho y mientras los observaba Bella se preguntó qué tipo de relación podría unir a dos personas tan diferentes.
Al darse cuenta de que había alguien más, el joven miró hacia el coche, por lo que Bella se acomodó en el asiento como si no se hubiera dado cuenta de nada. Pero para su sorpresa, Edward, al percatarse del interés de su acompañante, le propuso a Jasper acercarse para conocerla.
—Ésta es Bella Swan —dijo a través de la ventanilla abierta del coche—. Bella, éste es Jasper Cullen, hijo de lord Cullen.
Por segunda vez Edward utilizó el nombre de pila de Bella, lo que la volvió a molestar, pero no dijo nada. Así que ése era el hijo de lord Cullen, pensó la joven, el dueño de la magnífica mansión que había sobre la colina. Le costaba creerlo, y si bien su educación le indicaba que debía salir del coche para saludarle, el cuerpo de Edward, apoyado indolentemente contra la puerta se lo impedía. ¿Cómo era posible que un empleado de su tía tuviera un trato tan familiar con el hijo de un representante de la aristocracia inglesa? No tenía sentido.
—Encantado de conocerla, señorita Swan —Jasper Cullen extendió una mano y Bella se la estrechó, sintiéndose un tanto incómoda.
—Mucho gusto —respondió cortésmente pero sin saber muy bien cómo tratarle.
—¿Piensa quedarse en casa de la señorita Platt? —preguntó sin intención de irse, pero antes de que Bella pudiera responder, Edward lo hizo por ella.
—Bella es sobrina de Esme —afirmó, mientras sus ojos verdes la desafiaban a contradecirle—. Ha venido... a quedarse con nosotros un tiempo. Su padre murió hace muy poco y Esme es el único familiar que tiene.
—Entiendo.
Jasper Cullen pareció sentirse atraído por la joven y no dejaba de admirar sus grandes ojos cafés.
—Debemos irnos —afirmó Edward mientras se dirigía al coche. Después se sentó detrás del volante, inclinándose hacia el lado de Bella para poder despedirse del muchacho—. Te veré más tarde Jasper —añadió, y otra vez Bella notó cierto aire de superioridad en su voz, pero el hombro de Edward rozando el suyo y su muslo apoyado ligeramente contra su pierna, le quitaron todo poder de especulación.
Jasper les contempló alejarse, y algo hizo que Bella le mirara por el retrovisor. De pronto tuvo la extraña sensación de que había visto antes a ese joven.
Probablemente el nombre de Knight's Ferry se debiera a que en alguna época debió existir un ferry que cruzara las tranquilas aguas del río Rowan que pasaba cerca de allí. Bella experimentó un extraño placer al contemplar la vieja casa con sus paredes cubiertas de hiedra y las torres que viera desde lejos. Era una especie de mansión medieval fortificada.
Estaba admirando los jardines cuando de pronto se abrió la puerta principal y apareció una mujer. Bella miró rápidamente a Edward, que bajaba las maletas, pidiéndole tácitamente que interviniera.
—¡Bella, hija mía! Qué alegría después de tanto tiempo —las palabras de Esme Platt eran afectuosas, y Bella se volvió hacia la mujer que iba a su encuentro.
Los recuerdos que tenía Bella de aquella mujer eran muy vagos. Pero no se la había imaginado con ese aspecto. Bella pensaba en Esme como en una mujer mayor. Por eso, a pesar de saber que no podía tener más de cincuenta años, esperaba encontrarse con una mujer más envejecida.
Pero Esme Platt no era así; si Bella no hubiese conocido la verdad, hubiese pensado que tenía unos treinta y tantos años, y eso por su aspecto severo y maduro, porque tanto su rostro, como su figura eran las de una mujer más joven aún. Su piel no tenía una sola arruga y el traje que llevaba puesto, de punto azul, acentuaba la curva de sus caderas y sus piernas bien formadas. Llevaba muy poco maquillaje y una melena suelta que le daba una apariencia más juvenil. No se parecía en nada a la imagen que de niña guardaba Bella de ella, y se estremeció al recordar las cosas que Edward le había dicho de esta mujer.
Después se sintió aprisionada en sus brazos con genuino afecto, y los besos que le dio en ambas mejillas le dejaron impregnado un suave aroma.
—Querida, eres realmente encantadora —aseguro Esme, moviendo la cabeza.
Bella se sonrojó porque sabía que Edward las estaba observando y seguramente había oído el efusivo comentario.
—Gracias —respondió—. Me alegra mucho verte, tía Esme.
La mujer la contempló un momento en silencio y después, cogiéndola del brazo, dijo:
—Lamento mucho lo de tu padre —era el tema que Bella no deseaba abordar—. Ha debido ser un golpe terrible para ti. Por eso te pedí que vinieras. En momentos como éste uno necesita a los parientes.
—¿Pongo las maletas en el cuarto rosa? —interrumpió Edward, y Esme le miró apretando los labios, un poco molesta.
—Sabes bien que ése es el cuarto que he elegido para Bella —habló con frialdad y Edward se limitó a encogerse de hombros a la vez que se inclinaba para coger el equipaje.
—Ven, querida. Es muy confortable y estoy segura de que estarás cómoda aquí.
—No me cabe ninguna duda —afirmó, por decir algo.
Hubiera querido ofrecerle algunas palabras de agradecimiento, pero resultaba difícil con la cínica presencia de Edward. Por eso esperó a que entraran en la gran sala para hacerlo.
—No tienes nada que agradecer —aseguró Esme, y una vez que vio que Edward subía la escalera con dos de las maletas, añadió—. Tomaremos el té aquí —la hizo pasar a una salita más pequeña y acogedora—. En cuanto oí el motor del coche, le pedí a Carmen que lo preparara —Esme cerró la puerta y miró contenta a su huésped—. ¿Verdad que es acogedor este lugar? Quítate la chaqueta, no la necesitarás.
Era cierto, porque además de la chimenea encendida, había ca-lefacción central. Bella se quitó la chaqueta quedándose sólo con el jersey color crema que llevaba debajo. Cuando estaban las dos sen-tadas una frente a otra Esme le preguntó:
—¿Qué tal el viaje? Espero que no haya sido muy pesado, los trenes pueden llegar a ser terribles en ciertas ocasiones. Por eso cada vez que puedo viajo en coche.
—Ha sido un viaje tranquilo, y los trenes bastante puntuales —respondió Bella, algo nerviosa.
—Pero nosotros no, ¿es eso lo que tratas de decir? —preguntó Esme, perceptivamente—. Querida, yo tengo la culpa, no estuve lista a tiempo.
—No, no he querido decir eso —Bella no deseaba que su tía tomara sus palabras como una crítica velada—. Apenas llevaba allí cinco minutos cuando el señor... Edward llegó a buscarme, cosa por la que le estoy muy agradecida.
—¿A sí? —Esme volvió a apretar los labios, pero no hizo ningún comentario sobre su chófer.
Llamaron a la puerta y entró la criada con el té. Era una mujer mayor con aire escocés que empujaba un carrito de servicio, el cual colocó frente a su ama.
—Ésta es Carmen —anunció Esme sonriendo a la mujer con un increíble encanto—. Carmen, ésta es Bella Swan, mi sobrina. ¿No es hermosa?
—Encantada de conocerla, señorita —dijo la mujer, y de inmediato, sin esperar respuesta salió de la habitación dejando a Bella con la impresión de que no estaba de acuerdo con algo.
—No te preocupes por Carmen —comentó Esme, acercando el carrito—. Ha trabajado conmigo demasiado tiempo y esto le ha hecho tomarse demasiadas atribuciones. ¿Prefieres el té con leche y azúcar o con limón?
—Sólo leche, por favor —Bella nunca se había acostumbrado a tomar té con limón como hacían todos los ingleses.
También había sandwiches, pastel y una gran variedad de galletas.
Bella se sirvió un emparedado de salmón ahumado.
Mientras comía un segundo sandwich, se preguntó si Edward se reuniría con ellas a tomar el té. Su actitud había sido de mucha confianza, pero sólo había dos tazas, y a medida que pasaba el tiempo, Bella empezó a relajarse.
—¿Estabas en la India cuando sucedió, no es así? —preguntó Esme, después de servirse otra taza de té—. ¿Te molesta que te haga estas preguntas?
—Me parece bien. Estábamos en Calcuta, él estaba cubriendo el asunto de las elecciones.
—Ya me enteré —Esme se humedeció los labios—. Debe haber sido terrible para ti, sin conocer a nadie y sin hablar el idioma del país.
—Conocía a bastante gente, teníamos muchos amigos allí. Además, como ya habíamos estado en otra ocasión, sabía un poco el idioma.
—Sí, pero... —parecía estar buscando palabras—. No es igual que estar en tu propio país.
—Así las formalidades terminaron más rápidamente —confesó Bella.
—Claro.
—Una vez aclarada la causa de la muerte, había que decidir qué se hacía con el cuerpo. Yo elegí incinerarlo porque era lo que él hubiera deseado.
—¡Hija mía! ¡Qué horrible para ti... un funeral sin gente!
—Hubo gente... los funcionarios que le conocían y los periodistas...
—De todas formas —Esme suspiró—. Supongo que ni siquiera trataste de traer su cuerpo a Inglaterra.
—Creo que él no hubiera deseado eso. Nunca consideró a Inglaterra como su hogar. Era un nómada, y seguramente hubiese elegido quedarse en el sitio donde, muriera.
—¿Qué puedo decir? Tú le conocías mejor que nadie, y por eso la decisión debía ser tuya.
—Sí.
Esme se encogió de hombros y añadió:
—Está bien, no hablaremos más del tema.
Bella agradeció no tener que relatar las circunstancias de la muerte de Charlie Swan. La tía Esme se estaba mostrando comprensiva y al recordar la manera de hablar de Edward, experimentó ira. Por alguna razón ese hombre había tratado de ponerla en contra de su tía. Casi había logrado convencerla de que si Esme le había pedido que fuera a vivir a su casa, no había sido por benevolencia, sino para satisfacer algún capricho suyo.
—Dime, ¿qué has hecho desde que regresaste a Inglaterra? Me escribiste diciendo que vivías con una amiga. ¿Conseguiste trabajo?
—Me temo que no. No es sencillo obtener trabajo, especialmente alguien como yo, sin tener un título que me respalde.
—Tienes razón —afirmó Esme cruzando una pierna de tal manera que a través de la abertura lateral de la falda se alcanzaba a distinguir una parte importante del muslo—. ¿Entonces te sentiste más tranquila al recibir mi invitación? ¿No te he sacado de nada excitante en Londres?
—No, claro que no. Me alegró recibir tu carta, aunque si sirvo o no para el trabajo que mencionaste, es algo que tendremos que averiguar entre las dos.
—Claro que servirás, ¿No es cierto, Esme?
La odiosa voz de Edward puso punto final a la conversación, y al mirar hacia dónde provenía la voz, Bella le vio apoyado contra el umbral de la puerta.
—¡Edward, me gustaría que llamaras antes de entrar! —exclamó Esme, mirando a Bella como para pedirle disculpas—. Si quieres té tendrás que buscarte una taza. Carmen no esperaba que fuéramos interrumpidas.
—No, gracias señora. Siento interrumpirla, pero como ya he llevado las maletas al cuarto de la señorita, quería saber si se le ofrecía algo más.
—Te aseguro que no eres nada gracioso, Edward —la expresión de Esme demostraba su disgusto, pero en lugar de echarle de la habitación como Bella esperaba, terminó de beber el té.
Bella levantó la vista para mirarle, pero descubrió que él tenía los ojos fijos en Esme, de una manera tan insolente, que la hizo ruborizarse. La miraba como si... Bella no se atrevía a pensarlo, pero deseó que la tía Esme se cubriera las rodillas con la falda.
—¿En dónde estábamos? —preguntó Esme, de pronto.
Bella se sorprendió tanto que al bajar la taza la golpeó contra el plato.
—Estabas por decir cuáles serán mis obligaciones —explicó, tratando de ignorar al intruso, pero levantó la vista enfadada al oír que soltaba una carcajada.
—¡Edward, si no tienes nada mejor que hacer que estar aquí parado burlándote de mí, te pido que te vayas! —exclamó Esme, y después añadió—: Podrías cambiarte para la cena.
—Touché —la boca de Edward se curvó en una mueca irónica—. Está bien, te dejaré para que... instruyas a nuestra... huésped en torno a sus obligaciones —hizo una pausa y continuó—: Tal vez te interese saber que ha conocido al heredero esta tarde.
Bella pestañeó. ¿Qué quería decir? No tenía sentido alguno, pero cuando volvió la mirada hacia Esme vio que estaba muy nerviosa.
—¿Qué quieres decir? —inquirió la mujer—. ¿Edward, qué has hecho? ¿Cómo es posible que Bella haya visto a alguien en el trayecto de la estación hasta aquí?
—Cullen casi nos hace chocar con el caballo —explicó, indiferente, meciéndose sobre los talones—. Podría habernos matado.
—¿Puedo recordarte que ese muchacho loco tiene sólo ocho meses menos que tú? —después Esme se volvió hacia Bella y le preguntó—: ¿Qué te ha parecido Jasper? Es guapo, ¿no?
—Me ha parecido agradable —respondió Bella, incómoda.
—Lo es, aunque tal vez un poco atolondrado, pero es realmente encantador.
—Para no mencionar el hecho de que es el futuro heredero de la fortuna de su padre —intervino Edward, con brusquedad.
Esme ignoró el comentario de Edward y ofreció más té a Bella.
—Yo... yo conozco al padre de Jasper desde hace muchos años. Él es lord Cullen, y esta casa perteneció una vez a sus dominios, hasta que mi padre la compró.
—Eso fue hace tres décadas —aclaró Edward y de inmediato añadió—: Si me disculpáis, voy a ver a Midnight que a diferencia de nosotros, no puede pedir ayuda si la necesita.
Cuando la puerta se cerró, Bella pensó que Esme daría alguna explicación en torno a su comportamiento, pero no lo hizo, se limitó a explicar que Midnight era una yegua que estaba a punto de parir. Después volvió al tema de la presencia de la joven allí.
—Creo que sería bueno que vieras tu cuarto —dijo poniéndose de pie y Bella la imitó—. Después de todo, queremos que estés contenta aquí, y no puedes decidir si te quieres quedar cuando ni siquiera has visto la casa.
—Estoy segura de que me gustará —protestó Bella—. Sinceramente, tía Esme, estoy tan contenta de que me hayas invitado, que el sitio en donde vaya a dormir no tiene importancia.
—Estás muy equivocada —sonrió Esme, mientras subían, la alfombrada escalera— ¿No te importa si te pido que no me llames tía Esme? Somos adultas y resulta un poco tonto.
—Como tú digas —respondió Bella, encogiéndose de hombros.
—¿No te importa?
—Por supuesto que no. ¿Por qué habría de importarme? Después de todo, no eres realmente mi tía.
—Eso es lo que yo pienso —Esme parecía estar satisfecha—. Por lo tanto, de ahora en adelante seré Esme a secas.
—Correcto, Esme —aseguró Bella.
Arriba había un amplio vestíbulo en el cual convergían dos pasillos, uno hacia cada ala de la casa.
—Ésta es mi habitación —indicó señalando una puerta que estaba cerca de la escalera—. A ti te he puesto en el cuarto rosa que está por aquí. Es bastante confortable, por lo tanto espero que te guste.
Anduvieron por el pasillo del ala izquierda de la casa, al fondo del cual había una gran ventana por donde entraban los últimos rayos de sol, iluminando la alfombra roja. Esme se detuvo delante de una de las puertas y la abrió, encendiendo de inmediato la luz.
Lo primero que vio Bella fue una especie de sala amplia, con sillones y un escritorio, y hasta una mesa por si deseaba comer en la habitación. Pero de inmediato se dio cuenta de que eso era sólo la mitad del recinto. Un arco muy amplio y dos escalones bajos daban acceso al dormitorio, en donde había una cama con dosel. La decoración era de color rosa.
—El baño está por aquí —y señaló una puerta en un extremo del cuarto—. ¿Qué tal, te gusta?
—¿A quién podría no gustarle? —Bella estaba anonadada. Era todo muy diferente de lo que había esperado—. No debiste haberte tomado tanto trabajo.
—No ha sido ningún trabajo, querida —Bella la abrazó conmovida y la mujer añadió—: Es lo menos que podía hacer por la hija huérfana de Charlie.
—Pero tú apenas nos conocías —comentó Bella, sintiéndose culpable por no haberse acordado de ella durante tantos años—. Esme no sé cómo voy a pagarte todo esto.
—No te preocupes, ya encontraremos alguna manera —respondió apretándole el hombro cariñosamente—. Y ahora quiero comprobar si está todo listo para la cena, de lo contrario cambiará la opinión que tienes acerca de nuestra hospitalidad.
Sola, Bella paseó por la habitación. Vio que sus maletas habían sido depositadas sobre una especie de sofá que había al pie de la cama, y sintió algo extraño al pensar en el hombre que las había llevado hasta allí. Indudablemente, la relación que mantenía con Esme era muy extraña; pero después de todo, Edward había trabajado más de diez años para su tía, al menos eso había dicho él, tal vez la familiaridad en el trato era resultado directo de eso. ¿Pero qué hacía él, cuál era su trabajo? ¿Y por qué tenía que importarle a ella cuando seguramente no mantendrían ningún tipo de contacto?
Sobre el escritorio encontró papel y sobres. La joven decidió que ésa noche escribiría a Irina. Ella se había mostrado en contra de que Bella aceptara la invitación de Esme, y se tranquilizaría al saber que todo había salido bien. Seguramente Irina se resistiría a creer que aún existían hadas madrinas como ésa, por eso Bella se moría de ganas de contarle cómo era la casa y especialmente su habitación.
En los armarios había mucho sitio para guardar sus cosas, y al recordar que seguramente esperaban que también ella se cambiara para la cena, buscó las llaves del equipaje y empezó a deshacerlo.
En una de las maletas había guardado todos sus recuerdos: fotografías y recortes de periódicos de su padre, así como los cepillos con mango de plata que le regalara al cumplir dieciocho años. Colocó un portarretratos de oro, con su fotografía, sobre el tocador, y los cepillos a cada lado. Al hacerlo, tomó conciencia de las pocas cosas materiales que guardaba como recuerdo del hombre que había influido de manera decisiva en su vida.
Ya empezaba a oscurecer cuando terminó de bañarse después de haber deshecho su equipaje y se dirigió al armario donde había co-locado su ropa para elegir lo que se iba a poner para la cena.
Escogió un vestido de corte muy simple. Se lo había comprado su padre. Estaban en Montecarlo y le había ido muy bien en el casino, al menos eso le había dicho a ella.
Antes de ponerse el vestido, Bella se retocó el maquillaje, aunque se dijo que no tenía la habilidad de Esme para hacerlo. El pelo no le ofreció ningún problema, porque era largo y sedoso. Lo cepilló hasta sacarle brillo y se lo volvió a recoger en la nuca, pero esta vez con un pasador de marfil.
El vestido le quedaba muy bien. Mientras se ponía los zapatos miró el reloj. Eran las siete y media, y Esme había dicho que la cena se servía alrededor de las ocho. Tendría que bajar, y antes de hacerlo se miró por última vez en el espejo. ¿Estaría bien arreglada? ¿Por qué estaba nerviosa? ¿A qué le temía?
Se encogió de hombros con impaciencia. Ése no era el momento de preguntarse si habría hecho bien en ir. Después de todo, Esme era encantadora, la casa hermosa y tenía la sensación de que iba a ser feliz en ese sitio.
Tratando de apartar los temores, abrió la puerta y salió al pasillo. Alguien había encendido las luces, y mientras bajaba la escalera se quedó impresionada con la decoración del hall de la planta baja.
Al llegar al pie de la escalera, Bella dudó un momento. No sabía hacia dónde debía dirigirse, ya que Esme sólo le había mostrado la pequeña salita donde habían tomado el té. Estaba mirando hacia uno y otro lado, cuando de pronto se abrió una puerta a su espalda y apareció Edward.
Era evidente que pensaba cenar con ellas, al menos eso creyó Bella a juzgar por el pantalón oscuro y la chaqueta que llevaba, así como por la camisa de seda con una cinta delgada alrededor del cuello. Tenía el pelo bien peinado, el cual apenas le rozaba la parte superior del cuello de la camisa.
Al sentir la mirada de ese hombre fija en ella y cargada de admiración, la joven se sonrojó.
—Bien, bien, señorita Swan —comentó, sonriendo con cinismo—. Parece que se ha perdido. ¿Puedo ayudarla en algo?
—Buscaba a Esm... a la señorita Platt. ¿Sabe dónde está?
—Supongo que debe estar vistiéndose. Venga a tomar una copa conmigo. Solemos reunimos siempre en esta habitación —y señaló la sala de donde había salido.
—Ah, muy bien —Bella no estaba muy entusiasmada, pero no podía hacer otra cosa que aceptar. Le siguió y se puso tensa cuando él se apartó para dejarla pasar.
Bueno, no he podido sacar mucho en claro pero mientras avance la historia veremos de que va todo...
ResponderEliminarLo que me pregunto es si Esme pretende que bella tenga algo desente o no con el heredero.
Gracias por el capitulo.
Todo parece muy misterioso...
ResponderEliminarGracias por el capítulo.
Gracias por el capitulo, todavía estoy tratando de desifrar la relación de Edward y Esme y por otro lado parece que Esme pretende que Bella vaya por decirlo de alguna manera por Jasper.
ResponderEliminarVeremos que pasa mas adelante.
Pues yo tengo la sensación de que Edward es mucho más de ´lo que parece, no sería raro que Jasper y él fueran familia.... nos leemos en el siguiente
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