Ardiente Corazón - Capítulo 3

Bella se dio cuenta de que estaba en una biblioteca. Tres paredes de la habitación estaban cubiertas de estantes repletos de libros. En la cuarta pared, había un escritorio debajo de un enorme ventanal.

—¿Qué quiere beber?

Bella se volvió hacia él y vio que estaba examinando el contenido de un pequeño bar.

—¿Tiene Martini? —preguntó ella, pero al terminar de inspeccionar, Edward se volvió y respondió:

—Sólo Vodka y Sherry.

—Prefiero Sherry —afirmó Bella, y se quedó observándole mientras le llenaba la copa.

—¿Y... qué piensa de nosotros? Me imagino que esto no es lo que usted esperaba... sobre todo teniendo en cuenta lo que me dijo cuándo veníamos de la estación.

—Me gustaría que olvidara lo que le dije en ese momento —respondió Bella—. Estaba nerviosa... porque hacía mucho tiempo que no veía a Esme. Ahora que he vuelto a estar con ella, me doy cuenta de que debo haberle parecido muy inmadura.

—Supongo que cualquiera de más de treinta años debe parecer una anciana para una colegiala. ¿No quiere sentarse?

Edward le señaló un sillón de cuero que estaba cerca de la chimenea, pero Bella pensó que le resultaría más sencillo hacer frente a este hombre estando de pie.

—Dígame... señor... Edward, ¿qué es exactamente lo que hace usted aquí? Mi tía... es decir, Esme mencionó algo relacionado con caballos.                                                                              
—¿Se refiere a Midnight, la yegua? Pues aún no ha parido, si es eso lo que quería saber.

—No era exactamente eso—Bella se humedeció los labios.

—Ah, entiendo. ¿Usted quiere saber si soy yo el que cuida los establos? —terminó el whisky que tenía en el vaso—. Sin ánimo de desilusionarla, ésa no es mi función más importante.

Cambiando de tema, ya que no sabía cómo continuar aquella espinosa conversación, la joven dijo:

—¿Tiene muchos caballos la señorita Platt?

—Pocos —Edward se acercó al bar para servirse otra copa—. Cinco para ser más exacto. ¿Por qué? ¿Le gustan los caballos? ¿Sabe montar?

—He montado algunas veces, sobre todo durante mis viajes al extranjero.

—¿Le gusta cabalgar?

—Sí, bastante. ¿A Esme también?

—¿Esme? Dudo que alguna vez se haya subido a un caballo —dijo en tono burlón—. No es muy amiga de los deportes al aire libre.

—Usted conoce muy bien a Esme, ¿no es así, señor Edward? Me pregunto si sabe lo mal que habla de ella.

Edward rio con tanto desdén que Bella se sonrojó.

—Estoy seguro de que sí —respondió.

La puerta se abrió antes de que Bella le preguntara qué había querido decir.

Al ver a Esme con unos pantalones dorados y una chaqueta de lentejuelas, la joven pensó que había sido demasiado tradicional en la elección de su vestido. La mujer llevaba unos zapatos con el tacón más alto que Bella había visto en su vida, pero a pesar de eso, se movía con mucha gracia. Vaciló un poco cuando vio a Edward.

—¡Ah, estás aquí! —-exclamó, rozándole el brazo con la yema de los dedos. Pero al ver a Bella, quitó la mano—. Querida, qué hermosa estás. ¿No te parece, Edward? —miró al hombre con una expresión muy extraña como si lo desafiara a contradecirla—. ¿No crees que Bella está maravillosa?

—Creo que la palabra más exacta es irresistible —corrigió el individuo, y Bella deseó poder borrarle la insolencia de un golpe. Pero Esme no pareció tener en cuenta su observación, y aceptó la copa que le ofrecía.

—Es una lástima desperdiciar tanta belleza en una cena familiar, pero para mañana por la noche, he organizado una pequeña reunión para que puedas lucirte —dijo Esme cogiendo a Bella del brazo.

—Por favor, tía... quiero decir Esme —Bella se sonrojó por la equivocación—. No he venido aquí para divertirme. Sólo quiero ganarme la vida de alguna manera.

—Ya lo hará —aseguró Edward, terminando el whisky de un trago—. Bueno, ya me voy, señoritas. Espero que sepan disculpar mi brusca partida, Bella, pero tal vez se sienta mejor si no tiene que cenar con un empleado.                                                         

Bella se sintió muy incómoda y estaba a punto de responder algo cuando Esme soltando su brazo y cogiéndose del de Edward exclamó:

—¡No pensarás salir esta noche, Edward!

—Me temo que sí —Edward hablaba con firmeza a la vez que quitaba la mano de Esme de su brazo con deliberada frialdad.

—¿Vas a salir con esa chica? —inquirió Esme con furia.

—¿Por qué no? Ella disfruta de mi compañía —afirmó él inmune a los reclamos de Esme.                                                 
Por un momento la mirada de Bella se encontró con la de él, y deseó con todas sus fuerzas poder estar en cualquier parte, lejos de esa habitación.                                                                 
—¿Ah, ¿sí? —el tono de voz de Esme demostraba un terrible malestar. Con los dedos muy apretados le otorgó un silencioso permiso de retirarse.                                                               
Antes de salir de la habitación, Edward miró a Bella y sonrió con burla.

Ya a solas, la joven se sentía molesta por haber tenido que presenciar la escena, y Esme parecía absorta en sus pensamientos sin intención alguna de compartirlos. Si al menos conociera lo suficiente a Esme como para ofrecerle algún consejo..., pensó Bella, sintiendo que la repugnancia inicial daba paso a la compasión. Si lo que sospechaba era cierto, y Esme sentía algo por ese individuo, era su obligación decirle lo que pensaba y decía de ella a sus espaldas.

—Esme...

—Bella...

Las dos empezaron a hablar al mismo tiempo, pero se interrumpieron bruscamente. Bella, contenta de que no le hubiera dado tiempo para terminar la frase que había iniciado, insistió en que fuera Esme la que hablara primero.

—Sólo quería decirte que no tomes en serio mis peleas con Edward. Él y yo... nos conocemos desde hace mucho tiempo, y a veces... a veces tengo la impresión de que le doy demasiada confianza.

—Esme, no tienes por qué explicarme nada...

—Pero quiero hacerlo. No quisiera que llegaras a pensar que Edward y yo nos entendemos.

—De veras, Esme...

—Edward es un poco impetuoso a veces —siguió diciendo la mujer como si Bella no la hubiera interrumpido—. Le gusta demostrar su independencia. Y eso es algo natural. A todos nos sucede, ¿no te parece?

—No es algo que tenga que ver conmigo —aseguró Bella, moviendo la cabeza.

—Creo que sí —respondió mientras servía otra copa—. Después de todo, vas a vivir aquí una temporada, Edward también, y no quisiera que tomaras partido.

¿Qué significaba eso de que Edward vivía en la casa? Además, ¿dónde? ¿Cómo? ¿Y con qué objeto?

Alguien llamó a la puerta y Bella se volvió asustada, pero era Carmen para avisar que la cena estaba lista.

—Parece que el joven se fue —comentó la mujer—. Eleazar me ha dicho que hace unos minutos le ha parecido oír el motor del coche.

—Sí —Esme terminó el whisky y después de dejar el vaso sobre una bandeja añadió—: Cenaremos las dos solas, por lo tanto, no se hable más del asunto.

Sirvieron la cena en un comedor muy confortable. Durante la misma, Bella tuvo que hacer un esfuerzo para no pensar en Edward, y en su relación con la mujer a quien siempre había considerado su tía. Después de todo, su posición no se había modificado. Había ido allí para ser la compañera de Esme, y el hecho de que hubiera alguien más viviendo en la casa no tenía por qué hacer que cambiara sus planes. Suspiró mientras se servía un trozo de pollo cubierto de salsa blanca. ¿Por qué la sorprendía todo? Esme era todavía una mujer muy atractiva, y era lógico que disfrutara de la compañía de un hombre. Pero esa relación la molestaba, para ser sincera consigo misma, era la personalidad de aquel hombre lo que más la indignaba y el hecho de que debía de tener por lo menos veinte años menos que Esme.

Una vez terminada la cena se instalaron en la pequeña salita en donde habían tomado el té. Carmen puso la bandeja del café entre las dos mujeres y Bella se sentó en un sillón frente al fuego para tratar de relajarse, diciéndose a cada momento que todo saldría bien.  Durante la cena habían hablado de cosas muy superfluas, tales como las funciones de Carmen y las de la muchacha que iba del pueblo para ayudarla. Pero ahora que estaban solas, Esme trató de saber más acerca de la vida de Bella.

—¿Cuántos años tienes ahora? —le preguntó inclinándose en gesto confidente—. ¿Veintiuno?

—Casi —corrigió Bella y Esme continuó diciendo:

—Veinte, entonces. En estos días que corren, eres ya una persona madura. Debes haber tenido muchos ligues entre las personas a las que frecuentaba tu padre.

—No muchos. Papá era bastante estricto. No le gustaba que aceptara invitaciones de otros
periodistas.

—¿Ah no? —Esme parecía complacida—. Eso sospeché siempre. Charlie, al igual que los de su tipo, seguramente se regía por el principio de haz lo que digo pero no lo que hago.

—Papá quería protegerme —Bella no iba a permitir que Esme echara tierra sobre la reputación de su padre no importa cuán merecida fuera—. Pero no era necesario —añadió—. Yo era capaz de cuidarme sola. Lo aprendí en la escuela de internas.

—Entonces, ¿no has tenido ningún novio?

—Algunos —Bella encogió los hombros.

—Pero nada en serio.

—No —Bella no estaba muy segura de sí le agradaba este tipo de interrogatorio, pero después se dijo que seguramente lo que Esme buscaba era la seguridad de que ningún muchacho se la llevaría una vez que se hubieran acostumbrado la una a la otra.

—Bien —sonrió Esme—. Creo que nos entenderemos de maravilla.

—Eso espero.

Esme terminó su café y recostándose en el sillón dijo:

—¿Sabes? Siempre quise tener una hija, alguien con quien hablar y compartir mis pensamientos, alguien joven y hermosa como tú.

—Eres muy amable.

—Hablo en serio. Una vez tuve una esperanza, pero no resultó. No sabes lo que significa para mí que estés aquí.

—Sólo espero poder ser útil. Aún no me has dicho lo que quieres que haga.

—Oh, no te preocupes —Esme levantó una mano como, si no tuviera importancia alguna—. Hay mucho tiempo para eso. Primero, debes acostumbrarte al sitio y a nuestra forma de vida, después, nos preocuparemos de tus actividades.

—No quiero sentirme un parásito —aseguró Bella.

—No lo serás, querida.

—No, pero creo que, si no hay mucho que yo pueda hacer aquí, tal vez pueda buscar algún trabajo para ayudar con los gastos...

—Jamás aceptaría algo semejante. No soy una mujer pobre, Bella, y una boca más para alimentar no me llevará a la bancarrota. Y por otra parte, ya verás que tendrás mucho que hacer.

Bella lo dudaba mucho. Sus ideas acerca de ir a cambiar libros a la biblioteca, pasear a su tía o leerle novelas románticas parecían ahora muy remotas.

—Necesitarás un poco de dinero —siguió diciendo Esme con el tono de voz de una mujer de negocios—. Pienso asignarte un dinero mensual por adelantado que depositaré en una cuenta a tu nombre en el Banco de Buford.

—Yo tengo un poco de dinero —protestó Bella, pero Esme no le hizo el menor caso.

—Guárdalo, nunca sabes cuándo puedes necesitarlo. Acepta la asignación, Bella, me harías muy feliz.

La joven asintió, aunque un tanto incómoda. Sentía un profundo agradecimiento, pero también cierto temor, aunque no lograba imaginar por qué razón. Todo lo que estaba viviendo era una especie de sueño hecho realidad, la casa, su habitación, la bondad de Esme.

Edward aún no había regresado cuando Bella se fue a dormir. A las diez, Carmen llevó chocolate caliente y galletas y cuando terminó de beber el suyo, a la joven se le cerraban los ojos. Había sido un día largo y agotador, al menos para sus nervios, y se sintió aliviada cuando Esme sugirió que se fuera a dormir.

—Creo que es hora de que yayas a descansar —dijo levantando el rostro para que Bella la besara en la mejilla.

Subió a su habitación y vio que alguien, en su ausencia, le había hecho la cama.

Se quitó la ropa y se puso un pijama de algodón, y en cuanto terminó de lavarse los dientes y de desmaquillarse, se metió entre las sábanas. Necesitaba dormir ya que estaba demasiado confundida como para poder pensar con claridad.

Debió haberse dormido enseguida. No recordaba siquiera haber apagado la luz, pero seguramente lo hizo, porque de pronto despertó en medio de la oscuridad total. De inmediato se dio cuenta que la había despertado. Se oían voces. Eran Esme y Edward que parecían estar discutiendo.

Si bien no alcanzaba a entender todo lo que decían, Bella se dio cuenta de que las voces provenían de alguna habitación del pasillo, tal vez de la habitación de Esme, que estaba cerca de la escalera. Se tapó la cabeza con las sábanas, pero, aun así, pudo percibir algunas frases con claridad: «¡No te importa herirme! y ¡Edward, por favor!»

De pronto no se oyó una palabra más. Después, la joven oyó un portazo y unos pasos. ¿Bajando la escalera? Y la casa quedó sumida en absoluto silencio otra vez. Bella suspiró, y en ese momento se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Se acostó de espaldas y muy tensa trató de oír algo más, pero lo único que le llegó fue el canto de una lechuza. ¿Qué hora sería? Se incorporó y miró el reloj que indicaba las dos menos cuarto.

Trató de dormir otra vez, pero le resultaba imposible. De no haber mirado la hora, hubiera pensado que estaba a punto de amanecer, y con lo que acababa de oír, le resultaba imposible relajarse.

Después de quince minutos de estar acostada de espaldas con los ojos abiertos, encendió la luz, porque desde la muerte de su padre, odiaba la oscuridad. Recordaba con demasiada exactitud lo sucedido aquella trágica noche, incluso la frialdad del cuerpo de su padre cuando trató de despertarlo. Se puso de pie, necesitaba algo para poder dormir. Viviendo con Irina, no había necesitado las pastillas que le había recetado el médico. Pero esa noche era diferente; estaba en una casa extraña y la pelea que había oído tenía implicaciones que no podía ignorar. ¿Se habría referido a eso su padre cuando le decía que Esme tenía sus propios problemas? ¿Conoció él la existencia de Edward?

Después de ponerse una bata de algodón sobre el pijama, Bella abrió la puerta de su habitación y escuchó un momento. El pasillo estaba silencioso y por la ventana del fondo entraba la luz de la luna.

Era evidente que Edward ya estaba en su cuarto. La casa estaba tranquila, y nadie se enteraría si bajaba a la biblioteca y se ponía una copa. El alcohol era lo único que podía llegar a producirle sueño. Además, estando allí podría coger algún libro. Andando lentamente, llegó a la escalera sin incidentes y descendió por ella.

Recordaba dónde estaba la puerta de la biblioteca, por tanto, la abrió confiada. El fuego de la chimenea se estaba apagando, y después de cerrar con suavidad para no hacer ruido, algo hizo que se diera cuenta de que no estaba sola. Buscó el interruptor pero no logró encender la luz. Presa del terror trató de abrir otra vez la puerta, pero resultaba imposible, algo se lo impedía.

De pronto se encendió la luz y Bella lanzó un grito. La razón por la que no se abría la puerta era muy sencilla: Edward estaba apoyado en ella y Bella se preguntó cómo había podido encender la luz cuando ella no lo había logrado.
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—¿Qué está haciendo aquí? —inquirió Edward, furioso.

—He venido a buscar algo para beber —respondió Bella, disimulando su indignación—. No tenía idea de que usted estuviera aquí o de lo contrario no lo hubiese importunado. Y de todas maneras no tenía por qué haberme asustado.

—¿Asustarla? Fue usted quien me asustó escurriéndose como un fantasma a medianoche.

—Yo no me estaba escurriendo. Sólo trataba de no hacer ruido para no molestar a nadie.

—Después de haber sido molestada... es de suponer —comentó con sarcasmo.

—Sí, tal vez —Bella no estaba dispuesta a decir más—. Tenía sed, eso es todo.

—¿Y vino a buscar... whisky, sherry? ¿Acaso no hay agua en su servicio?

—Está bien, quería tomar algo que me ayudara a dormir.

—Sírvase entonces —le dijo mirándola de forma extraña. Y a pesar de que lo único que deseaba Bella era salir de esa habitación y huir, decidió caminar hasta el bar para coger un vaso y servirse un poco de whisky.

Al hacerlo, vio que la chaqueta de Edward estaba tirada sobre un sofá, y que junto a ella había una botella. Era evidente que el hombre estaba ya allí cuando ella entró, pero se volvió a preguntar cómo había conseguido encender la luz cuando ella no había podido hacerlo.

Trató de abrir la botella, pero no lo consiguió. Edward se la quitó de las manos y el tapón cedió sin dificultad ante la fuerza de sus dedos. Le sirvió bastante licor y después de cerrar la botella preguntó:

—¿Es demasiado?

—¡Por supuesto! —respondió, y antes de que lo pudiera evitar, Edward le quitó el vaso y bebió un buen trago.

—¿Ahora está mejor?

Bella le quitó el vaso con resentimiento, y él se percató de la repugnancia que le producía a la joven beber donde lo había hecho él.

—¿Y bien, no va a beber? —preguntó, desafiante.

—Lo llevaré a mi habitación —respondió ella obligándose a mirarle a los ojos, pero al ver la expresión amarga y furiosa de él, deseó no haber salido nunca de su cuarto.

—Supongo que con esa vestimenta es la única invitación que puede recibir —comentó ofensivo, y eso fue suficiente para que Bella diera rienda suéltala su indignación.

—Es la única invitación que recibiría de un parásito como usted. Es posible que crea que el lugar que ocupa en esta casa le otorga algún derecho a pensar sólo en usted y a reírse de los sentimientos de los demás, pero le prevengo que conmigo no va a poder jugar.

—¿Ah no? ¿Y qué hará si decido demostrarle que está equivocada?

—Creo... creo que ha bebido demasiado, señor Edward —empezó a decir, pero de pronto, la cogió de la muñeca y la obligó a llevarse el vaso a los labios.

—Vamos, beba. Ponga sus labios donde estuvieron los míos. Sienta el asco.

—Está loco...

—¿Eso cree? ¿Por qué? ¿Por permitir que me hable de esa manera? Si fuera usted hombre ya le hubiera dado su merecido.

—Si yo fuese hombre no lo hubiera dicho —se defendió Bella.

—Tal vez sí. Dijo que yo era un parásito.

Bella trató de liberarse, pero lo único que consiguió fue derramar el whisky en la alfombra.

—Quiero irme a dormir...

—No soy un parásito, señorita Swan. Trabajo para ganarme la vida, créame, ya lo averiguará.

—Por favor, suélteme —rogó, empujándole con fuerza.

Pero eso pareció enfurecerlo más. Con un movimiento salvaje le torció el brazo detrás de la espalda, con lo cual el vaso cayó al suelo, y dijo:

—Hay más de una manera de probar mis labios —y Bella sintió que le temblaban las piernas al ver que Edward posaba la boca sobre la suya.

Tuvo que cogerse del brazo de Edward para no caer. En esos pocos segundos tomó conciencia de muchas cosas; del olor a alcohol que emanaba de su aliento, y de la dureza del pecho masculino contra sus senos.                                          

Poco a poco la violencia fue cediendo y dando paso a una sensación de sensualidad. Edward le soltó el brazo a la vez que abandonaba sus labios para acariciarle la oreja. Bella apenas lograba respirar apretada contra el pecho de Edward, y cuando él comenzó a acariciarle las caderas y la cintura hasta llegar a la curva de sus senos, se sintió presa de una terrible debilidad.

Edward respiraba agitado buscando otra vez la boca de Bella que ya no ofrecía resistencia alguna. Levantando los brazos ella le abrazó; sin embargo, la separación fue violenta.

—Váyase de aquí —murmuró él dirigiéndose hacia el escritorio y Bella le miró sin comprender su repentino rechazo—. Vete a la cama —ordenó respirando con dificultad, y en ese momento la joven tomó conciencia de lo que acababa de hacer—. ¿Aún sigue aquí?; —añadió más recuperado, y volviéndose hacia ella la miró, sonriendo con cinismo. 

Bella se anudó allí el cinturón de la bata buscando alguna forma de borrarle la burla de la cara, y de pronto, inconscientemente encontró las palabras.

—Gracias —le dijo ella—. Gracias por confirmar la opinión que tenía de usted. Me gustaría saber qué diría su jefa si supiera cómo acaba de abusar de la confianza que tiene depositada en usted.

2 comentarios:

  1. Que papel cumple Edward, todavía no me doy cuenta...
    El beso del final.me gusto.
    Gracias por actualizar!!!

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