La que hablaba, era una muchacha de unos veinticinco años, gordita, de rostro bonachón y pelo oscuro. Estaba reclinada en un sofá comiendo bombones de una caja que tenía delante, mientras hojeaba con indiferencia una revista de modas.
—¿Por fin piensas aceptar? La joven que estaba con ella era distinta. Alta, delgada, y llevaba el pelo recogido en la nuca. Bella Swan estaba sentada en el suelo en la posición del loto.
—No lo sé —Bella dejó su postura y se sentó al lado de su amiga. —. Los mendigos no pueden elegir, y créeme, Irina, que eso es lo que soy.
—¡Tonterías! —exclamó Irina poniéndose de pie—. Sabes bien que puedes encontrar trabajo aquí. No debes aceptar la caridad de esa mujer.
—Pero es un trabajo. ¿No te das cuenta? Un trabajo para el cual estoy ampliamente capacitada. Tú puedes hablar de conseguir empleo con mucha seguridad, porque tienes la tranquilidad que te otorga un título.
—A ti no te faltan estudios, recibiste una buena educación.
—Hasta los dieciséis años —le recordó Bella—, hasta que papá decidió que aprendería más de la escuela de la vida. En ese momento estuve de acuerdo, y no veía la hora de dejar los estudios para estar con él. Pero... —su voz se quebró de emoción—. ¿Cómo iba a imaginar que me abandonaría antes de que yo cumpliera los veintiún años?
—Bella, él no te abandonó —afirmó Irina con visible consternación.
—¿Y cómo lo llamarías? —las lágrimas brillaron en los ojos de Bella—. Pienso que quitarse la vida es una cobardía. Y sólo porque pensaba que era un perdedor.
—Debía más de treinta mil libras —le recordó Irina—. No quiero disculparle, me imagino lo traicionada que te debes sentir. ¿Pero se te ha ocurrido pensar en lo mal que debía estar antes de...?
—¿... de tomar la sobredosis? —Bella completó la pregunta con cierta ironía y después se puso de pie—. No te preocupes, Irina. Hace dos meses que murió y he aprendido a aceptar su muerte.
Irina suspiró sintiéndose impotente.
—¡Ánimo! —exclamó Bella, tratando de sonreír—. No quiero que me compadezcas, porque yo no me tengo lástima... o al menos en contadas ocasiones. Y pensándolo bien, el ofrecimiento de la tía Esme es un regalo de Dios.
—¿Eso crees? —Irina no estaba muy segura—. Bella, ¿qué sabes de esa mujer? Porque ni siquiera es tu tía, es sólo una prima de tu padre.
Bella se encogió de hombros tratando de mostrar indiferencia. Al observarla, Irina se preguntó si tenía idea de lo vulnerable que era. Durante veinte, casi veintiún años, Bella había gozado del privilegio de la protección de su padre, primero en el internado, y después, como ella misma había dicho, acompañándole en sus viajes alrededor del mundo. Charlie Swan había sido un periodista independiente, aunque quizá el calificativo de «jugador independiente» le hubiera identificado más. Era muy bueno en su trabajo, pero en cuanto tenía algo de dinero, lo gastaba. Las dos jóvenes se conocían desde pequeñas, ya que la madre de Irina había sido una especie de niñera para Bella, y por esta razón, la joven se sentía responsable de su amiga. Bella había llevado una vida que muchos considerarían mundana, pero que sin embargo no la había preparado para hacer frente a los problemas del mundo. Siempre había gozado de la protección de su padre, que la idolatraba, y por ello, Irina se preguntaba si realmente se había suicidado sabiendo que abandonaba a Bella a su suerte.
Y llegaba la carta de la prima de su padre, Esme Platt, en esos momentos, invitándola a vivir con ella como amiga y compañera. Irina no la conocía, sólo la había oído nombrar, y Bella no había ido nunca a su casa, donde tendría que vivir. Irina pensaba que todo era demasiado sospechoso y se lo había dicho a Bella con toda claridad.
—Deja ya de preocuparte —le suplicó Bella con afecto—. Todavía no he dicho que me vaya a ir. Y si voy y no me gusta, puedo regresar. Me aceptarás otra vez, ¿verdad? Supongo que no me dejarás dormir en la calle.
—Bella, trata de ser seria. Sabes que ésta es tu casa. Es un apartamento pequeño, lo sé, pero prácticamente estás tú sola, porque mi trabajo en el hospital me mantiene fuera todo el día, y si quisieras un lugar más grande podríamos pagarlo entre las dos.
—¿Con qué dinero? —preguntó Bella en tono burlón, y después añadió—: Sí, creo que podríamos. Me pregunto cuánto se le paga actualmente a una criada.
—Bella, ya basta. Con tu figura podrías ser modelo.
—¿Modelo? Creo que no tienes idea de lo difícil que es llegar a serlo. Deben existir miles de muchachas que diariamente se inscriben en las agencias... y además, yo no serviría como modelo, mis senos son demasiado grandes.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Irina.
—Lo sé. A ellos les gustan las muchachas sin curvas exageradas.
—Tú no tienes curvas exageradas.
—Tal vez no —aceptó Bella mirándose en el espejo—. Pero de todas maneras no me imagino como modelo. Sinceramente, creo que estoy más capacitada para trabajar de criada.
—Pero lo que tienes que preguntarte es si te sientes capacitada para ser dama de compañía. Sinceramente, ¿te imaginas yendo a cambiar libros a la biblioteca, paseando el perrito o leyendo alguna novela romántica en voz alta?
—Me gustan las novelas románticas—replicó Bella con firmeza—. Y a ti también, a juzgar por el contenido de tu biblioteca.
—Necesito leer cosas sencillas cuando hago guardias nocturnas —se defendió Irina, pero al ver la burla que había en los ojos de su amiga añadió—: Está bien, también soy una romántica. Pero a lo que vamos, ¿te imaginas hacer ese tipo de trabajo semana tras semana?
—Habrá que ver —comentó Bella en voz muy baja-—. Pero te pido que no te deprimas, aún no he tomado ninguna decisión. Sin embargo, si no aparece nada más interesante, lo menos que puedo hacer es ver de qué se trata.
Dos semanas más tarde, recordando esas palabras, Bella empezaba a lamentar haberlas dicho. Las instrucciones de la tía Esme habían sido muy precisas: «Cambia de tren en Swindon», le había escrito después de que Bella aceptara su invitación, «y después pregunta por el tren que va a Buford. Te estarán esperando en King's Priory, por lo tanto, no te preocupes por el equipaje».
En cuanto el tren arrancó en Swindon, Bella se recostó en el asiento ensayando una vez más lo que le diría a la tía cuando le preguntara por su padre. Porque seguramente lo haría, al igual que todos los demás. Probablemente, ya estuviera enterada de las circunstancias de la muerte de Charlie Swan, ya que los periódicos le habían dado una amplia difusión. Un titular decía: Conocido corresponsal extranjero encontrado muerto. Se cree que la muerte es debida a una sobredosis de heroína.
Pero ella sabía muy bien que su padre no era drogadicto. Jamás había ingerido algo más fuerte que una aspirina. Sin embargo, había muerto debido a una sobredosis de morfina, y en aquel momento ella había estado demasiado impresionada como para preocuparse por lo que decían los diarios. Después de los primeros días de ofuscación, empezó a darse cuenta de que lo que él había hecho era imperdonable, y aunque ese pensamiento no hizo que disminuyera su amor o su dolor, al menos la ayudó a prepararse para lo que le podía acontecer en el futuro.
Irina había significado un gran apoyo, y sin ella Bella no sabía qué hubiera hecho. Cuando regresó de la India, aturdida y confusa por la repentina muerte de su padre en Calcuta, la única persona que se había prestado a ayudarla, había sido ella.
Pero a pesar de que Bella se sentía tentada a seguir permitiendo que Irina la cuidara y a seguir dependiendo de ella, cuando llegó la carta de la tía Esme, supo que era la oportunidad de vivir por sí misma.
El tren aminoraba otra vez la marcha, y sin mayor interés Bella leyó el nombre de la estación. King's Priory. Con cierto temor se dio cuenta de que ése era el sitio en donde la tía Esme le había dicho que debía bajarse. Nerviosa, cogió sus cosas.
El vagón estaba casi desierto. Era bastante largo. Tenía un pasillo central e hileras de mesas a cada lado, y como no había nadie compartiendo la suya, Bella había puesto su equipaje debajo de la misma. Llevaba tres maletas y un bolso. Irina la había ayudado a acomodar el equipaje en Paddington, pero allí no había nadie que la ayudara.
Llevó todo hasta la puerta, y cuando la abrió, el guarda estaba listo para dar el silbido de salida del tren.
—Ha debido prepararse con tiempo para bajar —protestó el hombre—. El tren tiene un horario que debe cumplir, y no puedo estar esperándola a usted.
—Me imagino que trata de decir que el tren no funciona de acuerdo con la conveniencia de los pasajeros —dijo Bella, con el mismo tono intimidador que solía utilizar su padre.
—No necesita usar ese tono conmigo, sólo porque ha estado a punto de pasarse de estación.
—Yo no he estado a punto de pasarme de estación —contradijo Bella—. Lo que sucede es que tengo sólo dos brazos y un equipaje enorme.
—Bueno, de todas maneras no ha pasado nada —respondió el guarda poniéndose la gorra.
Bella fue hasta el puesto en donde el inspector controlaba los billetes y una vez que le revisó el suyo, el hombre le dio la espalda y se alejó dejándola sola.
—Gracias, muchas gracias —murmuró entre dientes mientras trasladaba el equipaje hasta la desierta calle.
Era evidente que King's Priory era sólo una estación utilizada principalmente por granjeros.
No había ninguna calle bonita en los alrededores, ni siquiera un taxi o un autobús, y no pudo evitar afligirse ante tal bienvenida.
La tía Esme... o tal vez fuera mejor decir la señorita Platt, ya que en estas circunstancias el apelativo familiar parecía totalmente fuera de lugar, podría haber averiguado el horario de llegada del tren, y mandar un taxi cuyo servicio Bella pagaría después.
El ruido de un coche atrajo su atención. No había ninguna otra persona esperando, y seguramente, quien conducía iba a buscarla.
El coche que se detuvo a su lado no fue lo que ella esperaba. Era un deportivo, de dos asientos, y el hombre que se bajó de él era demasiado joven para ser el marido de la tía Esme... si es que lo tenía. Era evidente que se había equivocado al pensar que ése sería su transporte, pero no se dio cuenta de que el conductor la observaba con algo más que curiosidad. Enfadada, Bella le miró con deliberada arrogancia.
Tuvo que aceptar que el hombre era atractivo: esbelto y de pelo cobrizo. Vestía chaqueta de cuero y jeans ajustados.
El individuo cerró la puerta del coche y se acercó a ella sin quitarle la mirada de encuna.
—Como no veo a ninguna otra persona por aquí, supongo que usted debe ser Bella Swan —le dijo, y la joven le miró incrédula—. ¿Es éste todo su equipaje o el resto viene en el tren de carga?
—Esto es todo —respondió Bella, tensa—. ¿Lo ha enviado la señorita Platt? No recuerdo que lo haya mencionado.
—Seguramente no lo hizo —abrió el maletero del coche y empezó a meter el equipaje de la joven—. Y por supuesto que ha sido Esme quien me ha enviado, y en el último momento, como ya se habrá dado cuenta.
El hombre parecía molesto por haber tenido que ir a buscarla, y Bella se dijo que seguramente era el hijo de algún amigo de Esme. Después, pensó que tal vez fuera algún otro pariente desconocido, y se sonrojó al darse cuenta de que el individuo ya había terminado de guardar el equipaje y estaba esperando a que ella subiera al coche.
Se alegró de haberse puesto pantalones, y sin problemas se sentó en el asiento del acompañante; al menos no tendría que preocuparse de que la falda no se le subiera, aunque dudó de que ese hombre se percatara de algo.
El individuo ni siquiera se había presentado y menos aún pedido disculpas por la demora, así que Bella trató de que esa actitud hosca no la pusiera nerviosa, y mientras se alejaban de la estación preguntó:
—¿Cómo está... la señorita Platt? —y al hacerlo se percató de lo poco que sabía de la prima de su padre.
—Está muy bien —-respondió su acompañante mirándola de reojo—. Autoritaria como siempre. ¿No recuerda cuando iba a verla a la escuela?
—Recuerdo los helados de crema —dijo Bella, humedeciéndose los labios.
—Sí, me imagino que eso no se olvida. Esme siempre ha pensado que todo tiene un precio.
—No sé a qué se refiere —respondió, frunciendo el ceño.
—No tiene importancia. Supongo que lo que usted desea oír es que está esperando su llegada. Pues sí, así es. Tiene grandes planes para usted.
Bella le miró con cierto resentimiento. ¿Cuál sería su relación con Esme, y por qué hablaba tan despectivamente de alguien que confiaba en él?
—No me ha dicho usted su nombre, señor... —se interrumpió esperando la intervención de él.
—Edward, sólo Edward. Se acostumbrará a verme con frecuencia.
—¿De veras? —Bella no pudo haberse mostrado más sorprendida.
¿Significaba eso que ese hombre trabajaba para Esme? Seguramente sí, a pesar de que ella jamás hubiera dicho que Esme tuviera dinero como para emplear a un chófer. ¿Pero qué otra cosa podía ser? Sin embargo, el aspecto de ese hombre no coincidía con la imagen que Bella tenía de un chófer... es más, le parecía ridículo. ¿Cuántos años tendría? ¿Veintiocho, treinta? Además... hablaba con demasiada familiaridad como para ser un empleado.
—¿Usted no sabe mucho de Esme, verdad?
En ese momento pasaban por un pueblecito muy pintoresco y Bella se dejó cautivar por su encanto. Pero de pronto sintió la mirada de aquel extraño clavada en ella y se estremeció.
—Sé lo suficiente —afirmó molesta de que le hablara de esa manera—. Probablemente la conozca igual que usted. ¿Cuánto hace que trabaja para la señorita Platt?
—¿Trabajar? —la miró con burla—. Déjeme pensar. ¿Me creería... diez años?
—Diez años —Bella quedó en silencio.
Si eso era verdad, ese hombre debía saber que ella sólo la había visto una vez en todo ese tiempo. Su padre había estado cubriendo un golpe militar de algún país sudamericano, ella se había alegrado de que alguien fuera a la escuela a visitarla para convencerse de que no la habían olvidado. La tía Esme la había llevado a tomar el té, convirtiéndose en la depositaría de las confidencias de Bella. Pero de pronto recordó que aquél día, la tía conducía su coche, y que de haber tenido chófer, en ese momento hubiese estado presente.
—No sabía que la tía Esme tuviera chófer —comentó, pero se ruborizó cuando le oyó lanzar una carcajada.
—¿Qué le ha hecho pensar que soy el chófer? ¿Acaso tengo aspecto de serlo? Lo siento, pero tendré que vestirme de otra manera si ésa ha sido la impresión que le he dado.
—Yo había pensado... —se interrumpió apretando los labios.
—Me pregunto qué ha sido lo que ha pensado. ¿Por qué ha creído que yo era el chófer de Esme? ¿Qué le dijo ella?
—Nada con respecto a usted —respondió acalorada—. Y en cuanto a eso de que por qué pensé que era usted su chófer, no se me ocurre en qué otra cosa podría trabajar para ella.
—¿Ah, no? —hizo una mueca—. No se preocupe, ya se enterará de todo con el tiempo.
—Me gustaría que me lo dijera. No quiero volver a cometer errores. Me refiero a que pensé que no habría ninguna otra persona. Tenía entendido que yo sería para ella una especie de dama de compañía. Creí que vivía sola.
—¿Esme, vivir sola? —la miró incrédulo—. ¡Dios mío, es evidente que no la conoce!
—Tal vez si usted fuera un poco más amable —le desafió.
—¿Qué? ¿Y arruinarle la diversión a Esme? Oh, no. Y tranquilícese, porque ya falta poco para llegar.
—¿Poco?
A medida que se iban acercando, la joven se iba sintiendo más nerviosa.
—¿En dónde vive la señorita Platt? La dirección decía solamente Knight's Ferry, Buford, Wiltshire, ¿Qué es Knight's Ferry, un pueblo o el nombre de una casa?
—Eso es Knight's Ferry —replicó él, señalando las torres de una mansión campestre—. ¿No lo sabía? El padre de Esme era un hombre de mucho dinero y ella, su única hija.
—No —Bella le miró azorada—. Yo pensé... Estaba segura de que...
—... que ella era una pobre vieja solitaria que necesitaba de su protección y cuidado? Nada podría estar más lejos de la realidad. Es impresionante, ¿verdad? —comentó su compañero al darse cuenta de que Bella suspiraba—. La residencia de lord Cullen.
—¿En serio? —preguntó la joven con tanta ingenuidad que él la miró con lástima.
—Pobre Bella —el uso de su nombre de pila la indignó—. Usted no sabe realmente en qué se está metiendo. Espero que no permita que Esme se la coma viva.
Ya me gusta
ResponderEliminarGracias por la nueva historia
Me encanto este primer capitulo, estoy deseando leer mas, gracias.
ResponderEliminarComo que todos los comentarios de Edward dan miedo
ResponderEliminarHola, estoy viendo que mi comentario no se publico. Gracias por la historia...Lo mejor es que has actualizado pronto.
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