Capítulo 1: Nuevas y Mejores Oportunidades

Bella Swan se aferró nerviosamente al volante, cuando vio el familiar letrero verde y blanco que anunciaba la llegada a Forks, Washington.

Con solo dar media vuelta estaría de regreso a Portland. Allí podría conseguir otro empleo, y tal vez Mike y ella pudieran resolver sus problemas…

No pensaba quedarse en Forks más de tres semanas; después se reuniría con su amiga Bree en San Francisco, conseguiría un nuevo empleo y empezaría una nueva vida. Quería olvidarse de Mike.

Las tiendas estaban adornadas con luces y centelleantes guirnaldas de Navidad. La calle estaba cubierta de nieve, y empezaban a caer nuevos copos.

Bella pasó por el restaurante, sonrió al ver un Santa Claus de plástico y un reno colocados en el techo. Tocó la bocina para saludar a su madre y continuó su camino.

El cementerio estaba al otro lado del pueblo, frente al río. Bella aparcó detrás de un coche de policía. Dejó el bolso en el coche, y tomó un ramo de malvas, que había recogido durante el viaje.

Un viento helado despeinó su cabello. Se subió el cuello del abrigo de lana color azul cobalto, del mismo color de sus ojos, y fue caminando con cuidado por el resbaladizo sendero.

La tumba de Jasper estaba cubierta de nieve, y Bella sintió una enorme tristeza cuando la vio.

—Hola, cariño —saludó con voz ronca. Se inclinó para depositar el ramo en la lápida. Los ojos se le llenaron de lágrimas, metió las manos en los bolsillos del abrigo y añadió—: ¡Qué desfachatez morir a los veintidós años! ¿No sabes que una joven necesita a su hermano mayor?

Quitó la nieve que cubría la lápida. Jasper había muerto por culpa de una explosión, poco después de entrar en la fuerza aérea, y Bella no quería que nadie lo olvidara, ni siquiera durante una desagradable tarde de invierno.

Respiró hondo y se secó los ojos con el dorso de la mano.

—Juré que nunca volvería, ni siquiera para verte, pero mamá se casa, y he tenido que venir a la boda —sacó un pañuelo del bolsillo y se sonó la nariz—. En Portland, he estado saliendo con un verdadero pelmazo, Jasper. Si hubieras estado cerca, le hubieras dado un puñetazo en la boca. Fingió que me quería para robarme un ascenso —hizo una pausa y miró al cielo nublado—. He dejado mi empleo. Después de Navidad y la boda de mamá, iré a San Francisco a empezar una nueva vida. No sé cuándo podré venir a verte.

Un ruido de pisadas en la nieve le advirtió que alguien se acercaba. Levantó la mirada y exclamó con los ojos abiertos de par en par:

—¡Edward!


Edward estaba al otro lado de la tumba, vestido con un uniforme caqui de policía. Llevaba la gorra en la mano, y la insignia, prendida en la chaqueta, brillaba con la luz invernal. Al igual que ella, tenía veintiocho años. La recorrió con la mirada.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Bella, como si la hubiera atrapado robando un banco.

Sabía que no podía regresar a Forks sin encontrarse con Edward, pero no había imaginado que lo iba a encontrar tan pronto así que se enfadó, a la vez que una vieja ansiedad, que creía muerta, despertaba en su corazón. Señaló la tumba de Jasper y dijo:

—¿Tú qué crees? He venido a ver a mi hermano.

Edward metió los pulgares en la cintura de los pantalones y guiñó un poco los ojos.

—Han pasado ocho años desde el funeral. En realidad, estabas deseando regresar.

Ocho años desde el funeral… ocho años desde que había visto por última vez a Edward Cullen. El orgullo la obligó a desquitarse. Estudió el uniforme de Edward y dijo:

—Veo que te han ascendido a jefe de policía. ¿Tu abuelo ha comprado el cargo?

Edward se puso tenso, pero al momento sonrió de aquella manera con la que había roto tantos corazones cuando estaba en el instituto.

—¿Por qué no? También te compró a ti, ¿verdad? —preguntó Edward.

Al igual que todos los demás en Forks, era probable que Edward creyera que el viejo Anthony Cullen le había pagado a Bella para que se fuera del pueblo. Bella estaba casi segura de que nunca había sabido nada del bebé.

Sin esperar respuesta, se puso la gorra y se marchó. Bella apenas pudo controlar las ganas de tirarle una bola de nieve. Cuando él estaba lo suficientemente lejos como para no poder oírla, puso los brazos en jarras y le dijo a Jasper:

—No lo soporto. No sé por qué te gustaba tanto.

Creyó oír que la voz de Jasper le decía: «A ti también te gustaba. Tuviste un hijo suyo, Bella».

Bella se cruzó de brazos y respondió:

—¡No me lo recuerdes! Solo tenía dieciocho años, y mis hormonas estaban fuera de control —le pareció oír la risa de Jasper en la brisa de invierno y, olvidando el desagradable encuentro con Edward Cullen, sonrió—. Te quiero, Jasper —acarició la lápida. Dio media vuelta y se dirigió hacia el coche.

Era hora de enfrentarse a Forks, algo que no había hecho desde el funeral de Jasper. Y algo que no tenía ningunas ganas de hacer.

Puso su deportivo en marcha y condujo hacia el pueblo, diciéndose que debía enfrentarse a todo de una vez. Antes de que se diera cuenta, la Navidad y la boda habrían pasado y podría continuar con su vida.

Aparcó frente al Renee's Diner, cuando vio el Santa Claus y el reno de plástico recordó a Jasper subiendo al tejado para colocarlos, y burlándose de su madre y de ella haciéndoles creer que se caía.

La campanita de la puerta tintineó cuando Bella entró en el restaurante. Su madre, tan delgada y activa como siempre, se llevó una gran alegría al verla.

—¡Bella! —exclamó, contenta. Corrió a abrazarla.

Bella sintió un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Hola, mamá.

—Ya era hora —dijo un hombre que estaba sentado en un taburete junto al mostrador. Phil Dwyer, el contratista de fontanería, que había convencido a Renee para que se casara con él después de cortejarla durante cinco años, sonrió a su futura hijastra—. Estábamos a punto de enviar la policía a buscarte.

Bella intentó no reaccionar de forma visible ante la mención indirecta de Edward.

—Hola, Phil —lo saludó Bella, y lo abrazó. Phil y Renee la habían ido a ver a Portland en varias ocasiones.

—Estás muy delgada —comentó Renee, mientras Bella se quitaba el abrigo y lo colgaba en un perchero que había junto a la puerta.

—Gracias, mamá —dijo Bella, y rio—. He estado dos meses a dieta, para poder disfrutar de tus sabrosas y abundantes comidas.

Phil se levantó y se despidió apresuradamente.

—Bueno, tengo que volver al trabajo. Os dejo para que podáis poneros al corriente de todo.

Cuando su padrastro se marchó, Bella se sentó en uno de los taburetes, se echó el pelo hacia atrás y dijo:

—No hay clientes —miró alrededor, observando las seis mesas de fórmica y las sillas con patas de cromo y asientos de vinilo rojo.

Renee se encogió de hombros, se puso detrás del mostrador y le sirvió una taza de café.

—Ya ha pasado la hora del almuerzo.

Bella se acercó la taza de café. Sintió la caricia del vapor en la cara, y disfrutó del familiar aroma, pero no lo bebió.

—He visto a Edward —comentó con voz temblorosa.

—¿Ahora? ¿Dónde?

—He ido al cementerio para llevar unas flores a Jasper y estaba allí —explicó, levantó los ojos y advirtió el semblante pálido de su madre cuando mencionó al hijo perdido.

Renee recuperó la compostura rápidamente, como era habitual en ella.

—El hermano de Edward, Emmett, está enterrado allí, junto a su cuñada Rosalie.

Bella recordó el accidente de aviación en el que perdieron la vida Emmett Cullen, prominente y joven senador, y su hermosa esposa Rosalie. La tragedia fue muy comentada en Washington.

—Dejaron a una criatura, ¿no es así? —preguntó Bella, porque pensar en la tragedia de los Cullen era mejor que recordar la de su hermano.

Renee se distraía lavando una fuente de cristal.

—Una niña pequeña —explicó Renee. Después se volvió para mirar a Bella. Se apoyó en el mostrador. Sus ojos invitaban a las confidencias—. Háblame de ese hombre. Mike. ¿Qué te ha hecho para que te hayas ido de esa manera?

Bella jugueteaba nerviosa con una servilleta de papel. Todavía no había probado el café.

—Ha sido una canalla, mamá —respondió, después de un silencio—. Me robó a todos mis clientes, mientras yo estaba fuera en un curso de perfeccionamiento en Chicago. Cuando volví, la junta directiva le había dado el ascenso que me habían prometido.

—¿Y les has tirado la renuncia a la cara, has vaciado tu escritorio y te has ido? —la respuesta de Renee hizo que Bella se ruborizara.

—¿Qué otra cosa podía hacer, mamá? ¿Quedarme y llevarle a Mike los lápices y expedientes con los clientes? He trabajado día y noche durante cuatro años, para conseguir ese puesto.

Renee se encogió de hombros y volvió a apoyarse en la barra.

—Pienso que tal vez solo querías terminar con esa relación, y ésa ha sido la mejor excusa que se te ha ocurrido. En realidad, no me sorprendería enterarme de que no has conseguido olvidar a Edward Cullen.

Bella levantó la taza de café con manos temblorosas y bebió un poco. Se quemó la lengua y el paladar.

—¡Bueno, lo he olvidado! —dijo, momentos después. Todavía le dolía que Edward no hubiera ido a buscarla al hogar para madres solteras de Portland y la hubiera llevado a casa a tener a su bebé, aunque sabía que él nunca había sabido que estaba embarazada—. Solo fue un amor de juventud.

Los ojos de Renee tenían una expresión triste.

—Fue más que eso —insistió con suavidad, y le colocó una mano en el brazo.

Bella se apartó y se acercó a la máquina de los discos. Se entretuvo leyendo los títulos de las canciones impresos en el interior. Eran viejas canciones que no soportaba escuchar cuando estaba deprimida. Se volvió hacia la ventana. El señor salió de la farmacia, al otro lado de la calle, y colgó una corona navideña en la puerta.

—Feliz Navidad —murmuró Bella. Deseó no haber salido de Portland. Podría haber llegado al pueblo para asistir a la boda, e irse después del banquete. Su madre la agarró con firmeza.

—Estás cansada, cariño, y seguro que no has comido. Déjame que te prepare algo. Después, podrás subir y descansar un poco —Bella asintió, aunque no tenía apetito. Llevaba muchos días sin descansar. No quería que su madre se preocupara por ella, en especial durante aquella época feliz, con la boda y las fiestas por delante. Renee dijo desde la cocina—: Martha Stanley vino el otro día —Bella observaba la nieve. Cuando oscureciera, el letrero de Pepsi reflejaría un brillo de color rosa en el suelo blanco—. Está buscando un ayudante para el banco. Lauren Mallory se ha ido a trabajar a Seattle.

—Una joven inteligente —murmuró Bella. Forks era un pueblo que no tenía nada que ofrecer. Cualquiera que decidiera quedarse a vivir allí debía de estar loco.

Renee canturreaba en la cocina. Parecía feliz y, por un momento, Bella la envidió. Se preguntó lo que sería estar enamorada de un hombre en el que se pudiera confiar.

Su comida preferida, un enorme sándwich de ensaladilla, apareció en la barra, junto a un vaso de refresco. Hubiera jurado que no tenía hambre, pero su estómago rugió cuando se sentó en el taburete y tomó una servilleta.
Jimmy Stewart

—Gracias, mamá.

Renee estaba limpiando el ya inmaculado mostrador.

—Hay un festival de cine en el Rialto esta noche —la informó—. Jimmy Stewart en Es una vida maravillosa, y Cary Grant en La mujer del obispo.

Una sensación de nostalgia envolvió a Bella.

—Jimmy Stewart y Cary Grant —dijo, y suspiró—. Ya no hay hombres como ésos.

Los ojos verdes de Renee brillaron y mostró su sortija de diamantes.

—No estés tan segura.


Cary Gran y Loretta Young
Bella rio.

—¡Mamá, no tienes remedio! —mientras comía, pensó que sería bonito que un atractivo ángel apareciera en su vida, de la misma manera que Cary Grant aparecía en la vida de Loretta Young.

Entraron dos adolescentes y metieron un par de monedas en la máquina de discos. Se oyó una vieja canción navideña y los jóvenes se sentaron a una de las mesas.

De pronto, Bella se acordó de los días en que trabajaba en ese mismo restaurante, cuando salía de la escuela; dejó de comer, tomó un lápiz y un bloc y se acercó a ellos.

—¿Qué queréis tomar? —preguntó.

Los jóvenes observaron con interés sus pantalones vaqueros y su jersey gris.

—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó uno de ellos.

—Claro —respondió Bella riendo—. Pero tienes que traerme una autorización de tu madre.

El otro muchacho rio divertido al oír la respuesta de Bella y el primero se ruborizó.

—Quiero una hamburguesa, un batido de vainilla y una ración de patatas fritas —dijo el joven que se había reído.

Bella estaba tomando nota cuando sonó la campanita de la puerta. Levantó la mirada y vio a Edward sacudiéndose la nieve de los hombros sobre el suelo limpio. Edward no le prestó atención y, como si de pronto ella se hubiera vuelto invisible, saludó a los jóvenes y se sentó en la barra.

—Hola, Renee —saludó Edward, mientras le servía el café—. ¿Cómo está mi chica preferida?

Bella se concentró en apuntar el pedido del segundo muchacho. Cuando terminó, entró en la cocina y empezó a prepararlo. Tenía que mantenerse ocupada, hasta que Edward se fuera.

—¿Qué está haciendo aquí? —le preguntó a su madre en un murmullo cuando ésta entró en la cocina para ayudarla.

—Tomar café —respondió Renee sonriente.

—¡Me voy! —siseó Bella.

—Valiente solución —dijo Renee.

Malhumorada, Bella tomó las hamburguesas y los batidos y los llevó a la mesa de los jóvenes. Colocó todo en la mesa estrepitosamente y, de manera estudiada, ignoró a Edward Cullen. Estaba segura de que había ido allí para molestarla. Era como su abuelo, le gustaba dominar a todo el mundo.

La música dejó de sonar un momento, y después se oyó una canción de amor. Bella sentía la cara ardiendo cuando volvió a la cocina. Tenía la esperanza de que Edward no se acordara de que habían escuchado esa canción mientras hacían el amor por primera vez en el lago.

No pudo evitar mirar por encima del hombro, para ver la expresión de Edward, pero al momento se arrepintió. Sus ojos verdes brillaban por el recuerdo, sus labios se curvaban luchando por reprimir una sonrisa.

Bella se sonrojó al recordar cómo se había portado aquella noche, el placer la había pillado por sorpresa haciéndola salir de su pequeño mundo.

—Es suficiente —murmuró. Salió al coche, tomó su maleta y su maletín, y subió al apartamento de su madre por las escaleras exteriores.

En el momento en que cruzó la puerta, la invadieron los recuerdos. El saloncito era pequeño y sencillo, el mobiliario barato, y el suelo estaba cubierto de baldosas de color negro y blanco. Encima de la vieja consola había un televisor portátil.

Dejó su equipaje, y escuchó los ecos de aquel lejano día cuando Renee accedió a dirigir el restaurante de la planta baja. Jasper tenía catorce años entonces, y Bella doce. Los dos estaban emocionados ante la idea de tener su propia casa… Durante todo un verano habían estado viviendo en el destartalado y viejo coche de Renee, en el parque estatal, junto al río, pero los días y noches cada vez eran más fríos.

Además, el dinero de Renee se había terminado desde hacía tiempo, y habían tenido que comer en el sótano de la iglesia, junto con los ancianos y familias que se habían quedado sin trabajo en el aserradero. Jasper y Bella habían tenido que dormir en literas, proporcionadas por el Ejército de Salvación, y Renee en un sofá.

Bella cerró la puerta y regresó al presente. Era demasiado doloroso recordar dos veces a Jasper en el mismo día, a pesar del tiempo transcurrido.

Llevó su equipaje a la pequeña habitación de su madre y pensó que debería haber alquilado una habitación en un motel. Pero, cuando se lo había sugerido a su madre, por teléfono, ésta había insistido en que se quedara en el apartamento para recordar los viejos tiempos.

Paseaba de un lado a otro, demasiado nerviosa para deshacer las maletas o dormir una siesta pero muy cansada para hacer otra cosa. Después de mirar por la ventana para asegurarse de que el coche de Edward ya no estaba, bajó a buscar su abrigo.

La cocinera que sustituía a Renee a las dos y media había llegado, y también una camarera y varios jóvenes escandalosos del instituto. Renee le entregó su abrigo, se puso el suyo y dijo:

—Vamos —se puso unas botas de agua—, quiero enseñarte la casa en la que vamos a vivir Phil y yo.

La nieve no cesaba de caer mientras las dos mujeres caminaban por la acera. De vez en cuando, Renee se detenía para saludar a un empleado de la tienda o a algún automovilista que pasaba. Dieron la vuelta a una esquina y entraron a una bonita urbanización. Eran casas modernas, pero tenían grandes ventanas y cuidados jardines.

Bella recordó que cuando era niña jugaba en aquella parte del pueblo. Por aquel entonces no habían edificado en aquel lugar. Ese sitio le fascinaba, y le hacía imaginar casas embrujadas, hasta que Jasper le hacía volver a la realidad explicándole que en aquel lugar había habido cabañas para alojar a los trabajadores de la fundición durante la Segunda Guerra Mundial.

Renee se detuvo para observar con afecto una encantadora y pequeña casa, en cuyo jardín crecía un arbusto. La casa era blanca y las contraventanas de color azul oscuro. Bajo las ventanas había macetas con flores.

Bella no podía ocultar su alegría; aquél era el tipo de casa con la que su madre siempre había soñado.

—¿Es ésta? —preguntó, y Renee asintió con orgullo.

—Phil y yo hemos firmado los papeles el viernes. Es toda nuestra.

Siguiendo un impulso, Bella abrazó a su madre y dijo:

—Has recorrido un largo camino —los ojos le brillaban llenos de lágrimas de felicidad. Las dos permanecieron de pie bajo la nieve que caía, recordando otra época, cuando ninguna se hubiera atrevido a soñar que podrían tener una casa como ésa—. ¿Vas a conservar el restaurante? —agarró a su madre por el brazo y regresaron hacia el centro del pueblo.

—Por supuesto. No sabría qué hacer si no pudiera ir al restaurante para preparar café a mis clientes.

Bella rio y abrazó a su madre por los hombros.

—Supongo que te los encontrarías en la cocina de tu casa. Están demasiado acostumbrados a contarte sus problemas.

Cuando volvieron al apartamento, Renee se disculpó, diciendo que tenía que arreglarse para asistir al de cine Rialto.

—¿Estás segura de que no quieres venir? —preguntó Renee, sacando la cabeza por la puerta del baño. Su pelirroja melena caía en grandes rizos enmarcando su cara—. A Phil y a mí nos gustaría mucho que vinieses.

Bella negó con la cabeza y dejó de sacar las cosas de las maletas.

—Estoy muy descentrada, mamá. Necesito tiempo para acostumbrarme. Cenaré algo ligero, y después me pondré a leer o a ver la televisión.

Renee arqueó las cejas y dijo:

—Cada vez eres más aburrida, cariño. Pero ten la precaución de no comer en Maggie's. La semana pasada, un electricista me dijo que había pedido un pedazo de pastel y que se lo habían dado lleno de polvo.

—No se me ocurriría pasarme a la competencia, mamá —respondió Bella y sonrió—, aunque creo que para servir un pastel con polvo, se requiere un gran valor.

Renee sacudió la mano y desapareció detrás de la puerta del baño.

Bella compró unos espaguetis en el supermercado y se los comió mientras veía el telediario de la noche. Abajo, en el restaurante, había un gran movimiento a la hora de la cena, y el suelo vibraba con el estruendo de la música. Bella sonrió acomodándose en el sofá que sería su cama durante las siguientes semanas.

Estaba en casa… Cuando terminaron las noticias, apagó el televisor y sacó los álbumes de fotos familiares. Como de costumbre, éstos estaban guardados en un compartimento del tocadiscos, junto con los discos de Roy Orbison, Buddy Holly, Ricky Nelson y Elvis Presley. Seguramente Renee no había contemplado las fotografías desde haría años, pero a Bella le gustaba mirarlas.

Tuvo que darse ánimos para abrir el primer álbum, pues sabía que encontraría fotografías de Jasper. Jasper le sonrió desde una fotografía, en la que se encontraba al lado de un hombre con sombrero. Bella sabía que aquel hombre era Charlie, y que era malo cuando bebía… También había sido su padre, aunque no lo recordaba.

El niño que aparecía en la fotografía estaba apoyado en la pierna del hombre, y tenía el pelo castaño.

Bella acarició con un dedo el rostro de su hermano y preguntó:

—¿Cuándo voy a dejar de echarte de menos, Bozo? —era el apodo que tanto había molestado a su hermano.

Bella miró a Jasper unos segundos más y dio la vuelta a la página. Observó una fotografía suya, a los dos meses, que fue tomada mientras la bañaban. Sonrió y suspiró.

—El cuerpo de una futura líder.

Su viaje por el pasado continuó, hasta que terminó de ver todas las fotografías de Navidades, comuniones, cumpleaños y primeros días de colegio. En cierta forma, aquello mitigó el dolor que sentía por Jasper.

Volvió a sonreír cuando vio las fotografías de Edward y de ella, hechas en esa misma sala con la cámara de Renee. Edward estaba muy guapo con el traje y Bella estaba de pie, orgullosa, a su lado, luciendo un vestido rosa que le había hecho Renee. El vestido tenía una banda blanca, y en el pecho llevaba un ramillete de flores con una orquídea de color rosa pálido que le había regalado Edward.

Bella tocó el vientre de la sonriente joven rubia que aparecía en la fotografía, dentro del cual, aunque todavía no lo sabía entonces, estaba creciendo el hijo de Edward.

Cerró el álbum y lo apartó, antes de empezar a preguntarse quién habría adoptado a su preciosa hija y si sería o no feliz.

La siguiente colección de fotografías era más antigua. Aparecía Renee durante su infancia en Albuquerque, Nuevo México. Había fotografías de tías, tíos y primos.

Mientras hojeaba el álbum, Bella pensó que debía de haber sido duro para Renee tener que abandonar a su segundo marido. Su familia la había comprendido la primera vez, pero no le habían perdonado un segundo error. Así que cuando se fue a Washington con sus dos hijos, fue repudiada.

Entristecida, pasó la página. El rostro joven, orgulloso y aristocrático de su bisabuela irlandesa, la miró desde la fotografía. De todas las fotografías que Renee guardaba, aquella imagen de Marie Higginbotham era su favorita.

En mil ochocientos noventa y dos, Marie había llegado a América para buscar trabajo y marido. Había trabajado como criada en una casa, pero había conservado suficiente orgullo para posar para aquella fotografía y pagarla con su salario. Más tarde, se casó y tuvo hijos.

Las adversidades que había tenido que afrontar Marie fueron muchas, pero Renee solía decir que su abuela no había dejado de vivir hasta el día en que murió, a diferencia de otra gente.

Bella se fijó en el pelo, que parecía pelirrojo. Decían que tenía los ojos verdes. Observó el orgullo con el que Marie Higginbotham, sirvienta inmigrante, alzaba la cabeza. Fue como si sus dos almas se encontraran a través de los años.

Se sintió más fuerte en ese momento, y sus problemas le parecieron menos infranqueables. Por primera vez durante semanas, la resignación no parecía la única alternativa.



7 comentarios:

  1. Así que Bella se fue, pero pensaron que el abuelo de Edward le había pagado.... Sera que en algún momento van a poder hablar y aclarar todo??? Sobre todo el hijo que cargaba Bella en su vientre????
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. GRACIAS, párese q edward y Bella no se soportan y todo es x no q el abuelo de este hizo, donde estará su hija OMG gracias ❤ nos leemos

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  3. Me encanta y creo que la hija que dejo emmet y rosalie es la hija de bella

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  4. Está interesante. Voy por más 😉

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  5. Mucho místerio😨 ,
    Y mucho muerto😰😵 será k emmet y rose adoptaron a la bebe😟

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  6. Está muy interesante y al parecer sucedieron demasiadas cosas en el pasado de Edward y Bella.

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  7. Muchas gracias ... Están todos muertos... Jejeje actualiza pronto

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