Sonrió involuntariamente, mientras con un dedo delineaba el corazón que él había dibujado alrededor de las letras. Abajo había escrito las palabras Para siempre.
—Para siempre es mucho, Edward —dijo en voz alta. El sol brillaba, aunque la temperatura no era bastante alta como para derretir la nieve y el hielo. Habían anunciado que otra tormenta llegaría antes de la medianoche.
Cuando estaba a punto de subir al coche para volver al pueblo un coche patrulla se detuvo, y suspiró aliviada al ver que el conductor no era Edward.
El oficial se inclinó para abrir la ventana del lado del pasajero y a Bella le recordó a uno de los chicos que solía organizar peleas en la cafetería del instituto.
—¿Bella? —preguntó el hombre, y sonrió—. Me habían dicho que has vuelto al pueblo. Es estupendo que tu madre se case y todo eso.
Bella asintió. No alcanzaba a leer las letras en su placa de identificación.
—Gracias —dijo. Se frotó las manos enguantadas y movió los pies para entrar en calor.
—Espero que no tuvieras pensado atravesar el puente —dijo él—. Está clausurado desde hace mucho tiempo. Alguien quita constantemente el letrero.
—Solo he venido a mirar —respondió, con la esperanza de que el oficial no sacara ninguna conclusión. Aquél siempre había sido el lugar en el que los jóvenes enamorados grababan sus iniciales para la posteridad, y Edward y ella habían sido noticia cuando estaban en el instituto.
El oficial bajó del coche y empezó a buscar el letrero, en la nieve. Bella subió a su coche y puso el motor en marcha, tocó la bocina para despedirse y se alejó.
Más tarde, se detuvo en la biblioteca, en la tienda donde Jasper y ella solían comprar los regalos de Navidad y cumpleaños para su madre. Sonrió al recordar con qué alegría aceptaba los frascos de colonia barata y los pañuelos que le regalaban.
A la hora de comer volvió al apartamento y se tomó una ensalada y la mitad de un sándwich de atún. El teléfono sonó cuando estaba viendo la televisión. Con ganas de hablar con cualquiera que no fuera Mike o Edward, levantó el auricular y dijo:
—¿Sí? —respiró al escuchar una voz femenina.
—¿Bella? Hola, soy Alice Brandon… tu amiga confidente y camarada.
En realidad, Alice no había sido su mejor amiga, pues aquel lugar le había pertenecido a Edward; sin embargo, las dos habían estado muy unidas en la escuela y le hacía ilusión volver a verla.
—¡Alice! Es maravilloso volver a escucharte. ¿Cómo estás?
En los años transcurridos desde el funeral de Jasper, Bella y Alice habían intercambiado tarjetas de Navidad y llamadas telefónicas ocasionales y una vez se habían reunido en Portland para comer. El tiempo y la distancia parecían borrarse mientras hablaban.
—Estoy bien… todavía estoy dando clases en la escuela de Forks. Escucha, ¿sería posible que esta noche nos reuniéramos en mi casa para cenar? Tengo un ensayo en la iglesia a las seis, podrías venir a buscarme allí más tarde. ¿A las siete?
—Me parece maravilloso —respondió Bella—. ¿Qué llevo?
—Nada más que tu persona —respondió Alice de inmediato—. Te veré esta noche en la iglesia.
—De acuerdo.
Por la tarde durmió la siesta, ya que era probable que Alice y ella estuvieran despiertas hasta tarde, charlando. Después, se dio un baño de espuma. Se puso unos pantalones de pana blancos y un jersey. Renee la miró de pies a cabeza desde la puerta del dormitorio y silbó.
—¿Al fin Edward ha cedido y ha pedido una cita? —preguntó.
Bella terminó de darse los últimos toques de maquillaje frente al espejo del tocador de Renee.
—No, y aunque me invitara, no aceptaría —aseguró.
—Cuando Edward llegó al restaurante ayer, había tanta tensión en el ambiente que pensé que iba a haber un cortocircuito.
—¿De verdad? —preguntó, jugueteando con un pendiente de oro—. No me di cuenta —se oía la misma vieja canción de amor desde el restaurante, y se acordó de cómo le había ardido la piel, al recordar cada caricia de las manos y los labios de Edward.
—Por supuesto que no lo notaste —dijo Renee y arqueó una ceja.
—Mamá… —dijo Bella y suspiró—. Sé que has estado viendo películas navideñas de los años cuarenta, y estás esperando un milagro, pero no va a pasar nada entre Edward y yo. Lo máximo que podemos esperar de él es que no me arreste por algún cargo falso y me eche del pueblo.
—Es una pena —dijo Renee, y Bella sonrió.
—Que diga eso una mujer que ha tenido a un hombre rogándole durante cinco años, antes de aceptar el matrimonio…
Renee suspiró y estudió sus uñas bien cuidadas.
—Con las experiencias que he tenido, no se me puede acusar de ser demasiado precavida —dijo. Las dos se abrazaron.
—Esta vez, has encontrado un buen hombre, mamá. Te ha llegado la hora de ser feliz.
—¿Cuándo te va a llegar a ti, cariño? —preguntó Renee y frunció el ceño—. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que al mirarte a los ojos vea algo que no sea dolor por tu hermano y por ese hijo al que tuviste que renunciar?
Bella sintió un nudo en la garganta y volvió la cabeza.
—No lo sé, mamá —pensó en las palabras que Edward había grabado en la pared del puente cubierto… «Para siempre»—. No lo sé.
Cinco minutos más tarde, Bella salió del apartamento. Como la iglesia estaba a solo cuatro calles de distancia, decidió ir andando.
Tomó el camino más largo, a través del parque, y se detuvo un rato en el lugar en el que la banda de bomberos daba conciertos durante las noches de verano, pero de todas maneras llegó temprano a la iglesia. Se quedó esperando afuera. Empezó a nevar un poco, y las voces de los niños llegaron hasta ella a través de las ventanas… «Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor»… Bella respiró el aire frío, subió los escalones de la iglesia y entró. La música se oía más dulce y fuerte…
—¡Eso ha estado fenomenal! —exclamó Alice y juntó las manos—, pero vamos a ensayarlo una vez más. Ángeles, esta vez tenéis que cantar con más fuerza.
Bella sonrió y sacudió la nieve de su abrigo, mientras Alice se acercaba al piano para tocar Noche de paz. Los niños, que tenían entre cinco y doce años, le encantaron. A veces lamentaba haber estudiado finanzas en lugar de estudiar para ser maestra, como Alice. Así al menos hubiera podido compensar un poco una de las dos mayores pérdidas de su vida.
José y María, rubios y con los ojos marrones, parecían hermanos. Bella estaba intentando adivinar quién era ángel y quién era pastor, cuando su mirada quedó fija en una niña pequeña. Se inclinó hacia delante y se aferró al respaldo del banco que tenía enfrente. La niña la miraba y era como si Marie Higginbotham, su bisabuela, la estuviera mirando. Bella apoyó la cabeza en las manos y se quedó así casi un minuto, hasta que estuvo segura de que no iba a desmayarse.
—¿Bella? —una mano se apoyó con firmeza en su hombro—. ¿Te encuentras bien?
Bella levantó la cabeza y vio a Alice a su lado, mirándola con preocupación. Bella volvió a mirar a la niña y el interior de la iglesia empezó a girar de nuevo. A no ser que Jasper hubiera sido padre sin saberlo, o no hubiera informado a su madre y hermana, esa niña era…
Alice volvió a decir:
—Bella —parecía muy preocupada.
—Yo… estoy bien —tartamudeó Bella e intentó sonreír—. Solo necesito un poco de agua…
—Quédate sentada —dijo Alice con tono autoritario—, voy a traerte algo.
Cuando Alice volvió con un vaso de papel lleno de agua fría, Bella ya había logrado controlarse. Siguió con la mirada a la niña que parecía ser su hija, y pensó que era un milagro navideño. Alice se disculpó y regresó al escenario.
Les dijo a los niños:
—Muy bien, es suficiente, al menos por esta noche —los padres empezaban a llegar—. Ángeles, practicad vuestras canciones.
Bella se preguntó si lograría levantarse sin que le temblaran las rodillas. Buscó unas aspirinas en el bolso y tomó una con el agua que le quedaba.
En ese momento, la pequeña que estaba en el escenario salió corriendo por el pasillo. Bella iba abriendo los ojos cada vez más a medida que su hija se acercaba. Se dio la vuelta y vio cómo la pequeña abrazaba a… Edward.
—Hola, Ratón —dijo Edward inclinándose para besarla.
Bella pensó que Edward sabía todo, pero enseguida sacudió la cabeza… Su abuelo no podía habérselo dicho. Jasper no sabía la verdad, y Renee había jurado guardar el secreto. Pero el destino no podía ser tan cruel… En aquel momento, Edward se quedó mirando fijamente a Bella.
Bella no se sintió mejor recibida en la iglesia que en el cementerio, el día anterior. Se enderezó un poco intentando mantener la dignidad. Edward era policía, pero eso no le daba derecho a intimidar a la gente. Él abrió la boca y volvió a cerrarla. Después de levantar el cuello de su abrigo, fijó su atención en la niña, ignorando a Bella por completo.
—Vamos, Renesmee —su voz sonó ronca y lejana—. Vámonos.
Renesmee… Bella saboreó el nombre. Sin poder decir nada, vio salir a Edward y a la niña. Cuando se volvió, Alice estaba sentada en el banco de enfrente, mirándola a la cara.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó.
Bella asintió. Se sentía dominada por una especie de euforia.
—Sí, muy bien.
—Edward tiene buen aspecto, ¿verdad? —preguntó Alice.
—No lo he notado —respondió.
Salieron de la iglesia.
—Nunca has podido mentir —dijo Alice—. Algunas cosas nunca cambian.
Bella empezó a protestar, pero se detuvo y dijo:
—De acuerdo —Alice se dirigió hacia un coche último modelo aparcado en la acera. Bella estaba demasiado conmovida para discutir—. Está guapísimo.
—Dicen que nunca te ha olvidado —comentó su amiga.
Bella se subió al coche. Durante los últimos ocho años no había dejado de pensar en Edward, pero desde aquel momento una niña de ojos verdes dominaba sus pensamientos.
—La pequeña… Renesmee… ¿de dónde ha salido?
Alice sonrió con tristeza.
—¿Te acuerdas del hermano mayor de Edward, Emmett? Se casó con Rosalie Hale, de Port Angels. No pudieron tener hijos y adoptaron a Renesmee —le explicó.
Bella apoyó la cabeza contra el respaldo. De pronto, retrocedió a los dieciocho años, y se vio de pie en el estudio del juez Anthony Cullen… Estaba embarazada, y muy asustada.
El juez no la invitaba a sentarse, ni siquiera la miraba. Estaba sentado en su escritorio limpiando su pipa al tiempo que decía:
—Supongo que pensabas que tu madre, tu hermano y tú podríais vivir bastante bien si lograbas atrapar a Edward, ¿no?
Bella apretó los puños. Ni siquiera le había dicho a Edward que estaba embarazada.
—Quiero a Edward —había dicho al juez.
—No eres la única —finalmente la había mirado a la cara—, Edward tiene dieciocho años. Tiene toda la vida por delante, y no lo quiero atado a una mujer fácil y ambiciosa, con un bastardo en su vientre. ¿Está claro?
Aquellas palabras quemaron a Bella como si fueran ácido. Dio un paso hacia atrás. No podía hablar. El juez añadió:
—Creo que he preguntado si he hablado bastante claro, jovencita.
—Bastante claro —su tono de desafío había hecho que el juez volviera a mirarla. Edward y él no se llevaban bien; sin embargo, resultaba obvio que el juez se sentía el protector de su nieto.
—Te irás a Portland a tener ese hijo. Por todo lo que sé, podría ser de cualquier hombre del condado, pero acepto tu palabra de que Edward es el padre. Yo pagaré todos tus gastos, por supuesto, pero tienes que hacer algo a cambio. Tienes que jurar que nunca volverás a Forks, ni molestarás de nuevo a mi nieto.
Bella temblaba de pies a cabeza, a pesar de que hacía bastante calor.
—Cuando le hable a Edward de nuestro hijo lo querrá y también me querrá a mí.
El juez Cullen suspiró con toda la paciencia del santo Job.
—Él es joven y tonto, así que quizá tengas razón —sacudió la cabeza con pesar—. No me dejas otra alternativa y tendré que ser duro, jovencita… muy duro.
Bella había sentido miedo y deseó no haber temido decirle a Jasper que estaba embarazada. Se hubiera enfadado, pero después, era probable que la hubiera acompañado para responder a la imperiosa llamada del juez Cullen.
—¿De qué está hablando? —preguntó.
El hombre más poderoso en todo el condado de Forks le sonrió.
—Tu hermano… Jasper. Él tiene un par de problemas menores con la ley.
Bella había sentido que el corazón se le paraba.
—No es nada serio —le informó—. Iba deprisa, y entró en aquel edificio la noche de carnaval, pero también otros… —como Edward era uno de ellos, dejó la frase sin terminar.
El juez encendió su pipa.
—Jasper está a punto de entrar en la fuerza aérea —había dicho, como si hablara para sí—. Supongo que no lo aceptarían si fuera detenido por intentar entrar en una tienda o en una casa.
Bella había sentido que palidecía. Todos sabían que el juez Cullen influía notablemente en las autoridades del pueblo. Si él quería, podía acusar a Jasper de cualquier cosa y hacerlo apresar.
—Usted no lo haría… juez Cullen, mi hermano no tiene nada que ver con… eso, señor…
Él rio y mordió la pipa.
—Ahora ya soy «señor», ¿verdad? —Bella había cerrado los ojos y contado metódicamente. No quería ponerse histérica o caer de rodillas ante él, para pedirle que no arruinara la oportunidad que tenía Jasper de llegar a ser alguien—. Mañana por la mañana te irás, en el autobús de las diez —dicho eso, sacó la billetera del bolsillo de su abrigo y tomó dos billetes de veinte dólares—. Si te quedas, o le cuentas algo a Edward, meteré a tu hermano en la cárcel antes de que termine esta semana.
Bella solo había podido sacudir la cabeza. El juez tomó una pluma y buscó una tarjeta.
—Cuando llegues a Portland, quiero que tomes un taxi y vayas a esta dirección. Mis abogados se harán cargo de todo.
Tendría que dejar a Edward sin explicación alguna, y eso le dolía. Aquel día, junto al lago, habían hablado de casarse en el verano. Habían hecho planes para comprar una casa en Portland e ir juntos a la universidad. Edward había dicho que a su abuelo no le gustaría la idea, pero esperaba que el anciano cediera.
Todo aquello había sido antes de que Bella tuviera una cita con el doctor Vulturi, y de que el juez Cullen la llamara.
—No me separaré de mi hijo —había asegurado al juez, levantando la barbilla. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero prefería morir antes que llorar.
Cullen la miró de nuevo de pies a cabeza.
—Mis abogados se encargarán de que sea adoptado por la gente adecuada —dijo, y con eso dio por terminada la entrevista.
—¿Bella?
Bella volvió al presente cuando el coche se detuvo. Por la ventana, vio las casas que había conocido aquella mañana, cuando recorrió el pueblo. Forks había cambiado mucho en los últimos ocho años.
Alice sacó su maletín del asiento trasero y abrió la puerta del coche para bajar.
—Sé lo que estás pensando. Te preguntas cómo he podido comprar una casa con un salario de maestra, ¿no es así? —Bella no lo había pensado, pero antes de que pudiera decirlo, Alice añadió—: James y yo la compramos cuando nos casamos —cerró la puerta y Bella bajó para seguirla a la casa—. Cuando nos divorciamos, yo me quedé con la propiedad, en lugar de recibir una pensión —metió la llave en la cerradura y abrió.
—Me parece justo… —comentó Bella.
—¡Justo! —exclamó Alice. Cerró la puerta y se quitó las botas en el vestíbulo—. Creo que me lo merezco. Al fin y al cabo, James gana cinco veces más que yo.
Bella rio y levantó las manos en señal de rendición.
—Estoy de tu lado, ¿lo recuerdas, Alice?
Alice sonrió, y después de colgar su abrigo y el de Bella, se dirigieron a la cocina.
—Pensaba preparar pollo frito —se lavó las manos en el fregadero.
—Suena bien —respondió Bella—. ¿Puedo ayudar en algo? —se sentía como un maniquí con voz, intentando seguir la conversación. Pero no dejaba de pensar en Renesmee, la pequeña que había tenido que entregar a unos abogados, nueve años atrás.
Alice negó con la cabeza y señaló la barra diciendo:
—Siéntate en uno de esos taburetes, y relájate. Pondré agua para un té en el horno de microondas… ¿o prefieres vino?
—Vino —respondió Bella rápidamente. Aunque Alice no hizo ningún comentario, notó el extraño comportamiento de su amiga.
Las dos jóvenes disfrutaron una cena ligera, y después de un par de horas de recuerdos compartidos, Bella le pidió a Alice que la llevara al restaurante de su madre.
Bella metió la mano en su bolsa para buscar las llaves, y al bajar del coche de Alice, se subió inmediatamente al suyo. Bella sonrió y sacudió la mano en señal de despedida a su amiga, antes de conducir directamente a la comisaría.
Estaba de servicio el mismo ayudante que Bella se había encontrado en el puente.
Bella se armó de valor y dijo:
—Me gustaría ver a Edward Cullen, por favor.
Jacob sonrió y miró el reloj, diciendo:
—Ya se ha ido a casa, Bella.
Bella recordó que Edward no llevaba el uniforme cuando había ido a la iglesia a buscar a Renesmee.
—¿Todavía vive en las afueras del pueblo, con su abuelo? —preguntó, con la esperanza de parecer normal.
El oficial sacó un pañuelo y pulió con él su insignia.
—El juez está en un hospital para ancianos desde hace cinco años. Su mente funciona bien, pero ha sufrido un par de ataques, y no puede moverse solo.
—¿Edward vive en la casa Cullen?
—Sí —respondió el oficial, se inclinó hacia delante y dijo de manera confidencial—: Muy pronto, Tanya Denali vivirá allí con él. Edward ha estado saliendo con ella desde que llegó al pueblo el año pasado. Ya es hora de que se decidan.
Bella hizo todo lo posible por ignorar el dolor que le causaba aquella noticia. Asintió, sonrió y regresó al aparcamiento.
Nevaba con más fuerza y el viento soplaba. Las ventanas de la planta baja de la enorme casa colonial brillaban. Bella aparcó el coche junto a la camioneta de Edward y corrió hacia la entrada principal. Hizo sonar la aldaba de metal, y después tocó el timbre.
—¿Qué…? —empezó a decir Edward cuando abrió la puerta. Se estaba poniendo una camisa de franela sobre el pecho desnudo. Vestía pantalones vaqueros y botas—. Bella.
Bella controló la tentación de mirar por encima del hombro, para ver si estaba allí la mujer que había mencionado el oficial.
—¿Está Renesmee aquí? —preguntó.
Edward la agarró del brazo y la hizo entrar en la casa.
—No —respondió—. Tengo la custodia legal de Renesmee, pero pasa la mayor parte del tiempo en el pueblo, con mi prima Irina. A veces tengo que trabajar de noche, y no quiero dejarla sola —se abrochó la camisa y se pasó una mano por el pelo. Tenía el aspecto de un marido culpable.
—¿Lo sabías? —inquirió Bella, y se quitó el abrigo.
—¿El qué? —preguntó él, y frunció el ceño. Parecía nervioso.
Era posible que no supiera quién era en realidad Renesmee, o que Bella había tenido una hija, pero no parecía probable. A Bella no le sorprendería enterarse de que Edward y su abuelo se habían puesto de acuerdo, desde un principio.
—Supongo que todo esto es una broma… Una broma cruel, ¿verdad, Edward? —Bella aparentaba estar tranquila, pero en su interior era una tigresa. Edward estaba tan cerca, que podía sentir el calor de su cuerpo.
—¿De qué estás hablando, Bella?
Bella perdió el control, al pensar en todas la Navidades y cumpleaños que había perdido, todos los acontecimientos importantes, como la aparición del primer diente y los primeros pasos.
—Te odio, Edward, por alejarla de mí de esa manera.
Él le puso las manos sobre los hombros. Estaba confundido.
—Tengo la impresión de que estás hablando de Renesmee —dijo—. Lo que no entiendo es por qué te preocupa.
Las lágrimas nublaron los ojos de Bella.
—Renesmee es mi hija —sollozó—. ¡Mía y tuya! ¡La tuve hace nueve años, en Portland, y tu abuelo me obligó a separarme de ella!
Edward la soltó y se dio la vuelta. Bella podía leer la expresión de su rostro.
—Eso es mentira —dijo en voz baja.
Por favor, no nos hagas esñerarucho con el sig cap Me enamore de esta historia
ResponderEliminarPor favor, no mos hagas esperar mucho con el sig cap esta buena esta hostoria
ResponderEliminarPor favor, no mos hagas esperar mucho con el sig cap esta buena esta hostoria
ResponderEliminarMuchas gracias por el capítulo
ResponderEliminarOhhh no.... por lo menos Bella tuvo el coraje de decirle ahora que es hija de los dos.... aunque no creo que Edward este muy feliz, sobre todo porque creo que todavía se aman 😉
ResponderEliminarEspero que puedan sacarle la verdad al Juez.... porque merecen darse una oportunidad!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO
Vaya, esa bomba explotó muy rápido.
ResponderEliminarActualiza pronto. Nos dejaste en un gran suspenso...
OMG! Espero que Edward le crea a Bella o se tome la molestia de investigar realmente lo que pasó
ResponderEliminarPor favor no nos hagan esperar mucho para leer otro capítulo.