Con seguridad, el trabajo policial requería habilidad para ocultar las emociones. A Edward no le costaría esfuerzo alguno pretender que no conocía la identidad de Renesmee.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó él con voz hueca.
Bella se sintió muy herida.
—No sigas fingiendo, Edward. Sé que tu abuelo te lo dijo hace mucho tiempo.
Edward apartó una bandeja que estaba sobre la mesita. Puso los pies en la mesita y cerró los ojos. Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón.
—Esto es una locura. Renesmee es hija de Emmett y Rosalie… ellos la adoptaron por medio de una agencia de California.
Bella se levantó y sacudió la cabeza enfadada.
—Eres increíble —comentó, y volvió al vestíbulo.
Se estaba poniendo el abrigo, cuando Edward la asió por los hombros y le dio la vuelta.
—Espera un minuto, Bella. No puedes entrar aquí, anunciar que tuviste un hijo mío y volver a irte. Será mejor que comprendas que Renesmee no es esa niña.
En aquel momento, Bella decidió quedarse en Forks, aunque tuviera que mantenerse trabajando en el restaurante. Decidió convertirse en parte de la vida de Renesmee. En una ocasión la habían obligado a abandonar a su hija, pero ya era mayor y no podía dejarse dominar.
—Esta vez, no podrás librarte de mí tan fácilmente, Edward. Quiero conocer a Renesmee.
—Yo no me libré de ti —dijo con voz ronca—. Tú me dejaste, ¿recuerdas? Ni siquiera te tomaste la molestia de decirme adiós. Te busqué por todas partes, Bella. Le supliqué a tu madre que me dijera dónde estabas, y Jasper y yo tuvimos tres o cuatro peleas por eso.
Bella no intentó defenderse, no tenía fuerza para hacerlo.
—Jasper no pudo decírtelo, Edward, porque no lo sabía —suspiró—. Supongo que pensó que no había nada serio entre nosotros.
Bella iba a salir de la casa, pero sin advertencia alguna Edward la abrazó y la besó. Al principio, sintió ira, pero él la retuvo y le enmarcó la cara con las manos. El corazón de Bella se abrió y viejos sentimientos la invadieron como una ola, haciéndole recordar lo que durante casi una década había querido olvidar.
—¿Nada serio? —preguntó Edward cuando finalmente la soltó.
Bella comprendió que todavía ejercía un poder traicionero sobre ella. Estaba tan segura de que las cosas habían cambiado, pensaba que era más sabia y fuerte y, sin embargo, Edward acababa de probar que parte de su independencia no existía. Todavía era la chica de Edward. Se despidió y abrió la puerta.
La tormenta de nieve era muy fuerte y el viento la sorprendió, empujándola hacia Edward. Corrió hacia el coche, pero él la siguió, diciendo:
—¡No vayas en ese coche con este tiempo! ¡Sube a la camioneta!
Bella permitió que Edward la ayudara a subir a su camioneta. Se sentó temblando, odiándose, mientras él corría hacia la casa para ir a buscar las llaves y su abrigo.
—No pienses que este asunto está arreglado —dijo Bella, cuando Edward se metió en la camioneta—. Renesmee es mi hija, y no voy a darle la espalda por segunda vez.
Edward dio marcha atrás y apretó los dientes antes de responder.
—Creo que sería mejor que habláramos de esto mañana, cuando los dos estemos más tranquilos.
Bella cruzó las manos sobre las piernas, a punto de llorar. Necesitaba tiempo para pensar y dormir bien esa noche.
—Tienes razón —dijo.
—Claro que sí —contestó Edward, furioso.
Bella se mordió el labio para no gritarle por haberle robado todos aquellos minutos, horas, semanas y meses que podía haber pasado al lado de Renesmee. Lloró pensando en todas las cosas que se había perdido.
Cuando llegaron al restaurante, Edward bajó de la camioneta para ayudar a Bella a bajar. Bella le apartó la mano y no pudo controlar la ira por más tiempo.
—Me has privado de muchas cosas —lo acusó con voz fría—. De las fotografías de la guardería, de las citas con el dentista, de los disfraces de carnaval, de los cuentos a la hora de dormir. ¡No tenías derecho!
Edward la agarró por las solapas del abrigo y dijo:
—Te amaba. Hubiera hecho cualquier cosa por ti, me hubiera roto la espalda en el aserradero para mantenerte a ti y a nuestro hijo. A mí también me han privado de algunas cosas, Bella. Creo que estamos en paz —la soltó y subió a la camioneta. Se alejó, las ruedas salpicando aguanieve en todas direcciones.
Cuando Bella entró en el apartamento, Renee la estaba esperando. Había un árbol de Navidad en un rincón del salón, todavía sin decorar.
—¿Era Edward? —preguntó Renee.
Bella suspiró.
—Sí —se quitó los guantes y el abrigo. Enseguida dijo—: Siéntate, mamá.
Renee se sentó en un extremo del sofá.
—Si vas a decirme que Edward es el padre de tu hijo, ahórrate la molestia. No es ninguna novedad.
A Bella le dolía mucho la cabeza. Se sentó enfrente de su madre, en una silla, y apoyó los codos en las rodillas. Se frotó las sienes con los dedos.
—Es mucho más que eso —dijo—. Mamá, tú has vivido en Forks todo este tiempo. Debes de saber algo sobre la niña que el hermano de Edward y su esposa adoptaron.
Renee retrasaba la respuesta. Estaba claro que estaba haciendo algunos cálculos.
—Sí —respondió finalmente—. Esas dos muertes fueron una desgracia. Todos dicen que el accidente fue la causa del primer ataque que sufrió el juez.
—Mamá, esa niña es mía —confesó Bella. Las lágrimas que había controlado durante tanto tiempo rodaron por sus mejillas—. Edward lo sabía… Él estaba de acuerdo con su abuelo.
—¿Estás segura? —Renee frunció el ceño—. No es el estilo de Edward. Estaba destrozado cuando te fuiste, Bella… tuve que hacer un gran esfuerzo para controlarme y no darle la dirección de aquella casa para madres solteras en la que estabas. Él fue el único que no creyó que estabas en el Este, viviendo con mi hermana y asistiendo a una escuela privada.
Sollozando, Bella se levantó y fue a buscar una servilleta de papel. Vio su imagen reflejada en la ventana y advirtió que se le había corrido el maquillaje. Se limpió las mejillas con la toalla de papel y regresó al salón. Volvió a sentarse y se sonó la nariz.
—Aquel verano tenías muchas cosas en la cabeza —comentó a su madre—. Yo acababa de salir del instituto y estaba embarazada, y Jasper se iba a la fuerza aérea.
—¿Por qué no quisiste que Jasper supiera lo del bebé, Bella? —preguntó Renee y se inclinó hacia delante—. Éramos una familia, compartíamos todo.
Bella suspiró, no tenía sentido guardar el secreto por más tiempo. El juez Cullen ya no podía perjudicar a Jasper.
—Porque el abuelo de Edward me dijo que haría que arrestaran a Jasper para que no lo aceptaran en la fuerza aérea. No me quedaba otra alternativa.
Renee palideció.
—¿Por qué no me lo dijiste entonces, Bella?
—Porque se lo hubieras dicho a Jasper, y él se hubiera metido en problemas.
—Todo esto pertenece al pasado —dijo Renee y le tomó la mano. Suspiró y se encogió de hombros con resignación—. ¿Qué vas a hacer ahora?
Bella respiró profundamente antes de responder.
—Voy a quedarme en Forks, para poder estar cerca de Renesmee.
—Tal vez no debas, querida. Puedes desorientar a la niña. Se sentirá terriblemente confundida.
Bella se pasó una mano por la cabeza.
—No voy a decirle quién soy, mamá —dijo con tristeza—. Solo quiero ser su amiga.
Renee se levantó del sofá y lo convirtió en cama, diciendo:
—Es tarde, cariño —desapareció unos minutos en el dormitorio y regresó con mantas, sabanas y una almohada—. Esta noche no tienes que tomar decisiones. ¿Por qué no duermes un poco?
Juntas hicieron la cama. Bella entró en el baño para ponerse el camisón, desmaquillarse y lavarse los dientes. Cuando volvió, su madre la estaba esperando sentada en el brazo de un sillón.
Renee dijo:
—Sé que has sufrido una fuerte impresión, Bella. Comprendo que estés confundida, pero por favor, no olvides lo mucho que has trabajado para poder estudiar. Forks no puede ofrecerte lo mismo que una gran ciudad.
No había nada que Bella deseara más que estar cerca de su hija. Hubiera vivido en una metrópoli, en una remota aldea de pescadores en Alaska, o dejado cualquier empleo, con tal de estar cerca de su hija. Besó a su madre sin decir nada y Renee se fue a su habitación.
Bella sacó el álbum de fotografías y buscó la fotografía de Marie Higginbotham. Maravillada, tocó aquel rostro eternamente joven. De no haber sido por su interés por las fotografías familiares, nunca hubiera sospechado la verdad acerca de la hija adoptada de Emmett y Rosalie Cullen.
Mucho tiempo después, Bella guardó el álbum en su lugar, apagó la lámpara y se metió en la cama. Apoyó la cabeza en la almohada y bostezó. Al día siguiente visitaría a Irina Cullen, que tenía una librería en el otro extremo de Main Street. Bella no conocía a Irina, que había llegado a Forks cuando el juez sufrió el primer ataque.
Sus pensamientos volaron hacia el pasado, hasta la noche en que Renesmee fue concebida.
Fue con Edward al lago, después del baile de primavera, y extendieron una manta bajo un árbol… Las hojas de los árboles atrapaban la luz de la luna. Los ojos oscuros de Edward ardían al contemplarla a ella. La luz de las estrellas se reflejaban en la superficie del lago, y una música suave salía de la radio del coche.
Edward la había agarrado de la muñeca con una mano y la había ayudado a levantarse.
—Baila conmigo —le pidió él. Ella ya se había quitado los zapatos. Rio y levantó la cabeza para recibir un beso. Él la estrechó en sus brazos y la besó.
El beso de Edward la había conmovido. No protestó cuando él deslizó su vestido blanco por los hombros para acariciarla. Querían casarse. Los senos desnudos de Bella brillaban como ópalo blanco, cuando él los descubrió. Sus pezones se endurecieron, conocedores del placer que Edward podía proporcionarles.
Edward murmuró:
—Eres tan hermosa que hace daño mirarte.
Bella levantó las manos para soltar su pelo, y mientras tenía los brazos levantados, Edward se inclinó hacia delante y la besó. Ella intentó bajar los brazos, pero él se lo impidió. Cerró una mano sobre sus muñecas, y las mantuvo con firmeza en su lugar, mientras daba tanto placer como recibía.
La ropa, poco a poco, había ido desapareciendo. Edward la tumbó suavemente sobre la manta y se acostó a su lado. Mientras se besaban, él le acariciaba los senos.
Edward musitó sin aliento:
—Para siempre. Te amaré para siempre.
Hacía mucho tiempo que le había enseñado a Bella cómo desearlo… su primer encuentro había tenido lugar allí mismo, unos meses antes.
—Hazme el amor, Edward —murmuró ella, mientras le mordisqueaba el labio. Edward gimió y se colocó encima. Bella le besó el lóbulo de la oreja y el cuello, y cuando él le hizo sentir todo el poder de su pasión, lo recibió gustosa.
—Dime que me amas —suplicó él. Bella notó que el sudor brillaba en su frente y labio superior. Sentía en su cuerpo el calor de la pasión, y respondía con frenesí.
—Edward… lo sabes…
—¡Dilo!
—Te amo —confesó, al tiempo que su cuerpo se arqueaba—. ¡Te amo, Edward!
Acostada en el sofá cama de su madre, diez años después, Bella lloró. Aquellos dos jóvenes confiados e inocentes habían desaparecido para siempre, y en su lugar habían quedado dos adultos enfadados y amargados, que apenas podían hablarse civilizadamente.
Como había imaginado, por la mañana tenía un aspecto terrible. Tenía los ojos hinchados y rojos, con ojeras. Se duchó, se puso unos pantalones y un jersey azul marino. Se hizo una trenza y se maquilló poco.
Renee se presentó con una taza de humeante café y un tazón con cereales cuando Bella entró al restaurante. La cocinera estaba muy ocupada, preparando desayunos para una hambrienta multitud. Bella intentó pasar inadvertida, pero no tuvo suerte; la gente sabía que había regresado al pueblo y quería hablar con ella.
Cuando terminó de desayunar, ya había explicado a más de tres personas que iba a pasar una temporada en Forks y que estaba de acuerdo en que ya era hora de que su madre volviera a casarse. Estaba a punto de escapar, cuando las campanitas de la puerta del restaurante sonaron.
—Cierra la puerta, Edward —pidió Renee, mientras servía unos desayunos—. ¡Nuestra chimenea quema con billetes de cinco dólares!
Bella sintió un nudo en la garganta, al ver que Edward cerraba la puerta y sonreía a Renee. Y sintió que todos los presentes los estaban mirando.
—Lo siento —se disculpó él. Se quitó la gorra con exagerada cortesía. Se sentó en un taburete vacío, junto a ella, y la miró con ojos tan helados como la nieve—. He traído tu coche —la informó. Bella iba a levantarse pero le agarró el brazo. Después añadió—: Gracias, Edward —parecía estar bromeando, pero sus ojos indicaban lo contrario.
—Vete al diablo —respondió Bella. No iba a olvidar lo que ese hombre le había robado.
Renee siempre había dicho que la sonrisa de Edward debería registrarse como arma mortal, y por supuesto, Edward no dudó en usarla. Bella volvió a ser adolescente, deseosa de compartir cuerpo y alma con aquel hombre.
Después, él comentó:
—En el asiento de tu coche hay algo que tal vez te interese ver —se levantó y fue hacia la puerta.
Bella esperó hasta que Edward se hubo marchado y se dirigió rápidamente a su coche.
Encontró una bolsa de plástico en el asiento, llena de fotografías de Renesmee. Se llevó la bolsa al corazón y subió al apartamento de Renee.
Aunque aquel regalo inesperado hubiera sorprendido a cualquiera, ella sabía que era típico de Edward.
Se sirvió una taza de café y se sentó para estudiar las fotografías, una a una, fijándose en cada detalle, en cada pequeño cambio de Renesmee, estudiando fotografía a fotografía su crecimiento.
—No te preocupes, pequeña —murmuró, y sonrió entre lágrimas—. Vas a ser la niña más bonita de Forks.
Después de guardar con cuidado las fotografías en la bolsa de plástico, tomó el bolso y el abrigo y bajó las escaleras. Había menos gente en el restaurante, pero Renee y su ayudante todavía estaban bastante ocupadas.
—Hoy voy a ir a Portland —informó a su madre—, pero antes quiero pasar por la librería de Irina Cullen.
—¿Qué?
—Quiero recoger algunas cosas que me he dejado allí, mamá. Vuelvo esta noche.
—Las carreteras están cubiertas de hielo —le advirtió Renee—. Ten cuidado, llama en cuanto llegues.
Bella la besó.
—Lo haré. Nos veremos.
Cinco minutos más tarde, aparcaba enfrente de la librería de Irina. Había luces navideñas en el escaparate. Abrió la puerta y entró. El lugar tenía un ambiente cordial.
Como nadie salía a recibirla, dijo:
—Hola.
Una mujer regordeta salió de la habitación trasera y sonrió.
—Eres Bella, la amiga de Edward —dijo con una sonrisa.
Bella advirtió que la selección de libros no era muy rigurosa.
—Solo Bella —corrigió.
—Irina Cullen —dijo la dueña de la librería, y le tendió una mano enjoyada—. He oído hablar mucho de ti, me alegro de conocerte al fin —acercó una mecedora y le indicó que se sentara—. ¿Quieres una taza de té? —antes de que ella pudiera responder, Irina desapareció. Su voz llegaba claramente desde la habitación trasera—. ¿Te pongo azúcar?
Bella miraba por la ventana cómo caían los copos de nieve.
—Nada más una cucharadita, por favor.
Irina volvió con dos tazas humeantes, entregó una a Bella, acercó una silla y se sentó.
Bella bebió un poco de té y asintió.
—Edward me ha dicho que Renesmee pasa la mayor parte del tiempo contigo —dijo. Como Irina no pareció sorprendida por el repentino cambio de tema, Bella pensó si Edward le había hablado de su relación y de que ella aseguraba que Renesmee era su hija.
Irina, que tenía entre treinta y cinco y cuarenta años, sonrió.
—Renesmee y yo tenemos un apartamento pequeño en el piso superior.
Bella comprendió que era una mujer con buen carácter y muy buena con Renesmee.
—Tengo entendido que Renesmee ha tenido una vida difícil —dijo, sintiéndose culpable. En aquel momento, lamentó no haberse enfrentado al juez Cullen y haberle contado todo a Edward. Intentando proteger a Jasper, había provocado a su hija mucho dolor.
—Ha tenido una vida agitada, eso es verdad. Edward y yo la queremos, y Renesmee lo sabe. Eso la ayuda a sentirse segura. Sin embargo, últimamente habla a todas horas sobre sus verdaderos padres.
Bella pensó en la casa que su madre había comprado y deseó con todo su corazón vivir en un lugar como ése, con Renesmee y Edward. Por supuesto, sabía que era imposible… era solo una fantasía navideña. No volvería a confiar jamás en Edward, ni él en ella.
—Quiero que Renesmee… sea feliz —dijo, a punto de llorar.
Irina le acarició la mano.
—Edward me ha dicho que planeas quedarte por aquí, y creo que es una buena idea. Nunca se sabe lo que puede pasar.
Bella dejó la taza de té y sonrió a un gato que estaba acurrucado, frente a la chimenea, esperando a que ella desocupara la mecedora.
—Gracias —dijo a Irina, y se levantó.
Irina también se puso de pie y tomó la taza de Bella.
—Puedes venir cuando quieras, serás bienvenida —le aseguró—, aunque no compres libros.
Bella comprendió el mensaje. Cuando quisiera ver a Renesmee, sería bienvenida en la librería.
—Lo tendré en cuenta.
Bella se subió al coche. Se tardaba cuatro horas en llegar a Portland, y si quería volver de día, tendría que darse prisa.
Cinco minutos más tarde, estaba conduciendo por la carretera. La autopista estaba en buenas condiciones, aunque todavía había muchos coches aparcados en la cuneta debido a la tormenta de la noche anterior. No nevaba y a lo lejos podían verse pedazos de cielo azul, y nubes como bolas de algodón.
Paró para comer en un pequeño restaurante, y cuando llegó al almacén, tardó mucho tiempo en localizar las cajas que quería. Encontró un brazalete de oro, que Mike le había regalado, en el bolsillo de una chaqueta.
Siguiendo un impulso, condujo hasta el apartamento de Mike, con la intención de dejar el brazalete a alguno de sus vecinos, pero vio que el coche de Mike estaba aparcado, así que llamó a la puerta. Quería que él supiera que estaba bien, que tenía planes y esperanzas, que no la había destruido.
—¡Adelante, está abierto! —gritó Mike.
Cuando lo vio, sintió un ligero pesar en el corazón. Era un hombre guapo, con el pelo oscuro y ojos azules, pero ya no lo quería… tal vez nunca lo había querido.
—Hola —lo saludó, y cerró la puerta—. Pensaba que estarías trabajando —sacó el brazalete—. He venido a dejar esto.
Mike asintió, y una sonrisa triste apareció en su boca.
—El banco me ha enviado a trabajar a una de sus sucursales. Tiene gracia.
Bella se sorprendió, pues si lo que Mike decía era verdad, ella podría volver a su antiguo empleo en Portland. Cuando había renunciado había sido firme, pero no maleducada. Pero, aunque unos días antes aquel puesto había significado todo para ella, en aquel momento solo quería volver a Forks.
—Quiero vivir en mi pueblo natal —le informó. Le parecía extraño haber pensado que amaba desesperadamente a ese hombre.
Mike puso los brazos enjarras.
—Ah, sí… Forks —dijo—. El corazón de la comunidad financiera americana.
Bella ignoró la burla, respiró hondo y puso la mano sobre el picaporte.
—Bueno, Mike… adiós, y buena suerte en tu nuevo empleo.
Mike le tendió una mano.
—Bella, quédate. Al menos cena conmigo… podemos separarnos como amigos.
—Nunca podremos ser amigos —respondió. Abrió la puerta y salió. Le gustó sentir el viento helado en la cara.
Mike la siguió hasta el coche.
—Supongo que has llegado al pueblo y has descubierto que ninguna de las mujeres de la localidad ha conseguido atrapar a Edward Cullen —se cruzó de brazos.
—Esto no tiene nada que ver con Edward —dijo Bella. No era del todo verdad, pero eso no era asunto de Mike—. Además, creo que soy una mujer de pueblo. La forma de actuar despiadada de la banca de la gran ciudad no es para mí.
Mike se pasó una mano por el pelo.
—Maldición, Bella, solo quería ese ascenso para que tú y yo pudiéramos casarnos, y formar una familia. Sabía que no podría ser si tú estabas agobiada con las solicitudes de préstamos y evaluaciones…
—Sabías que había estudiado y luchando por aquel puesto durante años… y cuando me di la vuelta, te aprovechaste para abrirte paso…
—Bella, lo siento.
Bella abrió la puerta del coche.
—Sí, lo sientes. ¿Por qué no lo has dicho antes, Mike? —se sentó ante el volante y cerró la puerta con fuerza. Mike golpeó el capó del coche, expresando su frustración. Bella nunca lo había visto tan violento. Dio marcha atrás y se fue.
Al llegar a las afueras de la ciudad, se detuvo en un restaurante para tomar una taza de café y un sándwich. Mientras esperaba a que se lo llevaran, se acercó al teléfono y llamó a su madre.
—Hola, mamá. He llegado bien, ya voy para allá. Nos vemos dentro de unas horas.
El buen sentido del humor de su madre salió a flote, en el momento en que ella más lo necesitaba.
—¿Quién es? —preguntó Renee.
Es bueno saber que aunque fue una gran sorpresa, Edward la sigue queriendo... espero que puedan llegar a conocer la verdad, y que el juez confiese sus pecados!!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
GRACIAS❤😘💕
ResponderEliminarMe encanta la historia es muy linda , ojalá y en algún momento puedan hablar y creer en cada uno para así salga toda la vdd y no crean otras cosas , solo esperar q Bella se haga amiga con Renesmee y puedan ser muy cercanas , bueno me gustaría más cosas q pasaran pero tiempo al tiempo vdd .... gracias nos leemos en el capituló siguiente... xoxo
ResponderEliminarMe encanta, gracias linda 😘
ResponderEliminarGracias 😉
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