A la mañana siguiente, se puso un traje de color rosa pálido, una blusa de seda color crema y una cadena de oro, y se dirigió al banco para hablar con Martha Stanley. No había olvidado que la señora Stanley necesitaba una ayudante, puesto que la anterior había aceptado un empleo en Seattle.
La señora Stanley tenía el pelo blanco y era extremadamente educado. Ya estaba enterado de que ella buscaba trabajo. La condujo a su modesta oficina, estudió su curriculum y la contrató inmediatamente.
Bella salió del banco sintiéndose casi eufórica. Lo único que necesitaba era un lugar donde vivir. Telefoneó al único motel del pueblo, y le dijeron que estaba lleno. Llamó a una inmobiliaria, y le dijeron que había un apartamento con una habitación, en una vieja casa cerca del río.
Cuando llegó al restaurante para comer tenía empleo y había encontrado una casa.
—¿No crees que te estás apresurando demasiado? —preguntó Renee, cuando se quedaron a solas—. Bella, tal vez sería mejor que continuaras con tu vida anterior, e intentaras olvidarte de Renesmee.
—¿Olvidarla? —preguntó indignada—. ¿Hubieras podido olvidarte de Jasper y de mí, mamá?
—Por supuesto que no, pero no es lo mismo. Yo no solo te he dado la vida, sino que también te he educado. Bella, Edward está saliendo con alguien muy, muy en serio. Se llama Tanya Denali y es dueña de una peluquería.
Aunque no lo demostró, las palabras de su madre le hicieron el mismo efecto que una bofetada. Había estado soñando con Edward y con Renesmee, ignorando la existencia de Tanya.
—¿Por qué no me lo dijiste la otra noche, cuando estabas tan segura de que había tenido una cita con Edward?
Renee suspiró y respondió:
—Eso fue antes de que Lidia Yorkie viniera y me contara que Edward planeaba regalarle un anillo de compromiso a Tanya para Navidad.
Bella cerró los ojos con fuerza. Le dolía pensar que Edward pondría un anillo en el dedo de otra mujer. No se atrevía a imaginarse la boda.
—Comprendo —dijo.
Su madre le apretó cariñosamente la mano.
—Cariño, eres joven y guapa… eres inteligente y educada. No necesitas a Edward, ni siquiera a Renesmee, para que tu vida sea completa. Hay otros hombres a los que puedes amar, y todavía puedes tener hijos. Por favor, no te limites quedándote aquí, viviendo para ver de vez en cuando a tu hija.
El corazón de Bella no comprendía la lógica.
—Si no te conociera, mamá, juraría que intentas librarte de mí.
Renee tenía los ojos llenos de lágrimas, a pesar de que sonreía.
—Bella Swan, si mi conciencia me lo permitiera, te suplicaría que te quedaras, pero te quiero mucho y deseo que tengas la mejor vida posible.
La campanita de la puerta sonó, y Renee se levantó y se arregló el delantal. Cuando vio que era Edward, dirigió a su hija una mirada significativa y desapareció en la cocina.
Sin ser invitado, Edward se sentó en la silla que había desocupado Renee. Bella presintió que quería hacerle muchas preguntas.
—Sabes cómo echar a alguien —le dijo. Edward esbozó una rápida sonrisa y Bella observó cómo se derretían los copos de nieve en su pelo. A Edward nunca le había gustado usar sombrero.
—Irina me ha dicho que fuiste a verla.
—Culpable —confesó, y levantó una mano, como para hacer una promesa.
Edward la miró en silencio esperando que dijera algo.
—Estoy dispuesto a aceptar que Renesmee es nuestra hija —murmuró finalmente.
—Es admirable por tu parte —respondió Bella. Se levantó y fue detrás de la barra, para buscar una taza y una jarra con café. Le sirvió una taza a Edward y volvió a llenar la suya—. Creía que ya te habías hecho a la idea cuando me diste las fotografías de Renesmee. A propósito, gracias por dármelas.
Edward se inclinó hacia delante y dijo:
—Lo que no acepto es que tengas derecho a interferir en la vida de Renesmee ahora. Ya ha sufrido bastante.
Las manos de Bella temblaban cuando levantó la taza.
—Nunca he dicho que quiera decirle quien soy. Solo quiero pasar un tiempo a su lado, y lo haré, Edward, te guste o no.
—Tú la cediste —dijo Edward—. La entregaste a las autoridades y te alejaste. Por lo que a mí respecta, entonces tomaste una decisión, y ahora no puedes cambiarla.
El instinto de Bella le indicó que dejara el tema, pues en aquel momento solo conseguiría enfurecerlo más.
—Me han dicho que te casas —comentó evitando mirarlo a los ojos.
—En los pueblos pequeños se dicen muchas cosas —murmuró él. Se levantó—. No vas a ceder, ¿verdad? Insistes en quedarte por aquí.
—Sí, Edward, me quedo en Forks. Tengo trabajo y casa.
—Maravilloso —se pasó una mano por el pelo.
—Hay un viejo refrán, Edward, que habla sobre aceptar las cosas que no puedes cambiar.
—Supongo que piensas consultar a un abogado.
—Si es necesario, lo haré —respondió—. Aunque se pueden hacer las cosas de otra manera.
Edward se marchó sin pronunciar palabra. La campanita de la puerta sonó cuando salió.
Renee salió de la cocina.
—Tengo que aceptar, Bella, que has sido muy diplomática.
—Lo he intentado —deseaba subir al apartamento, tirarse en el sofá y llorar. Miró el reloj que colgaba en la pared, detrás de la barra, y suspiró—. ¿Necesitas ayuda?
—Va a venir María —respondió Renee—. Has tenido un día muy duro. ¿Por qué no comes algo, y después subes y te echas la siesta?
—Mamá, apenas son las once y media de la mañana. ¿Crees que debería estar en la cama?
—Sí —dijo Renee y sonrió.
—Bueno, pues no me voy a acostar. Tengo cosas que hacer. Lo primero, llamar a la compañía de mudanzas para que traigan mis muebles. Después, tengo que hacer algunas compras de emergencia.
—Tonterías, puedes quedarte conmigo hasta que lleguen tus cosas. No quiero que acampes en un piso, durmiendo en el suelo y comiendo en bandejas de aluminio.
Bella se puso el abrigo y el bolso y dijo:
—Mamá, tú estás locamente enamorada, y a punto de casarte. Lo que menos necesitas en este momento es una hija durmiendo en el sofá.
Salió y subió a casa de su madre. Después de hacer los arreglos necesarios para que le llevaran sus cosas a Forks, bajó y subió a su coche. Condujo hacia el centro comercial del pueblo vecino.
Compró un saco de dormir, una colchoneta, una mesa y dos sillas plegables. También compró toallas y otros artículos necesarios. Volvió a Forks, y se dirigió al supermercado.
No pudo evitar notar que la gente murmuraba y la señalaba. Estaba segura de que nadie sabía lo del bebé, pero no podía negar que corrían rumores por el pueblo. Resultaba obvio que se preguntaban por qué había salido del pueblo de forma tan repentina, sin despedirse del pobre de Edward Cullen, y si ella representaría un problema para la nueva relación de Edward.
Después de llevar las compras a su nuevo apartamento, se dirigió a la librería de Irina. Irina estaba ocupada con un cliente cuando ella entró, pero la recibió con una sonrisa de bienvenida y le indicó con una mano que entrara.
Bella se acercó a los anaqueles y se entretuvo hojeando unas novelas de misterio, que eran sus preferidas.
—Creo que has hablado hace poco con Edward —comentó Irina.
Bella no la había oído acercarse.
—Debes de ser adivina —respondió suspirando.
Irina sonrió y miró los libros que Bella tenía en las manos.
—No tienes que comprar libros para hablar conmigo. Te considero una amiga, y eres bienvenida en cualquier momento.
Bella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero logró controlarse. Apretó los libros que tenía en las manos.
—Leo mucho —comentó.
Irina la tomó del brazo y la condujo hacia la mecedora. Apartó el gato y la hizo sentarse.
—¿Qué te ha dicho Edward? —le preguntó, y se sentó también en una silla.
Después de un silencio, Bella respondió y se encogió de hombros.
—Él piensa que debo irme del pueblo —aunque ninguna de los dos lo mencionara, sabía que Irina estaba enterada de que había tenido una hija de Edward, y que esa hija era Renesmee.
—¿Lo harás? —preguntó Irina.
Bella negó con la cabeza, colocando una y otra vez los libros que tenía sobre las piernas.
—No. Debo admitir que mi madre me ha sugerido lo mismo… que viva mi vida en otro lugar… pero no puedo. Algo en mi interior insiste en que me quede aquí, cerca de mi hija.
—Entonces, es probable que sea eso lo que debas hacer. ¿Vas a decirle a Renesmee quién eres?
—No —respondió Bella—. Eso solo la confundiría. Solo quiero ser su amiga, no sé por qué Edward no puede entenderlo.
—No lo intenta —comentó Irina y sonrió—. Por lo menos, por el momento. Estoy segura de que esto ha sido un shock terrible para él. Después de todo, no todos los días un hombre se entera de que su sobrina es en realidad su hija.
—Lo sé —admitió Bella—. Créeme, yo también estoy confundida.
Irina asintió y se levantó para ir a preparar té. Volvió unos minutos después, llevando dos humeantes tazas.
—Es manzanilla —dijo—. Es muy tranquilizante. Hablaré con Edward, tal vez logre que entre en razón.
—Te lo agradezco —dijo Bella—. En realidad, no quiero acercarme a Renesmee hasta que él lo autorice, pero no puedo esperar mucho tiempo.
—Por supuesto que no.
Un anciano entró en la librería, y Bella lo reconoció como el señor Varner, el director del instituto.
—¿Tienes más té de ése, Irina? —preguntó el hombre con jovialidad—. Este tiempo puede helarte hasta la médula.
Irina se fue a buscar más manzanilla, y el señor Varner fijó la mirada en Bella, diciendo:
—¿No eres la joven Swan? ¿La que ocupó dos páginas en el anuario?
Bella sonrió, asintió y empezó a levantarse, pero el señor Varner le indicó que se quedara sentada. Se quitó el sombrero, el abrigo y la bufanda, y los colgó. Después añadió:
—Ya estoy jubilado —ocupó la silla de Irina y se tocó la sien con un dedo—, pero no he perdido la memoria. Tú salías con el joven Cullen —Bella tragó saliva y asintió. El señor Varner rio—. Siempre pensé que terminarías en el cine o algo parecido, eras muy guapa. ¿En qué trabajas?
—Soy economista —respondió Bella, y se levantó. Era tarde y su madre la estaría esperando—. Desde el lunes por la mañana, voy a trabajar, en el First National.
El señor Varner sonrió, como si acabara de ser elegida presidente y él fuera responsable.
—Muy bien —dijo—. Me detendré para saludarte cuando vaya a cobrar la pensión.
—Lo estaré esperando… —dijo Bella y sonrió con afecto. Le pagó a Irina los libros y se marchó a casa de su madre.
Más tarde, estaba acurrucada en el sofá leyendo una de la novelas de misterio que había comprado, cuando sonó el teléfono.
—¿Sí? —contestó.
—Soy Edward —parecía preocupado y un poco enfadado. Bella adivinó que Irina había hablado con él. Contuvo la respiración y esperó. Después de un largo silencio, él añadió—: Todavía organizan esa fiesta navideña de la comunidad, cada año, con paseo en trineo y todo. Es mañana por la noche, y me preguntaba si querrías ir. No será una cita ni nada parecido, porque irá Tanya, pero como sé que quieres pasar tiempo al lado de Renesmee…
—Gracias —dijo agradecida.
—No quiero que le digas nada.
Bella deseó preguntar si no debería de decir nada a Renesmee o a Tanya, pero se controló, puesto que no estaba en condiciones de hacer tales comentarios.
—Ya te he dicho, Edward, que no le diré nada a Renesmee, nada que pueda inquietarle. Puedes confiar en mí.
—Una vez confié en ti —respondió. Bella cerró los ojos—. Escucha, quedamos en la colina, mañana por la noche cuando se ponga el sol. Estaremos cerca de la fogata.
—Estaré allí. Gracias, Edward.
—De acuerdo —colgó.
Bella se levantó, tirando el libro y la manta que tenía sobre las piernas, y gritó con alegría:
—¡Vivaa!
Renee salió del dormitorio.
—¿Te ha tocado la lotería? —preguntó, y sonrió.
—Mejor. Edward me deja ver a Renesmee.
Aunque Renee sacudió la cabeza, sus ojos revelaban la felicidad de una madre al ver la alegría de su hija.
—Prométeme que tendrás cuidado, cariño —murmuró—. Esta situación puede ser muy dura para ti.
—Edward me ha dicho que irá con Tanya, pero no permitiré que eso arruine las cosas. Él puede casarse con King Kong si quiere, eso no me importa mientras yo pueda ver a Renesmee.
—Ten cuidado. Aquí hay dragones, y muy grandes, con fuego en la nariz.
Bella rió y besó la frente de su madre.
—Actuaré con precaución —prometió Bella.
Renee no parecía convencida.
Bella pasó la noche en su piso, y se quedó despierta hasta tarde leyendo una de las novelas de misterio que había comprado, demasiado excitada para poder dormir. En la calle, el mundo era de terciopelo blanco y pequeños diamantes. La nieve cubría los buzones y coches aparcados.
A la mañana siguiente, fue al restaurante. Renee la recibió como si hubiera pasado la noche en un iglú en el Ártico. La llevó a una mesa, le sirvió café e insistió en que desayunara algo caliente.
—No estás acostumbrada a esto, después del clima templado de Portland —le dijo, y Bella sonrió. Había pasado sola mucho tiempo y resultaba agradable que alguien se preocupara por ella.
Después del desayuno, Bella insistió en quedarse para ayudar a la hora del almuerzo. Vivía esperando poder ver a Renesmee, y si no se mantenía ocupada se volvería loca. Cuando se fue la clientela del almuerzo, llamó a Alice y se fueron al cine.
TED DANSON ACTOR |
—Siempre he dicho que Ted Danson se echó a perder actuando como camarero —comentó Alice cuando salieron del cine, dos horas más tarde.
—¿Vas a ir a la fiesta de esta noche? —preguntó Bella y rio.
Alice negó con la cabeza.
—Suelo ir, pero tengo una cita con un tipo en Port Angels. Deséame suerte —cruzaron la calle y fueron hacia donde estaba aparcado el coche de Alice. Bella miró el reloj y gimió. Todavía faltaban horas para la fiesta de la comunidad.
Finalmente llegó el esperado momento, y Bella conducía hasta McCalley's Hill, acompañada por Phil y Renee, que llevaban chocolate caliente en un termo. Había una enorme fogata encendida en el claro, al pie de la colina. Niños y adultos se deslizaban en sus trineos.
Bella vio a Edward, que estaba de pie con Renesmee y una mujer delgada, vestida con un traje de esquí. Bella sintió un ataque repentino de timidez. No sabía cómo acercarse al trío, y no tenía idea de lo que debería decir.
Pero su madre resolvió el problema agarrándola por el brazo y acercándola al trío.
—Hola, Edward —saludó Renee con una sonrisa—. Renesmee, Tanya, quiero presentaros a mi hija, Bella.
Tanya tenía el pelo negro y unos preciosos ojos marrones. Bella fijó su atención en Renesmee. La niña la miró con una sonrisa amistosa.
—Hola —saludó la niña—. Te he visto en el anuario del tío Edward. Encima de tu retrato dice: «Bells, sobre Bells».
Tanya se quedó mirando fijamente a Bella con una expresión triste.
—Es solo un juego de palabras —explicó Bella a Renesmee—. Escucha, soy nueva en el pueblo… —evitó la mirada de Edward, aunque la sentía fija en su rostro—. Bueno, no soy nueva, pero he estado mucho tiempo fuera y me gustaría tener una amiga con la que ir a pasear en trineo.
—Te dejo el mío —dijo rápidamente la niña—. Vamos.
Cuando Bella iba a seguir a Renesmee colina arriba, Edward la agarró del brazo y dijo:
—Recuerda.
—Tus ordenes están grabadas en mi cerebro —respondió sonriendo. Se apresuró a seguir a la niña y empujó el trineo.
Bella y Renesmee se deslizaron en el trineo colina abajo, riendo, y volvieron a subir. Repitieron el proceso hasta que quedarse entumecidas de frío.
Sin aliento, Bella sugirió:
—Creo que será mejor que nos acerquemos un rato a la fogata y bebamos algo caliente.
—De acuerdo —dijo Renesmee y suspiró. Sus pecas parecían chispas de oro a la luz de la fogata—. Has dicho que acabas de llegar al pueblo. ¿Dónde vives? ¿Tienes trabajo?
Bella le habló de su nuevo empleo en el banco y de su casa cerca del río. Tanya estaba de pie cerca de la fogata, y Bella y Renesmee se acercaron a ella con sus vasos en la mano. No había señales de Edward, y su novia parecía incómoda.
Mientras Renesmee se entretenía hablando con una amiga, Tanya sonrió y le preguntó a Bella.
—Y, dime, ¿vas a quedarte mucho tiempo en Forks?
Bella adivinó enseguida los temores de la joven y respondió:
—Sí, quiero establecerme aquí. Voy a trabajar en el banco.
Tanya parecía tranquila, aunque su mano temblaba un poco.
—Eso está bien —dijo, poco convencida, y se alejó para saludar a unos conocidos.
Bella se sintió muy aliviada. Era probable que Tanya no llevara mucho tiempo viviendo en Forks, pero debía de saber que Edward y Bella habían sido novios.
—¿Lista para irnos de nuevo? —preguntó Renesmee, cuando Bella terminó su bebida.
—¡Pues claro que sí! —respondió. Estaba exhausta y tenía frío, pero haría cualquier cosa por estar cerca de su hija.
Tiraron de la cuerda del trineo para subirlo por la colina y, cuando llegaron a la cima, apareció de pronto Edward.
—¿Una vez por los viejos tiempos? —preguntó de mala gana.
Bella recordó los inviernos que habían pasado deslizándose por aquella misma colina juntos y su corazón se aceleró. Miró a Renesmee e intentó decir con voz normal:
—¿Estás de acuerdo?
Renesmee parecía contenta y el pompón de su gorro se movió cuando asintió. Bella se sentó en la parte delantera del trineo y se estremeció un poco al sentir el aliento tibio de Edward en la nuca. Edward la rodeó con las piernas y colocó los talones al frente del trineo. La abrazó y agarró la cuerda.
Se deslizaron colina abajo, el viento azotándoles las caras. Al llegar abajo, el trineo se volcó de pronto y los lanzó sobre la nieve, rodando. Cuando finalmente se detuvieron, Edward cayó encima de Bella. Maldijo entre dientes y se apartó, pero no antes de que Bella sintiera contra el muslo la rígida evidencia de su deseo.
Parece que por fin Edward le dará la oportunidad a Bella de conocer a Rennesme... y es lindo... aunque no creo que sus sentimientos por ella hayan desaparecido ��
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Edward se hace el malo pero se muere por Bella y su coraje o lo que sea que siente solo es como un escudo para no dejar ver lo que en realidad siente aun que cierto amiguito no lo oculto 😉😜😅😘💕❤ Gracias
ResponderEliminarVaya!!! Pobre Tania..
ResponderEliminarOh oh, en fin... Veremos que pasa... Gracias por el capítulo
ResponderEliminar