Edward dejó a Renesmee en casa de Irina, y después condujo hasta la casa de Tanya. Tanya se quedó de pie en la puerta, esperando un beso.
—Tienes que hablarme de Bella —le dijo ella, y levantó la barbilla con orgullo—. Tengo una peluquería, y ya sabes lo que ocurre: el lunes por la tarde conoceré todos los detalles.
Edward se pasó la mano por el pelo y maldijo entre dientes.
—Salíamos juntos cuando estábamos en el instituto. ¿Te basta con eso?
—¿No estás poniéndote a la defensiva? —preguntó con dulzura—. No soy tonta, Edward. Sé que la amabas.
¿Amarla? Estuvo tan loco por Bella que perdió la razón. Cuando se fue sin dar ninguna explicación, pensó que moriría de pena. Durante semanas estuvo intentando averiguar adonde había ido.
—¿Qué saben los jóvenes del amor? —preguntó irritado.
—A veces, demasiado —respondió Tanya.
—No quiero hablar de eso.
—Eso está claro, Edward, pero no puedo permitir que las cosas sigan así. No puedo pensar que tú y yo tenemos un futuro juntos y después descubrir que todavía estás enamorado de tu novia de juventud.
Edward pensó en el anillo de compromiso que había comprado. Había estado seguro de que podría apartar de su mente a Bella, casarse y formar una familia. Pero en aquel momento se encontraba en un callejón sin salida. No podía pensar con claridad.
—¿Edward? —Tanya lo miraba fijamente, esperando respuestas.
Edward se odió por la pena que vio reflejada en sus ojos. Tanya era una buena persona y no merecía que la hirieran.
—Tal vez será mejor que no nos veamos por un tiempo, Tanya —dijo, haciendo un gran esfuerzo—. Hasta que terminen las fiestas y pueda aclararme.
—Llámame cuando lo hayas pensado —dijo con voz temblorosa. Abrió la puerta y entró.
Edward sintió una gran frustración al volver a la camioneta, que tenía el motor en marcha. Pensó que eso quería decir mucho. No se había molestado en apagar el motor. En cambio, días antes, se hubiera quedado hasta poco antes de que saliera el sol.
Se sentó ante el volante y se alejó. Detuvo la camioneta enfrente de su casa.
No solo había herido a Tanya, sino que había sacudido antiguas sensaciones que no quería afrontar. Desde que Bella y él habían subido a ese trineo, la deseaba.
Abrió la puerta, entró y la cerró con fuerza. En lugar de colgar el abrigo, lo arrojó hacia el perchero. Se dirigió al salón, hacia el mueble donde guardaba las bebidas. Se sirvió un brandy doble.
Entró en el estudio de su abuelo, y buscó hasta encontrar el anuario del instituto.
Se sirvió un poco más de brandy y llevó el anuario al escritorio. Se sentó en el sillón y hojeó las páginas hasta encontrar las fotografías de Bella.
Ella había sido la reina aquel año, y había muchas fotografías suyas.
No pudo evitar sonreír al leer el encabezamiento de las páginas siguientes: Bells, sobre Bells
—Amén —dijo en voz alta, y volvió a fijar la mirada en la fotografía de Bella durante un día de excursión. Aquella tarde, la había llevado a su habitación y le había hecho el amor con pasión, y ella había respondido sin control. El recuerdo lo hería. Cerró el anuario con fuerza y lo lanzó sobre el escritorio.
Tenía que recordar que Bella había demostrado, sin lugar a dudas, que solo le importaba ella misma. Había traicionado a gente que confiaba en ella, para lograr sus objetivos. Aunque hubiera madurado, no era probable que hubiera cambiado de una manera fundamental.
Bella quería a Renesmee, y eso significaba que tendría que ponerse en guardia. A pesar de que ella aseguraba que no molestaría a la niña, no podía hacerse ilusiones.
Llamó a la comisaría para decir que no iría, se puso el abrigo y montó en la camioneta.
Sabía que Bella tenía un apartamento y sabía dónde estaba, pero el instinto lo llevó hacia el restaurante. La vio a través de la ventana, sentada, con la cabeza inclinada sobre un libro.
Furioso consigo mismo y con ella, aparcó la camioneta y se dirigió hacia la puerta. El letrero de «cerrado» estaba colocado en la puerta, pero Bella le abrió de inmediato. Al ver sus ojos azules, Edward olvidó todo lo que quería decirle.
—¿Qué he hecho ahora? —preguntó Bella con una sonrisa triste, y volvió a cerrar la puerta con llave. Regresó a la mesa en la que estaba sentada revisando los impuestos de Renee.
Edward se sirvió un café y se acercó a ella. Se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de la silla. Se sentó.
—Solo quería decirte que Renesmee se lo ha pasado muy bien esta noche.
Bella comprendió que eso no era lo que quería decirle, y la expresión de sus ojos le hizo sentir un jubilo extraño.
—Es una niña maravillosa —comentó—. Irina y tú habéis hecho un buen trabajo con ella.
Edward se relajó al oírla y bebió un poco de café.
—La gente piensa que Irina es un poco rara, pero ella haría cualquier cosa por Renesmee, y la niña lo sabe. Eso le da mucha seguridad.
Era agradable poder hablar así con Edward, y Bella sintió un nudo en la garganta.
—Jasper y yo tuvimos eso, aunque nos faltaran otras cosas —comentó—. Sabíamos que mamá estaba entregada a nosotros de corazón.
Edward se movió en la silla. Parecía un poco incómodo.
—No recuerdo bien a mis padres —dijo—. Emmett era mucho mayor que yo, y el abuelo se dedicaba a lo suyo. Ya sabes, él y yo nunca nos hemos llevado muy bien.
—He oído decir que tu abuelo ha sufrido un par de ataques y ha tenido que ser enviado a un hospital. Lo siento —era verdad, aunque no sentía remordimiento por haber odiado a Anthony Cullen durante tanto tiempo.
—Está bien cuidado —comentó Edward evitando mirarla a los ojos.
Bella fijó la vista en los impresos que estaba examinando, mientras pensaba en algo que decir. Edward se levantó. La idea de que se fuera la alarmó, y se enfadó por desear que se quedara. Pero Edward no se fue, sino que se acercó a la máquina de los discos y se apoyó en ella, estudiando los títulos de las canciones.
Bella oyó que caía una moneda por la ranura. Edward había seleccionado la melodía que sonaba en la radio cuando hicieron el amor por primera vez en el lago. Cerró los ojos, sintiendo que una avalancha de emociones la dominaba.
Edward la agarró de la mano y la levantó. La estrechó en sus brazos y bailaron. Bella estaba dominada no solo por los recuerdos, sino también por Edward. Quería derretirse contra él, ser parte suya.
Edward la acercó más. El contacto era tan dulce que los ojos de Bella se llenaron de lágrimas y suplicó en un susurro:
—No hagas esto. Por favor…
Edward le puso un dedo en la barbilla y se la levantó. Las palabras que pronunció fueron las primeras palabras dulces que había dicho desde que Bella había vuelto a Forks.
—Lo único que quiero es abrazarte, Bella.
Eso no era lo único que quería. Bella había sentido su deseo cuando se cayeron del trineo, y podía sentirlo en aquel momento otra vez. Intentó razonar.
—Esto no está bien. Estás comprometido.
Edward la hizo dirigirse hacia el interruptor de la luz. Apagó la luz, de modo que solo los iluminaba la luz de la calle. Terminó la canción y empezó otra vez. Inclinó la cabeza para acariciarle el cuello.
—No estoy comprometido —le susurró—. Nunca le he pedido a Tanya que se case conmigo, y esta noche le he dicho que necesito tiempo.
Bella se estremeció. Se obligó a recordar que eso no significaba nada; aunque la abrazaba con ternura en ese momento, una parte de él la odiaba y no dudaría en vengarse de la manera en que le fuera posible.
—Edward, vete a casa —le pidió—. No deberías estar aquí.
Él le deslizó una mano por la espalda y la apretó contra él. Bella no podía dar un paso hacia atrás. Sentía que sus pezones palpitaban bajo la blusa.
Entonces Edward la besó y, en lugar de luchar, Bella lo recibió con gusto, deslizando los brazos por su pecho y enterrando los dedos en su pelo. El besó terminó, pero Edward no se apartó. Mordisqueó los labios de Bella y levantó una mano hasta sus senos, acariciándolos con los dedos, deslizando el pulgar por el pezón.
—Ven a casa conmigo —le suplicó Edward en un murmullo—, o te haré mía aquí mismo.
Esas palabras hicieron que Bella recuperara el sentido.
—Edward, ya no tenemos dieciocho años y no vas a vengarte de mí llevándome a tu cama.
Edward la agarró por la cintura y la atrajo hacia delante.
—¿Recuerdas lo que hemos sentido cuando me he caído encima de ti en la nieve? Me ha sorprendido que no convirtiéramos toda la colina en aguanieve.
Edward tenía razón, algo ardía entre ellos. Él podría poseerla, si lo deseaba, y Bella lo despreciaba por ese poder.
—Vete —le ordenó, haciendo uso de sus últimas fuerzas.
Edward retrocedió.
—Quiero cenar contigo el lunes por la noche —le pidió—. Tenemos que hablar.
—Solo… acerca de Renesmee —Bella todavía no podía hablar con normalidad.
Edward le tocó levemente la punta de la nariz en un gesto amistoso.
—Sin promesas —susurró, con voz ronca. Abrió la puerta y se fue.
Bella pasó el domingo trabajando en el restaurante, y ayudando a Renee y a Phil a llevar a su nueva casa algunos regalos de boda que les habían llegado. Al día siguiente empezaba a trabajar en el banco.
Tenía un despacho pequeño, y mucha gente quería solicitar créditos, puesto que Forks parecía estar viviendo una época de prosperidad. Por lo tanto, la mañana transcurrió con rapidez.
Comió en la cafetería, con algunas de las secretarias y empleados; después, atendió el trabajo pendiente que había dejado la anterior ayudante del señor Stanley.
Fue una sorpresa, cuando a las tres menos cuarto la puerta de la oficina se abrió y Renesmee asomó la cabeza.
—¿Te molesto? —preguntó la niña.
—Por supuesto que no —respondió Bella—. Pasa.
Renesmee estudió la oficina.
—Bonito lugar —comentó.
Bella le señaló una silla.
—Siéntate, si quieres.
La niña se sentó enfrente del escritorio y se desabrochó el abrigo. Aunque era la viva imagen de la bisabuela de Bella, se parecía también a Edward y a ella. La mirada era la de Edward, y la voz la suya, pensó Bella.
—Soy adoptada —anunció Renesmee sin preámbulo.
Bella agradeció estar sentada, porque sus piernas no hubieran logrado sostenerla en ese momento.
—Comprendo —dijo finalmente. Recordó que Irina le había contado que Renesmee pensaba mucho en sus padres verdaderos.
—Claire Young dice que mi mamá y mi papá no me querían, y que por eso me regalaron.
Bella sintió un deseo momentáneo de sacudir a Claire Young, pero recuperó el control.
—Estoy segura de que eso no es verdad —dijo—. Hay muchos, muchos motivos, por los cuales la gente da en adopción a los bebes, Renesmee. A veces, son demasiado jóvenes e inmaduros —«y miedosos», añadió para sí.
Renesmee suspiró. Parecía querer aceptar las palabras de Bella. Parecían sentirse atraídas mutuamente.
—Voy a participar en el programa navideño en la iglesia —informó la niña.
Bella sonrió y se relajó un poco.
—Lo sé. Te he visto ensayar.
Aquello pareció agradar a Renesmee, pero enseguida frunció el ceño.
—Es probable que mi traje de ángel no quede muy bien. La tía Irina cosía en una de sus vidas anteriores, pero ya no sabe cómo hacerlo.
Antes de que Bella pudiera decir nada, llamaron a la puerta y entró Edward. Su expresión parecía indicar que la había atrapado haciendo algo malo. Si Renesmee notó la tensión que había en el despacho, no lo demostró.
La niña saludó.
—Hola, tío Edward —se levantó y lo abrazó.
Él también la abrazó, aunque sus ojos estaban fijos en Bella, evidenciando sus sospechas.
—¿Por qué no me esperas en el coche? —preguntó a la niña—. Quiero hablar con la señorita Swan.
Con pesar, Renesmee se despidió de Bella y se fue.
—Ha hecho un buen trabajo de detective —comentó Bella—. ¿Cómo has sabido que estaba aquí?
—Sé todo lo que pasa en el pueblo, por lo tanto no intentes ocultarme nada.
Bella partió en dos en lápiz que tenía en las manos, aunque aparentaba amabilidad.
—¿Por qué actúas como si estuviera a punto de secuestrarla e irme a Sudamérica? Solo estábamos charlando.
—Tienes la costumbre de desaparecer en los momentos más inoportunos —dijo Edward—. No dejaría nada cerca de ti.
—Entonces parece que no tiene sentido que vayamos a cenar esta noche. Ya has marcado las líneas de batalla —dijo.
Edward suspiró y se volvió para mirar por la ventana del despacho. Nevaba otra vez.
—Tal vez he exagerado —dijo en voz apenas audible. La miró por encima del hombro—. No sé si puedo hablar de esto contigo, Bella, cuando ni siquiera he logrado solucionarlo.
—¿Le has dicho a Renesmee que eres su padre?
—No —dijo, y se cruzó de brazos—. Renesmee es una niña inteligente. No tardaría en averiguar quién es su madre.
—¿Y qué tiene de malo? —preguntó Bella.
Edward se alejó de la ventana, cruzó la pequeña oficina y abrió la puerta.
—Me gustaría darte una lección sobre todo lo que no quiero que hagas —respondió él—. Te recogeré a las seis, y cenaremos en Port Angels.
Bella no podía comprender por qué no se negaba a salir con él.
—De acuerdo —respondió—. ¿Sabes dónde vivo?
Edward arqueó una ceja.
—Sé donde vives —contestó con arrogancia.
A las cinco, Bella salió de la oficina. Unos minutos más tarde, llegó a su apartamento.
Se quitó el traje y se duchó. Se secó el pelo y se puso una falda larga negra y plisada, y un jersey del mismo color, con hilos plateados. Acababa de maquillarse cuando sonó el timbre de la puerta.
Fue a abrir. Edward estaba muy guapo. Vestía pantalones negros y un suéter de color crema. La estudió con detenimiento y Bella deseó tener una excusa para tocarlo, pero no la encontró.
—Estás muy guapo —dijo.
—Tú también —respondió él. Al principio, fue como en los viejos tiempos, Edward la ayudó a ponerse el abrigo y la agarró por el codo para acompañarla hasta el coche.
—¿No has traído la camioneta? —preguntó ella mientras subía al coche.
Edward cerró la puerta y después lo rodeó para sentarse ante el volante.
—Solo lo mejor para ti —dijo. Encendió la calefacción y de la radio CD salió una suave música.
—El coche de tu abuelo… —comentó Bella—. Fuimos al baile de graduación en este coche, ¿verdad?
Inmediatamente se arrepintió de haber hecho ese comentario. Edward la miró detenidamente antes de asentir y empezar a conducir. Habían hecho el amor aquella noche después del baile, y estaban tan desesperados que ni siquiera se habían desnudado del todo.
Bella cambió el tema y apagó la calefacción.
—¿Piensas que continuará nevando de esta manera?
—Es probable que hasta febrero o marzo. Supongo que ya no estás acostumbrada.
—Edward, me siento perdida, necesito un poco de ayuda —comentó.
Edward le dirigió una mirada que encendió sus sentidos, y sus recuerdos. Estaba diciéndole con los ojos que no era ayuda lo que necesitaba.
Bella hizo otro intento por entablar una conversación normal y preguntó:
—¿Te gusta tu trabajo?
—¿Estabas enamorada del tipo que has dejado en Portland?
Bella se puso a la defensiva.
—¿Cómo te has enterado?
—Te he preguntado si lo amabas.
—No… sí… ¡No lo sé! —¿cómo podría decirle que no había amado a otro hombre que no fuera él?—. Esto no es justo. ¡Has olvidado que íbamos hablar de Renesmee!
—Al menos, sé que no soy el único hombre al que has abandonado. ¿Cuántos hay?
Bella sintió ganas de pegarle, pero la carretera estaba resbaladiza y podría perder el control del coche, por lo que apretó los puños y se contuvo.
—Llévame a casa —le pidió.
—Lo haré… cuando termine la noche, cuando hayamos aclarado algo… cualquier cosa.
Se alejaron de los límites del pueblo y subieron por la carretera bordeada de árboles que llevaban a Port Angels. Bella se sorprendió cuando Edward salió de la carretera y se dirigió a un área apartada de descanso.
Edward apagó el motor y la luces. Cuando los ojos de Bella se acostumbraron a la oscuridad, pudo verlo con bastante claridad. Entonces Edward dijo:
—Me estás volviendo loco —como si eso explicara todo.
—Pon en marcha el coche —le ordenó, a punto de dejarse dominar por el pánico. Era una mujer fuerte, pero Edward Cullen siempre había sido su punto débil—. Quiero ir a casa.
—Sé muy bien lo que quieres, y también lo sabes tú. Tal vez no logremos nada durante el resto de nuestras vidas, hasta que hayamos atendido este asunto.
—Edward, si me obligas…
—No tendré que obligarte —le indicó él y le puso una mano en la nuca—. Los dos lo sabemos —apretó un botón y el respaldo del asiento bajó despacio, hasta que Bella quedó recostada. Antes de que pudiera hacer nada, él la besó, y apoyó una de sus manos en el muslo.
Edward le desabrochó el cinturón de seguridad y continuó besándola, mientras le levantaba lentamente la falda. Bella logró apartar su boca, aunque deseaba rendirse.
—Edward…
Edward le sacó el jersey por la cabeza, y le desabrochó el sostén. Emitió un sonido ronco y le tomó un pezón con la boca. La sensación hizo gemir a Bella y abandonarse de manera involuntaria. Edward encontró la parte superior de las medias y empezó a bajárselas despacio.
Todo sucedía con tanta rapidez como el descenso en trineo por McCalley's Hill, pero Bella no podía frenar. Hacía mucho que no disfrutaba de las caricias de Edward y las deseaba con desesperación.
Edward le acarició el interior de los muslos y Bella volvió a gemir, murmurando:
—Oh, Edward…
Él inclinó la cabeza hasta colocarla entre sus piernas, y su lengua y sus labios reemplazaron a sus dedos. Bella dejó escapar un grito apasionado y levantó las caderas.
Edward no demostraba piedad alguna; colocó las manos en su espalda y la atrajo más hacia él, tomando todo lo que ella tenía que dar. Volvió a recostarla en el asiento para acariciarle y besarle los senos.
Cuando vio que Bella se retorcía bajo sus manos y boca, Edward se deslizó y quedó recostado en el asiento, donde se bajó la cremallera. La sostuvo por las caderas mientras murmuraba palabras entrecortadas, mientras le hacía sentir todo el poder de su pasión y la poseía.
Bella buscó su boca musitando:
—Edward… Edward…
Edward le dio un beso breve y fiero que los fundió.
Bella emitió un grito y arqueó la espalda cuando él intensificó el placer inclinándola hacia delante y atrapando un pezón con la boca.
Cuando Bella se desplomó contra él, gritó:
—Maldición, Edward. ¿Ya estás satisfecho?
—Una pregunta extrañamente apropiada —dijo. La abrazó, hasta que los dos se recuperaron un poco.
Cuando Bella se dio cuenta de que él no solo se había quitado el abrigo, sino también el jersey, y que su propio abrigo estaba en un rincón del coche, le sorprendió no acordarse de nada.
Mientras Edward se ponía el jersey y levantaba el asiento, exclamó:
—¡Dios mío!
—Bella, ya está bien —dijo Edward.
Bella se secó los ojos con un pañuelo que sacó de la guantera, e hizo todo lo posible por arreglarse la ropa. Luego cerró la guantera y volvió a ponerse el cinturón de seguridad.
—Bueno, ya lo has probado —dijo furiosa: la voz le temblaba por culpa de las lágrimas—. ¡Para pasar un buen rato, un tipo solo tiene que llamar a Bella Swan!
Edward la silenció tomándole la barbilla con la mano.
—No vuelvas a decir eso. Te he hecho el amor porque quería hacerlo, no porque tratara de probar algo —hizo una pausa y respiró hondo—. Ahora, tal vez podamos hablar tranquilamente sobre el futuro de nuestra hija.
Edward sabe el punto débil de Bella y se aprovecho de eso , el la ama de eso no hay duda y Bella aun que se hace la fuerte con el no puede, porque también la ama ❤😉😜😘💕 Gracias
ResponderEliminarParece que Edward ya conoce que Bella se derrite con él, pero me duele mucho que sea así con ella, que se acueste con ella, pero que no confíe para nada en sus intenciones 😥
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Me encanta edward pero en la forma como trata a bella , aunque el no sabe la verdad y está dolido con ella tmb ... gracias me encanto el capituló hasta el siguiente... xoxo
ResponderEliminarGracias por el cap. Espero que el abuelo de Edward le diga la verdad. Que Renesme también al enterarse de la verdad no se resienta con Bella. Y que algún milagro ocurra y aparezca Jasper vivo.
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