Capítulo 6: Nuevas y Mejores Oportunidades

Edward insistió y fueron a un restaurante de comida Italiana. En cuanto entraron, Bella se dirigió al tocador para arreglarse el pelo y retocar su maquillaje. Cuando salió, Edward la estaba esperando con un brillo de picardía en los ojos.

—No te preocupes —murmuró él, mientras seguían a la camarera hasta la mesa—. Nadie adivinaría que hace media hora me tenías controlado.

Bella se ruborizó y lo miró. Apretó los labios, mientras él le apartaba la silla para que se sentara.

—Tú me has seducido —le indicó, cuando estuvieron a solas con los menús y la vela encendida entre ellos.

—Tal vez —dijo él, y se inclinó hacia delante, sonriendo—, pero cuando te has excitado, has estado encantada de seguir el juego.

—He venido aquí para hablar de Renesmee —le recordó.

—A propósito —arqueó las cejas—. ¿Estás tomando alguna precaución para el control de la natalidad, o acabamos de cometer el mismo error por segunda vez?

Bella siseó y cerró el menú con fuerza, dejándolo sobre la mesa.

—Es típico de ti preguntar después de la acción. Sí, tengo un DIU, y además, no considero a Renesmee un error.

—Creo que vamos a aclarar muchas cosas esta noche —respondió Edward entre dientes.

Regresó la camarera y los dos pidieron filete con patatas fritas y ensalada. Bella se preguntó por qué no podían estar de acuerdo en otra cosa que no fuera la comida y el sexo. Ninguno volvió a hablar hasta que les llevaron las ensaladas.

Entonces Edward comentó:

—Supongo que las cosas eran bastante serias entre ese Mike y tú, si tienes un DIU.

—Supongo que las cosas también son muy serias entre Tanya y tú, puesto que todo el pueblo sabe que le has comprado un anillo de compromiso.

—Tanya y yo hemos terminado —dijo Edward, mientras pinchaba un trozo de lechuga con el tenedor.

Bella sonrió.

—¡Qué coincidencia! También hemos terminado Mike y yo. ¿Por qué estamos hablando de ellos?

Edward se encogió de hombros intentando mostrar indiferencia, pero no engañaba a Bella. Había herido su ego masculino el enterarse de que había tenido una larga relación con otro hombre.

Minutos después, Bella dijo:

—Creo que deberías decirle a Renesmee que eres su padre. Debe de haber sido muy duro para ella perder a Emmett y a Rosalie.

Edward suspiró. La expresión de sus ojos era triste.

—Lo ha sido. No me importa admitir que también para mí ha sido difícil. Emmett siempre andaba metido en política; sin embargo, siempre tenía tiempo para mí.

Bella sintió un nudo en la garganta. Sabía lo cerca que alguien podía estar de un hermano, y lo mucho que dolía perderlo. Una parte de ella todavía estaba junto a la tumba de Jasper, observando con incredulidad cómo bajaban el ataúd, dolida porque un error estúpido de otro piloto le había quitado la vida.

Al ver la expresión de Bella, Edward extendió una mano y la cerró sobre la de ella, diciendo:


—Si Emmett y Jasper estuvieran aquí, nos dirían que dejáramos de preocuparnos por la muerte y pensáramos en vivir.

—Lo sé —dijo.

Mientras tomaban el café, Edward tocó el tema de su hija.

—¿Por qué es tan importante para ti que le diga a Renesmee que soy su padre?

—Los niños tienden a averiguar cosas como ésa, y cuando lo hacen se sienten muy mal porque nadie les ha dicho la verdad.

—¿No hay motivos ocultos? ¿Cómo querer que ella deduzca que, si yo soy su padre, tú debes de ser su madre?

—Me encantaría que Renesmee supiera quién soy, pero me importan más su felicidad y bienestar.

—Es eso, o tienes algún pariente rico en algún sitio y la única manera de heredar es probando que has tenido hijos.

Las palabras de Edward fueron como una bofetada para Bella.

—¿Tanto daño te he hecho? —preguntó cuándo se recuperó.

—Sí —respondió él fríamente—. Tenía dieciocho años, Bella, y era muy ingenuo. Me dijiste que me amabas. Cuando huiste sin decirme por qué habíamos terminado, el dolor era tan
grande que no podía estar quieto, me consumía como el fuego. Hice todo lo posible por encontrarte, pero nadie quiso ayudarme, incluyendo Jasper y tu madre —hizo una pausa—. Nunca olvidaré el día en que tuve que darme por vencido. Emmett me había llevado a pescar, tratando de distraerme de mi pena. Me dijo que si no le hablaba a alguien de mis sentimientos, nunca se alejarían, sino que empeorarían. Yo solté mi caña de pescar y grité que el dolor era muy grande. Cuando Emmett me abrazó, lloré como un niño de dos años.

—Supongo que no sirve de nada decir que lo siento, que yo también sufrí.

Edward colocó dos billetes sobre la mesa para pagar la cena y se recostó en la silla. 

Sus ojos expresaban frustración. Se levantaron.

—Tal vez algún día ayudará —respondió en voz baja—. En este momento, siento como si todo hubiera sucedido el martes pasado.

Antes de salir, ayudó a Bella a ponerse el abrigo y después se puso el suyo. Aunque se comportaba educadamente, algo en sus maneras hizo que Bella se estremeciera.

Sintió vergüenza al comprender que a pesar de lo que decía, Edward le había hecho el amor aquella noche para vengarse. Ella no le importaba, y era probable que no la deseara realmente, pues él podía tener a su disposición cualquier mujer soltera de Forks.

—No debemos vernos, Edward —comentó cuando él detuvo el elegante coche antiguo enfrente de su edificio.

Edward tenía la mirada fija al frente.

—He intentado decírtelo —respondió—. Por tu bien, Bella, por el de Renesmee y por el mío. Por favor, deja este asunto. Regresa a Portland con tu novio y olvida que hace diez años tuvimos un hijo.

Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas. En cierta forma, pensaba que Edward tenía razón, debía irse, pero sabía que no podría hacerlo. El conocimiento de la existencia de Renesmee la tendría presa durante el resto de su vida.

—Puedo dejar de hablar contigo —dijo, desabrochándose el cinturón de seguridad. Abrió la puerta del coche—, pero no puedo dejar a mi hija. No lo haré.

Empezaba a alejarse cuando Edward la alcanzó y la tomó del brazo. Él no sentía pesar al romperle el corazón y pisotearlo, pero no permitía que una mujer caminara hasta su puerta sin ser acompañada, se dijo Bella.

Metió la llave en la cerradura y abrió. Hubiera entrado sin decir palabra si Edward no la hubiese detenido y la hubiera obligado a darse la vuelta.

—¡Deja a Renesmee en paz, Bella! No quiero verla sufrir cuando decidas que te has aburrido de Forks y necesitas mudarte.

Bella deseó darle una bofetada, pero la furia era tan grande que prácticamente la paralizaba.

—Lo siento, pero vas a tener que verme por aquí, y será mejor que te hagas a la idea —entró.

Edward maldijo. Metió las manos en los bolsillos del abrigo y regresó al coche.




Durante toda la noche, Edward estuvo dando vueltas en la cama. Deseaba sentir a Bella a su lado, y también deseaba estrangularla. Ella era como una fiebre que empezaba en su cerebro y se sentía por todo el cuerpo, destruyendo su razón.

Después de ducharse y afeitarse, se puso el uniforme y llamó a la comisaría para que supieran dónde podían localizarlo. Subió a la camioneta y apretó a fondo el acelerador. Condujo hacia la carretera principal. Y giró hacia la derecha. Se detuvo para ayudar a una joven pareja a sacar el coche de una zanja. Nadie había resultado herido, pero llevaban a un bebé y hacía mucho frío. En cierta forma, envidió la juventud e inocencia de la joven pareja. Apretó los dientes y pensó que, a esa edad, él hubiera peleado con todas sus fuerzas para mantener a Bella y a su hija a su lado.

A lo lejos pudo ver el hospital de ancianos. Había pasado la noche pensando en Bella y necesitaba distraerse. Victoria Sutherland, una enfermera con la que había estado saliendo antes de conocer a Tanya, lo saludó con una sonrisa.

—Hola, Edward. Qué mañana tan fea, ¿verdad?

—¿Ya se ha levantado mi abuelo? —preguntó él, después de sonreír.

—Ya ha desayunado, y está de muy buen humor. La última vez que lo vi estaba en su habitación.

La sonrisa de Edward se borró en cuanto se alejó de Victoria. Ni en sus mejores días Anthony Cullen era un hombre fácil de tratar. Estaba sentado junto a la ventana, en una silla de ruedas, con bata y pantuflas. Todavía tenía pelo, aunque la mayor parte era gris. Sus ojos y su mente estaban tan lúcidos como siempre, pero el resto de su cuerpo lo había traicionado.

—¿Abuelo? —dijo Edward desde la puerta.

—Hola, Edward —dijo el anciano, girando la silla de ruedas.

—¿Puedo entrar, o tengo que pedir una autorización? —preguntó, intentando sonreír.

—Pasa, pasa.

—¿Cómo te encuentras?

—Muy mal —respondió el anciano. Edward respiró hondo. No quería ser la causa de que el juez sufriera otro ataque; sin embargo, había cosas que quería saber.

—Bella Swan ha vuelto al pueblo —dijo. Pronunció las palabras con infinita precaución.

Esperaba una reacción y la obtuvo. Anthony lo miró a la cara y apretó las manos sobre los brazos de la silla de ruedas.

—Esa mentirosa, vulgar…

—Detente —le pidió Edward. No permitiría que la insultaran—. No quiero una dosis de tu veneno, abuelo, y juro que me iré de aquí y no volveré si no cuidas tu vocabulario.

Edward sospechaba que Anthony tenía pocas visitas, porque no tenía amigos, a excepción del viejo doctor Vulturi. Respecto a la familia, Emmett y Rosalie estaban muertos, y el juez había alejado a Irina con su mal humor. Ella se negaba a que Renesmee tuviera que soportar el temperamento del anciano, y Edward estaba de acuerdo.

—De acuerdo —murmuro Anthony. Permaneció en silencio mucho tiempo, y después añadió—: No debería haber vuelto. Prometió que no lo haría.

Edward cerró el puño, deseando golpear con él la mesita.

—Entonces, tú la obligaste a irse —dijo.

—Siéntate —pidió el anciano—. Me duele el cuello al mirarte, si estás de pie.

Edward acercó una silla y se sentó.

—De acuerdo, viejo malvado, empieza a hablar.

—Hubiera arruinado tu vida —insistió el abuelo. Estaba inquieto—. No hubieras ido a la universidad. Hoy no serías jefe de policía.

Edward se frotó los ojos y suspiró.

—Bella estaba esperando un hijo. Y tú la echaste, por culpa de tu maldito orgullo familiar.

—El hijo era tuyo —aceptó Anthony con amargura—. Lo supe en el momento en que vi a Renesmee. Sin embargo, hubiera podido ser de cualquier hombre del pueblo.

—Ten cuidado —le advirtió Edward. En aquel momento, comprendió que siempre había sospechado que Bella estaba embarazada, pero que nunca había buscado que nadie se lo confirmara.

Anthony temblaba de frustración e ira.

—Bella Swan no era la Rosalie de Emmett… no venía de una buena familia. Su hermano era prácticamente un criminal, y respecto a su madre…

—Bella era tan buena como cualquiera, abuelo —lo interrumpió Edward, enfadado—, y mejor que tú y yo juntos. Jasper no era peor que el resto de nosotros, y… No nos andemos con rodeos… no te gustaba Renee porque quisiste acostarte con ella y te rechazó.

Anthony permaneció en silencio, haciendo con fuerza los brazos de la silla. Finalmente dijo:

—Hice lo que debía, Edward. Emmett y Rosalie querían un hijo, y me aseguré de que lo tuvieran. Evité que cometieras el error de tu vida, joven ingrato.

Edward se levantó, fue al baño y llevó un vaso de agua fría a su abuelo.

—Bébelo despacio —dijo, dándole el vaso.

Era obvio que Anthony deseaba tirarlo, pero no lo hizo porque necesitaba el agua para calmarse. Bebió, sediento.

—Le pagué para que se fuera —murmuró. Aquellas palabras hirieron a Edward, aunque desde hacía tiempo había imaginado que Bella lo había vendido por dinero. Y oírselo decir a su abuelo confirmó sus sospechas—. Bella podría haber ido a buscarte, y contarte lo de tu hijo. Te hubieras casado con ella, pero los dos sabemos por qué no lo hizo. Porque le dije que te dejaría sin un centavo el día en que te casaras con ella, y que no os quería ni a ti ni al bebé si no podía tener el dinero de los Cullen también.

Edward se levantó y le dio la espalda. Estaba tan destrozado como el día que Jasper le dijo que Bella se había ido para siempre. Pero en aquella ocasión por lo menos contaba con Emmett para que lo ayudara.

El anciano continuó:

—¡Deberías darme las gracias de rodillas! ¡Te salvé de las maquinaciones de esa mujer!

Edward salió de la habitación, repitiéndose una y otra vez las palabras de su abuelo.




A la hora de la comida, Bella salió del banco y se fue directamente al cementerio de Forks. Aparcó el coche y fue hasta la tumba de Jasper.

La lápida estaba cubierta de nieve, pero su nombre se podía leer con claridad. Se metió las manos en los bolsillos del abrigo. Después de mirar a su alrededor y asegurarse de que estaba sola, empezó a hablar.

—Anoche, Edward y yo fuimos a cenar —con una mano enguantada se secó los ojos—. Fuimos en ese elegante y viejo coche de su abuelo, y… bueno… terminamos haciendo el amor en el asiento, como una pareja de adolescentes —dijo sollozando—. En realidad, no debería decir que hicimos el amor, puesto que Edward solo quería vengarse de mí.

Una brisa helada sopló entre los árboles desnudos y la despeinó. Intentó imaginar lo que Jasper diría si estuviera ahí, y no fue difícil. Jasper hubiera jurado encontrar a Edward Cullen y dejarlo sin dientes.

—La violencia no resolverá nada, Jasper —supuso que Jasper le habría dicho que no fuera tan dura consigo misma, que todos cometían errores—. Gracias —sacó un bastón de caramelo que le habían regalado en el banco y lo clavó como bandera en la nieve, encima de la lápida. Volvió al coche.

Regresó al banco a tiempo para una junta de personal. Durante el resto de la tarde estuvo muy ocupada y la hora de salida llegó antes de lo que esperaba.

Como no tenía ganas de estar sola en su casa se dirigió al restaurante. Renee había terminado su turno y Bella la encontró en su apartamento, acurrucada en el sofá, leyendo una novela de amor.

—Hola —saludó a su madre y, de pronto, empezó a llorar.

—Te preguntaría lo que te pasa, pero sé que es Edward —dijo Renee, y le acarició la espalda—. Siéntate, te prepararé una taza de té caliente para calmar tus nervios.

Bella se dejó caer en una silla sin preocuparse de quitarse el abrigo, y tiró el bolso al suelo.

—Me odia —apoyó la frente en la mano.

—Tonterías —dijo Renee desde la cocina—. Se muere por acostarse contigo y eso lo está volviendo loco.

—Ya nos hemos acostado —dijo, desesperada.

Diplomáticamente, Renee esperó unos segundos antes de responder.

—Supongo que no estamos hablando de hace diez años, cuando eras joven, ingenua y apasionada.

—¡Estamos hablando de anoche! —dijo Bella.

Renee apareció con un vaso de agua y dos aspirinas.

—Toma esto antes de que te duela la cabeza.

Bella se tomó las aspirinas y se sintió un poco mejor.

—Todo sería mucho más fácil, si no fuera por él —dijo.

—Cariño, por favor, no me digas que te has propuesto reemplazar a Renesmee teniendo otro hijo de Edward.

—¡Por supuesto que no! —gritó. Se quitó el abrigo y lo dejó descuidadamente sobre el respaldo de la silla.

Renee volvió a la cocina.

—Bueno, entonces… ¿qué ha pasado?

—Nunca he sido así con ningún otro hombre —dijo, furiosa—. Por algún motivo, lo único que tiene que hacer es besarme y me vuelvo loca.

Renee arqueó una ceja y le entregó la taza de té. Se sentó frente a ella.

—Si te sirve de consuelo —le dijo—, Ángela Weber tiene el mismo problema con su novio.

—No me sirve de consuelo —aseguro Bella.

Renee suspiró.

—Cariño, ya te lo advertí: como dicen en las películas del Oeste, este pueblo no es lo suficientemente grande para vosotros dos. Como Edward tiene una mansión, un aserradero y la mitad de las propiedades del condado, no es probable que se vaya. Eso significa…

—Lo sé, lo sé —la interrumpió Bella—. Tengo que irme o aprender a tratar a nuestro ilustre jefe de policía.

—Así es —ratificó Renee. Estaba tan acostumbrada a escuchar los problemas de los demás que difícilmente podía encontrarse a alguien mejor para dar buenos consejos.

—Gracias, mamá.

—¿Por qué?

—Por no juzgarme. Hasta que no formen un grupo de terapia llamado «Los Damnificados de Edward», me temo que voy a tener que aprender a superarlo yo sola.

Renee rio y dijo.

—En tu caso, creo que el padecimiento puede ser incurable. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que tal vez todavía estás enamorada de ese hombre?

Bella abrió exageradamente los ojos, alarmada por la sugerencia. Aquella posibilidad nunca se le había pasado por la cabeza.

—No. ¡No!

Renee se encogió de hombros y le preguntó si quería quedarse a cenar. Phil iba a llevar una enorme pizza.

—No quiero molestar —respondió Bella, y se levantó. Besó a su madre en la frente—. Gracias por todo, mamá. Te quiero.

Renee le estrechó la mano y dijo:

—Si te entran ganas de hablar con alguien, estaré aquí hasta las ocho. Después, Phil y yo vamos a ir a la casa nueva para organizar el trastero.

Bella prometió ir a buscarla si sufría otra crisis. Se fue andando hasta el aparcamiento del banco, donde la esperaba su coche. Irina salió de la librería y la saludó.

—Pareces medio congelada —comentó—. Entra, Renesmee y yo te quitaremos el frío.

Después de las últimas veinticuatro horas, el ofrecimiento era irresistible. Bella entró en la librería y encontró a Renesmee decorando un árbol artificial.

—Hola, Bella —saludó la niña con una sonrisa, y los ojos de Bella se llenaron de lágrimas.

Bella ocultó su reacción quitándose el abrigo y colgándolo.

—Hola —respondió finalmente—. Qué árbol tan bonito.

—Gracias —respondió Renesmee—. La tía Irina dice que es un desperdicio cortar uno natural. El tío Edward siempre lleva un árbol grande a la mansión. ¿Te quedas a cenar, Bella? La tía Irina ha dicho que te podía invitar, vamos a cenar comida china.

Bella miró a Irina, que sonrió y asintió.

—Me gustaría mucho —respondió suavemente. Extendió una mano para tocar a la niña, pero en el último momento la apartó. Avergonzada, se volvió hacia Irina—. ¿Puedo ayudar en algo?

—Acompaña a esta jovencita —respondió, señalando a Renesmee—, mientras yo preparo todo —salió de la tienda y subió al apartamento.

—La tía Irina es buena cocinera —aseguró Renesmee—. Piensa que al tomar comida de otros países se promueve la paz; por eso tomamos muchas comidas raras.

Bella sonrió y empezó a decorar la parte superior del árbol, a donde Renesmee no llegaba. No era nada fuera de lo común, padres e hijos lo hacían cada año, pero para ella era algo maravilloso.

—¿Qué le vas a pedir a Santa Claus? —le preguntó a la niña, aunque dudaba que creyera todavía en él.

—Santa Claus es el tío Edward —respondió Renesmee—, y ya tengo lo que quiero.

—¿El qué? —preguntó con un nudo en la garganta.

—Que el tío Edward no se case con Tanya.

—¿No te gusta Tanya?

—Sí me gusta, pero no creo que sea el tipo de mujer para el tío Edward.

—Comprendo —dijo Bella y sonrió.

—Quiero a alguien que me lleve galletas a la escuela, que entre en mi habitación y me abrace si tengo una pesadilla… como solía hacerlo mamá.

El corazón de Bella dio un vuelco, y sin poder controlarse se inclinó y besó la cabeza de Renesmee. Cuando se enderezó, vio a Edward al otro lado de la ventana de la tienda, observándola





3 comentarios:

  1. Espero realmente que Edward no se atreva a decir algo malo a Bella... porque ella solo quiere recuperar a la bebé que en algún momento quiso!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  2. Ese viejo hdp ni porque esta solo y nadie lo quiere dice la verdad y el tonto de Edward que le cree todo lo que ese cuervo le dice, porque mejor no le pregunta a Bella y sale de dudas , como dicen la sangre llama y Renesme y Bella se llevan bien , Gracias ❤😘💕

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