—¡Tío Edward! —gritó Renesmee, y corrió hacia él. Aparentemente, no notó su expresión taciturna.
Bella observó en silencio, y envidió a Edward por el afecto que le demostraba la niña.
—Hola, Ratón —respondió Edward y abrazó a la pequeña, dándole un ligero tirón a una de sus trenzas. Pero sus ojos no se apartaron un momento del rostro de Bella, y su expresión no era amistosa.
Irina apareció sonriendo, salvando la situación.
—Hola, Edward. ¿Quieres cenar con nosotras? Tenemos comida china.
Edward se frotó la barbilla. Por fin había dejado de mirar a Bella y sonreía a su prima.
—No, pero muchas gracias —respondió—. Todavía estoy de servicio —miró a Renesmee. Era como si Bella se hubiera vuelto invisible para él—. Este sábado voy a ir a buscar un árbol de Navidad. Me gustaría que vinieras, si quieres.
—¡Sí! —gritó Renesmee—. ¡Quiero ir! ¿Puede ir con nosotros Bella, por favor? ¿Y la tía Irina?
—El sábado tengo mucho trabajo —dijo Irina y negó con la cabeza.
Bella continuó de pie, avergonzada, sin saber qué decir. Era evidente que Edward no tenía intención de invitarla y podía disculparse diciendo que tenía que hacer las compras de Navidad ese día, pero la verdad era que quería ir a buscar un árbol de Navidad con ellos.
Edward guiñó un poco los ojos y la miró, como si sospechara que le había sugerido a Renesmee que la invitaran.
—De acuerdo —dijo.
Renesmee lo abrazó emocionada, y subió corriendo a buscar algo que quería enseñarle. Irina también desapareció.
Edward puso los brazos en jarras y le preguntó a Bella:
—¿Qué estás haciendo aquí?
Bella se apartó del árbol de Navidad y suspiró.
—¿Qué crees que estoy haciendo aquí? Estoy pasando un rato con Renesmee.
Edward la señaló amenazadoramente con el dedo, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, apareció Renesmee.
—Aquí está, tío Edward —le enseñó una hoja de papel—. Es un examen de matemáticas. Me han puesto un diez.
—Eso es maravilloso —dijo Edward y sonrió, tomó la hoja—. ¿Puedo quedármelo? Me gustaría ponerlo en mi despacho, para que todos se enteren de la niña tan inteligente que tengo… que eres.
—De acuerdo —dijo Renesmee y sonrió. Se volvió hacia Bella y dijo—: La cena está lista. Tía Irina ha dicho que cerremos la puerta con llave cuando se vaya el tío Edward.
Edward rio y se inclinó para besarla en la frente.
—Te veré mañana, pequeña —dijo. Intercambió una breve mirada con Bella, advirtiéndole en silencio que no sobrepasara sus límites. Bella respondió asintiendo y Edward se fue.
Cuando terminaron de cenar, Bella ayudó a Renesmee a lavar los platos y a hacer los deberes. Después le leyó un cuento antes de acostarla. Cuando le dio a la niña un beso de buenas noches y cerró la puerta del dormitorio, fue a buscar a Irina, que estaba sentada ante la mesa de la cocina.
—Gracias —le dijo.
Irina señaló la tetera que había en el centro de la mesa y sonrió.
—Sírvete —le ofreció—. Es tila, no te quitará el sueño.
—¿Por qué eres tan amable? —preguntó Bella y se sirvió de la tetera. Hablaba en voz baja para no despertar a Renesmee—. Quiero decir que… soy una extraña para ti.
—Reconozco rápidamente a una buena persona —dijo Irina—. Además, creo en las familias.
Bella se removió, incómoda. No estaba de humor para hablar de familias, no después de una noche que la había dejado desorientada y cansada.
Irina le acarició la mano y añadió:
—Tienes buenos sentimientos, Bella, y amaste en una ocasión a Edward. Si le das tiempo, él aceptará todo esto y empezará a comportarse de nuevo como un ser humano.
—Espero que tengas razón —dijo Bella y sonrió —, porque será muy difícil mi relación con Renesmee si Edward y yo no nos llevamos bien.
Hablaron sobre las distintas formas de celebrar la Navidad, y Bella estaba cansada y relajada cuando se fue a su casa.
—Supongo que ya has pensado todo lo que necesitabas pensar —dijo Tanya, adivinando el motivo de la visita de Edward. Edward hubiera querido dejar las cosas así, montarse en el coche y marcharse, pero su sentido del honor no le permitía una salida tan fácil.
Entró en el apartamento de Tanya y dijo:
—Lo siento —permaneció de pie en mitad del salón. Al ver las lágrimas que brillaban en los ojos de Tanya se sintió culpable, pues sabía que ella hubiera hecho cualquier cosa por controlarlas.
—¿Es Bella? —le preguntó.
—No estoy seguro —contestó encogiéndose de hombros—. La situación es bastante complicada.
—Me lo imagino. Hoy han entrado cinco personas en la peluquería para decirme que la llevaste a cenar anoche.
—Lo siento —volvió a decir. El recuerdo de la noche anterior sería un tormento dulce durante algún tiempo. Suponía que lo merecía.
Se dirigió hacia la puerta y Tanya lo siguió.
—Si no eres feliz con ella…
Edward le puso un dedo en los labios.
—No lo digas —dijo, y salió para siempre del apartamento de Tanya.
El miércoles, los hombres de la mudanza pararon en el banco para decirle a Bella que sus muebles ya habían llegado. El señor Stanley le dio el resto del día libre para que arreglara sus cosas. Cuando se fueron los hombres de la mudanza, se preparó un café.
Estaba saboreando el café e intentando decidir qué caja vaciaría primero cuando sonó el timbre de la puerta. Esperaba encontrarse con Renee o con Alice, por lo que le sorprendió ver a Renesmee en el pasillo.
—Hola —la saludó Bella, y se apartó para que la niña entrara.
—Hola —respondió Renesmee. Entró y se quedó de pie junto a la puerta. Llevaba un abrigo y unas botas y dejaba caer su peso en un pie y después en el otro.
—¿Sabe tu tía Irina que estás aquí? —le preguntó mientras le desabrochaba el abrigo.
—Se lo he dicho. Está con dolor de cabeza y ha tenido que acostarse.
—¿Puedo hacer algo por ella?
Renesmee negó con la cabeza.
—Nada funciona, solo paz y tranquilidad. Se supone que debo esperar en la comisaría y cenar con el tío Edward esta noche.
—¿Lo has llamado desde la escuela? —Bella se abrió camino entre las cajas para llegar a la cocina y prepararle un chocolate caliente a la niña.
—No —respondió, nerviosa—. Debe de estar afuera, cazando criminales. Iré a su oficina cuando salga de aquí.
—Creo que será mejor que lo llamemos —dijo Bella.
—Primero tengo que preguntarte una cosa —dijo Renesmee.
—¿Sí?
—¿Sabes coser? —preguntó.
Bella rio.
—Sí, un poco, ¿por qué?
—Porque voy a ser el único ángel sin disfraz, si no consigo que alguien me ayude —explicó Renesmee—. El tío Edward tiene algo en la cabeza… ni siquiera escucha la mitad de las preguntas que le hago… y la tía Irina solía ser costurera en Francia, durante una guerra. Fue una vida infeliz; y jura que nunca volverá a levantar una aguja…
Bella controló el impulso de abrazar a la niña y reír.
—Yo te ayudaré. ¿Tienes las indicaciones?
Renesmee asintió y la abrazó.
—¡Oh, gracias! —gritó. Corrió hasta donde estaba su abrigo y sacó una hoja de papel doblada, que contenía las indicaciones y una lista de materiales para el disfraz de ángel.
—Lo primero que tenemos que hacer —dijo Bella al leer el papel—, es llamar a tu tío Edward y decirle dónde estás. Después, iremos a Port Angels para comprar la tela.
Los ojos verdes de Renesmee brillaban de emoción.
—¡El centro comercial estará adornado para la Navidad! —exclamó la niña.
Bella asintió y sonrió. Levantó el teléfono y después de preguntarle a Renesmee el número, llamó, se identificó y pidió hablar con Edward.
—¿Bella? Soy el oficial Jacob. Edward ha salido a atender un aviso. ¿Puedo ayudarte?
Bella retorció el cordón del teléfono. Hubiera preferido darle el mensaje directamente a Edward, pero no podía esperar. Renesmee estaba entusiasmada con el proyecto.
—Dile, por favor, que Renesmee está conmigo. Que vamos a comprar algunas cosas a Port Angels.
—Se lo diré —dijo Jacob.
Bella le dio las gracias y colgó. Mientras se abrigaban para salir se olvidó de la existencia de Edward. No recordaba la última vez que se había entusiasmado tanto por algo.
Estaban saliendo de la ciudad en su coche deportivo cantando villancicos, cuando sonó una sirena detrás de ellas. Por el espejo retrovisor vio un coche de policía. Sabía que no había excedido el límite de velocidad, pero frunció el ceño y se retiró a la cuneta.
No le sorprendió que el oficial del coche patrulla fuera Edward. Bajó el cristal de la ventana y abrió la boca, pero él no le dio la oportunidad de hablar.
—Baja del coche —ordenó con tono cortante.
Bella miró a Renesmee y sonrió para darle seguridad, pues parecía sorprendida y preocupada.
—No te preocupes, cariño —le dijo a la niña—. Está claro que tu tío Edward no ha recibido el mensaje que le hemos dejado; voy a hablar con él.
Renesmee pareció aliviada.
—Hola, tío Edward —movió sus deditos.
Edward intentó sonreír. A pesar de que llevaba gafas oscuras, Bella sabía que estaba furioso.
—Hola —respondió él. Bella abrió la puerta y salió. Inmediatamente, Edward la agarró por el codo y la alejó del coche. Enseguida preguntó—: ¿Adónde la llevas?
Enfadada, se cruzó de brazos y levantó la mirada.
—A China, Edward —respondió—. Estábamos huyendo. Ha sido una desgracia que nos hayas atrapado.
—¿Sabes lo asustado que estaba?
—Lo siento. Renesmee ha ido a mi casa y me ha pedido que la ayudara con su disfraz de ángel. Te he llamado a la comisaría… lo juro. Te he dejado un mensaje. Le he dicho al oficial Jacob que Renesmee y yo nos íbamos al centro comercial de Port Angels.
Edward se dio la vuelta y puso los brazos en jarras. Bella sabía que estaba recuperándose. Volvió a mirarla y confesó:
—Pensaba que te ibas de la ciudad y que te llevabas a Renesmee.
A pesar de lo enfadada que estaba con Edward, sintió ganas de reconfortarlo.
—Edward, ya no soy una jovencita asustada. No voy a evaporarme, y nunca haría que tú o cualquier otra persona, sufriera angustiada la desaparición de una criatura.
—Volved a tiempo para la cena. Ten cuidado, las carreteras están peligrosas —dijo.
Bella sonrió.
—Será mejor que vayas a decirle a Renesmee que no ha pasado nada, o estará preocupada toda la tarde. Para ella es importante gustarte, Edward.
—Diviértete, cariño —lo oyó decir Bella, cuando se acercó para meterse en el coche.
—¿Íbamos demasiado rápido? —le preguntó Renesmee cuando continuaron su camino.
—No. No le han dado el mensaje que le hemos dejado, y estaba preocupado. A veces, cuando los padres… la gente se asusta, actúa como si estuviera enfadada.
—Entonces, el abuelo debe de estar asustado todo el tiempo —comentó la niña—. Siempre está enfadado.
—¿El abuelo? —preguntó Bella, antes de comprender que Renesmee se refería a Anthony Cullen, el abuelo de Edward. El odio que siempre había sentido por él se desvaneció, dando lugar a tristeza y pena.
—Su hijo era el padre del tío Edward y de mi papá —le explicó Renesmee con expresión adulta—. En esta época del año echo mucho de menos a mamá y a papá —suspiró.
Bella le acarició la rodilla.
—Conocí a tu papá, aunque no muy bien. Era un buen hombre. Fuerte, siempre sonriente.
—Solía perseguirme por la casa, intentando hacerme cosquillas —comentó la niña y rio.
Desde ese momento, hasta que llegaron al centro comercial de Port Angels, Bella mantuvo la conversación sobre Emmett y Rosalie. Hablar de ellos parecía ser un gran consuelo para Renesmee.
Cuando llegaron al centro comercial, Bella compró dos tazas de chocolate y se sentaron ante una mesa, mientras las bebían y planeaban lo que iban a hacer. La tienda estaba decorada y se oía música navideña. No se quedaron todo lo que les hubiera gustado, porque Edward quería que Renesmee llegara a tiempo para la cena. Cuando salieron del centro comercial estaba nevando.
Cuando volvieron al pueblo, encontraron el coche de Edward aparcado frente al restaurante de Renee. Edward estaba junto a la barra.
Renesmee corrió a su lado para enseñarle todo lo que habían comprado y dijo:
—Voy a ser el mejor ángel del mundo.
—Si Renesmee puede ir a mi casa mañana podré empezar a coser su disfraz —indicó Bella.
Edward abrazaba a Renesmee, como si temiera dejarla ir, y no la miró cuando le contestó.
—Tendrás que hablar con Irina.
Con los ojos llenos de lágrimas, Bella se apresuró a salir del restaurante.
—¿Por qué no te gusta Bella? —preguntaba Renesmee una hora después, cuando Edward y ella estaban sentados ante la mesa del enorme comedor de la mansión, cenando su plato favorito.
A Edward se le ocurrió dar alguna evasiva, pero tuvo la extraña sensación de que Emmett estaba en aquella habitación y que lo urgía para que dijera la verdad. Se pasó la mano por el cuello.
—No es que no me guste, Ratón.
—Eras su novio. He visto fotografías en tu anuario, y Bella y tú os besabais.
Edward rio, aunque se sintió infinitamente triste.
—Sí, solíamos besarnos. ¿Y eso qué?
—¿La querías? —preguntó Renesmee.
Edward intentó mentir, pero no pudo hacerlo.
—Sí, preguntona, la quería. ¿Hay algo más que quisieras saber?
Renesmee lo sorprendió asintiendo y diciendo muy seriamente:
—Sí. Me gustaría saber quién me tuvo, antes de que papá y mamá me adoptaran.
Edward apartó la mirada. Tenía la esperanza de que Renesmee ya se hubiera olvidado de eso.
—¿Eso es importante? —le preguntó—. Tu mamá y tu papá te quisieron mucho.
—Importa —respondió la niña con tono solemne—. Algún día, encontraré a mi verdadera mamá.
—Rosalie Cullen era tu verdadera mamá —dijo Edward. Los ojos de su hija parecían muy tristes y Edward pensó que quizá la pequeña se acordaba más de sus padres en Navidad.
—Solo quiero preguntarle a mi mamá por qué me abandonó —estaba a punto de llorar.
Edward suspiró y apartó su plato.
—Era muy joven, Renesmee, no sabía cómo cuidarte.
—El abuelo me dijo que tenía dieciocho años. Las mujeres se casan y tienen hijos a esa edad.
—Confía en mí —dijo Edward y suspiró—. Tu madre no era lo suficientemente adulta como para cuidar a un bebé.
—¿Tenía marido? —preguntó Renesmee.
—No. Quiero decir, no creo.
Renesmee entrecerró los ojos.
—¿Sabes lo que pienso, tío Edward? Creo que tú sabes quién es mi mamá.
¿Cómo podría mirar a la cara a la niña y negarlo? Edward se levantó y empezó a recoger los platos, evitando mirar a Renesmee.
—¿Cómo iba a saberlo? —se dirigió hacia la cocina. Sintió que la mirada sospechosa de Renesmee lo seguía.
Edward no volvió al comedor hasta que consiguió controlar los nervios. Cuando lo hizo, Renesmee había sacado los libros del colegio y estaba haciendo los deberes. Edward agradeció que, al menos por el momento, el tema de la paternidad se le hubiera olvidado.
Sonó el teléfono cuando estaban haciendo el último problema de fracciones, y Edward contestó.
—Cullen —esperaba que lo llamara alguien de la oficina.
—Edward, soy Irina. El dolor de cabeza no mejora. ¿Podrías quedarte con Renesmee esta noche?
—Claro. Tal vez deberías llamar al doctor Vulturi para que fuera a visitarte —sugirió.
—¿Ese viejo matasanos? No permitiría ni que me cortara las uñas. Además, sé que por la mañana estaré mejor.
—Llama si necesitas algo —se despidió de su prima y colgó—. Irina quiere que duermas aquí esta noche —le dijo a Renesmee—. Todavía no se encuentra bien.
Renesmee se relajó de forma visible, y Edward comprendió que había esperado malas noticias. Le rompió el corazón comprender que la niña apenas tenía nueve años y ya estaba preparada para afrontar la desgracia.
—Tal vez necesite ir al hospital —comentó Renesmee.
Edward le besó la cabeza.
—Se va a curar pronto, cariño —prometió—. ¿Has terminado el último problema? —la niña asintió y cerró los libros—. ¿Qué quieres hacer ahora?
—Vamos a sacar los adornos de Navidad del desván —dijo, y su rostro se iluminó—. Así estaremos preparados para decorar el árbol cuando llegue.
Edward suspiró con dramatismo, pero le gustó la idea tanto como a Renesmee.
—De acuerdo, pero mañana tienes que ir a la escuela, y no debes acostarte muy tarde.
—No te preocupes, tío Edward —dijo Renesmee y sonrió.
Primero sacaron las figuras del belén. Estaban hechas a mano en Italia, antes de que él naciera, y había construido el portal con Emmett cuando eran pequeños.
Cuando colocaron el belén presidiendo el salón desde la chimenea, volvieron al desván para buscar las cajas con los adornos y las luces para el árbol.
Edward tarareaba un villancico mientras se sentaba en el suelo para desenredar los cables de las luces. Renesmee los conectó, y de pronto, Edward se vio envuelto en luces de colores. Rio y dijo:
—No eres ninguna ayuda.
Renesmee se acercó y apoyó la cabeza en su hombro. Edward se sorprendió cuando la niña dijo:
—Creo que mi verdadera mamá y mi verdadero papá han vivido aquí.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó, y continuó desenredando las luces.
—Es solo una sensación —respondió Renesmee—. ¿Sabes quién es mi papá, tío Edward?
—Sí, Ratón, lo sé —respondió con voz ronca, sin saber por qué lo hacía. Solo estaba seguro de una cosa: mentirle a esa criatura era imposible.
—¿Quién es?
Edward respiró hondo, apartó las luces de Navidad y sentó a Renesmee en sus piernas. La niña lo miraba a la cara con absoluta confianza.
—Soy yo —dijo, y la abrazó con fuerza.
Renesmee no pareció impresionada, ni sorprendida.
—¿Por qué me diste a papá y a mamá?
—No lo hice, exactamente —dijo, y colocó la cabeza de la niña debajo de su barbilla—, pero salió bien, ¿verdad? Quiero decir, que tu papá y tu mamá te quisieron de verdad, y te cuidaron muy bien.
Renesmee lo miró a los ojos.
—Pero ellos se han ido. Si tú eres mi papá, sabes quién es mi mamá. Dímelo, tío Edward… por favor.
Edward negó con la cabeza. No podía soportar más tensión emocional; además, necesitaba tiempo para pensar, antes de darle a Bella un lugar permanente en la vida de Renesmee. Bella había jurado que había cambiado, pero tenía la costumbre de desaparecer cuando alguien empezaba a quererla con todas sus fuerzas.
—No puedo hacerlo, cariño. Al menos, no esta noche. Desde este momento, voy a pedirte que confíes en mí y que creas que voy a decírtelo cuando sea el momento adecuado.
Renesmee le besó la mejilla y volvió a apoyar la cabeza debajo de su barbilla.
—Te quiero, tío Edward.
A renesme no se le pasa nada ya sabe que Edward es su papá y por lo visto no tardará en ver quien es su mama ❤😘💕 Gracias, feliz Navidad
ResponderEliminarCreo que es demasiado duro para Edward esta situación... sobre todo porque todavía quiere algo con Bella, así lo niegue 😊😉
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Renesme tiene el espíritu de la navidad.
ResponderEliminarGracias por el capítulo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola me fascina la historia
ResponderEliminarNos seguimos leyendo
Gracias 😉
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