Capítulo 10: Nuevas y Mejores Oportunidades

Los ojos habitualmente serenos de Irina Cullen expresaban enfado y frustración.

—¡Madura, Edward! —exclamó—. Voy a decirte algo: no eres el primer hombre que resulta herido, y si no cambias de actitud, vas a terminar siendo un anciano amargado y vengativo, como Anthony.

Edward miró sorprendido a su prima. Nunca la había visto tan enfadada.

—Solo falta que me digas que esta noche debo esperar que tres fantasmas me señalen mis errores —dijo, con la intención de aligerar la tensión.

Irina continuó desempaquetando una nueva entrega de libros, pero sus gestos eran bruscos y violentos.

—Vete, Edward. Si continúo hablando contigo voy a decir cosas de las que después me arrepentiré.

Edward no se movió, de pie junto al mostrador con los brazos cruzados.

—¿Qué piensas que debería hacer? —preguntó. No le gustaba pedir consejos, pero sentía mucho respeto por Irina. Desde la muerte de Emmett y de Rosalie, su prima había estado ahí, proporcionando la compañía femenina que necesitaba Renesmee.

Irina suspiró y respondió:

—No soy la indicada para decírtelo, Edward, pero si estuviera en tu lugar examinaría muy de cerca mis sentimientos antes de permitir que Bella se alejara de mi vida otra vez. También trataría de comprender lo que es tener dieciocho años y ser intimidada por un hombre poderoso como Anthony, e intentaría perdonar un poco. Al fin y al cabo, estamos en las fechas más apropiadas.

El aparato de intercomunicación de Edward empezó a sonar. Edward frunció el ceño y se acercó al teléfono que había detrás del mostrador. Rápidamente marcó el número de su oficina.

Se había producido un accidente al norte del pueblo y querían saber si el departamento de Edward podía atenderlo.

Edward dijo:

—Voy para allá. ¿Ya han llegado las ambulancias?

—Están en camino —respondió la secretaria.

Edward le dio las gracias y colgó.

—Feliz Navidad —le dijo a Irina distraídamente, abrió la puerta de la librería y salió.

Una vez dentro del coche patrulla encendió las luces y la sirena y salió rápidamente hacia el lugar del siniestro.

Durante todo el trayecto, no dejó de pensar en el accidente.

—¡Qué no haya niños! —murmuró. Tenía la esperanza de que algún ángel de la guarda lo estuviera escuchando.






Renesmee se acercó despacio a Bella, que estaba junto al árbol de Navidad que habían decorado juntas en la librería de Irina.

Edward llevaba los regalos que había comprado a su hija.

—Hola, Bella —saludó Renesmee con precaución, como si le hablara a un pájaro que pudiera salir volando.

Irina colocó el letrero de «cerrado», y cerró la puerta con llave. Se retiró detrás del mostrador, para vaciar la caja registradora.

Bella le entregó los regalos, y Renesmee los aceptó con timidez y murmuró:

—Gracias. Tengo algo para ti también, pero está arriba.

Bella rezó para poder controlar el llanto, y pensó: «Que pueda soportar esto… que Renesmee tenga una vida feliz, y no volveré a pedir nada más». Esperó, pues no se atrevía a hablar. La niña dudó también, como si temiera que se fuera si le daba la espalda por un momento. Finalmente, preguntó:

—¿Me vas a esperar?

—Estaré aquí —respondió Bella suavemente. Con esa promesa, Renesmee colocó en la mecedora los regalos que Bella le había dado y subió.

Bella suspiró y miró a Irina, que la observaba.

—Supongo que Renesmee se quedará aquí contigo, aunque ya sabe que Edward es su padre.

Irina negó con la cabeza y respondió:

—Edward va a contratar una niñera y a un ama de llaves. Quiere que Renesmee viva con él.

—¿No la vas a echar de menos? —preguntó Bella.

—Por supuesto que sí —dijo Irina y sonrió—, pero la veré a menudo.

Antes de que Bella pudiera decir algo más, Renesmee regresó; llevaba una caja pequeña envuelta en un papel con rayas rojas y blancas y atada con lazos de los dos colores.

—¿Puedes abrirlo ahora? —preguntó.

El corazón de Bella dio un vuelco al advertir la ansiedad en la voz de su hija. Sin poder hablar, empezó a deshacer el paquete. En el interior de la caja, sobre algodón, había un hermoso colgante que contenía en su interior una fotografía de Renesmee.

Transcurrieron unos segundos antes de que Bella cayera de rodillas y abrazara a la pequeña.

—Oh, Renesmee, gracias… Es el mejor regalo que me han hecho, lo llevaré siempre. Siempre que lo vea me acordaré de ti.

Renesmee dio un paso atrás y preguntó:

—¿Te acordarás de mí? ¿Te vas?

Bella sintió las lágrimas en los ojos.

—Sí, cariño.

—¿Por qué? —preguntó la niña con desesperación, rompiendo el corazón de Bella.

Bella se puso el colgante alrededor del cuello. Necesitaba tiempo para recuperar la compostura. Después pasó las manos sobre los pequeños hombros de Renesmee.

—Cariño, las cosas que voy a decir tal vez sean difíciles de comprender, pero espero que lo intentes porque son muy importantes. Te quiero; he pensado en ti cada día, durante nueve años, desde que te di en adopción. No habrá un solo día en el futuro que no te lleve en mi corazón y rece para que seas feliz y estés bien. Ahora sé que ha sido un error que haya venido a Forks. Lo único que he hecho es causarte problemas, y preferiría morir a continuar haciéndolo, por lo tanto, tengo que irme.

—¡No! —gritó Renesmee y le echó los brazos al cuello—. ¡No! Eres mi mamá, y no puedes irte y dejarme, por favor.

Bella abrazó a la niña. Salir por aquella puerta iba a ser lo más difícil que había hecho en su vida, mucho más difícil que dejar a Renesmee la primera vez. No obstante, Edward y ella no podían seguir haciendo daño a su hija con sus peleas.

—Cariño, prometo que te escribiré, y cuando seas mayor, si tu papá está de acuerdo, podrás ir a visitarme —se apartó un poco para levantarle la barbilla y mirarla a los ojos llenos de lágrimas—. Quiero que prometas algo. Renesmee Cullen, quiero tu palabra de que nunca volverás a escaparte.

—Bella, por favor…

—Renesmee.

—Lo prometo —dijo la niña.

Bella besó la frente de su hija.

—Bien. Te quiero —le aseguró. Se levantó despacio y se dirigió hacia la puerta.

—¡Bella! —gritó Renesmee con voz entrecortada.

—Que Dios me perdone —murmuró, y abrió la puerta para salir. Pensó en Edward y añadió: «¡Qué Dios nos perdone a los dos!».

Sin mirar hacia atrás, caminó por la noche helada, ciega por las lágrimas y el dolor. Al llegar a casa hizo las maletas, tiró toda la comida del refrigerador y quitó las luces y los adornos del árbol de Navidad.

Después de ducharse, se vistió y subió al coche. Pasó por la casa de Alice, pero no se detuvo, porque ya había dejado un mensaje en el contestador de su amiga. Pasó frente al restaurante.

A través de las ventanas vio a su madre y a Phil junto a un tazón de ponche. El restaurante estaba lleno de amigos. Estaban esperándola, pero no podía detenerse y entrar. Más tarde los llamaría por teléfono, desde cualquier lugar. Esperaba que comprendieran por qué se iba antes de la boda.

Había un lugar que tenía que visitar antes de irse para siempre de Forks. Miró el pequeño árbol de Navidad que había comprado poco antes en el supermercado y se dirigió al cementerio.





—Un conductor borracho —informó a Edward uno de los hombres de la ambulancia.

Edward maldijo al observar la escena.

—¿Cuántas personas han resultado heridas? —preguntó.

—Solo este hombre. Estaba borracho. Se golpeó la cabeza, pero creo que podrá salir del hospital a tiempo para cenar el pavo con su familia mañana.

—Si conducía fuera de los límites permitidos de velocidad, y con alcohol en la sangre, pasará la Navidad en la cárcel del condado —aseguró Edward—. ¿Tienes su carné?

El ayudante le entregó el permiso de conducir del herido. Después de examinarlo, Edward se inclinó sobre el hombre y dijo:

—Quiero desearle una feliz Navidad, en nombre del departamento de policía de Forks. Estoy aquí para ofrecerle nuestra hospitalidad, puesto que tan pronto como terminen con usted en la sala de urgencias del hospital iremos a recogerlo. Tiene derecho a guardar silencio, señor Uley. Cualquier cosa que diga puede ser y será usada en su contra…

—No comprende —dijo el señor Uley, cuando Edward terminó de enumerarle sus derechos—, solo he bebido un par de copas. ¡Es Navidad!

—Ho, ho, ho —respondió Edward, imitando a Santa Claus. Volvió su atención a la temblorosa familia que estaba dentro del otro coche, en la cuneta. Se acercó y se inclinó para mirar por la ventana. El conductor bajó el cristal y saludó:

—Hola, oficial.

Edward vio a dos niñas con pecas y coletas, sentadas en el asiento trasero, abrazando asustadas sus muñecas.

—Feliz Navidad —dijo Edward—. ¿Están seguros de que se encuentran bien?

El conductor, un hombre de la edad de Edward, suspiró y dijo:

—Estamos bien, un poco asustados, eso es todo.

—¿Y el coche? ¿Funciona?

El conductor negó con la cabeza y contestó:

—Los hombres de la ambulancia han llamado a la grúa, pero es probable que en la cabina no haya sitio para nosotros cuatro, y hace mucho frío aquí.

Edward asintió y dijo:

—Yo los llevaré al pueblo, pero antes de irnos necesito que me diga con exactitud lo que ha pasado aquí. ¿Los están esperando en Forks?

La mujer se inclinó hacia delante y sonrió.

—Mi abuela, Sue Clearwater, debe de estar vigilando la carretera desde el mediodía.

Edward no reconoció a la mujer que estaba en el coche, pero sí sabía dónde encontrar a su abuela. La señora Sue era una anciana que siempre estaba oyendo merodeadores en su patio trasero.

Sonrió y abrió la puerta.

—Llamaré por radio a la oficina para pedirles que se pongan en contacto con ella —dijo.

Las niñas lo miraron muy serias.

—¿Estamos arrestadas? —preguntó una de ellas.

Los padres rieron, y Edward las miró a los ojos.

—No, señorita —respondió—, si yo hiciera algo así, Santa Claus se enfadaría, y a mí no me gusta enfadarlo.

—Llevamos regalos en el maletero —dijo la otra niña.

Edward acomodó a la mujer, a las dos pequeñas y los regalos en su coche y encendió la calefacción. Enseguida, se comunicó por radio con la comisaría. El oficial Jacob prometió informar a la señora Clearwater de que sus parientes estaban a salvo y llegarían pronto.

Mientras la mujer y las niñas cantaban villancicos, Edward y el marido se acercaron, de nuevo, al escenario del accidente. Pronto, el informe de Edward estuvo completo, y llevó a la familia hacia la casa de la abuela.

Sintió un poco de envidia al ver cómo la anciana se apresuraba a recibirlos. Pensó que eso era la Navidad, y se preguntó por qué él no podía enderezar su vida.

Se presentó en la oficina, y dejó el informe para que el oficial Jacob lo pasara a máquina, pues estaba de guardia aquella noche. tomo un paquete del cajón superior de su escritorio, y volvió al coche.

Las luces del enorme árbol de Navidad se veían a través de las enormes ventanas del hospital. Se oían villancicos. Los residentes, hombres y mujeres, estaban reunidos en el salón principal cantando.

Edward sonrió y saludó a algunos de los pacientes mientras se dirigía hacia el pasillo. Sin mirar, supo que su abuelo no estaría entre ellos, pues a Anthony nunca le había importado la Navidad.

Al llegar frente a la puerta de la habitación del juez, se detuvo y llamó a la puerta.

—Adelante —respondió la voz familiar.
Edward entró sonriendo.

—Hola —se detuvo junto a la cama del anciano—, Feliz Navidad, abuelo.

—¡Hum! —respondió el abuelo, pero tomó el regalo que Edward le llevó—. Es probable que sean pantuflas… u otra caja de bombones.

—Estás equivocado —respondió, y se sentó en una silla. Quería estar en casa con Renesmee e Irina… le gustaría que Bella también estuviera allí. A pesar de todo, quería a ese anciano.

El juez desenvolvió el regalo consistente en un barco para construir dentro de una botella. A pesar de sus esfuerzos para no demostrar interés, buscó las instrucciones con dedos torpes y las leyó.

—¡Dame mis gafas! —pidió el juez.

Edward se echó a reír y las sacó del cajón de la mesilla. Se las entregó.

—Supongo que te llevará hasta la próxima Navidad poder armarlo —bromeó—. Entonces, podrás envolverlo y devolvérmelo.

Anthony rio, sin poder evitarlo.

—¡Ni lo sueñes! ¿No tienes otra cosa mejor que hacer en Navidad, que molestar a un anciano?

Edward se entristeció al volver a pensar en Bella.

—Puedo quedarme un rato —dijo.

—¿Esa mujer todavía está en el pueblo? —preguntó el abuelo.

Edward se enfadó, pero recordó que era Navidad, que Renesmee e Irina lo estaban esperando en la mansión y que Sue Clearwater había recibido a su familia sana y salva. Tal vez eso era todo lo que podía esperar de la Navidad.

—¿Te refieres a Bella? —preguntó, y Anthony asintió—. Se irá pronto —al pronunciar aquella palabra, sintió un vacío en su interior.

—Sabes que le pagué para que se fuera.

—Sí, abuelo —dijo Edward y suspiró—, lo sé.

—Le dije que metería a su hermano en la cárcel si no te dejaba en paz —dijo el juez, orgulloso.

Edward se enderezó en la silla.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Metiste a Jasper en esto?

El juez rio.

—Él era un alborotador, hubiera sido muy fácil encarcelarlo.

Edward se levantó y agarró las solapas de la bata del anciano.

—¿Le dijiste a Bella que si no se iba, encarcelarías a Jasper?

Anthony asintió. Ya no parecía estar tan contento.

—Quería protegerte, Edward. Ella no iba a aceptar el dinero… yo tenía que hacer algo…

—Idiota… —dijo Edward y se volvió. No insultaba al juez, sino a sí mismo—. ¡Maldito idiota!

—Mira, Edward, yo…

Ya era demasiado tarde para su abuelo, era probable que se fuera a la tumba creyendo que había hecho lo que debía. Sin embargo, Edward se dijo que todavía tenía tiempo de reparar sus errores, y no quería perder ni un minuto.

—Feliz Navidad, abuelo —dijo, entusiasmado como un niño. Le dio un suave golpe en la espalda y añadió—: Vuelvo mañana. Asegúrate de comer todo el pavo. Ahora, tengo que irme.

—Eh, espera un… —empezó a decir Anthony.

Edward se dirigió primero al apartamento de Bella, saltándose el límite de velocidad. Cuando se detuvo frente a su casa, vio que no había luz. Era probable que Bella estuviera con Renee en el restaurante.

Rápidamente se dirigió allí. Había mucha gente, la mayoría personas que no tenían a donde ir. Estaban cantando villancicos.

Se abrió paso entre la gente, hasta llegar a Renee. La tomó con suavidad por un codo, y la llevó hacia la cocina.

—¿Dónde está Bella? —le preguntó.

Renee miró el reloj y frunció el ceño.

—No lo sé. Ya debería estar aquí. Será mejor que la llame.

Edward sintió un nudo en la garganta y logró decir:

—Vengo de su casa. No creo que esté allí.

La madre de Bella le dirigió una mirada acusadora.

—Ha estado muy deprimida últimamente —explicó Renee. Se acercó al teléfono y la llamó. Pasó mucho tiempo antes de que colgara. Se mordió el labio y frunció el ceño.

Antes de que Edward pudiera decir nada, apareció Alice en la puerta y dijo:

—Traigo una noticia triste —anunció la chica.

—¿Qué? —preguntó Edward.

Alice lo miró.

—No te hagas el listo conmigo, Edward Cullen. Por lo que a mí respecta, todo esto es culpa tuya.

—Alice, por favor —suplicó Renee.

Alice la abrazó.

—Cuando he llegado a casa —explicó—, he encontrado un mensaje de Bella en el contestador. Decía que esperaba que la comprendierais pero que tenía que irse de Forks mientras tuviera valor para hacerlo —hizo una pausa y miró a Edward. Abrazó con más fuerza a Renee—. Esta noche se ha ido a San Francisco.

Parecía como si Renee fuera a llorar, y Edward no la había visto así, desde aquella noche, diez años antes, cuando fue a verla para suplicarle que le dijera dónde estaba Bella.

—¿Sin despedirse de Phil y de mí? —preguntó la mujer en un murmullo.

—Estoy segura de que piensa llamarte más tarde —dijo Alice para consolarla.

—Creo que a Bella no le gusta despedirse de nadie —murmuró Edward. Salió del restaurante por la puerta trasera.

Se metió en el coche patrulla y murmuró, a la vez que tomaba el micrófono de la radio:

—Esta vez no te saldrás con la tuya, Bella —se puso en contacto con su oficina y pidió hablar con el oficial Jacob—. Llama a mi casa, y pregúntale a Irina si Bella ha estado allí.

—De acuerdo —respondió el oficial Jacob.

Unos minutos después, mientras conducía por la calle principal del pueblo, llegó la respuesta. Bella había estado un momento en la librería, a la hora de cerrar, se había despedido de Renesmee y se había ido.

Edward maldijo entre dientes, paró en la cuneta y fue hasta una cabina telefónica. Irina contestó, desde la casa de Edward.

—Residencia Cullen, soy Irina.

—¿Cómo está Renesmee? —preguntó Edward, frotándose los ojos.

Irina suspiró.

—Está bastante bien para haber perdido dos madres y un padre —respondió Irina.

—¿Qué le ha dicho Bella?

—Le ha dicho que la quería —respondió Irina amargamente—. Es una mujer magnífica.

—Maldita sea, Irina, no hace falta que me lo digas. Acabo de descubrir que el abuelo la obligó a irse hace diez años, amenazándola con meter a su hermano en la cárcel. Tengo que encontrarla.

—¿Estás pensando lo que espero que estás pensando? —preguntó Irina.

—Sí… cuando encuentre a Bella, voy a admitir que soy un idiota y le rogaré que me perdone. Después, le propondré matrimonio, y si dice que sí, sacaremos al juez Randall de su casa para que nos dé una licencia especial y nos case.

—Eso sí que sería un milagro navideño —dijo su prima—. Buena suerte, Edward.

—Gracias —respondió, y, a pesar de que sonreía como un loco, su voz sonó ronca.




El cementerio estaba bien iluminado, y a Bella no le sorprendió encontrar gente allí la noche de Navidad. Aquélla era la época más difícil del año para los que habían perdido a sus seres queridos.

Apartó la nieve de la lápida de Jasper y colocó el pequeño árbol.

—Feliz Navidad —dijo, se llevó una mano a la garganta y sollozó—. Lo sé, lo sé. No debo de continuar viniendo hasta aquí de esta manera, pero debes recordar que siempre te busqué —sacó un pañuelo de su bolsillo, se secó los ojos y la nariz. Suspiró y esbozó una sonrisa—. ¿Recuerdas aquella Navidad, cuando escondimos las linternas debajo de nuestros colchones, y sincronizamos nuestros relojes, para poder ver los regalos, después de que mamá los colocara? Te regaló un guante de béisbol, y a mí una de esas muñecas que hablaban cuando tirabas de un hilo.

De pronto, empezó a llorar.

—Señorita —dijo una voz amable, al tiempo que una mano se apoyaba en su hombro y la levantaba—. Me gusta pensar que todos aquéllos que se fueron antes que nosotros también tienen Navidad en algún sitio.

Sorprendida, Bella miró el rostro anciano.

—¿Quién es usted? —preguntó.

—Me llamo Garrett Ballard —dijo el anciano—. Mi esposa Kate está enterrada aquí, y me gusta venir la noche de Navidad y dejarle una flor de Pascua. A ella siempre le gustaron; solía llenar nuestro salón con ellas.

Bella se secó los ojos con el dorso de la mano enguantada. Observó al hombre; no le resultaba conocido.

—Sí, la echo mucho de menos —dijo el señor Ballard, y se inclinó para leer las fechas en la tumba de Jasper—. Y usted también extraña a este joven. Es una pena que muriera tan pronto.

Bella asintió. Empezaba a sentirse mejor.

—Murió en un accidente, un par de meses después de entrar en la fuerza aérea —explicó.

—Eso es muy triste —dijo sinceramente el señor Ballard—. Pero sé que a él no le gustaría verla aquí ante su tumba, llorando la noche de Navidad.

—Tiene razón —dijo Bella.

—Claro que la tengo —respondió el anciano—. Voy al restaurante de Renee, para tomar pastel y ponche. Debería venir… siempre hay sitio para una persona más cuando da una fiesta.

—Lo sé —dijo Bella y sonrió.

El señor Ballard empezó a decir algo, pero cuando abrió la boca, Bella vio que ante las rejas se detenía un coche patrulla con las luces encendidas. Sintió que el corazón se le subía hasta la garganta y murmuró:

—Edward…

—¿La buscan por algún delito, señorita? —bromeó el señor Ballard.

—Soy una imprudente peatona —dijo, y el anciano rio.

—Será mejor que me vaya, antes de que se acabe todo el pastel. ¿Está segura de que no quiere venir conmigo?

Siguiendo un impulso, Bella le besó la mejilla.

—Tal vez vaya más tarde —dijo. El corazón le palpitaba con tanta fuerza que podía oír sus propios latidos—. Feliz Navidad, señor Ballard.

—Feliz Navidad, jovencita —respondió el anciano. Pasó junto a Edward, cuando bajaba la colina, y se tocó el ala del sombrero en señal de saludo.

Edward no pareció notar la presencia del señor Ballard; solo tenía ojos para Bella. Al llegar a su lado, la agarró por los hombros.

—Creía que te habías ido por dinero —dijo—, pero esta noche el abuelo me ha dicho que te amenazó con meter en la cárcel a Jasper si te quedabas.

—O si te decía algo a ti —le aclaró Bella—. ¿Qué haces aquí, Edward?

Edward le tomó la mano y la condujo hasta un banco. Después de limpiar la nieve que la cubría, la sentó y se arrodilló frente a ella.

—Bella, estaba equivocado. He sido terco y orgulloso. Tenías razón cuando dijiste que solo pensaba en mí. ¿Me perdonas, por favor?

Bella parpadeó. Le parecía estar soñando, tal vez era solo una ilusión.

—Bueno… de acuerdo —dijo.

Edward rio con júbilo, se levantó, la abrazó y la besó con pasión.

—Te amo —confesó.

Bella lo miró. Era real, no eran una fantasía sus besos.

—Bueno, yo también te amo, pero…

Edward le puso un dedo sobre los labios y dijo:

—Sin peros. ¿Te casarás conmigo, Bella? ¿Ahora… esta noche?

Bella le besó la punta del dedo y negó con la cabeza.

—No, Edward. Tenemos que solucionar muchas cosas… pero me casaré contigo en verano, si todavía quieres.

Edward la abrazó y le besó la sien.

—¿No volverás a irte… te quedarás aquí en Forks?

Bella le acarició la cara y sintió la barba que empezaba a crecer.

—Me quedaré, Edward, lo prometo —y se puso de puntillas para besarlo.





11 comentarios:

  1. Awwww es demasiado lindo ver que por fin Edward comprendió las razones de Bella... ahora espero que puedan casarse y darle una buena vida a su hija!!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  2. Hola. Comencé a leer la historia ayer 31 y por el amor al cielo, no me puedes dejar asi!!!! Actualiza pronto🙏🙏

    ResponderEliminar
  3. Dios... por fin. Que bien que abrió l9s oídos Edward. Ahora tienen que darle la sorpresa a Renessmme

    ResponderEliminar
  4. Al fin ese viejo hizo algo al decir la verdad , Edward eres tan afortunado de alcanzarla y no la sueltes mas Nesse los ama a los dos 😍❤😘💕 Gracias feliz año

    ResponderEliminar
  5. Gracias ��!!! Feliz año 2019

    ResponderEliminar
  6. Hola me fascina la historia

    Nos seguimos leyendo

    ResponderEliminar
  7. Ohhh gracias !! Feliz año nuevo

    ResponderEliminar
  8. Es una historia triste y dolorosa y edward un cabezota.
    Gracias por publicar esta historia. Me encanta

    ResponderEliminar
  9. Graciassssssssss Graciassssssssss Graciassssssssss Graciassssssssss

    ResponderEliminar
  10. Graciassssssssss Graciassssssssss Graciassssssssss Graciassssssssss

    ResponderEliminar