Final - Nuevas y Mejores Oportunidades (Adaptación)

Cuando llegaron a la mansión Cullen la puerta se abrió y una pequeña silueta apareció.

—Esta tarde, Irina me ha dicho que madurara —confesó Edward mientras aparcaba el coche—, y creo que al fin lo he logrado. No importa lo que pase entre nosotros en los próximos seis meses, Bella, Renesmee es tuya, tanto como mía, y no volveré a apartarte de ella.

Bella le apretó la mano y abrió la puerta del coche.

—¡Renesmee! —la llamó, feliz.

La pequeña corrió hacia ella, sorprendida e igualmente feliz:

—¡Bella, has vuelto!

Bella abrazó a su hija con fuerza.

—Me quedaré, si quieres —logró murmurar—. Oh, cariño, siento haberte causado problemas… nunca he querido hacerte daño…

Renesmee se apartó un poco y la miró. Por un momento, pareció que sus papeles habían cambiado, y que Bella era la niña.

—Yo te entiendo, mamá. La tía Irina me ha explicado todas las cosas que pasaron y por qué el tío Edward… papá… y tú fuisteis desgraciados.

Al oír la palabra  «mamá», los ojos de Bella se llenaron de lágrimas.

—Has salido sin abrigo —advirtió—. Entremos, antes de que pilles una pulmonía.

La mansión estaba decorada con muy buen gusto. El aroma de un árbol navideño natural inundaba el ambiente, y se oían villancicos.

Irina se acercó para besar a Bella en la frente, y a Edward en la mejilla.

—Ya era hora —comentó. Asegurando que tenía que preparar el pavo para el día siguiente, desapareció en la cocina.

Edward posó una mano en la espalda de Bella y otra en la de Renesmee y las condujo al salón; un enorme árbol adornaba un rincón, y la chimenea estaba encendida.

Le quitó el abrigo a Bella, se quitó el suyo y miró a Renesmee a los ojos. Renesmee estaba sentada y su rostro brillaba de felicidad.

—Vas a casarte con mamá —dijo la niña con seguridad.

Edward miró a Bella y sonrió, antes de responder:

—Sí, voy a casarme con ella, ¿cómo lo has adivinado? Las cosas han estado muy mal.

—Yo lo deseaba, es por eso —dijo Renesmee—. Le he pedido a mi otra mamá y papá que hablaran con Dios. Después de todo, son ángeles, y están en el Cielo con Él.

Bella sintió un nudo en la garganta. Se sentó en el brazo del sillón que ocupaba Renesmee y puso una mano en su hombro.

Edward tiró con afecto de una de las trenzas de su hija.

—Siento haber sido tan terco, cariño —dijo en voz baja—. ¿Me perdonas?

—Claro, papá —respondió Renesmee y lo abrazó por el cuello—. No soy una niña tan inmadura.

Edward rio y la abrazó con fuerza, sin apartar los ojos de Bella.

—Creo que será mejor que llames a tu madre —le dijo—. Alice le ha dicho que te habías ido, y eso no la ha puesto muy contenta.

Bella asintió y buscó el teléfono con la mirada. Había uno en el escritorio. Marcó el número del restaurante, mientras jugueteaba con el colgante que le había regalado Renesmee. Renee contestó casi de inmediato.

—¿Sí?

—Mamá, soy Bella.

—El señor Ballard me ha dicho que te ha visto en el cementerio —gritó Renee—. ¿Te encuentras bien?

Bella levantó la mirada y vio a Edward sentado y a Renesmee sobre sus rodillas.

—Estoy mejor que nunca, mamá. Edward y yo nos hemos puesto de acuerdo y me voy a quedar en Forks. Con suerte, seré una novia este verano.

Renee lloró de felicidad.

—¡Oh, querida, eso es maravilloso!

—Edward ha prometido no intentar volver a separarme de Renesmee, aunque no nos casemos.

—Lo haréis —aseguró Renee—. Juro que esta Navidad será como en el cine. No me sorprendería que un ángel hubiera intervenido.

Bella observó a su hija y dijo:

—Sí, hay un ángel metido en todo esto. Feliz Navidad, mamá. Te veré mañana.

Renee, emocionada, le deseó una noche maravillosa y colgó.

Renesmee estaba a punto de colgar sus calcetines, cuando Bella volvió, después de hacer la llamada. Era un calcetín enorme, casi tan alto como su dueña. Edward la tomó en brazos para que pudiera alcanzar uno de los ganchos que había bajo la repisa de la chimenea.

Al verlos, Bella sintió un nudo en la garganta. Sabía que Anthony Cullen había sido niño alguna vez, y que, feliz, había colgado su calcetín en aquella misma chimenea. Eso hizo que la amargura que sentía desapareciera por completo. Era bonito pensar que otros niños Cullen celebrarían en esa casa la Navidad… sus hijos y los de Edward.

—Tengo que volver al trabajo —dijo Edward y suspiró, después de dejar a Renesmee en el suelo.

Renesmee asintió. Era evidente que estaba habituada a ese horario.

—¿Te quedarás, verdad? —le preguntó a Bella—. ¿Estarás aquí por la mañana, cuando yo despierte?

En otras circunstancias, Bella no hubiera aceptado. Deseaba dormir con Edward, aunque aún no pensaba mudarse a su casa. Pero Renesmee había sufrido mucho en su corta vida y merecía tener a su madre cerca en aquella noche especial.

—Me quedaré —respondió, y dirigió una mirada tímida a Edward.

Edward la miró con pasión, y Bella se ruborizó. Después de darle a Renesmee un beso y de enviarla a buscar su libro de cuentos favorito, Edward la tomó de la mano y la acercó a él.

—Esta noche te voy a hacer el amor con mucha pasión —juró.

Bella se estremeció.

—Edward…

—Lo sé —la interrumpió. Sus labios estaban muy cerca de los de Bella—. Es solo por esta noche; no te mudarás aquí hasta después de la boda. Eso no quiere decir que no vaya a buscarte a tu casa cada vez que tenga oportunidad —la besó largamente.

Cuando finalmente la soltó, Bella estaba aferrada a su camisa con las dos manos, para no caerse al suelo.

—¿Todavía duermes en la misma habitación? —preguntó.

—No, señorita —contestó Edward, y sonrió—. Ahora, ésa es la habitación de Renesmee. Yo ocupo la suite principal, al otro lado del pasillo.

Bella se ruborizó.

—Estaré esperándote ahí, cuando vuelvas a casa, Edward —prometió.

Edward le dio un ligero mordisco en el labio inferior, antes de responder:

—No creas que vas a dormir mucho —dijo con voz ronca y baja—. Tenemos que recuperar el tiempo perdido, y tengo intención de mostrarte todo lo que te has perdido.

Bella apoyó la frente en su hombro un momento. Después lo miró y sonrió.

—Disfrutas creyendo que yo estoy pensando en todas las cosas que vamos a hacer, ¿verdad? —preguntó.

—Sí —respondió él sin dudarlo. Volvió a besarla, le dio un ligero golpe en el trasero y salió.

Un momento después, regresó Renesmee, con su libro de cuentos.

—¿Me lo lees, por favor? —preguntó, esperanzada.

Bella se sentó en el sillón de Edward y colocó a Renesmee sobre sus piernas. En silencio rezó dando las gracias, y empezó a leer. Entró Irina, llevando una bebida caliente para cada una, y escuchó el cuento con una sonrisa.

Cuando Bella terminó de leer, disfrutó de estar abrazando a la hija que pensó que nunca volvería a ver. Era una bendición saber que no tendrían que separarse. También experimentaba la dulce seguridad de saber que más tarde, cuando hubieran colocado los regalos, Edward la llevaría a su cama y le haría el amor.

Renesmee apoyó la cabeza en el hombro de Bella y bostezó.

—Creo que alguien necesita ir a dormir —comentó Irina.

Renesmee miró a Bella.

—No te irás, ¿verdad, mamá? —preguntó.

Bella le tocó la punta de la nariz con un dedo.

—No me iré —le prometió—. No solo eso, te llevaré a la cama y rezaré contigo.

Unos minutos después, madre e hija subían las escaleras. La antigua habitación de Edward estaba tan cambiada que Bella no la hubiera reconocido. Las paredes estaban empapeladas con colores dorados y rosas. Ositos de peluche y muñecas se alineaban junto a la ventana, sustituyendo a los aeroplanos de Edward.

Después de lavarse los dientes y ponerse un camisón de franela, Renesmee se arrodilló junto a la cama y Bella se puso a su lado.

—Gracias, Dios, por dejar que vuelva a tener un papá y una mamá —rezó—, y gracias porque es Navidad. Has sido muy bueno conmigo, por lo tanto, si Santa Claus… —hizo una pausa para mirar intencionadamente a Bella, dándole a entender que hablaba en sentido figurado—, si Santa Claus no me trae el rompecabezas o la Barbie, no me importa. Buenas noches, Dios, y Feliz Navidad.

Bella se llevó las manos a la cara, para ocultar las lágrimas. Aunque eran de alegría y no de dolor, temía que Renesmee las malinterpretara.

—Gracias, Dios —repitió.

Renesmee subió a la cama y Bella la arropó y le dio un beso de buenas noches.

—Me alegro de que hayas vuelto —murmuró la niña.

—Yo también —respondió Bella con voz temblorosa—. Te quiero, cariño.

—Te quiero… —dijo Renesmee y bostezó.

Al bajar, Bella se encontró con que Irina había recalentado el café, y se lo bebió.

—Éste ha sido un gran día.

—Sí —dijo Irina y sonrió—. Edward planeaba sacar al juez Randall de la cama y obligarlo a que os casara esta noche.

Bella rio, al imaginar a Edward levantando de la cama a un anciano en pijama.

—Hemos decidido esperar seis meses antes de casarnos —explicó—. No es que tenga dudas, pero quiero demostrar a Edward que esta vez va a ser algo duradero.

—Eres una mujer sabia, Bella Swan —dijo Irina y le tomó la mano—. Cuando llegue el mes de junio, nuestro terco Edward se habrá vuelto muy flexible.

Estuvieron hablando más de una hora, y después Irina se excusó diciendo:

—Renesmee se levantará una hora antes para abrir los regalos. Por lo tanto, debo dormir ahora que puedo hacerlo.

Bella asintió y, cuando Irina se fue, se acercó a la chimenea y colocó otro leño.

Poco después de medianoche, Edward regresó y sonrió al verla sentada allí, disfrutando del calor de la chimenea y las luces del árbol. Se acercó y tiró de ella para que se levantara. Él ocupó su lugar y la sentó encima de sus piernas.

—De vuelta a casa, he detenido a un hombre gordo por ir con exceso de velocidad —dijo—. Iba en un trineo, tirado por ocho renos.

Bella rio.

—No me lo creo. Creo que has alucinado.

Edward sacó una pequeña cajita de terciopelo del bolsillo del abrigo.

—Si estaba alucinando, ¿quién me ha dado esto? —preguntó.

—¿Es el…? —empezó a preguntar Bella, al ver la cajita.

—Por supuesto que no es el mismo anillo que compré para Tanya. ¿Crees que no tengo clase? He convencido a Makenna Crowley para que abriera la joyería —colocó la cajita en la palma de la mano de Bella.

Le temblaban los dedos al abrirla. Al momento, los diamantes reflejaban la luz del árbol de Navidad.

—¡Oh, Edward, es precioso!

Edward sacó el anillo y se lo puso.

—¿Quieres casarte conmigo, Bella?

Bella lo besó.

—Sí —respondió finalmente—. El próximo mes de junio, como lo habíamos pensado.

Edward suspiró y dijo:

—El próximo mes de junio —la levantó—. Tenemos que llenar ese enorme calcetín de juguetes. Después te llevaré arriba…

Edward se quitó la chaqueta, dejó la pistola en un cajón y lo cerró con llave. Bella nunca se había divertido tanto como cuando llenó el calcetín de Renesmee de caramelos. Ayudó a Edward a colocar un rompecabezas que había pedido la niña, junto con la muñeca Barbie, unos delicados platitos de porcelana, y un enorme caballo.

Edward y Bella permanecieron de pie, agarrados de la mano, admirando su obra. Después, Edward apagó el árbol de Navidad. Bella se sorprendió cuando la tomó en brazos y subió con ella las escaleras.

La suite principal era enorme, tenía una chimenea y espacio suficiente para un sofá y dos sillones, sin mencionar la cama. Junto a las ventanas había una mesa.

—¿Siempre trabajas por la noche? —preguntó Bella.

Edward la bajó y empezó a desabrocharse el uniforme.

—Mi horario es de locos —dijo, y suspiró—. A veces trabajo por las noches, otras durante el día, y en ocasiones durante veinticuatro o cuarenta y ocho horas seguidas —inclinó la cabeza y la besó—. Creo que tendrás que acostumbrarte a hacer el amor a cualquier hora. Puedo prometerte una cosa, Bella… va a ser a menudo. ¿Quieres ducharte conmigo?

Bella asintió, y Edward empezó a desabrocharle la blusa. La desnudó despacio, deteniéndose para besar cada parte que descubría. Bella estaba temblando cuando Edward la tomó de la mano y la llevó hacia el baño.

Después de asegurarse de que el agua estuviera caliente, Edward entró y tiró de ella.

Bella sabía que si no tomaba la iniciativa lo haría Edward, por lo tanto, agarró el jabón y la esponja, y empezó a frotarlo con suavidad. Él gimió y se apoyó en la pared cuando ella lo tocó en la parte más íntima.

—Hace tanto tiempo —gimió—. Oh, Bella, ha pasado tanto tiempo…

—Shhh —Bella lo besó y él se tensó bajo sus manos.

Bella le dio besos y pequeños mordiscos, enloqueciéndolo. Finalmente, él la abrazó y la besó con pasión.

La dejó sin aliento, así que Bella no protestó cuando le dio la vuelta y le puso las manos en la barra de seguridad de la ducha. Respiró hondo, pensado que su relación con Edward era mejor que cualquier fantasía que hubiera imaginado.

Edward acarició sus senos desnudos y después se detuvo con firmeza en las caderas.

—¿Me deseas, Bella? —sus labios se deslizaban por su cuello, el agua caía sobre ellos.

—Oh, sí. Sí, Edward —disfrutó sus caricias, la dominaba una sensación urgente y dulce.

Él continuó saboreando su cuello y murmuró:

—Podría hacerte esperar… podría hacerte esperar mucho tiempo…

—No, Edward… te deseo… te necesito ahora… —Bella meció las caderas haciéndolo gemir.

Edward murmuró palabras de rendición y amor, al tiempo que la poseía y ella lo recibía con alegría.

Al principio, sus movimientos fueron lentos y medidos, pero la pasión aumentaba y se sintieron envueltos en una ola gigante.

Sin aliento, Edward se tensó, y emitió un pequeño grito, sin dejar de acariciar los senos de Bella. Al instante siguiente, ella lo acompañó a caer en aquel precipicio. Se estremeció repetidas veces y después se dejó caer sobre la pared de la ducha, exhausta.

Como había prometido, Edward todavía no había terminado con ella. Juró que durante cincuenta años recuperarían los diez que habían perdido, y Bella esperaba con ansiedad cada minuto.

Después de que se enjuagaron y secaron, Edward la llevó a su cama y la acostó, contemplando cómo el fuego de la chimenea le iluminaba la piel.

—Eres tan hermosa… y te necesito tanto…

Bella lo llevó hacia sus senos, y Edward se los besó, mientras le deslizaba los dedos por los muslos. Después le agarró las dos manos y se las colocó por encima de la cabeza. Ella se retorció, más vulnerable ante él.

Era solo el principio del placer. Durante aquella noche, Bella se rindió una y otra vez ante las demandas de Edward, preguntándose cómo había podido sobrevivir diez años sin que él acariciara su cuerpo.

Durmieron durante una hora, pero Edward la despertó de una manera deliciosa y la poseyó de nuevo. Bella no pudo ducharse tranquila hasta que Renesmee se despertó y se levantó.

Salió del baño envuelta en una toalla y encontró su maleta encima de la cama.

Edward explicó:

—Anoche paré junto a tu coche, y recogí esto. ¿Imaginas los comentarios que habrá? Los estoy oyendo: «Te lo aseguro, Malvis, Bella aparcó el coche en el cementerio, y desapareció sin dejar rastro».

Bella rio y sacó de la maleta ropa interior limpia, unos pantalones y un jersey de color azul.

—Deja que murmuren, Edward —dijo, y empezó a vestirse—. Deben de estar diciendo que he pasado la noche contigo, y tienen razón.

Edward la detuvo cuando se iba a abrochar el sostén y le besó cada pezón. Después, le abrochó el sostén, diciendo:

—Te amo, Bella.

Bella sintió arder sus mejillas cuando lo miró. Todavía deseaba que la llevara a la cama y volviera a poseerla. No sabía cómo podría esperar seis meses para compartir aquella habitación con él, pero estaba decidida a esperar. Quería que su matrimonio fuera largo y tuviera una base sólida.

—Oh, Edward, estoy tan excitada…

Él rio y dijo:

—Paciencia, Bella. Esta noche nos veremos en tu casa.

Bella sonrió y lo abrazó, besándolo y acariciándole los labios con la lengua.

—Como estaremos en mi cama, yo decidiré qué hay que hacer.

Bajaron separados, primero Bella y Edward cinco minutos después.




El último día del año nevó, pero eso no impidió que los invitados de Renee y Phil asistieran a la boda. La iglesia conservaba la decoración de Navidad, y las velas estaban encendidas.

Bella estaba de pie, frente al altar, con un vestido azul de dama de honor. Lágrimas de felicidad cayeron sobre el ramo de rosas y claveles que llevaba en las manos, cuando los novios hicieron sus promesas y salieron por el pasillo, mientras sonaba la música.

Bella se volvió para seguir a los novios, y vio al hombre que iba a ser su marido el próximo verano. Ya habían acordado la fecha con el párroco.

Había cometido un error, y no tenía intención de volver a repetirlo. Había aprendido que al amor había que alimentarlo y cuidarlo.

Llena de felicidad, se encaminó hacia Edward, que la estaba esperando al final del 
pasillo.






Historia Original

Miller Linda Lael - El Primer Amor 



10 comentarios:

  1. Muchas gracias por esta adaptación de esta bella historia

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  2. Gracias por esta adaptación. La historia es muy hermosa

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  3. Awww muchas gracias por esta linda adaptación y muy feliz año nuevo!!!!
    Miles de gracias por estar compartiendo estas historias con nosotras!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  4. Muy linda historia. Muchas gracias. Feliz año nuevo!

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  5. Gracias ��... linda historia !!!

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  6. Gracias estuvo muy buena. Es maravilloso el trabajo tan limpio y estupendo que realizan. Sigan regalandonos estas adaptaciones e historias geniales.

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  7. Muchas gracias por esta historia estuvo maravillosa,q lindo final los dos juntos con su hija.

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  8. Graciassssssssss una superrrrrrrrr historia Graciassssssssss Graciassssssssss

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  9. ❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤😘😘😘😘😘😘😘😘😘😘😘💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕Gracias

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  10. Muchas gracias. Me gustó mucho la historia. Habrá epílogo?

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