Mi lugar en el mundo 11

Cuando llegaron a casa, Bella se apartó de Edward y se dirigió a las escaleras.

—Esta noche dormiré sola.


¿Che cosa?


Bella se detuvo a medio camino y se volvió hacia él.


—Ya me has oído. No quiero dormir contigo.


—¿Qué te pasa?


Su perfecto y hermoso rostro se mostraba realmente confuso, lo que la enfadó aún más. ¿Cómo no sabía qué le pasaba? ¿Tan insensible era?


—No dormiré con un hombre que pensó que yo estaba bien para un revolcón pero no era adecuada para ser una esposa!


—¡No hables así! —dijo él sin aliento.


—¿Tú sí puedes pensarlo pero yo no puedo decirlo? Sé sincero, Edward.


—No pienso nada de eso —dijo él, absolutamente sorprendido.


—Sí, lo piensas, y no te molestes en negarlo —dijo ella sintiendo que las lágrimas le quemaban la garganta y los ojos, pero diría lo que tenía que decir y luego iría a la habitación de invitados—. Hablaste con mi padre sobre mi hermana mientras flirteabas conmigo y me seducías, ¿y por qué hiciste eso?


—Porque....


Pero Bella no lo dejó terminar.


—Pensabas que yo era una fulana y que podrías acostarte conmigo y marcharte, pero no tenías ninguna intención de que yo formara parte de tu futuro.


—Tal vez traté de convencerme de ello, pero...


—¡Pero nada! No puedo creer que pienses que me acostaré contigo después de enterarme de algo así. Te vas a casar conmigo porque no soportas el sentimiento de culpa. Si no hubiera tenido la mala suerte de quedarme embarazada la primera vez que hicimos el amor, ahora estarías casado con Alice.


Algo parecido al horror se apoderó de los ojos de Edward. Probablemente se sentía horrorizado de que Bella supiera la verdad.


—No puedes creer algo así.


—No insultes mi inteligencia tratando de convencerme de lo contrario. Puede que haya actuado como tal, Edward, pero no soy una estúpida —y dándose la vuelta subió corriendo las escaleras.


Edward la llamó a gritos, maldiciendo en italiano. Bella no le hizo caso y se encerró en la habitación de invitados. Segundos después, Edward golpeaba la puerta.


—Bella, déjame entrar.


—N-no.


—Sé razonable. Abre.


—N-no lo haré.


—¿Estás llorando, amore?


—¿Acaso te importa? —dijo ella entre sollozos.


Pero a ella sí le dolía. Se sentía utilizada. Traicionada. Asustada. Porque estaba segura de que estaba embarazada de un hombre que pensaba que ella no valía nada.


—Me importa. Por favor, cara, abre la puerta.


La inusual súplica no pareció tener ningún efecto sobre ella. Le dolía demasiado el alma.


—¡Vete!


—No puedo hacer eso.


—Entonces me iré yo —dijo alejándose de la puerta.


Le temblaba el cuerpo de llorar, le dolía el estómago por las contracciones y no podía respirar ni ver a través de las lágrimas. Desorientada, se golpeó con el marco de la puerta del cuarto de baño y se puso a llorar con más fuerza.


Finalmente, entró en el cuarto de baño y se encerró. Abrió la ducha y se metió en la bañera vestida dejando que el agua caliente la cubriera mientras lloraba de pena.


No había llorado cuando perdió a su bebé. No había tenido a nadie con quien compartir la pena y, por alguna razón, en aquel momento todas las lágrimas salieron de sus ojos. Dejó que el dolor de la pérdida y la angustia por la traición de Edward la invadieran.


Aquel hombre era una vil serpiente. No la quería. Quería a Alice, la gatita tímida, la esposa perfecta para un tradicional hombre siciliano.


El dolor físico fue creciendo y se dejó caer hasta el suelo, donde se acurrucó como una niña. No podía contenerlo. Estaba muy confusa después de la revelación de aquella noche y el recuerdo del aborto. Los sentimientos que se había estado negando durante el último año la invadieron ahogándola más en su desdicha.


—¡Santo cielo! — unas fuertes manos la sujetaron por los hombros—. Bella, no te hagas esto.


—Te odio, Edward. Me haces mucho daño.


El no respondió con palabras sino que se limitó a sacarla de la ducha y cerró el grifo. Ella trató de pelear, pero la pena la había agotado y al final se quedó como una indefensa y empapada niña.


Edward le quitó la ropa mientras la regañaba por tratarse de esa forma. Ella no le hacía caso, sino que seguía llorando silenciosamente.


Se lamentó cuando le tocó la cara para limpiarle las lágrimas y al segundo las mejillas quedaron empapadas de nuevo.


Cara, por favor, dolcezza. Te pondrás enferma.


Ella sacudió la cabeza como si así pudiera hacerlo desaparecer. La envolvió en una mullida toalla y la sentó sobre el inodoro.


—¿Qué puedo decir para arreglarlo? —añadió.


—Nada. Quiero irme a la cama. A dormir. Sola —y lo miró con los ojos húmedos—. Sin ti —añadió por si no lo había entendido.


—No puedo dejarte así —dijo él mientras le quitaba la ropa mojada y le secaba el pelo con la toalla.


—Porque mis sentimientos no te importan.


—Eso no es cierto —contestó apretando la mandíbula como si estuviera aguantando el mal genio.


—Es cierto. Quiero estar sola, pero no me dejas. ¿Cómo llamas tú a eso? —dijo Bella llorando con más fuerza.


Edward se levantó de golpe y salió del cuarto de baño. Bella se dio cuenta entonces de que la puerta estaba desencajada. Había entrado allí usando la fuerza bruta. Al menos la había dejado sola.


Le costaba mucho levantarse así que se quedó allí sentada mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Y así se la encontró Edward cuando regresó minutos más tarde. La tomó en brazos y la llevó al dormitorio. Allí, la depositó sobre la cama como si fuera una frágil muñeca de porcelana. Después la tapó con el edredón pero no intentó tumbarse junto a ella.


Bella necesitaba que se alejara, y ocultó el rostro. No pudo evitarlo y Edward frunció el ceño.


—No voy a hacerte daño, maldita sea.


—Ya lo has hecho —contestó ella con tono de derrota.


—No fue mi intención.


—Eso no me sirve —dijo ella sin saber si se refería a lo que había ocurrido en casa de su padre o lo sucedido el año anterior, pero no le importaba. El dolor estaba allí. Intentó girarse pero él hizo que se sentara y le ofreció un vaso de vino.


—¿Qué es? —preguntó ella rehusándolo.


—Vino. Necesitas algo que te calme.


—El alcohol es malo para el bebé.


—Tus lágrimas y tu preocupación son peores que unos sorbos de vino.


Sabía que tenía razón y se sintió culpable. Su negligencia podía arriesgar la vida de su bebé. Bebió un sorbo de vino y sus emociones parecieron sedarse. Dejó de llorar y Edward le acercó un pañuelo para que se limpiara la nariz, sentados juntos en la cama aunque parecía que había kilómetros entre ambos.


—Quiero dormir sola.


—Si así lo deseas —dijo él asintiendo. Y se marchó. Bella se dio la vuelta y trató de dormir. Durmiendo, el dolor se iría.


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.
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Edward bajó las escaleras y se dirigió hacia la biblioteca. Sacó una botella de whisky escocés de uno de los armarios de caoba y se sirvió un vaso. Dio un sorbo, pero no le supo a nada. Lo único que quería era subir y poder convencer a Bella de que se equivocaba en sus sentimientos hacia ella, y sus motivos.


Pero no lo haría. No podía. La había dejado sola porque la había visto al borde de perder el control emocional otra vez. Al igual que Bella, él había aceptado que estaba embarazada, incluso sin haberse hecho la prueba. No podía forzar un enfrentamiento y poner en peligro al bebé. Otra vez no. No dejaría que una estupidez acabara con la muerte de su hijo.


Se dejó caer en el sillón más cercano sintiendo que le habían arrancado el corazón. El dolor que había sentido tras la traición de Sofía era como un pequeño cosquilleo en comparación a la cuchillada que le abría el alma por el rechazo de Bella.


Y entonces, al obligarse a contemplar el dolor emocional tan profundo que golpeaba su corazón como si fuera un cuchillo se dio cuenta de lo que realmente sentía por ella. La amaba.


Y sin embargo concienciarse de ello lo sorprendió. Lo sorprendió ver lo necesaria que era aquella mujer para él. No había vivido durante todo el año que ella lo había estado evitando. Y como un idiota había negado el sentimiento, había preferido creer que tenía que arreglar un error. Si hubiera admitido su amor le habría dado mucha fuerza. Había protegido su vulnerabilidad, destruyendo así toda posibilidad de ser feliz con la única mujer que le importaba.


La pobre Bella creía que no era tan buena como Alice.


La conversación que había tenido con Charlie había sido corta, tanto que la había olvidado. Había tenido lugar dos días después de que Bella llegara a Sicilia, un día en que fue a visitar a la familia.


Una vez allí, la atracción hacia Bella había sido tan fuerte que se le ocurrió ir a ver a Charlie y comentarle la idea de casarse con Alice. Cualquier cosa para evitar que la fuerza de la atracción hacia Bella lo controlara. Charlie le había dicho que no tenía inconveniente en que se unieran las dos familias y eso había sido todo. Nunca tuvo la intención de cortejar a Alice pero dudaba que eso le importara a Bella.


Lo odiaba precisamente cuando él se daba cuenta de que la amaba y la necesitaba más que nada en el mundo.


Bella no podía dormir y salió de la cama. Fue a buscar a Edward pero no estaba en su habitación. Bajó las escaleras hacia la biblioteca. Allí estaba, tirado sobre un sofá, con un vaso de whisky en las manos, los ojos rojos.


—¿Edward?


—¿Qué quieres, Bella? —dijo él con tono apenas inteligible. Bella pensó que estaba borracho. Una prueba más de lo poco que le importaba.


—Quiero que vengas a la cama.


—¿Contigo? —dijo él abriendo y cerrando los ojos rápidamente.


—Sí.


—No me quieres en tu cama.


—He cambiado de idea.


—No puedes. Me odias. Eso me has dicho —miró hacia el vaso—. No debo olvidarlo.


—No te odio. Estaba enfadada, pero no quise decir eso —no era capaz de decirle que no quería casarse con él, pero sí podría decirle algo doloroso.


—No querías decirlo —dijo poniendo el vaso en el borde de la mesa y se cayó.


Edward se puso en pie y Bella pensó que también iba a caerse. Le puso las manos sobre los hombros, y ella lo sujetó por la cintura, sonriendo.


—No querías decirlo —repitió. Parecía que le costaba comprenderlo.


—De acuerdo. Pero creo que deberíamos hablar de ello por la mañana.


—¿Por qué?


—Estás borracho.


—Dijiste que me odiabas.


—Pero no quería decir eso —repitió ella lentamente—, y quiero que vengas a la cama.


—Dormirás en mi cama.


—Nuestra cama, sí.


Se dejó guiar hasta el dormitorio, dócil como un corderillo. Aquel desconocido Edward daba un poco de miedo, pero también le gustaba. Dejó que lo desnudara y que lo llevara al cuarto de baño para lavarse los dientes.


Diez minutos después, Bella estaba acurrucada entre sus brazos mientras él roncaba ligeramente. Nunca antes lo había hecho. Debía de ser el alcohol. Hablarían por la mañana y haría que le revelara sus sentimientos de una vez por todas.


Edward se despertó con un tremendo dolor de cabeza, la boca acartonada y ganas de ir al cuarto de baño. Eso fue lo primero que sintió.


Lo segundo que sintió fue que el pequeño cuerpo, cálido, desnudo y acurrucado a su lado era Bella. Tenía la mano sobre el pecho de él, muy cerca del corazón. Una de sus piernas estaba enrollada sobre la suya y tenía el estómago junto a su erección matutina.


No recordaba haberla llevado hasta su cama después de beber en la biblioteca. Recordaba vagamente que ella lo había desnudado. Entonces recordó todo lo demás. Ella había ido a buscarlo.


Salió de la cama con cuidado para no despertarla y se mareó un poco. Necesitaba una ducha, afeitarse, beber agua para estar en condiciones de hablar con Bella.


Al rato, Bella se despertó al notar una leve caricia en la curva del pecho. Abrió los ojos y miró hacia arriba. Edward, recién salido de la ducha, estaba sentado junto a ella. Tenía mucho mejor aspecto que la noche anterior. Bajó la vista. La sábana la cubría hasta la cintura pero tenía los pechos al aire. Extendió la mano para cubrirse.


—No, amore. Eres tan hermosa que sería un crimen tapar esa perfección —dijo él con expresión reverencial.


—Tenemos que hablar —dijo ella sujetándole la muñeca para que dejara de acariciarla.


—Sí —dijo él, mirándola a los ojos—. Dijiste que no me odiabas. ¿Es cierto?


—Sí.


—Estabas muy enfadada. Mi estupidez te hizo daño y no sé cómo arreglarlo.


—Querías casarte con mi hermana.


—No.


—No comprendo —dijo ella, no muy segura de si creerlo o no.


—Me asustabas. Lo que sentí hacia ti me asustó.


—No. Nada te asusta. Ni siquiera un grupo de hombres armados.


—Sí. Estaba asustado. Provocaste en mí unos sentimientos muy fuertes que no quería sentir.


—Por lo que te ocurrió con Sofía.


—Mi primera reacción al verte eclipsó cualquier sentimiento que pudiera haber sentido antes. No sólo representabas una amenaza para mi autocontrol, sino para mi corazón.


—Parece como si te importara —dijo ella en un susurro.


—Me enamoré de ti antes de que te fueras de Sicilia aquel verano, pero no quería admitirlo. No tenía que hacerlo. Tú me dejaste seducirte, me diste tu tiempo. Me hiciste feliz.


—Y entonces te dije que estaba embarazada.


—Y yo destruí lo que teníamos por miedo, viejas heridas y un estúpido malentendido.


—Seguiste intentando verme.


—No podía dejarte escapar. Eres la parte que me falta para estar completo. Sin ti, no vivo, estoy muerto.


Bella sintió un escalofrío ante la sinceridad de sus palabras. Le había dicho que se había enamorado de ella.


—¿Aún me quieres?


—Más de lo que imaginas, amore. Más de lo que se puede expresar con palabras.


—Pero Alice...


—Fue un intento de cubrir mis verdaderos sentimientos.


— ¡Pero yo no sabía cómo te sentías!


—No era por ti, sino por mí. Yo me engañé y me convencí de que sólo era algo físico, pero pagué un alto precio por ello.


—El bebé.


—Y tú. Perdí a mi hijo y la mujer de mi vida por el orgullo.


Bella se sentó, tenía la necesidad urgente de tocarlo. Edward le permitió que lo abrazara, pero se mantuvo distante.


Ella besó su pecho velludo y musculoso, disfrutando del olor de su piel y la calidez bajo sus labios.


—Te quiero mucho. Y te necesito.


—¿Cómo puedes hacerlo después de lo que te he hecho? Anoche lloraste mucho —el tono atormentado provenía directamente de su corazón.


—Anoche...


—Era por algo más. Fue como si el dolor hubiera llegado al máximo, no sólo por lo que pudieras sentir por mí, sino por el bebé que perdí. No lloré entonces porque no tenía a nadie con quien compartirlo.


—Yo habría llorado contigo.


—No podría haberte perdonado entonces. Y anoche todo cobró sentido.


El enorme cuerpo vibró y la abrazó con fuerza para no dejarla escapar.


—Me alegra que por fin pudieras llorar, y ruego a Dios para que nunca tengas que soportar un dolor así. Me destroza.


—Pues yo no creo que estés destrozado —dijo ella inocentemente al notar algo duro contra ella.


—No bromees. Tenemos muchas cosas serias de qué hablar.


—¿Como qué?


—Como si tú también me amas.


—Nunca podría dejar de amarte, Edward.


—Lo intentaste.


—Pero ya es pasado.


—Sí, la luna de miel antes del cortejo. Pero eso hay que arreglarlo.


Bella no sabía a qué se refería, pero pronto se enteró. Edward pasó la semana siguiente cortejándola. Primero la acompañó a la subasta. Todo salió bien. Luego continuó con el cortejo: le regaló flores, le escribía unas poesías horribles, la verdad, pero ella nunca se lo dijo, y se negó a compartir la cama con ella hasta después de la boda. Bella se quejó, diciendo que él ya la consideraba su esposa, pero él se mantuvo firme. La boda fue una fiesta tremenda. No consiguieron estar solos hasta que subieron al avión privado de Edward rumbo a su luna de miel.


—Ahora sí eres mío.


—Y tú mía —dijo él con toda seriedad.


La aceptación que Bella había deseado toda su vida, un lugar legítimo en la vida de otra persona, lo había encontrado al fin junto a él.





3 comentarios:

  1. Menos mal!!!! Pensé que Edward lo había arruinado otra vez XP Lo bueno es que pudieron hablar y aclarar las cosas. Vaya cortejo jajajaja, igual es un lindo detalle y le da algo de ternura al hombre duro que es Ed.

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  2. Awww que ternura!!! Edward por fin entendió lo que siente por Bella y que la necesita otra vivir.. y ya pueden estar juntos y tener a su bebé felices!!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  3. Este par nos hacen sufrir , ya todo aclarado y mis niños felices muchas Gracias 😉😜❤😍😘💕

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