Parcela de Tierra (Final)


Suzanne, que se quedara con Edward y la dejaran en paz. Lo cierto era que no le importaba mucho. En aquellos momentos, lo único que quería era no tener que verlo jamás.

Por supuesto, tampoco iba a ir al rancho de su padre. Su padre era tan rastrero como Edward. ¿Cómo le había podido hacer aquello? ¡Su propio padre!

Bella salió de la casa con la bolsa de viaje en la mano, se subió en el coche con la vista nublada por las lágrimas, lo puso en marcha y salió de allí a toda velocidad con la única idea de alejarse de Edward Cullen para siempre.
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Edward abandonó las cuadras con una ligera cojera en la pierna izquierda pues aquella mañana había tenido un pequeño encontronazo con un toro. Una vez fuera, se dirigió a casa suponiendo que Bella estaría en la cocina preparando la cena como todas las noches.

Cuando lo veía entrar, le sonreía y le preguntaba qué tal le había ido el día y qué tal estaba el potro nuevo. A continuación, Edward se duchaba y bajaba a cenar.

Todo aquello se le antojaba muy acogedor. Vivir con Bella era maravilloso y tenerla en su cama, todavía mejor, pero no quería pensar demasiado en ello aunque era cierto que ya no sentía pánico cuando pensaba que estaba casado con ella y que iban a ser padres.

Sin embargo, no la encontró en la cocina y no olía a comida. A lo mejor, estaba arriba durmiendo o en el despacho trabajando.

Mientras se quitaba las botas, Edward pensó que todo iba estupendamente si no fuera por su ex mujer. Le había dicho ya en varias ocasiones que no tenía el más mínimo interés en ella y que estaba casado con otra mujer, pero Suzanne no le hacía ni caso.

Edward sospechaba que su insistencia no se debía a que quisiera volver con él sino a que quería que la mantuviera económicamente porque, ahora que se había divorciado de Kevin Burnes, no debía de tener dónde caerse muerta.

Por supuesto, él no tenía ningún interés en mantenerla. Además, ahora tenía una familia de la que ocuparse, así que no podía desperdiciar su tiempo, su energía y su dinero en una mujer que lo había engañado y lo había abandonado, algo que Bella jamás haría.

Edward entró en el despacho y comprobó que Bella tampoco estaba allí, subió a su dormitorio y miró también en el baño, pero tampoco la encontró en la planta superior.

Aquello no lo preocupó porque supuso que Bella podría haber ido a casa de su padre a hacerle una visita, así que se duchó. Veinte minutos después, la casa seguía vacía y silenciosa.

Fue entonces cuando Edward se fijó en que el coche de Bella no estaba en su sitio, aquello evidenciaba que había ido a casa de su padre o a hacer algún recado al pueblo. Lo sorprendía que no le hubiera dejado una nota como solía hacer, pero tampoco se preocupó. Pronto volvería.

Una hora después, Edward se preparó un sándwich porque estaba muerto de hambre y pensó en llamar a Wyatt para ver si su hija estaba con él. Sin embargo, no quería parecer demasiado protector ni controlador, así que esperó.

Dos horas después, estaba anocheciendo y Edward estaba empezando a sentirse realmente preocupado. Bella siempre le decía adónde iba y a qué hora iba a volver o solía llamarlo para que no se preocupara.

Edward ya no pudo más y llamó a casa de su padre, pero Wyatt le dijo que Bella no estaba allí. Tras despedirse asegurándole que no pasaba nada y que seguro que llegaba de un momento a otro, se encontró con que no sabía dónde llamar pues no se sabía el teléfono de ninguna de sus amigas.

—Maldita sea —exclamó sintiendo que se aproximaba un dolor de cabeza.

¿Dónde demonios se habría metido? Hacía ya cuatro horas que él había vuelto de trabajar y, a lo mejor, incluso se había ido antes. De repente, Edward sintió miedo. ¿Y si se había puesto enferma? ¿Y se había comenzado a sentirse mal y se había ido corriendo al hospital sin tiempo de avisarlo?

No debería haberla dejado sola.

Edward corrió a su despacho con la idea de buscar los teléfonos de las amigas de Bella. Al abrir y cerrar cajones y revolver los papeles que había sobre la mesa en busca de su agenda, movió el ratón del ordenador y comprobó que la computadora estaba encendida, lo que lo preocupó todavía más porque Bella siempre la apagaba cuando se iba de casa.

En ese momento, Edward se fijó en los papeles que tenía ante sí, los leyó distraídamente y se dio cuenta de que era el documento que Wyatt y él habían firmado poco después de la boda, el documento por el que el padre de Bella lo hacía heredero de su rancho cuando muriera.

Tras firmarlo, Wyatt le había repetido repetidamente lo contento que estaba, pero él no se sentía así y ahora sabía por qué. Tendría que haberle dicho que no, que no le interesaba su rancho o, por lo menos, tendría que haber quemado los papeles en cuanto hubiera llegado a casa y no dejarlos donde Bella pudiera verlos.

Porque, obviamente, los había visto y ahora creía que solamente se había casado con ella por una parcela de tierra. Nada más lejos de la realidad, pero era imposible que ella lo supiera.

¿Cómo lo iba a saber si había hecho todo lo que había podido para mantener las distancias entre ellos?

Edward se pasó las manos por el rostro y se dijo que lo había estropeado todo. Lo peor era que le había hecho daño a Bella, lo último que hubiera querido hacer.

Tenía que encontrarla.

Al salir por la puerta a toda velocidad se encontró con la persona que menos le apetecía ver en aquellos momentos.

Suzanne.

—¿Qué demonios haces aquí? —le espetó.


—¿Qué voy a hacer, tonto? He venido a verte, por supuesto —contestó su ex mujer con voz melosa.

—Pues que sea la última vez que vienes por aquí —le soltó Edward—. Quiero que te quede muy claro de una vez por todas que estoy con Bella y que esperamos un hijo, que la quiero y que no eres bien recibida en esta casa. Si vuelves por aquí, llamo al sheriff para que te detenga por allanamiento de morada. Si te crees que estoy de broma, ven otra vez y lo comprobarás.

Dicho aquello, se montó en el coche y se alejó con la única idea en la cabeza de encontrar a Bella cuanto antes.

Le había dicho a su ex mujer que estaba enamorado de Bella y era verdad. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Por eso había querido casarse con ella a pesar de que el matrimonio con Suzanne le había salido mal.

No había sido porque que su padre se lo hubiera pedido ni por lo que le había ofrecido a cambio sino porque ya entonces estaba enamorado de ella.

¿Podría convencer a Bella de aquello de lo que se acababa de dar cuenta o la habría perdido para siempre?

Mientras conducía, Edward llamó a su madre, que no sabía nada de Bella, y a su hermano.

—Bella ha desaparecido —le dijo en cuanto Jasper contestó el teléfono—. ¿Está contigo?


—¡Por favor, Edward, deja ya los celos! —se defendió su hermano—. Me estás empezando a hartar con tus sospechas.

—No te he preguntado si está en la cama contigo —murmuró Edward apretando los dientes.

—Confío en ella y confío en ti también —añadió sinceramente.

Bella jamás lo engañaría como había hecho Suzanne. Edward se daba cuenta de que, de alguna manera, siempre lo había sabido y por eso había accedido a casarse con ella. Ni siquiera lo habría hecho porque estuviera embarazada si no hubiera confiado en ella.

—Te llamo porque estoy preocupado por ella y he pensado que, a lo mejor, tú sabías dónde estaba. Se me ha ocurrido que tal vez hubiera ido a verte para contarte lo que ha pasado.

A continuación, le habló a Jasper del documento que Bella había encontrado en su despacho y ambos hermanos se pusieron de acuerdo para encontrarla.

Tras colgar el teléfono, Edward comenzó a rezar para encontrar a Bella, para que ella y el bebé estuvieran bien, para que quisiera hablar con él y le diera la oportunidad de explicarse y para poder suplicarle que lo perdonara.

Y, por supuesto, para que lo creyera cuando le dijera lo mucho que la amaba.


Una hora después, Edward vio el coche de Bella en el aparcamiento del motel Dew Drop Inn que había a las afueras del pueblo.

Inmediatamente, frenó y dejó su coche junto al de su mujer. La tentación de ponerse a llamar a todas las puertas era grande, pero consiguió controlarse y dirigirse a la recepción, donde, tras preguntar en qué habitación estaba hospedada su esposa, tuvo que identificarse para que el adolescente que estaba a cargo se lo dijera.

En cuanto supo el número de la habitación, Edward se dirigió a ella y llamó a la puerta. Cuando nadie le contestó, volvió a llamar.

—¿Bella? Bella, soy Edward. Sé que estás ahí. Abre la puerta. Por favor. 

—Vete.

Edward sintió que se le encogía el corazón ante aquellas palabras, pero también sintió un gran alivio al saber que estaba allí y que estaba bien. Sin embargo, se sintió fatal al darse cuenta de que Bella estaba llorando.

—Bella, cariño, por favor, abre la puerta. Quiero hablar contigo.

—Pues yo no quiero hablar contigo. Vete o llamo a recepción y digo que me estás molestando.

Edward apretó los dientes.

—Maldita sea, Bella, abre la puerta o la tiro abajo. Sólo quiero hablar.

 Silencio.

—Muy bien, tú lo has querido, la voy a tirar —dijo Edward dando un paso atrás para tomar fuerza—. A la de una...

Nada.

—A la de dos...

—Está bien —murmuró Bella.


Cuando abrió la puerta, Edward la encontró lívida con los ojos rojos de llorar durante horas. Su obvia tristeza lo dejó anonadado y con ganas de arrodillarse ante ella allí mismo y suplicarle perdón.

—¿Estás bien? Sé qué has visto los documentos del acuerdo que firmé con tu padre y sé que anímicamente no estás bien, pero quiero saber si físicamente el bebé y tú estáis bien.

—Los dos estamos bien, pero no voy a volver contigo —contestó Bella—, Me voy. Voy a pedir el divorcio. Me llevo al niño. No quiero volver a verte. Ni a ti ni a mi padre.

—Por favor, no me hagas eso —imploró Edward—. Por favor, escúchame —añadió agarrándola de la muñeca y cerrando la puerta a sus espaldas—. Sé que ahora mismo me odias, y tienes todo el derecho del mundo. Yo también me odio a mí mismo por lo que te estoy haciendo pasar, pero me gustaría que me dieras la oportunidad de explicártelo todo. Por favor.

Bella se cruzó de brazos con lágrimas en los ojos.

—Nada de lo que digas podrá arreglar lo que habéis hecho mi padre y tú.

—Tienes toda la razón. No te puedes imaginar cuánto lo siento, pero créeme si te digo que no me importa en absoluto el rancho de tu padre. Tu padre me hizo esa propuesta porque estaba preocupado por sus tierras ya que no sabía si te ibas a querer hacer te cargo de ellas cuando él muriera. Y yo la acepté porque... porque te quiero.

Bella estalló en carcajadas y puso los ojos en blanco.

—Sí, claro, ¿me tengo que creer que el hombre que me acusó de engañarlo con su propio hermano y que luego no me quería tocar una vez casados está enamorado de mí?

—¿Serviría de algo que te dijera que soy un idiota? 

—No, eso ya lo sé.

Aquello hizo sonreír a Edward.

—Siéntate un momento, por favor —le pidió a continuación.

Bella dudó un momento, pero acabó aceptando la silla que Edward le ofrecía y Edward se colocó delante de ella y se arrodilló mirándola a los ojos.

—Soy un idiota por muchas razones, pero la más grande de todas es que he dejado que la traición de Suzanne me hiciera creer que jamás sería capaz de volver a confiar en una mujer, lo que es una tontería. En ti puedo confiar perfectamente. En lo más profundo de mí, lo sabía aunque no quisiera admitirlo. No creía que fuera a ser capaz de aguantar de nuevo el dolor y la humillación de que otra mujer me engañara. Por eso no quería casarme —le explicó Edward acariciándole la mano—. Durante muchos años intenté no sentir nada, pero, de repente, me di cuenta de que te deseaba y de que por ti sentía un montón de cosas. Aquello me asustó y por eso acepté la oferta de tu padre. No fue porque me interesara el rancho sino porque quería estar contigo y no sabía cómo hacerlo. La oferta de tu padre fue la excusa perfecta para casarme contigo sin tener que admitir que sentía algo por ti. Y, luego, cuando me dijiste que estabas embarazada...

Le acarició la tripa.

—Dios mío, entonces me sentí el hombre más feliz del mundo, pero también sentí pánico, lo reconozco. Sin embargo, me dije que criar un hijo tiene que ser lo más maravilloso del mundo y que tenía que intentarlo —continuó—. Por favor, cariño, no te enfades con tu padre. Lo ha hecho con toda su buena intención aunque no haya acertado y, por favor, tampoco me odies a mí. Yo te quiero mucho y, si me dejas, no sé qué haría. Sé que no te merezco y que no tengo derecho a pedírtelo, pero, por favor, dame una segunda oportunidad. Vuelve a casa conmigo y deja que te demuestre que te estoy diciendo la verdad. Estoy dispuesto a quemar ese maldito documento y a hacer lo mismo con la copia de tu padre. Además, le he dicho a Suzanne que, como vuelva a aparecer por casa, la hago encarcelar, así que no la volveremos a ver.

—Me has hecho sufrir mucho, Edward —contestó Bella al cabo de unos segundos—. Me has hecho mucho daño —añadió mordiéndose el labio inferior.

Edward la abrazó con fuerza.


—Ya lo sé, cariño, y te pido perdón. Nada más lejos de mi intención. Yo nunca hubiera querido hacerte daño.

Bella sollozó sobre su hombro y Edward la abrazó todavía más fuerte.

—Por favor, Bella, no me dejes. Quédate conmigo y sé mi esposa, mi amante y la madre de mis hijos, ayúdame con el rancho y demuéstrale a todos los habitantes de Gabriel's Crossing que una vez cometí el error de casarme con la mujer equivocada, pero que ahora he acertado y me he casado con la única mujer a la que he amado en mi vida.

—¿De verdad me quieres? —le preguntó Bella apartándose levemente. 

—Más que a mi propia vida —contestó Edward.

—¿Te habrías casado conmigo aunque mi padre no te hubiera hecho esa ridícula oferta y aunque no hubiera estado embarazada?

—Sí, probablemente me habría llevado un tiempo darme cuenta de que era lo que quería, lo reconozco.

Bella sonrió levemente.

—Yo llevo enamorada de ti desde que soy pequeña y nunca has dado muestras de sentir algo parecido por mí.

Edward se apartó sorprendido por lo que Bella acababa de decir.

 —¿Has dicho que siempre has estado enamorada de mí?

Bella asintió y le acarició el pelo.

—Desde que somos niños, pero tú te casaste con esa fresca y me rompiste el corazón —contestó tirándole del pelo—. No quiero más frescas, ni más tratos estúpidos con mi padre ni con nadie, y deja de fingir que no me quieres. Si quieres que nuestro matrimonio funcione, tienes que ser sincero conmigo y dejar de castigarme por el comportamiento de tu ex mujer.

—A sus órdenes, mi general —contestó Edward.

—Y, además, tendrás que decirme, por lo menos, una vez al día que me quieres. Dos veces si haces alguna tontería.

Aquello hizo reír a Edward, lo que lo sorprendió porque hacía mucho tiempo que no reía así de a gusto, sintiéndose completamente feliz.

—A sus órdenes, mi general —repitió.

Por supuesto, estaba dispuesto a decirle a Bella lo mucho que la quería diez o doce veces al día si eso la hacía feliz.

—Entonces, ¿vuelves a casa conmigo?

—Sí, pero primero quiero pasar por casa de mi padre a quemar esos malditos documentos.

Edward chasqueó con la lengua y la abrazó con fuerza. —Trato hecho —susurró sellando su acuerdo con un beso.
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La música de la orquesta The Dixie Chicks se oía por toda la plaza en la que estaban teniendo lugar las celebraciones del Cuatro de Julio. Todos los habitantes de Gabriel's Crossing se habían dado cita allí, habían llevado comida y ahora estaban charlando y bailando.

Bella sonrió a Ida Mae Fisher, que le estaba contando la enésima travesura de uno de sus quince nietos, y buscó entre la muchedumbre en busca de dos caras conocidas.


La de su marido, que se había ido aproximadamente hacía una hora a participar en una carrera de sacos, y la de su hija de tres meses, a la que estaban paseando por toda la fiesta como si fuera un cuenco de puré de patatas el día de Acción de Gracias.

Amelia era apenas una recién nacida y, aunque estaba a buen recaudo en brazos de la madre de Edward, Bella quería saber dónde estaba.

En aquel momento, sintió un par de fuertes manos masculinas en la cintura y se giró sobresaltada para encontrarse con los ojos grises de su adorado marido.

—Vaya, qué susto me has dado —exclamó.

—Hola, Ida Mae —saludó Edward a su vecina—. ¿Te importaría que me llevara a esta preciosa mujer? La necesitamos en la mesa de los postres.

—No, claro que no. Ya terminaré otro día de contarte las aventuras de Dwight Alien. 

—Madre mía —murmuró Edward al oído de su mujer.

A continuación, la giró en otra dirección y se alejaron. 

—Qué historia tan interesante.

—No te puedes ni imaginar —contestó Bella chasqueando con la lengua—. Creo que podré sobrevivir sin saber cómo lograron sacarle los dos granos de maíz de la nariz. Gracias por rescatarme.

En lugar de llevarla hacia la gran mesa en la que había bizcochos, galletas y tartas de todos los colores y sabores, Edward se llevó a su mujer hacia el aparcamiento.

—De nada. Tenemos que hablar.

Al instante, Bella dejó de sonreír y se puso en guardia. 

—¿Qué pasa? ¿Es Amelia? ¿Está enferma? ¿Le ha ocurrido algo?

—No, no te preocupes, la niña está bien —contestó Edward con paciencia.

A continuación, la apoyó contra la furgoneta y la besó con pasión, hasta que Bella casi se hubo olvidado de la preocupación por su hija.

—A ver si así dejas de preocuparte por Amelia.

—Soy una madre primeriza y todas las madres primerizas nos preocupamos por nuestros hijos.

—Sí, ya lo sé —sonrió Edward—. Se te da de maravilla. Bella enarcó una ceja.

—Lo de ser madre, digo —se apresuró a añadir Edward. 

—Ah, bueno —sonrió Bella.

—¿Qué te parece si nos escapamos de la fiesta y nos vamos a casa? Podríamos estar solos y hacer lo que nos diera la gana. Hay una camada de gatitos en la cuadra y te los quería enseñar.

Bella recordó la primera vez que se habían acostado y se planteó la posibilidad de estar a solas con Edward, solos de verdad.

Desde que había nacido Amelia, no habían tenido muchos momentos para estar solos porque, si no era su padre, eran los padres de Edward los que iban constantemente a ver a su nieta y, cuando se marchaban, había que atender a la niña o estaban agotados.

—Me encantaría —contestó.

Ya llevaban tres o cuatro horas en el picnic y lo cierto era que le apetecía irse a casa, estar tranquila y descansar en brazos a su marido.

—Voy a recoger a Amelia y...

Edward la interrumpió con un beso.

—He dicho solos —le dijo—. Amelia se va a quedar a dormir esta noche en casa de mis padres.

Bella negó con la cabeza. —Oh, no. No puedo...

—Sí, claro que puedes y, además, lo necesitas. Ambos lo necesitamos. Amelia va a estar perfectamente en casa de mis padres. Les he dicho que nos llamen si sucede cualquier cosa y te prometo que tendré el móvil encima todo el rato. Incluso, si quieres, lo puedo poner en modo vibrador.

—Muy gracioso —contestó Bella mordiéndose el labio inferior y mirando hacia la fiesta.

Aunque no veía a su suegra ni a su hija por ningún lado, sabía que estaban por allí y que todo iría bien.

Lo cierto era que echaba mucho de menos estar a solas con Edward, sólo ellos dos, y poder dedicarse a hacer el amor.

—Está bien —accedió aferrándose a su brazo mientras Edward le mordía el lóbulo de la oreja.

—¿Te he dicho hoy lo mucho que te quiero? —le dijo. 

—Sí, en el desayuno —contestó Bella.

—Bueno, pues te lo voy a repetir por si he dicho o hecho alguna estupidez o por si la hago o digo antes de que acabe el día. Te quiero.

Bella chasqueó con la lengua, le pasó los brazos por el cuello y lo besó.


—Yo también te quiero, pero no te preocupes porque últimamente no estás haciendo ninguna estupidez, te estás comportando como un hombre muy inteligente.

—Lo más inteligente que he hecho en mi vida ha sido casarme contigo.

La convicción con la que lo había dicho y la sinceridad que Bella vio en sus ojos le dieron ganas de ponerse a llorar, así que se abrazó a él con fuerza y lo besó para que le quedara claro lo orgullosa que estaba de él por los cambios que había hecho, ya que había conseguido dejar su inseguridad y sus recelos atrás después de lo que le había hecho se ex mujer.

Edward la ayudó a subir al vehículo, lo rodeó, abrió su puerta y puso el motor en marcha. Bella lo observó y sonrió mientras Edward conducía a toda velocidad hacia casa.

Durante el trayecto, pensó en todo lo que les había ocurrido en menos de un año, en todo el dolor que habían tenido que soportar, y se dijo que no cambiaría nada de lo que había ocurrido porque, al final, había conseguido todo lo que siempre había querido.

Había conseguido a Edward.





Fin













12 comentarios:

  1. Edward se redimió muy bien al fín. Gracias por la historia me encantó.

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  2. Que hermosa
    Gracias por los dos capítulos mija y este final hermoso

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  3. Qué linda historia. Pensé que no l terminarás

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  4. Joder ame el cap graciasssss y lloraré más porque se terminó gracias una súper estupenda historia gracias gracias gracias gracias gracias

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  5. Me encantó!!! Muy lindo el final, me alegra que todo haya terminado así de bien :D

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  6. Muy bonita gracias por hacer subido la historia

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  7. Que bonito final asta que ed reaccionó y puso en su lugar a la fresca al ver k perdía a bella al fin de golpearlo sus miedos. Gracias me encanto la historia

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  8. Por fin!!! que lindos.... Edward por fin pudo decirle todo lo que sentía, ayudarla a comprender que la amaba.... y sacar a Suzanne de sus vidas!!!! Lo mejor de todo es que ahora puede expresarle todo lo que siente!!! :D
    Besos gigantes y mil gracias por esta adaptación!!!!
    XOXO

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  9. Menos mal, por fin Edward consiguió redimirse.

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  10. Hola me a facinado la historia. El k persevera alcanza.
    Nos encuentra leyendo.

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