Reencuentro en Navidad Final

Cuando Isabella bajó al salón al día siguiente por la tarde se encontró con que Edward ya había llegado y que estaba hablando con su hermano en el vestíbulo. Cuando la oyeron bajar, interrumpieron la conversación y la miraron.

Isabella contuvo la respiración. Edward llevaba un traje negro con una camisa inmaculadamente blanca que hacía resaltar el negro de sus cabellos y el tono de su piel.

Ella había elegido un vestido blanco con bordados plateados que destellaban cuando se movía. El diseño era sencillo, con escote y falda hasta los pies.

—Siento haberte hecho esperar, Edward. No sabía que estabas aquí.

Éste miró a Emmett.

—Acabo de llegar. Estás preciosa, Isabella. Sólo te faltan las alas de ángel.

Isabella miró a Emmett y le guiñó un ojo.

—Me parece que todavía no me he merecido qué me llamen ángel. ¿Tú que crees, Emmett?

Éste, con un gesto poco frecuente en él, rodeó a su hermana con un brazo y la acercó hacia sí.

—Tengo que admitir, hermanita, que te brillan los ojos como no te brillaban desde hacía mucho tiempo. ¿Quién sabe?

Sorprendida ante aquella demostración de afecto, Isabella le besó la mejilla.

—¿Dónde está mamá?

—Aún no ha bajado. Después tengo que llevarla a casa de unos amigos.

Edward cogió el abrigo de Isabella y se lo echó sobre los hombros.

—No estoy segura de cuándo volveré, Emmett —empezó ella, pero su hermano la interrumpió.

—No te preocupes. —Piensa solo en pasar una Nochebuena maravillosa, ¿vale?

—De acuerdo —dijo ella, sonriendo a Edward—. Sé que será sí.

Cuando salieron de la casa ya había oscurecido. La noche estaba tan despejada que daba la impresión de que podían tocarse las estrellas con los dedos. Isabella aspiró hondo, como  si quisiera respirar la magia de aquella noche.

—Mi madre está entusiasmada —dijo Edward, ya en el coche—. Alice y ella han estado todo el día cocinando. Han venido algunos tíos a pasar unos días con nosotros, así que tenemos la casa llena —la miró y sonrió—. Como de costumbre.

Tuvieron que aparcar a unas cuantas casas de distancia del hogar de los Cullen. En éste, todas las ventanas estaban iluminadas, y al acercarse al porche oyeron la música, las risas y las voces de mucha gente.

Justo antes de abrir la puerta, Edward sujetó a Isabella por los hombros y la besó suavemente en los labios.

—Feliz Navidad, Isabella.

Cuando entró en la casa Isabella sabía que tenía las mejillas cubiertas de rubor. Todo el mundo les recibió con entusiasmo, y en cuestión de minutos Isabella fue abrazada y besada por todos los miembros de la familia, que comentaron lo hermosa que estaba. Edward no la soltó en ningún momento. Todas las habitaciones del primer piso estaban abarrotadas de familiares y amigos que, como todos los años, cenaban en la casa de los Cullen.

Algunos hicieron bromas sobre su tardanza, pero Edward se limitaba a sonreír.

—He salido tarde de trabajar —le dijo a su padre.

—Ya sé que estás muy ocupado —contestó éste, dándole unas palmaditas en la espalda.

Esme Cullen se puso a tocar el piano y su marido y muchos de los invitados no tardaron en empezar a cantar villancicos.

El tiempo pasó rápidamente y, antes de que Isabella se diera cuenta de la hora, Edward le puso el abrigo sobre los hombros. Fue entonces cuando advirtió que todo el mundo se estaba abrigando para acudir a la iglesia con el fin de asistir a la misa del gallo.

Nadie podía ir con ellos, porque en el deportivo de Edward sólo cabían dos personas. Bajo los primeros copos de nieve corrieron hacia el coche.

La serenidad de la noche les acompañó durante el trayecto hasta la iglesia. La mayoría de la gente ya estaba acostada, e Isabella experimentó la agradable sensación de que Edward y ella parecían ser los únicos que estaban despiertos. La ilusión se disipó cuando llegaron al aparcamiento de la iglesia, completamente abarrotado de coches.

Se sentaron en uno de los bancos del final. Isabella nunca imaginó que podría volver a pasar la Nochebuena con Edward, pero al mirarle en ese momento se dio cuenta de que se habían producido muchos cambios vitales en sus vidas. Los dos eran adultos. Sabían lo que querían. Al menos ella lo sabía. Durante la misa lo supo con toda claridad: quería pasar el resto de su vida junto al cariñoso y apasionado hombre que estaba sentado a su lado y compartir con él muchos momentos como aquél.

Cuando el servicio terminó salieron de la iglesia sin hablar. Fueron en coche hasta el lago Olympic en silencio, aunque la melodía de los villancicos seguía resonando en los oídos de Isabella.

Edward aparcó delante de la casa. La nieve casi había cubierto los setos que rodeaban el sendero, y aquello parecía la decoración apropiada para la ocasión.

Entraron en el vestíbulo y Isabella vio una luz procedente del primer piso.

—¿La has dejado tú? —preguntó a Edward.

Él le ayudó a quitarse el abrigo y la cogió de la mano. A llevó hasta el primer piso y, al llegar a la puerta de su dormitorio, le hizo una señal para que pasara.

Sobre una mesa que había delante los enormes ventanales desde los que se divisaba el lago, había un arbolito de navidad con luces intermitentes y adornos navideños, con un ángel rubio en la copa.

—¿Cuándo lo has hecho —preguntó sorprendida?

—Esta tarde. Quería que nosotros también tuviéramos nuestro árbol de Navidad.

—Una idea maravillosa.

Edward se acercó al árbol y descolgó un paquetito. Sin decir nada, se lo ofreció.

A Isabella le temblaban tanto las manos que no sabía si podría desenvolverlo. Cuando por fin lo consiguió, casi se le cayó la caja que había en el interior. En ella había un anillo con una brillante piedra azul rodeada de diamantes.

—Oh, Edward, es precioso.

—Hace juego con el color de tus ojos. Me han dicho que se llama topacio de Londres. Todo lo que sé es que cuando lo vi la primera vez pensé en ti.

Edward lo sacó de la caja y se lo puso en el dedo anular de la mano izquierda.

—Feliz Navidad, amor mío —susurró, y la besó.

Cuando Edward la soltó, ella no pudo ocultar las lágrimas que asomaban a sus ojos.

—¿Qué ocurre?

—¡Nada! Todo lo contrario. No puedo creerlo. ¿Significa esto que quieres empezar desde el principio? ¿Que tenemos la oportunidad de construir una vida juntos?

—¿Es eso lo que quieres?

—Más que ninguna otra cosa.

—¿Quieres decir que estás dispuesta a venir a vivir a Forks?

—Quiero estar contigo, Edward, donde sea.

—¿Te gustaría vivir en esta casa?

—Si eso es lo que quieres, sí.

Edward la levantó en brazos y la llevó hasta la cama.

—Eso es lo que quiero.

Edward se quitó la corbata y la chaqueta. Fue entonces cuando Isabella vio el anillo.

—Esta vez vamos a hacer las cosas bien —dijo ella.

—¿Qué quieres decir?

—El anillo de compromiso primero —dijo Isabella, alzando una mano.

Edward, que se estaba desabrochando la camisa, se detuvo.

—Bueno, no exactamente —dio media vuelta y se dirigió a la ventana—. ¿Te acuerdas que te dije que había hecho un trato con tu padre, hace años?

—¿Para que me dejaras en paz?

—Sí. Para dejar que continuaras con tu vida y con tus estudios. Le prometí que no haría nada que te influyera para que volvieras conmigo —sin volver la cabeza, añadió—: Creo que he mantenido la promesa.

—Sí, lo has hecho. No esperaba volver a saber nada más de ti.

—Lo habrías sabido, al menos indirectamente, si en algún momento te hubieras sentido atraída por otro hombre.

—No te entiendo.

Edward continuó mirando por la ventana.

—Accedí a dejarte en paz. A cambio, tu padre accedió a no anular el matrimonio.

Isabella no podía dar crédito a sus oídos. Se levantó y se acercó a él, estupefacta.

—¿Quieres decir que no hubo anulación?

—Así es.

Era increíble. Eso significaba que durante todos aquellos años, mientras ella estudiaba en el Este y él estaba en Forks…

—¿Edward?

Lentamente, Edward se volvió para mirarla, con las manos hundidas en los bolsillos de los pantalones y una expresión de cautela en el rostro.

—El matrimonio sigue vigente, Isabella. Tu padre se aseguró de ello. Confiaba en encontrar alguna manera de romper nuestro trato, y por eso se aseguró de que todo estuviera en regla.

—Entonces tú y yo estamos casados.

Él asintió.

—Y no me lo has dicho nunca.

—Tu madre no lo sabe. Sólo tu padre, Emmett y yo. Cuando murió tu padre… —calló de repente.

—¿Emmett lo ha sabido durante todo este tiempo y no me ha dicho nunca una palabra?

—No. Quería saber si nuestro amor era verdadero. Le prometí que si alguna vez conocías a otro hombre, yo iniciaría el proceso para anular el matrimonio.

—Nunca me ha interesado ningún otro hombre.

—Eso es lo único que ha mantenido mi esperanza durante todos estos años, cariño. Emmett se informaba de tu vida a través de tu madre, y después me lo contaba a mí.

—Por eso parecíais conoceros tan bien.

—No tan bien, pero hemos mantenido el contacto. Verás… eras mi mujer, y yo quería ser responsable de tu vida, por lo que insistí en pagar los gastos de tu educación.

—¿Qué? Pero eso no es justo. Mi familia tenía dinero. Tú no.

—Puede que al principio no —admitió él, secamente—, pero estaba resuelto a demostrarles a tus padres que era capaz de hacer cualquier cosa por ti —esbozó una sonrisa—. Entre el trabajo y los estudios estaba tan agotado que no tenía tiempo para pensar en ninguna otra cosa, como por ejemplo en el hecho de que tenía una mujer que no sabía que lo era. O como en el hecho de que no sabía si seguirías queriéndome. O como en el hecho de que al negarte a volver a Forks casi nos convenciste, a Emmett y a mí, de que estaba malgastando mi tiempo y mi dinero en una esperanza inútil.

—Oh, Edward —exclamó ella, abrazándole—. ¡Si lo hubiera sabido! Hubiéramos podido estar juntos durante todos estos años. ¡Hemos perdido tanto tiempo!

—Perdido no. Los dos necesitábamos tiempo. Tú nunca me trataste como al hijo del jardinero, alguien a quien se mira con desprecio, y no iba a tolerar que tu familia me tratara de esa manera.

Isabella le abrazo con todas sus fuerzas y apoyó la mejilla en su pecho.

—Oh, Edward, te quiero.

Edward suspiró.

—Había noches en que no dejaba de pensar en si alguna vez volvería a oírte decir eso —le alzó la barbilla y la besó, y todo el anhelo, toda la incertidumbre, todo el amor que le había acompañado durante tantos años se desbordó en ella, llenándole el alma y el corazón de felicidad.

Sin interrumpir su beso, Edward la levantó en brazos y la hizo tenderse en la cama. Se acostó junto a ella y dejó que sus manos exploraran y amaran su cuerpo como tantas veces lo había hecho en sueños.

Toda la incertidumbre en la que Isabella había vivido desde el día en que le vio de espaldas en el centro comercial se evaporó en la pasión de aquel beso. Pero quería mucho más de él y empezó a desabrocharle la camisa con precipitación, buscando su piel cálida bajo la tela.

Advirtió que él le bajaba la cremallera del vestido, y se separó un momento para ayudarle a desnudarla. La prenda de seda se deslizó hasta el suelo.

—Mi ángel de Navidad. Feliz aniversario, cariño —susurró él.

Rápidamente terminó de quitarse el resto de la ropa y se tendió de nuevo a su lado.

Isabella pudo apreciar los cambios que habían tenido lugar en su cuerpo: el pecho ancho, los hombros musculosos. Delineó con las manos la curva de su torso, de su cadera y de sus muslos.

—¿Te das cuenta de lo que me estás haciendo? —gimió él, sujetándola y haciendo que se tumbara sobre él.

—A mí me pasa lo mismo —admitió ella.

—Seis años es una espera muy larga.

—Lo sé, y no voy a preguntarte qué has hecho. ¿Cómo podría hacerlo?

—Pero puedo responderte. Nunca he deseado a ninguna otra mujer, Isabella. Nunca —rodeó con sus manos la cabeza de su mujer y volvió a besarla.

Isabella no podía continuar ignorando la posición en que estaba sobre él. Se alzó ligeramente y empezó a moverse despacio, acariciándole con su cuerpo.

Edward la sujetaba mientras ella se movía, haciendo realidad por fin una de las muchas fantasías que le habían acompañado durante años.

Por fin ella se desplomó sobre su pecho, demasiado débil para continuar. Sin separarse rodaron juntos por la cama y ella quedó bajo su cuerpo para recibirle en lo más profundo de su ser, en una unión que les proporcionaba un sentimiento de plena satisfacción.

El ángel de Navidad fue el mudo testigo de todos sus movimientos, y con su amable sonrisa indicaba que todo marchaba bien. Una vez más, la magia de la Navidad colmó los deseos de Isabella en lo más profundo de su corazón.

Pero en esa ocasión sabía que duraría para siempre.

—¿Estás despierta? —preguntó él en un susurro al cabo de un rato.

—Sí.

—¿Tienes hambre?

—No mucho, ¿por qué?

—He pensado que podríamos atacar la nevera. La he llenado hasta arriba antes de ir a buscarte.

—¿Crees que debo llamar a Emmett y a mi madre para que no se preocupen por mí? Esta noche las carreteras van a estar muy mal.

Edward le delineó con el dedo índice la barbilla y continuó por entre sus senos hasta llegar a su vientre.

—Emmett ya sabe que no vas a volver a casa esta noche.

—¿De eso estabais hablando en el vestíbulo?

—Sí. Me dijo que ya no había motivo para seguir guardando el secreto. De todos modos, yo ya había decidido que no podía seguir esperando. Pasara lo que pasara, tenías que saberlo.

—No puedo creer que mantuvierais ese secreto durante tantos años.

—Tu madre va a ser la más sorprendida. No sabe lo que sucedió. Tu padre le dijo que te había encontrado en casa de mis padres, que habías pasado la noche con Alice.

—¿Y lo creyó, con lo mal que yo estaba?

—Supongo que sí. Así que ahora tendremos que explicarle por qué no vas a volver a casa hasta dentro de unos días.

—¿Dentro de unos días?

—No pienso dejarte salir de mi cama mientras pueda evitarlo. ¿Por qué crees que te he dicho lo de la nevera? No quiero que te quedes sin energías.

—¿Y tú?

—Yo he acumulado reservas durante seis años, amor mío.

El beso lento que le dio dejaba claro que estaba más que dispuesto a demostrárselo.

Isabella se apretó contra él.

Con la magia de la Navidad, todo era posible.


Historia Original
La magia de la Navidad de Annette Broadrick 


6 comentarios:

  1. GRACIAS!! GRACIAS!! GRACIAS!!!
    Hermoso final, y nos has emocionado con tu adaptación, te dejo besos y abrazos silmonianos, te deseo una feliz Navidad en familia. SILMO

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, hermosa historia.
    FELIZ NAVIDAD!!! Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!!!

    ResponderEliminar
  3. Awwww así que por eso Edward la trataba tan normal, igual su familia... por lo menos Emmett sabia de todo y la ayudó!!!!! :D
    Muchas gracias por esta hermosa adaptación y Felices Fiestas para todas!!!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  4. Gracia hermosa historia todo con amor se logra y la magia d la Navidad 😘❤ Feliz Navidad 🎅🎄🎆🎇🎉🎁

    ResponderEliminar